Capítulo 7. Ratona en celo
—¿Dónde estará metida la fea?
Golzy estaba caminando por todo el pasillo para dirigirse al cuarto de Tais, ya que la joven ratona no apareció a desayunar y era extraño porque hoy le prepararon su comida favorita: un sándwich de queso derretido. Spandam parecía molesto de que no apareciese y se levantó para buscarla, pero por desgracia de él, el murciélago le adelantó mordiendo su mano con fuerza para que no hiciera ninguna estupidez. No le caía nada bien ese tipo de la máscara desde que llegaron aquí. Desconocía por qué Tais se había fijado en alguien tan torpe y con una nariz grande y roja. Oh, lo recordó, porque ella le dijo que Spandam y ella eran casi iguales en cuanto a la torpeza y a la fealdad. Que ridículo, ¿verdad?
A quien lo notaba raro era Lucci. Su instinto animal le decía que él estaba tenso, cuando estaban solos y su olor corporal cambiaba. Un macho alfa liberando sus feromonas para atraer a una hembra. Le atraía, pero él se alejaba como si tuviera miedo y no hubo indicios sobre ello. A Golzy le parecía extraño y era mejor ignorarlo, y seguir por su camino para encontrar a Tais. Podría intentar volar e ir más rápido, y no lo hace por el motivo de que puede chocarse en cualquier momento. Gracias a Hattori pudo conseguir su sueño de extender sus alas y volar con total libertad, como mamífero que era. De repente, frenó el paso notando su nariz activarse. Un olor casi reconocible y al mismo tiempo no, inundó sus fosas nasales. Provenía del cuarto de la ratona.
Con mucha curiosidad y cautela, abrió la puerta encontrándose el cuarto oscuro. Las ventanas ni siquiera estaban corridas para que la luz natural iluminase la zona. Y había un bulto enorme en la cama. Tais estaba escondida entre las sábanas, moviéndose un poco incómoda. Golzy cerró la puerta tras de sí para ir en dirección a los ventanales a abrirlos.
—Es hora de levantarse, fea —dice—. Es raro que te levantes tan tarde, ya que eres muy puntual.
No recibió una respuesta a cambio, tan solo leves chillidos casi agudos para las orejas grandes de Golzy. La gótica alzó la ceja no entendiendo nada. Ellas eran roedores, pero su animal interno emitía un sonido diferente cuando estaban tristes o enfadados. Ella se aproximó al borde de la cama para deshacerse de esas molestas sábanas para ver a una Tais remolona y su cuello estaba enrollada en su pierna, casi cubriendo su entrepierna. No entendía ese comportamiento, pero era entendible que no estaba bien porque sus mejillas estaban coloradas. Posó la mano en su frente para tomar su temperatura.
—Estás enferma —recalca—. Deberíamos ir al doctor para que te examine.
—Estoy bien —dice con voz aguda.
—A mí no me engañas, fea. Tu olor corporal te delata. —Retiró por completo las sábanas—. Sí vamos ya, averiguaremos que es lo que tienes.
—¿Sabes esa sensación de que lo estás oliendo todo a miles kilómetros de distancia? —Tais hizo un esfuerzo en ponerse de pie—. Y lo peor de todo es que mi nariz… huele a él.
—¿A ese pringado?
—Es sumamente delicioso y quiero estar con él, pero algo me lo impide.
—La fiebre está haciendo que delires. —Golzy la ayudó, sosteniendo todo su cuerpo para que no se caiga.
No entendía su comportamiento y le era preocupante porque llevan viviendo juntas desde hacía tiempo y no le gustaba verla así. A lo mejor el doctor le recetará una medicina para curar su fiebre y sus delirios. ¿Qué estaba oliendo a Spandam y a ella no? Eso sonaba ridículo en su cabeza. La ventaja de Golzy de ir a la enfermería era que podía volar al fin y Tais no pesaba mucho. Así que, abrió las ventanas por completo para emprender el vuelo. En realidad, no estaba lejos del lugar, pero no había tiempo que perder. En cambio, Tais no paraba de restregar su entrepierna con la cola sintiendo una sensación de calor que desconocía. Y el olor de Spandam la llamaba, como si fuera el único que podía controlar esa incertidumbre.
