VI (2)

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(¡CAPÍTULO LARGO!)


«ESTE PLAN HUELE A FRACASO».

Red no estaba nada convencida. En absoluto. Aunque fuera suyo.

¿En qué momento pensó que sería buena idea meter a Hunter en esto? Acababa de mandarlo a una misión suicida sin garantías de salir vivo.

Había actuado como una egoísta, pero, claro, ¿no necesitaba su ayuda a falta de éter?

—Es la última vez que hago amigos —se dijo frente al espejo.

Se había puesto su antigua capa roja para pasar desapercibida. En el mejor de los casos, Memphis estaría tan ocupada cazando a Hunter que ni se daría cuenta de que estaba allí.

Red se alisó las inexistentes arrugas de la capa un par de veces y cogió aire. El miedo la acechaba como una serpiente hambrienta. Se deslizaba por sus brazos, bajaba hasta las piernas y subía por la cintura hasta llegar al cuello, al que se enroscaba hasta ahogarla. Y siempre dejando un rastro maloliente y nauseabundo.

No. No lo tenía nada claro. Pero ya era demasiado tarde para echarse a atrás, Kala había conseguido hablar con las demás en secreto.

Se miró unos segundos de más en el cristal. No se reconocía. No se encontraba en ninguna parte. Los ojos castaños de Aramis fueron lo último que vio antes de salir por la puerta.

«Al menos alguien la echará de menos».


—NO ESPERABA ENCONTRARTE AQUÍ.

Él tampoco, y allí estaba. Hunter había hecho de todo en la carrera con tal de asegurar el éxito en los casos que le asignaban, pero meterse de lleno en la boca del lobo nunca le había gustado. Menos todavía cuando el lobo resultaba ser una diosa con milenios de expediente criminal.

—No ha sido muy difícil seguirte la pista —respondió él, y señaló al último cadáver de la calle. La sutileza no era su punto fuerte.

Intentaba no mirarle a los ojos ni a la cara. No lo soportaba ahora que sabía lo que había hecho.

Hunter tenía la certeza de que ambos sabían lo que el otro había venido a hacer. Era cuestión de jugar bien las cartas.

—No esperaba que la siguieras —ronroneó Memphis con una sonrisa manchada de sangre.

Las alarmas saltaron en la cabeza de Hunter. Los cuerpos ensangrentados y medio descuartizados estaban desparramados por Crimson Hills como huevos de pascua. ¿Se habría alimentado de todos ellos?

—Sí, bueno, la próxima vez puedes probar con migas de pan. —Hunter se encogió de hombros—. Llama menos la atención.

—¿Crees que lo he hecho por la atención?

—¿La mía? —Desafió—. Totalmente.

Los ojos de Memphis brillaron con excitación. Hunter fue más rápido y la acorraló contra la pared. Incapacitarla era el primer paso. Distraerla, el segundo. Colocó un brazo por encima de ella y dejó que el otro quedara a escasos centímetros de su cara.

La miró, y no entendió cómo había podido confundirla por alguien más la primera vez. La mujer que tenía delante no se parecía en nada a Red. Era fría, calculadora y sin indicios de tener corazón.

—Esto es un juego peligroso —le advirtió Memphis.

Hunter fingió distraerse con los dos lunares que Memphis tenía en el lateral del cuello, y agachó la cabeza hasta que los labios le rozaron la oreja.

—¿Qué juego?

—Pretendes seducirme.

No la veía, pero sabía que sonreía.

—¿Lo estoy consiguiendo?

—Eres un encanto —murmuró cuando Hunter trazó una hilera de besos por su clavícula.

—Me lo dicen mucho.

—¿Por qué no te vas a casa con Red antes de que os mate a los dos? —inquirió con los ojos fijos en la pared de enfrente—. Prometo daros un poco de tiempo.

—¿Qué te hace pensar que quiero volver con ella? —le susurró en voz baja—. ¿Y si quiero repetir lo de la otra noche?

