VI (1)

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—NO PUEDO CREERME que me haya acostado con una diosa. Una diosa asesina que ha intentado hechizarme.

—Eso último no lo tengo tan claro.

—¿Por qué?

Los ojos de Hunter miraron a Red con ansiedad. Había perdido la cuenta de las veces que se había pasado las manos por el pelo como un desesperado.

Pero claro, descubrir que un aquelarre de chicas con poderes divinos y su diosa han intentado matarte y que, además, tu única amiga en el pueblo se encuentra en paradero desconocido no es fácil de llevar.

Red esperaba más gritos y nervios, aunque lo único que sentía ahora era la irremediable sensación de querer abrazarle.

—Si oyes tan poco como dices, es probable que no haya funcionado contigo. Así que supongo que me defendías porque de verdad pensabas que era inocente.

«Algo que nadie ha hecho nunca», pensó.

Hunter le ofreció una sonrisa torcida y suspiró, resignado.

—Pero no lo eres —dijo con tristeza.

—No —contestó Red con la cabeza gacha.

Había matado a un gran grupo de hombres, se había alimentado de su sangre y, encima, al despertar a una diosa ancestral había ocupado un cuerpo que no era el suyo, haciendo que el alma de Aramis se desprendiera y vagara sola por el mundo, en busca de otro recipiente al que unirse.

Para cualquiera que la conociera, Aramis había muerto también. Solo quedaba una versión más aguda y punzante a cargo de Red, que tenía cada vez más claro que necesitaba volver a ser ella.

Los pensamientos y emociones que le invadían cada minuto del día la llevaban al límite, la embriagaban de una humanidad que creía perdida; la culpa no la dejaba respirar. Sentía que con cada aliento que tomaba, el nudo en su garganta se apretaba hasta cortarle todo el oxígeno de los pulmones.

Quería sus poderes de vuelta. Quería volver a esos días donde no sentía nada.

—Lo siento.

—¿Qué?

—Que lo siento —dijo Red en un murmuro—. Antes no lo veía, pero ahora sé que lo que he hecho desde que obtuve el éter está mal. Supongo que me encarcelarás por... Todos los daños que he causado, incluido a ti.

Una pinchazo agujereó el interior de Hunter. ¿Sería capaz de meterla entre rejas? Aunque sus ojos rojos le inquietaran más de lo que le gustaría admitir, supo desde el primer momento que no podría ir contra ella.

—Si recuperas a Aramis, haré como que tú y yo no nos conocimos nunca.

El pequeño atisbo de esperanza que había encendido acababa de convertirse en cenizas con un solo soplo.

—Hunter —empezó—, no puedo traerla de vuelta.

—¿Por qué no?

—Porque ella ya no está. Será imposible encontrarla.

—¿Me estás diciendo que vas a quedarte en su cuerpo para siempre? ¿Que no va a volver?

—No es la intención que tengo. Pretendo recuperar el mío cuanto antes, pero no sé qué pasará con Memphis y Aramis cuando eso suceda.

—¿Y cuál es tu plan? —preguntó Hunter—. Quizá salga bien y vuelva.

—Habrá que intentarlo, sí. Pero no tengo ni idea de qué hacer.

Red resopló y se dejó caer en el borde de la cama, en la que hace una hora había pillado a su diosa con el policía por el que perdía los nervios. Y la calma. Y la concentración.

—Pues lo mismo que hiciste la primera vez, ¿no? —cuestionó Hunter como si hubiera dado con la clave—. Si un hechizo te lo quitó todo, un hechizo te lo devolverá.

—No tengo poderes.

—Recupéralos.

—¿Cómo? —inquirió, irritada.

En un cuerpo completamente humano no podía hacer nada.

—¡No lo sé! —exclamó—. Yo solo soy policía. ¿No pueden ayudarte tus amigas?

—Con Memphis a su alrededor, no. Están de su parte, lógicamente.

—¿Entonces?

Red se golpeó el mentón con los dedos.

—Puede que tenga una idea.

—¿Pero...? —Hunter enarcó las cejas. Sabía que venía un "pero".

—Necesitaré tus armas de distracción.

—Con Memphis —resopló.

—Sí.

—No querrá saber nada de mí después del numerito que habéis montado —dijo, echándole un ojo a su durmiente figura.

Red se sentía frustrada.

—Te he salvado la vida —le recordó—. Me debes una.

