Capitulo 40
—Entonces... ¿eres algo así como la nueva doctora? —pregunto dudosa a la chica que tengo enfrente.
Al llegar en la mañana a abrir la enfermería me encontré con una chica de no más de veinticinco años, con las narices metidas en los libros de medicina. Casi muero de un susto al encontrármela a mitad de la habitación.
—Tú eres la doctora —corrige la chica, cuyo nombre si mal no recuerdo es Dennise—. En realidad estudié psicología.
—Yo ni la preparatoria terminé. Así que tú eres la doctora —sentencio, dándole fin al asunto—. ¿Sabes algo de medicina?
—Conozco algunas cosas —admite, acomodando sus gafas.
—Este cuaderno es como un resumen de todo lo que traen esos libros, puedes leerlo cuando quisieras y necesites. Además, no nos vendría mal ayudarnos si la cosas se llegarán a poner feas algún día.
—¿De verdad? Gracias al cielo, porqué suelo bloquearme cuando estoy bajo presión, me pongo nerviosa —confiesa, perdiendo la recién timidez con la que inicio.
Dennise hace que recuerde a la Betty pre-apocalíptica, le hace falta vivir algunas experiencias para cambiar.
—En aquella vitrina que está bajo llave están los medicamentos controlados. En los anaqueles a tu derecha hay lo necesario para una cirugía; en los de la izquierda están los demás medicamentos —informo.
Sonríe en señal de agradecimiento mientras cierra su libro, revisa las repisas mirando con qué es lo que contamos para salvarles la vida a las persona de Alexandria. La pongo al tanto sobre los métodos naturales que guardo en frascos en la cocina, para que sirve cada uno y también que si llega a olvidarlo puede encontrar lo necesario en el cuaderno que deje allí.
Cuento con bastante tiempo libre en estos días. En otros tiempos estaría dormida o perdiendo cabello por el estrés de la escuela; sin embargo esas cosas ya abandonaron mi rutina.
Nos disponemos a limpiar el lugar. Denise limpia los anaqueles y yo me encargo del baño, odio lavar el baño; para la próxima no dividiré las tareas con una piedra papel. Tarareo cualquier canción que se me viene a la cabeza; desde música religiosa hasta el rap más tonto que puedo inventarme.
—Betty, te buscan —llama Denise desde la cocina.
Espero que sea cualquier persona menos la cabeza de cebolla de mi amiga, esa maldita infeliz hirió mis sentimientos. No pienso hablarle en unos días, que ni se le ocurra venir con excusas estupidas porqué no la hay; en pocas palabras dijo que soy una pendeja que no sabe cerrar la boca. Son pocas las peleas que hemos tenido y nos reconciliamos luego luego, pero esta vez si se pasó.
—Marcus, ¿qué demonios? —exclamo alarmada al ver su camiseta de rayas manchada de sangre.
—Juro que esta vez ni siquiera me moví del sofá, así de la nada me comenzó a sangrar la nariz —dice.
—Ven acá —lo tomo de los hombros encaminándolo al baño. Arranco un trozo de rollo, lo enrosco y se lo meto en el poro que le sangra—. Inclina la cabeza hacia atrás y sobren tú nariz. Eso, así. Quédate aquí.
—¿Me voy a morir? —pregunta asustado.
Su mayor miedo es morir. Siempre que algo le pasa hace la misma pregunta tonta, cuando se corto con papel la hizo igual, ¡era papel, por Dios santo!
—No, Marcus. Te he dicho más de mil veces que no te vas a morir —repito cansada de decir lo mismo.
Voy hacia un anaquel por el frasco de gotas. Agregaré a su historial médico que tiene una nariz demasiado sensible. ¿Dónde está el gotero en spray? Los deje aquí.
—¿Es grave? —Denise aparece con el bendito gotero en mano. Ella reordeno todo, genial.
—Para nada. Ya comienza hacer frío, quiero pensar que se le reseco la nariz nada más. A mi me ocurría eso de niña —explico. Tomo el gotero y regreso con Marcus quien me espera sentado en el retrete—. Escúchame, quiero que de ahora en adelante te abrigues bien, ¿entendido? Si no lo haces te vas a resfriar y tendré que inyectarte.
