Capítulo 17. Amor de loba

Fumar relajaba los músculos a Paulie. Estaba en su casa admirando las vistas de Water 7. Hoy era su día libre y lo único que necesitaba era no hacer nada. Sus ojos estaban posados en el cielo. Despejado, sin una nube de por medio. Una mañana tranquila tomando un buen licor de fresa. Lo más extraño era que Yumel no había salido de su cuarto. Mejor para él. Escuchar el agua recorrer por el canal, como si fuera un río, era estimulante para los oídos. Si fuera él, estaría así toda la vida. Él en la hamaca disfrutando el sol matutino, fumando y bebiendo su bebida favorita. Y el cantar de los pájaros era agradable.

Miró el reloj detenidamente y ya se estaba haciendo. Pronto serán las doce del mediodía y Yumel no se había levantado para desayunar. Paulie comenzó a preocuparse que no tuvo más remedio que levantarse. ¿Estará enferma? Estando enfrente a la puerta tocó con suavidad, pero no obtuvo respuesta. Mas bien un gruñido nada agradable. Él alzó la ceja muy extrañado. Ella no era capaz de hacer tal cosa. Tocó nuevamente y recibió otro bufido. Paulie no era un hombre con paciencia por lo que agarró el pomo y abrir la puerta. Ahí estaba ella escondida entre esas sábanas. Era como si hubiera hecho una guarida para protegerse del exterior.

Decidió caminar con mucha cautela por si la Kemonomimi se le ocurría la idea de abalanzarse sobre él. Yumel no paraba de moverse un tanto incómoda y seguía con esos gruñidos, advirtiéndole a Paulie que no se le acercase más. «Esto ya es absurdo», pensó. Con mucho valor tomó las sábanas con las manos y las apartó de golpe para verla mejor.

—¡Yumel! Es hora de que te levantes para que desayunes, gandula.

De repente, y era lo que se esperaba, la chica se abalanzó sobre él dejándolo inmóvil en el suelo. Paulie estaba observando como Yumel enseñaba sus colmillos y el vello corporal estaba erizado. Se le notaba en sus orejas y en su cola. Algo le estaba pasando. No era ella misma. Pero se daba cuenta de un olor extraño y embriagador que liberaba la joven. Se podía decir que eran sus feromonas de loba. Poco a poco ella comenzó a relajarse y lamió la cara de su cuidador. Los sonidos que realizaba eran gemidos. Tiernos y sensuales a los oídos de Paulie. Todo esto le resultaba extraño al hombre. Hasta se puso rojo como tomate cuando ella se atrevió a juguetear su oreja.

—Yumel, para —le dice. Apoyó las manos en sus brazos para separarla, pero era imposible.

—Hueles muy bien, Paulie —se sinceró. Su cola se enrolló con fuerza a la pierna de él.

—Me hecho el perfume de siempre.

—No, es tu esencia.

El pelirrubio se estaba poniendo nervioso porque esa cola de loba no paraba de restregarse en la pierna, como si quisiera algo más. Esa extremidad se acercaba poco a poco a su entrepierna y este se tensó mucho. Se decía así mismo que ella no podía estar en época de celo. Lo negaba. Ni siquiera estaba respirando.

—Esto es incómodo.

—¿No hueles lo mismo que yo?

—Yo no tengo un olfato desarrollado como tú —le riñó.

—Me siento rara ahí abajo —dice. Ahora sí la cara Paulie era como un tomate.

—Yumel es mejor que te quites encima de mí —le aconsejó. No quería tocarla.

—Pero tu olor me gusta. —Lo abrazó con fuerza, no deseando separarse de ese hombre.

Esto era una situación muy comprometedora para él. Tenía que buscar de alguna manera una solución. En cambio, Yumel seguía lamiendo su cara buscando el cariño del hombre, pero él estaba inmóvil. Para llamar su atención y que la correspondiese cómo era debido, inició unos pequeños mordiscos que no eran lo suficientemente fuertes como para desgarrar la carne. Paulie no quería pensar en cosas pervertidas. Ella era inocente y pura. No era capaz de verla desnuda y que se desmorone como una loba. Aunque pensándolo bien, las caninas de esa especie, se le consideran como las alfas de su manada.

