Capítulo Nº 1


Sentí que la luna me observaba como si juzgara cada uno de mis actos y pensamientos, una jueza blanca y brillante que me analizaba con fiereza. Casi parecía preguntar: «y tú, ¿qué has hecho por tu vida? ¿Qué has hecho por el mundo?», sin embargo era incapaz de responder las imaginarias preguntas que se esparcían como el viento otoñal a mi alrededor.

Se veía inmensa, dominante en el cielo nocturno y allí, al verla, me sentí pequeña. Un ser minúsculo entre tanta grandeza, una enana entre gigantes. Y aunque no me refería exclusivamente a mi altura, también –y solo quizá– podía deberse un poco a ello, a que siempre había sido «Lena, la niña», «Lena, la enana», «Lena, la nada misma».

Ver ese espectáculo hermoso de la naturaleza producía una perfecta mezcla de emoción y melancolía en mí, era como una droga: por una parte me hacía feliz y por la otra me hacía sentir miserable.

Faltaba apenas un día para la alineación de las trillizas Shume con la luna, ese era un espectáculo que por nada del mundo pensaba perderme ya que solo sucedía cada diez años y, misteriosamente, solo se lo podía apreciar en las cercanías de mi pueblo, en toda esta isla en la que vivíamos. Más que un evento astronómico, era una leyenda mágica de mi pueblo.

Mientras soñaba con poder apreciar ese bello espectáculo de la naturaleza y los ancestros, aproveché para disfrutar de la noche. Nos preparábamos para festejar con alegría aquella alineación, lo que en nuestro pueblo significaba que habría buena fortuna ese año. Cosechas mejores, sueños y ambiciones cumplidas, parejas casándose. Era un espectáculo fascinante y una tradición que muy pocos deseaban perderse, y que muy pocos –lamentablemente– podían apreciar por su escaso tiempo.

Podía ser un pueblo pequeño y regularmente aburrido, pero los sábados por la noche el movimiento aumentaba. Los jóvenes se dedicaban a buscar diversión en tabernas o discotecas; no había muchas en el lugar, eso era seguro, pero al menos contábamos con dos o tres para satisfacer nuestros mundanos vicios. Por supuesto, yo no sería la excepción, habiendo cumplido apenas mis veintiún años solo buscaba festejar a lo grande, y así fue como llegamos al nuevo pub de moda. No era tan impresionante como las de ciudades más grandes pero contaba con buena música, bebidas y los chicos más hermosos existentes. Con suerte, quizá alguna de nosotras conseguiría atrapar a algún bello muchacho que nos saque de este lugar.

—Ven, busquemos unos buenos tragos que te vuelen la cabeza, a ver si así dejas de poner esa cara horrorosa que tienes al menospreciarte.

Sentí la mano de Gina en mi cintura, mi mejor amiga que me guiaba por el oscuro pasillo hacia la barra. No tenía muchas amigas, la mayoría se había ido del pueblo en busca de mayores aventuras, una mejor vida o esposos que no fueran conocidos del vecindario. Muchos en el pueblo también se fueron por el miedo a las leyendas sobre tribus caníbales al otro lado del río, simples cuentos que nos contaban nuestros abuelos para que nos portásemos bien. De mis amigas solo quedaban Gina y Lauren, y de las dos solo podía confiar plenamente en Gina, puesto que Lauren solo acudía a nosotras cuando necesitaba algún favor, para luego olvidarse de nuestra existencia por cada chico que se cruzaba.

—Díganme que no es un sueño y que Drach está ahí sentado en la barra, con su perfecta pose y sus perfectos rasgos —dijo Lauren al abanicarse el rostro con las manos.

—No es un sueño, está ahí en la barra —respondió Gina de mala gana—. Deberías dejar de rogarle, te ves tan urgida, apuesto a que ese hombre huele tu desesperación.

—Yo lo que huelo es envidia.