—¡Sin agujas! —sacude las manos. Sus saltones ojos expresan el miedo que le dan las inyecciones—. Prometo hacer todo lo que le digas, pero tú tienes que prometerme que no vas a ponerme ninguna inyección.
—Lo prometo —levanto mi mano derecha juntando los dedos y con el dorso hacia mi; no puede ver mi otra mano así que cruzo los dedos. Si es necesario le pongo hasta un suero al mocoso—. Ahora quítate eso para ponerte unas gotas.
Pone sobre mi mano el ensangrentado pedazo de rollo, arrojo dicho objeto en el pequeño cesto de basura qué hay aquí, procedo a poner el gotero en su nariz, le indico que inhale hondo al sentir el líquido. Doy dos disparo en cada uno de los poros, aprieta los ojos al sentir el líquido.
—No hagas esos gestos —su rostro contraído me mata de risa.
—Como a ti no te están echando agua al cerebro y luego te baja por la garganta —replica.
Le regalo un sape lleno de amor, de esos que me encanta darles a las personas sarcásticas.
—Ey—se queja sobandose la nuca. Sonrío lo más falsamente inocente—. ¿Crees que pueda jugar con Cerbero? Tengo una pelota en mi casa.
—Por supuesto, a él le encanta explotar pelotas de niños. Recuerda abrigarte bien o me veré obligada a romper la promesa —le recuerdo.
Asiente frenético. Baja de un salto del retrete y sale disparado por la puerta.
—De nada.
Tomo otro pedazo de rollo para limpiar algunas gotas que derramo sobre el suelo y algunas partes del lavabo. Escucho una conversación a la que no presto mucha atención. Sigo en lo mío.
La gastada suela de mis tenis derrapa con el recién limpiado azulejo del baño, la fricción me toma desprevenida; vengo a reaccionar cuando mi espalda choca con el piso. Todo el aire abandona mis pulmones, extiendo la mano buscando algo de que sujetarme. Maldigo a todo aquel que se me viene a la mente, maldigo hasta al antiguo presidente electo que obviamente no tiene nada que ver con mi caída. Pero claro, como siempre debo culpar a alguien por las estupideces que me ocurren.
Mantengo mis ojos cerrados, esperando así que las lágrimas no se me escapen, por que fue tan duro el golpe, pero tan duro que sería un verdadero milagro no haber sufrido una contusión. Sumida en mi dolor apenas soy conciente de que una figura esta de pie a mi lado, la misma figura sujeta mis manos y me pone de pie de un jalón.
—¿Estas bien?
—Si por bien te refieres a tener un dolor de cabeza... sí, estoy excelente —respondo. Masajeo delicadamente la zona afectada de mi nuca y la otra de mi espalda.
—Déjame ver —Daryl se pone detrás de mi, retira mi mano e inspecciona mi cabeza tocando con la misma delicadeza de un pétalo—. Al parecer no tienes nada grave.
—Gracias. ¿Que haces aquí? Odias venir a lugares como éste. —reúno mi dignidad y cojeo hasta el armario para guardar lo utensilios de limpiar el baño.
—Tus zapatos están viejos.
—Lo sé. Lastima que no puedo ir a la zapatería más cercana a comprar otras deportivas talla ocho. —hago un puchero.
Mi nalga izquierda duele. De por si no tengo trasero y con golpes así voy a quedar peor que Pinocho, él tenía el cuerpo de madera.
—No respondiste mis preguntas —insisto.
Daryl se encoge de hombros. Es de poca habla, al igual que en las charadas tengo que adivinar todo con él. Un verdadero enigma o dolor de cabeza, depende de la paciencia que disponga. Ordeno los productos en su sitio. Veo en su mirada que algo lo inquieta, esos pequeños ojos de pulga del color del cielo gritan querer desahogarse. Indico a Denise dónde puede encontrarme en caso de alguna emergencia, salgo seguida de Daryl y recorremos las calles sin destino alguno.
