Capítulo 12. Gata en celo
Era el día más esperado por todo Totto Land o, incluso, el más esperado por Charlotte Linlin. ¿Por qué? Porque era la boda de su hija Chiffon con uno de los supernovas, Capone Bege. Todos iban arreglados para la ceremonia porque era un gran acontecimiento muy importante. La primera boda realizada que no sea la de su madre y que sea una de las hermanas pequeñas. La peli-rosa se encontraba en su habitación junto con sus hermanas mayores y las dos Kemonomimis para ayudarla con el vestido de novia. Len estaba maravillada por ese traje. Blanco como la nieve misma.
Comenzó a imaginarse casarse con Katakuri y tener muchos hijos con solo recibir un beso de él. Sus mejillas se tornaron de color rosa porque quería saber cómo era la mandíbula de ese hombre tan perfecto para sus ojos. Un ser frío, pero protector ante sus seres queridos. Seguro que detrás de esa bufanda hay un adulto de lo más apuesto y ella lo protegería de esas mujeres que desean acercarse a él. Quién estaba rara y apartado en ese pequeño círculo era Amélie. No paraba de restregar su cuerpo en los muebles que se encontraba a su paso y su cola cada dos por tres se alzaba, como si quisiera mostrar algo más. Su nariz se movía buscando un olor peculiar y reconocido para su cerebro.
Las chicas supusieron que ella estaría mala y era mejor que no se acercara a Chiffon, pero Len estaba muy preocupada y decidió acercarse a ella para tomar la temperatura posando la mano en su frente. Estaba ardiendo un poco. Y lo más curioso y sorprendente es que Amélie se aproximó a ella restregando su cabeza en los pechos de la zorra. Era raro porque la gata no era de acercarse mucho así sin más. Debería llevarla al médico urgentemente, pero seguro que estará en la boda y no estará de servicio. Sólo deseaba que esa fiebre se la bajase en cualquier momento. Ya todo listo, Chiffon salió muy nerviosa seguida de sus hermanos que la animaban mucho.
Todos estaban esperando a la novia. La tripulación de Bege animaban a su capitán, pero sabían que eso era una artimaña porque ese hombre tenía planes futuros para derrotar a Big Mom. Casarse era una forma de estar más cerca. Al darse la vuelta, se quedó petrificado al ver a su futura esposa. Aunque sea joven, era hermosa para sus ojos. Len y Amélie caminaron hasta donde estaban Katakuri y Cracker quienes observaban a su hermana dirigirse al altar. La castaña miraba con curiosidad y sus orejas se movían de un lado escuchando los votos del sacerdote, incluso la voz de Linlin pidiéndole a que se diera prisa. Estaba claro que necesitaba probar esa deliciosa tarta.
Al dar el “sí, quiero” se besaron a lo que Len se sonrojó por completo volviendo a imaginar la situación con Katakuri. «¡Ahora Chiffon se quedará embarazada!», pensó la chica, mientras movía la cola con mucha felicidad. El peli-granate se dio cuenta de ello y no tuvo más opción que acariciar la cabeza de ella para que estuviera tranquila. Leves gruñidos escuchó por su parte aceptando ese cariño. En cambio, Cracker estaba sintiéndose incómodo debido a que Amélie no paraba de restregar su cuerpo con una de sus piernas. Y maullaba más alto. La gente los miraba muy extrañados queriendo averiguar si pasaba alto, y él no tuvo más remedio que coger a la chica gata a ver si callaba esos sonidos, ya un tanto molestos para sus oídos.
Y comenzaba la ceremonia. Linlin ya no esperó más porque las ansias de hambre eran más grandes que ir a bailar y festejar con todos sus invitados. Chiffon y Bege estaban en un momento íntimo; es decir, no paraban de bailar. En la otra punta de las mesas, estaban los tres comandantes junto con las Kemonomimis, Brûlée, Oven, Daifuku y Perospero. Len estaba encima de las piernas de Katakuri, mientras movía la cola muy feliz porque él seguía acariciando su cabeza para que estuviera lo más relajada posible. Y Cracker más de lo mismo porque Amélie no paraba de ronronear, necesitaba mucha atención por parte de su dueño y eso no era todo.