Ignorándolas, solo me acerqué a la barra para saludar a ese viejo amigo al que Lauren acababa de señalar, aquel que siempre desaparecía del pueblo para buscar mayores aventuras. Era un viajero, le gustaba recorrer la isla entera, los bosques prohibidos y peligrosos a los que nadie se animaba a acercarse y, alguna que otra vez, incluso salía de la isla para viajar al exterior.

Su cabello rubio se encontraba sujeto sobre su cabeza en una pequeña colita que mostraba sus costados rapados, y en su mano, apenas apoyada sobre sus labios, llegaba a notar un cigarrillo. Parecía enfadado por algo, o al menos eso creí al ver su ceño fruncido y oír sus chasqueos de lengua, pero aun a sabiendas de que podría enfadarse más me acerqué a él y le palmeé la espalda con cariño. Giró enseguida con el ceño aún más fruncido, como si estuviera dispuesto a propinarle un golpe a quien lo molestara, pero al reconocerme sonrió con alegría y me devolvió la palmada.

—¡Lena! —dijo con su divertida sonrisa—. Tanto tiempo sin verte.

—¿Dónde estuviste? ¿Alguna nueva aventura para contarme? —le respondí y me senté a su lado mientras palmeaba la barra para pedir una cerveza.

—Una cerveza negra para mi amiga —le dijo al bartender cuando se acercó—. Supongo que te sigue gustando la cerveza negra, ¿cierto?

—Me conoces bien —reí y regresé a mirarlo a los ojos grises—. No respondiste, ¿qué tal tu viaje?

—Bien, menos aburrido que la vez anterior pero ahora estoy recorriendo una aventura aún mayor.

—¿Ah, sí? ¿Puedo saber cuál?

—La de huir de Lauren —Hizo un gesto extraño al torcer su labio mientras, a la vez, fumaba un poco de su cigarrillo—. Mierda, esa chica no se cansa de insistir... —susurró y giró la cabeza para ver a Lauren ahí, sacudía su cabellera castaña con una sonrisa de muñeca, esperando conquistarlo en vano.

—No seas cruel, solo sé directo con ella y dile que no te interesa.

—Se lo he dicho cerca de... uhm, creo que como unas nueve veces, espero no tener que hacerlo una décima. —Drach me miró directo a los ojos y por un instante me paralicé, tragué saliva y corrí la mirada con rapidez. De alguna forma él siempre conseguía intimidarme así—. Feliz cumpleaños, fue hace dos semanas, ¿cierto? ¿Cuánto cumpliste, quince?

—¡Veintiuno, idiota! —Le propiné un golpe en el hombro y él se rio con fuerza.

—Lo siento, es que como sigues teniendo la altura y el cuerpo de una niña de prescolar pues siempre le erro al número.

—¡No parezco niña de prescolar! —respondí, fastidiada, detestaba profundamente que siempre me dijeran lo mismo.

—Apuesto a que si yo no estuviera aquí sentado el bartender no te daría una cerveza, no sin ver tu identificación primero —enfatizó mientras intentaba esquivar mis golpes—. Tregua, tregua, que haya paz entre nosotros, hace como... ¿dos años? Que no te veo, no empieces a golpearme o me iré otra vez. Y luego la gente me pregunta «ay, ay, ¿por qué es que siempre te vas, Drach?» y yo responderé «es que Lena me maltrata».

Nuestra conversación no duró mucho puesto que Lauren y Gina se acercaron para pedir unos tragos, con la primera pestañeando de forma sexy para captar la atención de mi amigo. Él la ignoraba y respondía de forma seca a cada indirecta que ella le lanzaba, es más, parecía más concentrado en observar a Gina. Apreté mi puño y suspiré de forma disimulada, Gina era una chica sencilla, pero sin dudas la más bella de las tres, su piel era oscura y su cabello era castaño, sus labios carnosos solo hacían que captara la mirada de todo quien la observase, sin hablar de sus caderas que desearía poder tener y sus pechos que me hacían parecer como su hermanita menor. Sin embargo, a pesar de esas características que captaban la mirada de Drach, Gina tenía baja autoestima debido a su nariz torcida producto de un golpe en la infancia.

