Capítulo N° 24
Por días no quise salir de la cama. Mis seres queridos estaban preocupados por mí, pero usé el dolor físico y mis heridas como excusa. Usé como máscara todos esos moretones, cortes y hasta las costillas rotas, que me ayudaban a cubrir el dolor de mi alma. Un dolor invisible pero latente, que se intensiticaba por la noche y desaparecía de a momentos, pero siempre estaba ahí.
Las únicas «cosas buenas» que había traído el castigo hacia nosotros era que Nehué y Verónica se habían decidido a casarse. Ver el fuerte castigo que me dieron, y la humillación que Jhëren sufrió, fue motivo suficiente para que dejaran el orgullo atrás y se decidieran a estar juntos, aunque no lo quisieran. Así que hubo una nueva distracción en la aldea y fue esa esperada boda. La líder blanca lo usaba como una tapadera, en un vano intento por cubrir el daño ocasionado.
No le funcionó.
Todos en la tribu se enteraron que perdí un embarazo gracias a las líderes –exceptuando a Jhïle– y las omanas más crueles. Eso hizo que muchos hombres se pusieran en contra de ellas. Los esposos de aquellas mujeres dejaron de tenerles respeto y se comportaban de forma rebelde, desobedeciendo órdenes sin importarles las consecuencias.
Pero yo ya no tenía fuerza. Era la sombra de lo que alguna vez fui, aunque sonreía para Jhëren, para Nundeh e incluso para mi suegro. Mi pobre suegro que se sentía culpable por todo, por su danza, por no haber entrenado suficiente la paciencia de mi esposo. Como si ese fuera el problema. Como si sus estúpidas reglas no tuvieran la culpa de todo.
De forma increíble muchas personas de la tribu a las cuales no conocía de nada habían venido a visitarnos, incluso nos traían regalos. Algunos preparaban comidas especiales para Jhëren y para mí –en un principio pensé que estaban envenenadas así que Nundeh se sacrificó por el grupo y degustó cada sabor–, algunas vestimentas, incluso vasijas y macetas para decorar nuestro hogar, algunas mantas y pieles. En fin, la tribu se sentía apenada por lo que nos había sucedido, habíamos tocado su fibra sensible. Todos habían olvidado que llamé «Khumé» a Jhëren o que le extendí la mano, porque en la mente de todos solo existían dos palabras «bebé asesinado». Bueno, decir todos era una exageración, Marla y la líder blanca, e incluso la líder Lerona, por supuesto que no venían incluidas en el paquete de disculpas.
Mi cuerpo dolía demasiado. Habían pasado dos semanas desde ese momento y el dolor no cesaba, aunque Clara se la pasaba preparándome infusiones para que el dolor disminuyera me seguía sintiendo igual de mal que el primer día. Y no existía tampoco una cura para el alma herida, no había ungüentos ni tés que sirvieran para sanar mi mente y corazón.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Jhëren al acariciar mi cabello con cariño.
Estaba sentado a mi lado y me cuidaba con tanto amor que incluso me daba más deseos de llorar.
—Me duele todo, aún duele respirar pero... creo que estoy mejorando.
—Bueno, mei o'pae quiere hacerle regalo a Lena —Sonrió con alegría y se acercó un poco para poder darme un beso en los labios—. ¿Crees que o'pae pueda cargarte?
—Supongo, no estoy tan mal como para quedarme encerrada, pero me duele el cuerpo.
—¡Llamaré a o'pae!
Diciendo esto Jhëren se fue lo más rápido que su cuerpo le permitía. Aún le costaba andar por ahí con normalidad. Su pierna seguía cojeando, aunque él buscaba disimularlo, lo notaba por la forma en que no apoyaba por completo el pie en el suelo cuando quería dar un paso.
Su cabello estaba corto. Era difícil acostumbrarme a verlo de esa forma pero estaba segura de que a él le costaba muchísimo más. No era solo mechones de cabello, era lo que significaba, considerado por la tribu como indigno de tener esposa. Él intentaba tomarlo con tranquilidad, sonreía y reía junto a mí, pero por las noches me daba la espalda y a veces alcanzaba a oírlo sollozar. Cada vez que lo veía pasar los dedos por su cabello corto, como si le hubieran arrebatado lo más preciado en su vida, una parte de mí moría nuevamente.
