Capítulo 2. Vivir con las Kemonomimis

En el reino de Totto Land, todo era paz y tranquilidad. La gente paseaba con mucha tranquilidad en el mundo de los dulces, hasta los hommies canturreaban felices de como iba la mañana. Las semanas pasaron desde que llegó aquel comerciante con las Kemonomimis. Y hablando de ellas, se han instalado perfectamente en el hogar de la familia Charlotte, pero los niños abusaban de ellas. La pequeña gata huía cuanto podía de esos críos porque no le gustaba el ruido que hacían. Se subió a un árbol acostándose en una rama. Le gustaba oír el cantar de los pájaros, por eso movía las orejas de un lado para otro.

Mientras tanto, la otra cría también se escondía de esos niños porque no paraban de tocarle la cola. Los Kemonomimis tenían una debilidad y era que le acariciaran esa zona erógena. Se metió en la cocina inhalando un olor bastante dulce para su olfato. Se acercó por instinto como canino que era y se subió a la encimera encontrándose un gran plato de trozos de chocolate. En estas semanas ha comido lo típico que una zorra tenía que comer, pero era la primera vez que veía algo así. Miró por todos lados a ver si había alguien, tomó uno y se lo llevó a la boca. Una explosión de dulce sintió en su paladar que sus ojos brillaron con mucha intensidad. Nunca ha probado algo tan delicioso.

Escuchó unos pasos aproximarse a la cocina y decidió coger el plato y esconderse debajo de una mesa, donde la cubre un gran mantel. Resonaban espuelas de botas provenientes de un gran hombre, del comandante de la familia Charlotte. Katakuri entró en la sala aprovechando que no había ningún cocinero en esa hora. Solía ir allí para coger algún aperitivo: donuts. Era su gran pasión y nadie se lo podía objetar. Se dirigió hacia la zona de repostería donde suelen guardar los dulces, pero notó algo raro en el ambiente. Oyó un ruido como si alguien estuviera comiendo ahí. Sus ojos granates se posaron en la mesa y se aproximó levantando el mantel; su rostro serio cambió por completo al ver que era la pequeña quien comía con mucha ilusión el chocolate.

—Veo que ya has encontrado tu comida favorita —dice percibiendo la mirada de la Kemonomimi. Esos ojos avellanas demostraban felicidad absoluta—. No te lo comas todo. —Extendió el brazo hacia el plato, pero recibió un gruñido por parte de ella—. Len, sé buena niña y dame el plato —se lo dice con suma paciencia. La nombrada puso un puchero de lo más adorable. «Maldita sea, aprendió de mis hermanos pequeños», pensó rodando los ojos. Suspiró y tomó en brazos a la chica sacándola de ahí—. Que sea la última vez que hagas esto, eso lo que hiciste es robar.

Oh vaya, se ha dado cuenta que él también estuvo a punto de hacerlo, que contrariedad. Sacó a la joven Kitsune de la cocina antes de que llegaran los cocineros o el propio chef. Observaba como Len comía sin cesar esos trozos de chocolate con suma felicidad, se notaba como movía la cola. Le enternecía la verdad. Recordó que les gruñía a todos sus hermanos con suma desconfianza, y no porque eran grandes, sino porque eran idiotas ante sus ojos. Sin embargo, sintió interés en Katakuri viendo que el hombre era muy tranquilo con una serenidad seria. Eso hizo que se aproximase a él y arañaba sus botas queriendo algo de atención. Era por ello que él se encargaba de la pequeña, ya que los otros de sus hermanos no podían. Les gruñía o les arañaba.

Ya fuera del castillo, observó a uno de sus hermanos mirando en cada esquina como si estuviera encontrando algo o a alguien. Recibió la mirada de él con un rostro preocupado.

—¿Ocurre algo, Cracker? —preguntó ya estando a su lado.

—Estoy buscando a Amélie, ¿la has visto? —Amélie era la Kemonomimi con forma de gata.

—Seguramente se escabulló en algún sitio, al igual que esta señorita.

Len solo sonrió feliz sabiendo que hablaba de ella. Katakuri ríe bajito al ver esos dientes manchados de chocolate, al igual que sus labios. Se lo limpió con su guante.

—Vale, creo que ya sé dónde está.

