VII
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HABÍA PERDIDO. Había perdido mucho. Y era incapaz de asimilarlo sin que una oleada de impotencia la estrellara contra la orilla.
Red había naufragado, sobrevivido a la tormenta y vuelto a tierra firme para nada, porque ahora un huracán la había devuelto al mar embravecido sin ningún salvavidas ni brújula para encontrarse de nuevo.
No importaba cuanto pataleara o peleara contracorriente, estaba con el agua hasta el cuello y se hundía cada vez más en su propio agujero.
Su cuerpo estaba muerto. Muerto. Inútil. Inservible. No podría traerlo de vuelta para que cada una recuperara el suyo. No volvería a ser ella.
No había nada que hacer. Memphis ya no estaba. A estas alturas solo podían meditar sobre lo sucedido y rezar para que no ocurriera nunca más.
Mientras caminaba, no dejaba de pensar en los últimos instantes que había pasado con su cuerpo. Antes de iniciar el ritual, con la adrenalina y el éter corriéndole por las venas en estado puro. Después de haber sobrevivido a dos encuentros con Hunter. Cuando pensaba que era invencible.
Ya no los recuperaría.
El frío le azotaba el cuerpo, cada latigazo que recibía la hacía maldecir. Hasta el tiempo sabía cómo expresarse mejor que ella.
El cartel desgastado de la tienda de antigüedades apareció a lo lejos. La tienda era lo único que le quedaba. Su único vínculo con lo que una vez fue. Tenía ganas de ver el escaparate y sacarle el polvo a los objetos. Se sorprendió al pensarlo; hace nada lo había odiado con todas sus fuerzas.
Antes de que Red tuviera la oportunidad de abrir la tienda y fingir que se suplía a ella misma, una mano la agarró del antebrazo y la obligó a detenerse en medio de la calle. No le hizo falta darse la vuelta para saber quién era, el perfume que llevaba hablaba por sí solo.
Red bufó.
—No te muevas —siseó una voz detrás de ella.
—¿O sino?
—¿Tengo que noquearte para que me hagas caso? —A Nyla nunca se la habían dado bien los encontronazos. Disfrutaba de ellos, pero jamás salía ganando.
—Tienes que dejarme abrir la puta tienda. Solo eso —gruñó Red, empezando a perder la paciencia.
Ya no podía hacer más daño, ¿por qué no la dejaban en paz?
—Quizá otro día. —Tiró de ella en la dirección opuesta.
—Suéltame, Nyla.
Red se zafó del agarre y dio varios pasos en dirección a la tienda. No estaba de humor. Lo único que quería era aparentar un poco de falsa normalidad. Nada más. ¿Tan difícil era?
La sangre empezaba a hervirle y, aunque ya no fuera una de ellas, todavía sabía cómo utilizar un buen gancho de ser necesario. No se acobardaría ante su poder.
—¿Es que no me oyes? —Nyla le clavó los ojos con tanta vehemencia que Red olvidó por completo su enemistad. Solía mirarla así cada vez que algo iba mal, o cada vez que algo iba a salir mal—. Te vienes conmigo.
Para enfatizar sus palabras, dos de sus otras hermanas, Urié y Tarah, aparecieron de la nada y se posicionaron a cada lado de Nyla. El mensaje estaba claro: haría lo que ellas quisieran.
No entendía por qué.
Red resopló, indignada y hasta la coronilla de tener que obedecer a todo el mundo, y dio media vuelta.
Rechistó durante todo el camino.
A escasos metros de distancia, dentro de la tienda y contemplando el escaparate, el agente Winchester se miraba las uñas mientras esperaba.
Esperaba y esperaba.
Al momento adecuado. A una señal. A lo que fuera.
La verdad es que no podía estarse quieto. Necesitaba pasar a la acción cuanto antes o sino se volvería loco.
Tenía la certeza de que Red se pasaría por la tienda tarde o temprano, ¿por qué no estaba ya aquí? Las ganas de verla y matarla de un golpe le abrasaban por dentro. Había pasado toda la noche deleitándose
Memphis sabía que tenía la delantera esta vez. Por fin podría hacerle pagar a la humanidad con la misma moneda que utilizaron con ella. ¿Cómo osaron despreciarla, dejar de venerarla y extinguir su fuego por esta tierra como si de meras chispas se tratara?
No. La venganza sería dulce como el néctar. Sabrosa como la ambrosía.