Hubo un momento de silencio en el que no supe qué hacer, mi cabeza daba vueltas, así que me disculpé con Gina y me alejé para poder subir las escaleras e ir a la terraza. Adoraba ver las estrellas, y en esos momentos donde solo conseguía sentirme más sola, las estrellas parecían ser las únicas que siempre estaban allí para mí. Aun con la luna tan intimidante sobre mí me sentía algo aliviada. Era extraño, realmente extraño, pero en ese momento sentí que su luz estaba sanándome por completo, que mis dolores desaparecían y hasta creí que la vida tenía algo mejor para mí.

Sin dudas estaba loca.

Y lo peor de todo es que sabía perfectamente qué me afectaba, era algo que debí superar hacía mucho pero las burlas de los demás solo lograban empeorarlo. Yo era tan diferente a mis amigas, apenas medía un metro cincuenta y dos que me hacían ver como un maldito enano junto a dos bestias sensuales. Mi rostro ovalado y ojos grandes azules –con unos horribles párpados caídos– solo me daban una mirada aún más triste y un rostro más infantil. Mis labios eran finos, creo que lo único de mí que en verdad me gustaba era mi cabello, rubio y con ondas al igual que mi padre. No era que me gustaran porque se parecían a mi padre, más bien era porque me hacía sentir que era similar a mi hermano, y ese era el mejor halago que se podría darme.

Suspiré y reposé mi cuerpo contra los barrotes de la terraza, miré las estrellas que en solo un día se alinearían con la luna. Tres pequeños puntos blancos cercanos a un círculo más grande y brillante, algo tan sencillo que conseguía emocionarnos a todos los irinnitas. Esperaba que eso significara algo bueno para mí, que por fin mis sueños pudieran cumplirse y que el amor llegara a mi puerta.

—El amor, qué cursi, «amor». Como si una persona fuera a aparecer justo en mi puerta ofreciéndome amor eterno, ¡qué tontería! —bufé.

—¿Puedo hacerte compañía o prefieres seguir hablando sola?

Giré enseguida para ver a Drach tras de mí, se encontraba con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Tragué en seco y corrí la mirada para volver a reposar sobre la baranda de la terraza. Drach era uno de esos amigos que de tanta confianza terminan por gustarte, pero de esos amigos que no deseas que te gusten. Y yo, como una idiota, había caído ante él.

—No me molesta, solo pensaba en voz alta —dije como si no sucediera nada. Traté de que él no notara cuán nerviosa me ponía.

—Estuve pensando... que sería buena idea que pasáramos más tiempo juntos.

—Bien.

—¿«Bien»? —Levantó una de sus cejas, mi respuesta no pareció agradarle mucho.

—Sí. Bien.

—Cuando me respondes así de cortante solo pienso que te molesta mi presencia —frunció el ceño y por un instante solo el silencio reinó en el lugar.

—Nunca me molestaría tu presencia, eres mi amigo, idiota.

—Así que tu amigo... —Él me miró fijo, con el ceño aún fruncido y un gesto ofuscado, fueron apenas unos segundos donde su tono de voz y su mirada cambiaron, entonces con frialdad añadió—: ¡Qué bueno que seas mi amiga entonces! Porque podrás decirle a Gina que me acompañe a ver la alineación de Shume.

Me quedé gélida en el lugar y lo miré fijo a los ojos grises que se clavaban en mí con fiereza, como si estuviera desafiándome. Todos los irinnitas éramos más que conscientes de lo que significaba invitar a alguien a la alineación, era una cita y, en algunos casos, hasta un pedido de matrimonio.

Y él pensaba llevar a mi mejor amiga.

—¿Gina? ¿Te gusta Gina?

—Es una chica atractiva, se ve fuerte y decidida, tal y como me gustan —respondió con la misma frialdad con la que había hecho antes.

—Pues ve y díselo tú, ¿qué sucedió con ese aventurero rebelde? —inquirí casi con asco—. ¿Acaso necesitas que «una niña de prescolar» como yo te ayude a ti, Drach «el Aventurero»?

