Capítulo 18. Sentimientos de una zorra
Desde que Amélie tuvo su encuentro sexual con Cracker, se volvió más mansa con él no deseando separarse de su ahora actual pareja. El peli-violeta estaba con la pequeña gatita en un pequeño parque cerca del gran castillo. No paraba de peinar esa melena corta de la joven y, de vez en cuando, acariciar sus orejas gatunas recibiendo pequeños ronroneos. Era adorable cuando realizaba esos sonidos. En ningún momento habían hablado de lo sucedido. Y era preferible no hacerlo. Esa relación íntima que tuvieron fue único para ambos. Cracker nunca pensó que lo disfrutaría tanto que con otras. Era porque la amaba demasiado.
Amélie le puso un mote: leoncito. Cada vez que lo decía, le daba mucha vergüenza que deseaba que la tierra le tragase. De repente, le vino una gran idea a la hora de peinarla. Un peinado bien bonito para una gata adorable como ella. Sus dedos pasaban con suavidad por cada capa de pelo teniendo mucho cuidado en no hacerla daño. Una media coleta le sentaría bien. Le daría un aspecto más adorable con ese rostro de niña angelical. De reojo observaba a su hermano mayor ahí de pie vigilando a los pequeños jugar. Algún que otro hacía una travesura para llamar la atención. Pero quién no estaba entreteniendo era Len. La Kemonomimi estaba rara porque no paraba de realizar bufidos, en plan amenaza.
El único pensamiento que se le había pasado por la cabeza era que estaba en celo. Lo que faltaba, que la tsundere estuviera en ese estado. Veía a su hermano aproximarse a ella para calmarla y ella vocalizaba con mucha alegría. Sí, en definitiva estaba en celo. ¿Katakuri se habrá dado cuenta de ello? Cuando Cracker se enteró su cara era un poema y estaba al rojo vivo. Intentaba todo lo posible para que eso no pasase, pero los maullidos de Amélie y su forma de coquetear le ganaron. Era mejor que hablase con su hermano mayor antes de que sea demasiado tarde. Lo llamó a lo que Katakuri se giró para mirarlo y el peli-violeta movió la cabeza, señal de que se acercara.
El peli-granate frunció el ceño muy extrañado, pero decidió acercarse a su hermano. A lo mejor le dirá algo importante. Observarle peinar a la Nekomimi le daban ganas de hacerle lo mismo a Len que estaba muy mimosa últimamente.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
—No es por nada, pero Len te está dando señales.
—¿Señales? —Alzó su ceja curvada no entendiendo nada.
—Está cariñosa, no para de gruñir a los niños —comentó, mientras contaba con los dedos.
—¿Qué me quieres decir con eso?
—¿De verdad que no te das cuenta de ello?
Los ojos de Katakuri mostraban confusión ante esas preguntas y comentarios de su hermano pequeño. Sintió unas manos posarse en una de sus piernas y era Len quien no paraba de aullar por lo bajo. La joven quería mimos por parte de él. Obviamente, él se agachó para cogerla en brazos y así poder acariciarla cómo era debido.
—¿Ves?
—Cracker deja de hacer comentarios que yo no puedo entender —le dijo.
—Que tu pequeña tsundere está en celo.
De repente, un escalofrío le recorrió por todo su cuerpo. Nunca en su vida le había pasado algo así. Miró con detenimiento a Len para observar esos comportamientos que le decía Cracker. Ella estaba centrada en lamer la zona de su clavícula y seguir vocalizando, mientras su cola se restregaba en el antebrazo del hombre. ¿La peli-castaña quería aparearse? El rostro moreno de Katakuri se tornó a uno rojo no creyendo eso. Era imposible. Vale que ella le había visto su rostro, pero llegar a eso era imposible. Cracker veía con mucha diversión la expresión de su hermano que no evitó reírse bajito.
—No tiene gracia —dice muy avergonzado.
—Lo sé, te entiendo perfectamente.
—¿Ah, sí?
—Me pasó lo mismo con Amélie —añadió. Sus mejillas se tornaron de color rosa al recordar ese sucedido. Katakuri lo miraba expectativo—. Sí, es difícil de creer, pero pasó.
