◦•●◉✿ 𝐶𝐴𝑃𝐼́𝑇𝑈𝐿𝑂 𝑉 ✿◉●•◦

Su padre. Hacía años que nadie le mencionaba a su padre; miró a Lucila algo confundida y nerviosa.

—No se de que habla— apartó la mirada.

—Julia, como podría no reconocer a mi propia hija— Lucila intento tomarla del brazo.

—¡Julio! — vociferó Geta —Ven aquí—

Aliviada caminó hasta el emperador, se acercó un poco y el solo señaló a su derecha.

—Aquí quédate, hablaremos después—

La chica asintió, miraba de reojo a su madre y al general. No le agradaba en lo más mínimo ese hombre, pero había alguien más que le preocupaba. Macrino.
Su cabeza estaba en dos cosas a la vez, tanto en la batalla naval, como en la conversación detrás de ella.

—¿Estás segura? — preguntó el general.

—Como no la reconocería— respondió —Además, ahí está también Lucio—

—Así que esta vivo— el general concluyó.

Julia no le perdía la vista a su hermano, estaba preocupada pero también estaba preocupada por hacer bien su trabajo. Cuando en cierto momento, los ojos del general se abrieron con algo que ella podía sospechar, era miedo. Miró a su hermano y vio como tenía una ballesta y apuntaba hacia su dirección.
Tomó a Geta del brazo y lo tiró hacia la izquierda, evitando la flecha. Claramente no iba para el emperador, pero justo dió en la silla donde estaba sentado.
Macrino quiso tomar a ambos emperadores del brazo para entrar y regresar al Palacio, pero Julia lo impidió.

—Es mi trabajo escoltar a su majestad— la voz severa hizo parecer que era un hombre.

Macrino hizo una leve reverencia antes de dejarla ir. Geta iba delante de ella y de tanto en tanto volteaba a verla, como si quisiera asegurarse que no lo dejaría solo.
Una vez en Palacio, el emperador y su hermano conversaban sobre lo ocurrido, aunque a Julia le preocupaba algo más. Cuando Geta y Julia quedaron solos lo primero que hizo el pelirrojo fue abrazarla.

—Gracias, de verdad gracias— suspiro.

—Me alegro que esté bien, su majestad— dudó un poco antes de abrazarlo.

—Dejate de las formalidades, Julia— se apartó un poco para verla —Estamos solos—

Los ojos de la joven se llenaron levemente de lágrimas antes de esconder su rostro en el cuello del emperador.

—Me asusté— susurró —Me asuste mucho, Geta—

—Lo se, lo pude ver en esa carita— acarició su cabello con ternura.

Se quedaron así lo que pareció una eternidad, Julia debía hablar con él sobre lo que sospechaba.
Pero cuando lo intentó, él la detuvo. No quería saber nada en ese momento, la adrenalina lo había dejado exhausto y la idea de que ella no era una salvaje común también comenzaba a rondar entre el Palacio.
Tenía mucho en que pensar como para hacerlo ahora que la tenía en sus brazos.
Se apartó un poco y la miro.

—Vamos, aquí alguien nos puede ver—

—De acuerdo—

Rápidamente la llevó hasta sus aposentos, una vez ahí cerró la puerta y con ansias la acorraló en una pared, no por que quisiera intimar, pero quería saber todo lo que ella tenía que decir.

—Habla, porfavor— su tono denotó nerviosismo.

—Creo, creo que alguien está conspirando contra tí—

—¿Quién?— frunció el seño.

—He oído algunos murmullos por Palacio, creo que ese esclavista trama algo— tomó las manos del pelirrojo.

—De acuerdo, lo tomaré en cuenta— suavemente acarició sus nudillos —Algo más te preocupa, lo puedo ver—

—Mi madre— miró hacia un lado — me pone de nervios que este cuchicheando con el general sobre mi—

—Lo entiendo, ¿sabes algo más sobre ellos? — subió sus manos hasta sus mejillas.

—No, no se nada más—

—¿Lo juras?—

—Lo juro—

El asintió y la abrazó de nuevo, quitando su armadura poc a poco; Julia no lo detuvo y rápidamente pasaron a la cama, Geta era adicto a ella y tenerla para él era lo mejor de su vida.
Julia por su parte estaba perdidamente enamorada del emperador, y estaba dispuesta a cumplir sus deseos más oscuros. Entre besos y caricias escucharon un alboroto afuera, Julia miraba a la puerta pero el pelirrojo la hacia mirarlo a él.

—Mirame a mí— su respiración era rápida y pesada.

—Pero, ¿y si te nesecitan?— ella aflojó su agarre de la cintura del contrario.

—Que se jodan, para eso esta mi hermano—

La beso de nuevo y su juego erótico continuó, esta vez, decidido a dejar un heredero en el vientre de la chica. Los minutos pasaban hasta que tocaron a la puerta con mucha insistencia.

—Por todos los dioses— se levantó —¿Qué mierda quieren?— grito ya molesto.

—Majestad, sucedió algo—

Geta giró los ojos exasperado y tomó aquella bata de seda que usaba en sus aposentos, con una sonrisa de lado miró a Julia.

—Vistete, te nesecitaré—

—Claro—

Rápidamente se colocó la armadura y tomó su espada, saliendo detrás de él con prisa. Claramente su sorpresa no fue pequeña al ver a su madre y a Acacio en la sala del trono, parecían rendidos y levemente asustados.

—Son unos traidores hermano— chilló Caracalla.

—¿De que habla mi hermano, Acacio?— Geta encaró al general.

Julia miraba a su madre por el rabillo del ojo, tratando de mantenerse lejos del asunto.

—Majestad, castigueme si es su voluntad— miró rápidamente a Julia —Pero no me de sermones—

—!Vamos a acabar con esto entonces! —

Caracalla tomó una espada y corrió en dirección a Acacio, antes de ser detenido por su hermano.
Macrino, quien estaba en las sombras dio un paso al frente; Julia se tenso, y cuando ordenaron sacar a Lucila y al general, a la mujer se le salió una simple palabra.

—Hija— sus esperanzas se fueron en esas cuatro palabras.

Geta, quien estaba en el suelo conteniendo a su hermano se puso pálido, los demás que estaban en la sala se miraron unos a otros, pero quien tenía los ojos sobre Julia era Macrino. Él lo sabía, sabía quien era ella.

—¿Hija? Vaya vaya— el hombre dio pasos deliberados en dirección a Julia —Hay dos opciones, o mentiste, o la mujer está loca—

La chica tragó saliva, tensa y nerviosa lo miró con aquella mirada severa que heredó de su padre.
Geta ordenó que se llevarán a su hermano, quien estaba confundido pero cansado. Camino hasta Macrino y lo tomó del brazo.

—No es de tu incumbencia— su voz corto el silencio comí un cuchillo —Gracias por hacernos saber lo que hacían estos traidores, pero esto no te incumbe—

Macrino caminó hacia atrás lentamente y miró a Julia con una mirada que la hizo temblar, artículo unas palabras que la hicieron sudar frío.

"Se tu secreto, princesa"

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