La joven Golzy dejó a su amiga la ratona en el suelo para luego ella posar sus pies. Esperaba que el doctor no estuviera ocupado para que la puedan atenderla cuanto antes. Entraron en la gran sala y el olor a medicina inundó sus cavidades nasales. Era desagradable para Tais, para Golzy no tanto porque a todo le recordaba a fruta. Recordó que ella estuvo mala y Lucci le daba una bebida medicinal sabor a fruta para que ella no lo escupiese. Había muchas enfermeras atendiendo a los pacientes con mucha paciencia y ternura. Al murciélago casi le dieron ganas de morder a alguno solo para incordiar, pero ahora su cometido era llevar a Tais al doctor principal que siempre les llevaba los CP0.
Ambas decidieron sentarse para que el doctor abrirse la puerta y atenderlas. Golzy revisaba de vez en cuando a Tais por si la enfermedad iba en peor. La Kemonomimi se tapaba la nariz, intentando no oler todo lo que le rodea y apretaba más su pierna con la cola. Eran tales hormonas que le agradaba y quería estar cerca de todos ellos, ser mimada y cuidada. Y el doctor hizo acto de presencia mostrando un rostro impresionado al verlas ahí. Las dejó pasar porque eran su mayor prioridad, sino las atendía con urgencia, los del CP0 se encargarían de él y del hospital.
—¿En qué puedo ayudarlas, jovencitas? —preguntó. Aún no podía creer que esas chicas se hayan desarrollado tan rápidamente.
—Doctor, mi amiga no se encuentra bien y tiene mucha fiebre.
Tais, un sujeto de la mar curiosa, porque nunca ha visto a una chica tan torpe y con más mala suerte. El doctor comenzó a inspeccionarla, escuchando los latidos de su corazón que eran erráticos, al igual que su respiración cuando tomó su rostro para ver sus pupilas algo dilatadas. Ese gesto de sus orejas hacia atrás y la cola enrollada en su pierna, da indicios de sumisión y necesidad absoluta. «No puede ser», no era veterinario, pero leyó que ciertos animales solían ser maduros sexualmente una semana después de haberse desarrollado. Y un ejemplo de ello, eran los ratones.
—Tu estado es algo normal, Tais —explicó, mientras recibía una mirada asesina de Golzy como no creyéndolo—. Al ser una Nezumimimi, es decir, que tengas ADN de ratón, es algo natural para esa especie. Digamos que estás en época de celo.
—¿Época de celo? —preguntaron ambas, muy confusas.
—Es una necesidad de querer copular con un macho y luego tener una camada.
—¿Copular? —Volvieron a preguntar. Esto le será más difícil al doctor porque ellas dos aún eran inocentes como para comprender dichos términos.
—En resumen, debes estar en tu cuarto todo el día y ya mañana te sentarás genial, como si no hubiera ocurrido nada.
—¿Entonces no le dará ninguna medicina?
—Como dije, es natural. En cualquier momento, a ti te llegará el día en que estés en época de celo y tendrás que hacer lo mismo.
¿Pero exactamente qué era estar en celo? Nunca, ninguna ha escuchado ese término tan extraño, ni siquiera de la boca de sus cuidadores. Sí el doctor dijo eso, era mejor llevarla cuanto antes a su cuarto y que no hiciera nada al respecto. Eso sí, Golzy llevará comida a Tais para que no se muriese de hambre. Lo que sí que le quedó claro al murciélago, era que él mencionó la palabra “macho”; es decir, su deber era alejar de ese estúpido para que no hiciera ninguna estupidez. Al salir del edificio, tomó rumbo a su dulce hogar, metiendo a Tais en su cuarto y cerrar las ventanas para que los olores no la enloquecerían. Ella se hizo ovillo en las sábanas, amortiguando ese aroma tan exquisito.
