V
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(¡CAPÍTULO LARGO!)
LA CAFETERÍA ESTABA INUSUALMENTE VACÍA ESA MAÑANA. Sólo había dos o tres personas aparte de ella, que había llegado media hora antes para poder hacerse a la idea de lo que se le venía encima.
Hunter creía que se encontraría con Aramis en la mesa que acordaron como suya, pegada a la ventana y con la superficie redonda en vez de cuadrada como las demás, pero la verdad era que Hunter iba a encontrarse con Red en el cuerpo de Aramis.
Toda una sorpresa.
Red no sabía cómo decírselo. Ni por dónde empezar. Hiciera lo que hiciera, estaba en un callejón sin salida.
Dudaba de que la creyera, y tampoco podía contarle nada sin revelar todo lo que sus hermanas y ella habían estado haciendo desde hace un año, lo cual sería un estrepitoso fracaso.
La suplantación de identidad ya era peligrosa por sí sola, no necesitaba añadirle otros delitos extracurriculares a la mezcla.
—¿Está ocupado?
Estaba detrás de ella. Red se giró y se encontró cara a cara con los ojos de Hunter. Sonreía, y llevaba una actitud mucho más despreocupada que la que tenía con su "yo" de verdad. Era agradable de ver.
Luego recordó que a Aramis no la investigaban por estar relacionada con un asesinato, y se hundió un poco en la silla.
«Pronto tendrán que investigarla por desaparición mística».
—Mira que eres tonto —le dijo con una sonrisa igual de estúpida que la pregunta.
Movió la mano y le indicó que podía sentarse. El nudo en la garganta se le tensó un poco.
—Perdona, cuando voy escaso de café se me pierden las neuronas.
—¿Y no las necesitas a menudo para tu trabajo? —cuestionó con las cejas enarcadas.
Hunter se mantuvo en silencio unos segundos y después le guiñó el ojo.
—Te sorprendería.
A Red se le encendieron las mejillas, pero no sabía si había sido una reacción propia de las emociones de Aramis o ella misma.
«Este traspaso es una mierda», pensó, «ya podría haber sido lesbiana».
Red le pasó el otro vaso de café con leche que había pedido para él.
—Toma. Te gustaban así, ¿no?
Hunter asintió y le regaló otra sonrisa que le marcó el hoyuelo de la mejilla.
—¡Sí! Gracias.
—¿Qué es lo que tenías que contarme? —escupió antes de darle tiempo a beber—. ¿Ha pasado algo?
Se retorció las puntas del pelo con el índice mientras miraba a cualquier punto que se alejara del policía que tenía delante de las narices.
—No, bueno. La verdad es que sí. No vas a creértelo, sobre todo si tienes en cuenta que nuestro primer encuentro fue de lo más profesional.
Red parpadeó varias veces, confusa, y por un momento temió haberse perdido el principio de algo importante en esa historia. ¿Y si los recuerdos que había extraído de Aramis no eran suficientes para aparentar una falsa normalidad, por muy efímera que fuera?
—¿Qué?
Él la miró en silencio mientras la ansiedad de Red crecía por momentos, impidiéndole respirar. Sería mejor que se lo contara ya. Se ahorraría más problemas.
—Oye, Hunter...
—Me he acostado con Red —soltó.
Dos. Tres. Cuatro fueron los segundos en los que ninguno de los dos dejó que el vaso de café tocara la mesa.
—¿Qué?
Volvió a preguntar Red con un hilo de voz. De no ser por la silla, se habría caído al suelo. ¿Había oído bien? ¿Memphis se lo había tirado? ¿Para qué, alimentarse? ¿Lo habría hecho de verdad?
Hunter bajó la voz.
—Que Red y yo...
—Ya te he oído —espetó.
Le temblaban las manos y no sabía por qué; si rabia, impotencia, o ambas cosas. ¿Cómo había sido capaz?
Después del shock inicial, una escozor subió desde la boca del estómago hasta su garganta.
—¿Acaso está permitido tirarse a probables criminales?
—Red no es una criminal.
—Oh, ¿eso es lo que has descubierto entre sus piernas? —recriminó—. ¿O te lo ha dicho ella solita?
—Me explicó su versión y lo que hizo aquella noche y no concuerda con lo que buscamos.
