7. Como todo buen lector
«El corazón, que hasta entonces se me agitaba sin parar, me pareció que se me había quedado helado. Me puse a hojear las páginas hacia atrás y a leer frases sueltas en una y en otra. Ansioso por enterarme, al instante, intenté penetrar con la vista en los caracteres que parecían bailar ante mis ojos. Lo que esperaba comprobar era simplemente la seguridad del sensei. Su pasado, ese pasado oscuro que una vez me prometió contarme...»
Dejé de leer. Ya no tenía caso. Miré la raída novela que tenía en mis manos y, sin pensarlo, la tiré en la basura; estaba demasiado dañada para seguir conservándola.
Kei no debió estar de acuerdo conmigo porque, ignorándome por completo pasó de mí, metió el hocico en el cesto de la basura, la sacó y me la devolvió. A veces me abrumaba la capacidad intelectual y sentimental de ese perro. Con el tiempo llegué a creer que se encontraba en un plano muy superior al de Ben y yo, simples mortales. Lo retuve para llenarlo de caricias. Había amanecido animado, y esto quizá no era sino reflejo de nuestra propia situación.
Su ánimo desbordaba. Su cola bailaba de un lado a otro y sus ganas de recibir más caricias hizo que volviera a la cama y que, sin importarle su peso, casi se acostara encima de mí. Temí que Ben despertaría con tanto movimiento, pero o había estado muy cansado o al fin conseguía relajarse, porque ni siquiera se movió. Las ventajas de tener una cama tan grande, supuse.
—Dime la verdad, no es que de repente yo sea tu luna y tus estrellas, es que tienes hambre y no quieres despertar a tu amo, ¿no es así? —le dije, cariñoso—. Pequeño terrorista emocional, te aprovechas de mis sentimientos.
Kei me vio, desconcertado. Oh, claro que no, ya lo conocía lo suficiente para saber que sólo estaba fingiendo. Le rasqué la cabeza con dedicación y se quedó tan amodorrado que por un segundo temí que echaría la siesta encima de mí sin importarle que con su peso y su tamaño las probabilidades de que me terminara matando por asfixia fueran bastante altas. Seguía desempleado pero me gustaba mi vida y no podía permitirlo. Le di otro cariñito para luego decirle que era hora de comer.
Me levanté de la cama y sin perder tiempo me dirigí a la cocina. Kei venía detrás de mí, apresurándome.
—Ya, ya —suspiré. La mañana estaba fresca, para variar, y se me ocurrió que deberíamos salir a pasear.
Desde el desayunador, mientras bebía un generoso vaso de jugo de naranja, me dediqué a ver a Kei comer. Si había algo de fiereza en ese animal sólo era apreciable en esos momentos. Incluso el sonido que hacía al masticar resultaba algo intimidante si no se estaba acostumbrado a sus modales en la mesa; la rapidez con la que devoraba su comida era alucinante de una manera que te erizaba la piel y te hacía recordar un par de cosas sobre la insignificancia del ser humano en el universo.
Cuando permitía que mis pensamientos se alocaran no podía evitar pensar que tal vez mucha de su prisa tenía que ver con el maltrato que recibió después de la muerte de Leo. Si Kei alguna vez se volvía a encontrar con Theresa, ¿cómo reaccionaría? Esperaba nunca descubrirlo, pero con el primer aniversario de la muerte de Leo aproximándose no podía descartarlo del todo.
Dejé el vaso en el lavatrastos y salí al patio. Kei me alcanzó a los pocos minutos. Se le notaba satisfecho, y debía de estarlo porque, en lugar de echarse a correr como lo hacía cada vez que le dejamos libre el camino hacia el patio trasero, caminó tranquilo a mi lado, mientras yo, con los pies descalzos, sentía la agradable sensación de la tierra todavía húmeda por el rocío de la mañana.
Esa casa me hacía feliz. Deseaba que, pese a las inconveniencias, su estado un poco descuidado y su tamaño, Ben decidiera quedarse con ella. No me estaba adelantando absolutamente a nada en cuanto a nosotros, pero la verdad era que ese hogar se había convertido en mi lugar de paz. Es normal que me aferrara a la idea.
—Buenos días.