No era novedad mi llanto. Lloraba por las noches antes de dormir y me despertaba con los ojos inflamados, aunque no era la única. Jhëren también lloraba seguido aunque buscaba esconderse para que no lo viera. Todo era difícil para nosotros.
A veces me acariciaba el vientre y los ojos se me llenaban de lágrimas. Siguen haciéndolo al recordar. Nunca mentí al decir que no quería un bebé, no tan pronto, pero saber que había uno ahí, que tenía vida en mi interior y que en unos meses podría tener un pequeño Jhëren o una pequeña Lena en mis brazos... Eso hacía que en verdad deseara tenerlo. Sentía el vacío, faltaba una parte de mí que nunca supe que necesitaba, y me imaginaba cosas que jamás pasarían. Me imaginaba mi abdomen crecido, me preguntaba cómo se sentiría el movimiento de un bebé, o sus patadas. Me imaginaba, a veces, su voz.
—Perdón —sollozaba cada vez que pasaba mis manos por allí—. Perdón, por no haberte protegido. Perdón.
Jhëren no hablaba del embarazo. Jamás lo hacía. Solo preguntaba por mis malestares físicos, por cómo me sentía emocionalmente, pero jamás hablábamos entre nosotros sobre el aborto. A veces eso era una bendición, y otras tantas veces era una tortura porque necesitaba hablarlo con alguien. Alguien que no me dijera «eres joven, tendrás otro», «menos mal que era pequeño y no llegaste a quererlo», como me dijeron esas personas de la aldea cuando me visitaron. Ellos de verdad creían que me ayudaban al decirlo, pero solo me hacía sentir peor.
Siempre intentaba mantenerme fuerte pero era algo imposible, estaba cansada de mostrarme fuerte para los demás, para que nadie se preocupara, para que todos estuvieran bien. Me habían herido, ¿cuál era el problema de que quisiera llorar? ¿Por qué debía fingir fortaleza cuando en realidad solo deseaba llorar hasta deshidratarme? Llorar hasta morir...
A veces pensaba: «si hubiera golpeado a Jhëren, ¿todo esto podría haberse evitado?», «si lo golpeo, ¿estaremos bien?», y entonces regreso a llorar, y lloro con más fuerza porque temo volverme un monstruo, temo que me quiebren, que dobleguen mi voluntad y me conviertan en lo que ellos desean, en uno de los títeres de su sociedad.
«Golpéalo y ya»
«Hazlo»
Son frases que cruzaban seguido por mi cabeza, pero las mantuve alejadas de mis pensamientos, las escondí e incineré en mi mente. ¿Qué es lo que me hicieron? ¿Qué? Me intoxicaron, ¿y si terminaban por ganar? ¿Y si terminaba por volverme en una Marla o una Caty?
Yo no sería así, nunca sería así, pero... ¿y si lo fuera? ¿Y si terminaba por volverme una golpeadora?
Sentí las lágrimas recorrer mi rostro cuando vi la hermosa sonrisa de Jhëren ahí en la puerta, se acercaba a mí y tras él ingresaba Jhëron. Él suspiró al verme y colocó sus manos en la cadera, para luego menear la cabeza.
—¿Qué dijimos de llorar, pequeñita? —me dijo con una sonrisa de lado.
—¡Es que no puedo evitarlo!
—Sé que no puedes evitarlo, hija. Solo recuerda que tienes a tu alrededor gente que te ama. Tienes a Jhëren y me tienes a mí. Tienes muchas personas en las cuales puedes confiar y que están dispuestas a hacerte sonreír. No estás sola, mimi kujú, y no te dejaremos sola, menos aún en este momento.
Lloré con más fuerza incluso, y él entonces me envolvió en sus brazos. Sus manos eran callosas y ásperas, pero ayudaban a reconfortarme. Su respiración y latidos eran tranquilos, y tal vez no tenía sentido, pero me sentía a salvo con él. A salvo como jamás me sentí con mis padres.
—Todo va a estar bien, mimi kujú —susurró en mi oído—. Llora si lo necesitas. No te escondas para hacerlo, sabes que estoy para ti, hija. Aquí estoy contigo.
Gimoteé con fuerza y me aferré más a él, pero muy pronto mi corazón comenzó a imitar sus tranquilos latidos, y mi respiración se normalizó al ritmo de la suya. Tardé un poco, aún aferrada a él, pero en algún momento logré recomponerme lo suficiente como para poder salir con ellos.