—Os vi dormiditos el uno al lado del otro. Sois repugnantemente adorables —dijo—. No vas a convencerme de lo contrario.

—¿Y si estaba jugando con ella? —le preguntó entonces con las manos en sus caderas—. ¿Y si quería engañarla?

Memphis le rodeó el cuello con las suyas.

—Consentiste que me dejara inconsciente con una lámpara. Permíteme dudar de tu lealtad.

Hunter la levantó y ella le rodeó con las piernas. Ahora los dos eran prisioneros.

—No estoy aquí por lealtad.

—Ah, ¿no? —Memphis disfrutaba demasiado jugar con los mortales. Se le había olvidado lo entretenido que podía ser—. ¿Y vas a decirme el motivo?

—Solo te pido que vengas conmigo. Tengo que enseñarte una cosa.

Por fin, después de todo el espectáculo que había logrado ponerlo en tensión, Hunter alzó la mirada hasta cruzarse con la de Memphis.

—¿A dónde?

Se acercó a ella hasta que pudo tocarle los labios con los suyos. Sonrió.

—Al bosque. Solo será un minuto.


EL SOL ACABABA DE PONERSE CUANDO Red y Kala llegaron al bosque, donde Dione y Saga las esperaban con el círculo preparado.

Si no fuera por la tensión que pendía sobre ellas, y por que faltaban otras tres, Red se habría sentido como en casa otra vez. Había echado de menos ponerse la capa roja. Y, aunque no lo admitiría nunca, añoraba sentirse parte de ese aquelarre. Incluso si todo era un montaje para acabar con Memphis.

Dione y Saga las saludaron en silencio. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de lo nerviosas que estaban.

Se repartieron por los vértices de la estrella como pudieron; nunca habían probado a hacer un ritual incompleto. Faltarían tres fuerzas esta noche y no sabían si sería suficiente.

—¿Qué habéis hecho con Nyla? —preguntó Red entre susurros.

—Ocuparnos de ella —dijo Kala, y se frotó las manos de manera enigmática.

Le había costado lo suyo (una brecha temporal y mucho éter), pero había conseguido mantenerlas ocupadas durante un tiempo. Mientras ellas intentaban devolverle los poderes a Red, Nyla se entretenía intentando salir del bucle en el que la había metido junto con Tarah y Urié.

Red asintió con una pequeña sonrisa y se dirigió a las otras dos.

—¿Estáis preparadas?

—Todo lo que se puede estar en estas circunstancias, ¿no? —dijo Dione.

—Siento haberos metido en esto.

—Yo creo que no lo sientes.

La voz de Saga cortó la respuesta de Red, que mantuvo silencio durante unos segundos.

—¿Sabes qué? —le preguntó después—. Tienes razón. No lo siento. Necesito ayuda y vosotras sois las únicas que podéis dármela.

—¿A qué precio? —rebatió la más joven.

Sería una novata, pero no idiota.

—¿Cómo dices?

Dione captó en seguida las palabras de Saga y se metió de nuevo en la conversación.

—Si esperas recuperar tus poderes así —Chasqueó los dedos—, es que no sabes nada.

A Red se le heló la sangre. ¿Sería verdad? ¿Tendría que pagar un precio? ¿De qué forma se manifestaría?

—Todo irá bien —dijo para autoconvencerse.

—Sí, claro que sí.

—Déjala, Di. Quizá tenga razón.

—Gracias, Saga. ¿Crees que podemos empezar?

Saga no asintió, pero la respuesta se veía clara en sus ojos. «Falta Memphis».

Faltaba el gran final. Y de ello dependía el trabajo de Hunter.


LLEGARÍAN A ELLAS EN CUESTIÓN DE MINUTOS Y, con cada paso que daban, el corazón de Hunter se retorcía más y más en su pecho.

