Capítulo 3. Dulzura en las Kemonomimis

Casi tres meses llevaban las pequeñas conviviendo con esos hombres. Algunas las consideraban como un padre y otras no tanto, solo lo veían como un hermano mayor. En Mary Geoise nuestras dos Kemonomimis jugaban en el gran patio, teniendo cuidado en no ser avistada por ningún Tenryūbito. ¿Y qué pasó con Tais? Desde aquel accidente, a la pequeña ratona la tuvieron que llevar al médico para que revisaran su estado. La peor parte era que la niña no veía nada; es decir, borroso. Eso daba indicaciones de que se tropezó debido a eso. También había que destacar que el médico la chequeó y tuvo que ponerle unos brackets porque sus dientes estaban un poco destrozados ante esa caída.

Spandam se sintió culpable por ese acontecimiento y ahora estaba siendo más precavido y cuidadoso con ella. Pero no demasiado, ya que tenía misiones que cumplir y no debía perder el tiempo en vigilarla y que no cometa alguna estupidez. Durante su ausencia, era Golzy quien se encargaba de protegerla ya que prácticamente eran primas hermanas. Un dato importante: como han pasado casi tres meses, ahora aparentaban a una niña de diez o doce años. Habían crecido un poco, incluso sabían comunicarse, pero en tercera persona. Todavía siguen haciendo trastadas, al fin y al cabo, todavía son unas crías que estaban aprendiendo de algo nuevo.

Como las dos estaban aburridas, aprovecharon para juguetear fuera del edificio teniendo mucho cuidado por dónde van. Lucci les avisó del peligro que era ir por la zona de los Dragones Celestiales porque, si averiguan que aquí había Kemonomimis, no dudarían en tenerlo en sus propias manos y convertirlas en sus esclavas. Pero gracias a las orejas de murciélago de Golzy podía detectar peligro en cualquier momento, al igual que el olfato de Tais. Ellas ya los habían visto desde lejos; el pequeño murciélago no le agradaba la presencia de esas personas porque se creían importantes y más aún como trataban a las personas. Le daban ganas de morderlos para que presenciaran lo peligrosa que era.

Y se detuvo provocando que Tais chocara con ella y se cayera de espaldas. Se quejó, le estaba doliendo la espalda; fue callada por Golzy porque había escuchado algo a la lejanía. Ambas se asomaron para averiguar lo que pasaba y vieron como un Dragón Celestial golpeaba sin descanso a un esclavo que ha desobedecido sus órdenes. La pequeña ratona chilló con miedo que se escondió detrás su amiga, por miedo. ¿Por qué Lucci y los otros trabajaban para ellos? No entendía Golzy. Lo único que sabía era que tenían que marcharse cuanto antes. Tomó la muñeca de Tais y corrieron a toda velocidad. No quería que las capturaran e hicieran lo que quieran con ellas. Estarían a salvo junto con sus supuestos dueños. Ya faltaba poco para entrar en el gran edificio y no dejar rastro alguno.

La pequeña Tais cayó al suelo agotada, apoyando la mano en su pecho sintiendo su corazón palpitar con fuerza, casi se quedaba sin aliento. Y Golzy estaba igual, pero se aliviaba de que todo haya salido bien. Sus orejas se movieron cuando escuchó pasos aproximarse hacia ellas. Gracias a su olfato lo reconoció y miró con malicia hacia Spandam quien las miraba curioso.

—¿Alguien os dio permiso para salir a jugar? —preguntó muy molesto.

—Spandam no enfadar con Tais —habló la pequeña ratona, acercándose a él para abrazar a su pierna y mirar con carita de pena—. Tais aburrida.

—Pues está el patio para que os pongáis a jugar.

—¡Patio aburrido! —gruñó Golzy mostrando sus colmillos.

