⸻Capítulo uno - El capitán
En los meses más acalorados de Japón, las concurridas calles del distrito de Chidoya en la metrópolis de Tokio tienden a estar apretujadas de transeúntes en búsqueda de negocios con bebidas frías y aire acondicionado, los niños pequeños se antojan de los mejores helados, los ancianos quieren sentarse bajo algún árbol del parque, los novios deciden pasear en los centros comerciales disfrutando de alguna malteada, los frikis comenzaban a salir de sus casas, entre otras cosas; así que cada minuto que ella continuaba de pie frente a la puerta principal de aquel edificio la incitaba a insultar con desdén al hombre de voz grave con el que se había estado familiarizando la última semana. En un pequeño rincón lateral, apoyada en la pared para obtener un ápice de sombra, con solo dos maletas y su bolso preferido, tenía más de 30 minutos esperando por su compañero de piso.
La bicolor no tenía mucho tiempo de haber regresado a su país natal, quería cumplir su sueño en su nación, venia con todas las esperanzas posibles, pero al ver las dificultades de obtener un trabajo estable, las competencias en el mercado de la música y las inversiones monetarias de las que no constaba, decayó en el ridículo círculo del lamento, sin olvidarse de otros propósitos de su viaje. Suspiró por enésima vez al ver salir a un vecino que la miró con extrañeza pero que no se atrevió a invitarla a pasar al pequeño living principal que era adornado por un pequeño aire acondicionado, que no enfriaba como debería, pero que daba un frescor más agradable que estar de pie en la calle a la hora en que el calor pasaba de ser soportable a pegostoso.
Ya no tenía notificaciones que revisar en ningunas de sus redes sociales, los memes habían dejado de ser graciosos a los quince minutos y la batería estaba consumiéndose a una velocidad atroz aun sin ser usado. Su nuevo compañero le había dicho que lo esperara a cierta hora acordada para llevar a cabo su emocionante mudanza que constaba de solo dos maletas y una tediosa espera.
Un cuarto de hora después, un auto deportivo que destilaba la palabra lávame se detuvo casi frente al edificio, un hombre de traje con una gorra negra que no combinaba con la elegante vestimenta ─pero que al mismo tiempo no le quitaba lo atractivo─ se bajó del asiento del acompañante, se despidió con algunas palabras muy bajas, parecía que secreteaban y segundos después el conductor aceleró tan rápido que parecía estar siendo perseguido.
Aquel sujeto caminó mirando su celular hasta detenerse frente a la puerta. La morena no podía quitar la mirada del misterioso trajeado, teniendo la pequeña sospecha de que era a quien esperaba. Cuando él levantó su rostro y sus ojos conectaron a esa corta distancia se sintió intimidada y avergonzada, como si verlo no fuera legal. Los breves segundos de primera impresión pasaron a ser una lucha de ver quien desviaba la vista primero, hasta que lo escuchó hablar y su piel sin ningún permiso se erizó.
─¿Robbins Rose?
Aquella voz tan varonil que había escuchado los últimos 6 días era una tortura.
Él era moreno, más alto de lo que se imaginaba y su rostro impasible gritaba "no estoy para juegos". Ella asintió con lentitud y él hizo un gesto para que lo siguiera. Con un poco de temblor en las piernas y con ganas de salir corriendo siguió el camino que aquel hombre marcaba. No ofreció ayuda, no la miró ni una sola vez mientras subían las escaleras, y no pronunció palabras hasta estar dentro del apartamento.
El pequeño pasillo inicial fue dominado por el silencio, él continuaba revisando su celular y ella se mantenía estoica mirando la puerta que acababa de ser cerrada. Se mordía el labio con preocupación y deseó golpear a su amiga, aquella que era el nexo entre ese sujeto, el apartamento y ella. Tres minutos exactos de tensión culminaron cuando él por fin guardó su celular en su bolsillo trasero y sacó un cigarrillo de una cajetilla que sobresalía de su camisa impoluta.
─¿Te importa si fumo? ─preguntó dándole una rápida mirada de arriba abajo, imperceptible.
─Son tus pulmones, no los mío ─respondió con lentitud.
El ladeó una sonrisa, caminó hacia el segundo umbral de la casa y sostuvo un encendedor que guindaba inerte de un corto hilo amarrado al perchero, prendió su cigarrillo y se giró inhalando el humo.
─Este debería ser un día agradable, dónde yo te presentaría la casa, te invitaría a comer y quizás te daría un paseo por las avenidas cercanas para que te familiarizaras con la ciudad, pero no lo es ─exhaló─, no es para nada un buen día.
─Los días malos abundan ─susurró ella.
Él comenzó a caminar hacia una pequeña sala de estar dejando a la vista otra vez aquella espalda ancha. ─De igual manera Rose, ¿te puedo decir Rose, cierto? ─ni siquiera se giró para ver como ella asentía─, este es tu nuevo hogar, sé que hoy estoy en modo idiota pero el trabajo me tiene estresado, así que me disculpo, Rose.
Ella sonrió pensando que si seguía así, le borraría el nombre.
─¿Yo cómo puedo llamarte? ─preguntó con el tono más firme que encontró en sus adentros rodando de forma tensa las maletas hasta la sala de estar.
─Por los momentos solo dime capitán, después que te investigue veremos a que consenso llegamos ─ella lo miró confundida ¿sería algún fetiche o qué?─. Yui no te dijo nada al parecer, soy inspector principal de la policía metropolitana, capitán de la unidad 12, departamento de control de drogas y armas.
La boca de ella se abrió con asombro y el impacto de sus palabras no la dejó reaccionar a que la fuerte y varonil mano de su compañero estaba extendida como saludo. Había tantas cosas que aún no sabía. 15 segundos luego, sostenía su mano sin apretarla y miraba aquel par de ojos café con admiración, curiosidad y miedo.
Deberían darle un premio cada vez que lograra sostener su mirada, era una odisea.
─Tengo dos horas libres para improvisar un almuerzo, sin embargo no soy el mejor en el área culinaria ¿y tú? ─preguntó caminando hacia un pequeño espacio con puerta, que bien podría parecer una habitación, pero una vez dentro te percatabas de que era demasiado estrecho para que por lo mínimo entrara una cama─, ¡qué calor! ─se quejó.
─Yo sé cocinar lo necesario, pero intentaré aprender más ─dijo ella por fin soltando el bolso y atreviéndose a seguirlo, no sabía porque se comportaba tan tímida, aunque reconocía que no era su culpa, sino de él─, ¿qué tal si abres las ventanas?
─No.
Su negativa no fue excesiva, tampoco apabullante y aún así Rose retrocedió un paso al escucharla. Negó con la cabeza tratando de tranquilizarse, él era un poli, un jefazo, el capitán, él no le haría daño.
Al tiempo se arrepentiría de no haber desconfiado.
N/A:
Primer y único aviso, estoy caliente con el capitán.
Opiniones.
»Senpai
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top