Charlotte Cracker era el segundo comandante de la familia y uno de los hermanos preferidos de los más pequeños, aunque era el cuarto porque antes estaban Katakuri, Perospero y Oven. El de cabellos morados se encargaba de cuidar de la gatita porque la veía indefensa por sus gritos y ataques epilépticos que desconocía el porqué. Siempre le pedía a su madre de llevarla al médico para ver si se encontraba bien, pero ella se negaba rotundamente. Sus ojos se posaron en la cría de zorro que lamía sin descaro el plato limpiando los restos. Él estuvo a punto de decir algo, pero Katakuri le detuvo y era mejor que la encontrase antes de que sucediera algo.

Ambos comandantes comenzaron a caminar para buscar a Amélie que seguramente no se habrá ido lejos. Las gatas, cuando se incorporaban en una casa, les era difícil marcharse porque tenían un lugar en donde quedarse. Hasta preguntaron a los más pequeños si la vieron y algunos les respondieron que ella huyó porque hacían mucho ruido. Ese era el motivo. Cracker se asomó por la ventana para ver si la veía algún lado hasta que la encontró en su sitio preferido. Salió corriendo bajando por las escaleras como un loco hasta llegar al dichoso árbol, encima era un hommie que no le importaba que la niña estuviese ahí.

—¡Amélie! —le gritó con las manos apoyadas en sus caderas—. No me des esos sustos, mujer.

Ella le ignoró completamente, típico de la niña. Eso a veces le mosqueaba muchísimo a Cracker, pero no tenía otra elección. A veces los gatos no hacían caso a sus dueños porque no eran para nada importante para ellos. Ahora será difícil bajarla porque estaba bien cómoda y el hommie estaba muy quieto. Esto le exasperaba al gran hombre, pero tenía que tener mucha paciencia con ella. Niños correteaban alrededor de la criatura poniéndole algo nervioso que agitó sus ramas. A causa de ello, Amélie no se agarró bien y cayó, menos mal que estaba Cracker que la cogió a tiempo. Fue un gran susto para ella que comenzó a llorar con violencia.

—Ya está, no pasa nada —dice mientras tranquilizaba de alguna manera a la pequeña. Palpaba su espalda una y otra vez, y ella lloraba más. Otra cosa que no le gustaba es que la tocaran por eso pataleaba con todas sus fuerzas—. ¡Amélie, quieta! ¡Te vas hacer daño! —Y, sin esperarlo, la niña arañó el brazo de Cracker y éste la suelta—. ¡Mierda! ¡Eso ha dolido! —A él no le agradaba sentir dolor.

Amélie cayó ignorando el dolor que sintió. No paraba de llorar porque el susto fue inminente. Katakuri se aproximó para saber qué pasaba y Len saltó de sus brazos para socorrer a su amiga. La única forma de consolarla es mimarla, como lamer su rostro para que sepa que no estaba sola, que había alguien ahí que no le hará daño. El mayor se puso al lado de su hermano que se tocaba a regañadientes la herida.

—La cogiste bruscamente.

—¿Y cómo querías que lo hiciera si fue todo muy rápido?

—Pero sabes cómo es ella.

—Ojalá pudiera saber si tiene algún problema serio. —No paraba de rascarse la herida porque le picaba horrores.

Ya Amélie dejó de llorar gracias a las consolaciones de Len. Se sentía muy a gusto cuando estaba ella, aunque no le gustaba mirarla a los ojos porque se sentía incómoda. Pero su vista se reflejó en el chico que no paraba de rascarse. Un sentimiento extraño notó en lo más profundo de su ser, la culpa. Era un sensación que nunca ha experimentado y agachó sus orejas. Se acercó a él con suma sutileza y lamió la herida ante la sorpresa de Cracker. Ya no le escocía tanto como antes, pero vio que la niña se sentía mal. Y su más grata sorpresa fue lo siguiente:

—Cracker, Amélie sentir.

Su cara fue un poema cuando escuchó, no una sino tres palabras de la boca de la niña gata. Y luego se sonrojó de golpe no creyendo que su primera palabra fuera su nombre. Se suponía que las Kemonomimis tardaban bastante en decir su primera palabra y a ella no le costó mucho. Miró a Katakuri que él estaba sereno, ya él lo supo gracias a su Haki.

—Será mejor pedir cita al doctor para que la mire.