El gruñido de su estómago floreció en mitad del silencio. No había desayunado nada de lo que el motel tenía que ofrecerle. Las grasas de la mantequilla y el beicon no eran equiparables con los manjares divinos de los festines que solía pegarse. De eso habían pasado milenios, pero se rehusaba a probar un bocado de la comida terrenal.
Sin embargo, a pesar de sus quejas, su nuevo cuerpo mortal le pedía hamburguesas a gritos. Hamburguesas y pizzas. Mucha pizza.
Memphis se ponía enferma sólo de pensar en ello. Tenía que acabar rápido con su objetivo y eliminar a Red para poder ocupar el cuerpo que ella había cogido de otra chica; los colmillos y los poderes no funcionaban en un cuerpo masculino.
Le vibró el pantalón.
Más concretamente, el bolsillo trasero. Sacó el teléfono con dos dedos y lo miró extrañada. Aunque se hubiera conectado a los recuerdos de Winchester, estos nuevos artefactos que los humanos llamábamos tecnología le parecían de lo más extraño.
Aceptó la llamada y se llevó el teléfono a la oreja sin mirar el número.
—¿Winchester? —Oyó una voz profunda y viril—. ¿Winchester, agente, está ahí?
—¿Qué pasa? —espetó.
—Nada en concreto, pero creo que deberíamos hablar de la situación de Crimson Hills. Han pasado cosas.
Memphis sonrió con astucia y enarcó una ceja aunque no la viera nadie. Ahora se ponía interesante.
—¿Cosas?
—Esto, sí... —Hunter dudaba si contarle que el cuerpo de Red estaba en el bosque era buena idea. Al fin y al cabo, le había prometido a sus hermanas que no diría nada; querían celebrar un funeral en su honor como es debido—. Cosas.
No sabía cómo explicarlo sin revelar los detalles escabrosos.
—¿Cómo qué?
—Creo que sería mejor si nos viéramos, agente.
Memphis fingió pensárselo durante unos segundos.
—Mmh, está bien —accedió—. ¿Te importaría quedar por el bosque? Hay algo que quiero enseñarte.
—Ah, ¿sí? ¿El qué? —Notaba la urgencia en su voz.
—Ya lo verás. Prefiero mantenerlo en secreto de momento. No me gustan los teléfonos.
—Lo sé, señor. De acuerdo. —Como tampoco podía ponerle excusas para no ir al bosque, decidió que terminar la conversación era lo más sensato—. Hasta luego.
Winchester se tocó el cinturón. El peso de la pistola reposaba contra su muslo derecho como garantía de que no fallaría en este último y certero intento.
El principio del fin acababa de comenzar.
—¿A QUÉ HA VENIDO ESO? —preguntó una vez llegaron a la casa de Aramis. Su casa ahora.
Al abrir la puerta, se encontró con que las demás las esperaban en la sala de estar. Algunas estaban sentadas en el sofá, mientras que Saga trasteaba con la tetera en la cocina.
Saludaron a las recién llegadas y esperaron a que se sentaran alrededor de la mesa del café para ponerse al corriente de la conversación.
—Te he salvado la vida. Deberías darme las gracias.
—¿En serio? —Levantó ambas cejas—. Ilumíname.
—¿Crees que puedes matar a una diosa? —le recriminó Nyla.
—¿Sí?
Nyla se llevó una mano a la frente. Su hermana no aprendería nunca.
—Respuesta incorrecta. Es un ser divino, etéreo, y que por suerte no tiene una forma terrenal. No puedes matar algo que lleva existiendo incluso antes de la propia creación del universo, Red.
Esta suspiró.
—¿Entonces qué, está viva?
—Sí.
—¿Y dónde está? —Cogió un cojín y enterró la cabeza en el mullido material.
—No lo sabemos, aunque suponemos que no muy lejos de aquí.
Saga regresó al salón con tazas de café para todas.
Los nervios pendían sobre ellas a pesar de haber superado la prueba más difícil hasta la fecha: sortear la perspicacia de Memphis.
—Sigo siendo su objetivo —dijo Red al darse cuenta. Seguían en la casilla de salida, pero quizá ahora le llevaran ventaja. La diosa no se había enterado de su plan.
—Es probable. Y si se entera de lo que hemos hecho a sus espaldas, nosotras seremos las siguientes.