Me volteé al escuchar su voz; Ben estaba apoyado en el marco de la puerta. Bostezaba. Tenía el rostro húmedo. Era común en él lavarse la cara y no secarse.
—Buenos días —respondí. Bajé la mirada y miré mis pies sucios. Sonreí. Pese al saludo, Kei seguía a mi lado. A esas alturas ya tendría que haber salido corriendo hacia Ben, supongo que mi presencia ahora le parecía igual de importante. No sé por qué se me hacía difícil creerlo. ¿Qué había hecho yo por Kei en comparación con lo que él había hecho por mí? No mucho.
—¿Ya desayunaste?
—Yo no, pero Kei sí. No tuve otra opción. Te juro que amenazó con devorarme.
Ben sonrió, estuvo a punto de decir algo pero en lugar de eso sólo se revolvió el cabello.
—Prepararé algo —dijo entonces.
—Estupendo —respondí, sintiéndome de repente muy hambriento—. ¿Tienes algo importante para hoy?
—Nada. Anoche terminé mi último pendiente de la semana.
—Mejor aún.
Le eché una última mirada al patio antes de entrar en la casa. Ben me recibió con un beso. Kei decidió quedarse afuera, y con justa razón, porque antes de desayunar Ben y yo nos tomamos una que otra libertad; de esas libertades pausadas y cariñosas que se caracterizan por llevar poca ropa.
Al despertar más tarde en la cama, volví a centrar la atención en mi novela. Sonreí. Me burlé de mí mismo. Cualquiera tendría que haber notado que no era muy buen lector. La influencia que le había terminado dando a una pieza de ficción, por muy real que esta se me hubiera presentado en un momento en particular, hablaba muy mal de mí y de las relaciones que era capaz de establecer con personas reales. Si Ben alguna vez llegaba a darse cuenta de las elucubraciones absurdas que construí en torno a sus relaciones de amistad gracias a mi tiempo libre, mis frustraciones y mi poca experiencia como lector y como ser humano empático y decente, ¿qué pensaría?
No todos los conflictos humanos giran en torno a las relaciones sentimentales de pareja. ¿Era la enseñanza que podía sacar de todo esto? Claro que no, iba más allá. En varios aspectos, la amistad es mucho más complicada que las relaciones románticas. La amistad, en este sentido, también es mucho más desinteresada, y la intensidad de su daño yace en la poca importancia que se le suele conceder a estas rupturas. El sensei llevó consigo su carga porque la importancia que le había concedido a su amistad hacía que se avergonzara de su traición; una especie de proyección de la superioridad moral que alguna vez se autoatribuyó al haber sido él mismo traicionado varias veces por personas cercanas, al no entender la naturaleza humana de estas traiciones y al creer que él nunca podría cometer actos similares. Ni siquiera el amor por su esposa le dio la fortaleza suficiente para superarlo. De una manera similar Ben seguía cargando su culpa, pero Ben, a diferencia del sensei, había conseguido reconciliarse consigo mismo. Sus culpas eran diferentes, por supuesto, y la comparación es absurda tomando en cuenta las circunstancias de cada caso. Pero no podía evitar preguntarme: ¿cuántas personas se habían perdido a sí mismas al descubrirse malos amigos? Es algo que, antes de conocer a Ben y de leer esa novela japonesa, jamás se me había ocurrido considerar.
—¿Por qué tan pensativo? —me preguntó Ben, sacándome de mi ensimismamiento.
Guardé la novela en la pequeña gaveta de la mesita de noche y suspiré.
—Por nada.
—¿Descansaste bien?
—Noto algo en tu forma de preguntarlo —sonreí, pícaro.
—Fui de compras.
—Me hubieras despertado.
—Ya lo creo —rio—, la cajera me miró raro al notar la cantidad absurda de helado que llevaba en la carreta.
—Sexismo.
Ben sonrió y se acercó a la cama.
—Ahora sí, dime, ¿por qué tan pensativo? No estarás deprimido por...
—Nada de eso —lo tranquilicé—. Y no te miento, de ser así Kei estaría aquí y no corriendo en el patio en plan comando.
—Entonces tal vez deberíamos ir a hacerle compañía. Traje cerveza y carne para asar.
—Estupendo —asentí, pero antes de dejar la cama, me atreví a hacerle la pregunta que me interesaba que respondiera en ese momento y sin pensarlo mucho—: Ben, ¿me consideras un buen amigo?