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Crocodile caminaba sin miedo alguno en el pueblo de la isla acompañado por Daz Bonez y su pequeña mascota o amiga. Bibianne, como oveja que era, no se separaba de su dueño porque le salvó la vida de esa mota de arena. Sus orejas no paraban de moverse al escuchar tanto ruido a su alrededor, tenía un poco de miedo de que alguien la cogiese y la alejasen de Crocodile. Ya llevaba unas semanas, casi cumpliéndose un mes desde que está con él junto el guardaespaldas. Cuando lo ve, le daba mucho miedo y no debería tenerlo. Llegaron a una plaza bastante grande junto con una gran fuerte. El hombre con aspecto de mafioso se detuvo para mirar a Bonez.

—Quédate aquí con Bibianne. Tengo que ir a ver a un viejo amigo.

—¿Seguro que no quiere que le acompañe? —No le gustaría desobedecer, pero no le gustaba que su jefe se fuera y le ocurriera algo.

—No, prefiero que estés aquí. No le gusta ver caras nuevas —aclaró. Siguió caminando, pero paró ya que cierta personita agarró su pierna. La pequeña Bibianne baliteaba como nunca no queriendo que se marchara, hasta unas lágrimas se asomaban queriendo liberarlas. No tuvo más remedio que estar a su altura y acariciar sus lindas orejas de oveja—. Sé que eres lista y puedes entenderme; así que, te pido por favor que te quedes aquí con él. Volveré enseguida, te lo prometo.

Sí, ella le entendía, aunque no articulaba palabra. Vio como Crocodile se separaba del grupo mientras Bonez se sentó en el borde de la fuente. Ella no sabía qué hacer, era una niña que no podía quedarse quieta. Observaba como los niños jugaban con una pelota, ella dudaba en acercarse porque eran humanos y no como ella. Sin embargo, se fijó que uno de ellos tenía los brazos más largos que los otros. Baliteó con fuerza llamando su atención y el rostro de los niños fue una sorpresa que hasta se acercaron. Nunca vieron a una humana con orejas y cola de oveja. Uno de los jóvenes le mostró el balón para que jugara con ellos. Bibianne antes de moverse, miró a Bonez como pidiéndole permiso.

Obviamente, no podía negárselo ya que era una cría y tenía toda la libertad del mundo en jugar, pero no le quitaría el ojo de encima. No le gustaría que le pasara nada sin la presencia de Crocodile. Bibianne corrió hacia los niños fijándose que golpeaban la pelota con los pies, a lo que ella imitaba. Baliteaba muy feliz de poder jugar con niños de su misma edad, aunque ella nació solo hace dos meses. Estaba impresionada ante los movimientos o golpes que le daban al balón, y quería intentarlo. No lo hizo porque vio a una niña hacerlo y la pelota le dio en toda la cara. Eso le demostró que es mejor no hacer esas cosas si no lo controlaba bien. La pelota se alejó de todos ellos y ella corrió tras él.

De repente, chocó contra un poste sin darse cuenta. Esto preocupó mucho a Bonez que socorrió a la pequeña. Estaba sollozando, le dolía mucho la cara. Se sentó en el suelo para tenerla en sus brazos y acarició su pequeña cabeza, una forma de reconfortarla. Bibianne baliteaba una y otra vez haciendo gestos con los ojos, más bien forzando la vista. Él alzó la ceja extrañado de que hiciera eso. Alza el brazo con tres dedos levantados para hacer una leve prueba; la chica de cabellos turquesas acercó todo su cuerpo para ver qué era. «¿No me digas qué…?», tenía la certeza de que Bibianne tenía falta de vista, era posible que sea miope. Miró por todos lados a ver si encontraba algún médico que podría ayudarla. Sí se enterase Crocodile, sería hombre muerto.

—¿Qué ha pasado, Daz?

Y hablando del Rey de Roma. Crocodile hizo su aparición ya terminando de hablar con su viejo amigo. Bonez se levantó con la niña en brazos y dice:

—Sir, creo que Bibianne es miope.

El nombrado alzó una ceja extrañado, pero se dio cuenta de que la pequeña oveja esforzaba la vista para ver a quién tenía delante. El olfato de Bibianne la ayudó para averiguar quién era, y baliteó al saber que era él que hasta levantó los brazos en su dirección. La cogió, y como oveja que era, se acomodó en su pecho buscando calor corporal.

—Vamos, he visto por aquí a un médico que pueda revisar sus ojos —dice Crocodile mientras acariciaba la cabeza de la niña con la mano buena—. No te preocupes, pronto averiguaremos que es lo que tienes.