Jhëren ayudó a su padre a levantarme de la cama. Y, como si no pesara absolutamente nada, Jhëron pudo levantarme con una facilidad entre sus brazos que me hizo pensar si acaso era tan pequeñita. Apoyé la cabeza en el pecho de mi querido suegrito tan amable y divertido que me hacía sentir como en casa.
Nos acercamos a la cabaña de los sabios. Pude ver a Jhïle con Drach en compañía de sus hijos, a Jhöne y Nuria a un costado, incluso Clara y Nundeh estaban allí sentados en un tronco. Al vernos estos últimos se pusieron de pie, y luego de que Jhëron dijera algo en jhakae comenzaron a andar hacia el bosque con nosotros siguiéndolos por detrás.
—¿Qué es esto? —le pregunté en un susurro.
—Como te he dicho un par de veces yo no muestro mi afecto con palabras, lo muestro con actos.
Sin decir más continuamos con nuestro trayecto, los demás iban hablando en jhakae, incluso Drach con Jhïle.
El suelo estaba nevado, cubierto de ese blanco que me hacía respirar mucho más acelerado. Comencé a sentir mi corazón latir a gran velocidad y todo comenzó a dar vueltas a mi alrededor mientras más blanco veía en todas partes. Como ese día, como cuando me arrojaron en la nieve. Apreté mis dedos a los hombros de Jhëron, con fuerza, sintiendo que incluso podría vomitar, y él dirigió su mirada hacia mí. Lo miré a los rasgados ojos café que me miraban con cariño, no con pena y compasión como los demás, solo cariño.
—Está bien —dijo en voz baja, tal vez para que los demás no nos oyeran—. Estás a salvo, mimi kujú. Estás a salvo, respira.
—No me gusta el blanco, no me gusta la nieve —jadeé muy rápido.
—No te concentres en eso, mírame a mí, mira a Jhëren. Mira a la gente que te quiere.
Respiré hondo varias veces y mis ojos se dirigieron hacia todos lados, en busca de algo que no fuera blanco. Miré el tronco marrón oscuro de los delgados árboles sin hojas, pero eso solo lograba empeorarlo. Miré hacia Jhëren que caminaba a nuestro lado, con una capa de piel de lobo gris. Cojeaba un poco, pero se aferraba a Nundeh en algunas ocasiones para poder avanzar.
Miré especialmente a Drach, que seguía vistiéndose como un simple chico de Irinnoa, con sus jeans y sus botas a cordones. Ver eso, ver ropa de mi ciudad, ver su peinado a la moda, me ayudaba a no ver todo lo demás. Concentré la mirada en él, que siempre me recordaba a mi casa. A su lado Jhïle iba abrigada con un vestido invernal terracota con pequeños bordados blancos. Traté de no pensar que se asemejaba a nieve y sangre, y me concentré en ver los bordados. Me pregunté si acaso Drach lo había hecho para ella, no podía imaginármelo como costurero.
Él se mantenía un paso tras Jhïle como cualquier otro uemane, sin embargo iban de la mano como verdaderos esposos. De vez en cuando ella giraba para verlo y le dirigía una sonrisa y una mirada llena de amor, y aunque no podía ver el rostro de Drach estaba segura de que él la miraba de igual forma. Lástima que fuera tan estúpido como para no apreciarla como correspondía.
Miré también el cabello pelirrojo, cobrizo brillante, de Nundeh y Clara. Los observé a ellos, a la sonrisa en él y a los gestos fastidiados de ella.
Nundeh abrazaba a Clara y ella intentaba alejarlo de vez en cuando, era la primera vez que los veía juntos como familia, Nundeh parecía ser bastante... intenso, demasiado cariñoso, como una barra de caramelo derretido, así de pegajoso. Ayudaba a su madre a cruzar por partes difíciles al tomarla en sus brazos como si no pesara nada, y aunque era un acto muy cordial Clara se veía completamente enfadada por eso. A veces Nundeh desaparecía entre los árboles y ella se preocupaba, detenía su andar y miraba hacia todas partes, pero luego Nundeh aparecía de la nada solo para darle un beso en una mejilla y volver a huir, haciendo enfadar a su madre. Era como un mono inquieto y travieso...