Golzy se retiró dejándola descansar, mientras se dirigía a la cocina con prisa para llevar su comida favorita. A lo mejor con eso se le pasará a la ratona. Al llegar al sitio, dio un pequeño chillido utilizando su ecolocalización por si escuchaba indicios de personas, como los cocineros ahí. Sí, su intención era robar todos los quesos que hubiese. No hubo movimiento por lo que se metió a toda prisa para abrir la nevera y sacar ese alimento. Aunque estaba haciendo su labor de hermana, estaba atenta por si cualquiera intentaba entrar así de imprevisto. Los metió en una bolsa y corrió hacia la salida, pero se chocó con alguien dejándola en el piso. Dio un pequeño gruñido un tanto molesto y estuvo a punto de insultar a esa persona por entrometerse.
Sin embargo, selló sus labios al encontrarse a su cuidador que la miraba seriamente. Rob Lucci intentaba averiguar del porqué Golzy salió de la cocina con esa bolsa llena de comida, o más bien, de que queso. Sus ojos negros, como la noche misma, la analizaban de pies a cabeza, pero se detuvieron en su falda corta, casi visualizando su ropa interior. El jefe del CP0 no podía reconciliar el sueño porque culpa del murciélago porque estaba teniendo problemas de erección matutinas. Nunca le ha pasado en la vida. Esa Kemonomimi hizo que despertara su apetito sexual en ella. Por ello, las obligó tanto a ella como a Tais que durmieran en sus propios cuartos, lejos la de él y de Spandam porque ya eran adultas. Que excusa más barata.
Lo hizo para no tenerla cerca y follarla como un demonio maldito. Hattori aleteó sus alas para despertar el trance que estaba sufriendo Lucci. Golzy pudo notar por unos segundos otra vez ese olor a macho alfa, pero ¿qué significaba? Le atraía demasiado, como para ignorarlo. Se levantó un tanto temblorosa del suelo, cogiendo la bolsa por las asas.
—¿A dónde vas, pequeña ladrona? —preguntó. Su voz retumbó en las orejas grandes de la gótica.
—Tais está mala y la llevé al doctor para que la chequeara.
—¿Enferma?
—Sí, y recomendó que estuviera todo el día en la habitación. Por eso, quiero llevarle esto para que no muera de hambre.
Tan buena, y en el fondo tan mala. Algo que le gustaba Lucci de esa Kemonomimi. Ya ella estaba empezando a habituarse en ponerse ropas de negro que sean de cuero o al estilo gótico y una semana antes, le pidió permiso para ponerse un piercing en el labio inferior izquierdo. Y no hablemos de su maquillaje. A veces lo cambiaba a negro y luego a violeta para que destacase sus ojos grises que no expresaban nada para él. No cabía duda de que lo enloquecía suficiente como para mirarla, imaginándosela desnuda.
—Está bien, pero a la próxima me avisas de esto. No quiero que los empleados piensen que hay ladrones por aquí.
—Lo siento, Lucci —se disculpó, siendo totalmente sumisa ante el sujeto.
Era verdad que ese hombre de un poco más de dos metros imponía con tan solo hablarte. Golzy se retiró despidiéndose de él para ir en dirección al cuarto de Tais, mientras que él la miraba de reojo. Sí tuviera la oportunidad de estar a solas con ella y hacerle todo lo que quisiera, pero tiene mente de niña y un cuerpo de una adulta madura, y no lo comprendería. En cambio, nuestra querida Kemonomimi emprendió un mini vuelo porque ya estaba harta de estar caminando y un olor reconocible agudiza su olfato, a lo que gruñó por lo bajo al reconocerlo a la lejanía. ¡Spandam estaba enfrente de la habitación de Tais! No iba a permitir que ese desgraciado entre así sin más, sabiendo como estaba ella.