Me dirigió una mirada tan furiosa que me arrepentí al instante de responderle de aquella forma.

—¿Sabes? Me arrepentí, creo que estamos mejor como hasta ahora, cada uno por su parte.

Sin decir más, Drach volteó y se alejó enseguida para poder ingresar en el bar donde, probablemente, invitaría a Gina a ver la alineación en la colina de Shume.

Esperé solo un poco para que él se mantuviera lejos de mí, necesitaba aclarar mis ideas, fue por ello que volví a mirar a la luna mientras le preguntaba qué debía hacer con mi vida. Terminé por aceptar que la luna solo era un simple satélite a kilómetros de distancia y que nunca oiría los pensamientos depresivos de una persona, y mucho menos los míos.

Entré al bar y busqué divertirme sola, así terminé conversando con un grupo de chicos que solían rondar por mi barrio. Eran los nuevos «chicos malos», ya que los anteriores habían sido mi hermano y Drach. Uno de ellos, de cabello rubio rapado, siempre había intentado ligar conmigo pero la verdad no era mi tipo, sin embargo esa noche, quizá por lo sucedido con Drach, lo había visto atractivo e incluso interesante, por ello no lo rechacé cuando me besó y luego de unas horas decidí aceptar su pedido de acompañarlo a su casa. Estaba a punto de entrar en su auto cuando sentí que me tironearon y fui expulsada contra la pared. El choque me dolió justo en los omóplatos y un fuerte ardor comenzó a aparecer cerca de mi hombro.

Parpadeé rápidamente para reconocer a Drach ahí, sujetaba de la ropa a mi cita, lo mantenía apretado contra la puerta del auto pero este no se dejó intimidar fácil y no dudó en empujarlo. Quiso propinarle un puñetazo al rostro, pero Drach se agachó con rapidez y le lanzó un puñetazo al estómago que pareció quitarle el oxígeno.

—¡Ey! —grité al correr hacia ellos—. ¡Ya paren! ¿Qué mierda hacen?

—¡Te defiendo de este idiota, estúpida! —respondió Drach con asco.

—¡¿Defenderme de qué?! —chillé.

—Ah, parece que en serio querías irte a quién sabe dónde con este zángano repugnante —gruñó él.

—¿Celoso, Drach? —acotó el otro con una risotada—. Ella eligió venir a mi cama, no a la tuya.

Drach le propinó dos puñetazos más, lleno de odio. Eran dos salvajes luchando y, aunque sin dudas era algo desagradable de ver, debo admitir que se sentía bien ver a dos hombres deseados por muchas luchando por mí. ¿Quién lo hubiera dicho?

No frenaron hasta que sujeté del brazo a Drach para poder alejarlo de la pelea, lo aparté lo más que pude y él comenzó a andar por el callejón, giró para verme, como si esperara que lo siguiera pero, a la vez, parecía estar enfadadísimo conmigo.

¿Quién diablos se creía, mi hermano mayor?

Sin embargo terminé por suspirar y lo seguí mascullando insultos a la vez que me disculpaba con el muchacho por la actitud de mi amigo.

—¿Qué carajo te sucede? —le dije cuando por fin se detuvo y se apoyó contra un paredón, del otro lado de la cuadra—. Te vas todo el tiempo, vuelves cuando se te ocurre, me saludas cuando te acuerdas que existo, te lanzas por mi mejor amiga y luego te la das de ángel guardián golpeando a mis posibles amantes, ¿qué carajo pasa contigo?

—Pasa que me tiene cansado que me esquives cuando quiero decirte algo importante, pasa que odio que te vayas por ahí con cualquier idiota como si no valieras nada, pasa que me gustas y pasa que no puedo creer que deba decírtelo así para que te des cuenta.