En el caso de Nuria y Jhöne, ambos caminaban cerca del otro, y apenas si Jhöne iba un poquito atrás de ella, parecía más bien ir a su par. Apenas si hablaban y apenas si se miraban, estaban más concentrados en caminar que en comunicarse entre ellos, aunque de vez en cuando Jhöne la detenía de repente para evitar que tropezara o chocara con trampas para animales que hacían los cazadores.
Reconocí los bosques que rodeaban la cascada y sonreí con alegría. Jhëren me había dicho que su padre lo llevaba allí cuando era pequeño. Era un lugar importante para los Jhümi.
—¿No le duelen los brazos por cargarme tanto? Puedo caminar... —le susurré a mi suegro y él sonrió.
—He cargado a personas más pesadas durante viajes más largos, mimi kujú, estoy bien. Prefiero que no te esfuerces mucho, ¿de acuerdo?
Al llegar a la cascada mis ojos se abrieron con sorpresa al ver la belleza de ese lugar, y aunque todo estaba cubierto de nieve mi corazón se mantuvo tranquilo y no hubo mareos ni náuseas por ver tanta blancura. Era una imagen simplemente preciosa. Algunas partes de la cascada estaban congeladas, así que era como ver cristales cayendo del cielo, pero otras partes estaban perfectamente descongeladas y el agua seguía corriendo por esas zonas. El agua que la rodeaba corría por una parte pero por otras, las que rodeaban la roca de los bosques, se mantenía congelada.
Drach y Jhöne enseguida se pusieron a trabajar. Era la primera vez que los veía juntos, Jhëren me había dicho que eran amigos pero no pude creerlo. Sabía que Jhöne casi le partió la nariz al día siguiente de su boda, como un castigo por haber tocado a su hermana. Por un tiempo habían mantenido una pésima relación, hasta que algo lo hizo cambiar de parecer.
Drach probablemente era de las pocas personas que podía darle un golpe en el hombro a esa masa de músculos y que este le respondiera con otra de forma bromista, incluso con una sonrisa o risas de por medio. Después de todo Jhöne parecía seguir siendo una persona y un poco menos bestia.
Armaron una gran carpa entre dos árboles con pieles y cuero, así el calor podría mantenerse en el interior y pasar una buena tarde en familia. Los vi hacerlo, aún en los brazos de mi suegro que no había derramado ni una gota de sudor por cargarme todo el camino.
Jhëron me sentó sobre los cueros recubiertos con tejidos cálidos y acolchados que dejaron en el suelo dentro de la carpa. Cubrió mis piernas con unas mantas tejidas y las mujeres se ubicaron cerca de mí, en círculo. Los niños no ingresaron, pues comenzaron a correr por todas partes. Se arrojaban bolas de nieve y se reían, lo que alegraba muchísimo el ambiente tenso.
El ambiente se sentía cálido, muy distinto al exterior. La carpa lograba frenar el viento frío, se sentía incluso acojedor, y por largos minutos estuvimos calladas, hasta que Jhïle decidió cortar con todo ese silencio.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó de repente.
—Estoy bien...
—Bueno, Lena, puedes hablar con nosotras, creo que nadie podría entenderte mejor que nosotras dos —dijo Nuria al encogerse de hombros.
Nundeh se agachó cerca de nosotras, al límite de la carpa, y comenzó a armar una fogata bien cuidada para poder calentar más el ambiente.
—¿Por qué lo dices? —pregunté y Nuria suspiró.
—Bueno, lo siento, no soy conocida por mi sensibilidad al hablar, pero... no es novedad que Jhöne y yo no podemos tener hijos, y Jhïle...
—Nuria —la regañó ella con un gruñido.
—Vamos, solo quiero levantarle un poco el ánimo.
—No sirves para eso, mejor cállate.
Nuria se encogió más de hombros y se cubrió las piernas con una manta, se la veía bastante triste. Recordé la vez que hablé con Jhïle en mi boda, yo había sido la única de las dos que había resistido una conversación con Jhïle sin llorar, así que supuse que no tenían una buena relación.
Jhïle miró a Nundeh frente a nosotras trabajando en ese fuego para mantenernos calentitas, y le dijo algo en jhakae. Él asintió y lo vi buscar entre las cosas hasta dar con una cazuela, luego se alejó muy rápido en busca de alguien, o tal vez de algo.
—Perder un hijo es un dolor que nunca se quita —dijo Jhïle y comencé a sentir una bola de angustia que me laceraba la garganta—. No hay palabras de aliento que sirva, nada de lo que podamos decir va a ayudarte a sentir mejor.
