Capítulo 11. Fiesta para una loba

Yumel se estaba aburriendo ahí metida en el despacho de Paulie, mientras que éste revisaba los futuros proyectos que le había pedido. Los clientes exigían más para que terminase cuanto antes e ir a embarcar en nuevas aventuras. Ser el nuevo vicepresidente de esa compañía era duro, pero no se rendía para nada. Aunque de vez en cuando ayudaba a sus compañeros por alguna complicación que pudiera surgir. Y la Kemonomimi solo podía hacer una cosa: observar desde la lejanía. Ella era una canina que necesitaba jugar con su dueño y que dejase a un lado sus quehaceres. Sin embargo, no quería que Iceburg le echara la bronca.

Ella estaba debajo de una vía bien sujetada por unas cuerdas fuertes echándose una gran siesta, mientras esperaba a Paulie al terminar su tarea. Sus orejas se movían de un lado para otro escuchando sonidos extraños hasta que decidió despertarse para mirar lo que estaba pasando. Un olor peculiar llegó a sus fosas nasales y fue a averiguar qué era. Tuvo que subir por unos troncos de madera para ver con detalle lo que sucedía en el exterior. Y sus ojos brillaron con fuerza al ver una maqueta de un rey marino bastante grande. Ella era fanática que hasta tenía una colección de ellas y ese era mucho más grande. Saltó de la reja corriendo como loca hacia el puesto de la tienda.

Era una serpiente marina con cabeza de lobo. Lo quería, lo necesitaba. Pero su desilusión se arruinó porque vio el precio y era bastante caro. Tristeza sintió en su corazón que comenzó a realizar pequeños aullidos de sollozo. Y dudó mucho en que Paulie se lo comprase. Se renegó absolutamente y se alejó de ahí para volver a la compañía, pero su sitio ya estaba ocupado por hombres que movían troncos. «Porras», infló los mofletes muy molesta. Ahora deberá buscar otro sitio, sin embargo, Paulie apareció con una gran sonrisa de oreja a oreja. Uy, eso a Yumel no le había gustado porque, cuando estaba de buen humor, eso es que apostó y ganó mucho dinero. «No cambiarás, ludópata», pensó.

—¿Te quitaron tu sitio? —preguntó, ya muy cerca de Yumel.

—Eso parece —refunfuñó. Pero ese enfado pasó al darse cuenta que ya él había terminado—. ¡¿Vamos a jugar?! —preguntó muy ilusionada.

—Antes vamos a hacer unos recados.

«¿Recados? Que rollo», bufó la chica de cabellos rubios platinos que aún mantenía sus inflados. Odiaba comprar sino era algo importante. Paulie y ella salieron de la compañía, mientras se dirigían al mercado. Esto era sospechoso para la Kemonomimi porque ese hombre parecía muy feliz de la vida. ¿Debería preguntar? No quería ser una pesada con él, pero lo que hizo fue lo siguiente: se colocó a su lado para tomar su mano, como solía hacerlo de pequeña. Y el pelirrubio lo apartó de golpe creando confusión en la joven híbrida.

—No hagas eso delante del público. La gente pensará que somos pareja.

—Si fueras mi pareja, ya hubiera recibido una mordida tuya en mi nuca —dice Yumel.

El pobre Paulie se puso muy rojo al escuchar ese comentario y casi se ahogaba con el humo de su puro. No quería tener malos pensamientos con la chica porque era mona para sus ojos, ¡pero la cuidó como su propia hija! Era mejor pensar en otra cosa antes de que sea demasiado tarde. Los ojos de Yumel no paran de fisgonear las comidas que preparaban los ciudadanos de Water 7. Los olores eran exquisitos para su olfato que ya su estómago empezó a realizar ruidos. La mano del pelirrubio descansó en la cabeza de ella para calmar ese apetito de loba feroz. Cuando se trataba de carne, nadie la podía parar porque hincaría el diente una pata de cerdo si fuera necesario.

