Kat & Kit: La magia del muérdago
22 DE DICIEMBRE
El conocido trino del WhatsApp hace que detenga mi paso. Al parar, noto que el aire frío que me golpea la cara, a pesar de la bufanda, lleva un aroma a fuego de leña. Me encanta ese olor y me sorprende a partes iguales. Me asaltan recuerdos felices de los inviernos pasados en el pueblo durante mi niñez aunque soy consciente de que en la ciudad, las chimeneas han sido sustituidas por calefacciones en la mayoría de los casos.
Mientras rebusco en mi bolso el maldito/bendito teléfono, que siempre tiene tendencia a escurrirse hacia lo más hondo, resoplo para quitarme la nostalgia y un halo de vaho se escapa de mi boca. Hace mucho frío y tengo las manos heladas. Una vez localizado el aparato, lo saco del bolso y lo miro.
«Kit 9:15
5 mensajes nuevos»
Una pequeña sonrisa se me escapa antes de desbloquear la pantalla. Sólo Cristina, Kit, es capaz de mandarme cinco mensajes seguidos cuando no hace ni diez minutos que nos acabamos de despedir.
Kit es mi mejor amiga. Desde siempre. Desde aquel día en que sus padres se mudaron a nuestro pueblo, a la casa de al lado, un verano cuando ambas teníamos siete años. Yo iba a meterme en la piscina cuando oí el ruido de un camión de mudanzas y muchas voces. De repente, dos adorables coletas morenas y la cara más simpática y pecosa que había visto en mi vida asomaron por encima de la valla, sin ninguna timidez.
Me sonrió y le faltaba un diente. Le devolví la sonrisa, a mí también me faltaba uno.
Nos caímos bien enseguida, teníamos la misma edad y nos hicimos inseparables. Tanto, que nuestros padres tuvieron que hacerse amigos casi a la fuerza y adaptar nuestras habitaciones para la otra, porque terminamos viviendo de manera indistinta en ambas casas. Tanto, que al cumplir dieciocho a nadie le extrañó cuando dijimos que nos íbamos a mudar juntas en un apartamento en la ciudad, para ir a la universidad. Tampoco le extrañó a nadie que, una vez terminada la misma carrera, ambas siguiéramos compartiendo casa.
Y de eso, hace ya algo más de cuatro años.
Abro la aplicación de mensajes y leo:
"Kat, te has dejado los guantes en casa... :')"
"Puedes pasar por 'Art ReSTOREr' antes de ir al súper y comprarme un bote de Tylose [1]? Se me ha terminado ahora mismo :'("
"Y no te olvides de comprar té. Luego refunfuñas cuando tienes que beber de mi café :DD"
"Aaaahhh, y acuérdate de recoger el regalo de Belén, que después no te dará tiempo"
"Y le prometiste que estarías en la galería antes de las doce"
Al terminar de leer sonríode manera amplia, si alguien la oyese pensaría que soy una despistada. Y... sí, lo soy. Mucho. Mi nombre debería ser Cataleya Despistes.
Y sí, me llamo Cataleya, Kat para los amigos. Aunque teniendo en cuenta que mi hermana pequeña se llama Grevillea, creo que de las dos soy la afortunada. Gajes de ser hijas de un botánico especializado en flores exóticas...
Kit siempre me manda mensajes para recordarme las cosas, sobre todo en estas fechas que mi mente se pone en «modo vacaciones» y encima hay tantos compromisos...
Belén es una buena amiga nuestra, y también excompañera de la facultad de bellas artes, que cada año -el día veintitrés de diciembre- da una fiesta de Navidad en su coqueta galería de arte, aprovechando que es su cumpleaños. Kit siempre se ofrece en ayudarla a decorar y montar las mesas para el catering, aunque en realidad la que termina haciéndolo soy yo. Con la excusa de que al ser profesora en un instituto, tengo vacaciones y que Kit siempre tiene que restaurar algún encargo de última hora, me toca a mí.
«Venga Kat... hazme el favor, porfiii. El año que viene me organizo mejor... te lo prometo.»
Todos los años, la misma canción. Y es que Kit es así, aunque discreta, siempre está dispuesta a apuntarse a un bombardeo, a ayudar a cualquiera y además nunca quiere cerrarle la puerta a un cliente, aunque este llegue con prisas y a última hora. Al final, a la pobre muchacha siempre le faltan horas para llegar a todo.
Me afano en ir a la tienda de restauración, a buscarle el producto que me ha pedido y al pasar por el pasillo de las herramientas veo un juego de brochas con el mango de madera sin tratar, preparado para personalizarlo.
Pienso que es un buen regalo. Y aunque ya tengo su regalo principal de navidad, unas preciosas botas de piel vuelta que sé que le van a encantar, no me puedo resistir a adquirir también los pinceles. ¡Hace tantas cosas por mí!
