12.

Y crucé la puerta... Pero la del baño y me encerré.

¡No estaba preparado en lo absoluto para algo como eso! Sentía que me haría pis encima. Ni siquiera a los payasos le tenía tanto miedo como a cruzar esa puerta del consultorio, por lo que quise hacer una mínima parada antes para poder descargar mi vegija, por si las moscas.

Y así después de mucho tiempo y agotar la paciencia de mi padre, me dirigí a la puerta correcta. Entré sonriendo levemente con el grado de amabilidad que había aprendido del viejo, pero solo yo sabía cuan asustado estaba incluso por poner los pies en ese lugar.

Dentro me esperaba una mujer de unos cuarenta y tantos años. A simple vista podía definirla como alguien tranquila, gentil y firme, con el talle perfecto de una buena madre. Una como la que quise tener.

— Bienvenido. —habló con una sonrisa y me señaló el asiento— por favor toma asiento e intenta tranquilizarte, el hecho de estar aquí ya es un gran logro.

Fruncí el ceño al escucharla, pero inmediatamente me di cuenta que mi comportamiento me había delatado, pues inconscientemente estaba abrazándome a mí mismo y agarrando mi camisa con fuerza.

En silencio, avancé hasta el lugar señalado y tomé asiento mientras miraba un poco el entorno. La habitación era elegante y muy minimalista, en su mayoría solo habían dos colores o tres pero no se sentía del todo extraño, al contrario era un lugar bastante acogedor. La mujer delante mío tenía en sus manos varios papeles que estaba revisando en silencio y después de un tiempo, levantó su mirada y sonrió amablemente.

— Bien, parece que todos tus datos han sido llenados correctamente. —extendió un papel hacia mí— lo único que hace falta es firmar el consentimiento informado... —señaló el área donde debía firmar y lo hice obedientemente en silencio— Y también, ¿cuál es el motivo de tu consulta?

Me congelé al oír su pregunta. Realmente no había pensado en responder a eso, es más, ni siquiera tenía planeado visitar un psicólogo así que mi papá se había encargado de llenar los datos en mi lugar, pero, precisamente no respondió a esa pregunta.

¿Cómo podría explicar algo a lo que ni siquiera podía ponerle nombre?

— Ah... —me rasqué el cuello con la mano temblorosa— bueno, esto... Ah... —miré a otro sitio— yo... Sólo... No me gustan los niños. Es todo.

Ella asintió y escribió algo en sus papeles, poniéndome ansioso al instante.

— Bien, Chae. ¿Por qué no te gustan los niños? —cuestionó tranquilamente— ¿Alguna vez te hizo daño algún niño?

De repente busqué en mi mente algo que jamás me había llegado a preguntar claramente, y pensé: “¿existe un porqué?"

— No, nunca me ha hecho daño ningún niño... Es solo qué, cuando están cerca... —suspiré sintiéndome repentinamente agitado. Había empezado a hiperventilar— yo... No quiero que se acerquen a mí. En serio, es todo.

Ella no se inmutó, al contrario prosiguió a escribir en los papeles de nuevo y yo sentía mis palmas sudar frío. Quería salir corriendo de ahí, no sabía por qué estaba sudando, me sentía mareado y quería vomitar.

— ¿Alguna vez le ha hecho daño a un niño o lo ha pensado? —preguntó mirándome directamente a los ojos.

— ¡Claro que no! —respondí inmediatamente y un poco molesto— si algo no me agrada, lo evito y ya está. No me gustan esas... Criaturas, así que las evito, todo el tiempo que puedo.

Jugué con mis manos y mis piernas estaban tan inquietas que quería ponerme de pie.

— ¿Y cuando no puedes? ¿Qué ocurre entonces? —susurró llamando mi atención al instante— Respira profundo. Estas teniendo un ataque de pánico tan solo de hablar de ellos.

De repente sentía un nudo en la garganta y mis ojos comenzaron a picar.