Me miró un tanto desconcertado, pero pronto agarró el hilo. No creo que Ben fuera malo para socializar, el problema de Ben yacía en la importancia que suele darle a las personas, a su cercanía y relación, de ahí que sólo pueda mantener un par al mismo tiempo. De ahí que le resulten tan extenuantes a veces.
—Sí —respondió—. No sé si para todos, pero al menos para mí, lo eres. No tengo duda alguna.
Sus palabras me tranquilizaron.
—¿Aunque me tome tus cervezas? —bromeé.
— Aunque pelees por la sabana en las noches —me siguió el juego.
—¿Aunque te haya hecho adicto al helado?
—Aunque por eso mismo me hayas hecho pasar pena en las heladerias y supermercados.
—¿Aunque a veces mis conversaciones parezcan las de un niño de diez años?
—De no ser así no te seguiría la corriente —río—. ¿Estás preocupado por algo?
—Nada importante, solo estaba pensando. Las amistades traicionadas y esas cosas, mi eterna novela, ya sabes.
—Todos tenemos nuestra manera de ser, Henry, y si una amistad no funciona, ¿no crees que es por falta de entendimiento? No siempre hay malas intenciones, algunas veces solo nos molestamos porque creemos no recibir de la otra persona lo mismo que damos. Pocas veces se nos ocurre pensar que los otros nos dan todo cuando tienen, sin reservas, y que nosotros lo desestimamos por no ser lo que habíamos esperado o imaginado de ellos. Una vez conoces a la persona, sin embargo, se hace más fácil notar su forma de dar apoyo y cariño. Una vez pasado esta etapa, la amistad puede crecer con más honestidad —dijo Ben, serio—. Al igual que todos los tipos de relaciones, las amistades también necesitan trabajo, también se resienten. También se rompen.
Me quedé ido en él y su forma de expresarse. Entonces se acercó lentamente a la cama y aún teniendo todo el espacio del mundo me pidió que me corriera un poco para sentarse a mi lado. Pasó el brazo sobre mis hombros y me acercó a él. Ben olía bien. Me había acostumbrado a su olor e igual no dejaba de sorprenderme lo cálido que de repente me había parecido ya desde mucho tiempo atrás. Me permití estar un momento ahí, mi nariz rozaba su cuello. Sentí la tensión que mi gesto provocó en todo su cuerpo.
—También hay ocasiones en que ni el mayor esfuerzo salva una relación, sin importar la naturaleza de la misma. A veces simplemente tenemos que tener la madurez para dejar ir las cosas sin culparnos más de lo justo, reconociendo nuestra parte en lo sucedido para luego superarlo, aprendiendo de los errores cometidos.
Suspiré. Me quedé unos minutos en silencio.
—Piensas demasiado las cosas, Henry —susurró de pronto. ¡Vaya si no tenía razón!
—¿Y qué pasa cuando sientes que no mereces la amistad de otra persona porque consideras que no eres lo suficientemente buen amigo para ella?
—¿Así te sientes en este momento?
—No, sólo... —titubeé—, creo que jamás lo había pensado, y viendo atrás... viéndome ahora... No sé cómo explicarlo —suspiré al sentir que la conversación se tornaba demasiado seria—. No no te preocupes, Ben, solo es curiosidad, yo estoy bien. Es solo que esta novela me ha puesto a pensar en más de una ocasión sobre cosas que antes jamás se me había ocurrido siquiera considerar.
—Voy a comenzar a sentir celos de ese mentado sensei —dijo a media sonrisa—. Pero al final me alegra —agregó—. Estoy seguro de que comenzaste a leerla por una razón y terminaste quedándote con ella por otra. Así ocurre con las buenas lecturas, aunque no las disfrutes como hubieras querido, siempre te dejan algo.
—Justo eso sucedió —reí—. No tienes ni idea.
En el patio, los ladridos de Kei se intensificaron, denotando que ya sabía que su amo había regresado a casa.
***
Habíamos quedado de vernos en el parque para revivir viejos recuerdos, pero yo iba tarde. El ambiente estaba fresco y el sol brillaba, pero no de manera ofensiva, mi paso apresurado, sin embargo, igual había conseguido hacerme sudar. Odiaba hacer esperar a Ben y a Kei.