Menos mal que el prefería comerse unas buenas sardinas asadas. Una vez, Yumel y él discutieron por una tontería. ¿Cuál era la mejor comida? ¿La carne o el pescado? Imaginaos la situación que los vecinos se habían preocupado demasiado creyendo que esos dos se iban a matar en cualquier momento, pero menos mal que no había pasado nada. Desconocía cuantas horas estaban fuera y ya la pobre Yumel se estaba cansando. Quería regresar a casa para jugar con sus juguetes y morder algún que otro hueso desgastado. Ella era una híbrida de loba, una parienta cercana de los perros y tenía casi la misma costumbre que esa especie. Al final, Paulie decidió regresar a la casa y Yumel gritó de alegría que corrió con rapidez hacia el hogar, mientras que el pelirrubio la perseguía como loco.

Estaba desesperada por entrar porque realmente necesitaba darse un buen baño y dormir a la bartola. Pero un olor peculiar llegó a sus fosas nasales porque notaba un ambiente raro en la casa. Paulie llegó con las llaves en mano para abrir la puerta, pero sujetó el brazo de la chica para que estuviera calmada. De pronto, las luces se encendieron, cegando a la pobre Kemonomimi. Pequeños confetis llenaron la casa que dejó anonada a Yumel no entendiendo que pasaba hasta ver a todos los integrantes de la compañía.

—¡Sorpresa! —gritaron, creando más confusión en ella.

—Llevas un año aquí con nosotros —explicó Paulie—. Y que mejor modo de celebrarlo que estar con la gente que ha estado contigo.

—¡NUESTRA YUMEL ESTÁ CRECIENDO! —alzó la voz Tilestone, casi llorando de la emoción y lástima.

—Venga no llores, Tilestone. —Su amigo Lulu se puso a su lado para consolar esas lágrimas.

—¿Es… mi cumpleaños?

—No sabemos si lo es o no, pero lo puedes tomarlo así —explicó Iceburg.

—Ahora disfrutemos esta noche por tu gran llegada —dice Paulie sin dejar de sonreír.

Y no fue el único, Yumel amplió su gran sonrisa muy ilusionada de que todos sus amigos estaban ahí para celebrar que se había cumplido un año desde que llegó. Hubo mucha comida de por medio, algo que la Kemonomimi no se había quejado porque se dio una comilona tremenda. Menos mal que trajeron una cantidad de carne porque la chica se los arrebataba y gruñía con ferocidad para que nadie se los arrebatara. Y vuelta a esa discusión estúpida entre Paulie y ella: ¿el pescado o la carne? Todos reían con fuerza porque aparentaban ser una pareja de hace muchos años. El pobre pelirrubio se puso muy rojo ante ese comentario y Yumel les dijo que solo serian pareja si ella tuviera una mordida por parte de él. Sí, otra discusión que para los invitados era divertido.

Obviamente, hubieron juegos para que el ambiente sea más divertido. Por ejemplo, adivina adivinanza. Yumle hizo equipo con Tyranosaurus —ya que era un animal y ella entendía su lenguaje—, y el otro equipo era Lulu y Zambai, que se decían así mismo que eran buenos en ese juego. Pero realmente quienes ganaros fueron los dos animalitos porque eran muy inteligentes. Paulie aprovechó ese momento apostando con Tilestone. Claro, eso provocó que la Kemonomimi le echase la bronca por ludópata y él solo se defendía diciendo que es una ayuda económica para la casa. Yumel no se quejaba porque se había divertido mucho, pero llegó la hora de los regalos.

Ella nunca pensó que todos hayan colaborado en comprarle esa maqueta que había visto esa mañana. Sus ojos se iluminaron tanto que ella lo tomó y fue a su cuarto para colocarlo en su colección. Habían estado toda la tarde divirtiéndose hasta que era momento de marcharse a sus respectivas casas. Paulie y ella se despidieron de ellos y la chica loba agradeció a cada uno por haber estado ahí. Cuando todo acabó, el pelirrubio caminó para recoger las cosas; sin embargo, Yumel aprovechó para abrazarlo con todas sus fuerzas algo que le sorprendió.

—Gracias por todo —dice la chica, moviendo la cola mostrando su felicidad.

—Lo hice por ti —comentó. Apoyó la mano en su cabeza para acariciar esas orejas puntiagudas—. Eres problemática, pero sigues siendo la loba cariñosa que conocí.