—No quiero hablar de eso, por favor —susurré, abrazándome las piernas.
—Entiendo. Me quedaré en silencio.
Jhïle no dijo nada más, y no permitió que Nuria hiciera un solo sonido. Las miré a las dos con curiosidad, especialmente a mi cuñada que estaba con la espalda recta y con toda su imponencia de líder. Ella se veía dura, imparable, como una montaña imposible de conquistar. Y aún así... Su mirada era suave al verme, como si entendiera.
—Jhïle, ¿tú...? —Abrí los ojos con sorpresa y me erguí un poco—. ¿Lo entiendes?
Ella me miró de soslayo, para luego concentrarse en ver el frente. En ver el lago de la cascada con hielo y escarcha que lo hacía brillar.
—Quedé embarazada de Jhïon luego de tres años de matrimonio, un poco tarde para una pareja activa —dijo Jhïle con su ceño fruncido—. Perdimos dos hijos antes de Jhïon. El primero cuando apenas nos enterábamos de que tendríamos bebé, el segundo cuando ya mi vientre había comenzado a crecer. Créele a Nuria, nadie mejor que nosotras te entenderá.
Me encogí de hombros y mordí mi labio inferior con tristeza, no tenía deseos de hablar del aborto, no tenía deseos de hablar de bebés o de lo que pudo haber sido, pero... también necesitaba sentirme menos sola.
—No podrían entenderlo —susurré—. No podrían porque no saben el dolor de tener esta cosa horrible en la frente —Aunque quería evitarlo mis ojos se llenaron de lágrimas—. Y aunque todos finjan ignorarlo para no herirme yo sé que está ahí, lo siento cuando paso mis dedos, sé que es horrible, sé que se ve a distancia y que todos lo ven... Eso no podrían entenderlo.
Jhïle chasqueó la lengua y se quitó la capa de piel de lobo que cubría sus hombros, desanudó de a poco las cuerdas delanteras de su vestido, hasta dejarlo caer hasta su cintura. Corrí la mirada por instinto al ver sus senos.
—No eres la única —susurró Jhïle.
Miré de soslayo, no tenía pudor al enseñarme sus senos redondos y perfectos pese a haber tenido tres hijos. Ahí entre la piel de sus senos, en su pecho, podía verse una marca rojo sangre. Cubrió sus pezones y corrió un poco los senos a los lados para mostrar mejor aquella marca. Era extraña, diferente a las otras marcas que los jhakaes utilizaban, más ancha arriba y alargada hacia abajo, como si siguiera el formato de un triángulo invertido. Parecía tener relieve como una cicatriz queloide.
—Esto es lo que tú tienes en tu frente —dijo con el ceño fruncido—. Y esto es lo que yo tuve en la mía cuando hice que capturaran a Drach para mí. Ni él ni yo nos libramos fácil de castigos, Drach fue azotado, yo fui atada a un poste por tres días para ser apedreada por todos, y fui marcada con esto, la marca de la vergüenza.
—Pero... ¿por qué está ahí? —me atreví a preguntar.
—A las veinte primaveras asumí como líder, no quedaba bien que una líder llevara la marca de la vergüenza. Lerona la movió de lugar, la marca seguiría en mi cuerpo para recordarme mis errores, pero no estaría a la vista para no avergonzar a las líderes.
Diciendo eso regresó a vestirse y volvió a abrigarse del frío.
—Recuerdo ese día —murmuró Nuria, encogida de hombros con timidez—. Cuando azotaron a Drach y apedrearon a Jhïle. Lo recuerdo porque me dio mucho miedo, pero... También recuerdo que fue cuando Jhöne dejó de darme miedo.
La miré con atención. Nunca supe cómo Nuria había tomado el ser capturada, pero ser raptada por un ser enorme como Jhöne debió ser aterrador.
—¿Qué hizo Jhöne? —me atreví a preguntar.
Nuria miró a Jhïle, como si le pidiera permiso para hablar. Esta dejó ir un suspiro, mirando hacia donde estaba su hermano.
—Se puso frente a mí para recibir la mayoría de los piedrazos. Me dio agua y comida, aún a sabiendas de que lo golpearía mi madre —dijo Jhïle—. Es un idiota, pero es un buen hermano.
