Margarita (parte III, opción 2)

—Creo que me gustaría llamarme Margarita —escribí en un trozo de papel.

—Yo Riz —leí al recibirlo devuelta.

—¿Y eso por qué?

—Por raíz. Las margaritas se sostienen de algún lado, ¿no? Y yo quiero sostenerte.

—¿Lo leíste en algún libro?

—No, yo puedo ser original.

—Probablemente si pudiese, me sonrojaría.

Se acercó a mí y coloreó mis mejillas metálicas con un lápiz color rosa.

—Me parece que era rojo, no rosa —escribí.

—Otra vez, yo puedo ser original.

—Como digas.

Tomé una pila de fotografías, dejando a un lado las que no me servían luego de observarlas. Mis favoritas eran las que podía identificar como sentimientos y los bellos paisajes de naturaleza que jamás podría apreciar con mis propios ojos.

Había una imagen en la que niños jugaban en la nieve. Se lanzaban unos a otros bolas de aquella belleza, construían fuertes, se divertían.

Tomé un papel y un lápiz.

—Tengo una idea. Quizá no pueda sentir diversión, pero eso no quiere decir que no pueda intentarlo. Sígueme —escribí rápidamente y lancé la hoja a Riz.

Me levanté y abrí la puerta, luego me alejé bastante de mi choza y me oculté tras un montón de desechos plásticos. Segundos después Riz se hallaba a mi lado y me entregó el papel.

—¿Qué estamos haciendo?

—Tú ve allá —escribí y señalé el montículo de basura frente a nosotros.

Asintió y corrió hacia el lugar.

Tomé una vieja botella del suelo y la lancé hacia su escondite. Luego recogí otras dos y, corriendo, me acerqué a Riz mientras las lanzaba. Quizá no era lo mismo que nieve, pero una guerra de basura era lo más cercano que teníamos.



***



—¿Sabes lo extraño que es el que no necesitemos alimentarnos? Se supone que aún tenemos estómago —escribió.

—No sabemos si tenemos, los libros no especificaban demasiado nuestra transformación.

—Cierto.

Me quedé un momento sin escribir, y luego tomé el lápiz otra vez.

—Me gustaría tocar algún instrumento.

—Ya no existen.

—Lo sé, pero podríamos crear una batería, llenar de lodo algunas botellas.

Se levantó, salió de la choza y volvió con tres desperdicios distintos: Una vieja olla, una botella plástica y una de vidrio. Me entregó las últimas dos y tomé mi lápiz, las golpeé; cada una producía un sonido distinto. Él lo intentó con la olla y sucedió lo mismo.

Era alucinante poder tocar música con lo que fuese.



***



Estaba preocupada, Riz actuaba de manera muy extraña. Me dejaba de lado, se iba gran parte de la noche sin razón aparente. Pero había decidido preguntarle si le sucedía algo. Ya lo había ayudado antes, y podía hacerlo de nuevo.

—¿Hay algo que quieras contarme? —escribí y le entregué el papel.

—Es complicado.

—Sabes que puedes decirme.

—Quiero irme. Quiero enseñarle a otros a hacer lo que hacemos, quiero intentar cambiar el mundo. Tú me ayudaste, yo puedo ayudar a otros y ellos a otros. Quizá podamos devolver al mundo como antes solía ser.

—Está bien.

Acepté, sin embargo me sentía decepcionada. Al parecer, mi acompañante me abandonaría y la tristeza que aquello me provocaba era inmensa.



***



Ruinas, libros, era mi paraíso.

Corría y golpeaba las paredes mientras pasaba a su lado, la música me mantenía enérgica.

Él había decidido ayudar a otros, yo había decidido buscar vida en el mundo.

La esperanza es lo último que muere.

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