Habían fingido muy bien su enemistad delante de Memphis, tanto, que hasta Red creyó de verdad que moriría anoche. Jamás imaginó que Nyla y sus hermanas fueran tan buenas actrices. Incluso Hunter sobresalió en su papel.
Buscó a Kala con la mirada y se sonrieron. Era una genio. Estaba rodeada de genios y era consciente de que estaría en deuda con ellas el resto de su vida.
—Por eso me has montado todo el numerito antes. —Comprendió.
—La he sentido cerca. Ha sido por precaución.
Asintió varias veces y paseó la mirada por los rostros de sus hermanas.
—Gracias. —Y lo decía de todo corazón.
—No hay de qué. —Saga le ofreció una taza de té que Red aceptó con gusto—. Espero que podemos frenarla a tiempo.
—No nos queda otra. El futuro de la humanidad está en nuestras manos.
—Deja de meternos presión, ¿quieres? —gritó Kala desde el sillón en el que se había escarchofado—. Tampoco somos unas santas.
—Ya. ¿Qué haremos después de desmantelar el culto? —preguntó Dione.
—¿Ir a la cárcel? —Tarah se rio de su propia broma, pero las demás la fulminaron con la mirada—. ¿Qué pasa? No lo decía en serio.
—Puede que no, pero es una posibilidad.
Llevaban asesinando chicos desde principios de año, escabullirse y escurrir el bulto no sería fácil.
—Yo no quiero ir a la cárcel —repuso Saga con cierto temor en la voz.
Los murmullos de todas, angustiados, bailaron por la habitación hasta depositarse en los hombros de Red. No les pasaría nada, se encargaría personalmente de ello.
—¡Que no cunda el pánico! —exclamó—. Nadie va a ir a ningún sitio.
—¿Y cómo estás tan segura? —le rebatió Tarah.
—Porque Hunter nos ayudará —dijo convencida. Las demás cantaron su nombre acompañadas de ruiditos que la hicieron sonrojar.
—¿Vas a contarnos de una vez lo que pasa entre Hunter y tú? —Urié, poseedora del éter de Venus, la miraba desde el suelo con una mirada perspicaz.
—Saliste precipitada a por él en cuanto viste que seguía vivo. —Apuntó Dione, moviendo las cejas.
¿Que qué había? Demasiados sentimientos como para poder explicarlos uno a uno.
Sonaron dos móviles. «Salvada por la campana».
Red leyó el mensaje de Hunter con avidez.
—Es él. Está en el bosque.
Nyla levantó la cabeza después de leer el suyo. Las arrugas en la frente no auguraban un buen presagio.
—Memphis también.
Red no necesitó más que un segundo para entender lo que eso significaba.
—Mierda, vamos.
El bosque estaba más silencioso que de costumbre. Los árboles no se movían y el viento no mecía las ramas, por lo que las respiraciones entrecortadas y los susurros de siete chicas se oían por la zona con claridad.
Red caminaba con una angustia en el pecho. ¿Cuáles eran las posibilidades de que Hunter y Memphis estuvieran en el bosque por separado? Ninguna.
Sabía que Hunter no se acercaría aquí por su cuenta, así que solo habían dos opciones posibles: o Memphis lo había arrastrado a un lugar alejado para matarlo, o Hunter la seguía en secreto; cualquiera de las dos era posible, aunque si había sido capaz de mandarle un mensaje puede que estuviera bien.
«Memphis ha podido mandar ese mensaje y tendernos una trampa». Apartó ese pensamiento de una patada.
No había tenido tiempo de hablar con él todavía. El abrazo que compartieron ayer se dibujaba vivamente en su memoria y la llenaba de un calor y un cosquilleo nuevos para ella.
¿En qué se estaba transformando?
—Seguimos sin saber cómo matarla —dijo para separarse un poco de su cabeza y poder respirar.
—Tú no lo sabes —recalcó Nyla con una risotada.
—¿Tú sí?
—¿Acaso has leído algo del libro que te presté?
La cubierta rugosa y las páginas amarillentas sobrevolaron la mente de Red. Sabía dónde lo guardaba, pero no había tenido ocasión de ponerse a fondo.
—No me ha dado tiempo de terminarlo —confesó.
—Te sorprenderías la de cosas que puede enseñarte.
Se preguntó si eso iba con segundas intenciones. ¿Había algo más que le estuviera ocultando?
—¿Vas a contarme cómo acabaremos con Memphis?
—Primero asegurémonos de poder combatirla. ¿Crees que podrás repetir lo mismo de ayer?