Lo vio y aterrizó, donde sus botas rechinaron para alertar al peli-violeta. Él se tensó tanto al verla porque ya la gótica mostraba sus colmillos, a modo de jugar con el idiota un rato más.
—¿Quieres que te muerda de nuevo, estúpido narizón?
—Por lo menos, déjame ver a Tais a ver cómo se encuentra. —Un idiota con casi escrúpulos por enfrentarse al murciélago. Era un cobarde, lo admitía, pero cuando se trataba de la ratona, haría lo que fuese.
—No —recalcó—. La llevé al doctor y él recomendó estar en su cuarto, alejada de hombres idiotas como tú —dice, mientras abrió la puerta viendo de reojo como Spandam intentaba ver a Tais—. Así que, si no quieres perder la mano, te aconsejo que estés lo más alejada de ella. —Con eso dicho, cerró la puerta delante de sus narices.
A él le pareció una estupidez de lo que dijo Golzy. ¿Qué el doctor le recomendó eso? ¿Estar alejada de hombres idiotas? «Pamplinas», estaba claro que algo estaba ocurriendo, pero si entraba, lo más probable que fuera hombre muerto. Así que, decidió dejarlo como estaba y prosiguió su camina para hablar con Lucci de algo importante.
—Era él, ¿verdad? —habló Tais, mientras hacía aparecer su cabeza.
—El muy idiota quería entrar, pero yo se lo impedía —dice, sentándose en la cama.
—No tienes que ser cruel con él. Seguro que estaba preocupado por mí.
—No sé porque lo defiendes si es un idiota y feo. ¿Has visto su nariz?
—Pero las ojeras que tiene se le ve como un oso panda. —Ríe bajito con mucha dulzura.
—Si fuera Kaku lo comprendería, pero ¿él? No es lo demasiado atractivo. —Se notaba el odio.
—Yo también soy fea con esto. —Le enseñó los brackets y luego sus gafas.
—Pero no es lo mismo. Tú eres dulce y él un arrogante sin escrúpulos.
Golzy no lo entendía. Ella no estaba ahí, como se portaba Spandam con ella. Desde su accidente ha cambiado un poco con respecto a la ratona. Tenía mucho más cuidado y no la gritaba, pero aún sigue siendo un cobarde y un gruñón. Las chicas estuvieron toda la mañana y la tarde entablando conversaciones aleatorias para que Tais se distrajera un poco de sus síntomas. Pero Golzy tenía que retirarse cuanto antes porque tenía que bañarse en su cuarto y era la hora punta. Ella no creía en los monstruos, pero Tais sí y quería irse a dormir cuanto antes. El silencio inundó toda la zona porque todos se fueron a sus respectivas habitaciones para irse a dormir.
Pero la única que no podía conciliar el sueño es Tais. Ella se removía de un lado para otro en la cama, queriendo ignorar los olores de su entorno. Su cola aún seguía enrollada en su pierna, casi rozando en su entrepierna. Era una sensación desagradable e inundaba todos sus sentidos. Le empezaba a doler el pecho, por la zona de los pezones y por la zona baja de su vientre. Solo esperaba a que la época de celo pasase, pero era como si su yo interno le pedía a gritos que fuera a por Spandam. ¿Y por qué él y no otra persona? ¿Por qué era un macho y era el único que podía controlar esas ansias?
En cambio, el nombrado dormía plácidamente en su gran cama, roncando y soñando maravillas, por ejemplo, ser el héroe del Gobierno Mundial; sin embargo, apareció el grupo de Mugiwara para estropear sus planes. Los estaba maldiciendo en sueños. Lo único que desconocía era que cierta persona entró en su cuarto en silencio para caminar a hurtadillas a dirigirse a su cama. Ese sujeto se metió entre las sábanas, teniendo cuidado en no despertarlo. El calor corporal que desprendía el agente era reconfortante, que no quería separarse de él. Y, obviamente, Spandam sintió algo pesado en su cuerpo a lo que poco a poco comenzó a abrir los ojos, preguntándose si se metió un gato o algo.