Un estallido de ira rebotó en el interior de Red.
—Claro, ¿y qué es lo que buscáis ahora, exactamente?
—¿Qué insinúas?
Red no podía creerse que estuviera a punto de condenarse a ella misma, pero Hunter había cruzado una línea difusa y peligrosa que lo ponía en el punto de mira.
—Que hace un día estabas deseando descubrir sus secretos y ahora sólo quieres descubrir el color de sus bragas.
Hunter se encogió al oír el tono brusco de las palabras de Aramis y se llevó una mano al pecho.
—Me ha dolido.
—Bien.
Hunter dulcificó su expresión.
—¿Te molesta que lo haya hecho?
—Claro que sí. No entiendo qué te ha hecho cambiar de opinión tan rápido.
En realidad quería decirle que sí, claro que le molestaba que se hubiera acostado con alguien que no fuera ella.
«Mierda. Otra vez». ¿Hasta cuándo tendría que soportar esto?
—Se presentó en mi habitación a las tantas de la madrugada y se me echó encima. Cuando acabamos, me obligó a escuchar lo que tenía que decir.
«Joder». Memphis fue a por él. «No perdió el tiempo».
—Podrías haberle dicho que no.
—Ya.
Al menos, se le veía un poco arrepentido.
—Utilizó un método de convicción muy efectivo entre los hombres —le dijo.
—No soy un vendido.
—Ya, pero la has descartado muy rápido.
A pesar de que la rabia hablara por ella, Red se dio cuenta del truco del que Memphis había echado mano. Había conseguido lo que ella no pudo, demostrar su "inocencia" frente al brutal asesinato de Kyle Morgenstern y desviar la atención hacia otro foco.
Una buena táctica de guerra.
—Aramis —le cogió la mano y el corazón se le encendió—, sé que desde que volvimos del bosque sientes que algo va mal. —«¿Mal? Mal se queda corto»—. Pero no tienes nada de lo que preocuparte.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estaré ahí para lo que necesites. Tienes mi número, llámame cuando creas que algo va mal.
A Red no le tranquilizaron esas palabras, pero le quitó un peso de encima al decirle que tenía vía libre para llamarlo. De esa forma podría tenerlo controlado.
—Está bien. Gracias.
Le dio un apretón con fuerza.
—A ti. Y gracias por el atrapasueños. ¿Cuánto te debo?
—Déjalo. Regalo de la casa.
Se marcharon de la cafetería y decidieron dar una vuelta por el pueblo. Las nubes grises los seguían allá donde iban con tanta insistencia que Red temió que fueran un invento de Memphis para vigilarlos. Sabía que Nyla controlaba el temporal como nadie.
—¿Y cómo supo dónde encontrarte?
Red rompió el silencio con la pregunta.
—Ni idea, supongo que todos aquí saben que los recién llegados se hospedan en el motel.
La mente de Red conjuró la imagen del motel situado en la parte interna de Crimson Hills, al otro lado de la carretera que te lleva de vuelta a la civilización. Lo constituían tablas de madera oscura y barnizada, sillones comprados en la tienda de antigüedades y un aparcamiento de grava que veía pocos coches al año.
—Sí, supongo que llevas razón —murmuró.
No le dijo que lo más probable era que Memphis hubiera rastreado su esencia hasta dar con él.
—Sigues molesta. Te lo noto.
«Qué observador».
—No, no es eso. Es que me ha pillado desprevenida. No me esperaba algo así.
—Vamos, no hace falta que me mientas.
Red levantó la cabeza y lo miró fijamente. Se moría de ganas de preguntar.
—¿Te gustó?
—¿Qué?
—Si te gustó —recalcó cada palabra con la lengua—. ¿Te lo pasaste bien? ¿Cómo fue?
Hunter soltó una carcajada que fue directa al interior de Red.
—¡No sabía que fueras una morbosa! —exclamó.
—Hay muchas cosas de mí que no sabes.
Continuó mirándolo y él se sumó al concurso de miradas que parecían durar una eternidad. La comisura de sus labios fue hacia abajo y ella temió haber dicho algo que pudiera desenmascararla, pero Hunter volvió a tener la misma expresión relajada de antes.