—¿Y qué voy hacer yo? —Era la primera vez que su hermano le estaba pidiendo consejo. Hasta creyó que se estaba poniendo nervioso.
—Mi mejor consejo es que la evites, pero eso será muy difícil porque te buscará. Al final no tendrás más opción que tener relaciones sexuales con ella.
Eso era lo último que deseaba Katakuri. Debería hacer algo al respecto. Y lo mejor que podría hacer es llevársela de ahí cuanto antes. Dejó a Cracker a cargo de sus hermanos pequeños, mientras se retiraba de ahí. El peli-violeta se preocupó un poco ante la situación que estaba experimentando Katakuri porque era la primera vez que le pasaba. Claramente él no era virgen. Ya tuvo experiencia con otras chicas, pero ninguna le atraía físicamente. Eran meras sirvientes que solo satisfacían sus deseos sexuales. Sus pensamientos se esfumaron cuando unos leves ronroneos llamaron su atención. La cabeza de Amélie se encontraba por debajo de su mentón lamiendo su nuez.
Era su forma de llamar la atención. Ella era una criatura muy tierna y sensible a los ojos de Cracker. Sus narices se rozaron sutilmente sin dejar de mirarse a los ojos. Color chocolate, un tono que hipnotizaba a cualquiera. No descansaría de mirarlos una y otra vez. El miedo más profundo que tenía era que su madre no aceptara esta relación. Amélie era una Kemonomimi, pero solo servía para entretener a sus hermanos. Ojalá les dejase amarse sin ningún problema. Él aprovechó esa posición para besar con mucho mimo su rostro y ella los correspondía con pequeños sonidos, mientras su cola se movía de un lado para otro.
Tenía un gran aprecio en la joven. La amaba tanto que la defendería por todo, incluso de su familia. Cracker fue nombrado comandante por su fidelidad. Era tan orgulloso que él se consideraba un príncipe entre todos los herederos. Sin embargo, todo cambió cuando llegó Amélie a su vida. Bella, tierna, tímida, reservada, inteligente, una chica con una mirada perdida... Todo de ella le encantaba. Los dedos de la Nekomimi acariciaban la cicatriz de su rostro con suavidad temiendo en hacerle daño o que le doliese aún.
—Preciosa —le susurró bajito—. Mi gatita linda.
—¿Lo soy? —preguntó con mucha ternura. No mostraba expresión alguna, pero sus mejillas rosadas lo decían todo.
—Lo eres para mí. Sé que no eres muy abierta en cuanto a sentimientos, pero eso no me prohíbe amarte como es debido.
—Amélie querer decirlo, pero mi cabeza no me lo permite.
—Lo sé. Tus ronroneos son suficiente para demostrarme que me quieres —se sinceró.
Ella escondió el rostro en el pecho de Cracker señal de vergüenza. Él ríe bajito ante tanta ternura por parte de la gatita que la abrazó con mucha dulzura. Amélie era una Kemonomimi que necesitaba amor.
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En la casa de Katakuri se notaba una tensión inimaginable. Len no paraba de llamar la atención al hombre, ya que se metió en la habitación para no seguir escuchándola. Su cerebro le estaba diciendo que era mejor ignorarla, pero su corazón le decía todo lo contrario. Si la correspondía, significaba que aceptaba ser su pareja. Todo esto le estaba afectando mucho. A ella la crio como si fuera su hija. Len no paraba de raspar la puerta una y otra vez queriendo entrar de una vez. ¡Dios! Se estaba comportando como un maldito adolescente. Debía enfrentarla y pedirle que se callara, pero era posible que ella buscase a otro hombre.
«¡No!», pensó, sacudiendo la cabeza con violencia no deseando tener ese pensamiento tan cruel. Si un hombre le tocase un pelo de su cabello, él no dudaría en matarlo. Cracker le dio un consejo que no ayudaba para nada. Len era pequeña en comparación con él. Un chico de cinco metros que podría dañarla con facilidad. De repente, las vocalizaciones se terminaron y eso preocupó mucho a Katakuri. Él se levantó de la cama para dirigirse a la puerta. Comenzaba a dudar si abrir o no, pero su instinto paternal le aclamaba. Apoyó la mano en el pomo e iba abriendo poco a poco hasta que alguien se lanzó sobre él con tanta fuerza que tropezó un poco y cayó en la cama.