¿Y si era una invitación a que la hiciera suya? Agitó la cabeza con fuerza no queriendo tener malos pensamientos. No podía. La cuidó como si fuera su hija. Sin embargo, era hombre y esa chica lo estaba incitando a que lo haga. Sus manos estaban temblando y poco a poco las apoyó en su cintura para atraerla un poco más. Yumel reaccionó de tal manera que miró a los ojos negros del chico. De repente, sintió sus labios posarse sobre los suyos y ahora era ella estaba roja. No era erótico, era dulce y romántico. Se separaron y se miraron mutuamente, analizando lo ocurrido. Los dedos de él rozaron con mucho cuidado los pómulos de la Kemonomimi.

Ella se acercó un poco más, casi rozando los labios sobre los de él hasta que se volvieron a besar. Se aferró tanto a él que casi le rompe la camisa, pero Paulie la detuvo a tiempo. Sí, definitivamente estaba excitada a causa de su celo. El beso fue una bomba para sacar a la loba interna; sin embargo, debía ir suave para que la chica no se desesperase. Había mucho tiempo para que descubriese este hábito nuevo. Paulie se sentó para estar cómodo sin dejar de besarla y acariciar con sutileza su cuerpo. Ella reaccionaba de una manera pacífica, pero estaba temblando. Era normal, iba a ser su primera vez. Esos besos dulces que le dedicaba eran tan tiernos. Uno de los pocos hombres que se dedicaba a mimar a las mujeres.

Entonces, sintió unas uñas clavarse, traspasarse en la camisa de él que tuvo que gruñir por lo bajo. Era una verdadera loba que sacaba las garras cuando quisiese. Al separarse, Yumel jadeó por lo bajo y sus ojos mostraban un brillo de excitación. Esto lo calentaba mucho a Paulie de una manera sobrenatural. Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación tan lujuriosa. Además, la joven era hermosa y tenía una personalidad que le encantaba a él. Ella aprovechó para volver a morder el cuello del chico marcándolo suyo. «Mierda», eso provocó en él una erección bastante grande. La Kemonomimi se estaba volviendo dominante y no podía permitirlo.

Con suavidad agarró a la joven por sus caderas para levantarse con ella encima y acostarla en la cama. Ahora era él quien mordió el pescuezo de la chica. Claramente, ella reaccionó de manera natural que gimió por lo bajo. Apretó con fuerza los cabellos de él que unas cuantas hebras caían por su frente porque no tenía puesta las gafas. Las piernas de la joven rodearon la cintura del hombre para atraerlo aún más. Estaba confusa, pero le gustaba esta sensación de tener a Paulie entre sus brazos y compartir esa emoción que sentía por él. En efecto, estaba sumamente enamorada de él. La consciencia de Paulie le estaba pidiendo que no se atreviese a desnudarla, pero el deseo era mayor.

Agarró su camisa para alzarla, dejándola sin nada en la parte de arriba. Todo su rostro se tornó rojo al ver sus pechos grandes y bien redondas. Colocó un dedo sobre el esternón de la joven y lo iba acariciando, tentado de tocar sus bustos. ¡Qué demonios! Las palmas de sus manos se posaron ahí. Los masajeó, escuchando los pequeños gemidos de Yumel. No eran de humana, sino de loba excitada. La chispa creció en él y no pudo aguantar más que decidió jugar con sus pezones. Duros, como diamantes, y sensibles que le daban oír más de ella. Al otro botón lo torturaba con sus dedos para que no se pusiera celoso.

Yumel se abalanzó sobre él casi desgarrando la camisa de Paulie. Estaba desesperada que mordió nuevamente la nuca del hombre. Su pensamiento de loba le decía que él era suyo y de nadie más. Su lengua pasaba por los músculos marcados de Paulie casi mordiendo su piel. Y él iba acariciando las orejas bellas de la muchacha que ella soltaba suspiros. Su cola estaba metida entre sus piernas porque sentía calor y cosquilleo ahí abajo. Era difícil de controlar. Al descender más se encontró con el borde del pantalón que lo mordió y no dudó en arrancarlo.