Me quedé helada en el lugar y lo miré fijo a los ojos, pero sentí mis mejillas arder y me percaté de que acababa de ruborizarme. Él maldijo por lo bajo y se acercó más, me observó directo a los ojos como si estuviera esperando algo, quise decirle que no lo entendía, no lograba comprender por qué de la nada decía que le gustaba, puesto que jamás me demostró esa clase de interés, pero entonces me besó. No pude más que seguirle el beso al abrazarlo del cuello.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que nos separamos y él me miró, aun sosteniéndose de mi cintura. Sonrió con dulzura y me pellizcó la nariz con sus dedos.

—Tonta —susurró con una risita—. Pensaba pedírselo a Gina, pero la verdad es que prefiero que seas . ¿Quieres acompañarme a ver la alineación?

No supe cómo llegamos a la casa de Drach, ni cómo fue que entre besos comenzamos a desvestirnos para terminar recostados en la cama disfrutando del cuerpo del otro. Todo parecía confuso en mi cabeza, como si de un sueño se tratase, quizá solo se debía al alcohol en mi sangre o quizás era la felicidad, no podía asegurarlo.

Drach se recostó para mirar el techo mientras prendía un cigarrillo con un suspiro y yo me acomodé boca abajo por el dolor en el raspón que me había quedado en el omóplato. Él apenas si giró para verme y con suavidad pasó su dedo áspero sobre los hematomas.

—Lo siento.

—Solo es un raspón, nada grave. Ya lo desinfectaste así que en unos días estará cicatrizado y hasta me olvidaré de su existencia —admití con un suspiro—. ¿Cómo puede ser que no sepas colocar una gasa?

—No todos somos enfermeros como tú.

—Es medicina básica, Drach —reí y lo observé fijo mientras él fumaba.

Tenía todo su torso y brazos llenos de tatuajes, no me sorprendía en lo absoluto ya que en su cuello podía verse una frase en una lengua desconocida para mí, pero me llamó la atención un gran tatuaje color sangre en su pectoral izquierdo, sobre el corazón. Era un lobo que mordía una rosa y llegaba hasta su hombro. Nunca había visto un tatuaje de esa clase así que me senté para poder observarlo mejor, pero él pareció notar mi mirada y sonrió con picardía.

—¿Te gustan los tatuajes?

—Un poco, solo estaba apreciándolos mejor... —le dije con una sonrisa y me encogí de hombros.

Él sopló el humo de su cigarrillo otra vez y aproveché para estirar mi mano hacia ese tatuaje tan extraño y llamativo, pero él me alejó enseguida casi de un manotazo.

—Ese es especial. Lo siento, Lena. —Sentí una fuerte punzada en mi pecho y corrí la mirada, algo dolida—. No te pongas así, simplemente no me gusta que toquen ese tatuaje, es demasiado especial.

No respondí nada ante eso, no había algo que añadir y en sí no era quién para hacerle escenas o incluso preguntas, solo éramos dos amigos que habían pasado una buena noche juntos.

A la tarde me había dirigido hacia mi casa para poder prepararme para la alineación, así que cerca del atardecer me despedí de mis padres con un beso en la mejilla a cada uno y fui hacia el punto de encuentro.

Era un domingo por la tarde y los locales estaban cerrados, pocas personas se podían ver en la calle ya que los irinnitas solíamos cenar muy temprano y dormir aún más pronto, para así poder aprovechar el sol. Aun con todas las tecnologías existentes seguía siendo un pueblo más llevado a lo campestre con gente demasiado tradicional y hasta ortodoxa, al menos en la zona donde yo vivía.

Corrí hacia la entrada de la Reserva de Shume cuando estuve cerca, donde Drach me esperaba con su típico cigarrillo en la boca. Me sonrió al verme y junto a otras personas ingresamos a esa Reserva que pocas veces se encontraba concurrido, debido a las leyendas era un lugar que nadie quería visitar –y que mayormente solía estar con las rejas encadenadas–, pero al ser una ocasión especial las puertas se abrían por esa noche, aun con los miedos a las leyendas urbanas sobre caníbales en el bosque y hasta desapariciones de ovnis.