El aroma que desprendía el hombre galleta era cautivador para la Nekomimi que su cola se levantaba aún más o la enrollaba en una de las muñecas de él. ¿Debería preocuparse o ignorarla? No estaba muy seguro del todo.
—¿Hay algún problema, señorito Cracker? —El nombrado se tensó al escuchar la voz sonante de Tamago.
—En absoluto —respondió.
—¿Seguro? Me fijé que Amélie no ha parado de maullar en toda la ceremonia.
—Bobadas, es algo normal en ella.
—No mientas —habló Oven—. Sabes perfectamente que esa gatita tuya no se acercaría a ti para que le des mimos.
—Ni maúlla tanto —anunció Daifuku.
Cracker les miró con recelo queriendo matarlos en ese mismo instante por meterse en unos asuntos que no le convenían. Len escuchó la conversación entre ellos que miró con preocupación a la peli-azabache. ¿Y si en realidad estaba enferma?
—Antes Amélie estaba ardiendo —dijo.
Con esas palabras, el hombre galleta decidió tomar la temperatura de Amélie. Era cierto lo que dijo la chica zorra. Debían irse de allí, lo malo era que tenía que dejar su puesto para atender a las necesidades de la gata. Miró a su hermano Katakuri; la mirada que le dedicó era señal que podía retirarse, que no se preocupara por nada en el mundo. Tomó en brazos a la pequeña para emprender camino en búsqueda del doctor de la realeza. Él se había encargado de ver la evolución de Amélie por su discapacidad. Seguramente que él sabrá que era lo que le estaba ocurriendo a la Nekomimi.
Buscó con la mirada con bastante urgencia al su dichoso, mientras que Amélie no paraba de maullar y restregar la cabeza contra el pecho de su dueño. Lo estaba poniendo muy nervioso. Nunca en su vida había tenido un animal como mascota y desconocía las señales. Y dio un leve suspiro al encontrar al médico que estaba hablando con uno de los invitados. No dudó en aproximarse hacia él y éste le vio con una sonrisa de oreja.
—Espero que no haya venido por un asunto urgente, señor Charlotte.
—En realidad, sí. —Tomó una silla para sentarse—. No sé si se habrá dado cuenta del comportamiento de Amélie.
—Sí, me había fijado. Esos maullidos no son nada buenos —confirmó.
—Ni tampoco que esté todo el rato buscando mi mano —dice.
—Desconoce esas señales, ¿verdad?
—¡Ni que fuera médico!
El doctor ríe bajito ante esa respuesta tan característica de Cracker. Amélie, por su parte, ignoraba todo lo que había a su alrededor. Sólo se centraba en el aroma salado, como galleta recién horneada.
—Debo anunciarle que Amélie está en época de celo —contestó. La cara de Cracker se quedó a cuadros.
—¿Perdón? —Quería escucharlo nuevamente para estar muy seguro.
—Que está en época de celo. Las gatas cuando están listas para aparearse suelen ser mimosas y restriegan su cuerpo con cualquier cosa para calmar sus hormonas. Oh, y también maúllan mucho, sobre todo, al macho alfa que desea concebir hijos.
Con eso dicho, Cracker estuvo procesando la información que le comentó el doctor. Bajó la mirada para ver a la peli-azabache y ella alzó el suyo. Esos ojos chocolates brillaban con gran ímpetu, era un deseo extraño que estaba sintiendo la gata. ¡Y el corazón de Cracker iba a mil! Su cara se tornó rojo pensando que Amélie le estaba maullando para aparearse. Pensó que en cualquier momento le iba a dar un ataque porque no podía imaginarse hacerle eso a la chica. Era dulce e inocente y él no se atrevería a tocarla. Hasta apartó las manos con mucho temor a seguir con las caricias; no obstante, ella lo buscaba, alzando su pequeño cuerpo hacia los brazos de Cracker para dar leves mordiscos en esa zona.