—Estuvo genial. Fue un poco... —Intentó buscar la palabra adecuada entre los recuerdos de anoche—. Agresiva. Pero me gustó. Creo.
Red hubiera sonreído por dentro de haber sido ella la que disfrutara de la noche, pero la respuesta la enfureció todavía más. Si por casualidad llegaba a cruzarse con Memphis durante el día, no tenía dudas de que acabaría con ella fuera donde fuera.
—¿Y no notaste nada raro? — infirió.
—¿Cómo qué?
—Como que se te lanzara encima porque sí.
—Creo que los dos quisimos hacerlo desde el primer momento —dijo convencido.
«Por los dioses antiguos. Al final acabo confesando».
—Ah ¿sí?
El cuerpo de Red reaccionó por sí solo y sintió una sacudida que le puso el vello de punta.
—Tuve esa sensación, aunque ahora que lo dices sí que fue un poco extraño. Hay una parte de la noche que no consigo recordar con claridad.
«Claro, porque Memphis tiene algo que ver».
—¿Y ahora qué hacemos?
—No lo sé —repuso él—. Seguir investigando. ¿Quedamos esta tarde?
Red asintió y él se despidió con la mano antes de largarse en dirección al motel. Quizá para ver a Winchester, quizá para ver a la otra Red.
La cuestión era que esta Red había dejado de saber quién era. Se le daba bien fingir ser Aramis, y probablemente tuviera que serlo durante unos días más para estar cerca de Hunter y solucionar este lío.
Incluso si eso significaba salir herida en el proceso.
LA TARDE FUE TAN BIEN COMO PODÍA IMAGINARSE. Hablaron, especularon y volvieron al punto de partida.
Aunque fuera extraño darle pistas a Hunter para cazarse a sí misma, lo que fuera que Memphis había hecho con él era poderoso y Red había sido incapaz de quitarle de la cabeza su inocencia.
Era imposible. Hunter no cedía ante sus múltiples quejas.
El nudo crecía por momentos, al igual que la soga que tenía atada al cuello. Ahora que sabían cómo jugaba, le suponía un reto pasar la pelota al otro campo.
Red rebuscó por los cajones de Aramis en busca de cualquier cosa que pudiera serle útil, pero aparte de ropa interior de encaje y sudaderas tres tallas más grandes, no encontró nada.
Después de poner patas arriba la habitación, probó con el comedor y sus incontables estanterías, donde más allá de facturas, recibos y exámenes de niños sin corregir tampoco halló nada de valor.
Entonces puso los ojos en el portátil. El preciado y accesible portátil de Aramis.
Se sentó en el sofá con el dispositivo en el regazo y lo puso en marcha. Una redondita dio varias vueltas sobre la pantalla negra y segundos más tarde se vio obligada a introducir una contraseña .
—Mierda.
Entrecerró los ojos y resopló. Estúpida tecnología.
—¿Qué contraseña pondría Aramis? —Se rebanó los sesos con cualquier posible combinación de aniversarios, fechas especiales e incluso el número de teléfono. Nada—. Espera un momento, yo soy Aramis.
Cogió aire y se concentró en alcanzar la palanca mental que le permitiría entrar en contacto con la memoria de Aramis, luego la empujó hacia abajo y un nueve torrente de información se vació sobre ella.
«Sagitario». Tecleó.
La foto de una niña pequeña le dio la bienvenida. Estaba dentro, lo había conseguido.
Cotilleó su bandeja de entrada y no descubrió nada interesante; Aramis no tenía una vida secreta ni muchos amigos, pero sí participaba activamente en organizaciones sin ánimo de lucro que se interesaban por el medio ambiente y los derechos humanos.
Una punzada de dolor le atravesó el pecho. «Una persona buena menos en el mundo. Joder».
Le picaban los ojos de forzar la vista en la pequeña pantalla, pero no se detuvo. Dio con una carpeta de fotografías que le dejó sin aire.
Una colección de imágenes comprometidas para Red y sus hermanas danzó delante de ella: capas rojas, el bosque, cadáveres con el mismo patrón y la mano ensangrentada de una de ellas. También había escáneres de entradas de periódicos con titulares sobre los asesinatos y otros documentos relacionados con las fases lunares y, lo que más le sorprendió, un antiguo ritual que solía practicarse en Crimson Hills en el siglo XVII, muy parecido al suyo.