Nunca faltaba el loco gritando que los ovnis eran la causa de la desaparición de personas diez años atrás, y esa noche no fue la excepción. La policía tuvo que hacer acto de presencia y llevarse a un hombre que a todo pulmón gritaba que los extraterrestres se habían llevado a su hija. Me dio algo de pena, con todo lo malo que estaba sucediendo en el mundo las desapariciones de mujeres eran cada vez más comunes, quizá el pobre hombre solo se reconfortaba con la creencia de que seres espaciales la secuestraron.

Nos acomodamos en una manta en el suelo luego de pasear entre los árboles de esa pequeña entrada al bosque, donde en el centro había una pequeña colina con estructuras de piedra. Era consciente de que la Reserva y la Colina de Shume habían sido en una época parte del territorio indígena, sin embargo pasó a ser solo una reserva que intentaba mantener intactos sus lugares sagrados.

Cerca de nosotros noté a un grupo de amigas muy charlatanas y alocadas, que no dudaban en darle a conocer a todos los presentes sus chismes personales. Giré para verlas, me estaban molestando bastante, una de ellas era una mujer pálida como la nieve con el cabello negro y enormes ojos azules que se reía como loca, la otra era morena y de larguísimo cabello rizado que me miró y, con un gesto despreciativo, me mostró su dedo corazón. Apenas si chasqueé la lengua y giré para ver a mi izquierda. Junto a mí, justo ubicado a mi lado, se encontraba un hombre con una mujer que parecían estar muy acaramelados, llevaban un champagne refrigerado y eso me hizo creer que quizá acababan de comprometerse o era una ocasión especial. Me dio ternura verlos.

Bebí un poco de cerveza negra, mi favorita, mientras observaba el cielo con tranquilidad. Inspiré el aire fresco que se sentía tan delicioso en esa parte, quizá por la naturaleza que nos rodeaba en la reserva, las tupidas hojas que se arqueaban sobre nosotros. Incluso podía asegurar que en el aire se olía alguna clase de flor dulce, y esa flor dulce desapareció al instante en que el olor a marihuana de alguno en la colina llegó a mis fosas nasales.

—¿Crees en esas estupideces que dicen sobre la alineación? —se rio mi amigo y bebió otro poco de cerveza—. Son puras mentiras, Lena. Mira si unas estrellas van a cumplir todos tus sueños.

—Ya déjame soñar, yo no rompo tus sueños.

—No puedes romper mis sueños, ya los he cumplido todos. —Drach se rio con tanta fuerza que incluso esas molestas chicas cerca de nosotros le pidieron que se callara. Muy irónico.

Ninguno volvió a hablar, la verdad era que deseaba poder apreciar el momento, la naturaleza que nos rodeaba y el aroma fresco y sano que se sentía en el aire. Especialmente ese aroma dulce de alguna flor de por allí que cada cierto tiempo, y según la brisa, llegaba a mí.

Las estrellas y la luna estaban tan cerca las unas de las otras que solo faltaban instantes para que se alinearan, debía pedir un deseo con urgencia, el deseo de ser alguien en la vida, o quizá ser feliz, o tener un gran amor. O solo tener un buen año.

—Hay menos gente que hace diez años —dijo Drach de repente al mirar a su alrededor.

—¿Viniste la vez anterior?

—Vinimos con un par de amigos y unas cervezas. Tu hermano ese día prefirió salir con su novia, a eso en mi barrio se le llama alta traición —se rio y luego dejó ir un leve suspiro—. Fue genial, pero había más personas antes.

—Supongo que ya no les parecerá tan impresionante, además eso de los ovnis y las teorías conspirativas asustan a muchas personas.

—¿Y a ti no?

—No soy tan idiota —sonreí como respuesta y me encogí de hombros, él entonces me corrió un mechón de cabello del rostro para colocarlo tras mi oreja y el roce de su mano se sintió realmente cálido en mi mejilla.

—¿Sabías que hay una leyenda jhakae que dice que la alineación es el perfecto momento para cazar hombres y desposar mujeres? —dijo con una sonrisa.