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El silencio inundaba en esa habitación donde solo se escuchaba pequeños picoteos por parte de la paloma que comía con gusto sus semillas. Estaba acompañada por Lucci quién tenía la vista clavada en la ventana, viendo el paisaje que daba Mary Geoise. Un lugar donde los Dragones Celestiales y los Gōrosei se acomodaban en este paisaje remoto. No todos estaban contentos por la presencia de esa gente tan poderosa que se les consideraban Dioses, pero eso al moreno no le importaba. Mientras hubiera sangre de por medio, obedecerá en todo momento. Por ello ha nacido como un asesino en eliminar aquellos que lo consideraba débiles. Dio un trago a su bebida para girarse y encontrarse una situación inesperada.

La niña murciélago tenía la mitad de la cabeza asomada en la mesa observando con curiosidad un plato lleno de fruta. El olor era tan extravagante que sus orejas se movían de un lado para otro. No se atrevió a coger nada porque, la última vez que intentó llevarse algo a la boca, Lucci se puso enfrente de ella y unas feromonas inundaron su olfato. Un macho alfa muy peligroso y que debería obedecer en todo momento. Miedo era lo que obtuvo en ese instante. Ahora estaba esperando como buena mascota que era para que le diera una orden de poder comer esa fruta. Mezcla de fresa, manzana, plátano, melón, naranja… Sus orejas se volvieron a mover cuando escuchó los pasos de Lucci aproximarse.

Ese hombre imponía mucho y digamos que esa mirada seria no era nada amigable. Seductora se podría decir. Acercó el plato hacia ella, una forma de decirle que podría probar un bocado. La niña no lo dudó y cogió una fresa para hincarle el diente. Sus ojos grises se iluminaron y cogió más, la mezcla de sabores era una bomba de relojería en su cavidad bucal. El moreno sonríe mientras se sentaba en su asiento admirando como la niña comía con gusto.

—Ya sabemos cuál es la comida preferida de Golzy: la macedonia —habló con Hattori que pipió con fuerza, estando de acuerdo con su amigo.

Lejos de la habitación del hombre, se encontraban otras dos personas, más bien una de ellas era una criatura. Spandam, con un malhumor de perros, estaba buscando a la ratona ya que era la hora del baño. Esa niña se escondía de él porque, a veces, le daba miedo cuando se enfadaba. Él no tenía mucha paciencia con los críos y mucho menos cuando se trata de una hibridación. Semanas ha estado con ella y aún no sabe cómo afrontar la situación, incluso ha recibido mordidas por parte de Golzy cuando escuchaba a lo lejos los sollozos de su amiga. Y Lucci no decía nada, solo se divertía. Ver cómo sufría ese desgraciado le alegraba el día.

—¡Tais! ¡Sal de una vez!

La nombrada asomó un poco la cabeza para ver qué Spandam le estaba dando la espalda. Realizó un chillido que hizo que el hombre se diera la vuelta y la viese. No estaba muy contento.

—¿Cuántas veces tienes que aprender la lección? Cuando es la hora del baño, no debes esconderte —dice malhumorado. La pequeña ratona sale de su escondite con las orejas un poco agachadas—. No tengo todo el tiempo contigo.

Tomó su muñeca y tiró de ella para llevarla a su cuarto, y bañarla cómo era debido. Lo peor que le desagradaba a Spandam era que tenía que compartir cuarto con la Kemonomimi y no tenía otra opción, si no quería llevarse una buena paliza de su jefe porque fue él quien se lo dijo. Ya dentro del baño, se despojó de la ropa de la niña y la metió en la bañera. Tais emitió otro chillido quejándose de que estaba fría.

—Deja de quejarte.

Spandam era un hombre desagradable en todos los sentidos. Solo le ha interesado tener poder y ser valorado como un héroe de la marine. Aún tenía remordimientos de lo ocurrido con Enies Lobby por culpa de la tripulación de Mugiwara. Cuando lo tuviera enfrente, lo pagaría bien caro cómo se llamaba Spandam. Comenzó a realizar pequeños masajes en el cuero cabelludo de Tais donde realizaba chillidos, pero de satisfacción. Aunque él daba miedo, esas manos eran maravillosas y no podía quejarse. Su cola se movía de un lado para otro, señal de gusto. ¿Cómo podía que sea una persona odioso? Tais entendía cada palabra que articulaba, aunque ella no podía hacerlo. No sabía hablar ni escribir. Ojalá pudiera hacerlo, pero aún es pronto.