Menos mal que ninguno de sus hermanos le vio porque ninguno le había visto caer de espaldas. La peli-castaña movía la cola con mucha felicidad porque había cazado a su respectivo macho alfa. Comenzó a restregar su cabeza en el pecho de él y éste se tensó. De verdad, el pobre lo estaba pasando mal y, si la tocaba, la incitaba a más. Estaba entre la espada y la pared.
—¿Por qué no me mimas Kata? —preguntó. Ese tono de voz que empleó fue bastante peculiar y excitante para los oídos de Katakuri. Espera, ¿qué acaba de pensar?
—Porque... no es hora de las caricias —excusó.
—Eso es una excusa barata —dice con los mofletes inflados—. Además, hueles bien -se sinceró aún restregando su cuerpo—, y me siento rara.
—Pues estate quieta a ver si vas a estar enferma.
—Estando contigo no lo estoy. —Se estaba acercando poco a poco a la bufanda para morderlo y tirarlo.
—Len, no estoy para juegos —avisó. Agarró la prenda para que no siguiera tirando.
Ella lo ignoraba completamente. Estaba sumida en el placer que seguía vocalizando. No estaba conscientes de lo que estaba haciendo, solo su instinto lo sabía. En cambio, Katakuri estaba quieto como una estatua temiendo en hacer algún movimiento en falso. El cuerpo de Len le estaba poniendo nervioso. Él era un hombre. Era normal que estuviera así. Y más aún con la chica que le gustaba. No podía negarlo. El hombre más fuerte y serio de la tripulación de Big Mom se había enamorado de una chica que era todo lo contrario a él. Len no le miró con miedo cuando descubrió su verdadero rostro, mas bien le gustó.
Pensó que este sería el gran momento de demostrar todos sus sentimientos sin abrir la boca, pero no quería ser un aprovechado. La carne era débil, como decían algunos. Cerró los ojos frunciendo el ceño pensando con mucha claridad el siguiente paso. Ignorarla o no, era la cuestión más prudente en ese mismo instante. Katakuri se sentó con ella encima. Las pobres piernas de Len estaban sufriendo un poco ante esa postura porque las tenía abiertas para estar cómoda.
—Len sabes lo que tienes, ¿verdad? —cuestionó, queriendo estar muy seguro.
—No lo sé. Lo único que sé es que estoy bien cuando estoy cerca de ti.
—Estas en época de celo —dice.
—¿Qué es eso?
—Es un estado en que deseas tener sexo con la otra persona —explicó, aunque la expresión confusa de la joven no había cambiado en absoluto.
—¿Sexo? —repitió a modo de pregunta.
—Relaciones íntimas, donde la chica se queda embarazada; es decir, tener hijos.
De pronto, la cara de Len se puso colorada cuando dijo eso último. ¿No era un beso? ¿Era otra forma? Su cabeza estaba a punto de explotar con esa información nueva. Ella apoyó las manos en el pecho de Katakuri mirándole con esos ojos de color avellana que brillaban con incandescencia.
—¿Voy a tener hijos contigo?
—Con el movimiento de tu cola me da que quieres.
—Eres mi macho alfa, Katakuri —confesó—. Yo quiero tenerlos contigo porque eres fuerte, atento, protector... Nuestros hijos tendrán a un padre ejemplar, además de que eres atractivo.
Esas palabras resonaron una y otra vez en la cabeza de Katakuri. Alzó un poco la mano para que un único dedo acariciase la piel de la joven. Tan suave y elástica que no dejaría de mimar. Len levantó los brazos para tomar la bufanda del grandullón y lo iba quitando lentamente. Quería verlo de nuevo. Esos colmillos eran tan adorables para los ojos de peli-castaña. Ambos estuvieron hipnotizados por un momento. Las miradas lo decían todo. Un amor que él mismo no deseaba aceptar, pero realmente el deseo era más grande que cualquier otra cosa. Poco a poco sus rostros se acercaban y un beso llegó fugazmente.
