⸻Capítulo cuatro - Confianza.
Después de una ardua y tranquila interrogación en el baño del personal de trabajo del bar, el capitán caminaba hacia el vehículo limpiando algunos rastros de sangre que quedaron en sus nudillos, Bo se jactó de que solo se necesitaban dos golpes de su jefe para escuchar cantar todas las chorradas que un tipo miedoso quiere decir.
Al estar dentro del auto comenzaron a divagar en las declaraciones del vendedor, no había ninguna razón para dudar de sus palabras, el orine en sus pantalones lo había dejado en evidencia; él era consciente de que había obrado mal, pero no lo llevaron preso porque aunque haya sido el vendedor, no era su culpa en totalidad, y era mejor usarlo de pantalla para conseguir más información, que dejarlo podrirse sin utilidad en el calabozo.
—Escúchame, espera, escúchame, ella me forzó a vendérsela, solo estábamos charlando unos amigos y yo sobre los rumores de la droga, fue su culpa por escuchar y meterse en conversaciones ajenas —gimoteó antes de seguir—, les juro que pasé horas diciéndole que era muy fuerte y que solo tenía dos muestras, que esas eran unas ligas mayores para una pobre jugadora como ella, pero no me quiso hacer caso, insistió hasta hartarme, así que simplemente se la di para que dejara de fastidiarme, le advertí que la usara con alguien de confianza cerca, ¡de verdad! —gritó al ver al capitán arremangarse la camisa—, no me golpees más, ¡te juro que te digo la verdad! La conozco desde hace años, era muy testaruda e imbécil, lo típico de un drogadicto, pero no pensé que fuera a morir ¡no lo sabía! —comenzó a chillar como un crío.
Cuando entraron a la estación, llevaban un semblante grave. Cada día soñaban con la oportunidad de atrapar a los desgraciados que infestaban sus calles con aquel estupefaciente nefasto que arruinaba su ciudad, porque eso sí tenía la unidad 12: un sentido de pertenencia para con Tokio que hasta daba envidia. Al ingresar a la oficina del jefe se encontraron con los tres integrantes restantes, cada uno con un cigarrillo en la mano, pero el novato era el único sin haberlo encendido aún.
—¿Qué averiguaron? —cuestionó Blackat viendo al capitán sentarse en el sillón.
—El perito afirmó la sospecha de Japón, pero necesitará más tiempo para determinar si fue antes o después —dijo el novato.
—¡Tiempo una mierda! Él lo confesó, abusó de ella en pleno deceso —aseveró As—, pero el muy imbécil creía que estaba agonizando de placer por un supuesto orgasmo.
Blackat arrugó el rostro asqueado.
—Al parecer tienen una relación sexual activa desde hace meses, según algunos vecinos —intervino Japón—. Sin embargo, nadie aseguró ver o escuchar nada extraño durante la mañana.
—¿Cómo es que ese idiota reporta su muerte y planea no decir nada sobre su previa sesión hormonal? —interrogó el jefe a nadie en específico.
—¿Qué te dijo su compañera de piso, Bo? —preguntó As.
—Nada sobre una relación con el conserje que ayude en el caso —se quejó el peligris recostándose de la puerta—, pero si dijo que esa mañana se veía más emocionada de lo normal, y que le deseó un buen día de trabajo, algo que según ella no pasaba seguido ya que mayormente perecía con diarias resacas o sino estaba en el más allá con las hadas.
—¿Familiares?
—Ya se le comunicó a los pocos conocidos que tenía; con la confesión del conserje y la del vendedor anónimo podemos cerrar el caso para entregar el cuerpo —informó el Novato.
—¿Qué haremos con el imbécil del amigo con derecho? —indagó Blackat.
—Procésalo por violación, ella no está aquí para decirnos si era consensual, la amiga desconoce sobre una relación oficial y los chismorreos de la residencia no se pueden usar en un juicio —declaró el jefe—, afianzaremos el caso con el informe forense completo, hoy me encargaré del papeleo, váyanse temprano a casa; Blackat, activa todos tus oídos, quiero saber cómo se comportará la ciudad cuando se reporte la muerte de otra persona por "Blue discordia".
Durante la mañana de hoy la policía metropolitana reportó el deceso de otra víctima a manos de Blue discordia, nombre popular que se le adjudicó a la misteriosa droga que ha estado vendiéndose entre los jóvenes de forma ilegal. La camarera de 27 años, con antecedentes de rehabilitación en el tema, fue encontrada muerta en su habitación por un ciudadano trabajador del recinto, enviamos condolencias a sus allegados, en otras noticias...