¡Mierda! ¡Esto no le ayudaba para nada! Lo mejor que podía hacer era llevarla a su casa para que estuvieran más tranquilos o intentar que ella lo esté. Por otro lado, Len miraba de lejos a esos dos marcharse a lejanía. Se preguntaba que era lo que conversaba con el doctor y para que Cracker se pusiera un tanto nervioso. Asimismo, estaba muy preocupada por la condición de su amiga. De repente, las caricias de Katakuri volvieron a surgir que apoyó la cabeza en el antebrazo de ese grandullón. Va cerrando los ojos lentamente disfrutando de esos mismos que su cola se movía de un lado para otro.
Ojalá ese hombre tuviera sentimientos y le dijese que se sentía atraído por ella, o averiguar lo que escondía detrás de esa bufanda. Una de sus orejas se movió cuando escuchó movimiento acercarse. Unas cuantas mujeres rodearon bellas y con ojos de enamorada se aproximaban a Katakuri. Estaba claro que querían llamar la atención del comandante y casarse con él, o intentar hablar con Big Mom para que lo emparejen con él. Eso a Len no le gustó para nada que gruñó hacia esas chicas mostrando sus colmillos y con la cola engrifada, a punto de atacarlas.
Obviamente esas mujeres se alejaron al ver a Kemonomimi con una mala leche del copón, pero se relajó al sentir de nuevo las caricias de su macho alfa. Era una forma de compensarla por espantar a esas pesadas de su entorno.
—Es una tsundere —añadió Oven con una gota en la sien.
—Prefiero que sea así —se sinceró Katakuri. No le molestaba para nada la personalidad de Len.
—Solo porque es amable contigo, a nosotros nos gruñe. —Daifuku miró mal a Len.
—Oh, ella es buena con todos nosotros. —La risa de Brûlée era escandalosa—. Pero se ve que tiene mucho aprecio a oni-chan.
Y era normal. Él siempre había estado con ella desde que llegó a Totto Land, criándola y cuidándola como si fuera su hija. Conocía esos momentos en que la chica sacaba su lado agresivo queriendo golpear a cualquiera que se atreviera a insultarla, hacer daño a Amélie o que le digan algo de su ropa. La peli-castaña observaba a Bege y a Chiffon seguir bailando, y se preguntando si Katakuri se atrevería a bailar con ella. El problema que él era grande en comparación con ella. No obstante, tuvo una gran idea que seguro que funcionará. Se levantó para subirse en la mesa y tomó las manos grandes del peli-granate, lo cual éste alzó la ceja queriendo averiguar las intenciones de la chica zorra.
Ella empezó a moverse haciendo una simulación de un baile ante la atenta mirada de Katakuri. Cómo él aún no sabía que hacer Len va girando, mientras ríe bajito muy divertida. Sus mejillas rosas destacaban que se lo pasaba en grande y si él estuviera en un tamaño adecuado, aún más. Pero le gustaba verlo así, alto y poderoso, mostrando su gran poderío, como un verdadero macho alfa. Y él simplemente no objetó ante el cumplimiento de Len. Cuando acabó la música, ella saltó para abrazarse a su cuello llena de felicidad absoluta. Disfrutaba estando con él, la hacía sentir segura, aunque ella podía defenderse por sí sola.
Había escogido a su pareja perfecta y no quería destrozar el momento; sin embargo, la bufanda estaba muy cerca de su rostro. Sin poder aguantarlo, sostuvo la prenda con la boca para tirar suavemente. Y todo fue muy rápido porque Katakuri la apartó y sus ojos destellaron rabia y desconfianza en la Kemonomimi.
—Te he dicho que no. —Y su voz daba miedo para los oídos de Len.
—Pero yo quiero verlo.
—¡Y no es no! ¡Estoy harto que todos intenten ver lo que hay detrás de mi bufanda! —Katakuri se levantó de golpe ante la sorpresa de Len—. ¡Me largo! —Ninguno de sus hermanos no había dicho nada. Respetaron la decisión de su hermano.
—¡Espera, Kata!
La peli-castaña no dudó en seguirlo, pero él daba pasos muy grandes mostrando que estaba muy furioso. El corazón de la chica zorra se estaba rompiendo en mil pedazos. Se dijo así misma una y otra vez que no seguiría con eso para no perder la confianza de Katakuri, pero la curiosidad mató al gato. Ahora temía en perder a su macho alfa por su estupidez.