Vio una cabeza redonda con orejas de ratón y la única persona que tenía eso era Tais. Se sentó en la cama con urgencia para encender la luz de su farola y se la encontró ahí.
—¡Tais! —alzó su nombre, alertando a la chica—. ¿Se puede saber qué haces en mi cuarto? ¿Es que no te quedó claro lo que dijo el jefe? —A Spandam no le agradaba la idea de tratarlo a Lucci de esa manera, pero lo hacía por respeto.
—Spandam hueles bien. —Era lo único que podía articular. Estaba embelesada. Él se tensó tanto al sentir la cola de la Kemonomimi enrollarse en su pierna.
—Sabes que suelo bañarme con el mismo champú y tú deberías volver a tu cuarto.
—No puedo —dice, centrada en oler su pecho—. Mi instinto me pide que esté a tu lado.
—Y yo te ruego que te vayas.
—¿Por qué? —Tais se alejó un poco para verlo. Grave error porque el hombre empezó a notar algo raro en ella. Mejillas sonrojadas, respiración agitada, orejas agachadas y, lo peor de todo, sus pezones erizados—. Estoy enferma —dice, mientras agarraba la camisa del pijama de Spandam.
—¿Y para eso vienes? —A veces, tenía que tener mucha paciencia porque no soportaba a las mujeres pesadas—. Ya eres mayorcita para cuidarte sola —se excusó. En el fondo, deseaba cuidarla, pero ella debía aprender.
—El médico me dijo que estoy en época de celo.
Su mente se puso en blanco cuando escuchó esa frase de la joven ratona y sintió como su parte baja empezó a cobrar vida. ¿Época de celo? Eso era lo peor que le podía haber pasado. Tragó saliva no sabiendo que hacer en realidad. Ella tenía un cuerpo desarrollado de una mujer hecha y derecha, pero aún su mente era la de una niña que estaba descubriendo un mundo. A él no le importaba mostrárselo, pero no podía. Sentía mucho aprecio en esa chica porque era su pequeño reflejo con mucha inocencia en sus ojos.
—Siento algo clavarse ahí abajo. —Al decir eso, Spandam se sobresaltó para alejarla un poco ahí.
—Escúchame, es mejor que vayas a tu cuarto —tartamudeó.
—Pero me siento bien contigo.
—Pero lo que está sucediendo es malo.
—El doctor me dijo que lo que tengo tiene que ver con copular con un macho y tener una camada de crías. —Él se juró que mataría al medico—. ¿Qué significa copular con un macho? Yo entiendo que es estar cerca de un macho alfa —dice, mientras se acercaba de nuevo a él para abrazarlo con todas sus fuerzas. Spandam estaba entre la espada y la pared—. Tú olor desprende uno. Eres mi macho alfa. —El comportamiento de Tais era total sumisión, doblegándose a los sentimientos que tenía por él.
—Tais… —Ya el pobre se estaba quedando sin voz—, copular con un macho es… t-tener sexo con uno.
—¿Sexo? —La inocencia se reflejaba en su rostro casi erótico para los ojos de Spandam.
—Y por eso no debes estar aquí. —Intentaba todo lo posible para alejarla, pero ella se aferraba en el cuerpo delgado del hombre. Era un imán—. Tais estás poniendo las cosas difíciles. —Se estaba desesperando.
—Quiero estar contigo porque yo me siento bien —alegó nuevamente—. Por favor, Spandam, mi instinto me pide a gritos que esté contigo porque eres mi macho alfa. El macho que debe estar cuidándome para situaciones como ésta. Yo desconozco porque hueles tan bien, del porqué me duele el pecho y siento como una urgencia ahí abajo. Sí me alejo de ti, es posible que me encontraré peor y dudo mucho que me recupere.
