Úrsula
Quién hubiese pensado que todo terminaría de aquella manera, pero ella jamás logró controlarse.
Las fuerzas malignas en su interior la poseyeron por completo, no hubo lugar para una bondad pasada.
Sus ojos ya no eran la luz del sol en las profundidades, ese brillo había sido consumido por la oscuridad sin ella poder quejarse.
Se había convertido en la villana sin querer serlo.
* * *
ÚRSULA
Era una noche cualquiera cuando Úrsula se percató de que su hermana no estaba en casa. Una pesadilla la había estado atormentando hasta que ya no pudo aguantar más. Eran voces atemorizantes, similares al chirrido de una antigua puerta al abrirse. Eran crueles susurros que, sin ella saber por qué, la animaban a nadar hacia la oscuridad.
Sabía que Ariel siempre había sido una joven desobediente, pero en aquel tiempo su actitud era aún más extraña y sospechosa de lo normal. Mas nadie comprendía ese sentimiento de duda, pues únicamente ella, su hermana mayor, era así de cercana a su corazón.
Intentó una vez más cerrar sus ojos y caer en un sueño profundo, para ser así una alegre fantasía lo que saturase sus pensamientos. Una en la que libertad fuese la sangre que corría por sus venas mientras nadase en busca de un sueño que perseguir. Pero eso no fue posible, pues los murmullos regresaron a ocupar su mente, por completo. Gritos, ruegos por alcanzar esa libertad anhelada. Órdenes que la invadieron, impidiéndole oponerse ante ellas, tomando una pequeña parte de su ser que albergaba una atrasada rebeldía, dispuesta a volverse realidad.
El misterio por lo desconocido la llamaba, su deseo por lo prohibido. Úrsula decidió dejarse llevar por esa sensación , creyendo al menos por un instante, que aquello era lo correcto. Ignorando la posibilidad de que ese fuese el camino que la condujese a su fin. Siguió el camino que debía recorrer, internándose así en la oscuridad absoluta de las cavernas submarinas, que irradiaban maldad y terror.
La sirena oía las voces cada vez más cerca, comprendiendo que éstas no provenían de su cabeza, sino de dos enormes criaturas que se imponían firmes frente a ella como anguilas de gran tamaño, cubriéndolas un sucio color verdoso.
Se hacían llamar Floatsam y Jetsam.
Lo único que se podía diferenciar eran sus ojos; cuatro esferas como llamas bajo la noche, dos de ellas más brillantes que las demás.
De pronto, sintió un escalofrío correr por su espina dorsal. Una de las criaturas la había tomado con brusquedad, las punzantes escamas inmovilizándola. Sintió el temor expandirse en su pecho rápidamente. Oyó a lo lejos su nombre ser pronunciado por una de las bestias.
Una vez, otra vez.
Se volvía relajante.
Sintió el placer de librarse de un peso, como una gruesa capa de suciedad.
Pero cuando se percató de que aquel peso que se desprendía era ella, fue demasiado tarde.
Un grito ahogado atravesó su garganta, junto a un dolor desgarrador que le partió el alma,
que
como
humo
se
esfumó.
* * *
Reía y cantaba, sintiendo la adrenalina arder.
Nadaba danzando al compás de su música, dirigiéndose al amor de su vida, como había hecho las anteriores noches.
No sospechaba que la observaban desde lejos.
Saltó en la superficie, sacudiendo su melena rojiza que protagonizaba el paisaje, a la luz de la luna, que brillaba como nunca.
Avanzó emocionada por el calmado océano, hasta horas después hallar la silenciosa nave hecha de finas maderas que visitaba cada madrugada.
En ella, un hombre se encontraba de pie con la mirada perdida en el horizonte, pensando en la inmensidad; en el resplandor sobre las aguas que era el único capaz de permanecer allí, pese a la oscuridad eterna del espacio. Como una estrella, concentrado todo color en un solo punto.
Como una voz armoniosa que rompía el silencio, pero sin quitarle su belleza. Mezclándose con él.