—¡¿Queréis que os capturen los Dragones Celestiales?! —alzó más la voz. Tais se encogió de su sitio, temblando. Realmente no les gustaría que ocurriese eso. Ante la sorpresa de la niña, él la tomó en brazos mirando mal a Golzy—. Además, ¿le has pedido permiso al jefe para que salierais? —Ella no respondió, solo se calló con la cabeza agachada—. Me lo imaginaba. Eres una irrespetuosa y una rebelde, Golzy. Por ello, el jefe te espera en su habitación.

Con esas palabras bien dichas, el hombre se retira con la niña ratona dejando a Golzy con un miedo increíble. Sabe perfectamente que, si no pedía permiso a Lucci para salir, él se haría cargo de castigarla. No podía desobedecerle, debía ir inmediatamente para no enfadarlo. Sus pies se movían por sí solas, yendo directa hacia la habitación del líder del CP0. Cuando estaba cerca de él, el olor que desprendía era de un macho alfa que marcaba su territorio con solo desprender feromonas. Escuchó rumores de que el moreno contenía un poder que le daba la habilidad de transformarse en un felino grande, en un leopardo. Nunca lo ha visto en ese estado, pero su olor ya lo destacaba y ella era un simple roedor con alas.

Abrió la puerta lentamente encontrándose a Hattori posado en el hombro del moreno, quien tenía la mirada fija en la entrada. Era como si la estuviera esperando. Ella tragó saliva con un escalofrío que recorrió por todo su cuerpo. Esos ojos oscuros como la noche le delataban. Cerró la puerta tras de sí, adentrándose en esa habitación con la cabeza agachada, culpándose por todo lo ocurrido. Ninguno de los dos ha dicho nada. El silencio era el peor enemigo de Golzy porque lo odiaba. Necesitaba escuchar una palabra.

—Lo siento —dice, ya rompiendo aquel silencio incómodo.

Lucci movió la cabeza, una forma de decirle que se acercara. Toda la tensión en el cuerpo de la pequeña se incrementó a alturas estratosféricas. Se aproximó con el pensamiento de que la pegará o algo. Sabía perfectamente que los humanos eran crueles con las Kemonomimis y no tendrían piedad en hacerlas daños. Lucci se inclinó con los brazos extendidos para cogerla y sentarla encima de sus piernas. Esto al murciélago fue confuso. Un sonido de satisfacción salió de su garganta cuando el moreno va acariciando la zona trasera de sus orejas.

—La próxima vez sé prudente y avisa cuando quieres salir —alertó con la mirada puesta en ella—. Los Dragones Celestiales cuando se les mete algo en la cabeza, no dudarán en conseguir lo que se les propone.

—Golzy estar siempre aburrida aquí. Estar encerrada no ser divertido —dice con un tono triste en su voz.

—Sé que todavía eres una niña, pero el mundo es cruel. Estás a mi cargo, Golzy, y quiero que entiendas que el peligro siempre está ahí.

Ella lo sabía perfectamente. Vio lo que eran capaces esos hombres y temía que la hicieran daño. Ojos grises y negros se encontraron, cada vez que los miraba le transmitía seguridad e inquietud al mismo tiempo. Lucci era un hombre de pocas palabras, pero con grandes hechos. Golzy apoyó la cabeza en el pecho de él dejando que él acariciara sus pequeñas orejas de murciélago.

Tais se encontraba en la habitación de Spandam comiendo diferentes tipos de quesos mientras él se encargaba de sacar ropa de su armario. La que tenía puesta estaba algo destrozada por las palizas que recibió de unos bandidos que se burlaron de él. Le dieron ganas de capturarlos y hacer que sufran. Spandam era un hombre cruel y despiadado, y le daba igual pisotear cabezas de niños y mujeres; sin embargo, con la Kemonomimi era distinto. Ni siquiera se atrevía a hacerla daño porque era demasiado inocente. Se despojó de sus ropas para ponerse una nueva ante la atenta mirada de Tais. Ella movía las orejas curiosa por la apariencia que tiene Spandam. Ni tenía cola ni orejas. ¿Y por qué ella sí? ¿Por qué era una especie diferente?

