Margarita (parte III, opción 1)
—Creo que me gustaría llamarme Jake —leí en un trozo de papel.
—Yo Kate —escribí y se lo devolví.
—¿Por qué?
—No lo sé, es lindo. Así se llamaba la chica de "Las Cuatro Estrellas"
—Ese libro es muy malo.
—Por eso mismo.
—No te comprendo.
—Ni yo, pero el nombre es lindo.
—Probablemente me reiría ahora mismo si pudiese.
Me acerqué a él y dibujé una sonrisa sobre el metal donde debiese estar su boca, luego Jake hizo lo mismo conmigo.
—A propósito de "Las Cuatro Estrellas", ¿no crees que es extraño el cielo? —escribió.
Asentí y tomé mi lápiz.
—Hay muchas cosas extrañas en el mundo.
Se quedó pensando unos minutos.
—Deberíamos crear una constelación.
—¿Qué es eso?
—Ayer leí en un libro de astronomía que eran algo así como estrellas unidas por líneas imaginarias formando un dibujo que lleva un nombre.
—Vaya, y se supone que yo te enseñaba.
—Eso fue hace años.
Me levanté y abrí la puerta, luego me alejé unos metros de mi choza y me dejé caer de espaldas sobre un montículo de basura. Segundos después sentí a Jake caer a mi lado.
Señaló una estrella en lo alto y luego a mí. Yo señalé una que estaba al lado de aquella y luego a él. Con su dedo dibujó en el aire un corazón formado de las estrellas alrededor de aquellas dos.
Decidimos llamarla "Margarita".
***
Otro siglo.
El tiempo transcurría extrañamente rápido; los días eran muy largos, las noches duraban apenas unas horas.
Algunas décadas antes, habíamos escapado del orden. La vida era mucho mejor en libertad, nuestro hogar era una pequeña choza de basura en medio de la nada. Pero dentro de ella yacían cientos de libros, dibujos y recuerdos que la volvían hermosa.
Habíamos aprendido mucho juntos: ciencias, artes, historia e incluso algunos sentimientos. La astronomía nos intrigaba bastante, y gracias a imágenes habíamos notado que el sol solía ser de mucho menor tamaño del que se veía en el cielo.
Con el paso de los años, aún en pareja necesitábamos más compañía. Tomábamos alambres por montones y llenábamos la choza de mascotas falsas, pues era imposible hallar animales allí. Aunque no duraban mucho, el calor abrasador arruinaba sus formas.
El hierro en nuestra piel era extremadamente resistente, pero no indestructible. Cuando nos transformaron, no se pensaba claramente que la temperatura en la Tierra fuese a aumentar tanto como para derretirnos, pero así sucedió.
Al principio no era muy notorio, pero tiempo después, a nuestro alrededor todo era fuego, y lo que no, se convertía en líquido y luego se evaporaba. Mi cuerpo no sintió aquellos cambios hasta que la capa de metal que me cubría era bastante ligera.
Dolor.
Ardía mi interior, todo. No podía caminar, ni moverme, apenas lograba buscar a Jake con la mirada y él sufría tanto o más que yo.
Por más extraño que parezca, aquel dolor no era para mí del todo negativo, sentía algo real.
Sentía algo físico.
Lo suave para mí siempre había sido igual a lo áspero, mi sentido del tacto era nulo, al igual que el del gusto y olfato. Las llamas impedían el silencio, por lo que el del oído no fallaba, pero la vista había sido mi compañera desde mi origen. No quería perderla, pero la negrura era incontrolable.
El dolor me nublaba y yo ardía feliz.
Moría feliz.
Moría sintiendo.
Moría viviendo.
Mi humanidad volvía a mí por unos segundos y luego se desvanecía, como el tiempo.
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