Ese momento fue único y tierno al mismo tiempo. Katakuri pensó que lo mejor sería encogerse para estar a una altura adecuada para que ambos lo disfruten. Él era grande en comparación con el cuerpo de Len. Era la ventaja de ser un hombre mochi. Podía moldear su figura para cualquier cosa y está era la ocasión. Cerró los ojos para concentrarse y poco a su cuerpo va empequeñeciendo, ya estando a la altura de tres metros. Esto creó confusión en los ojos de Len no entendiendo nada, pero ya no se sentía tan bajita. Otro beso vino en camino, mientras ella realizaba un sonido gratificante y con la cola en movimiento. Estaba feliz y, al mismo tiempo, no estaba nerviosa.
Una pena que en esa forma no se quedaría embarazada porque le gustaba ser besada. Ser amada por ese hombre que tanto apreciaba en todos los sentidos. Sus ojos de zorra lo miraban como un verdadero animal. Los dedos de Katakuri recorren con cariño la espalda de Len disfrutando de esos suspiros. El arco de su nariz iba tocando por la zona de su cuello cada vez subiendo hasta la oreja de la joven. Ella estaba temblando y no sabía el porqué. Lo estaba abrazando con todas sus fuerzas, mientras él seguía con su labor. Colocó los colmillos en la yugular para morder con mucha suavidad dejando una pequeña marca. Fue señal de posesión. Ella era suyo y de nadie más.
De repente, notó como una pequeña corriente recorrer por su cuerpo y era que Katakuri la estaba desvistiéndola. La Kemonomimi juntó las manos en la de él y le miró a los ojos queriendo ver su intención. ¿Por qué quería verla desnuda? ¿Era el proceso? El hombre la besó para que estuviera tranquila. Era normal que esté nerviosa porque iba a ser su primera vez. Las feromonas de la zorra crecían más y más que solo se aferraba a la chaqueta de cuero de ese hombre. Al dejar de besarla, Len le lamió la nariz hasta morderlo. «Juguetona», pensó, ya con la parte de arriba quitada. Los pechos de la joven eran voluminosos, perfectos para ser amasadas por sus grandes manos.
Ella era explosiva en todos los sentidos, pero ahora estaba indefensa y tímida porque desconocía lo que estaba pasando. La Kemonomimi confiaba en él. Los dedos gruesos de Katakuri aprisionaron un pezón para pellizcarlo un buen rato, mientras observaba sus gestos y escuchaba sus pequeños gemidos. Esas expresiones eran tan dulces. Iba ser suave con ella para no asustarla, aunque la peli-castaña era de las pocas mujeres que temiesen a algo. La levantó un poco para tener mejor acceso. Comenzó a lamer por debajo de la barbilla iniciando un pequeño recorrido descendente hasta su pecho libre y jugar con su pezón.
—Kata —lo llamó con un simple gemido. Le gustó tanto ese sonido que siguió con su labor.
La otra mano descansaba en su trasero apretándolo con fuerza. Estaba ansioso de descubrir más de ella. La cola de la chica se enrolló en su muñeca como una simple respuesta de su naturaleza. Katakuri gruñó por lo bajo cuando ella clavó las uñas en sus brazos. Necesitaba deshacerse de esa falsa tan molesta. Quería verla desnuda por completo. Pero primero se iba quitando la suya dejando al descubierto su pecho y la acostó en la cama un momento para deshacerse de la parte inferior quedándose en ropa interior. La zorra movió las orejas con mucha curiosidad y le imitó. No paraban de mirarse.
Había excitación y pasión entre los individuos. Un sentimiento nuevo para Len. Levantó los brazos para alcanzar el rostro de Katakuri y él se inclinó un poco más para que ella tuviera acceso. Granates y avellanas. Colores extraños difíciles de encontrar en este mundo. Los colmillos del peli-granate no eran una molestia para Len cuando lo besaba. Era una sensación única y agradable. Y un gemido se escapó de sus labios al notar unos dedos acariciar sus bragas, estimulando esa zona tan delicada. Él estaba centrado en mimar sus pechos que tenía mucho cuidado en no hacerles daño. Era una zorra que se metía en problemas, pero sumamente delicada en todos los sentidos.