A veces, sentía mucha pena por la gran torpeza del hombre de cabellos lilas. Le recordaba a ella cuando aquella vez. ¿Y si salió a él? A veces las mascotas se parecían a sus dueños en cuanto a personalidad. Hizo un pequeño chillido llamando su atención.

—¿Qué pasa ahora?

—¿Spandam enfadar con Tais? —preguntó con las orejas agachadas.

—No lo estoy. —Se aproximó a ella para acariciar a su cabeza—. Solo no quiero que te metas en algo peligroso. Te aseguro que los Tenryūbitos no son nada agradables.

—Pero Tais estar con Golzy.

—Lo sé y sé que te fías más de ella que de mí.

Un comentario que por una razón le hizo sentir mal a la Nezumimimi. Abrazó con fuerza al hombre sorprendiéndolo demasiado. No se esperó ante esa reacción de la niña.

—Tais querer mucho a Spandam —confesó con una gran sonrisa mostrando sus brackets.

Un sentimiento extraño surgió en lo más profundo de su ser. Nunca nadie le había dicho eso, ni siquiera un niño. Siguió acariciando la cabeza sin haber dicho nada. Quizá debería de ser más suave con ella.

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Unos hombres corrían a toda prisa porque estaba siendo perseguidas por una Kemonomimi que les ladraba porque estaban molestando a su dueño. Yumel era muy ágil corriendo, era normal porque ella tenía ADN de loba. No iba a dejar que escaparan porque encima han robado al señor Iceburg. Observó que esos hombres giraron para meterse en un callejón y ella subió por unas escaleras ante la atenta mirada de la gente. Su intención era correr y saltar por los techos para alcanzarlos con mayor rapidez posible. Su olfato nunca le fallaba, averiguaba donde podrían estar esos ladrones. Encima dañaron a su amigo Tyranosaurus y no se los perdonaría para nada. Y detrás de ellos, trotaba Paulie a toda velocidad, impidiendo que Yumel hiciera una locura.

Escuchó el grito de un hombre, como si estuviera siendo atacado Al doblar la esquina, un suspiro salió de sus labios al ver que Yumel lo agarró por el brazo haciéndole daño mientras sujetaba el maletín. Uno de ellos estaba a punto de golpearla, pero Paulie los detuvo utilizando sus cuerdas. No iba a permitir que dañaran a la niña. Ya los tipos no pueden escapar porque los amarró con un nudo difícil de deshacer y solo el dueño lo sabía. El rubio se acercó a la Kemonomimi para que parase; los ojos de Yumel estaban inyectados de sangre, como si el animal interno deseaba liberarse y comerse al hombre. Esto fue preocupante, nunca la vio en ese estado. Paulie se aproximó con cautela, recibió un gruñido de la niña. Era una forma de decirle que la dejase con su presa, era una loba hecha y derecha.

—Yumel —la llamó con mucha dulzura—, vamos pequeña, ya pasó. —Debía tener mucho cuidado si no quería recibir una mordida de ella—. Ya tenemos a los ladrones. Ahora debes soltarlo.

Ella movió las orejas al oír su voz. Lo reconoció y soltó bruscamente el brazo de ese ladrón, muy asustada de lo que ha ocurrido.

—Lo siento. Yumel desconocer que ocurrir —dice con voz temblorosa, al igual que su cuerpo. Realizó sonidos de llanto puro y duro.

—Tranquila. —La tomó en brazos para calmarla un poco—. Ya pasó todo. —Acarició sus cabellos con mucha ternura, una forma de decirle que no pasaba nada.

—Yumel sentir. —La pobre no paraba de temblar, era la primera vez que le pasaba.

—Lo importante es que estás bien y que hemos capturado a los ladrones.