Tenía a Memphis a unos metros de distancia. No había dicho nada desde que dejaron atrás Crimson Hills y se adentraron en las profundidades del bosque, lo que podía ser una buena señal o una malísima señal. Él no se atrevía a preguntar.

Memphis, a pesar de ir ligeramente a ciegas, caminaba con decisión. Aún debía descubrir qué hacían aquí, tan cerca de donde solían reunirse sus seguidoras, pero no por ello había bajado la guardia.

Hunter era igual de ingenuo que impredecible, las sorpresas podían manifestarse de muchas formas y todavía no había visto ninguna.

Quizá por eso quería matarlo.

¿Y si lo intentaba en el bosque? ¿Sospecharían? ¿Demasiado previsible?

Las ideas se le amontaban en la cabeza a medida que los árboles los engullían hacia el interior del bosque.

Podría hacerlo ahora, durante la noche, sin que nadie se diera cuenta y desaparecer de Crimson Hills para siempre. Si se deshacía del policía que tanto la perseguía podría largarse y empezar con su plan.

Sonaba divino. Sonaba perfecto para llevarlo a cabo.

Pero entonces Hunter la sujetó por los hombros y la besó de nuevo con todo lo que llevaba dentro. Fue un beso agresivo, intenso y largo, lo suficiente para aturdirla y hacer que se concentrara en él y solo él, y no en las cuatro chicas que los observaban a lo lejos.

«Asqueroso».

A Red le pareció asqueroso y apartó la mirada de Hunter, que traía a Memphis de espaldas a todo el ritual que tenían preparado.

Se fijó en la gran luna llena, blanca y artificial (pero eficaz) que Saga invocaba con las manos alzadas a la noche. Brillaba mucho. No estaban seguras de hasta qué punto interrumpir el ciclo lunar era buena idea, aunque eso no importaba.

Primero tenían que meter a Memphis en la estrella de siete puntas.

—¿Ahora? —le preguntó Dione, esperando la señal.

Red miró a Kala y ella asintió. En unos minutos la luna de Saga alcanzaría su punto más alto y se daría pie al traspaso.

—Ahora o nunca.

Las manos de Dione se iluminaron de un color amarillo y conjuraron dos hilos dorados que se agrandaron hasta tener el tamaño de una cuerda.

Las dirigió hacia Memphis.

Hunter y ella seguían pegados el uno al otro. Memphis ignoró por completo la intuición de su propia mente. Estaba perdida en los labios de Hunter. Tan perdida que no sabía por dónde empezar a encontrarse. ¿Qué tenía ese estúpido mortal que tanto le atraía? No era propio de ella encapricharse de un humano, para eso ya estaban otros dioses.

El furor y el deseo se apoderaron de ella de forma desmesurada. No podía parar, Hunter era la chispa que había vuelto a prender un fuego que creía apagado. Y ahora el incendio entero amenazaba con llevárselos.

Hunter quería salir corriendo de allí. Quería llegar a casa y ducharse, limpiarse y sacarse a Memphis de la piel. Para siempre. Así que cuando se dio cuenta de que la siguiente fase empezaba ya, la apartó de un empujón y la lanzó hacia las dos cuerdas de Dione. Se enroscaron alrededor de su cuerpo y la retuvieron en el sitio.

Dione tiró de ellas y estas obedecieron. Arrastraron a Memphis hacia la estrella y quedó debajo de la luna llena.

Memphis pataleaba y se retorcía, pero las cuerdas quemaban y le magullaban la piel expuesta de los brazos, por lo que tuvo que estarse quieta. Frunció el ceño, resignada, y sus ojos enrojecieron.

Red y Kala contuvieron la respiración. Hunter, que sentía que por fin podía respirar en paz, observaba desde los árboles todo el proceso. Había sido de gran ayuda llevándoles a la diosa, pero su trabajo terminaba aquí.

No pensaba meterse en cuestiones divinas, aunque eso, como siempre, no dependía de él.

