Capítulo 1
Un día más, otro día en el que tengo que dar gracias a Díos por seguir con vida y no haberme convertido en zombi.
—Mira allá —señala un árbol a lo lejos.
Ella es Ruby, mi mejor amiga. Hace tiempo que estamos juntas en esto de sobrevivir al apocalipsis. Ella me encontró, bueno ambas nos encontramos. Cuando mi papá y yo íbamos camino a Atlanta al disque "lugar seguro", encontramos a Ruby y a su hermana en la autopista, solas.
Mi papá las trajo con nosotros, me alegré tanto de encontrar que estuve llorando como dos días enteros. Mi mamá la verdad no sé si siga con vida; ella se fue de viaje una semana antes de que empezará la peste zombi. Mi papá se quedó conmigo porque, sonará gracioso lo que voy a decir, era la final de fútbol y no se la quería perder por nada del mundo, así que de quedó.
—Dispara antes de que huya —sugiero.
La hermana de Ruby fue mordida, al igual que mi papá. A la mitad del inviernos, nos rodearon varios zombis, mi papá se estaba encargando de ellos y Patty ayudó. Ambos resultaron heridos y desde entonces Ruby y yo estamos solas. Llegamos a Atlanta y después huimos por el bosque; acampamos donde sea, aveces en hasta en los árboles. No nos quedamos en un lugar más de dos noches, ya que no es seguro. Hemos tenido nuestros malos momentos.
—¡En el blanco! —alza las manos victoriosas.
—Presumida —mascullo entre dientes. Voy a recoger la ardilla.
—¡Oh, vamos! Sabes que me emociono al ganarte —toma el animal de mis manos y lo guarda en su mochila.
—Si... si. Vámonos de una vez —le doy un leve empujón con el codo.
Caminamos sin destino alguno. Como dije antes, no nos quedamos más de dos días en un lugar. Las casas aquí no están en muy buen estado, todas están para derrumbarse.
Caminamos por el bosque un par de kilómetros hasta encontrar un tramo de carretera.
—¿Recuerdas al maestro de matemáticas? —asiente—. Si te lo encontrarás convertido, ¿qué harías?
—Cortarlo en pedacitos por todas las veces que me reprobó. Ese viejo nunca me cayó bien —responde Ruby—. ¿Qué harías tú?
—Salvarlo de ti. ¡Era su favorita! es lo mínimo que puedo hacer.
—¡Era amigo de tu papá! Claro ibas hacer su favorita.
Seguimos por la carretera. Algunos zombis se cruzan en nuestro camino y tanto Ruby como yo los eliminamos sin problema. Ella tiene un arco y unos cuchillos; yo tengo mi espada, pertenecía a mi papá, y unas cuantas armas que eran de mi hermano.
Más delante hay unos graneros, y unas de esas cosas donde los granjeros guardan las semillas. Vamos por buen camino, supongo.
—Mira, allí viene tu gemela —señalo al zombi frente a nosotras.
—¿Mi gemela? Parece tu hermana.
—No. Es igual a ti —rio.
—Ésa cosa renquea igual que tú —objeta.
—Te digo que es el mal tiempo —protesto—. Estoy vieja, mis huesos ya no dan para más. Posiblemente llueva.
—Betty, sólo tienes dieciocho años. No es para tanto —toma una de sus flechas.
Me acerco al zombi, le corto la cabeza y Ruby dispara directo a su cerebro. Somos buen equipo; yo les corto la cabeza y ella acaba con su asquerosa vida. A veces me llama la Reina Roja, por la de la película de "Alicia En El País De Las Maravillas". Aparte de que les corto la cabeza, también soy pelirroja.
—Eres seis meses mayor que yo, Betty. Pronto seremos igual de viejas.
Aunque el mundo sea una basura nosotras seguimos siendo las mismas chicas locas. Somos tal para cual; ella es todo lo opuesto a mi, tal vez por eso seamos mejores amigas.
Nos reímos de cualquier tontería, hacemos unos chistes malísimos y sarcasmo, que no falte el sarcasmo. Mi risa no es tan discreta, se escucha de aquí a la Muralla China.
Ruby es unos centímetros más alta que yo, mide como un metro setenta; su cabello se lo pinto rosa de las puntas, antes era café. Sus ojos son cafés oscuros casi negros. Sabé bailar muy bien (al contrario de mí), es muy sociable, a simple vista te cae bien. Nunca te aburres con ella porque siempre tiene algo de que hablar. Le gusta jugar voleibol e ir a ver partidos de fútbol.
En cambio yo. Soy tímida al principio, puede que también hasta grosera. Mi cabello es pelirrojo; mis ojos son cafés claro; mi estatura es de un metro sesenta y siete. Soy buena escuchando a las personas, pero terrible dando consejos. Puedo llegar a ser muy madura, si me lo propongo. Me enojo con mucha facilidad y cuando tengo hambre... mejor ni se me acerquen. No puedo estar callada ni un segundo, cuando hablo no hay quien me calle, toda una parlanchina. Siempre me pasan cosas malas y pocas las buenas. Soy torpe, todo se me cae de las manos o con sólo tocarlo las rompo. Se parkour y soy buena con las armas, mi hermano me enseñó todo lo que sé.