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—Debes bañarte.
—¿Me bañas tú?
—Te recuerdo que ya no eres una niña.
Cracker intentaba por todos los medios en que Amélie no se acercara tanto, pero la necesidad que tenía ella era mucho mayor. No paraba de maullar y restregar su cuerpo en una de las piernas grandes del comandante. «Mierda», Amélie no ponía las cosas fáciles. Ella estaba suplicando mucho en que lo bañase él, hacía tiempo que no lo hacía. Cracker suspiró con pesadez y no tuvo más remedio que escuchar las súplicas de esa Nekomimi. No quería verla desnuda. No quería ver su pureza al descubierto. No quería tocar sus partes íntimas. ¡No quería llegar a eso!
Le pidió a la chica que se desnudara y se metiera en la tina rápidamente, mientras le daba la espalda. No podía imaginarse pasar la esponja por todo ese cuerpo virgen. No negaba que ella era bella con ese rostro angelical, ¡pero lo que estaba a punto de pasar era un pecado! Un maullido escuchó, señal de que ya estaba metida. Se giró lentamente, aguantando la respiración. Ese cuerpo en la tina le estaba tentando en ir a mayores. «¡No, Cracker!», sacudió su cabeza con mucha rabia no queriendo tener malos pensamientos. Estiró la mano para coger la jarra y va recogiendo agua para mojar los cabellos de la cabeza. Intentaba todo lo posible para no mirar la línea de sus pechos.
Amélie maullaba mucho, no parando de mover la cola. Las manos de Cracker se colocaron en su cabeza, ya untados de champú, para masajear su cuero cabelludo. Un gemido proveniente de la chica lo descolocó un poco que las chispas que salían de sus trenzas se avivaron aún más. Estaba rojo como un tomate, no se había esperado escuchar ese sonido suave y aterciopelado de ella. Los cabellos de Amélie eran fáciles de enjabonar porque no se enredaban entre sus dedos. Y llegó ese momento que odiaba llegar. Tomó la esponja humedeciéndola para empezar a pasar por el cuerpo de la chica. Intentaba todo lo posible no tocar en esos puntos erógenas; sin embargo, los maullidos no le ayudaban para nada.
Amélie agarró el brazo de Cracker inmovilizándolo para restregar su cabeza en esa articulación. No fue una gran idea porque la mano del hombre galleta estaba descansando muy cerca de su intimidad. Esas chispas se incendiaron aún más y él con la cara roja que parecía que en cualquier momento iba a sangrar por la nariz. Cómo acto de reflejo, la apartó de golpe, ya terminando con el baño. Se giró bruscamente para calmar a su palpitando corazón y a su cerebro que comenzaba a pensar en los gemidos que le dedicaría Amélie en el acto sexual. ¡No podía permitirse eso! La cuidó como si fuera su hija.
Al pasar un rato, ya más calmado, era la hora de peinarla. Amélie, a modo de excusa, le dijo que no quería ponerse ropa porque estaría incómoda. ¡Él lo iba a estar aún más si la ve desnuda! Entonces le pidió que por lo menos se pusiera la toalla. Menos mal que la chica le hizo caso. Ella sentada en su regazo, mientras él comenzaba a peinarla suavemente teniendo cuidado en no tocar sus orejas porque estaba sensible. La cola de ella no se estaba quieta porque acariciaba la camisa de Cracker, como buscando una forma de colarse y tocar sus abdominales. ¿Eran cosas suyas o se estaba volviendo una pervertida sin darse cuenta?
Ya se estaba poniendo más nervioso de lo normal que ni se dio cuenta que detuvo el peinado. Debía calmarse, inspirar y expirar era lo mejor podía hacer. No obstante, un movimiento lo alertó encontrándose a Amélie apoyar la cabeza en su pecho. Claramente se quedó quieto como una estatua.
—Cracker —lo llamó. Esa voz dulce de niña pequeña, combinado con la excitación que estaba sintiendo por culpa de su celo, puso los pelos de punta al comandante—, hueles bien.
—… Gracias —añadió, mientras tragaba saliva.