Memphis estaba en el centro mientras las otras cuatro la rodeaban. Plantó la mirada en Red y le sonrió, chorreaba soberbia por los poros. Se dijeron muchas cosas en ese corto espacio de silencio.

«Tengo tu cuerpo, mírame».

«Pienso recuperar lo que es mío».

Pero lo que dijo Memphis fue:

—Es luna llena, zorra(1).

Se libró de las cadenas con un simple movimiento de manos. El éter fluyó entre sus dedos y rompió el vínculo que las tres chicas, ya que Red seguía sin poderes, habían creado uniendo energías.

Cayeron al suelo y Red se maldijo a sí misma. Habían subestimado la fuerza de Memphis. Habían subestimado la capacidad de dos éter juntos.

Y, desde luego, habían subestimado su condición de diosa.

Cuando las antiguas civilizaciones temían la ira de las divinidades olímpicas, no era en vano. Solo ellos sabían lo que eran capaces de hacer.

Ellas acababan de enfadar a la diosa de la oscuridad, y en seguida comprobarían hasta qué punto estaba dispuesta a llegar.

Memphis salió del círculo y extendió los brazos. Movió los dedos y una corriente roja se extendió a su alrededor como una capa de niebla.

Red lo reconoció al instante. Aún recordaba el cosquilleo en su otro su cuerpo al despertar el éter de Marte.

Se tensó, preparándose para lo peor. Intentó ponerse delante de Kala y Saga mientras Dione extendía de nuevo las cuerdas.

Fue inútil.

Un séquito de pasos se acercaba por momentos. Eso las descolocó. Nyla y las otras no deberían estar aquí.

Red pensó que las cosas no podían ponerse más feas, pero Memphis la contradijo una vez más.

Volvió a mover los dedos y la niebla dio varias vueltas por encima de su cabeza hasta adoptar la forma de una flecha(2).

Tensó el arco invisible y disparó.

Red cerró los ojos, esperando el dolor. Cuando los abrió, estaba intacta.

Hunter, en cambio, había caído al suelo envuelto en una neblina roja.


UNA CORRIENTE HELADA le subió por la espalda; primero poco a poco, luego como si estalactitas de hielo se le clavaran a lo largo de la columna. La congelaron indefinidamente.

Red no podía apartar la vista del cuerpo inmóvil de Hunter. Estaba estupefacta. Ida. Incapaz de asimilar lo que acababa de pasar.

Memphis lo había hecho de verdad. Había utilizado su éter para herirle indirectamente.

Dejó de escuchar los sonidos que la rodeaban, solo oía el zumbido de su sangre en los oídos y el grito silencioso que proyectaba su corazón. Hunter estaba muerto. Nadie sobrevivía al éter de Marte. Nunca lo habían hecho.

Clavó las manos en la tierra. Le costaba respirar.

Sintió una mano en la espalda, pero no estaba segura. Tenía la sensación de que Kala había detenido el tiempo y todo pasaba a cámara lenta.

El cuerpo de Hunter no respondía. Pero ¿cómo iba a hacerlo? El éter había acabado con él.

Memphis observaba la pequeña semilla de caos que había plantado desde su sitio. Sonreía, y un brillo feroz le cubría los ojos.

Red sabía que ella sería la siguiente. Y luego las otras, por haberla ayudado. Así hasta deshacerse de todas y llamar a nuevas seguidoras que no se entrometiesen en asuntos divinos. 

Abrió la boca e intentó coger aire, pero los pulmones se le habían obstruido también. No podía hacer nada que no fuera observar la fatalidad de su plan. Habían fracasado estrepitosamente y ni siquiera tenía poderes para defender a sus hermanas.

Oyó el murmullo de alguien cada vez más cerca. La llamaban.

—¡Red!

Era Kala. La avisaba de algo. Red levantó la cabeza y se encontró cara a cara con la expresión enfurecida de Nyla.