Cómo dije, estaba entre la espada y la pared. La cola de ella estaba enrollada en su entrepierna, era una emergencia que le estaba pidiendo. Pudiera ignorarla, que durmiera a su lado y no ocurriese nada; no obstante, Tais pudiera remolonearse y pudiera tocar su entrepierna. Por tanto, la única opción sería realizar eso. Juntó sus manos en sus caderas para atraerla aún más, a lo que la Kemonomimi se sorprendió ante ese comportamiento tan repentino. Su nariz se movió de un lado para otro, inhalando un aroma tan diferente. Un perfume embriagador que le llenaba todos sus sentidos.
—Quiero que sepas de lo que va a ocurrir es por tu bien —dice, muy suave—. Es una forma de que puedas calmar tu celo.
—¿Y dejaré de estarlo?
—Sí, y quiero tu autorización porque no quiero que pienses que me he aprovechado de ti, ¿entiendes?
Ella lo comprendía perfectamente y asintió despacio, esperando a que él diera su movimiento. De repente, sin esperarlo, Spandam la besó con suavidad sin importar que estuviera en medio los brackets de la chica. Ese aroma se intensificó demasiado para el olfato de la ratona que se acercó aún más del cuerpo delgado del hombre, no queriendo separarse de él. Comenzó a sentir unas leves caricias en sus caderas; un escalofrío le recorrió por toda su columna vertebral, como si las neuronas sensoriales de cada vértebra se reactivaran. Y el beso se esfumó porque él se separó para que Tais recuperara el aliento, pero volvió y, esa vez, fue un poquito de volumen. Su lengua pasó por su labio inferior, queriendo permiso para entrar en su cavidad bucal.
Tais estaba embobada, con la boca abierta, que él aprovechó el momento para profundizar más el beso. El roce de sus lenguas fue demasiado erótico para la joven ratona que su cola se movía de un lado para otra, inundándola un mar de emociones que desconocía. Los dedos de Spandam siguen mimando ese cuerpo no tan pequeño porque ella medía 1,70 metros y él 1,92 metros. Un tamaño normal. Entonces ella se tensó repentinamente porque percibió que el hombre comenzó a desabotonar los botones de su camisa de pijama. Tenía ganas de ver esos pezones erizados ante ese celo que le estaba perjudicando demasiado. Solo ha pasado una semana y ya estaba así.
Aguantó la respiración porque, cuando abrió la prenda, se impresionó con sus pechos bien desarrollados. Tais estaba incómoda ante esa mirada que, por conciencia, los cubrió con sus brazos. Spandam rio por lo bajo al ver esa típica reacción de una mujer. Inocente, pero con una respuesta normal. Los dedos de él palparon esa piel suave, observando como su vello se erizaba. Acercó su rostro, no para besarla, sino encargarse de su cuello mordiendo y lamiendo la zona de la yugular para que se relajase y dejase de seguir. Tais, al ser una ratona, un animal sensible, cuando un macho mordisquea casi cerca de sus orejas, se volvía más sumisa y vulnerable.
El hombre atrae más a la joven para colocar la cabeza entre sus pechos, sintiendo una calidez innata entre ellos y Tais no se movió de sitio, solo se sentía extraña. Y, de repente, un sonido raro se escapó de sus labios cuando Spandam lamió uno de sus pechos, cerca de la aureola. Era una experiencia que estaba viviendo en estos momentos. La lengua del hombre paseaba con erotismo esa zona, casi muy cerca de su botón rosado hasta atraparlo con sus labios y succionarlo con mucha lentitud para no asustarla. Escuchar esos sonidos que se convertían en gemidos agradables para sus oídos. Y ella lo hacía con mucha inocencia. Las manos de Tais agarraban con fuerza los cabellos de Spandam y encorvando un poco su espalda, dejando que él aprovechara ese momento para devorar el otro pecho, mientras que el primero lo acariciaba y estimulaba su pezón.