—No, ignoro bastante las leyendas que dicen por el pueblo, y más las jhakaes.

—También dicen que este era un lugar de sacrificios a la luna, y ahora es visto como una colina del amor para ver las estrellas. Irónico, ¿cierto?

—Dudo mucho que haya una tribu nativa en el bosque con las tecnologías actuales, tengo veintiún años y jamás vi a uno de ellos, la verdad es que ya ni creo en esas cosas. Así como superé la idea del coco, así superé la idea de caníbales en el bosque —dije con un suspiro, trataba de no darle mucha importancia, no entendía por qué a Drach, siempre tan escéptico, le interesaba tanto las leyendas jhakae.

—Dicen, también, que se esconden del otro lado del río, en el bosque —murmuró.

—Sí, sí, también dicen que se comen a sus bebés y que le bailan al diablo, y que si no duermes a la tarde y comes toda la cena ellos aparecerán para comerte.

El tema ya comenzaba a fastidiarme, pero en ese instante él sonrió y se irguió un poco en su lugar.

—Mira, casi está perfecta.

Sonreí de igual manera al notar que las estrellas estaban alineadas con la luna, era una bonita imagen y un bonito augurio para nuestras vidas, el lugar incluso se notaba más iluminado, como si alguna clase de fuerza mística estuviera posada sobre nosotros, justo sobre mí. Deseé con todas mis fuerzas tener buena suerte, y hasta estaba segura de que así sería, o al menos eso creí...

—Es increíble como unos pedazos de roca tan alejados el uno del otro puedan darle esperanzas tan estúpidas a las personas —dijo con una risa divertida, luego me miró—. Pensaba traer a Gina, tú en verdad me agradas y debo admitir que me gustas, aunque sea un poco. Me agrada esa apariencia de niña con actitud de mala que tienes, como un gatito pequeño mostrando sus garras ante leones.

Había algo extraño en su tono de voz, y su mirada fría como témpano de hielo me daba escalofríos. Tragué saliva con algo de desconfianza y no dudé en mirar a mi alrededor, había algo extraño en todo aquello, y aunque sentía un inexplicable y repentino miedo me decidí a mirarlo fijo a los ojos, con dureza. Estaba preparada para hacerle preguntas, sin embargo él solo dijo:

—Lo siento, traté de advertírtelo.

Acto seguido chifló con fuerza y de entre los árboles aparecieron varios hombres de piel aceitunada, rodearon a todas las personas que nos encontrábamos allí reunidas. Los gritos de pánico y las preguntas se arremolinaron en el aire, pero yo estaba estática viendo a esos hombres con dagas en sus manos, dispuestos a matarnos. No supe cómo reaccionar, estaba aterrada, sin embargo también me sentí algo envalentonada, quizá por la adrenalina. Tardé menos de un segundo en reaccionar y girar hacia Drach para poder gritarle:

—¡¿Qué diablos pasa?! ¡¿Qué es todo esto?!

—Esto, pequeña, es un favor a mi omana —dijo con una sonrisa—. ¡Maten a los hombres, busquen a las mujeres más fuertes y maten a las más débiles!

Drach se alejó de ahí y los hombres lo dejaron pasar, como si lo respetaran, como si él fuera alguien realmente importante. Rechiné los dientes de odio y grité:

—¡¿Cómo es esto?! ¡¿Primero me dices que te gusto y luego me entregas a estos tipos?!

Pero al ver a esos hombres que se acercaban a nosotras giré a un costado buscando alguna forma de escapar y fue así que vi cómo le cortaban la garganta al hombre que tenía a mi lado, quien se sacudía en el suelo hasta morir ahí, junto a mí. Lancé un grito de horror que se fundió con el de todos los demás, pero algo insuperable al de su esposa al lado.

Todo era sangre y gritos, la desesperación se palpaba en el aire, mi pecho estaba agitado y se levantaba una y otra vez. Mis extremidades temblaban, era incapaz de controlarlas. No sabía si llorar, gritar o solo dejarme ahí, derrotada ante un grupo de desconocidos. Y ninguno podía correr, no podíamos escapar, a cualquier intento seríamos asesinados como le acababa de suceder a muchos allí.

