⸻Capítulo seis - Placer
El hombre sacó las esposas de su blazer y le sonrió con suficiencia, la sujetó con fuerza y elevó sus manos hasta el copete de su cama; luego apresó ambas muñecas alrededor del tubo y ella se removió incomoda y necesitada.
—¿Jugaras al policía malo? —indagó buscando provocarlo más.
—¿Cuándo he dicho que soy de los buenos?
Sus palabras provocaron un vuelco en el corazón de Rose, en ese momento debió detenerse, recoger sus pertenencias y huir de un sentimiento que iba a desestabilizarla por completo, pero ganó la curiosidad, y todos saben que eso mata a los traviesos gatos.
Él colocó una pierna a cada costado del cuerpo que yacía desnudo y tocó con la punta de su corbata desde sus labios, en forma descendente, jugando un poco con sus dos morenos terrones antes de continuar por sus caderas que ya se elevaban ansiosas; el toque terminó en su ya muy húmeda intimidad.
—Eres hermosa —susurró al verla cerrar los ojos anticipando todo el placer de la noche.
—Tú no te quedas atrás.
—¿Siempre tienes que tener la última palabra? —cuestionó divertido.
—Quizás —se burló ella.
El gruñido expuesto dejó en evidencia que iba a tener unas clases de cómo obedecer a un capitán de policía. Él se acercó a su cabeza y rodeó con la corbata sus dos almíbares que gritaban más cosas de las que ella decía, privándola de ver todo lo que tenía planeado hacerle. Rose pensó en quejarse porque deseaba ver aquella ancha espalda, su morena piel sudada y su hombría, pero se quedó callada a la expectativa.
El capitán se levantó y guardó su arma en su escritorio, se deshizo de todas sus prendas en total silencio y lentitud incentivando la desesperación. Salió de la habitación en busca del dulce que había traído como regalo para ella, pero que ahora disfrutarían los dos. Al regresar al cuarto ella se encontraba con las piernas cruzadas y los labios fruncidos, una leve risa se escapó de su garganta, Rose estaba molesta porque la estaba haciendo esperar.
—Eres muy impaciente —le dijo él con sátira—, yo tengo semanas esperando porque me dieras la oportunidad de cruzar límites y tú no te puedes aguantar unos minutos.
Ella rió, él no había lo mucho que ella también había sufrido haciéndose la inalcanzable. El capitán alargó las manos y aflojó las piernas de la fémina con delicadeza, posicionándose entre el medio de ellas; Rose sintió vergüenza pero se repitió de manera interna que era más el deseo que sus otras emociones, hasta que algo líquido y espeso cayó entre sus labios vaginales, entonces quiso volver a cerrar sus piernas pero un musculoso cuerpo lo impedía.
—¿Vas a obedecer por las buenas o por las malas?
Ella no respondió, porque ese espeso líquido se posicionó en sus senos a lo que su única opción fue deleitarlo con un gemido bajo. El capitán trazó unas líneas en su abdomen y por último probó de la golosina para acercarse a besarla por fin con todas las ganas que se había reprimido por meses. El beso era calmado y sensual, fue cuando ella se dio cuenta que aquel material que la cubría era el famoso: chocolate.
Él colocó el envase en el piso antes de seguir con su travesía.
—Quiero verte —solicitó ella.
—Este es tu castigo por contestona e impaciente.
El capitán comenzó a lamer todos los puntos marcados con anterioridad, siendo extasiado con los gemidos que Rose le regalaba. Aquella experta lengua viajaba con lentitud de un lugar a otro, mordía en zonas susceptibles y apretaba la cadera con autoridad para imponer su peso. Cuando comenzó a descender en la parte más sensible de todas y su lengua tocó el delicioso punto de la gloria, Rose perdió toda su cordura y comenzó a removerse y jadear con fuerza.
El moreno la sostuvo sabiendo que era inevitable, y gruñía por la intensa presión que ejercía su fiel amigo al no obtener atención. El cuarto completo emanaba el sensual calor que destilaban sus cuerpos; y la frustración de no ver a ese hombre entre sus piernas más no poder tocarlo la hacía estimularse más.
En ese momento ambos agradecían que fuera el último apartamento del edificio.
—Ca-pi-¡tán! —fue el fuerte gemido que dió Rose antes de rozar el cielo.