—Tardé cuatro años en enamorarme de Jhöne, vivíamos juntos por cuestión de reglas, y nos dábamos espacio porque no nos interesaba el otro, aunque a veces sí teníamos sexo —suspiró Nuria—. Pero ese día me di cuenta que no era aterrador, que era solo un muchacho intentando proteger a su hermana.
Ninguna dijo más, no hice más preguntas y Jhïle no volvió a tocar el tema, sería difícil para ella recordar lo que vivió con Drach para poder estar juntos, y era difícil para mí hablar de lo que pasó. Aún así... Me sentí menos sola. No necesité intercambiar más palabras con ella para sentirme acompañada. El silencio, de repente, ya no fue incómodo.
Jhëren nos trajo unos pocillos con una infusión, la mía era exclusivamente de flor de nü, así que bebí junto a las otras para poder calentarme. Afuera se oían las risas de los niños, quería verlos jugar así que me moví un poco de mi lugar para poder estar más cerca del borde de la carpa. Jhëren me regañó al hacerlo porque no quería que tuviera frío, aunque lo hizo más bien como una suave sugerencia para evitar sonar como si mandara sobre mí.
Nundeh jugaba con Jhün, correteaban por todas partes y se perseguían entre sí entre carcajadas. Era divertido ver a ese enorme pelirrojo caer sobre la nieve y ser atacado por ese niño, que saltaba sobre él. Era una imagen hermosa.
Lo que más me sorprendió fue ver a Jhöne junto a Jhïon, lo veía reírse casi a carcajadas y alzaba en sus brazos a ese niño de siete años que tanto lo admiraba. Jhïon se colgaba de su brazo y Jhöne lo levantaba con facilidad hasta hamacarlo.
—¿Y, mimi kujú? ¿Qué te parece?
Giré la cabeza hacia un costado al oír la voz de Jhëron, estaba apoyado en el árbol que sostenía una parte de la carpa. Me sonreía hacia un costado como solía hacer.
—Lo había visto en otoño, me había parecido hermoso pero así, aunque todo se ve blanco, es bellísimo —dije con una sonrisa iluminada que lo hizo sonreír.
—Cuando sea primavera te traeré otra vez, los colores aumentan y las flores crecen en los lugares menos pensados.
Sabía que esta era una salida familiar para ayudarme a sanar, a sentirme menos sola y a demostrar el apoyo del clan. Sin embargo no entendía qué hacían allí Clara y Nundeh.
—¿Puedo preguntar algo? —Lo miré.
Y tal vez fui demasiado obvia al verlo todo, porque mi suegro no tardó en decir:
—Si vas a preguntar qué hacen Nundeh y Clara en una salida familiar, la respuesta es simple. Ellos también son mi familia —respondió con una sonrisa—. Recuerda, mimi kujú, que yo ayudé a Clara a criar a Nundeh. Es más, Nundeh durante sus primeros años de vida no me llamaba «sabio Jhëron», me llamaba «papá». Podrá ser un adulto y podrá haberlo olvidado, pero lo sigo considerando uno de mis hijos.
No dije nada más, solo asentí con una sonrisa. La pequeña Jhënna apareció de repente y comenzó a tironear el brazo de su abuelo para mostrarle algo, así que simplemente él se dejó arrastrar por su nietita.
Ingresé de nuevo en la carpa y me ubiqué junto a Jhïle y Nuria, conversaban poco pero de vez en cuando intercambiaban palabras. Hablaban en jhakae así que no podía entenderles nada, pero enseguida comenzaron a hablar en español para que yo pudiera unirme a la conversación. Hablaban de Jhöne y su ira incontrolable, de las dosis de opiácea que le daban, y de lo feliz que era al jugar con sus sobrinos.
Para no tocar temas tristes comenzamos a hablar de trabajo. Debido a que estaba herida y no podía moverme mucho era que Nuria debía volver a hacer todo sola. Me daba pena volver a cargarla con tantas responsabilidades, en especial en invierno donde todo empeoraba por las pestes. Las responsabilidades de Jhïle eran aún mayores, siendo madre de dos niños inquietos y una niña pequeñita, sumándole que era jefa del clan Jhümi y una de las cinco líderes. Por suerte tenía a Drach y, según ella, le ayudaba mucho con todas las responsabilidades al hacerse cargo de los niños y ayudarle con el trabajo de liderazgo.