Red pensó en los fantasmas de las siete chicas y de Aramis, de cómo entraron en su cuerpo con la gracia de una pluma y de lo poderosa que había vuelto a ser en esa fracción de tiempo.
—No. Creo que eso ha sido una ocasión excepcional.
—Menos mal que funcionó —silbó Nyla.
—Me hubieras matado de lo contrario.
—Qué va. —Movió la mano para restarle importancia. Luego la miró y le sonrió con humor—. Solo te habría chamuscado un poquito.
—Red a la parrilla no suena nada mal, ¿verdad? —Urié le pasó un brazo por los hombros mientras las demás reían abiertamente.
No era un buen momento para bromear y reírse, pero con ellas nunca lo era, y necesitaban liberar la tensión acumulada si querían trabajar juntas para eliminar de este mundo a una divinidad ancestral. Gajos del oficio.
—Chicas, en serio. Quiero saberlo.
—Lo harás cuando llegue el momento.
El silencio de los árboles aumentaba sus nervios. Caminaban dando palos de ciego. Sentían la presencia de Memphis, pero aún estaban lejos de ella y Hunter había dejado de responder a los mensajes.
—¿Alguien sabe adónde vamos?
—No —respondió Kala hablando por todas—. Pero creo que sabemos a dónde podemos ir.
—Hay pocos sitios a lo que iría Memphis —asintió Urié.
Se miraron entre ellas. De hecho, sólo había uno. A su altar, a la estrella de siete puntas para sacrificar a Hunter en su propio honor.
Se dieron prisa en cambiar de rumbo y dirigirse hacia el lugar que tanto habían frecuentado a lo largo de los meses. Se lo sabían de memoria.
Con cada tramo que dejaban atrás, Red pensaba en los posibles escenarios que se encontraría y en lo poco que podría hacer en este cuerpo.
Para su sorpresa, no había nadie en el pequeño claro. Ni siquiera algún indicio de que hubiera estado aquí. Al lado del altar, dentro de la estrella de siete puntas, estaba su cuerpo de verdad; tenía los ojos cerrados y la piel nívea, y a pesar de lo que había sucedido no parecía una muerta. Más bien, parecía que estuviera sumida en un profundo sueño.
Un punzada le retorció el corazón y los ojos le escocieron de repente. ¿Tendría oportunidad de despedirse? ¿Sería capaz de hacerlo para siempre?
—Aquí no están —dijo para llenar el estruendoso silencio que le martilleaba en las sienes.
Ninguna había abierto la boca todavía.
—Voy a dar una vuelta. Enseguida vuelvo.
Tarah se marchó con un halo de luz dorada alrededor de su figura. Una ráfaga de viento después, estaba de vuelta tal y como había dicho. Se le habían encendido las mejillas y los ojos gritaban que acababa de ver algo que debía.
—Tenemos que movernos. Rápido. Hunter está con Winchester.
—¿Qué hace Winchester por el bosque?
—No. Ese Winchester no. Memphis está con él. No hay tiempo que perder.
Se apresuraron hasta llegar al entresijo de árboles y se agacharon tras los matojos que ofrecían una buena tapadera. Esperaron hasta que oyeron un par de voces acercarse desde el otro lado.
—Sigo sin entender qué hacemos aquí, agente. —Hunter hincó las rodillas en la tierra e inspeccionó la base del árbol que le había dicho—. Tampoco entiendo cómo el musgo de un árbol va a ayudarnos en nuestra investigación.
Memphis observó sus alrededores y detectó la presencia de las siete chicas.
«Hipócritas. Puedo olerlas a distancia».
Sonrió amargamente y se llevó la mano al cinturón.
—No es cuestión de que lo entiendas. —Sacó la pistola y se la apoyó en la base del cráneo. Hunter se quedó de piedra—. Levántate, vamos. Despacio. Y pon las manos en alto.
Red oyó el jadeo de sorpresa de sus hermanas, pero ella estaba demasiado concentrada observando cómo Memphis parecía retarla a través de sus acciones.
Hunter intentó girarse para mirarle a los ojos, pero Memphis no se lo permitió.
—Los humanos sois unos necios —le susurró, y Hunter lo entendió.
Ese no era su jefe. Solo una diosa que se había encaprichado con él. Intentó mantener la mente fría y pensar en las estrategias que le habían enseñado durante su formación.