Espero pacientemente a que decida hablar. Tal vez no le he dejado del todo claro que puede contarme lo que quiera, puede contarme hasta sus sueños más locos. Su mirada está clavada en el asfalto, en ocasiones la levanta para mirar a su alrededor, vuelve a bajarla, rasca su cuello y me mira. Descanso las manos en mis bolsillos traseros.
—Ya suéltalo —le aliento. Sus ojos conectan con los míos, nos miramos fijamente—. Te conozco lo suficiente para saber que algo te inquieta, Daryl, ¿qué pasa? ¿Aún te sorprende lo que Morgan hizo por ustedes allá?
—No es eso.
—¿Entonces? —insisto.
Disminuimos inconscientemente el paso hasta estar de plano parados a mitad de la calle.
—Daryl, quizá no lo hayas notados pero puedes contarme lo que sea con absoluta confianza. De mi boca jamás saldrá una palabra.
—Ya lo sé —responde—. Es... Es Rick.
—¿Que tiene que ver Rick?
—Ya no quiere que salgamos a buscar gente —dice—. Creo que está cometiendo un error, necesitamos más personas. Morgan puede ser de mucha ayuda acá y él quiere echarlo.
—Sabes como es Rick, a veces se equivoca al tomar decisiones; de no ser por la serpiente que pico a Ruby ni siquiera estaríamos acá. ¿Te doy un consejo, Bombón? Hazle ver que se equivoca, qué hay otras maneras, es de la única forma que harás entender a Rick.
—Que más da, ¿no? Él es el líder y sabe lo que hace.
—Si, pero también debemos hacerle ver cuando está mal. Eso es lo que hacen los amigos.
Daryl aparta la mirada.
—Oye... —sujeto su mano, espero que la retire mas no pasa. Vuelve a mirarme, el disgusto ya se ha disipado un poco— hagamos una votación para escoger otro líder. Nominemos a cualquiera menos a ti, eres tan cabezon, testarudo e impulsivo que no eres específicamente la imagen de un líder nato —bromeó.
—Tampoco tú estás en la lista de las candidatas. Eres torpe y todo te lo tomas como un juego —objeta.
—¡Esas son mis mejores cualidades! —resalto divertida—. Admite que te encanta eso de mí, de no ser así tu vida sería aburrida.
—Eres insoportable, apenas y te aguanto.
—Ajá —sonrío de lado.
Sin soltar su mano inició otro recorrido. El silencio es agradable, inexplicable pero cierto, las palabras no son requeridas del todo pues cualquier cosa dicha arruinaría el lindo momento. Entrelaza por completo nuestros dedos, su agarre es firme.
Caminamos hasta llegar al lago. Paro en seco al ver a Ruby hablando, demasiado cerca para mi gusto, al lado de Isaac. Por sus cara deduzco que hablan sobre algo doloroso por parte de él, ella tiene una mano sobre su pierna en señal de apoyo y le dice cosas que apenas lo hacen levantar la comisura del labio.
—¿Ya háblate con ella? —pregunta mirándolos igual.
Hago un sonido de negación sin decir una palabra. Se miran de una manera extraña; en sus vidas han hablado y ahora salen muy amigos esos dos, el muy idiota quiere robarme a mi mejor amiga. Mi asombro aumenta al ver a mi amiga besarse con él, ¡la muy infeliz!
—Hija de su... —el insulto se queda a medias, odio no poder maldecirla bien—. ¿Cuando pensaba decirme? —miró a Daryl esperando una explicación.
Mi Bombón ignora lo que pregunté, suelta nuestras manos, apenas recuerdo que seguíamos tomados de ellas, pasa esta vez su brazo por mis obras y comienza a alejarse obligándome a seguirle para no ver más la escena anterior.
¿En que momento pudieron Ruby e Isaac conocerse? Vivimos en la misma zona desde hace días, conozco al 10% de los habitantes, de los hombres solteros que quedan en el mundo ¿tenía que escogerlo a él? Si hubiese sido Spencer sería más llevadero todo. Estoy en una especie de shock. Recuerdo que cuando Noah murió jamás busqué a Ruby... ¿puede que en ése momento Isaac se le acercará? ¿O fue que alguien los presentó? A ella no le cruza por la mente que conozco a Isaac desde hace tiempo, nunca le conté la verdadera historia sobre la mierda que vivía.
