⸻Capítulo dos - Investigaciones

Después de haber hecho lo mejor en la cocina ─solo habían tres empaques de ramen instantáneo, una salsa de soya, un envase pequeño con trozos de cerdo, dos latas de cerveza y un tazón con sal─ degustaron un almuerzo que sabía mejor de lo que debería, y el capitán le dió el corto tour de 5 minutos por el resto del apartamento.

Era el último piso del edificio, y adicional al pasillo inicial, tenían la sala de estar y la ceñida cocina, solo habían dos habitaciones ─bastante espaciosas para su sorpresa─, un baño con una hermosa tina y la maravillosa oportunidad de ser los únicos con azotea, pero él le dijo que no podría salir a verla hasta que fuera de noche, no pareció ser una orden, pero se escuchó como una regla que no debe romperse.

Cinco minutos le bastaron para saber que su primer desafío sería la limpieza, a simple vista todo se veía ordenado, decente, cada cosa en su lugar, pero al mirar con detenimiento te encontrabas con distintas capas de polvo, algunas que otras latas que llevarían días en la misma ubicación, y algo que detestó al instante: el humillo de cigarro que se ligaba a cierto hedor de alguna madera que estaba mohosa, y no porque fuera intolerable, sino que ocultaban el embriagador olor que destilaba el teniente cada vez que estaba cerca. No sabía si era perfume, el jabón, la crema de afeitar, su balanceado y bendecido ph o todo junto, pero se le escapó una sonrisa que intentó ocultar con un "debo usar el baño".

El baño era medianamente grande, y al parecer el lugar más aseado de la morada. La tina estaba extremadamente limpia ─parecía más bien que no la usaba─, el inodoro irreprochable, el espejo que cubría toda la pared de la zona izquierda era abrumador y al mismo tiempo sexy, y estaba muy limpio. Un pequeño estante adornada la pared derecha, y de forma ordenada estaban todos los utensilios normales que un hombre dejaba en el lavado; bajo el estante quedaba el lavamanos, sin ningún producto encima y ni una mancha de pasta dental. Por un instante Robbins pensó que podría vivir en el baño.

Realizó ejercicios de respiración para tranquilizarse, truquillos que había aprendido en la universidad y salió más tranquila para encontrarse al capitán nuevamente usando su celular en medio del pasillo inicial.

─Debo irme, Rose ─sacó otro cigarrillo pero no lo encendió─, ¿estarás bien sola?

─Puedo evitar entrar en pánico en espacios cerrados, si es lo que te preocupa ─le miró con un poco de burla.

El levantó sus hombros con gesto de que no podía estar seguro hasta verlo y caminó a la salida, antes de cerrar se sacó un encendedor de su bolsillo delantero del pantalón y fue cuando por un corto segundo ella pudo ver la correa que sostenía una 9 milímetros y aquella pulcra placa japonesa que cubría el blazer, todo como una despedida teatral de una serie de televisión, como si ese fuera el sello legal de que sí, era un policía, uno de verdad.

─Te traeré la copia de la llave más tarde, intenta descansar.

El celular de él sonó con un ringtone de una vieja canción de Coldplay, algo que la sorprendió. El capitán chistó antes de contestar y sin decir adiós cerró la puerta con su pie, entonces la abrumó el silencio que dominó el ambiente. Pensó que no tenía nada que hacer y que lo mejor para ella y para su compañero sería que utilizara sus habilidades de limpieza que le habían estado alimentando durante estos tres primeros meses que tenía en Japón.

En la estación de policía todo estaba como siempre, gente de acá para allá, sonido de impresoras, ruidos de personas comiendo, muchos hablando por celular y lo que nunca faltaba: el olor a cigarro y café. El capitán entró con pesadez a su oficina y se quitó su blazer para intentar transpirar mejor, deseaba que este mes acabara para que comenzara el frescor del otoño.

─Feliz tarde, capi ─pronunció el segundo teniente de la unidad y su pareja policial, entrando sin permiso.

─¿Qué tienes para mí? ─preguntó con desdén, no había nadie que lo sacara más rápido de sus casillas que Blackat.

─Alguien está de mal humor ─canturreó el recién llegado sin ofenderse, ambos habían sido compañeros por once años, se conocían lo suficiente, lo cual para ambos era entre divertido y asqueroso─, ¿desde cuándo no echas un buen pol...?

─Cállate si no tienes nada productivo que decir.

─Uy, al parecer bastante ─al instante se escuchó aquella extraña e irritante risa del alto hombre que parecía más un acosador profesional que un inspector con honores─. Tengo cosas jugosas por acá ─añadió.

El capitán se apoyó del escritorio y lo miró con su típico gesto de aburrimiento. Sabía que Blackat ─más que realizar el proceso de investigación para encontrar la verdad de un caso─ era motivado por su profunda necesidad de ser un cotilla. El chisme era su principal razón para salir de la estación y dialogar con infinidad de informantes que tenía en cada esquina, ese felino con un sentido desarrollado para salvarse de la muerte, eran los ojos que vigilaban el distrito a detenimiento, y sí, con más de siete vidas.