Habían remplazado la luna por un cielo gris y encapotado que auguraba tormenta eléctrica, y no de las buenas.

—¿De verdad pensabas que podrías ir contra nosotras? —le preguntó en un gruñido.

Kala se acercó, pero no dijo nada. Nyla se dirigió a ella.

—¿Cómo os atrevéis a desafiar a la gran diosa?

Red, que acababa de perder el único ápice de humanidad que le quedaba, no dudó en contraatacar.

—¿Cómo sois capaces de seguir a su lado sabiendo lo que pretende?

Nyla entrecerró los ojos.

—Hace nada estabas dispuesta a seguirla.

—Las cosas han cambiado.

—Nada ha cambiado —replicó—. Te han quitado los poderes y has dado tu pataleta. Sin más.

—Mírame bien, esta no soy yo.

—Pon las excusas que quieras —dijo Nyla—, pero no has cambiado ni un pelo por dentro. Todo se trata de ti, ¿no es así?

A Red le hubieran escocido esas palabras si le quedara algún sentimiento que mostrar, pero no lo hacía, así que pasó de largo el discurso de Nyla y se puso en pie.

Ahora estaban a la misma altura.

—Memphis quiere arrasar el mundo —le espetó—. Si quieres verlo reducido a cenizas, perfecto, pero tendrás que pasar por encima de mí primero.

—Eso no será muy difícil.

El primer rayo le cayó justo al lado. Un poco más a la izquierda y la habría chamuscado.

Red se levantó del suelo, sobresaltada, y se colocó en posición de ataque. Kala, a su lado, estaba sorprendida de encontrarlas aquí. No esperaba que se hubieran librado del hechizo en tan poco tiempo.

Observó a Nyla por primera vez. Se notaba a leguas que estaba cansada, igual que Tarah y Urié. No sabía cómo lo habían hecho, pero aunque tuvieran ganas de pelear, ningún bando aguantaría demasiado.

El éter no estaba hecho para librar batallas.

—¿Sigues queriendo hacer esto? —le preguntó Nyla a Red.

Red asintió y apretó las manos a ambos lados de su cuerpo. Luego sopesó sus opciones: de todas ellas, las más peligrosas siempre habían sido las poseedoras del éter de Júpiter y Marte respectivamente. Kala era letal a su manera, pero las demás; la Luna, Venus, Mercurio... No. Ellas no. Ni siquiera querían pelear.

A no ser que Memphis entrara en acción, esto sería entre Red y Nyla, como siempre había debido ser.

—Red. —Advirtió Kala—. No puedes pelear.

—Sí que puedo, pero de otra forma.

Nyla sonrió con maldad y otro trueno retumbó a lo lejos. Se acercaban por momentos.

—Escucha a Kala y olvídate de tu propósito, hermana.

—Lo haré cuando recupere lo que es mío.

—Memphis no va a dejarte ganar —le dijo.

—De momento os ha dejado el trabajo sucio a vosotras. —Le recriminó Red—. Estamos a la misma altura.

Nyla movió la mano y pequeñas chispas revolotearon a su alrededor hasta convertirse en una bola de electricidad violeta. Después suspiro con falso cansancio.

—Me cansas, Red. —Y la dirigió contra ella.

Kala solo tuvo tiempo de gritar «No!» antes de que Red saliera disparada. Rebotó por el suelo un par de veces hasta detenerse a delante de un árbol. Había recorrido siete metros en cuestión de segundos.

No podía moverse. Le dolía todo el cuerpo.

«Estúpida condición de mortal».

Mantuvo los ojos cerrados mientras la piel le ardía y chisporroteaba. En algunas partes empezaron a dibujarse cardenales y quemaduras.

Intentó abrir la boca y respirar, pero hasta ese pequeño gesto causó estragos en su interior.

«Joder».

Estaba quieta en el suelo, sin saber si Nyla vendría a por más y con Memphis a diez segundos de distancia.