Empalideció enseguida. Aramis sabía más de lo que aparentaba.
Red borró todas las fotos, cerró el portátil y lo guardó en una caja debajo de la cama. Nadie debía conocer su existencia.
Un sudor frío le bañó la espalda. Algo iba mal. Su sexto sentido no había desaparecido y le alertaba de que las cosas iban a ponerse feas.
Levantó todos los cojines del sofá hasta encontrar el móvil de Aramis y marcó.
—Vamos, cógelo.
Le bailaba la pierna mientras se mordía el labio inferior.
El teléfono no dio señal, así que llamó de nuevo. Y de nuevo. Y otra vez.
—Hola, soy Hunter...
—¡Hola! —gritó, prácticamente.
—Ahora mismo no puedo atenderte, deja un mensaje y te llamaré en cuanto pueda.
Bufó con todas sus fuerzas. ¿Es que nada podía salirle bien?
Arrojó el móvil de vuelta al sofá y se levantó. Caminó hasta la puerta, se colocó la chaqueta y cogió las llaves antes de precipitarse calle abajo en dirección al motel.
Si algo tenía Memphis, era la capacidad de darle la vuelta las cosas para hacerlas relucir de otro modo; así lo pintó cuando les explicó de qué debían alimentarse la primera vez. Les dijo que la sangre era lo que unía a todos los seres humanos, al igual que el éter con los dioses, y que para poder utilizar algo tan único como el poder divino debían buscar la fuente de su fortaleza en lo que la da a los humanos; la sangre. Esa substancia roja y viscosa les garantizaría el acceso al poder.
Por eso, cuando Hunter le dijo lo que le dijo, había levantado las sospechas y hecho sonar las alarmas en su cabeza, porque Memphis nunca no hacía nada sin segundas intenciones.
Si ya había probado su cuerpo una vez, ¿quién negaba que no lo hiciera de nuevo, pero de otra forma?
Si su razonamiento era cierto, Hunter estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.
SE OÍAN VOCES AL OTRO LADO, y no exactamente disconformes. Los gemidos de Memphis, pero que sonaban a los suyos, se mezclaban y sobreponían a los suaves gruñidos de Hunter.
¿Por qué las puertas del motel tenían que ser tan finas?
Red enrojeció y se debatió entre marcharse o quedarse a ver si su teoría se confirmaba. Sabía lo que había hecho antes de cambiar de cuerpo, y supuso que Memphis tendría hambre desde que despertó en el mundo mortal.
Se apoyó en la pared y cerró los ojos, intentando centrarse en cualquier cosa menos en los sonidos que producían las actividades dentro de la habitación.
Red quería arrancarse los oídos. Hasta que oyó el silencio. Entonces se preocupó y se situó delante de la delgada puerta de madera.
—¿Qué demonios...?
Era la voz de Hunter.
Red no se lo pensó dos veces cuando embistió contra la puerta con la pierna y la echó abajo, chorreando adrenalina suficiente como para parar un tren en marcha.
—¡Apártate de ella! —gritó sin apenas analizar la escena.
Hunter estaba sentado en la cama, sin camiseta, con Memphis semidesnuda a horcajadas sobre él y a punto de clavarle los colmillos.
Los dos la miraron sorprendidos por el destrozo que le había hecho a la puerta.
O bien había llegado en el momento justo o acababa de cargarse un momento sádico-sexy. La verdad era no le importaba. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
—¡Aléjate, vamos!
Hunter parpadeó, como para asegurarse de que no alucinaba al ver a su amiga romper una puerta para interrumpirle una noche desenfrenado.
—¿Aramis? —preguntó, mirando de soslayo al móvil que tenía sobre la mesita de noche—. ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo?
—Ella es lo que pasa.
La señaló mientras entraba por completo en el cuarto y caminaba hacia la cama. Red, Memphis, que no se incomodaba al lucir su desnudez, le advirtió con los ojos que lo dejara estar.
Red obvió el silencioso comentario y no paró hasta quedar frente a ambos. Desafió a su diosa con sus nuevos ojos al mismo tiempo que los de ella enrojecían poco a poco, en silencio, y con un aura más hostil que la primera vez.
Al final, fue Memphis quien rompió el nudo.