Sí, era lo más importante realmente. La pequeña loba movía su cola de un lado para otro, muy contenta de no haberle hecho daño a Paulie. Los Kemonomimis cuando estaban en su etapa de crecimiento, su actitud va cambiando de niño a adulto. En unos cuantos minutos, los carpinteros llegaron para llevarse a esos hombres, seguramente Iceburg querrá hablar con ellos. El vicepresidente de la compañía decidió llevarse a la pequeña de ahí e irse a casa, un lugar seguro donde ella estará tranquila y segura. Ella asomó un poco la cabeza para ver lo que estaban haciendo. No parecían muy contentos en que unos ladrones robasen a alguien importante como el presidente. Todo el pueblo les gritaba con odio y hasta algunos los apedreaban sin descanso.

Ella agachó las orejas sintiéndose algo culpable, pero en el fondo sabía que hizo lo correcto. Paulie se lo agradeció y debería estar contenta; sin embargo, temía que ese comportamiento volviera e hiciera daño al muchacho. Al ser una canina comenzó a lamer el rostro de él provocando que riera por lo bajo. Era demasiada tierna como para no enfadarse. Además, estaba afectada por lo ocurrido y necesitará algo de mimo la pequeña. No tardaron mucho en llegar a la casa; como siempre, todo estaba patas arriba por las travesuras de Yumel. La dejó en el sofá para dirigirse a la cocina con la intención de preparar la comida. Ella saltó para seguirlo, le gustaba estar cerca de él. En estos meses le ha inspirado confianza.

Cuando él tenía problemas con el dinero con algunos hombres, ella aparecía para defenderlo. Le disgustaba que se atrevieran a molestarlo de esa manera. El olor a comida era agradable para sus fosas nasales. Paulie estaba friendo un filete de carne porque sabe que a ella le encantaba. Sentía como la niña se agarró a su pierna, mientras su cabeza se restregaba contra ella. Mira que él era alto, pero no tan exagerado. No le incomodaba, era solo una niña Kemonomimi que necesitaba el cariño de una persona.

—Seguro que tendrás mucha hambre —comentó, rompiendo el silencio. Dejó el plato en la mesa para que ella pudiera comer tranquilamente.

—¿Paulie no comer? —preguntó.
—Después, ahora tengo que encargarme a revisar unos papales. —Y con eso dicho, estaba dispuesto a marcharse; no obstante, unos brazos se lo impidieron. Yumel lo estaba abrazando con todas sus fuerzas.

—Yumel querer a Paulie.

—Yo también te quiero, pequeña loba —dice correspondiendo el abrazo a base de caricias en sus orejas.

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—¡Katakuri! ¡¿Pudieras decirle a tu zorrita que deje de morderme mientras converso contigo?!

Era una escena muy graciosa. Oven y Katakuri estaban hablando demasiado, y cierta persona no le agradaba para nada. El cambio drástico que estaba sufriendo Len era mucho mayor. Se había encariñado demasiado con el mayor de los trillizos que sentía unos celos increíbles. Él hombre de cabellos granates solo dio un pequeño suspiro para luego coger a la niña; sin embargo, era difícil debido a que los dientes de Len estaban bien hincados en la pierna de Oven.

—Len, suéltalo —dice, casi implorándolo.

—Como no me suelte, la quemaré.

—Haces eso, y te aseguro que te llevarás un buen coscorrón de mi parte.

—¿Por qué tienes que protegerla?

—Es como una hermana pequeña para mí —confesó rudamente—. Como no le sueltes, te quedarás sin chocolate.

Automáticamente, la pequeña le soltó de golpe e infló sus mejillas molesta—. ¡Len querer chocolate!

—Pues pórtate bien.

Era difícil enfadarse con alguien tan pequeña cómo era la niña de ojos avellanas. Ella soltó la pantorrilla de Oven para aproximarse a Katakuri y abrazarlo, aprovechando que él estaba a su altura. Se comportaba como sus hermanas pequeñas, o más bien como un animal que solo quería obtener algo de cariño. Len movía la cola de un lado para otro muy feliz de estar con él, era la única felicidad que tenía; aparte de su amiga gatuna Amélie que, por cierto, estará caminando por ahí como de costumbre. A modo para que no se enfadara Katakuri con ella, lamió una de sus mejillas notando esa sutura que decoraba en ella. Len se preguntaba qué era lo que escondía el mayor, esa bufanda era un estorbo para mimarlo.