Escuchó otro trueno y se estremeció involuntariamente. Ahora mismo hasta una mosca podría matarla.

Entreabrió los ojos y, entre borrones y manchas oscuras, vislumbró el cuerpo encendido de Nyla. Echaba chispas, literalmente. Hizo el ademán de caminar hacia Red, pero entonces Dione sacó su látigo fugaz de nuevo y la envolvió con él.

—No hagas tonterías —le avisó.

—¡Déjame! —gritó—. No tienes poder sobre mí.

Dione tiró de las cuerdas y Nyla cayó al suelo.

—Yo creo que sí.

Saga y Urié se mantenían apartadas y sin saber bien qué hacer. Kala y Tarah, por su parte, se habían enzarzado en un concurso de miradas que no parecía tener fin.

En un parpadeo, Tarah corrió hasta Dione y le quitó las cuerdas doradas. Nyla se liberó de ellas y cargó contra la persona más cercana, Dione. No obstante, Tarah la apartó a tiempo y el rayo dio con el tronco de un árbol. Las dos compartieron una mirada cómplice y furtiva antes de alejarse.

Nyla seguía en cólera. Buscó con la mirada el cuerpo de Red, que no había logrado ponerse en pie desde el primer ataque, y movió las manos de nuevo.

Un gran entresijo de rayos y chispas nació de entre sus dedos. Creció hasta tener el tamaño de una pelota de tenis y disparó.

Salió disparado hacia Red, pero nunca llegó a su destino.

Red tuvo la sensación de que el tiempo se detenía otra vez. El dolor no había aminorado, pero el éter de Júpiter se había quedado suspendido en el aire y avanzaba a una velocidad agónicamente lenta. Hasta el cuerpo de Nyla se había quedado en suspensión; tenía los brazos extendidos y la boca abierta.

Miró un poco más allá y se dio cuenta de que Kala temblaba. Había vuelto a utilizar su éter para detener el tiempo, por ella, y ni siquiera había podido alimentarse antes.

Red entendía que debía aprovechar para salir de ahí antes de que los rayos la alcanzaran de verdad, pero no podía moverse.

Cada pequeña respiración la dejaba en peor estado. Sentía que los músculos se le abrían hasta separarse.

«Red». Oyó su nombre.

«Red». Esta vez más fuerte.

Quería responder, pero era incapaz.

La voz le era familiar. 

—No puedo —susurró entre respiraciones agitadas—. No puedo.

—Vamos, levanta.

Giró la cabeza y se encontró con alguien a quien no esperaba volver a ver.

—¿Pensabas que os habíais desecho de mí? —preguntó con una sonrisa afable—. Yo también, pero me gustaría recuperar mi cuerpo. Así que levanta.

Red no sabía si estaba soñando o, directamente, estaba muerta y se encontraba en uno de los nueve círculos del infierno.

Aramis le devolvía la mirada desde el otro lado, translúcida, pero todavía siendo ella. Le tendió la mano.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Red.

—Ayudarte, boba.

—¿Por qué? —susurró.

Después de todo lo que había hecho, no se merecía nada.

—Porque quiero que todo vuelva a la normalidad. Tienes que intentarlo.

Red negó con la cabeza y suspiró. Ya no le dolía el cuerpo, pero se sentía entumecida y sus respiraciones eran cada vez más lentas y espaciadas.

«Mira lo que he conseguido», pensó. «Se están peleando entre ellas».

—Sus motivos tendrán, al igual que tú tienes el tuyo. Tienes que levantarte y pelear, vamos.

—No puedo moverme.

—Te ayudaremos.

—¿Quiénes?

—Nosotras. —Sonrió—. No estás sola, Red.

Como si alguien le hubiera quitado la venda de los ojos, Red vio a siete chicas con ropas antiguas y marcas en el cuello. No entendía nada. ¿Quiénes eran?