No podíamos hacer nada.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y solo me dejé caer ahí, apoyé la frente en la tierra y cubrí mi cabeza con las manos. Estaba tan aterrada pero, a la vez, tan enfadada que no supe qué otra cosa hacer. Era incapaz de defenderme e incapaz de huir.

La sensación de ser sujetada y tironeada del pantalón me obligó a enderezarme, así noté que uno de esos salvajes me estaba sosteniendo y, cuando esta persona intentó bajarme el pantalón, por instinto giré y le lancé una bofetada al rostro, llena de ira.

—¡No me toques, asqueroso! —le grité.

Tras de mí se encontraba un joven de piel aceitunada y cobriza, que me miraba a los ojos con los suyos verdes. Ignoró mis palabras y con su daga rompió mi jean para poder bajarlo mejor, pataleé con fuerza y luché para que no me hiciera daño, no quería que me tocara y creí que, con esa actitud, quizá hasta me violaría. Si iba a morir no deseaba que fuera de esa forma. Sin embargo él se cortó la palma de su mano y luego la apoyó en mi nalga desnuda.

—¡Ya suéltame! —amenacé.

El joven entonces hizo un gesto con su dedo y los labios, me indicaba que me quedara en silencio y tranquila, o al menos eso fue lo que interpreté.

Un fuerte ardor me invadió y volví a patearlo, su mano con sangre había dejado una huella en mi nalga y ahora esta comenzaba a meterse en la piel mientras formaba un extraño símbolo que terminó por volverse una rosa de color sangre. No solo eso era imposible ya que la sangre no podía hacer tal cosa, sino que también ese cambio en ella me producía un fuerte dolor y presión en la piel que me hacía querer llorar, era como si me estuvieran quemando.

Escuché de nuevo la voz de Drach, hablaba en una lengua desconocida para mí, pero giró para ver a los demás y pareció sorprendido de verme allí, por lo que hizo un gesto divertido y meneó la cabeza para luego hablar en nuestra lengua.

—Tienen dos minutos para arreglar a sus nuevas esposas al estilo jhakae y poder llevarlas con nosotros.

El hombre que me había marcado en el trasero –como si solo fuera un animal de ganado– se acercó más a mí y amenacé con golpearlo, pero este no se inmutó. Me sujetó del cabello y me hizo doler, luego me soltó enseguida y me dirigió una mirada apenada, para enseguida, con un temblar en sus manos que no era capaz de comprender, comenzó a sujetar mi cabello en enrosques y pequeñas trenzas. Formaba un recogido que sostuvo con un palillo que llevaba en su cabello, largo y blanco como la luna. Esa maldita luna en el cielo que se acababa de alinear con las estrellas.

Y se suponía que era un buen augurio, maldita sea.

Me quedé ahí, quieta, y lo dejé hacer. La verdad era que no deseaba morir, pensaba ser al menos un poco dócil –y solo un poco– para poder vivir aunque sea unos días más.

Unos pocos instantes después Drach paseó frente a nosotros, nos observaba a todas las mujeres que allí estábamos peinadas con trenzas y enrosques, las dos mujeres chillonas y la pobre mujer recientemente viuda estaban allí junto a mí. Entonces Drach depositó sus ojos grises en mí, sonrió con un deje de soberbia que me produjo un mal sabor en la boca, y sentí el deseo de golpearlo con fuerza. Aun a sabiendas de que podrían matarme me puse de pie de un salto y me abalancé sobre él, lo golpeé con todas mis fuerzas en el rostro una y otra vez entre insultos. Drach parecía sorprendido de que «la Niña» lo estuviera haciendo sangrar. Y lo golpeé sin parar hasta que alguien me sujetó de los brazos en busca de alejarme de él.

—Bienvenida a la tribu jhakae, Lena —me dijo Drach con esa sonrisa tan característica en él.

Dibujo hecho por mí de Lena marcada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top