Nuria se puso de pie sin decir nada y se alejó de nosotras hasta salir de la carpa. La seguí con la mirada, justo para verla acercarse a Jhöne. Le extendió un pocillo de té y él lo tomó de mala gana, incluso parecía que maldecía por lo bajo, pero aunque era algo casi imperceptible y no estaba del todo segura de si lo estaba imaginando, pude ver que sonrió de lado. Llevó su mano hacia la cabeza de Nuria y le dio una pequeña caricia, para luego beber un sorbo.
Ella se mantuvo a su lado y se apoyó en el hombro de su esposo. Pensé que él la haría a un lado por ser tan arisco, pero no lo hizo, solo la alejó un segundo para quitarse su capa de piel de lobo y colocársela a ella sobre los hombros.
Jhëren se acercó a nosotras y se ubicó tras de mí, me envolvió la cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en el espacio en mi trapecio. Sus manos estaban heladas, pero su aliento era cálido, me agradaba sentirlo tan cerca. Envolví sus manos entre las mías con la esperanza de calentarlas un poco.
—Jhëren —La fría voz de Jhïle lo hizo tensarse un pequeño instante, así que dirigí mis ojos hacia ella—. Por el bien de ambos, les recomiendo buscar un hijo cuando se recuperen. Tu omana tendrá nueve meses de protección de esa forma.
—No creo... que sea el momento adecuado —respondió Jhëren en un susurro y me apretó un poco—. Jhëren... no se siente preparado.
—Yo tampoco me siento preparada —acoté en voz baja. Sentí un gran nudo en mi garganta que me molestaba bastante—. No luego de esto.
—Lo entiendo mejor que nadie. Dejen pasar el tiempo y busquen un hijo cuando estén listos, tendrás nueve meses libre de castigos, odio, insultos o cualquier tipo de desprecio —Jhïle me miró con comprensión—. Y Jhëren dejará de ser juzgado.
Ni Jhëren ni yo respondimos, nos quedamos en silencio. No sabía lo que él estaría pensando, yo solo podía temblar de miedo. ¿Cómo se afronta algo como eso? ¿Cómo se decide tener un hijo? ¿Cómo se hace para tener un hijo sin pensar lo que pudo ser del primero que ya no existe ni existirá?
Si tuviera un bebé quisiera que fuera una niña, una niña que a pesar de estar alejada de todos al menos no sería torturada, sometida o esclavizada. Dolería demasiado que al crecer se tuviera que mantener alejada de su padre, pero al menos ninguno de los dos tendríamos que soportar verla ser golpeada, con la mirada baja, ser sometida, abusada o maltratada.
Por nada del mundo querría tener un niño en la tribu jhakae.
Pasamos el resto de la tarde entre risas, bromas de Nundeh y comentarios sarcásticos de Drach. Era divertido, a pesar de los problemas que los dividía a todos, de las leyes, seguían siendo una familia normal. Una que tenía problemas y bandos como todas las otras familias, pero podía notar los lazos que unía a cada uno de ellos.
Los Jhümi eran tan orgullosos como para no demostrar lo que sentían, sin contar a Jhëren que era la completa excepción a la regla, pero podía notar el amor que todos allí se tenían. Incluso lo notaba en el frío y arisco de Jhöne, podía notar el amor que sentía por su esposa. Quizá no era la clase de amor que me unía a Jhëren, pero era amor, uno diferente. Quizá cada pareja se amaba a su manera, quizás el amor no se mostraba con palabras o con caricias. Quizás estaba en los pequeños detalles, en ese pocillo de té que Nuria le alcanzó a su marido, en ese abrigo que él le extendió para protegerla del frío. Quizá, simplemente, yo no conocía otras formas de amar.
Regresamos a la aldea antes de que todo oscureciera. Aunque Jhëren había querido cargarme no se lo permitieron. Después de todo él seguía herido y no podía esforzar su pierna. Jhëron podía seguir siendo joven pero él ya me había cargado a la ida y molestarlo con la vuelta sería un abuso, y claramente nadie me permitiría caminar.
Nadie adivinaría quién me trajo de vuelta...
Fue realmente incómodo sentir el aliento de Jhöne en mi frente marcada. No hablamos, no hicimos nada. Incluso rogué varias veces en mis pensamientos bajar de sus brazos en cualquier momento, por lo incómodo que era ser cargada por mi cuñado, uno arisco y violento que no había dudado en herirme a mí y a su hermano. Aún conociendo su situación, era difícil no sentirme intimidada.