La sesión del baño terminó y él se levantó un momento para buscar una toalla en el armario. La niña se levantó apoyando las manos en la bañera para ver los movimientos del hombre. Sentía curiosidad del porqué tenía esa máscara puesta. ¿Para dar más miedo quizá? Poco a poco lo veía todo borroso a su alrededor que empezó a rascarse los ojitos muy confusa. Pero una mala pisada hizo que resbalara hacia delante y su cara se estampara contra el suelo mármol. Spandam escuchó aquel ruido y se giró encontrándose con la niña ratona en el suelo sin dar señal de movimiento.

—¡Tais! —Por primera vez en su vida, socorrió a una persona que no fuera él mismo—. ¡Niña ratona tonta! ¡¿Pero qué demonios pensabas?!

Tais al recibir ese grito por parte de él más que le dolía la cara ante tal torpeza, su rostro poco a poco se encogía, señal de que estaba a punto de llorar.

—No, no. Oye, no quiero que llores. Si lloras, Golzy lo sabrá por sus orejas de murciélago y…

Demasiado tarde. La niña de ojos miel lloró con todas sus fuerzas. Era un chillido de lo más desagradable para cualquier hombre que estuviera ahí, incluso para Spandam. No tuvo más remedio que cogerla con la toalla, o más bien taparla, para amortiguar esos sonidos. Las orejas de la murciélago podría detectar perfectamente la situación en que se encontraba. Salió del baño teniendo mucho cuidado en no tropezar y lo primero que se le ocurrió fue ir a las puertas para llevarla al doctor del exterior. En su cabeza pasan muchas cosas, como, por ejemplo, que se haya roto algo y no se haya dado cuenta. Ya estaba cerca de la salida, y justo cuando estaba por tomar el pomo de la puerta, oyó como un sonido no muy lejano.

Con temor, se giró encontrándose a una Golzy con los ojos en blanco de rabia y con un aura de lo más espeluznante. Que hasta mostró sus colmillos, una forma de advertencia hacia Spandam.

—Golzy, hay una explicación para esto. Ten piedad de mí, yo no… —No le dio tiempo a explicar nada porque la morena mordió su pierna—. ¡Ah! ¡Maldita sea! ¡Que alguien me la quite!

Desde las escaleras, Lucci veía la escena muy divertido. Golzy era su homus operandi para castigar a Spandam de sus idioteces.

«Muy divertido, sí».

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—¡Yumel para!

—¡Estás estropeándolo todo!

En Water 7, unos carpinteros perseguían a la niña loba porque estaba haciendo un desastre grandioso en la carpintería. Yumel no paraba de moverse de un lado para otro, como si estuviera jugando con sus amigos. Maderas y vigas caían encima de ellos por los saltos de la pequeña. Se quedaba quieta solo un segundo para que la alcanzaran y luego saltaba huyendo de ellos. Esto para ella era sólo puro diversión porque se aburría y solo era una cría. No obstante, todo acabó cuando unas cuerdas sujetaron las pantorrillas de Yumel provocando que cayese hacia delante y se diera un buen golpe en el suelo. Sollozó muy adolorida que miró al causante. Era ni más ni menos que su propio dueño y vicepresidente de la carpintería.

—¡¿Se puede saber qué haces aquí?! ¡¿No puedes ni siquiera estar en la casa durante cinco horas?! —le gritó porque estaba muy enfadado con ella.

Yumel apoyó las rodillas como puede en el suelo y agachó las orejas a modo de disculpa. «Joder con la niña», Paulie odiaba que la pelirrubia fuese tan adorable cuando hacía ese gesto. Le ponía nervioso. Desde que la encontró en la calle y le ofreció ese trozo de carne, la niña loba le perseguía por todos lados, como si fuera de su familia. Un padre que la adoptó. Al entrar en la casa, ya era difícil de echarla porque realizaba pucheros y eso a Paulie le mataba y no podía hacer nada ante tanta dulzura delante suya; entonces no tuvo más remedio que adoptarla. Cada vez que salía para trabajar, Yumel buscaba todas las posibilidades de salir del hogar para buscarle o jugar con los carpinteros.