Una a una, fueron pasando hasta introducirse en el cuerpo de Red. La última fue Aramis. Cuando todas estuvieron dentro, Red sintió que podía volver a respirar. Se sentía bien, mejorada, como si el éter hubiera vuelto a su sitio.

No tuvo tiempo de admirar el cambio. Kala cayó al suelo, agotada, y el tiempo siguió su curso.

El entresijo eléctrico de Nyla se desdobló en una lluvia de rayos que rebotaron contra un muro invisible tan pronto como Red plantó los pies en el suelo. Ella también brillaba. La envolvía la misma luz blanca que le recubría los iris.

Los rayos volvieron a Nyla y la tumbaron al suelo.

Las demás, conmocionadas, se echaron atrás y la dejaron pasar hasta llegar a Memphis.

—¿Piensas hacer algo para detenerme? —le preguntó a la diosa.

Memphis no daba indicios de cómo se sentía. Permanecía quieta en el sitio, con la vista fija en los árboles que crecían más allá de Red.

—No quieras jugar con fuego, Red.

—¿Por qué no? Es lo que siempre he hecho contigo.

—Sí, pero ahora puedes salir ardiendo en llamas.

—Ya me lo has quitado todo —le dijo.

—Puedo quitarte este cuerpo también.

Una descarga eléctrica la sacudió entera. ¿Por qué sentía ese cosquilleo en el bajo de la espalda? ¿Por qué le temblaban las manos? ¿Por qué quería estallar?

—¿Por qué yo? Siempre fui tu favorita.

Memphis la miró al fin, y no con compasión o pena, sino como si fuera un peligro.

—Te pareces demasiado a mí. No podía permitir que siguieras en esto. En algún momento te rebelarías y tendría que matarte.

—Ya me he rebelado.

—Sí, pero no tienes poderes. Estás indefensa.

A Red le hervía la sangre. Frunció el ceño y continuó atacándola con preguntas:

—¿Se supone que debo agradecerte lo que me has hecho?

—Ahora podrás vivir una vida normal y corriente. De nada.

—¡Yo quería seguir siendo así! —gruñó.

—Por eso mismo. Eras un riesgo para las demás. Ahora has cambiado.

Red juntó las manos, sabía lo que venía ahora. Un zumbido se paseó por su cuerpo y empezó a temblar. Cerró los ojos y concentró toda la energía que Aramis y las antiguas seguidoras de Memphis le habían conferido en las palmas de las manos.

La voz de la diosa le pareció un murmullo distante:

—¿Qué crees que estás haciendo?

Memphis quiso atacar, pero Red fue más rápida y, cuando abrió los ojos, su propio éter salió disparado hacia ella.

Acababa de entrar en el punto del no retorno. Ya no habría vuelta atrás. Había sellado su destino.

Un torrente de energía golpeó a Memphis en el pecho. Todas esperaban que se levantara, pero no lo hizo.

Su cuerpo se quedó inmóvil e inerte en la tierra, cerca de la estrella de siete puntas.

—Red.

Ni siquiera oyó su nombre, se desplomó en el suelo y soltó el suspiro más grande de toda su corta vida.

Acababa de matar a una diosa. No sabía cómo sentirse.

Se miró las manos y esperó algún cambio, pero no hubo nada. Aramis la había abandonado, al igual que las otras siete. Se marcharon cuando la cascada de energía blanca chocó contra Memphis, como si ellas mismas hubieran estado ahí escondidas.

Las esperanzas que tenía de recuperar su cuerpo acababan de esfumarse. Seguía en el de Aramis, otra señal de que ella tampoco volvería, y el suyo yacía a unos metros de distancia, con la mirada perdida, vacía, y la respiración inexistente. Hasta la piel había empalidecido.

Le escocían los ojos, pero se prohibió llorar. Al menos, no delante de sus hermanas. Se tragó el nudo en la garganta y se giró para verlas.