Tais le imitó para quitarle su camisa, viendo su torso desnudo. Miró el de él y vio el suyo, viendo un cambio increíble. ¿Así se veían los hombres? Movió su nariz, inhalando el aroma que desprendía él en esos instantes. Tímidamente sus dedos tocaron esos pectorales no tan desarrollados, pero duros como piedras y que desprendían un calor que era difícil de ignorar. Tais apoyó la frente en su pecho para lamer con lentitud toda esa zona, casi imitando los movimientos de Spandam creyendo que lo hará bien. No oyó queja alguna. Siguió un poco, pero él la detuvo ya que la acostó en la cama para seguir con sus mimos. Volvió a seguir su procedimiento de lamer su vientre sensualmente y va descendiendo poco a poco, mientras observó como su músculo se encogía y ella reía bajito, teniendo cosquillas.
Spandam tomó sus pantalones para quitárselos y dejarla en ropa interior. Aunque hiciese frío, ella desprendía un calor irrefutable. La nariz rechoncha y roja de él descansa en la intimidad de la ratona, inhalando el dulce aroma de la chica. Sus bragas estaban ya realmente mojadas. De seguro que por culpa de su celo y de lo que estaba ocurriendo. Las piernas de Tais temblaron cuando él la quitó lo último que le quedaba de ropa. Aunque sea una Kemonomimi, era preciosa por naturaleza. Desconocía del porqué ella se veía fea, tal vez por sus brackets o por sus gafas, pero tenía un cuerpo divino. Sus narices se rozaron como un gesto de cariño, mientras sus yemas acariciaron con tranquilidad los labios mayores de la joven, y ella se tensó nuevamente.
—¿Spandam? —preguntó a modo de gemido, muy confusa.
—Tranquila —susurró, muy cerca de su oído—, solo relájate.
Las caricias prosiguieron sin reproche alguno. La respiración de Tais se volvió más arrítmica, todo su cuerpo se movía al son de los movimientos de los dedos del hombre. Le empezaba a gustar esa sensación tan agradable que no paraba de gemir por lo bajo. Y él aprovechaba para besarla. Esos labios se volvieron adictivos para el hombre. Esos brackets no le impedían a probar esa boca tan exquisita. Uno de sus dedos se resbaló en su interior a lo que Tais soltó otro gemido mezclado con sonido de ratona asustada, que enrolló su cola en la muñeca de él. Esos suspiros cada vez eran más elevadas porque él revolvía una y otra vez esa cavidad vaginal, notando su estrechez. No quería imaginarse cuando metiese su miembro en esa zona, aún inexplorada y virgen.
Otro dedo fue en camino y ahora los gemidos de Tais eran placenteros y correspondía los besos de Spandam, una forma de decirle que deseaba más y que no parase. Sin embargo, ese deseo se desvaneció cuando él paró en seco porque ya notaba que estaba lista para recibirlo. Pero antes se levantó primero para ir al baño para buscar una cosa antes de continuar. Tais lo siguió con la mirada, queriendo saber del porqué se fue ahí. Minutos después apareció con una bolsa entre sus dedos, mientras se aproximaba hacia la cama, viendo que Tais se levantó para apoyar las rodillas en las sábanas. Sus ojos estaban puestos en la entrepierna de Spandam porque veía un bulto extraño ahí. Su nariz de ratona se movió por instinto, queriendo olfatear esa zona.
Ya teniéndola cerca, él se quitó lo último que le quedaba de prenda, dejando a la vista su miembro ya erecto. Tais se asustó un poco al verlo que se echó para atrás e hizo lo mismo. Vio la diferencia entre su entrepierna y el suyo. Tenía un olor muy diferente a él a lo que se acercó para olerlo. Le era cautivante, desprendía un olor fuerte que embriagaba. Spandam la empujó suavemente a la cama para que él se acomodara entre sus piernas, mientras rompía el paquete. Sí, se pondrá un condón sabiendo perfectamente que ella estaba en celo y no quería llevarse una sorpresa. Ya colocado el preservativo volvió a besarla con mucha sutileza para que estuviera relajada y distraída.