No sólo se pasa la vida recordándome cosas... Cuántos días ha venido al instituto porque me había dejado un libro o algunos exámenes corregidos en casa... Y cuántas tardes se ha ido al cine o a pasear, sin ganas, cuando yo llegaba con algún amante de turno.
Después de la tienda de restauración, paso por el supermercado y al final recojo el regalo que le hemos comprado a Belén, una pequeña pulsera con abalorios navideños que encargamos hace unas semanas en la joyería del barrio. Miro el reloj y la hora se me está echando encima. Voy lo mñas deprisa que puedo a dejarlo todo en casa, recojo los guantes -pues tengo las manos a punto de congelación- y al final de la mañana, llego a la galería.
Belén me recibe con alegría, Kit ya le ha mandado un mensaje para decoirle que yo iba en su lugar y tras tres horas de intenso trabajo colocando las mesas alquiladas para la ocasión y los múltiples adornos, damos el trabajo por concluido.
23 DE DICIEMBRE
Paseo algo nerviosa por casa. Mi reloj marca las siete y cuarenta. Hemos quedado en estar a las ocho en la galería. Me extraña ser yo la que esté lista antes de tiempo y Kit la que se esté retrasando.
La apremio un poco y cuando sale del baño, me quedo alucinada.
Sus asiduos tejanos anchos, sus camisetas de grupos de rock clásico y sus camisas multicolor han desaparecido para dejar paso a un vestido halter rojo que le realza su figura de escándalo. Su sempiterno moño alto algo despeinado, ha sido relegado y luce una preciosa trenza de cordón que le da un aire romántico a su morena melena, larga hasta media espalda. A su lado, mi sencillo traje chaqueta negro, ni blusa mostaza y mi media melena castaña de ondas salvajes, no parecen a la altura.
—Kit... ¡Estás espectacular! —la piropeo cuando por fin puedo cerrar la boca.
Sonríe con timidez y sus mejillas toman un color rosado subido.
—Tú también estás fantástica —me dice con un brillo en los ojos y luego dando una vuelta sobre sí misma, pregunta con un hilo de voz esperanzado —: ¿T... te gusta?
—¡Claro que sí! Ya eres guapísima al natural. Esta noche segurísimo que triunfas, y la que se va a tener que ir al cine, soy yo —le digo con convencimiento —. Que ya te toca, nena...
Aunque yo en realidad también hace mucho tiempo que no estoy con ningún chico. No es que me cierre al amor, al contrario, es que no termino de encajar con nadie. Es como si algo no estuviera bien, aunque no tengo claro si es en mí o en los demás... pero Kit jamás ha traído a nadie a casa y son contadas las ocasiones en las que no ha dormido en su cama. Y se lo merece, porque es una persona increíble.
—Si se cumple mi deseo de Navidad, no —reza, en otro susurro.
No sé si yo no la he entendido bien o ella se ha equivocado, pero llegamos tarde y no puedo pararme a analizarlo. Nos calzamos a la vez los tacones justo en la puerta de casa y bajamos con celeridad. El taxi nos está esperando.
Al salir, con las prisas, casi me dejo el regalo de Belén y tengo que volver a subir al piso cuando ya estamos en la calle. Eso no provoca las habituales risas de Kit ni sus mordaces comentarios acerca de mi memoria, lo cual es extraño. Y por si fuera poco, una vez dentro del coche, no para de removerse en el asiento. No me atrevo a preguntarle qué le pasa porque sé que delante de un extraño no me lo va a querer contar. Ya buscaré otro momento.
Cuando estamos cerca de la galería, veo que las luces que colocamos ayer Belén y yo en el estrecho escaparate, centellean proyectando abstractas siluetas intermitentes en la acera, dándole un toque extra de alegría navideña a la calle. Kit dibuja una sonrisa enorme al verlas, y sé que el esfuerzo de desenredarlas ha valido la pena.
El taxi se detiene y bajamos. Entonces Kit, delante de mí, se detiene y me mira:
—Poner luces en el escaparate ha sido idea tuya ¿verdad? —me pregunta sin perder la sonrisa y señalando la guirnalda luminica con el pequeño bolso de mano que lleva.
—Te encantan las luces... —respondo con naturalidad, guiñándole un ojo, mientras me adelanto y empujo la puerta del local.
Al entrar, una atmósfera cálida -fruto de la gente ya reunida y de la calefacción- nos da la bienvenida, y apenas nos hemos quitado los abrigos, un pequeño grupo se acerca a nosotras y nos saludan con efusividad. Muchos son amigos comunes de la facultad. Enseguida se llevan a Kit en un aparte y la felicitan.
Me sorprende, pero cuando quiero preguntar, ya no sé dónde están.
Sonrío alegre y confusa a la vez, mientras busco a la anfitriona. La veo de refilón en la sala central de la galería, besándose fugazmente y riendo con su mujer, Valeria. Antes de entrar a saludarlas, observo el efecto de todo nuestro trabajo de ayer. En las esquinas: los arbolitos de navidad blancos decorados en exclusiva con bolas y espumillones verdes, la multitud de copos de nieve gigantes -hechos de papel- que cuelgan por todo el techo y las mesas altas pintadas en rojo y blanco como si fueran unos grandes bastones de caramelo, repartidas por toda la galería que ahora están colmadas de bandejas con canapés y copas llenas de espumosos blancos...