Oven se retiró dejándolos solos, ya que tenía cosas que hacer. Entonces el hombre de más de cinco metros decidió caminar con la zorrilla en sus brazos, estaba muy apegada como para soltarle. El cariño que tenía con ese hombre era mucho mayor e incluso lo protegería cuando se hiciera un poco más grande. La pequeña hizo un sonido de satisfacción porque el olor que desprendía Katakuri era agradable para la Kemonomimi. Y se mostraba lo feliz que era por su cola y él lo sabía perfectamente. Le parecía mona cuando se enfadaba o inflaba los mofletes, eso le mostraba lo dulce que podía ser. Al fondo, vio a su hermano Cracker preocupado. Parecía que estaba buscando a alguien y sabía perfectamente quién era.

—Nii-san —lo llamó—, ¿has visto a Amélie?

—¿No está en su árbol favorito.

—No, y eso es muy raro. Ni siquiera está con nuestros hermanos pequeños; aunque, también ni los he visto en la sala de juegos.

—Seguramente habrá salido con ellos —respondió.

—Amélie no es de salir del castillo —contestó—. Te recuerdo que las gatas no suelen salir de su hogar, son más bien los machos.

Len al escuchar eso de Cracker, movió sus orejas de un lado para otro que hasta su olfato se activó. Conocía perfectamente el olor de la Nekomimi y tenía que averiguar dónde se encontraba. Saltó del regazo de Katakuri para correr en dirección al este. Ambos hermanos se miraron preguntándose ante tal comportamiento, Katakuri pensó que a lo mejor era mejor seguirla, ya que sabrá donde estará la pequeña. Los dos siguieron a Len quién corría a grandes velocidades, tenía un mal presentimiento de que algo malo estaba pasando porque el olor de Amélie estaba mezclado con otra gente. Ladraba a todos quiénes se cruzaban en su camino y se metía entre las piernas de la gente.

Y se detuvo en seco cuando vio a Amélie encerrada en una jaula y maullando con todas sus fuerzas. Fue secuestrada por unos hombres que se fijaron en la Kemonomimi. Len no dudó en correr allí para morder los barrotes de acero queriendo sacarla. Uno de ellos se dio cuenta de la presencia de la pequeña zorra y sacó una red con la intención de atraparla. Sin embargo, no se esperó un ataque sorpresivo del comandante sweet; el aura que emanaba era peligrosa, no le gustaba la presencia de esos ladrones. Katakuri y Cracker, ya metido en su armadura de galleta, no estaban la mar de contentos.

—¡Son los comandantes e hijos de Big Mom! —exclamó uno de ellos con mucho miedo.

—Esas Kemonomimis no os pertenecen —habló Katakuri rudamente—. Pertenecen a mamá y no le hará mucha gracia que le roben de esa manera.

—¡Amélie! —Cracker no dudó en llegar hasta ella para sacarla.

Pero ella estaba asustada que maullaba una y otra vez, cuerpo encogido y la cola agitándose con fuerza. Hace tiempo, el médico la chequeó y les dijo perfectamente que la Nekomimi padecía de una discapacidad: el síndrome de Asperger. La mejor forma en tratarla era hablar suavemente y que no tuviera miedo ninguno. Mientras él se encargaba de liberarla, Katakuri capturaba a cada uno de ellos gracias a su mochi que ha dominado durante mucho tiempo, desde que era pequeño. Cracker rompió con mucha facilidad la jaula, gracias a su espada Pretzel envuelto de Haki de Armadura. La joven Len se acercó a ella para lamer su cabeza, una forma de tranquilizarla, que todo ha pasado.