El sabor de ella era más dulce gracias al chocolate, y el jefe lamió todos sus jugos sin dejar rastro ni evidencia. Amó su ascenso y su descenso, unió sus labios en un profundo beso para que saboreara un poco de sí misma.
—Soy tu capitán y vas a obedecerme a partir de hoy —le susurró en el oído mientras ella tranquilizaba su respiración.
—Sí ca-capitán.
Él la giró con delicadeza y la ayudó a subir las piernas para mejorar el acceso, la posición era tan perfecta a su vista que le aceleró el pulso, rozó su propio pene contra ella para que sintiera el grosor de lo que iba a introducir. Tocó sus senos y pellizcó hasta escucharla gemir de nuevo, Rose estaba extasiada y contenta de haber dado el siguiente paso, y cuando lo sintió entrar se sorprendió de cómo la llenaba por completo.
—¡Ah!
—¿Quién soy? —preguntó con autoridad para después apretar su mandíbula por la grata sensación de sentirse apresado.
—El capitán.
—¿A quién debes obedecer?
—¡A ti! —gritó al sentir una segunda fuerte estocada.
Y eso fue suficiente para que él comenzara a moverse en un vaivén lento y fuerte que los llevó al placer supremo. Todo se sentía acalorado, intimo y cercano, ambos olvidaron sus responsabilidades, sus planes y todo lo que importara a parte de ellos.
Después de un rato la colocó de lado para que profundizaran las penetraciones, y los gemidos de ambos era la música perfecta para el momento. El ritmo subió de nivel acercándose al segundo clímax de ella y el primero de él en meses. El chirrido de la cama se unió a la melodía y las ganas de continuar hasta la eternidad se fueron al traste cuando ambos alcanzaron juntos el punto máximo.
Sus fluidos hicieron un pequeño desastre en la cama y las respiraciones alteradas al mismo compás fue el nuevo sonido precioso que se obsequiaban. Pasaron varios minutos antes de que alguien pudiera articular una palabra.
El capitán fue el primero.
—¿Estás bien? —cuestionó con un tono más dulce de lo esperado.
—¿Ya puedo verte? —preguntó ella de regreso.
—Eso es parte de tu castigo, nena —sentenció él levantándose de la cama en busca de algunas cosas.
—¡¿En serio?! —vociferó incrédula.
Una profunda risa dio a entender que Robbins Rose no era la única que se hacía de rogar, y tampoco la única inalcanzable.
Luego, él regresó con un envase con agua y la limpió un poco para que no se sintiera tan pegostosa, se colocó una toalla alrededor de la cadera y una franela para importunarla. Después que hubo arreglado todo lo más posible, destrabó las esposas a lo que ella susurró un suave: gracias.
—Quisiera disculparme también contigo por la rudeza, pero las pequeñas insolentes como tú no se lo han ganado —se burló caminando hacia el baño.
Cuando ella logró desamarrarse la corbata solo alcanzó a verlo cruzar la puerta totalmente cubierto por tela innecesaria. Rose gruñó con desdén y lanzó la pequeña prenda al piso en un arranque de rabieta, lo que la hacía sentir peor con ella misma era que no estaba molesta de verdad, porque había sido una sesión de sexo muy placentera y le había gustado en demasía el toque en cada parte de su cuerpo por el detestable y sexy capitán.
La ducha se escuchaba a la lejanía, ella recogió las sábanas como única prenda para taparse y robándose como venganza el resto del chocolate y la corbata. Al levantarse sintió como los fluidos salían de su interior y colocó su mano para no manchar el piso. Mordió su labio volviendo a excitarse, ni siquiera se había importunado porque le acabara dentro, se sentía marcada de cierta forma y eso subía su libido. Un leve temblor le azotó cuando salió de la habitación, aunque quería no podía tener un segundo round, el temblor de sus piernas se lo advertía.
Se encerró en su habitación hasta que la ducha estuviera desocupada.
Al cerrar la puerta de su propio cuarto se tapó la boca para que no se escuchara su gritó felicidad, y en ningún momento se imaginó las consecuencias de su travesura.
N/A:
Sin más avisos, ya quemé el furor que le tenía al capitán.
Feliz noche de actividad ilegal, rwar.
Senpai
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