El televisor fue apagado de inmediato, ella esperaba con total calma en la sala principal, después de pasarse el día limpiando y ordenando sus escasas cosas decidió dormitar un rato. Al despertar no tuvo muchas opciones para entretenerse, así que había encendido el televisor e hizo zapping hasta dar con el canal de noticias locales. Pensó en hacer algunas llamadas pero era mejor mantener bajo perfil, no sabía si la estancia contaba con cámaras o micrófonos. Tomó un libro de una pequeña estantería y leyó hasta escuchar la cerradura de la puerta abrirse.
Aquel apuesto inspector entraba con la cena en las manos, una postura cansada y ojos turbados. Lo vio con detenimiento quitándose el blazer que había escogido esa madrugada, se sacó la arrugada camisa blanca que ya no estaba tan impoluta por culpa de algunas casi imperceptibles salpicaduras de sangre, se desabrochó la placa y la guardó en el bolsillo de su pantalón. Ella sintió su corazón ir un poco más rápido de lo normal al verlo acercarse, este se sentó con lentitud y la miró con esas agresivas pupilas, escudriñando hasta la última de sus facciones.
—No sé si te gusta la comida japonesa —colocó los envases en una pequeña mesa de la sala—, después de pasar toda una vida en América es difícil acostumbrase a ciertos platos tradicionales de acá.
Al instante ella dió un leve respingo de sorpresa, y él lo notó. La declaración de que sería investigada no fue una broma.
—Me gusta la comida japonesa desde siempre —musitó, una gota de sudor surcó su pecho.
La noche estaba repleta de ventisca, pero dentro de aquel lugar hacía calor.
—¿Cuál es tu favorita? —indagó él sacándose el arma que había vaciado con anterioridad, no era que desconfiara de ella, era que no confiaba en nadie.
—Tonkatsu de cerdo.
—Excelente opción —le hizo un guiño que la confundió—, pero en mi mar de indecisiones y como no lo sé todo aún, traje pollo frito y algunas salsas.
La forma de expresarse y algunas palabras que tomaba como indirectas la incomodaban ¿él tenía algo que decir? ¿Sabía algo que ella no? Se preguntaba Rose con desdén. Su teléfono estaba en la esquina contraria de la mesa, su apuesto acompañante intentaba arrinconarla y no quería parecer nerviosa.
Él hizo un gesto con las manos que la incitó a comer, pero el silencio hacía difícil tragar. La cena era una de las mejores comidas del día para Rose, y la más solitaria para el capitán, pero a los minutos de comer juntos, encontraron una nueva forma de describirla: amenazante.
Ninguno hacía movimientos bruscos, ciertas miradas de soslayo y algunos sonrojos de parte de ella aceleraban el pulso del capitán; era cierto que tenía bastante tiempo sin tocar el cuerpo de una mujer, estar encargado del departamento que atendía más casos en una de las capitales más pobladas del planeta era totalmente agotador, y pensó que por más ayuda que necesitara, el dejar que una fémina fuera su compañera de casa podría convertirse en un problema del corazón y otras zonas.
Rose se encargó de recoger el pequeño desastre y botarlo en la basura de la cocina, en ese momento el capitán notó que algunas cosas brillaban, las capas de polvo habían desaparecido y su propio olor predominaba en el ambiente. Él hizo el gesto de encender un cigarro, pero prefirió no arruinar la energía agradable aunque intimidante que se estaba asentando. Ella regresó con suaves pasos y se detuvo frente a él con un vaso con agua, este lo tomó con una leve sonrisa y asintió en agradecimiento.
—¿Ya puedo salir a la azotea? —preguntó Rose con duda.
Él bebió el agua antes de contestar.
—Te acompaño.
Se dirigieron al lugar con el capitán marcando el paso. Su espalda tapó la vista hasta cierto punto, y cuando le dejó espacio a la mujer para apreciar el panorama, esta abrió su boca impresionada. Los distintos sonidos de la ciudad llegaban a esa altura sin perturbar los oídos, las diferentes luces a la lejanía podrían confundirse con un mar de estrellas y la luna resplandecía con gracia en el cielo, provocando envidia.
Era un momento agradable, efímero.
—¿Puedo confiar en ti? —preguntó el capitán elevando una copia de la llave del apartamento.
Robbins Rose con el semblante más inocente declaró con firmeza un suave—: Sí.
Él le entregó el objeto en la palma de su mano, y la sensación de sus pieles al unirse provocó una corriente electrizante.
—También puedes confiar en mí.
Que malditos mentirosos eran ambos.
Feliz día de actividad ilegal...
senpai
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