La mochila me pesaba en la espalda. Llevaba mis manos ocupadas; en una cargaba una hielera pequeña; en la otra, una bolsa plástica. A eso se debía mi demora: había pasado por la librería local.
Al primero que vi fue a Kei, quien salió corriendo a mi encuentro, seguido por un grupo de niños bulliciosos. Me alegró notar que ya había recuperado su fama de bestia sentimental y que los padres de familia habían desistido en sus intentos por siempre mantenerlo amarrado. De alguna manera Kei se había convertido en una especie de mascota local reconocida y querida por todos. El perro correteó a mi alrededor, feliz de verme. Dejé las cosas en el suelo y me apresuré a acariciarlo.
—¿En dónde está tu amo, eh?
Kei volvió a correr, esta vez en dirección a Ben, que no estaba muy lejos. Los niños no eran contrincantes para él, y muchos quedaron rezagados y cansados, incapaces de seguirle el ritmo.
—¿Por qué la demora? —preguntó, pero no se quedó a escuchar mi respuesta porque un grupo de personas requirió su presencia.
Ben había acudido al servicio en honor a su amigo Leo. Los primeros días después de la reunión se mostró alicaído, pero no fue nada grave. Me dijo que lo que sentía era rencor por el despliegue de hipocresía que le había tocado presenciar, pero temo que también se debió a que se proyectó a sí mismo en ellos, su mal humor tardó en desaparecer el tiempo que demoraba en notarlo, pero al fin lo hizo y regresó a la normalidad; ellos no valían ni su rencor. No me habló de Theresa en sí, aunque mencionó uno que otro detalle de su charla con ella. Era algo íntimo para Ben, y conociendo el tiempo que se tomaba para darle forma a las impresiones que tenía de las personas dependiendo de su relación con ellas, sabía que pasarían muchos días antes de que sintiera la necesidad de exteriorizar lo que fuera que hubiera vivido o revivido con ella después de tanto tiempo sin verse. Ahora que él volvía a estar de buen humor entendía que no sólo mi preocupación a veces resultaba demasiado desproporcionada; también poco a poco fui aprendiendo a valorar la importancia del espacio en las relaciones. Que no se diga, estaba madurando.
Viendo a Ben en el parque, cerca de tantas personas, mi admiración aumentó. Hablaba con ellas con una profesionalidad hasta ahora poco conocida. Sabía manejar a la gente a su alrededor. Pese a que eran varios y lo rodeaban, discutían en orden. Se alejaron un momento, estaban viendo el terreno, señalando y comentando cosas que no alcancé a escuchar. Ben asentía o hacía alguna acotación con el semblante serio. Noté que más de uno de los presentes lo miraba con algo que sobrepasaba la simple admiración, pero no me preocupé. Ben continuaba conversando con la misma seriedad y yo me quedé ido en él. Encontré divertido verlo desenvolverse con tan aparente facilidad. Ahí quedaban sus palabras acerca de su supuesta ineptitud social. No, Ben no era malo socializando, al menos no en su faceta laboral, y eso ya era algo.
El grupo terminó de darle las gracias y Ben estrechó una que otra mano. Se le veía satisfecho.
—Muy bien, ahora sí —regresó a mí. Nos acomodamos debajo de un enorme árbol. Kei seguía correteando no muy lejos de nosotros. Ben nunca se permitía perderlo de vista, aunque el perro se comportara bien.
—Bueno, pues yo tengo que decirte algo ahora —se reacomodó—. La junta del parque me ha buscado, bueno, yo mismo me he ofrecido para unas labores de remodelación, he estado en pláticas con ellos y de paso me he enterado de que están a punto de llevar a cabo una serie de eventos para recolectar fondos para costear el proyecto, porque el presupuesto aprobado...
—Me alegro —lo interrumpí—. Al fin podré ver tu trabajo más allá de planos que no entiendo. ¿En qué están pensando?
—Todavía es temprano para eso —dijo—. Habrá una reunión formal la próxima semana y a partir de ahí comenzaré a pensar seriamente en un proyecto. La verdad es que tenía planeado regresar al trabajo activo. Ya no se me hace tan atractivo revisar y aprobar los trabajos de los demás. Fue cómodo en su momento, pero creo que ya es hora de dejarlo atrás y volver a mi trabajo de siempre.