Cracker, con mucha suavidad, tomó a Amélie en sus grandes brazos —aún dentro del soldado de galleta— para que estuviese relajada; no obstante, el cuerpo de la gata se tensó porque no lo reconocía. No era alguien a quien conocía y se movía incómoda. El hombre se la llevó a un lugar seguro porque no quería que nadie descubriese su verdadera identidad. Nadie ni siquiera marines y piratas sabían que esa armadura era de mentira. En un callejón, Cracker se deshizo de ello para que Amélie lo viese. Sus ojos no se encontraron, pero en cuestión de minutos y tiempo, se fijaron. Color rosa, eran los ojos que recordaba la gata de su amigo.

Cola y orejas se relajaron, ronroneó dulcemente colocando la cabeza por debajo de su barbilla. Él simplemente sonrió muy contento de que ella le haya reconocido. Era verdad que casi nunca lo veía disfrazado, pero se asustaba al ver a alguien desconocido. Y un dato curioso era que Cracker era el único de sus hermanos que podía tocarla, debido a que Amélie le dejaba por esa conexión que tenían ambos. Caricias y lamidas comenzaban a surgir en ese contacto de cariño. La pequeña solo estaba asustada y necesitaba algo de afecto. Él no iba a permitir que le hagan daño a su linda gatita porque era demasiada adorable para que gente cruel se atreviera a tocarle un pelo y menos mal que no la perdió.

—Amélie querer a Cracker.

—Y yo a ti también.

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—Mirad que mona.

—Está intentando coger el bote de galletas.

Los marines observaban desde la lejanía como Rose trepaba por las encimeras para coger aquel bote lleno de deliciosas galletas. Eran saladas y con un toque de dulce por el chocolate. Eran las que le daba Smoker cuando hacía algo bueno y ella tenía mucha hambre. El marine no estaba en condiciones de estar con ella porque estaba en una reunión con Tashigi acerca de los movimientos de Monkey D. Luffy. Rose estaba a punto de conseguir, solo tenía que ponerse de puntillas, estirar sus brazos y ya lo tenía. Pero un movimiento falso fue suficiente para que la Kemonomimi cayese hacia atrás junto con el bote de cristal, rompiéndose completamente.

Todos los hombres vieron ese acto y tenían la boca abierta. La pequeña tanuki empezó a gimotear de dolor y su mano estaba ensangrentada, debido a que tiene un cristal incrustado en ella. No paraba de chillar y llorar con todas sus fuerzas. Eso provocó que todos se largaran de ahí, antes de que su superior llegara y les echara la bronca. Como si Smoker tuviera un detector de llantos en la cabeza, apareció en su nube de humo estando al lado de la niña.

—Ya pasó, Rose. —Mucho tiempo apegado en ella, que se encariñó demasiado con la tanuki—. Vamos a ir a curarte, ¿sí?

—¡Doler mucho! —sollozó.

—Lo sé, por eso hay que curártelo —dice, cogiéndola en brazos.

Rose nunca se separaba de Smoker porque lo consideraba como el alfa de todos los hombres que hay allí. El olor que desprendía era delicioso; mezcla de puro habano y perfume de hombre. No le estaba dando importancia, realmente le encantaba. Era una forma de esta la mar relajada, centrarse en un olor casi reconocible. Las lágrimas no paraban de salir de sus ojos color verde esmeralda. No tardaron mucho en llegar a la enfermería y la colocó en la camilla. Él se encargaba de estar muy pendiente en ella, más que Tashigi. Los otros marines solo la miraban con dulzura. La cuidaba como si fuera su hija adoptiva. Estiró su manita y con mucho cuidado va retirando el trozo de cristal con unas pinzas. La niña se mordió el labio con fuerza con la cola agitándose de un lado para otro.

—Ya está, ¿ves? Ahora voy a vendarte la herida.

—¿Smoker enfadado con Rose? —preguntó con las orejas agachadas.

—No estoy enfadado, sino simplemente que tengas cuidado la próxima vez. —Las acarició sin ningún remordimiento—. Imagínate que se te hubiera clavado aquí. —Posó el dedo en su pecho, en la zona de su corazón—. Entonces sí que no saldrías de esta.