—A galleta y desprendes un olor curioso. A Amélie le gusta mucho.
«Cálmate. Es cosa de su celo», pensaba Cracker porque creía que la chica estaba delirando por su época.
—Cracker —lo llama nuevamente—. El doctor dijo algo que no entendí —dice con la respiración algo agitada—: ¿qué es época de celo? —La cara del comandante fue puro póker porque no sabía que contestarle.
—Es… cuando… el animal… necesita aparearse… con… alguien… de su especie —tartamudeó, casi quedándose sin aliento.
—¿Y qué es aparearse?
—Amélie no me estás ayudando en nada.
—¿Por qué? —Y ella seguía preguntando. Ella quería saber las respuestas.
—Porque… estás desnuda y… estás haciendo que piense en cosas feas.
—¿Feas?
—Cosas que no te gustarán para nada —se sinceró—. Por tu condición no estás preparada para algo así. Y, claro, es una forma que ayuda a calmar tu celo.
Y un balde de agua fría se le cayó encima cuando dijo eso. ¡Era un bocazas! La Nekomimi fijó la mirada en los ojos de Cracker y él no la desvió en ningún momento. Eran esos momentos de segundos en que él podía observar a la perfección esos ojos chocolates que tanto le llamaban. Y ella se calmaba al ver los ojos de color rosa de Cracker. Era su color favorito. Señal de amor y paz reflejaban en él.
—Amélie siente calor —confesó—. Amélie no le gusta estar así. —Como adoraba que hablase en tercera persona—. Cracker tiene que ayudar a Amélie.
—Ojalá pudiera, pero no quiero hacerlo. Te corrompería.
—Cracker es un niño bueno. Nunca haría daño a Amélie.
No, nunca lo haría y no se lo perdonaría por nada en el mundo. Titubeó un poco en tocar su mejilla. Al rozarlo con su dedo, ella no se apartó, sino se dejó acariciar, comenzando a ronronear sutilmente. Era una chica con un rostro angelical que no mataría a una mosca. Acabaría con cualquiera que se atreviese a hacerle un rasguño. Él, un grandullón de más de tres metros, no negaba que tenía sentimientos hacia ella cuando su cuerpo había madurado a una fase adulta. Tan bonita y jovial, y él se estaba volviendo en un viejo que nunca encontrará el amor. ¿Y si el destino quiso que se juntasen?
—Amélie —la llamó suavemente—, lo que vaya a pasar, es por tu bien. Sí no te gusta, dímelo ¿vale? —Espero a que ella respondiese o moviese la cabeza asintiendo, pero sabe que su cerebro estaba procesando la información—. ¿Entiendes lo que dije?
Y ahí estaba. La afirmación que tanto deseaba ver, aunque le hubiera gustado escucharlo de sus labios. Sus dedos rozaron con suavidad sus labios, una forma de dar inicio a lo que estaba a punto de suceder. Y, por fin, sus labios encontraron los suyos probando esa fina capa tan deleitosa para sus ojos. Amélie no se movió, simplemente se quedó quieta, casi que se quedó sin respiración, pero pocos segundos después recuperó el aliento cuando Cracker se separó. Esperó unos segundos al ver la reacción de la Kemonomimi y, para su grata sorpresa, ella fue quien le devolvió el beso. Él irá despacio, tal y como había aprendido durante estos meses de convivencia con ella.
No deseaba asustarla, solo quería que correspondiese ese momento especial para ambos y que ella estuviera más relajada. Sus manos comienzan a recorrer ese cuerpo pequeño bien desarrollado, provocando leves cosquillas que Amélie no pudo evitar reír bajito. Cracker esbozó una pequeña sonrisa, aún era sensible a esos cosquilleos y conocía a la perfección sus puntos débiles. Lo hacía para romper la tensión, aunque ella se removía de su sitio, mientras le decía que parara porque no le gustaba. Y otro beso, pero cortito, hizo acto de presencia. Y Amélie buscaba más y más porque le gustaba esa forma de Cracker de darle cariño.