—Me gusta verte tan decidido —sonreí, tomándole la mano—. Es curioso. Trabajé en construcción, pero nunca me llamó la atención. Aunque es una forma generosa de decirlo, porque, ¿qué hacía? Preparar la mezcla y apilar ladrillos, pintar paredes y esas cosas. Era un trabajo que necesitaba, pero nunca me llamó la atención. Y ya ves, de alguna manera me las arreglé para terminar con un arquitecto.
Ben sonrió, se inclinó para besarme, pero nuevamente se puso serio.
—Eso no es todo —dijo—. Mira, la paga es poca, es más un favor mutuo que se estarían haciendo, pero la experiencia iría bien en tu currículo —suspiró—. Henry, sé que es difícil para ti y que con el tiempo tu situación es cada vez más desesperada, pero por favor, deja de postularte a trabajos fuera de tu área, lo único que me ha mantenido es el amor a lo que me dedico y no quiero verte amargado, créeme, he conocido a gente así y no quiero eso para ti. Por eso, como decía: experiencia. La junta necesita un publicista. Serán eventos importantes. Me gusta la gente en esta junta, piensa en grande, es creativa, sienten verdadero interés por la comunidad y están enamorados de este espacio. Te recomendé. Sí, no suena muy ético... Y no es nada muy grande, pero recibirás una paga y, por lo que tengo entendido, es un trabajo a medio tiempo, por lo que te dejará espacio y tiempo para seguir buscando trabajo fijo...
—Acepto —respondí sin dejarlo terminar—. Vamos, no te sorprendas, estoy seguro de que hiciste algo más que recomendarme. No voy a dejarte mal.
—Tiempos desesperadas requieren medidas desesperadas.
—Y este no sería un buen tiempo para mudarme debido a mi lamentable y muy penosa situación laboral, ¿no es así?
—Me descubriste —sonrió—. No, Henry, no planeo dejarte ir tan fácil, y menos por una razón tan absurda. Quiero ayudarte en tanto me sea posible. Espero no haberte ofendido.
Se sonrojó al decirlo. Hice memoria. No sólo era la primera vez que notaba a Ben sonrojarse tan abiertamente sino que esas eran las palabras más románticas que me había dicho hasta el momento. Estuve a punto de volver a besarlo cuando Kei apareció.
—Qué oportuno —lo acaricié. Pero el perro pronto volvió a dejarnos. Lo vi corretear unos segundos y luego regresé a Ben—. No Ben, no me ofendes. Muchas gracias.
Ben se acercó a mí todavía más. Otra vez apretó mi mano. Lo miré. Ahí estaba él; poco reconocía del aparentemente torpe hombre que no podía pasear a su perro. Ben sonrió. Sus ojos brillaron como la miel a contraluz, y me perdí en él un momento. En ese instante, en ese punto de mi vida, pese a todos sus altibajos, pude reconocer que estaba en el lugar al que pertenecía y que Ben, antes que todo, era un amigo, y uno muy leal, independientemente de lo que él todavía pensara de sí mismo y de lo que yo pensara de mí.
—Muchas gracias, Ben —repetí. Y al fin pude besarlo sin interrupciones.
Escuchamos un silbido a lo lejos, y un apenas distinguible «¡ya era hora>> . Aparentemente Kei no era el único conocido y apreciado en el lugar.
El resto de la tarde transcurrió así.
Desde la sombra veíamos a Kei corretear con los niños. Nunca se cansaba. No, nunca se cansaban.
Me recosté apoyando mi cabeza en las piernas de Ben. Y, sin pretenderlo, me quedé dormido. Me quedé dormido entre la sensación de bienestar y felicidad que experimentaba gracias a él. Me quedé dormido con sus dedos entre mi cabello. Me quedé dormido con sus caricias moteadas a medias por la luz que se colaba entre las hojas del árbol que nos cobijaba.
Al despertar minutos más tarde, noté que Ben tenía en sus manos la novela que había comprado más temprano.
—¿Es la misma novela o es que el título es parecido? —me preguntó al saberme despierto.