—Lo siento. —Hizo puchero.

Ya con la venda puesta, la atrae para sentarla en su regazo. Tenía cuerpo de una niña de doce años, pero el tamaño en ambos era abismal. Rose no dudó en apoyar la cabeza en el pecho del marine, se sentía muy a gusto estando con él. Sí no se hubiera escondido en ese bote, lo más probable era que haya caído en malas manos. Gemidos de satisfacción realizó cuando él comenzó a acariciar su espalda con mucha sutileza. No le molestaba en absoluto cuando él fumaba, ya estaba acostumbrada. Le agradaba realmente. Era una forma de decir que era un verdadero hombre en todo su esplendor. Ella le miró y lamió su mejilla lentamente a lo que esbozó un poco la sonrisa. La protegerá de cualquier depravado que se atrevería a hacerla daño, era lo más adorable que ha encontrado en toda su vida y lo hará cueste lo que cueste.

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Crocodile se pasó horas y horas probándose trajes nuevos mientras Bonez se encargaba de vigilar a la pequeña Bibianne jugar sin descanso. La Kemonomimi tenía unas gafas puestas, debido a la falta de vista. Al principio, no se acostumbró a ellas, pero poco a poco se habituó. Se estaba aburriendo dentro de esa tienda. Baliteaba mientras observaba los trajes que veía y al hombre que atendía a su dueño. Un dato curioso era que a la niña le estaban saliendo unos pequeños cuernos, estaba creciendo y se notaba. Su diminuta cola se movía de un lado para otro, observando como Crocodile se probaba diferentes trajes. Se sonrojó un poco al ver lo elegante que iba. Ojalá estar como él.

Desconocía cuántos minutos han pasado, pero él ha comprado bastante ropa y Bonez se encargaba de llevar las bolsas. Bibianne saltaba de alegría estando al lado del adulto. De vez en cuando, se paraba porque le dolía un poco la cabeza, debido a los pequeños cuernos y eso era preocupante para Crocodile. Ella no temía el garfio de ese hombre, era majestuoso para sus ojos. Y se detuvo en seco cuando vio en un escaparate un traje de niña super precioso. Era verde como las hojas de cualquier arbol y era estilo princesa. Sus ojos se iluminaron con fuerza al ver tal belleza que hasta su cola no paraba de moverse ante la emoción.

Crocodile se dio cuenta de que la niña no estaba a su lado. La buscó con la mirada y miró hacia atrás para verla quieta en la tienda. Se aproximó para ver qué era lo que estaba viendo y se fijó en el vestido. Realmente era precioso, muy adecuado para ella. Combinaba a la perfección con su cabello turquesa y sus ojos rosas. Dio una calada a su puro y decidió entrar ahí ante la sorpresa de la Kemonomimi. Movió su nariz muy curiosa cuál era su intención. Vio a una mujer coger el vestido y Crocodile hizo el gesto que entrara. Con mucha timidez, abrió la puerta. El olor de ese sitio era muy fuerte, no le gustaba. Y era de esa mujer, se echó suficiente perfume para cortejar con el moreno. Esto a Bibianne no le sentó para nada bien. Era solo una niña, pero sentía celos.

—Ven, vamos a ver si te queda bien el traje.

Ella no le ignoró, se metió en el probador con él dentro. Ella podía quitarse perfectamente la ropa, pero él lo prefiere hacerlo porque no le gustaría que se la rompiese o algo. Era muy delicado con estas cosas. Al colocárselo, se quedó maravillado. Estaba teniendo enfrente a una verdadera princesa. Se estaba dando cuenta que la estaba mimando demasiado y no le importaba. Quería verla feliz y comprará lo que sea posible.

—Te queda muy bien, Bibianne —confesó.

—¡Bibianne feliz! —gritó que incluso baliteó como oveja que era.