Poco a poco, ante esos movimientos, la toalla se desprendió dejando a la vista ese cuerpo que tanto había soñado verlo. Esa piel blanca daban ganas de morderlo. Sus pechos eran pequeños en comparación con las de sus hermanas, pero él prefería a alguien diferente a lo que sus ojos estaban acostumbrados. Ella era única, una Kemonomimi hermosa que necesitaba ser protegida por un hombre como él. Se proclamó su macho alfa. Posó un dedo en la clavícula de Amélie para descender lentamente, oyendo los dulces maullidos de la gata cada vez que bajaba. Pasaba por su esternón, por su vientre… y volvía a subir.
Esos suspiros eran mágicos para sus oídos. Ella, con mucho miedo, tocaba su antebrazo queriendo imitarlo. En su cabeza pensó que tal vez conseguiría su objetivo, de tranquilizar esas hormonas que la estaban atormentando y el único que podía ayudarla era Cracker. Y se detuvo cuando vio que el hombre mayor comenzó a quitarse la camisa, ya un poco arrugada y más que estaba teniendo calor. Estaba acostumbrada al verlo con el torso descubierto, pero esa vez era diferente. Se sentía más atraída a ese cuerpo esculpido por los mismos dioses. Nunca tocó esa parte y esa vez lo hizo. Sus abdominales estaban duros como unas simples piedras. Y dio un pequeño chillido cuando el comandante dio un pequeño mordisco en una de sus orejas peludas.
Sintió un leve escalofrío en su parte baja, notando una gran incomodidad increíble. Sus piernas la delataban y él lo sabía. Atrajo su pequeño cuerpo para levantarse con ella en sus brazos y se giró lentamente para acostarla en la cama. Desde esa perspectiva, observaba con detenimiento el cuerpo virgen de Amélie que necesitaba ser explorado con sus grandes manos, con su lengua, marcarla con sus dientes y profanar su cavidad sexual. Él, al ser tan alto, prefirió estar arrodillado en el suelo para estar igualado con ella en cuanto a altura. Empezó a besar sus labios, luego los va repartiendo por todo su rostro, descendiendo a su cuello, a su clavícula… Y su lengua recorrió con desdén esos pechos pequeños, pero voluminosos sacando leves suspiros por su parte.
No le había rechazado, de momento. Todo lo hacía despacio y con mucho mimo. La cola de Amélie se enrolló en la muñeca de Cracker, una forma de pedirle que no parase porque le gustaba esa nueva sensación que estaba experimentando su cuerpo. Hasta que cerró las piernas de golpe porque el comandante tocó su clítoris para comenzar a estimularlo con mucha suavidad. Su respiración se volvió agitada que hasta sus pezones se endurecieron, como diamantes en bruto, y él no dudó en hincar el diente uno y succionarlo con sutileza. Estaba mojada a causa de su celo y sus dedos resbalaban con facilidad hacia su cavidad.
Metió lentamente uno, no deseando hacerle daño, y lo va moviendo. ¡Dios! Su vagina succionaba con fuerza su articulación. No podía imaginarse su polla ahí dentro y sentir esa sensación. A todo eso, le estaba molestando sus pantalones porque le apretaban exageradamente, pero tenía que ser paciente, prepararla para lo que viene ahora. Y bajaba su cuerpo para quedarse enfrente de su sexo y comenzar a estimular su clítoris con la lengua, mientras metía otro, ya notando que su vagina ya se estaba acostumbrando a la invasión.
—Cracker. —Ese gemido, al pronunciar su nombre, lo excitó demasiado.
—¿No te gusta? —preguntó, deteniendo sus movimientos.
—Siento mucho calor —confesó con un leve tartamudeo que fue adorable para él.
—Yo también y no sabes cuánto.
—¿Esto es… aparearse?
—Solo es el principio —dice—. Cuando estés bien preparada, llegará ese momento. Nosotros lo llamamos “hacer el amor”.
—¿Hacer el amor? —repitió la misma frase a modo de pregunta.
—Es una forma de demostrar de cuánto amas a una persona con besos, caricias, palabras bonitas…
—¿A Cracker… le gusta a Amélie? —Esa pregunta no se lo esperó para nada al comandante.