—Mira que eres estúpida.
Y se abalanzó sobre su antigua hija sin importarle quien estuviera mirando.
Para Hunter, todo sucedió demasiado rápido. No entendía nada. No entendía cuál era el problema con Red, no entendía por qué se había abalanzado sobre Aramis y por qué parecía que quisieran matarse.
Aramis le sorprendió cuando consiguió montar el cuerpo de Red e inmovilizarla durante unos segundos, pero temió estar volviéndose loco al ver pequeñas chispas rojas salir de los dedos de Memphis.
Las chispas se transformaron en remolinos rojos que atraparon el cuerpo de Aramis en cuestión de segundos. Se cerraron sobre ella, inmovilizándola, y Memphis tuvo vía libre para devolverle el golpe.
Sin embargo, Hunter, que ya había vuelto en sí, cogió a Red por detrás y la apartó de Aramis con un movimiento brusco y directo, pillándola por sorpresa.
—¡Sujétala! —le dijo Aramis—. No dejes que se suelte.
Hunter obedeció y le retorció los brazos detrás de la espalda. El pecho semidesnudo de Memphis chocó con el suelo y no intentó invocar al éter otra vez. Probablemente necesitara alimentarse para ello y, contando que se trataba de una diosa, probablemente no le bastara con una sola víctima.
Memphis era peligrosa en todos los sentidos, y Red se preguntó si las demás sabrían en qué sábanas se encontraba su Madre ahora mismo.
—Vale —dijo Hunter cuando la hubo retenido—. ¿Y ahora qué?
—Espera. Quédate así.
Se sacó del bolsillo una tiza violeta y empezó a dibujar un círculo alrededor de Memphis, que gruñía como una gacela a punto de atacar. Cuando terminó el dibujo exterior, empezó a dibujar la estrella que tantos dolores de cabeza le había ocasionado.
—Cuando te lo diga, sal del círculo.
—¿Por qué?
—Podría ser peligroso —dijo. Y, a punto de terminar el séptimo vértice, añadió—: ¡Ya! Fuera de ahí.
Hunter procuró no tocar ninguna trazo de la tiza mientras abandonaba la figura geométrica que con tanto cuidado Aramis había dibujado, pero en el momento que sus brazos dejaron de sujetar a Red, esta intentó escapar.
La otra Red le golpeó la cabeza con la lámpara antes de que pudiera poner un pie fuera de la estrella y Memphis perdió el conocimiento.
Puede que su cuerpo aguantara más que el de un humano normal y corriente, pero no era inmortal.
—Jaque mate —rio con la lámpara en la mano—. Punto para mí.
—¿La has desnucado? —preguntó Hunter con incredulidad.
Reculó varios pasos y puso las manos por delante de él.
—Ha sido en defensa propia.
Red se encogió de hombros y sacó una pequeña vela del otro bolsillo. La encendió y la colocó sobre Memphis.
No impediría que despertara, pero sí la detendría durante un rato—el suficiente para preparar un plan.
Hunter no daba crédito a nada. Le temblaban los hombros y había puesto la cama de por medio para evitar contacto directo con Aramis.
—Creo que me debes algunas explicaciones —exigió.
No paraba de mirar al cuerpo inconsciente de Memphis. La carrera no le había enseñado a lidiar con este tipo de situaciones.
Red lo recorrió con la mirada y sonrió.
—Creo que sí, pero primero ponte una camiseta.
—ME ESTÁS VACILANDO.
—Ojalá lo hiciera.
Hunter sacudió la cabeza, nervioso.
—Sí, me estás vacilando.
—Te he dicho que no —insistió Red.
Contarle la situación resultó ser un trabajo mucho más duro del que esperaba. Resulta que Hunter era un escéptico y había cuestionado cada palabra que salió de los labios de Red.
—¿Tengo que creerme que seas una bruja?
Un ceño creció en su frente. Ahora que había confesado quién era en realidad, sus reacciones eran mucho más naturales y verdaderas. Sentía que, de algún modo, un pedazo de la máscara se había desprendido. No se sentía tan vinculada a Aramis.
—No somos brujas. Esa palabra no encaja con nuestra descripción, ya te lo he explicado.