—¡Oye! ¡¿Quién me paga luego eso?! —se quejó.

No recibió respuesta porque Yumel estaba hipnotizada por la excitación que causaba en ella. Pero la joven se detuvo al ver un bulto bastante grande detrás de sus calzoncillos. Movió una de sus orejas muy curiosa de eso. Lo olfateó y lo lamió. Paulie se estremeció ante ese atrevimiento. Y la mordida fue suficiente como para desatar al animal que llevaba en su interior. Se intercambiaron de posiciones y era él quien tomaba el control, atreviéndose a quitarle sus pantalones y tocar el sexo de la muchacha. Claro, ella gimió con sorpresa cuando Paulie estimulaba esa zona por encima de sus bragas. Estaba realmente mojada. Muy excitada, en realidad.

Y ella con atrevimiento tocó el sexo de él. Sus mejillas se tornaron rojas al palpar eso duro y parecía estar vivo. Lo seguía tocando y veía como él temblaba por cada caricia que le estimulaba. Se estaban masturbando entre sí. Sus miradas mostraban lujuria. Se deseaban tanto que no dejarían hacer esto. Sus ojos destellaban, brillaban con mucha fuerza. Yumel no paraba de gemir. Ese rostro tierno cambió a una de seducción. Joder, era divina con esa cara lujuriosa. Pero esas prenda que  quedaban, estaban siendo un incordio para ambos. Por tanto, decidieron desprenderse de ellos y seguir estimulándose.

La joven estaba asombrada ante el tamaño de esa cosa que se encontraba entre las piernas del hombre. Duro y caliente. No dejaría de masturbarlo por nada en el mundo. De repente, soltó un gemido agudo cuando notó un pequeño intruso entrar en ella. Era momento de prepararla, aunque estuviese mojada. Verla con ese rostro tan lúcido le daban ganas de follarla ahí mismo, pero debía aguantar. No quería dañarla. Sus labios se volvieron a encontrar. Era una danza erótica entre ambos. Otra falange metió simulando pequeñas embestidas y ella simplemente arqueaba la espalda, mientras apretaba más el miembro viril.

Eso colmó la gota del vaso. Tomó sus caderas con fuerza, mientras se colocaba entre sus piernas. No tenía prisa, quería que ella disfrutase tanto como él. Oh, se acordó de un detalle. Fue en busca de un condón entre los cajones para colocárselo luego. Iba entrando lentamente y ella reaccionó, clavando las uñas en la espalda del hombre. Él resistió con las manos apoyadas en la cama, manteniendo en esa posición. Pasaron minutos y Yumel se movió un poco en señal a que se moviera. Y lo hizo. Su interior emanaba una sensación de calor que lo disfrutaba como un demonio. La joven no paraba de gemir, sintiendo esa hombría salir y entrar para golpear. Era un sentimiento nuevo para ella. Le estaba empezando a gustar que no quería parar.

Se abrazaron para unirse aún más sin dejar de lado los besos. La cola de la chica se enrolló en la cintura de él no queriendo separarse. Lo amaba. Era su macho, su pareja. Ojalá que él lo supiera porque tenía que liberar esas emociones. O más bien el orgasmo. Ambos llegaron al séptimo cielo que el cayó muy rendido. Los dos jadeaban agotados, sudorosos y con la respiración agitada.

—¿Estás bien? —preguntó Paulie con tono de preocupación.

—Me siento mucho mejor.

—Bien.

—Paulie, ¿esto es una muestra de amor? —soltó la pregunta.

El pelirrubio no sabía que responder a eso. Él no era ciego como para no darse cuenta que Yumel tenía sentimientos hacia él. No negaba que ella era hermosa en toda su plenitud. Le gustaba en todos los sentidos. Acarició con suavidad el pómulo de la chica antes de decir:

—Podría decirse que sí.

De pronto, Yumel sonrió ampliamente al escuchar esa gran noticia que abrazó con fuerza al hombre. Realmente, daría la vida en ver esas sonrisas tan lindas de ella. Paulie protegerá el amor que sentía a Yumel y ella hará lo mismo.

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