Poco a poco va metiendo su miembro dentro de ella. Tais, por instinto, clavó sus uñas en la espalda de él, donde se quejó por lo bajo maldiciendo que esa ratona tuviera esas garras tan afiladas. No se movió en ningún momento, quería que ella se acostumbrara a su tamaño y a la intrusión. La cola de Tais se enrolló en su cintura, una forma de decir que ya no le dolía. El vaivén fue lento y conciso, mientras escuchaba los dulces y tímidos gemidos de la Kemonomimi. Esa sensación de calor que la inundaba ahí abajo se extendía por todo su cuerpo que se pegó demasiado a él. Los chillidos eran placenteros que mordía con suavidad el cuello de Spandam, no queriendo hacerle daño.
La habitación se llenó de gemidos, donde ambos compartían ese momento tan único que para ella se estaba volviendo especial. El vaivén se volvió más rápido y errático. Él sujetó con firmeza sus caderas para alzarla un poco y profundizar las embestidas con un poco de brutalidad. Ella agarró con fuerza las sábanas. Ese rostro tan sumisa e inocente le estaba poniendo cachondo al agente. No podía creer que estaba haciendo esto con la Kemonomimi que ha estado cuidando desde que era una niña. En la mente de Tais veía a Spandam como un verdadero macho alfa, que hacía todo lo posible para complacerla. Sentimientos mezclados notaba en lo más profundo de su ser.
Empezó a sentir una descarga eléctrica en su zona baja casi soltando un gemido muy agudo, provocando que Spandam culminara al sentir la presión de sus paredes vaginales en él. Tais jadeó, buscando el aliento que faltaba en sus pulmones, mientras lo miraba retirarse dentro de ella para retirar el condón y hacer un nudo con él. Se sintió llena al tenerlo dentro y ahora vacía. Era un sentimiento extraño que desconocía. Observó como él se acostó en la cama, donde escuchó los huesos tronar al estar muy agotado. Spandam la miró intentando averiguar qué es lo que pensaba. A lo mejor Tais decide irse y dejar tranquilo; sin embargo, tomó sus gafas para ponerlos en la mesita que había al lado de la cama para pegarla a su pecho y que durmiera ahí.
—Lo que ha pasado, solo se hará cuando estés en época de celo, ¿entendido?
—¿Volveré a estarlo? —preguntó, curiosa.
—Sí, porque es natural en los animales y tú eres parte de ello —explicó él—. Yo desconozco cuando volverás a estarlo, pero recurre a mí cuando lo estés.
Esa experiencia que ha vivido Tais con Spandam, fue maravilloso y le gustaría volver a repetirlo. Ahora deseaba con todas sus fuerzas para volver a estar en celo y estar así con él.
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—¿Qué has estado toda la noche con ese estúpido?
—Sí, y fue maravilloso.
Golzy no podía creerlo. Se suponía que Tais debía de estar alejada de hombres estúpidos como Spandam y resultó que era bueno porque la ayudó a tranquilizarse.
—Estar en celo es bueno porque tuvimos sexo. —La cara de Tais estaba llena de ilusión—. Su cosa de la entrepierna, la metió en la mía y… ¡Dios, no sabría explicarlo! —Cubrió su cara con las manos muy roja como un tomate.
—¿Cosa de la entrepierna? —preguntó, curiosa.
—Algún día lo verás cuando estés en celo.
Golzy sentía mucha curiosidad en saber a lo que se refería Tais. La veía tan contenta, con una felicidad en su rostros que brillaba con devoción. ¿Ella se sentirá igual cuando estés cerca de Lucci? Eso lo sabrá cuando esté en celo o cuando el moreno acabe con sus ganas de poseerla y hacerla suya, porque su instinto felino le pedía a gritos en reclamarla.
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