—Me da igual. Lo que sea. —Le restó importancia con un aspaviento—. ¿Esperas que acepte todo este rollo místico y demente que te has montado?
Red suspiró.
—No me he "montado" nada, Hunter. Es la verdad. Pensé que la agradecerías.
—Sí, si no estuvieras loca.
—No lo estoy.
—¿De veras? Porque creo que tenemos opiniones distintas, Aramis.
—Yo no soy Aramis —le corrigió por tercera vez—. Soy Red.
—Claro, y esa de ahí una diosa extraña que intentaba comerme. —Le echó un vistazo a Memphis—. ¿Cierto?
—Sí.
Se levantó de la silla y se llevó las manos a la cabeza.
—¡Deja de mentir!
—¡Deja de intentar buscar una justificación racional! —reprochó ella—. Has visto su magia, ¿por qué te cuesta tanto creerme?
—Porque este tipo de cosas no suceden en la vida real.
Hunter negó con la cabeza y empezó a dar vueltas por la habitación.
—La vida real es mucho más que jornadas laborales de ocho horas y sueldos de mierda —dijo Red.
—Vale, ¿y esperas que me lo tome bien?
—Solo quiero que me escuches y me ayudes a arreglar todo este lío.
Hunter frenó en seco, la miró de arriba abajo y entrecerró los ojos.
—¿Dónde demonios está Aramis?
—No lo sé. Desapareció después del traspaso. Yo ocupo su cuerpo ahora.
Asintió.
—Porque le salvaste la vida, ¿no?
—Y porque el traspaso no salió como esperaba.
—Sigo sin creerte —decidió finalmente—. Lo que dices es imposible.
Red se levantó también y caminó hasta Hunter, lo tomó de las manos y lo llevó de nuevo a la mesa, donde dos vasos de café con leche se amontonaban en su lado a la espera de un tercero.
Se mentalizó para lo que estaba a punto de decir. Si esto no conseguía convencerlo, no sabía qué más lo haría.
—Está bien. La segunda noche que pasaste aquí fuiste al bosque con Aramis, supongo que para espiarnos, pero pasó algo. Os separasteis y tú oíste un trueno descomunal. Luego viste algo horrible y doloroso. Un recuerdo que te acompaña todavía. —Aprovechó la mirada desolada de Hunter para atestar el golpe final—. Y entonces yo intenté matarte. Me detuvieron y no lo hice, pero me lo dijiste en la tienda de antigüedades; sabías que había estado allí. Tenías razón, sí había sido yo.
Permanecieron en silencio, según el reloj digital de la mesilla, dos minutos.
—¿Me crees ahora? —probó Red.
—¿Cómo lo hicisteis? —susurró.
Esta vez había funcionado.
—Con el éter.
—¿Qué es eso?
—Nuestro poder. Depende de la portadora el tener uno u otro.
Hunter sacó la cabeza de las manos y se recostó en la silla.
—¿Tenéis poderes?
—Nos los dio Memphis. —Señaló su cuerpo decaído en el suelo—. Te haría una demostración, pero eres inmune y por culpa del traspaso me he quedado sin.
Eso le llamó la atención.
—¿Soy inmune a tus poderes?
—Sí, ¿por qué? —Red se inclinó hacia él y sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia—. ¿Eres hijo de magos? ¿Vampiros? ¿Brujos?
—Eh...
—Lo preguntaré una vez más: ¿quién eres?
—Soy yo. —Suspiró—. Joder, sí que eres Red, sí. Tienes esa mirada inquietante.
—Claro que soy Red. Y así no ayudas. Dime porqué me ignoras cuando te canto.
Hunter atrapó su labio inferior entre los dientes y empezó a juguetear con la pulsera de cuero que llevaba en la muñeca.
—Tuve un accidente hace seis años. Íbamos mi padre y yo en ese coche; él no salió con vida y a mí me quedó una lesión permanente en el oído. Me cuesta escuchar la mayor parte del tiempo. No sé si es a eso a lo que te refieres.
Red maldijo por dentro.
—Mierda, lo siento. —Cerró los ojos un momento—. Sí, creo que es eso.
—No pasa nada. Fue hace mucho.
