Según muchos libros, el amor es lo más hermoso. La verdad, con mi poca capacidad para sentir, no tenía idea a lo que se referían, pero quería averiguarlo.

Muchas veces en mis viajes hallaba imágenes y las guardaba dentro de los libros para no perderlas. Estaba prohibido que los recolectores se quedasen con cosas halladas en sus viajes, pero no podía evitarlo, necesitaba descubrir nuevos mundos entre letras y el tiempo para hacerlo me sobraba.

En una de las imágenes se distinguía un chico entregándole una margarita a una chica, al parecer como muestra de cariño, y ella le sonreía. Supuse que ese paso para sentir amor era mucho más fácil que el de besar, pues sin labios era imposible, por lo que me dediqué semanas a buscar una flor, ignorando la lúgubre realidad.

Lamentablemente no hallé siquiera un brote de maleza, nuestro mundo era un basurero, literalmente. No me quedó de otra que robar de los materiales de construcción un poco de alambre y formar con él una margarita. Luego a ella pegué trozos de papel de los colores correspondientes y ya tenía un modelo de flor hecho a mano, solamente me faltaba alguien a quien entregársela.

Me acerqué a un trozo de espejo que colgaba del techo de mi pequeña choza de basura y me observé en él. Luego tomé un pequeño carboncillo que había hallado días atrás y dibujé tres líneas sobre cada uno de mis ojos, simulando pestañas. Un viejo labial rojizo simulando los labios que no poseeré jamás. Retazos de sucias telas cubriendo el metal oxidado de mi cuerpo simulando un vestido a la moda. Luego tomé la margarita y la acerqué al espejo, como queriendo dársela a mi reflejo. Claramente no fue posible.

Probablemente eso fue lo más cercano a tristeza que había sentido.

***

A pesar de saber que el tiempo no debía importarme, lo hacía. Cada día, de pie en mi lugar, sentía los minutos como horas de desperdicio y aburrimiento. No tenía sentido pasar el día esperando nada, o quizá esperando al tiempo mismo, pero ¿por qué tendríamos que esperar al tiempo si él no nos esperó a nosotros?

Así como ésta, preguntas sin respuestas rondaban mi mente y se clavaban en ella como cuchillas afiladas: ¿qué viene ahora? ¿Continuará sobreviviendo el planeta? ¿Seré el único ser capaz de razonar?

Definitivamente necesitaba un acompañante, o enloquecería. Pero todos eran idénticos. Igualmente fríos, igualmente serios, y supongo que yo también me mostraba de ese modo. ¿Cómo hallaría una pareja entre una multitud así? Al parecer tendría que transformar a uno de ellos en lo yo me he convertido, enseñarle poco a poco la realidad. Y eso hice.

Una noche de trabajo, tras caminar algunos kilómetros, me aseguré de seguir a alguien que estuviese completamente solo. Luego, mientras estaba distraído, pateé su pie izquierdo y me lancé al suelo, como si me hubiese tropezado. Supuse que me ignoraría, sin embargo se volteó y se me quedó viendo.

Me puse de pie, tomando la margarita que había hecho, y con mi mano sujeté su brazo, para luego introducir la flor entre sus dedos.

Me alejé corriendo, algo que siempre había querido hacer.

***

A la mañana siguiente, me hallaba una vez más en mi lugar en la hilera 83, pero era diferente; a mi lado, el mismo tipo del día anterior me observaba fijamente, lucía algo extrañado, o sorprendido, la verdad interpretar las facciones de un robot no era nada sencillo.

Al llegar el atardecer, todos comenzaron a alejarse, incluso él, pero lo detuve tomando su mano. Se volteó hacia mí y contempló nuestros dedos unidos sin hacer nada para separarlos. Entonces lo atraje hacia mi hogar y le entregué el libro que había cambiado mi mundo.

Lo abrió, frío, y observó los mismos dibujos que yo había observado. Señalé con mi dedo el mar azul y luego mi ventana, para que comprendiera que eran, o habían sido alguna vez, lo mismo. Él señaló lentamente el césped del libro y luego la basura, yo asentí y lo abracé. Podía sentir, al parecer, emoción en mi interior; y sin duda era más emocionante aún percatarme de que aún en este estado, podía sentir.