—No lo puedo negar. —Reincorpora su cuerpo para mirarla a los ojos, por lo cual ella no la desvió—. Eres tan hermosa que me es difícil desviar la mirada en ti. Tus ojos chocolates me cautivan tanto que no pararía de mirarlos. Tu forma de expresarte, a veces, en tercera persona dan un vuelco a mi corazón. —Con cada palabra, acariciaba su mejilla, ya parando lo que estaba haciendo—. Yo no sé si yo te gusto.
Amélie descifraba todas esas frases en su cerebro que, al cabo de un rato, sus mejillas se tornaron de color rosa y sus ojos brillaron con mucha intensidad. Por su condición, le era difícil expresar sus sentimientos. Por eso su rostro nunca reflejaba alguna expresión de sorpresa o de felicidad. Siempre una cara seria y con los ojos grandes, atenta a la conversación que le daban; aunque, a veces, lo ignoraba para centrarse en otra cosa.
—Si Amélie hace el amor con Cracker, ¿eso demuestra que Amélie quiere a Cracker?
—Por supuesto.
Y una afirmación en su cabeza fue suficiente para que él diera ese último paso. Se levantó para quitarse esos molestos pantalones junto con su ropa interior, mostrando ya su virilidad erecta. Amélie no desviaba la mirada en esa cosa que llamó su atención. No le perdió de vista porque Cracker caminó en dirección al mueble buscando entre sus cajones algo. Él encontró lo que buscaba: un condón. Ella estaba en celo y lo más probable era que se quedara preñada en cuestión de semanas, y aún era pronto. Rompió la bolsita con los dientes y va colocándose el preservativo ante la atenta mirada de Amélie.
Era curioso que una criatura como ella no haya visto tal cosa, pero entendía que la había estado sobreprotegiendo. Caminó a gatas hasta ella implantándole un beso dulce en sus labios, mientras la acostaba y se colocaba encima suya. Su virilidad podía ser grande para la chica, pero la vagina de una mujer estaba preparada para estirarse. Va colocando la punta y, con muchos mimos de por medio para que ella estuviese distraída, lo va metiendo poco a poco. Amélie se tensó al sentir esa invasión incómoda que, por reflejo, clavó las uñas en la espalda de Cracker. ¡Cómo odiaba recibir dolor! Pero debía aguantar como un campeón y no moverse por nada en el mundo.
Esperó segundos, minutos… hasta que la cosa se calmó y va moviéndose suavemente. Amélie comenzó a gemir bajito llevándose las manos a su rostro, recibiendo besos dulces de Cracker besando las palmas de sus manos. Le susurraba cosas bonitas en el oído, mientras la escuchaba. Eran gemidos de placer que le dedicaba, que lo aceptaba. Las palabras nunca saldrán en la boca de ella y él lo sabía perfectamente. Sus cuerpos estaban lo suficiente pegados creando esa intimidad tan única entre ellos. Un abrazo era lo único que los unía. Estaban unidos en cuerpo y alma. Le decía palabras como “te quiero” y ella devolvía ese gesto con un suspiro y con una simple mirada.
Sí, no habían apartado la mirada durante el acto sexual. Era un momento mágico para ambos. Mezcla de maullidos y gemidos eran música para sus oídos, y esa cola, que se remoloneaba, se enrolló, o intentaba, en la cintura de él. Estuvieron en esa posición un buen rato hasta que culminaron en el orgasmo. Y menos mal que tenía el condón puesto porque sino ya hubiera dejado embarazada a la Kemonomimi. Y no se separó en ningún momento de ella, siguió mimando su dulce rostro, mientras Amélie intentaba recuperar el aliento y correspondía esos besos de Cracker.
Sus narices se rozaron sutilmente y, por primera vez, ella esbozó una sonrisa de la mar de sincera. «Adorable», pensó Cracker que también amplió la sonrisa. Sin duda, estaba enamorado de esa Nekomimi con síndrome de Asperger.