—Te he hecho recordarlo. Y la otra noche también. De verdad que lo siento. —Supuso que era hora de darle algo a cambio que también valorara, algo que no había compartido nunca con nadie más—. Yo perdí a mi madre cuando era una niña. Negligencia médica. La tienda era suya, le encantaba coleccionar cosas antiguas, cuanto más polvo tenían, mejor.
Las risas incómodas llenaron el vacío que acababa de crear la distancia entre ellos.
—¿Por qué queríais despertarla? —preguntó Hunter—. ¿Por qué esa estrella?
—¿Recuerdas que te conté que Crimson Hills vive rodeado de los espíritus del pasado?
—Sí.
—Es cierto. Durante el siglo XVII hubo una oleada de cultos aquí, en el pueblo. Uno de ellos fue en honor a Memphis. Muchas chicas la adoraron como la diosa que era, es —corrigió—. Al principio todo fue bien, nadie se metía en nada y cada uno veneraba a su dios, pero cuando se sucedieron los juicios de Salem la parte católica y tradicional despertó. El pueblo de al lado empezó a perseguir y encarcelar a todas aquellas que parecían sospechosas. Gritaban «bruja» y cientos de cosas más con las que las llevaron a al hoguera. Como si ser una bruja fuera malo.
—¿No lo es?
Ladeó la cabeza en señal de duda mientras Red negaba rotundamente con la suya.
—Una bruja es una mujer empoderada.
—No lo sabía.
—La historia nunca quiere saber.
—¿Y qué pasó después?
—En Crimson Hills condenaron a la horca a siete chicas. Las siete adoradoras de Memphis. En ese momento, ella perdió su poder y estuvo condenada a vagar como un ente; sin cuerpo ni reconocimiento. Las siete puntas son en honor a esas chicas, y las enterraron por aquí, como animales no merecedores de nada. Sus espíritus aún claman justicia.
—Menuda mierda.
—Sí. —Red estuvo de acuerdo.
—¿Y no se puede hacer nada por esas chicas?
—No lo sé. Ese no era nuestro propósito.
—¿Y cuál era?
—Despertar a Memphis.
—¿Para?
Arqueó una ceja, todavía incrédulo ante el hecho de que un grupo de chicas aceptara despertar a una supuesta diosa sin motivo aparente.
—Nunca nos reveló sus motivos. Simplemente obedecimos.
—¿Por qué?
—Porque nos salvó la vida al darnos el éter —confesó.
No pensaba ir más lejos. Esa era una historia para otro día.
—Toda magia conlleva un precio —recordó Hunter—. ¿Cuál es el vuestro?
—¿Tener que beber sangre para utilizarlo? —bromeó ella, aunque por la cara que puso Hunter, no le había hecho ni pizca de gracia—. No lo sé, supongo que el cansancio que viene después.
—¿Qué...? —Contrajo su cara en una mueca de asco y meneó la cabeza, haciendo que varios cabellos le cayeran sobre la frente—. Dios, no me cuentes esas cosas.
Red sonrió.
—¿Qué quieres que te cuente?
Hunter se estiró e imitó su postura. Ahora estaban cara a cara, con una pierna doblada sobre la silla cada uno y las otras rozándose sobre la moqueta verde oliva.
—Lo que tienes pensado hacer.
—Recuperar mis poderes.
Eso estaba claro.
—¿Dónde están?
—No te enteras, ¿eh? —Le golpeó el hombro con suavidad—. Los tiene Memphis.
Hunter abrió mucho los ojos.
—¿Vas a arrebatarle el poder a una diosa ancestral?
—Supongo que no me queda otra.
—Esto lo cambia todo.
Nota de la autora:
Hey, aquí traigo otro capítulo.
El más largo hasta la fecha. Madre mía. Esto no para de crecer, y no ayuda que lleve toda la tarde escribiendo y lo haya hecho todo seguido. Tengo que seguir estudiando, aunque me da a mí que esta semana voy a tener tiempo para hacer de todo.
Bueno, espero haberos sorprendido. Disulpad la extensión, pero tengo parámetros que cumplir y sino no me cuadran xd
Decidme, ¿esperábais algo de lo que ha sucedido? ¿Os gusta #Redamis? ¿Y Hunter x Red o Hunter x Redamis? ¿O a lo mejor Hunter x Memphis lol?
¿Qué pasará a continuación?
Os leo.
K. Y.
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