No se acordaba de ninguna, pero dedujo que si lo amenazaba con una pistola en vez de matarlo al instante con alguno de sus poderes, era porque estaba sin ellos.
O quizá eso es lo que quería hacerles creer.
Hunter no podía fiarse de sus instintos esta vez. Tampoco podía girarse para ver si Red o por casualidad alguna de sus amigas estaban por ahí.
—¡Red! —gritó Memphis con su voz de hombre. —Red, se que estás aquí. Sal para que te vea.
El cuerpo de Red sufrió una sacudida al ver el de Hunter delante de Memphis, con el arma en la cabeza y la sonrisa desquiciada de su antigua diosa detrás de él.
No sabía si salir era la mejor opción. Una ser divino y una mortal no estaban en igualdad de condiciones.
—Haz lo que te dice —murmuró Nyla.
—¿Estás loca?
—Es un hombre, no tiene poderes.
Red agrandó los ojos y comprendió porqué ella había sido la favorita de Memphis en vez de Nyla: no tenía mucha idea acerca de lo que eran. Nyla estudiaba, Nyla conocía los secretos. Era perfecta, tanto, que manipularla como una muñeca de trapo le hubiera resultado imposible. Con ella había sido más sencillo, se había tragado cada palabra que Memphis le había dicho.
Asintió, y salió del escondite improvisado.
—¿Qué quieres? —exclamó.
Winchester sonrió y sacudió a Hunter.
—Tú por él. Tu vida por la suya.
El estómago de Hunter tuvo un retortijón al oír esas palabras. Red, en cambio, lo tenía claro. Ninguna otra vida sufriría por culpa de sus problemas. Se acercó lentamente hacia ellos, con las manos en alto y la mirada desafiante.
Tampoco caería antes de llegar.
Se vio hace misma hace un mes y se sorprendió de lo mucho que las cosas habían cambiado. Hace un año no se habría sacrificado, de esto estaba segura.
Al menos moriría con la consciencia tranquila, se dijo para calmarse.
Cogió aire y se preparó para lo peor, pero unos látigos dorados se cernieron sobre las muñecas de Winchester y le hicieron perder el equilibrio. Hunter se zafó del agarre después de retorcerse sobre su brazo y arrojó la pistola tan lejos como pudo.
Se lanzó a por Winchester al mismo tiempo que Red fue a por la pistola.
Memphis cogió una de las cuerdas y tiró de ella con fuerza; Dione, que no lo había visto venir, cayó hacia delante y el látigo cedió lo suficiente para que Winchester pudiera bloquear el ataque de Hunter.
Cayeron al suelo y forcejearon. Rodaban mientras Hunter intentaba inmovilizarlo. Memphis solo quería quitárselo de encima y meterle dos tiros para que se estuviera quieto.
Red no pudo contener más la paciencia y los apuntó con la pistola.
—¡Quietos! —gritó—. ¡Los dos!
Winchester aprovechó para volver a poner a Hunter en una posición comprometedora. Lo rodeaba con los brazos, obligándoles a estar prácticamente pegados. Red no pasó por alto el agarre que tenía sobre el cuello de Hunter. Si tardaba mucho en disparar, lo ahogaría. Si disparaba, podía herirle accidentalmente. No era una tiradora nata. Ni siquiera podía sujetarla sin que le temblara la mano, la movía de un lado a otro, apuntándolos a ambos o a ninguno en particular.
Una gota de sudor le resbaló por la espalda.
—Vamos, Red —le alentó Memphis—. Dispara.
—No. Me cambio por él.
Memphis soltó una risotada gutural. Estaba saliendo mejor de lo que esperaba.
—Ni se te ocurra, Red. —Hunter negaba con la cabeza a duras penas, se le acababa el aire y la decisión estaba tomada.
—Ven aquí y dame la pistola. Nada de jueguecitos.
Red caminó con pasos lentos y firmes hasta quedar a escasos metros de Memphis. Si se concentraba y entornaba los ojos, podía verle el brillo maléfico en los ojos. Tragó con fuerza mientras miraba a Hunter una última vez.
En ese momento se dio cuenta de que le habría gustado besarle.
Extendió la mano con la pistola. Todavía tenía el dedo en el gatillo. La mano de Winchester estaba a escasos metros de la suya, a punto de hacer el intercambio.
Sin embargo, un rayo cayó cerca de Memphis y, del susto, la pistola se disparó.
Las chicas, desde su escondite, intentaron sofocar los gritos. Red abrió mucho los ojos.