— C-cuando no puedo evitarlos y los veo con sus grandes sonrisas tratando de ser amables conmigo... —sollocé apenas dándome cuenta que mis mejillas comenzaron a empaparse momentos atrás— siento que soy una mala persona. —tomé los pañuelos que aquella amable mujer me ofreció, pero contrario a calmar mi llanto, aquello solo abrió más profundamente una herida que me negaba a abrir para que sanara correctamente— Y cuando s-sus padres me miran con molestia p-por evitarlos, me siento todavía peor...

Nunca había admitido eso en voz alta. Siempre había guardado mi tristeza para mí mismo y había actuado como si nada frente a los demás, pues sentía que eso no era algo que pudiera explicar o que ellos pudieran entender.

— Lo has hecho muy bien, Chae... —sonrió con amabilidad, mirándome con tal gentileza que tuve ganas de darle un abrazo para que me transmitiera un poco de la calidez que destilaba.

Mis lágrimas salían silenciosamente y aunque me limpiaba una y otra vez, siempre acababan por empapar mi cara una vez más.

— Lo siento. —susurré después de un rato sintiéndome avergonzado por mostrarme de esa manera frente a alguien que no fuera mi padre.

La mujer negó.

— No te disculpes. Es bueno sacar todo lo que hay dentro, pues el simple hecho de que estes conversando conmigo de algo tan personal, ya ha sido un poco difícil ¿verdad? —asentí cabizbajo— Y déjame decirte que lo que sientes tiene nombre. Se llama Paidofobia y el primer paso para dejar esa fobia de lado es identificarla.

De repente sentí algo extraño en el pecho.
Era una situación inexplicable y casi cómica.

De alguna forma sentía que esto era parte de mí y que era el único que pasaba por todo eso, pero no era así. Había algo en mí a lo que recién le había dado nombre y sentí tan extraño como cuando eres un niño teniendo una pesadilla y de repente le das cara al monstruo y descubres que no es tan aterrador como era en la oscuridad del armario.

— ¿P-paidofobia...? —repetí en un susurro.

La amable mujer asintió.

— Así es. No quieres tener a los niños cerca, pero no es porque no te gusten, no porque te molesten, sino que se trata de un miedo irracional que puede llegar al pánico y que está ligado con un trastorno de ansiedad. —explicó— El miedo salta frente al estímulo como en todas las fobias, pero en este caso es con un niño o un bebé, y se producen los típicos síntomas de la ansiedad como mareos, sudoración, palpitaciones, náuseas, nerviosismo o dificultad para respirar... ¿Te suena?

La escuché atentamente y mi mente viajó al pasado, a cada una de las situaciones donde había estado cerca de los niños y aquel diagnóstico era realmente acertado.

— Yo... —de repente sentí que no podía articular palabras correctas y suspiré— no sé que decir.

La apacible mujer seguía con su expresión firme y cálida.

— No te preocupes, Chae. El primer paso para tratar un problema con nuestra salud mental es identificarlo, tal como cuando vas al médico por un dolor, lo primero que haces es examinar tu propio cuerpo e identificar exactamente qué parte es la que duele. Así mismo con la salud mental. —sonrió y acomodó sus papeles— el segundo paso es identificar su origen.

— ¿Origen? —pregunté un poco aturdido.

Ella asintió.

— Hace un momento pregunté si algún niño te había hecho algo y me dijiste que no. —asentí dandole la razón— Bien, Chae... Según mi experiencia laboral en este rubro, la mayoría de las personas que sufren de esta fobia es a causa de algún evento traumático en la niñez. Así que, Chae... ¿Hay algo en tu niñez que te haya afectado tanto?

Y entonces volví al pasado con esa pregunta. A un pasado donde ser un niño era lo suficientemente malo como para ser querido por la persona que me dio a luz.

Mierda.
Solo quería irme de ahí.

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