—¿Segura?

«Claro que no».

—Ese no es el caso.

—El caso es que quieres utilizarme como cebo.

—Solo tienes que distraerla un poco mientras intento hablar con las demás. —Lo miró con sus gélidos ojos azules abiertos y resplandecientes—. Por favor.

—¿Por qué tengo que ayudarte?

—Porque eres inmune. Eres el único en quien confío.

Hunter la miró contrariado y, sobre todo, en silencio. Luego, en voz baja, le recriminó algo que había considerado desde el principio:

—Tenía razón sobre las sectas satánicas.

—¿Eso es un sí?

Hunter cerró los ojos unos instantes. Ya se arrepentía de lo que iba a decir.

—Sí.

Red salió disparada a sus brazos y lo estrechó fuertemente contra ella. Ambos se quedaron quietos como estatuas durante un tiempo. Hacía mucho tiempo que nadie los abrazaba.

Al fin, Hunter la rodeó con sus brazos y dejó que la cálida sensación que sentía en su pecho se esparciera por el resto de su cuerpo.

—¿Crees que estamos a salvo? —susurró mientras jugueteaba con las puntas del pelo de Aramis.

Red se encogió de hombros.

—Por ahora.

—¿Vas a quedarte aquí toda la noche?

Ella asintió.

—No pienso dejarte solo con ella.

El reloj de la mesilla marcaba las tres de la mañana. Red se aseguró de que la estrella de siete puntas seguía dibujada alrededor de Memphis y se acostó en la cama con Hunter.

Ninguno de los dos dijo nada al sentir al otro tan cerca, pero eso a Red no le preocupaba. Tenía la atención fija en Memphis y en la lámpara que volvería a utilizar con ella de ser necesario.

Hunter no sabría decir cuándo las cosas dieron un giro tan drástico, pero se alegró de no dormir solo esa noche. Las próximas horas serían cruciales para ambos.

Y su instinto le decía que acababan de abrir una nueva caja de Pandora.


POR LA MAÑANA, TODO ERA UN DESASTRE.

La puerta estaba forzada y no había ni rastro de Memphis. Se había escapado durante la noche, después de recobrar el conocimiento y de que la estrella que la mantenía en su sitio hubiera perdido fuerza.

No podían encerrar en una jaula a la persona que tenía las llaves.

Escapar fue fácil; dejarles un aviso, todavía más. En la pared que tenía la pareja sobre la cama había dibujado una luna creciente boca abajo, su símbolo. 

Red se despertó en los brazos de Hunter y con su respiración golpeándole la nuca.

Su primer impulso fue mirar debajo de la sábana. Estaban vestidos. Bien. Podía volver a respirar.

Intentó recordar en qué posición se había quedado dormida anoche, pero Hunter, incluso durmiendo, lograba desconcentrarla hasta niveles que nunca había conocido. Solo podía centrarse en la calidez de su piel. Y en lo tranquilo que estaba mientras soñaba. Y en lo bien que sentía ella ahí tumbada, con él, en sus brazos, como si no existieran los problemas más allá de esa cama de madera.

Se sentía bien. Eso era algo nuevo para ella.

Se dio la vuelta y resiguió los rasgos de Hunter con los ojos. Tenía las facciones relajadas y una expresión serena. Envidió su pestañas durante unos segundos y continuó bajando hasta llegar a la curva de sus labios. Parecían suaves y blandos. Alzó una mano y los trazó con el pulgar en sumo silencio.

Ni siquiera era capaz de escuchar los latidos atronadores de su corazón. Solo estaba ella en ese inesperado océano de paz.

Hunter abrió los ojos. Red se quedó de piedra, con el dedo sobre su boca y sin saber qué hacer para evitar que la situación fuera más incómoda de lo que ya era.

Pronto le entró el calor. Por todos lados. Le subió la temperatura hasta las mejillas y tuvo la necesidad de salir corriendo de allí.

Iba a hacerlo, pero Hunter se le adelantó y atrapó la mano que Red tenía sobre él con la suya. Le dio un suave apretón y las llevó a la cama, en medio de ellos dos.

—¿Qué hacías? —preguntó con una sonrisilla, aunque lo sabía de sobras.

—Comprobar que seguías con vida —repuso Red a través de la vergüenza que navegaba por su cuerpo. Volvió a acariciarle, esta vez la mejilla—. Todo bien. Estás vivo.