Se habían acercado, la rodeaban. Mientras algunas permanecían a distancia, Kala, Saga y Dione apoyaron una mano en su hombro.

—Red.

Esta vez sí respondió y miró a Saga, que le sonreía vivamente. Red siguió el camino que señalaba Saga con el dedo y se le detuvo el corazón.

Hunter estaba medio sentado en la tierra, igual que ella, y miraba a su alrededor como si no recordara nada.

No podía creerlo.

Salió disparada hacia él y volvió a tumbarlo por la fuerza del abrazo.

—Estás vivo —murmuró en su cuello—. ¿Cómo?

Hunter la rodeó con los brazos y la estrechó contra él.

—Gracias a ti.

Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el pequeño atrapasueños que Aramis había comprado por él en la tienda de antigüedades.

Red lo miró como si fuera la cosa más valiosa del mundo.

—Los atrapasueños mantienen los espíritus malignos alejados, ¿no? —Rio.

—Eso dicen.

Hunter lo sostuvo entre los dedos y dejó que diera varias vueltas.

—Este funciona.

—Gracias al cielo —murmuró aliviada.

—¿Y qué hay de ti? —le preguntó—. ¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado?

El dolor y la tristeza la arroyaron desde diferentes entradas. Era incapaz de sostenerse entera sin dejar escapar algunos hilos. Le dolía todo por dentro, de rabia, de impotencia, de no tener más opción que resignarse a vivir así.

De haberse matado a sí misma y haberse visto morir.

—Memphis ya no está —le dijo en un delgado hilo de voz.

«Memphis ya no está, pero yo sigo aquí. En este cuerpo».

Hunter comentó algo más, pero Red no le prestó atención. Estaba recordando las palabras de Dione. El precio a pagar.

No se trataba de Hunter, como había pensado cuando lo vio recibir la descarga de Memphis.

Acababa de encontrarlo, y no sabía si hubiera preferido la muerte.


LEJOS DEL BOSQUE, EN CRIMSON HILLS, Winchester se despertó entre sus sábanas con un calor infernal.

Le picaba el cuerpo, le ardía, sentía que la piel se le caería a trozos y se derretiría.

Salió de la cama y fue hasta el diminuto cubículo que era el baño de la habitación del motel. Se lavó la cara con agua fría y se pasó una toalla por la espalda.

Estaba sudando.

Un dolor agudo lo atravesó y profirió un grito gutural. Daba la impresión de que todos los huesos se le rompían al mismo tiempo.

Se agarró al borde del lavamanos para no caerse.

Un escalofrío le hizo pasar del calor más ardiente al frío más gélido.

Otra punzada de dolor. Otro grito.

Y, cuando el reloj de la mesilla dio medianoche, Winchester se incorporó en el baño y se miró al espejo.

Sonrió.

Nunca había estado en el cuerpo de un hombre, pero será un experimento interesante.

Esta vez no la vendrían venir.


(1) «It's full moon, bitch».

(2) En la Ilíada, una plaga de peste arrasó con gran parte del campamento griego por culpa de la soberbia de Agamenón. La peste estaba escondida en las flechas que lanzó Apolo. El éter de Marte es, bueno, de Marte, pero cumple con la función de quitar la vida (o no). Por eso la flecha.

Nota de la autora:

Dun dun duuuuun. ¿Qué acaba de pasar? Si no lo entendéis, no os preocupéis, yo tampoco lo entiendo mucho.

Sé que este capítulo ha sido muy mierda, pero no he tenido la mejor semana y necesitaba sacármelo cuanto antes.

Memphis ha muerto y resucitado en un mismo día, the power. Pero claro, ¿se puede a una diosa? Lo descubriremos en el próximo y último capítulo.

¿Qué os ha parecido? ¿Muy loco todo? ¿Teorías?

Ya me decís.

Espero poder vernos la semana que viene, pero no prometo nada.

¿Hay alguien que aún lea esta historia lol?

K. Y.

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