Pero aquella melodía no provenía de su imaginación perdida en aquel momento, sino de la criatura a su lado, que yacía recostada sobre el borde de la embarcación. Su amada, que con ojos brillosos le dedicaba notas alegres, éstas acariciando como plumas su corazón.
Lástima que el ambiente de ternura y felicidad se desintegraba unos metros más allá, producto de una simple mirada cargada de envidia. Ojos como ventanas selladas, porque el alma, encerrada en su cuerpo, no podía expresar sus verdaderas emociones.
* * *
Otra noche más de pesadillas interminables, de miradas aterradoras y de sonrisas maliciosas por crímenes incontrolables.
Otra más de dolores sin medicina.
Otra más de negrura cegadora y luz encadenada.
Otra más en que su cuerpo se movía sin permiso, siguiendo a Ariel. Odio e ira invadiendo su mente.
Úrsula se tapó los oídos con las palmas de sus manos.
Gritó y se dejó caer de rodillas.
Sintió lágrimas correr por su rostro.
Mas nada de ello era físico.
Y pasaron los días.
Las semanas.
Los meses
Ella cada vez se sentía con menos fuerza para combatir el mal que se apoderaba casi por completo de su interior.
Poco a poco sus manos ya no eran sus manos.
Su cabellos cuarzo ya no era el suyo.
Su único escondite era su corazón, pues no existía mente más que espesa oscuridad.
Y frente a ella, una película de lo que sería la realidad vista desde la perspectiva que debiese ser suya.
Pero como el tiempo,
desaparecía.
* * *
Podía oír un melancólico canto; voz reconocible donde fuese.
Se quejaba de un amor imposible, de la libertad, de la superficie inexplorada. Era Ariel.
El sonido de sus sollozos alegraba inexplicablemente a su hermana. La hacían sentirse poderosa.
Ariel rogaba al infinito por piernas. Por vivir allí arriba, en donde pudiese utilizarlas.
Y Úrsula iba a dárselas.
Descendió hasta una caverna abandonada por todo ser vivo, tan amplia como pudiesen ingresar sus secuaces.
Ella descargó todo ese odio, toda esa envidia, toda emoción negativa, en un solo lugar. Una simple y débil caracola, transformada en arma cruel y potente.
De vuelta en el castillo, halló otra vez a su hermana entre lágrimas, escondida.
Su padre, Tritón, no se encontraba allí en ese momento, lo cual le daba a Úrsula una oportunidad para cumplir su objetivo, el cual era quitarle a Ariel su felicidad.
Se acercó lentamente a ella, y posó una mano en su hombro.
Ariel se sobresaltó y escondió su triste rostro tras su pelirroja cabellera. Pero Úrsula la consoló y abrazó, prometiéndole su ayuda, confesándole que ella ya sabía de su romance secreto.
Le entregó la caracola y ésta comenzó a resplandecer. La luz verdosa se expandió en las manos de la sirena e invadió sus venas, dirigiéndose hacia su corazón para luego inundarlo.
Pero, de pronto, oyó la voz de su padre; por lo que Úrsula se vio obligada a arrancar el objeto de las manos de su hermana y escapar hacia su nuevo hogar,
ella misma, oscuridad.
* * *
Ariel sintió una densa ola de veneno correr por sus venas, alcanzando en segundos su pecho, ralentizando sus latidos.
Pero cuando se creía desvanecer, todo se detuvo de golpe.
Intentó nadar, respirar a través de sus branquias; pero no había alguna de ellas, sino que dos piernas humanas.
Se ahogaba.
No podía gritar.
De pronto comprendía nada.
No recordaba.
No respiraba.
No podía...
* * *
Un cuerpo desnudo ascendió inconsciente a la superficie, en donde vagó horas hasta ser halado por una pequeña balsa pesquera.
Los mellizos pescadores Sebastián y Flounder, no dudaron en rescatarla, cubriéndola con abrigos y ayudándola a respirar.
Ariel había perdido la memoria por un momento, pero al Úrsula haberse detenido, el proceso no pudo completarse, por lo que recuperó sus recuerdos lentamente.
Pero antes de ello, Eric, su amado, había regresado de un viaje y ella lo había rechazado.
