XXXII. ☆ Reconciliación ☆


Los dos días siguientes en Midwest fueron terribles en cuanto a Marco y a mí. Me evitaba, me ignoraba, si me veía cerca prefería alejarse y en el par de ocasiones en que nuestras miradas coincidieron me frunció el ceño, como si quisiera dejar claro que seguía molesto.

No me atreví a acercarme más o a insistir porque aparte de que sentía que él necesitaba ese espacio, no me veía capaz de decir algo que quitara la culpa de mis actos, simplemente no había justificación válida.

Solamente Beth sabía lo que había sucedido entre nosotros y aunque estuvo ahí para escucharme y darme apoyo, nunca negó el hecho de que estaba del lado de Marco y que ella también se enojaría si alguien le decía todo lo que yo le dije a él.

Luego de nuestra discusión recapitulé cada segundo de esa conversación y en cada vez solo lograba hallar más y más razones para que me odiara, lo cual me daba menos motivos para intentar buscarlo. Mi temor de siempre desde que lo conocí era herirlo y lo había hecho prácticamente desde antes de sentir algo por él, antes de que me diera cuenta.

Cuando el sábado llegó me sentía terrible porque no lo vería ese día y porque él seguía muy molesto conmigo. Por más que intentara no podía disimular lo afectada que me sentía y Ray lo notó cuando llegó a visitarme en la tarde a mi habitación.

—Llevas un par de días apagada. ¿Qué pasó con Marco?

El que asumiera de inmediato que el problema era con él solo daba fe de lo importante que era Marco para mí, tanto que Ray podía adivinar la verdad al primer intento.

Yo estaba recostada en mi cama sobre mi costado, observándolo de lado, ya que él estaba sobre la silla de mi escritorio. Me escuché suspirar, sentí los ojos pesados y las ganas de llorar se avecinaban muy lejanamente.

—Creo que me odia.

—¿Por qué?

—Le conté que me colé en sus sueños. Me odia porque cree que lo he manipulado como a una marioneta.

Ray puso un gesto de confusión.

—Qué tontería.

—No, Ray, tiene razón. ¿Nunca te has puesto a pensar en que manipulamos a los humanos por costumbre sin pensar que eso está mal? Ellos son personas, no juguetes, pero si queremos les hacemos creer lo que sea, les borramos memoria, les damos recuerdos falsos. ¿Qué nos da el derecho de hacer eso?

Ray tardó varios segundos en contestar, seguramente cavilando en que nunca se lo había planteado porque al igual que yo —y que la mayoría de brujos, supuse— nunca le vio contras a ese tipo de habilidades.

—No lo sé. Nunca me lo he cuestionado, solo es algo que sé hacer y que hago sin pensármelo mucho.

Guardé silencio; el tono de Ray no indicaba que fuera a sentir culpa de ahí en adelante o que fuera a pensar en lo que en realidad hacía, pero al menos fue honesto al responder. Suspiré otra vez, ahora sin enfocar nada en particular, pero sentía la mirada azul de Ray en mí.

—Creo que hasta ahí llegó mi paraíso —musité a la nada.

—¿Te vas a rendir y ya? —inquirió, sorprendido—. ¿Una discusión y abandonas todo?

—¿Y qué sugieres? —espeté, molesta—. ¿Qué le borre eso de la memoria para que no me odie? Oye, creo que eso no ayudaría mucho.

—No es la única solución. Sugiero que lo busques, que hables con él, que lo arregles. Si todos los humanos del planeta renunciaran a alguien a la primera discusión no habría ni una sola relación de más de un mes. Si te importa de verdad Marco, búscalo, haz que te perdone. Intenta con todo lo que tengas y ya si luego de eso él no accede, pues te vas con la frente en alto, pero al menos sabiendo que trataste. Recuerda que lo tuyo con él es temporal, no pierdas tiempo si no es necesario.

Desde que Marco me había dicho que tenía límites y que yo los había cruzado, no se me había atravesado en sí la idea de insistirle ni poco, no porque no me importara sino porque de algún modo tomé la situación como el contra que yo estaba buscando para no hacer sufrir a Marco a la larga. Era cobarde usar una discusión como justificación interna para darme un alto, pero ya se había demostrado que la valentía no era precisamente mi mayor virtud.

—No merezco a alguien tan bueno como Marco.

Ray soltó una risa hueca.

—¿Por qué?, ¿porque te has equivocado? —Lo fulminé con la mirada por estar burlándose de mí—. No somos perfectos, Karma, tenemos magia, es todo. Cuando metes la pata, la sacas con dignidad y pides disculpas; temo decirte que en temas del amor el orgullo es un mal enemigo. No temas pedir perdón.