Él estaba notando una incomodidad ahí abajo, ya deseando quitarse los calzoncillos para liberar su hombría. Apartó un poco las bragas para tener mayor acceso y seguir masturbando su clítoris porque estaba hinchado, debido a la excitación que estaba obteniendo Len. Sus gemidos resonaban por toda la habitación. Sus piernas no dejaban de moverse, intentando relajar esa sensación.
—¡Kata!
—Relájate —le dice porque metió su dedo en la cavidad vaginal—. No te dolerá si estás sumamente calmada.
—Pero es incómodo —comentó.
—Lo sé, pero te irá gustando.
Len confiaba mucho en Katakuri porque no era un mentiroso. Todo lo que hacía era porque le gustaba la chica. ¿Por qué debería engañarse así mismo? Ese dedo intruso se iba moviendo en su interior explorando esa zona virginal. Se sentía afortunado de compartir ese momento tan único con ella. Que él sea el primero en quitarle su virginidad. Las manos de la peli-castaña descansaban en la cabeza de Katakuri apretando sus dedos ahí, casi agarrando los pelos.
—Te estas poniendo un poquito salvaje —dice Katakuri a modo de broma.
—Es que... se siente extraño —confesó—. Es un mar de emociones.
—Y lo será aún más cuando profundice un poco más.
Eso provocó en ella una gran confusión en su rostro, pero no le dio a pensar más porque los movimientos de ese dedo eran más rápidos que antes. Ya la joven se estaba acostumbrando a esa intrusión. Pero no se esperaba algo más grandioso y esperaba que no se quejase mucho porque las mujeres que había estado sufrieron un poco. Sus labios no tardaron en juntarse porque sentían ansias. Se convirtió en un adictivo para los dos. Katakuri estuvo así un buen rato estimulando esa zona hasta que notó que estaba bien preparada para recibirlo. Por ello, quitó sus bragas y él hizo lo mismo liberando su hombría.
Len abrió ampliamente los ojos muy sorprendida ante esa cosa en su entrepierna. Parecía estar vivo y estaba duro. Tenía ganas de tocarlo y lo hizo. Un sonido pequeño emitió Katakuri cuando los dedos de la peli-castaña estaban tocando su glande. Él apoyó la frente en la suya no aportando la mirada en sus ojos. Se iba colocando poco a poco entre sus piernas a lo que sus sexos se rozaron mutuamente. Ninguno evitó gemir bajito. Apoyó su hombría en la entrada e iba entrando lentamente. Claro, Len comenzó a quejarse de dolor porque no sabía lo que estaba pasando y porqué sufría.
El peli-granate no se movió ni siquiera. Solo dejó que ella se acostumbrase al tamaño de su miembro y que le avisase para dar comienzo al coito. La joven hincó el diente en su hombro, pero no con fuerza para hacerle daño. Era una señal de que estaba preparada. Movimientos no bruscos realizó, mientras besaba todo su rostro para que estuviera muy relajada. Oh, recién se acordó que no se puso condón. ¿Sabéis qué? No le importaba en absoluto porque, si ella deseaba tener hijos con él, él también querrá tenerlos con ella. No le importaba si su madre no estaba de acuerdo ante esa decisión. Le pedirá de casarse con Len para que los pequeños no sean unos bastardos.
Poco a poco el placer iba en aumento que el vaivén se estaba descontrolado. El deseo era tan grande que era difícil de ignorar. Len no paraba de gemir y más alto. Cualquiera que se pasara por esa casa los escucharía perfectamente. Pero a él no le importaba que lo hiciera porque así demostraría que ella era suya y de nadie más. Y el placer carnal acabó con un orgasmo que compartieron mutuamente. Katakuri acarició con sumo cuidado el rostro de la Kemonomimi, mientras observaba como jadeaba. Se veía adorable. Tan tierna con esas orejas agachadas.
—Katakuri, ¿tendré hijos así? —le preguntó.
—La primera vez sería complicado, pero no hay que perder esperanza —le contestó-. Quiero que seas mi pareja de por vida.
—¡Yo también quiero! —Los ojos de la joven se iluminaron tanto que se lanzó para lamerle una de sus mejillas.
Los zorros eran animales que eran fieles a su pareja hasta que mueran. Unos canes que nunca les faltaría el respeto a unos de otros. Y eso mismo hará Katakuri con Len. Era su Kemonomimi favorita.
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