Fue fría y cruel sin siquiera necesitar palabras, ya que aquel veneno tenía el objetivo de quitarle su música.
Y lo había logrado.
Pero Ariel no quería venganza, no quería herir su hermana.
Ella sabía que Úrsula no era así; estaba segura de que le había sucedido algo.
Y quería ayudarla.
* * *
Encerrada en sí misma, aún era capaz de sentir su físico, muy levente, pero al menos podía observarlo.
Desde la noche en que le dio piernas a Ariel, Úrsula no volvió a poner un pie en aquel palacio. Y aunque hubiese podido hacerlo por su cuenta, se habría quedado escondida entre cavernas y oscuridad.
Podía notar su propia transformación, su piel se teñía de un pálido púrpura y su oscura cola se volvía tentáculos. Se había transformado en un monstruo por completo.
Ya no intentaba luchar contra la maldad, no tenía sentido hacerlo. Saldría perjudicada de todos modos.
Floatsam y Jetsam la controlaban en todo momento. Ni siquiera oía sus voces, pues ya eran parte de ella.
Nadó a toda velocidad hacia la superficie, sin comprender por qué. Sintió algo que en mucho tiempo jamás había sucedido, desesperación total.
Las bestias lo sentían.
Ella lo sentía.
Odio y envidia otra vez.
* * *
Ariel había sido capaz de ir tras Eric.
A través de cartas y notas había podido explicarle lo sucedido.
Él, sin más preámbulos, aceptó su disculpa con un anillo. El amor supera el orgullo y sufrimiento.
Días después, un bello vestido blanco decoraba el cuerpo de la chica. Su cabello rojizo caía a la altura de sus caderas, margaritas entre trenzas.
Caminó decidida hacia la cubierta del barco, donde la esperaba la boda. Sentía amor y alegría en su interior.
Observaba a cada uno de los invitados, familiares de Eric y amigos que había hecho en su tiempo allí.
Habían decidido que ese acontecimiento tan importante se celebraría lo más cerca posible del océano, que era tan importante para ella. La misma embarcación en la que se habían conocido.
Detuvo su mirada en su prometido y se enamoró más de lo que ya estaba, desde el primer día.
Se acercó y rodeó el cuello de Eric con sus brazos mientras él hacía lo mismo con su cintura.
Cruzaron sus miradas, ambas con el mismo sentimiento. Ojos brillosos, lágrimas de alegría asomándose bajo ellos.
Y se besaron.
* * *
Era la misma madera.
La misma forma.
Era la misma embarcación, estaba segura de ello.
Se acercó rápidamente desde abajo de ésta y la golpeó con sus tentáculos, provocando un sonido atronador y una nave sumergida.
Se oían gritos y llantos distorsionados por la diferencia de medio, pero aún así eran música para sus oídos.
Buscó a sus víctimas entre todas aquellas personas, y cuando las halló, las tomó y las llevó a la superficie otra vez, pues quería que vivieran mientras los hacía sufrir.
Ariel la veía horrorizada, pues nunca creyó que algo así fuese a suceder. Pero Úrsula evadió su mirada y lanzó a Eric hacia las profundidades del océano sin piedad alguna.
Luego de ello, aumentó la presión en la extremidad con la que sostenía a su hermana, observando cómo esta comenzaba asfixiarse. Lágrimas de desesperación corrían por sus mejillas, pero a Úrsula aquello no le importaba, ella solamente se centraba en los sentimientos negativos, en el poder y en la hipnosis.
Hipnosis.
¿Hipnosis?
Dejó de presionar.
Se percató del error que estaba cometiendo y buscó la mirada de Ariel, mientras una última lágrima auténtica se deslizaba por su rostro.
Halló decepción en ella, pero también comprensión, amor incondicional de familia.
Eso la confortó mientras sentía un objeto punzante le atravesaba el corazón.
Sus paredes se derrumbaron en segundos, y su vida también.
Sonrió levemente por última vez, o al menos eso intentó.
Ignoró el rostro destrozado por el sufrimiento de su hermana y se centró solamente en su melena pelirroja.
En una mancha rojiza.
En una negrura placentera.
Y dejó de sentir.
* * *
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