Decidida, entro en la sala grande de la galería, dispuesta a entregarle el regalo a la anfitriona y entonces lo veo.
La exposición principal es por entero, obra de Kit. Reconozco su estilo, sus trazos locos y la disposición del color. Algunas de esas pinturas descansan de manera habitual en las paredes de nuestra casa y el resto se acumulan en su habitación...
Belén aprovechando mi estupor se ha acercado y me ha cogido del brazo.
— ¡Qué talentazo el de nuestra Kitty, ¿eh?! Esto está siendo un auténtico éxito.
—¿Có...cómo... cuándo... has...? Ayer no... —balbuceo yo de forma inconexa sin dejar de pasear mis ojos por los bellos cuadros. ¿Cómo no me he dado cuenta de que no estaban en casa?
—Valeria y yo hemos trabajado todo el día. Me ha llevado meses convencer a Kit, y hasta ayer a última hora no tuvimos todas las piezas; pero ha valido la pena.
—Es la única artista que conozco a la que le tienen que suplicar que exponga. Lo normal es lo contrario... —interviene Valeria con una amplia sonrisa llena de arrugas que le confieren un aire muy afable, mientras me ofrece una copa de vino.
—Sí... —contesto sin saber muy bien qué decir; estoy anonadada y tomando la copa que me ofrecen, bebo un sorbo para disimular. ¿Por qué Kit no me ha dicho que exponía?
Ahora creo comprender sus nervios y su extraña actitud, pero cuando las chicas me hacen girar sobre mí misma, diciéndome entre sonrisas, guiños y codazos, que aún no he visto la pieza central, el alma me da un vuelco.
Desaparecen de mi lado, mientras la respiración se me corta.
Un lienzo enorme, de unos tres metros de largo pues ocupa casi toda la pared, con cientos de colores en apariencia discordantes hechos con pinceladas que no parecen seguir ningún orden establecido, dibujan un rostro.
El mío.
—¡Atención! ¡Atención! Gracias a todos por haber venido. Tengo el gusto de presentaros a Cristina Barreiro, la artífice de esta magnífica colección...
La voz de Belén y el posterior estallido de vítores y aplausos resuenan lejanos en mi mente, como en otra dimensión, mientras una oleada de sentimientos, recuerdos y certezas me golpea con fuerza. Y contengo con fiereza las lágrimas, al adivinar su mensaje.
No sé el rato que transcurre hasta que oigo su voz suave a mi espalda.
—¿Te gusta mi regalo de Navidad?
Me doy la vuelta despacio y veo su carita, sonriendo con todas las pecas. Con los ojos también fulgurantes, como los míos.
—Me encanta. No sabía que era justo lo que necesitaba —digo en un susurro anhelante.
Mi corazón vuelve a saltarse otro latido porque ninguna de las dos está hablando del cuadro.
Kit se acreca un poco más a mí y eleva los ojos hacia el techo; por inercia, la imito. Una rama de muérdago pende justo sobre nosotras.
Entonces sus labios besan los míos y comprendo porqué Belén se empeñó en colgarla justo ahí, entre los copos, pero justo delante del cuadro. La declaración de amor más perfecta que alguien podía hacerme.
Pero Kit se separa con rapidez, dispuesta a marcharse. La idea me angustia tanto que la detengo y la arrastro de nuevo bajo el muérdago.
Quiero, necesito, seguir besándola.
24 DE DICIEMBRE
La mañana previa a Navidad amanece casi de cuento. Ha nevado esta madrugada porque hay copos en el alféizar y, por la luz que entra, parece que hoy va a brillar el sol.
Anoche se me olvidó cerrar la persiana.
Sonrío como una boba.
El amor ha llegado a mi vida como nunca había pensado. No porque venga de la mano de una preciosa y perfecta mujer, sino porque ya estaba en mi vida.
Desde el principio.
Desde aquel día en que su maravillosa sonrisa mellada hizo par con la mía.
Ese día me enamoré (sin saberlo) de todas y cada una de sus pecas, de sus ojos castaños que no han cambiado un ápice y de esas divertidas coletas que ya hace mucho que desaparecieron.
Y justo ahora que su preciosa desnudez, cálida y dulce, reposa enredada a la perfección con la mía, me doy cuenta de que llevo veinte años junto a mi alma gemela.
Si no hubiese sido por el muérdago, quizás seguiría sin darme cuenta, perdiéndome lo mejor que tengo en el mundo.
Mañana, veinticinco de Diciembre, será la primera de todas nuestras navidades juntas... ¡Qué mejor forma de empezar esta nueva vida!
Nota: El Tylose es la marca registrada con la que se conoce popularmente un producto que se emplea en la restauración.
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