—Me alegro que lo estés. —Palmeó su cabeza con suavidad, no queriendo hacerla daño.

—A Bibianne gustar ver a Crocodile con trajes bonitos.

—Oh, entonces debería decir lo mismo de ti.

Sus ojos volvieron a iluminarse por esas palabras del adulto. Con toda esa felicidad en su cuerpo, movió su cabeza a modo de cariño en la de él. No se quejó en ningún momento, le gustaba que la pequeña tuviera sus momentos de dulzura infinita. Él era cruel en todos los sentidos, hizo todo lo posible para gobernar Arabasta solo por querer conseguir unas de las tres armas ancestrales y no lo consiguió. Y ahora estaba cuidando de una criatura que a saber cómo llegó en aquella playa. Iba a ser una esclava, que no tendría una vida de lujo y que alguien la tratase bien. Esto lo hacía para no sentirse culpable de nada de lo que haya sucedido en el pasado.

Al salir del probador, Bibianne no quería quitarse el traje porque le encantaba vérsela puesta. Además, se la quería enseñar a Bonez que solo amplió un poco la sonrisa. No quería desanimarla por la emoción que llevaba la niña. Esperó un poco a que saliera Crocodile e ir juntos a comer algo porque ya era la hora del almuerzo. La ovejita se daba cuenta de que todas las mujeres no paraban de cuchichear por lo bajo en relación con el moreno. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial? ¿Por lo elegante que va? No estaba muy segura, pero no le agradaba para nada. Se apegó más a él cuando escuchó comentarios como: «Que mono, cuidando de su hija». Él no era un Kemonomimi. Él palmeó unas cuantas veces su cabeza, una forma de que no se preocupara.

—Dentro de poco vamos a comer. Podrás pedir lo que tú quieras.

Eso le gustó mucho que sonrió aún más la sonrisa.

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Drake terminó de la misión que le encomendó Kaido, vigilando el reino de Wano. Obedecer las órdenes de un mísero emperador era absurdo, pero tenía que cumplir con el plan. Él era uno de los candidatos en convertirse en pirata y unirse ante uno de los Yonkōs. No deseaba ser como su padre que traicionó a los suyos por pura arrogancia y robando a otros. Él tenía su propio orgullo y una niña a quien cuidar. Y hablando de Menku, ella no vino a la misión por orden de Kaido. No deseaba que la niña entorpecería a Drake; sin embargo, estaba preocupado porque no sabía las intenciones que tendrá ese hombre con ella. Supuestamente la aceptó como su hija, pero tenía ciertas sospechas.

Ya llegó a la base informando a King sobre la misión, ya que Kaido estaba algo liado. Lo entendía perfectamente, así que se retiró sin ningún problema para dirigirse a su cuarto. Estaba algo cansado y necesitaba hablar con el cuartel para que estuvieran al tanto de lo que estaba sucediendo. De repente, oyó lloros de una niña pequeña proveniente de su cuarto. La única que entraba allí era Menku. Abrió sin dudarlo y ahí estaba: encogida en el suelo, tiritando de frío y llorando. Eso no se lo esperó para nada. La dragona era dura de roer y no mostraba signos de ser débil ante nadie, pero esta vez era diferente. Se aproximó cuidadosamente para tomar a la pequeña en sus brazos, y se quejó.

Esto alertó a Drake que se sentó en el suelo. Menku estaba llena de heridas y moratones en sus brazos y en su cara. Parece que le dieron una paliza estando ausente él. Una rabia le invadió fuertemente queriendo golpear a quien se atrevió a hacerla daño. Además, se culpaba así mismo por abandonarla aquí. Una lamida, casi que quemaba, llamó su atención. Menku estaba adolorida y lo único que quería era algo de cariño. Drake la abrazó con mucho cuidado, no queriendo hacer más daño de lo habitual. Pequeños sollozos oyen de ella, una forma de decirle que no se marchara, que no la dejase nunca.

—Te prometo que acabaré con Kaido sea como sea, te lo prometo.

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