La felicidad que sentía Yumel aumentaba aún más que quería más contacto de su cuidador que pegó su cuerpo al de él. Esto puso nervioso al pelirrubio que su corazón latió con tanta fuerza que le era difícil controlar. Esos sonidos eran gratificantes para la Kemonomimi que no quería separarse. Suaves y arrítmicas. Él siguió acariciando esas orejas que eran sensibles por cada mimo que le proporcionaba. Y un lengüetazo en su mejilla fue suficiente para que riera bajito y empezara a molestarla. Para ello, recurrió a las cosquillas. Ella chilló bastante alto que empezó a correr por toda la casa para huir de Paulie.

No obstante, no podía huir ante las habilidades culinarias del pelirrubio con las cuerdas. Fue amarrada y atraída para comenzar con esa tortura que detestaba la chica. Risas habían comenzado a surgir en el salón que ella intentaba patalear para que la dejará tranquila, pero el muchacho no se detenía. Se estaba divirtiendo demasiado ante las expresiones de la chica loba; sin embargo, paró para que Yumel tomara una bocanada de aire porque sus pulmones se lo pedían. Ahora que la tenía debajo suyo en el sofá, sentía un sentimiento extraño que le remoloneaba en su estómago. No dudaba que sea bonita porque lo era.

Le daban ganas de acariciar sus pómulos y lo hizo sin ser consciente de ello. Un escalofrió le recorrió a Yumel. Era una caricia tan distinta a las otras que le había dado. Éste iba más allá del cariño. Su nariz inhalaba el olor que desprendía el hombre. Varonil y excitante para sus fosas nasales. Las cuerdas se aflojaron cuando ella se aproximó lentamente queriendo aspirar más ese aroma que le estaban maravillando. Mezcla de habano, serrín y su propio perfume que exhalaba su cuerpo. Esa cola mostraba que le gustaba mucho lo que olía y Paulie se daba cuenta de ello que no sabía que hacer, si dejarla o separarla porque podría complicarse aún más la cosa.

Pero era una loba curiosa que tenía que descubrir más cosas sobre el ser humano, aunque ella tuviera cuerpo de esa especie. Los dedos de Yumel rozaron su camisa que cubría sus pectorales y abdominales bien desarrollados por su gran trabajo en la compañía. Él la imitó, teniendo cuidado en no tocar esas zonas que pudieran ser erógenas para la chica y creará confusión en ella. La cercanía se hacía más mutua que ambos decidieron sentarse, él en el sofá y ella encima de sus piernas. Era una posición bastante íntima que las mejillas de Paulie se incendiaron. Yumle quería entender el comportamiento del pelirrubio. ¿Estará enfermo? Lamió con sutileza sus pómulos notando esa calidez que desprendían.

Él esbozó una pequeña sonrisa porque la chica se estaba preocupando por su estado. Una muestra de cariño por su parte. Era mejor parar esto antes de que llegara a algo más y Yumel todavía era inocente. La joven se acomodó en su pecho queriendo volver a escuchar esos sonidos tan latentes y dulces de Paulie. Era una forma de calmar ese estado de confusión y embriaguez que estaban sintiendo ambos. El vicepresidente escuchó leves ruidos de Yumel, moviendo una de sus orejas, símbolo de que se estaba quedando dormida. La cogió en brazos para llevarla a su respectivo cuarto y que durmiera con mucha tranquilidad. 

Ya la había recargado tantas veces desde que era una cría y todavía era liviana para sus fuertes brazos. Era bonita cuando dormía y no se portaba como una loba dominante que le quitaba todo juguete en su camino, o que le gruñía cada vez que él cometía un estúpido error. Aspiró un poco el aroma agridulce de ese perfume caro que le compró Iceburg cuando ya estaba en su estado de adultez. Al dejarla en las sábanas no pudo evitar acariciar esa melena fina y desordenada. Esos cabellos rubios platinos eran tan llamativos para sus ojos negros profundos. Oyó un sonido casi agudo de ella porque Paulie no dejaba de acariciarlos. Pero era hora de dejarla tranquila y que durmiera porque había sido un día movidito.

Al cerrar la puerta, suspiró aliviado que se llevó la mano al corazón porque no dejaba de latir. No debía permitirse el lujo de enamorarse de Yumel porque la consideraba como su hija; no obstante, los sentimientos estaban ahí y que no querían morir. Deberá tomar la decisión de aceptarlos o no.

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