—Ya es la enésima vez que lo haces —dice ya muy tranquilo y controlando bien sus palabras. Se puso a su altura para quitarle las cuerdas—. Sé que eres una cría y quieres jugar, pero estamos trabajando y ojalá lo puedas comprender.

¿Cómo demonios se iba a enfadar con ella? Yumel, como gesto de gratitud, se acercó al rostro de su dueño y lamió su cara como canina que era. Él no paraba de reír que hasta un leve sonrojó se hizo presente en sus pómulos.

—Niña mimosa.

—Tu niña mimosa, más bien. —Un hombre se aproximó a ellos. Era el jefe de la carpintería Galley-La: Iceburg.

—Yo no la he mimado —corrigió.

—Eso es lo que tú piensas. —De su cuello, apareció un pequeño ratón que saltó encima de la cabeza de Yumel—. Veo que Tyranosaurus quiere saludarte.

Es verdad, Yumel nunca vio al pequeño ratón y se alegró mucho de ver a un nuevo amigo. Lo cogió con sus diminutas manos y lo lamió como si fuera un juguete.

—No creo que haya sido buena idea —aclaró nuevamente Paulie.

—Pero tú eres su cuidador. Se supone que debes corregir su educación.

—Lo sé, pero ella hace que las cosas sencillas sean difíciles.

—Dale paciencia, solo es una cría.

Tenía razón lo que decía Iceburg, solo era una niña con mentalidad de cría de animal y que aún debía aprender. Al verla tan mansa jugando con Tyranosaurus, le enterció demasiado. Palmeó la cabeza de Yumel como muestra de que se estaba portando bien a lo que ella ladró muy feliz.

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Las flores de cerezo daban su comienzo en nacer y crecer, y la pequeña Menku las observaba sentada desde su sitio. Desde que salió del castillo, todos los días iba a la parte trasera para admirar ese gran árbol. El color de las flores eran llamativas como para ignorar, al igual que el aroma que desprenden. No muy lejos, estaba Drake como cuidador que era. Hacía y cumplía misiones sin que la niña se separara de él. En lo más profundo de su ser, se preguntaba si era buena idea unirse a Kaido, pero ya no podía dar marcha atrás. Observaba la cola de Menku moverse de un lado para otro, mostrando emoción cuando el viento sopló contra las ramas haciendo que cayese una flor de cerezo.

Cayó en su rostro y parpadeó unas cuantas veces para cogerla en sus manos, teniendo cuidado en no romperla. El aroma que desprendía era agradable, la estaría oliendo todo el día. Y tuvo una gran idea. Se levantó y corrió hacia Drake mostrándole esa minúscula flor en sus manos con una gran sonrisa de oreja a oreja. Era una niña emocionada de haber encontrado el tesoro más apreciado del mundo; ese gesto le enterneció demasiado que sonríe también y sujetó sus diminutas manos.

—Flor de cerezo —dice, esperando a que ella lo dijese.

—Flor… de cerezo —repitió. Desde hace un par de días, Menku mostró señales de que podía hablar e incluso su primera palabra fue el nombre de la persona que tenía delante. La cara de él fue puro poema.

—Muy bien. —Palmeó su cabeza unas cuantas veces, forma de decir que lo ha hecho bien.

—¿Drake flor de cerezo?

—No, Drake humano.

—¿Menku flor de cerezo?

—No —respondió casi riéndose nuevamente.

Menku ladeó la cabeza no sabiendo que decir después. Miró al árbol nuevamente observando como los pétalos de las flores de cerezo caían a causa del viento.

—Flor de cerezo. —Señaló ella con su dedo índice.

—Sí.

—¿Flor de cerezo? —preguntó señalando ahora el tronco del árbol.

—No, cerezo. —Era una niña muy curiosa y habría que tener mucha paciencia. Con palabras claras y concisas que ella pudiera entender.

Ella corrió en dirección al gran árbol observándolo con gran vehemencia. Y una sonrisa se formó en sus labios no evitando en poder abrazar el tronco sorprendiendo a Drake ante ese comportamiento.

—¡Cerezo! —gritó muy emocionada.

Ella no ha mostrado señal de agresividad estando con Drake porque el olor que percibía era bueno, diferente a los otros. Pero cuando se trataba del mismísimo Kaido, ella no le miraba mal por miedo y más porque aparentaba ser un gran dragón. Por eso, prefiere estar con Drake porque sabe que él no le gritaría. Le enseñará muchas cosas que desea aprender y poder amar a la naturaleza como lo hace ahora.