—¡No la mates! —gritó Kala sin haber visto nada—. Si lo haces irá a por otro cuerpo.
Le hubiera venido bien saberlo antes.
Quizá ahora fuera un poco tarde.
ESTABAN DE NUEVO EN LA ESTRELLA de siete puntas, aunque ahora en el centro había dos cuerpos.
Memphis respiraba entrecortadamente mientras intentaba cubrirse la herida de bala con las manos manchadas de sangre. La camisa no estaba en mejores condiciones. Parecía una matanza.
Con cada respiración, el pecho le abrasaba y la vista se le nublaba por momentos.
No entendía por qué lo hacía. Si moría, podría adquirir otro cuerpo. Cuanto antes se fuera, mejor.
No obstante, tenía la sensación de que el propio Winchester estaba luchando por su vida ahora mismo.
Habían arrastrado su cuerpo hasta la estrella sin preocuparse por el caminito de sangre que habían dejado marcado.
Red aún temblaba. Le había dado la pistola a Hunter, quien le sujetaba la mano como si no fuera a soltársela nunca. Le parecía bien ese pacto silencioso. A ella tampoco le apetecía soltársela.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó. Era el único que no sabía nada.
—Arreglar las cosas —respondió Nyla, alzando las manos—. Dione, ¿puedes hacer los honores?
La chica asintió y alzó los brazos también. Las nubes plomizas se desperezaron y dieron paso a un sol brillante. Hunter cerró los ojos y abrazó la calidez que ofrecía; desde su llegada a Crimson Hills no había vuelto a verlo.
Red lo imitó. Disfrutó de los rayos y pensó que, en cierto modo, le perdonaban todo lo que había hecho. El calor se esparció por su cuerpo y suspiró satisfecha. Era un sentimiento distinto a la continua espiral de oscuridad en la que había estado metida todo este tiempo.
Comprendió por dónde iban los tiros y se metió en la estrella también, no sin antes darle un apretón a la mano de Hunter. Esperaba que no se lo tuviera en cuenta y la perdonara por esto.
Si un ritual en plena noche es lo que había traído a la diosa de la Oscuridad a este mundo, un ritual a plena luz del día es lo que necesitaban para desterrarla de una vez por todas.
Nyla sabía el conjuro, y con el atrapasueños que Hunter tenía en su bolsillo sin darse cuenta, la energía de Memphis no iría a ninguna parte.
Red compartió una mirada secreta con el resto de sus hermanas. Asintieron y alzaron las manos al cielo al unísono.
Las palabras ancestrales se deslizaban de sus bocas con fluidez, ni una sílaba mal pronunciada, a diferencia de ella.
Empezaron a brillar. El cuerpo de Winchester se elevó.
El dolor se propagó por el nuevo cuerpo de Red, sentía que alguien le rompía cada uno de los huesos hasta convertirlos en polvo. Se retorció y cayó al suelo. Le dolían las entrañas, se mordía la lengua para no gritar y acabó clavando los dedos en la tierra. Arqueó la espalda y aulló de dolor. Apenas podía respirar, no sabía si se le habían obstruido los pulmones o si sus costillas acababan de colapsar.
Aprovechó sus últimos segundos para mirar al sol. Brillante. Redondo. Como el círculo que acababa de cerrar.
Regresaba al lugar que le correspondía.
Volvió a la oscuridad sin darse cuenta.
FIN.
Bueno, pues hasta aquí el peor final de la historia :(
No sé qué ideas teníais en la cabeza, pero supongo que ninguna tan "mundana" como esta. Lo siento.
En mi defensa diré que creo que es original alejarse de lo esperado (y que no tenía más ideas).
Espero que la historia en general os haya gustado y que, aunque sé que a la mayoría os caía mal xd, os acordéis de Red un poquito. A mí en el fondo me ha conquistado.
Entiendo que en una historia de 7 capítulos no hay mucho espacio para jugar con casi nada (o a lo mejor sí y soy yo que no sé desarrollarlo), pero teniendo en cuenta que esto ha acabado siendo una historia totalmente diferente a la que tenía pensada, diría que no me ha quedado ni tan mal. ¿Qué opináis?
Me gustaría saber vuestras valoraciones. ¿Cuántas estrellitas le dais?
⭐️ ⭐️ ⭐️ ⭐️ ⭐️
¡Nos vemos en alguna otra historia!
Hasta otra,
K. Y.
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