—Es la misma, sólo que otra edición y otra traducción. La otra ya casi me la sabía. No iba a tener mucha gracias que volviera a releer esa.
—No entiendo —dijo Ben, confundido—. ¿Ya no la has releído hasta el cansancio? Apuesto a que hasta te la sabes de memoria.
—Como buen lector tengo la obligación de releer esto con la cabeza más fría —sonreí—. Creo que mal interpreté muchas cosas, y no me parece justo tratar una buena lectura con tanta desconsideración.
Ben volvió a verme, confundido.
—Algún día te contaré la verdadera razón —concluí con una nueva sonrisa.
—A veces me superas —sonrió Ben a su vez, mordiéndose los labios. Un ladrido hizo que levantara la vista. Con la rapidez de siempre fue capaz de localizar a Kei.
Varias risas castañeaban a lo lejos como gotas de lluvia bailando en verano. Kei correteaba de un lado a otro mientras los niños lo perseguían para acariciarlo. Entonces el perro, tal vez consciente de nuestra atención, se detuvo, nos vio, corrió en nuestra dirección, no sin antes dejarle claro a los niños que el correteo se había acabado, y sin mayor revuelo, se echó a mi lado. Estiré el brazo para acariciarlo, Kei levantó la cabeza, nos miró un segundo para después perderse en su descanso.
Corría una brisa agradable. Ben volvió a enterrar sus dedos en mi cabello, y en medio de pausadas y dedicadas caricias, continuó leyendo. ¿Qué sacaría Ben de esa novela? Algún día me lo diría, me dije, satisfecho.
El cielo, como aquel día ya distante, comenzaba a teñirse de naranja.
___
¡Fin! Antes que nada, perdón por la demora. Se me fue el tiempo en no sé qué cosas. Iba a subir la historia de golpe pero bueno, me perdí.
Ahora: datos absurdos sobre la historia que no debería compartir pero es que yo no puedo quedarme callada. (No es necesario que lo lean, eh. Lo que sí es necesario es que dejen votos y comentarios :V xD)
—La idea de un rottweiler enorme me vino de una visita al veterinario. Andaba con Sousuke, el perro de la familia, un mestizo que mi bro adoptó hace ya su par de meses. Me pareció curioso que la mayoría de personas estuvieran reunidas, apretujadas si cabe, cuando parecía haber espacio en la próxima sala. Entonces fui a ver y ahí vi al rottweiler más enorme que he conocido en la vida. Se llamaba Bruce. Era gigante. Pero gigante, gigante. Tuve que haberle tomado una foto, ahora lo lamento xD No sé, tal vez era cruce de rottweiler y san bernardo o algo porque dios, era enorme. Todo un oso, aunque no era peludo para nada xD. Cosa tan bonita.
—la novela. Espero que a estas alturas se hayan preguntado qué novela leía Henry (para los que pensaron que yo la había inventado ¡MUCHAS GRACIAS! pensar que yo podría escribir algo así de bonito me da esperanzas). La novela es Kokoro, de Natsume Soseki, es una de mis novelas y uno de mis escritores favoritos, y si la leen van a notar una que otra cosita extra sobre esta historia... puede que sí, pueda que no... xD
—Por último. ¿Por qué un perro? Es cosa de Sousuke, el perro de la familia. En la historia Henry mencionaba que dos de las mestizas de su abuelo, Kori y Loba, fueron sus favoritas, y que ya después no volvió a encariñarse con otro perro. Kori y Loba (descansen en paz) son reales. Bueno, fueron. Y mucho del carácter de Kei lo tomé de Kori, una mestiza que tuve cuando era niña y que era la criatura más empática y sobreprotectora que he conocido nunca jamás. Me entristece recordarla porque murió envenenada, la mataron en un intento de meterse a robar a la casa. P*ta gente dañina, en serio. Pero la llegada de Sousuke, muuuuchos años después, hizo que mi cariño por los perros renaciera. Así que, en parte esta historia es gracias a Sousuke. (Y también fue un rottweiler porque mi tío tenía uno, llamado Thor, que nunca me quiso el chucho viejo. No se puede tener todo en esta vida xD)
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Es todo de palabrerías. Gracias por leer. Son lo máximo.
Si la historia le gustó, compartanla, me harían un tremendo favorazo.
Otra vez ¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!
Saludos.
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