—Por ahora —bromeó—. ¿Dónde está...? Mierda.

Se giraron para observar el vacío que había en lugar de Memphis.

—Se ha escapado.

—Sí, bueno, era previsible —dijo Red.

—¿Cómo?

—Estoy sin poderes, una estrella solo puede retenerla durante cierto tiempo.

—¿Cómo voy a distraerla si tengo que buscarla?

Red ignoró la pregunta. Acababa de ver el dibujo que había hecho sobre sus cabezas.

—Mira.

Hunter entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

—No veo nada sin mis gafas. ¿Qué es?

—El símbolo de Memphis. Una luna boca abajo.

—¿Crees que trata de decirnos algo?

—Seguro. Probablemente se ría de nuestra flaqueza.

—Muy alentador.

—Ella es así —dijo resignada—. Un encanto.

Se levantaron de la cama y recogieron el desastre que habían dejado de la noche anterior.

Red estaba a punto de salir por la puerta; en parte para empezar con su nuevo propósito, en parte para poner un poco de distancia entre esta habitación maldita y ella.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó a Hunter.

—Yo iré a por Memphis —dijo ajustándose la corbata. Los ojos de Red se pasearon con gusto por su cuerpo. El uniforme le sentaba de maravilla. Por eso había querido probarlo desde el principio—. Tú, Aramis, tienes clase en el colegio de Crimson Hills.

—Espera ¿qué?

Abrió y cerró la boca un par de veces, sin nada coherente que decir.

—No lo dirás en serio, ¿no?

—Completamente. Esos niños necesitan una buena educación.

—¡Yo no soy profesora! —exclamó—. Ni siquiera me gustan los niños.

—Pues ahora sí. ¿Quieres un café antes de irte?

Hunter le sonrió mientras le tenía un vaso vacío con la mano. Red se lo arrancó de un movimiento seco y, arrugándolo, lo tiró a la papelera antes de desaparecer por la puerta.

Iba a ser un día muy duro.

Hunter se quedó solo en la habitación. Tendría que recoger y limpiar más a fondo si quería recuperar el depósito de trescientos dólares que había dejado por posibles desperfectos.

Se colocó la chupa de cuero sobre el jersey blanco y cogió su placa, listo para irse, cuando el teléfono empezó a vibrarle en el bolsillo trasero de los pantalones. 

Aceptó la llamada sin pararse a mirar el número y meneó la cabeza al oírle maldecir y quejarse de buena mañana.

—¿Winchester? —Era imposible descifrar sus frases desordenadas—. ¿Qué pasa?

—¿¡Estás de coña!? —gruñó desde el otro lado—. Ven aquí de inmediato. Hay trabajo que hacer.

«Y una mierda». Necesitaba encontrar a Memphis. No podía encargarse de esto ahora. 

—¿Qué ocurre? —preguntó en su lugar.

—Alguien está dejando cadáveres por toda la ciudad.

Ah.

La presa había dejado un rastro para que la cazaran.


INSPIRA. EXPIRA. Inspira. Expira.

«No pueden hacerte daño, a no ser que quieran verte enfadada». 

Red se lo repitió tres veces antes de darse la vuelta y encontrarse cara a cara con un ejército de miradas inquisitivas que analizaban cada respiración que tomaba.

Allá donde miraba, ellos la seguían. Se sentía vigilada y rodeada, eran muchos más que ella, pero tenía que hacerlo si no quería llamar la atención.

Cogió aire.

—Hola, niños. ¿Qué tal?

Silencio. Continuaban observándola en silencio. Red tuvo la certeza de que estos niños estaban esperando el momento adecuado para atacarla de improviso con lápices y gomas y montar toda una revolución estudiantil en las aulas a mano del cabeza de turno, el cual tenía toda la pinta de ser el niño repelente y repeinado sentado en primera fila.

—Ya veo.

Se separó de la pizarra, donde había escrito el título de la lección de hoy con un pulso nervioso y descoordinado.

—Si no hay preguntas, vamos a empezar con el temario ya.

Una niña con dos trenzas alzó la mano como si hubiera intentado cortar el aire con un cuchillo. La miraba fijamente, con los ojos bien abiertos y la espalda recta.

Red apretó los labios y dejó que hablara.

—¿Qué le ha pasado a la profesora Dellaville? —preguntó con una voz aguda y protestona.