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En otra isla, en una casa, Len miraba con mucha tristeza la puerta que accedía la habitación de Katakuri. Ese hombre se encerró ahí dejándola sin acceso. No quería saber nada de ella. La Kitsunemimi daba pequeños zarpazos con las uñas para que le dejase entrar y no recibía respuesta alguna. ¿Estaba cabreado por lo ocurrido en la boda? No era su intención, simplemente quería averiguar todo ese misterio que le rodeaba en esa dichosa prenda.
—Kata —lo llamó—, ábreme, por favor —simuló sonidos de cachorra abandonada.
De nuevo, nada. La joven estaba perdiendo esperanzas de volver a ver a ese hombre que tanto la cuidó y amó cada detalle. Le estaba doliendo ese rechazo. Nunca estará más cerca de él por ese acto estúpido. ¿Y si ocultaba algo horrible? Algo que cualquiera se burlaría de él. Len golpearía a todo ser vivo que intentase reírse de Katakuri.
—Kata —lo llamó nuevamente. Estás serían sus últimas palabras antes de rendirse—, siento si intenté arrebatarte la bufanda. A lo mejor porque temes que todos vean lo que hay detrás. Realmente eres perfecto, y no físicamente, sino también en personalidad. Y seguramente lo que ocultes también lo será. Antes de que me capturasen, mi mamá siempre me decía “lo que para ti es horrendo, para mí es hermoso”. Me da igual si tienes alguna imperfección porque para mí serás siendo el Katakuri perfecto que conocí y que te protegería de cualquiera que intenté burlarse de ti.
Lágrimas resbalaron por su rostro, mientras se daba la vuelta para girarse y dejar tranquilo al grandullón. Esa sería la última vez que hablaría y vería a ese hombre. Perdió a su macho alfa para el resto de su vida. Será un proceso doloroso que le costará olvidarse de él. Lo mejor era marcharse de esa casa. Y, de repente, la puerta de ese cuarto se abrió y Len se detuvo en seco para girarse lentamente. Katakuri mostraba un rostro sereno y pacífico, todo lo contrario a lo sucedido anteriormente. Sus ojos avellanas no se atrevieron a mirarle la cara por el dolor que estaba sufriendo mucho.
Unos brazos grandes y fuertes rodearon su cuerpo pequeño que provocó que Len se asombrara ante ese gesto. Él la alzó suavemente del suelo para meterla dentro del cuarto, cerrando la puerta tras de sí. Len estaba confusa, no entendía ese comportamiento tan aleatorio de Katakuri. Él se sentó en la cama colocándola a ella en sus piernas de pie, mientras la abrazaba sin estrujarla y escondiendo su rostro en el pequeño hueco de la Kemonomimi. ¿Era una forma de disculparse por su comportamiento de antes? A modo de perdón, correspondió el abrazo restregando su cabeza contra el suyo, realizando esos sonidos de cachorra abandonada.
Se separó un poco de ella para mirarla directamente a los ojos. Por una extraña razón, esas palabras le conmovieron tanto que incluso no creía que existiera alguien que le importase poco como le viera. Len estuvo atenta a los movimientos de Katakuri porque posicionó la mano en su prenda. Estaba a punto de ver su mandíbula. Poco a poco se va desprendiendo de ella hasta dejar al descubierto ese secreto. Los ojos de Len se iluminaron al momento al ver esos colmillos pronunciados y esas cicatrices que le recorrían a cada lado de sus mejillas. El comandante se sorprendió ante la reacción de la chica y, lo que nunca se esperó, era que ella lamiese sin descaro alguno uno de sus dientes.
Esa cola de zorra se movía de un lado para otro mostrando mucha felicidad. Claro, el pobre no se esperaba para nada eso que sus mejillas se ruborizaron. ¿No le importaba su aspecto? ¿No le veía como un monstruo? «Lo que para ti es horrendo, para mí es hermoso», esas palabras resonaron nuevamente en su cabeza, como si fuera una grabadora. Estrujó un poco el abrazo correspondiendo esos mimos de la chica. Estaba claro que Len le había cambiado la vida desde que llegó. Era la luz de sus ojos y su remedio para no temer su aspecto. Se acostó con ella al lado, pero sin dejar de abrazarla, viendo como la chica se pegaba más a él queriendo sentir el calor que desprendía.
Definitivamente, para Len, Katakuri era atractivo.
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