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Una gran tormenta asoló el océano y el barco del G5 estaba surcando los martes. La pequeña Kemonomimi estaba apartada de todos los marines para dormir. Tashigi, antes de marcharse, le dijo que no se preocupara que la tormenta cesará. Sin embargo, los truenos no paraban de sonar asustando a la niña tanuki. Sollozaba una y otra vez queriendo que alguien la escuchara. Tenía mucho miedo. No quería estar sola. Sus padres nunca la dejarían en ese estado de vulnerabilidad. Lo malo era que la orden de Smoker era que tuviera su propia cama y ha estado semanas en el mismo sitio. Ahora era diferente. Quería estar con alguien que la protegiera y que la calentara para calmar sus nervios y sus sollozos.

Salió de la cama inquieta, dirigiéndose a la puerta y comenzó a hacer raspones para que alguien la escuchara; pero era imposible, ya que los truenos eran fuertes. Ni siquiera llegaba al pomo de la puerta al ser pequeña. No se rindió, siguió aullando hasta que alguien apareciese y la sacara de ahí. Hasta que oyó como pasos acercarse a la puerta; señal de que debía de seguir raspando la puerta y sollozara. Pero se detuvo cuando reconoció ese olor. El olor de un hombre que daba bastante miedo ante sus ojos. Se echó para atrás cuando la puerta se abrió dejándole ver. Smoker tenía un semblante serio y con cara de pocos amigos, y no olvidarnos de sus puros en la boca. La pequeña tembló de miedo ante su presencia.

Y un trueno fue suficiente como para que la Kemonomimi saltase, abrazándose a la pierna de él. Estaba muy asustada, volvió a sollozar de puro miedo. Smoker al ver ese acto, no se enfadó, sino relajó su expresión para tomarla en brazos ante la sorpresa de la niña.

—No puedes dormir porque te da miedo la tormenta, ¿eh? —habló de forma dulce, no queriendo asustarla aún más.

Se la llevó a su cuarto con la intención de que durmiese ahí y que estuviera cómoda. Puede que tuviera rasgos de animal, pero era solo una niña asustada. Al llegar, cerró la puerta y la acostó en la cama, ya con las sábanas deshechas. Las orejas de la niña se agacharon al sentirse culpable de haberlo despertado de sus sollozos, pero en el fondo se sintió feliz de que la haya escuchado. Él se acostó a su lado tapando a la pequeña mientras que él prefirió no hacerlo. Le gustaba sentir un poco de frío porque ya su cuerpo emanaba suficiente calor. Y eso fue motivo para que la niña tanuki se acercara un poco para sentirlo, pero no demasiado, no quería que le riñera por hacer tal cosa.

Y su mayor sorpresa fue que Smoker la atrajo para que no tuviera miedo alguno. Rodeó su pequeño cuerpo con el brazo a modo de protección.

—Duerme, mañana será un largo día. —Esas fueron sus palabras antes de que ambos cayeran a los brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente, una alocada Tashigi buscaba con desesperación a la Kemonomimi, ya que no la vio en la habitación. Tenía que informárselo al vicealmirante para encontrarla. Abrió la puerta de golpe sin tocar ni siquiera y se quedó muda al instante. La pequeña tanuki estaba comiendo en la cama junto con Smoker quien le daba de comer, como si fuera una niña.

—¿Necesitas algo, Tashigi? —preguntó sin desviar la mirada.

—P-Pensaba que la Kemonomimi había salido de su cuarto y una ola… se la llevó —confesó, ya con el temor en su cabeza.

—No dormía por la tormenta y me la traje aquí —dice muy tranquilo—. Una cosa antes de irte: no la llames así. Su nombre ahora es Rose.

Tashigi estaba sorprendida de que Smoker le haya dado un nombre a la pequeña. Esbozó una tierna sonrisa—. Veo que usted también calló en la tierna Rose.

—¿Qué me quieres decir con eso, Tashigi?

—¡Nada! Iré a desayunar —comentó, ya retirándose.

Él simplemente alzó la ceja no entendiendo nada y se centró en ella cuando Rose lamió su mejilla. Sonríe con ternura acariciando las orejas de la niña provocando que una sonrisa se formará en sus labios y moviera su cola feliz. Puede ser que Tashigi tuviera razón: cayó en la ternura de Rose.

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