Un escalofrío recorrió la espalda de Red. El aula estaba a oscuras y solo podían aprovechar la tenue claridad que entraba entre las nubes que acaparaban el cielo. Eso, y la extraña mirada de los niños con uniforme habían conseguido ponerle los pelos de punta en cuestión de cinco minutos.

—Yo soy la profesora Dellaville, niña.

—No, no lo es —dijo otro—. Es diferente.

—Soy yo.

—Intenta engañarnos, pero se equivoca. Sabemos la verdad.

«Hora de irse», pensó, pero no podía sin motivo aparente. ¿Cómo se había dado cuenta?

Necesitaba una excusa para no tener que mirarles a la cara. Y entonces la solución se apareció ante ella como nunca antes.

—Muy bien, sacad todos una hoja en blanco —anunció con orgullo—. Os habéis ganado un examen sorpresa.

Había matado dos pájaros de un tiro. Ya no tendría que hacer clase ni contestar a sus preguntas impertinentes y llenas de verdad.

«Jaque mate, mocosos».

Mientras los niños rellenaban el folio blanco con operaciones y resultados, Red estaba sentada en la silla de Aramis, observándolos con precaución y preguntándose cómo demonios habían conseguido darse cuenta antes unos críos que los propios adultos del cambio. Ni sus colegas del claustro habían notado la diferencia.

El silencio la ayudó a concentrarse en su misión. Recuperar los poderes. Lo que había dicho Hunter tenía sentido hasta cierto punto.

Si un ritual se los había quitado, un ritual debía devolvérselos. ¿No? Parecía lógico.

El único problema se escondía también en esos poderes; al no tenerlos, no podía hacer ningún ritual. Y, al no hacerlo, no los recuperaría nunca.

Arrastraba la paradoja como una roca encadenada al cuello.

Necesitaría ayuda, y no de Hunter. Aunque dudaba mucho que sus hermanas quisieran ayudarle. No había sido muy amable con ellas.

Levantó la vista de la superficie de la mesa y miró el reloj. Aún quedaba media hora. Continuó barriendo el aula con la mirada hasta llegar a la puerta, por donde vio pasar una cabellera blanca y reluciente.

Red se levantó abruptamente de la silla y los niños alzaron la cabeza al mismo tiempo.

—Tengo que salir un momento.

No podía creerse que estuviera pidiéndoles permiso a unos críos de ocho años.

—Si se va, podremos copiar —le dijo el repeinado de primera fila.

Red sopesó sus opciones. Si todo salía como debía, no volvería a verlos nunca más.

—Me da igual. Haced lo que queráis.

Y salió disparada en busca de esa cabellera.


—¡KALA, ESPERA!

Red corrió hasta alcanzarla en mitad del pasillo. No había nadie alrededor, pero fueron hasta el despacho de Aramis por si acaso las paredes tenían oídos.

—¿Qué quieres? —le preguntó fríamente.

—Saber cómo están las cosas.

Kala clavó sus ojos en los de Aramis y bajó los hombros.

—Es un desmadre. Memphis es un desmadre. No aguanto más allí, Red. Nos ha utilizado, ¿sabes? Pretende construir su propio reinado del terror en Crimson Hills. Quiere vengarse de lo que le hicieron hace siglos. Y quiere que nosotras vayamos detrás, como si no tuviéramos vida propia. Pretende manejarnos a su antojo el resto de nuestras vidas. ¿Has visto cómo está el pueblo?

Red negó con la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—¡Está lleno de cadáveres! —exclamó con un golpe en la mesa—. Ha empezado una matanza que pretende llevar hasta el resto del país. Está loca. 

—Tenemos que frenarla.

—Sí, pero no es tan fácil —masculló—. Nos tiene prácticamente retenidas, no podemos ir en su contra así como así sin esperar consecuencias. Nyla y otras más están de su parte.

—¿Quiénes?

—Tarah y Urié. Dione quiere irse, pero se mantiene camuflada por si acaso descubre algo que pueda ayudarnos a escapar de ella.

Red gruñó por dentro. Tarah, con el éter de Mercurio, podía estar donde quisiera y cuando quisiera, como una corriente de aire invisible que se transporta en cuestión se segundos. Incluso podría estar por aquí ahora. Sería igual que llevar un detective encima.

—Da igual quién esté de nuestro lado o no, tenemos que intentarlo.