─¡Esa enana del diablo tenía razón! ─sacó unos papeles de un coala que parecía no quitarse ni para dormir─. Es cierto, tienes algo bueno entre manos, tendré que comprarle el puto repuesto del auto.

─Te dije que no apostaras.

─Como me jode tu chica, siempre consigue la forma de hacerlo.

─Tengo casi dos años diciéndote que no es mi chica ─reprochó el capitán.

─No me mientas con esa paja de que no te la cogiste.

─Respeta Blackat ─el tono utilizado hizo que el aludido se enderezara, sabía importunar a su capitán, pero también sabía cuando debía parar.

─Vale, no te amargues más, estoy de joda.

Ambos sacaron un cigarrillo de sus respectivas cajetillas como si lo hubieran planeado, cualquiera que los viera podría decir que tienen una sincronización impactante, pero solo dos o tres compañeros sabían que ambos se repugnaban más que tenerse afecto, sin embargo darían la vida el uno por el otro.

─Entonces...

Blackat inhaló y abrió sus papeles, exhaló antes de hablar. ─Tu nueva compañera es interesante y gracias a esto sé porque dicen que el mundo es un pañuelo ─rió con sorna y dió otra calada─. Robbins Umi Rose, de 25 años, nacionalizada en América, puede que te dé dolor de cabeza, que divertido.

El capitán gruñó dejando en evidencia otra vez que no estaba para chistes.

─Según lo que conseguí en aduanas llegó hace tres meses a Tokio. Por la boca de Yui sabemos que no ha tenido otro trabajo que no sea el de limpieza en esa estúpida cafetería que tu chica ama, hasta hace dos semanas que renunció. Según mi informante en Akibahara, Rose vivía en un cuchitril de una habitación, no tiene mascotas, ni auto, ni novio.

El capitán y Blackat se giraron mirando a la pared con una pose de meditación mientras se consumían los cigarros.

─Cuando ahondé más en el tema descubrí lo bueno, es graduada de Prinstone con honores en la carrera de artes, tiene un diplomado y otros cursos suplementarios, fue la mejor en las clases avanzadas de canto, baile y teatro, por lo que obtuvo una beca que le permitió costear sus años de estudio y el cómo volver a Japón. Sus padres fueron Christopher Robbins que murió a los 79 por un infarto y Margarite Robbins que murió el año pasado a los 83.

El inspector principal se ahogó con el humo. ─¿Cómo que a los 83? Tendría que haber tenido 58 cuando la parió, no sé si es imposible, pero creo que sí.

─Además de que el viejo era 7 años mayor que la señora, solo que murió antes, así que tendría que haberse dado un buen viaje a las viagras termales para preñarla ─se burló Blackat.

─Que hombre ─musitaron los dos entre serios y burlescos.

─¿Pero? ─cuestionó el capi.

Su compañero sonrió con diversión.

─Pero ellos no son sus verdaderos padres, nuestra querida Rose fue adoptada por sus ya ancianos vecinos después de ser abandonada por sus padres biológicos cuando tenía 6 años. No ha vivido en otro lugar que no sea Massachusetts - Boston o el campus universitario durante los últimos 19 años.

El capi chistó.

─¿Estoy tratando con una de esas chicas de casa que no han roto nunca un plato y tiene una crianza tranquila y ejemplar?

─Podría decirse que sí, averigüé entre el mundillo de universitarios de su promoción y todos concuerdan con que era una pupila excepcional y amable, de paso.

El capitán apagó la colilla en el cenicero e hizo un gesto a Blackat para que continuara.

─Un vistazo aquí, una página de acá, un periódico de allá, algunos preguntas anónimas a ciertas personas viejillas y descubrí lo interesante de la vida de Rose: sus verdaderos padres ─ahora fue el alto pelinegro quien apagó la colilla─, Takashi Goro y Hong Bak Min.

Blackat se levantó repentinamente emocionado.

─Capi, sé que en estos momentos estás pensando: ¿qué tiene de emocionante esos nombres? Ni yo lo sabía hasta que comencé a realizar preguntas a las personas indicadas y descubrí el secreto familiar que intrigó a media nación hace dos décadas y que aún se murmura entre los oficiales retirados.

Aquella declaración hizo que el castaño apoyara su peso en su sillón y se tocara la barbilla con aire de interés.

─No te hagas de esperar y dime lo que necesito saber.

─Para comenzar, hay muchas cosas que debes saber y yo no las sé todas. Pero esto creo que lo tengo medido hasta un buen punto.

La puerta del jefe se abrió de repente y dejó ver al impertérrito miembro de la unidad que detestaba quedar a cargo de los otros tres integrantes, pero que prefería no quejarse e ignorarlos.

─¿Qué sucede Japón? ─preguntó el capi.

─Tenemos otro caso.


¿Qué les parece Blackat? U.U

Senpai


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