Me hubiera gustado que Nundeh me hubiera cargado, pero él estaba demasiado preocupado en que a su madre no le sucediera nada, parecía no notar que Clara estaba completamente fastidiada con su insistencia o su sobreprotección.
Nadie dijo nada ni hizo nada en la aldea cuando me vieron llegar en los brazos de Jhöne, ni siquiera cuando él ingresó en mi choza y me recostó con suavidad en las pieles. Probablemente le encontrarían una buena explicación, y de seguro Jhöne no permitiría que nadie inventara paparruchadas.
No dijo nada antes de irse, pero antes de salir por la puerta giró para verme, no asintió con respeto, no me mostró ninguna clase de pena o cariño, solo me miró como si me entendiera. Sus ojos verdes tan parecidos a los de Jhëren, y a la vez tan distintos, se veían transparentes en ese momento. No necesité palabras de su parte y él no necesitó las mías. Luego, sin decir nada, solo se fue.
—¿Estás bien? —preguntó Jhëren cuando se ubicó a mi lado y me tapó bien con los abrigos.
—Bien, decir que fue incómodo que tu hermano me cargara creo que es innecesario.
—Para Jhöne fue más incómodo —se rio y me acarició la espalda con cariño—. Jhöne odia a Lena pero siente... ¿empatía? Por Lena en estos momentos.
—Sí, empatía está bien dicho... —Lo miré en silencio a sus ojos verdes, aún no me acostumbraba a verlo con el cabello corto, me producía tristeza verlo de esa forma—. ¿Quién te enseñó esa palabra?
—Nundeh.
Sonreí. Esa era una palabra que definía a la perfección la esencia de Nundeh.
—Lena... —Por un instante Jhëren se quedó en silencio y luego se encogió de hombros, corrió la mirada y continuó—, sé que Lena está mal, sé que Lena está peor que Jhëren pero...
—Dime —asentí, quería demostrarle que podía confiar en mí.
Ambos la estábamos pasando mal, lo mejor que podíamos hacer era apoyarnos en el otro. Posé con cariño la mano en su mejilla, para acariciarle el pómulo con moretones amarillentos que ya estaban por desaparecer.
—Tengo miedo —susurró y una pequeña lágrima se escapó con rebeldía de sus ojos—. Tengo miedo, Lena, quiero... en verdad quiero ser padre con Lena, pero... y si...
—Lo sé... Tampoco siento que sea buena idea, yo no... Mira, es difícil —Mordí mi labio y me encogí de hombros—. No quería tener un bebé, lo sabes pero... pero ahora pienso mucho en lo que podría haber sido y... y pienso que hubiera sido bonito. —Sentí mis ojos llenarse de lágrimas pero puse todo de mí para no llorar—. También tengo miedo.
Era la primera vez que hablábamos de esto desde que nos enteramos del aborto. Él me miró fijo, como si también comprendiera que necesitábamos hablarlo.
—Hagamos algo —Jhëren sonrió con cierta tristeza y me tomó de las manos, me dio un pequeño beso en ellas—. Seamos felices juntos y que Khuri ilumine el camino de Jhëren y Lena, si Khuri y Shanny lo desean entonces tendremos un bebé.
Fue inevitable llorar con él, pero su calor me hacía sentir mejor, sus brazos al aferrarme con fuerza parecían absorber todo mi pesar y tristeza. Con Jhëren me sentía muchísimo mejor. Hablamos de nuestros miedos, de lo que pudo ser y no fue, de lo que nos depararía el futuro, y de las exigencias sociales que ni siquiera respetaban nuestro luto.
Lo único que atravesaba mis pensamientos era la idea de solo escaparme con él, pero sabía que de solo intentarlo nos asesinarían. Ya había sucedido en el pasado y las parejas que lo habían intentado fueran perseguidas , atrapadas, y luego de arrebatarles la vida habían sido enterrados; la mayor deshonra para una persona en la tribu jhakae, quedar en la tierra y hundirse en esta hasta llegar a Bájhe.
No quería ese futuro para Jhëren y para mí, lo único que nos quedaba era fingir. Fingir estar de acuerdo con sus estúpidas reglas y fingir que éramos felices con ellas.
Fingir que éramos felices...
Hice un dibujo de Lena en este capítulo, no quedó como quería pero supongo que igual sirve. Lo dejaré luego de los puntos por si alguien no quiere ver imágenes de los personajes.
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