—¿Y qué propones, guapa? —Se cruzó de brazos y la miró, escéptica—. Ni siquiera tienes poderes.

—Tengo intención de recuperarlos, pero necesitaré vuestra ayuda. Sin ellos no habrá ningún ritual que pueda ayudarme. Tenéis que hacerlo vosotras.

Kala se mordió el interior de la mejilla derecha.

—Estás de coña.

—No. Ojalá lo estuviera.

—¿Tienes idea de lo que me estás pidiendo? —le recriminó—. Es imposible que Memphis no se entere. ¡Un ritual! A ella también la necesitarás allí, y te aseguro que no está dispuesta a ayudarte. Te odia.

«Antes era su favorita».

—No se enterará si está distraída con otra cosa —dijo intentando calmarla.

—¿Y cómo piensas hacer eso?

—Con un poco de ayuda. Y éter. Mucho éter.

—Tienes un plan —dedujo Kala.

Red se encogió de hombros y le ofreció una pequeña sonrisa.

—Algo así. Necesitaré hacer un par de llamadas primero. ¿Qué me dices?

Kala bufó y le devolvió la sonrisa secamente.

—El castaño te ha mejorado. Ahora eres soportable.

Se fue del colegio después de concretar el plan para devolverle los poderes a Red. Era una locura, pero peores se habían visto. La primera la empezaron ellas, al aceptar formar parte de un culto a una diosa ancestral resentida con la humanidad.

Ahora solo les quedaba una oportunidad para arreglar las cosas y evitar la mayor catástrofe del siglo. Los libros de historia no soportarían el peso de una guerra olímpica de una contra más de tres millones de personas.

Kala esperaba de verdad estar haciendo lo correcto y, sin pararse a pensar en la posibilidad de que estar siendo vigilada, se adentró en el bosque para buscar a sus hermanas.

El segundo set acababa de empezar.

—¿Hunter?

Desde su despacho, Red había llamado a Hunter para explicarle su participación en todo esto.

—Sí, ¿dime? —Su voz salía entrecortada del altavoz.

—¿Cómo van los cadáveres?

—¿Ya te has enterado? —preguntó por encima del ruido que se escuchaba desde su lado—. Winchester me tiene dando vueltas por la ciudad hasta que encuentre alguna pista. Ridículo.

—Es Memphis.

—Lo sé. Es muy extraño, parece que quiera...

—¿Llamar la atención? —terminó por él.

—Sí.

—Oye, ya se qué vamos a hacer.

—Ah, ¿sí?

—Kala va a ayudarme. Intentará hablar con las demás para celebrar el ritual.

—Entonces, ¿no tengo que hacer nada?

—No —dijo Red—. Sí que tienes que colaborar también.

—Vaya.

—Lo siento, pero eres el candidato perfecto para ella.

—Claro, porque será a mí a quien mate y no a ti —se quejó con indignación.

—Yo estoy en su punto de mira, tú serás su distracción sin que se de cuenta de que ese es el plan que seguimos.

—¿Cómo dices?

—Nada. Te lo explicaré luego, ¿vale?

—¿Tomando un café? —sugirió esperanzando.

—¿Me estás invitando?

—Solo si quieres.

—Nos vemos luego. —Hasta él pudo notarle la sonrisa por teléfono.

Red estaba a punto de colgar, pero Hunter se interpuso una vez más.

—¿Cuándo lo haréis?

—Esta noche.

—¿Cómo? —Oyó la incredulidad en su voz—.  Ya no quedan más lunas llenas y, por lo que me contaste, solo tenéis poder durante esa fase. Además, el equinoccio ya ha pasado.

Red se mordió el labio mientras debatía ese punto con el que no había contado.

Luego, al igual que lo había hecho Kala, la respuesta se manifestó en forma de otra de sus hermanas.

—Conozco a alguien que puede ayudarnos.



Nota de la autora:

Bueno, pues aquí traigo otro capítulo. No ha pasado gran cosa, pero ha habido momentos #Hunted muy cutes.

Esto ha sido el preludio de lo que será la segunda parte del capítulo (que he tenido que dividir en dos por problemas de guión), y en la que prometo que habrá acción y sangre.

Mejor disfrutar de la calma antes de la tormenta mientras se pueda.

¿Qué os ha parecido? ¿Ideas de lo que podrá ser el plan?

¿Y los sentimientos de Red?

Ya me vais diciendo.

Hasta pronto,

K. Y.

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