Es mi culpa, debí contarle. Isaac es una Mila influencia, poca cosa para mi amiga, ella merece algo mejor. Daryl me trajo a casa, entramos por el patio.
—¿Por qué él? ¿Por qué no alguien más? ¡Spencer, por ejemplo! —camino en círculos.
Puedo desahogarme con toda libertad.
—Cosas como esas no sé eligen —responde.
—¿A que te refieres? —adoptó una pose que desde su perspectiva debo parecer una tonta: mi ceño fruncido, brazos en jarra y apoyada en una pierna.
—Cuando una persona te gusta, te gusta y no habrá quien te la saque de la cabeza —explica, sin apartar sus ojos de mi.
—Hablas como todo un experto —cruzó los brazos—. Te hizo falta agregar que se vuelve lo primero que piensas al despertar y lo último antes de cerrar los ojos.
—Hace que actúes cómo idiota —agrega.
—Te pones nervioso al verlo venir hacia ti —añado, dispuesta a seguir con el juego.
Tengo la corazonada, espero lo sea, de que estamos diciendo puras indirectas haber cual de los dos las pesca primero.
—Quieres saber qué hace y si esta bien.
—Te dan ganas de matar a cualquiera que se le acerque —relajo mi cuerpo.
Por primera vez me cuesta sostenerle la mirada. Las manos comienzan a sudarme, el que me mire de esa forma logra ponerme nerviosa, la cosa empeora al ver de soslayo que avanza un paso. Clavo la vista en uno de los botones de su camisa. Su mirada intimidante y su voz me encantan. ¡Dios es mi debilidad! Da un paso más dudoso, temiendo que retroceda, está equivocado si cree que voy a alejarme. Al contrario, permanezco en mi lugar porqué deseo lo mismo que él.
—Deja de mirarme así —murmuro tímida.
—¿Te molesta? —otro paso.
—No, me pone nerviosa.
Miro al suelo para que el cabello cubra el rubor de mis mejillas. Acabo de confesarle que me pone nerviosa, genial, expuse mi debilidad.
—Otra cosa: nunca imaginas que te terminaría gustando esa persona —dicho esto, me besa.
El corazón rebota contra mi pecho. Pongo las manos sobre su pecho y me aferro a su chaleco, quiero tenerlo así de cerca siempre.
Tenemos un ganador. Atrapó las indirectas.
A diferencia de las otras veces que nos hemos besado, esta vez es más lento, sin prisa. Desliza sus labios sobre los míos tan despacio que mi corazón se encoge. Junta nuestros cuerpos (si es que que se puede estar más juntos) haciendo que suba mis manos para que no obstruyan su tarea, las cruzo detrás de su cuello profundizando más el beso.
Sus manos recorren mi espalda de extremo a extremo. Atrapa mi labio superior entre sus labios, los míos atrapan su labio inferior y permanecemos quietos unos instantes, disfrutando del contacto. Sonrío.
Queda claro que ambos nos gustamos pero no sabemos expresarlo.
Apoyo la frente con la suya sin abrir los ojos, quiero dejar bien grabado en mi mente este beso. Noto como su pecho se eleva al intentar recuperar el aire, sus manos a cada lado de mi cuerpo y su cabello chocando con mis mejillas, haciéndome cosquillas.
—A...
No quiero arruinar el momento. Al abrir los ojos lo encuentro mirándome, analizando cada detalle de mi rostro, hasta el más diminuto. Abro la boca, dispuesta a decir cualquier cosa para rompe el hielo; pero soy interrumpida por la llegada de Marcus.
—¿Betty? —miro por encima del hombro de Daryl. Ahí está el niño observándonos, su entrecejo está arrugado—. Rick me envió a buscarlos. Lo espera en casa de Deanna, dijo que era importante.
—Dame un segundo, Marcus —él asiente, da media vuelta y desaparece. Suspiro, resignada a tener que aguantarme las ganas de comerme a besos a mi bombón—. Vamos, anda, que Rick solicita nuestra presencia.
Depósito un casto beso sobre sus labios antes de dirigirme a la casa por mi chaqueta.
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