—Apestas a podrido —se cubre la nariz riendo
—Eres tú la que huele —me defiendo.
Flexiono mi pierna hacia atrás, proporcionandole una patada en el trasero. Deja de reír y frunce el entrecejo, la que ríe ahora soy yo. Es gracioso pelear con ella, entrecierra los ojos y se ve más chistosa. Cuando hace eso es señal de que tengo que correr antes de que me dé un buen golpe. Tiene la mano pesada.
—¡Tranquila! —comienzo a correr.
Me persigue. Por suerte soy más rápida que ella. Más delante hay un auto grande, me servirá como obstáculo. Corro hacia él, me sujetó de la parte de arriba y subo.
—¡Ven por mi, perra! —cerca del granero algo de nueve, de soslayo distingo dos figuras. Ruby ya no parece molesta. Hago un mortal hacia atrás. En cuanto tocó el suelo saco mi arma, hay varias personas aquí. Le apunto al primero que tengo enfrente.
Un hombre, de cabello corto y barba de candado no muy crecida, me punta con un arma; ambos nos miramos. Estamos atentos a cualquier movimiento del otro. Detrás de él están una mujer rubia, un anciano sin una pierna y un hombre que parece ratón de biblioteca. A su lado está otro hombre, de cabello algo largo, chaleco de cuero y tiene una ballesta.
—Martínez, baja el arma —le ordena la mujer.
Lo miro desafiante, trato de regularizar mi respiración. Retrocedo despacio para advertir a Ruby, ella llega con su arco preparado y apunta al hombre.
—Son sólo dos chicas, ¡baja el arma! —grita el anciano.
Le sonrío al hombre mayor, vuelvo mi vista hacia el tal Martínez y lo desafió con la mirada. El hombre de la ballesta le apunta a Martínez.
—Bájala. Ahora —presenta firme.
Sonrío divertida. Devuelvo mi arma a su respectiva funda. Claramente el tipo de la ballesta tiene controlada la situación, la dura mirada de Martínez titubeo fugazmente al escuchar al tipo hablar. Mi amiga me regaña con la mirada, ella se niega a dar su brazo a torcer. Hago un gesto a Martínez para que baje el arma, lo cual no hace.
Ahora veo al de la ballesta.
—¿Eres sordo? —vuelve hablar al captar mi mirada—. Bájala.
Martínez lo mira mal mientras baja su pistola, sonrío divertida de ver su expresión. Ruby baja su arco, sin dejar la flecha. Ya no veo a Martínez sino al hombre de ojos lindos. Aparenta estar en los treinta, cerca de los cuarenta, su barba es casi rubia. Viéndolo mejor tiene su atractivo.
¿He mencionado que me gustan mayores?
—¿Cómo se llaman? —habla la mujer rubia.
Miro a Ruby. Nada más las miradas nos bastan para decirnos todos.
«¿Hablas tú o yo?»
«Tú... o yo, mejor. Estás medio pendeja»
—Da lo mismo. Ya nos vamos —responde Ruby.
—¿Tienen un grupo? —inquiere esta vez el mayor de los hombres.
Abro la boca para responder, pero Ruby habla primero.
—Nos vamos —vuelve a decir.
Ruby camina delante de mí, me toma del brazo llevándome casi a la fuerza. Quiero seguir mirando al de ojos lindos. El hombre de la ballesta deja de apuntarle a Martínez, se cuelga su ballesta sobre el hombro mirándonos al alejarnos. Le sonrío, doy las gracias con un gesto.
Resignada a no volver a ver esa carita tan linda, comienzo a correr. Decidimos abandonar la carretera y nos adentramos en el bosque nuevamente; hay más zombis en el bosque que en la carretera.
—Vergüenzas me haces pasar de verás —menea la cabeza decepcionada.
—¡¿YO?! —exclamo incrédula. He hecho muchas cosas en mi vida que dan pena ajena o avergüenzan a los que me acompañan, pero no me acuerdo haber hecho algo ahorita—. ¿Qué hice? Con trabajo y respiro.
—¿Crees que no vi como te estabas comiendo con la mirada al de la ballesta? Betty, ten algo de dignidad, amiga. No seas tan obvia.
—¡Apenas y lo mire! —protesto. Corto la cabeza de un zombi.
Dos más aparecen, Ruby se encarga de ellos y yo la cubro en lo que recupera sus flechas. Si, lo admito, soy algo obvia cuando se trata de ver a un hombre que me gusta; sin embargo, no fui tan descarada esta vez al mirarlo.
—Lo mirabas del mismo modo que a mi tío. No disimulas tantito, caray.
—De acuerdo, me atrapaste —levanto los brazos al cielo dándome por vencida—. Me gustaba tu tío Ramón; también me gusto éste hombre. Soy culpable de amar y no ser correspondida.
Su seriedad me hace reír.
—Nunca cambiaras —afirma meneando la cabeza.
—Sabes que soy un caso perdido.
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