Me senté en la cama, considerando las lógicas palabras de Ray. Seguía sintiéndome miserable, pero el cariño que le tenía a Marco se anteponía a lo negativo, yo lo deseaba conmigo y me dolía pensar que todo el avance que habíamos hecho se fuera al traste por mis errores.

Quizás como bruja siempre esperé demasiado de mí porque mi padre me hizo creer que lo que daba no era suficiente, y si eso era así, me estaba autoflagelando demasiado por un error, como si yo no tuviera el derecho de cometerlos.

Ese era el problema, que no me sentía merecedora de perdón porque tenía en la cabeza que yo no podía equivocarme, que era algo injustificable... pero la verdad no era así, yo tenía magia, pero no era perfecta. Ray tenía razón, ya había mandado todo a la basura, pero podía rescatarlo si lo intentaba.

Con un subidón de energía me levanté de la cama pensando rápidamente en maneras de disculparme. No tenía muy claro qué iba a decir o a hacer, pero sí sabía que no podía esperar hasta el lunes, yo necesitaba verlo ese mismo sábado. 

Ray me observó con una sonrisa mientras trajinaba por mi habitación buscando mi bolso pequeño, mi chaqueta y unos zapatos.

—¿Puedes llevarme? —pregunté, Ray ya estaba de pie.

—Tú solo dime a dónde.

—Primero al centro comercial a donde me recogiste hace unos días. Luego a casa de Marco.

☆☆☆☆☆

El viaje hasta el centro comercial y de vuelta nos tomó cerca de una hora así que cuando empezamos a acercarnos a la casa de Marco ya eran pasadas las tres de la tarde. En mi lugar en la moto llevaba una caja mediana y procuraba con mis manos y magia darle una buena temperatura fría para que no se estropeara. Cuando la moto de Ray se detuvo, me bajé con cuidado para luego darle el casco.

—Gracias, Ray.

Mi voz salió en un hilo bajito y yo creo que Ray notó la ligera enredadera de nervios que me empezaba a nacer en el estómago. Me daba miedo que no funcionara, que al final Marco dijera que esta situación era más de lo que podía soportar y todo acabara. Ray tomó mi mano para darme un poquito de apoyo y valor.

—Te perdonará —aseguró sin pizca de duda.

—Te oyes muy convencido —murmuré medio en broma.

—He pensado con lo que me has dicho que Marco es una persona inteligente. Ningún hombre inteligente le diría que no a una mujer bella que llega con helado a su casa. Habría que ser muy idiota.

Le sonreí en agradecimiento y asentí; Ray puso sus manos de nuevo en el manubrio y dijo que le escribiera cuando quisiera irme para pasar por mí. Lo vi alejarse y me dispuse a ir a tocar la puerta; para empezar, me tranquilizó escuchar únicamente el latido de Marco adentro pues sería más fácil si su padre no estaba.

Cuando iba a mitad de jardín solté una risa incómoda para mí misma porque caí en cuenta de que lo que estaba haciendo era lo más humano y adolescente que alguna vez había hecho. Llegar a casa de un chico que me gustaba para pedir perdón con helado me pareció entonces demasiado cursi y ridículo, pero no tuve intención de devolverme.

La caja era alta porque pedí cuatro tarrinas de helado y las pusieron en dos filas y dos columnas; no era pesada, aunque sí un poco incómoda de llevar, tanto porque debía estar en todo momento regulando el frío como porque me ocupaba casi todo el pecho.

Al llegar frente a su puerta, exhalé un suspiro antes de tocar. Escuchaba el corazón de Marco acercándose y cuando estuvo ahí a unos centímetros de mí con la puerta en medio, mi corazón se aceleró. Abrió pronto... y no pulió un gesto muy feliz que digamos.

—Hola —murmuré.

—Hola, Karma.

—¿Sigues odiándome?

Marco blanqueó los ojos.

—No te odio, pero sí estoy muy molesto.

—¿Podemos hablar? Por favor. —En su mirada no había un deseo de acceder, pero como no estábamos en Midwest no podía solo evadirme y tomar otro pasillo. Pulí una sonrisa culposa para intentar convencerlo—: Traje helado de Mister Kahoole. Sabores 27, 28, 29 y 30. Para que sigas con tu lista.

Marco miró la caja, tentado, luego a mí y noté que, aunque de mala gana, quiso reprimir una sonrisa. Abrió más la puerta, indicándome con su mano que pasara.

—Solo porque no quiero que el helado se derrita —aclaró.

Esperé a que cerrara la puerta para que caminase adelante con dirección a su cocina, una vez ahí dejé la caja sobre la mesa de piedra, la destapé para sacar las cuatro tarrinas y las empujé un poquito en su dirección, dudosa.

—Solo traje cuatro porque no podía cargar más —dije, intentando no quedarme en un silencio raro.

—Con una bolita era suficiente, no debiste traer las tarrinas completas. En serio, no debiste, debieron costar bastante.

—Solo es helado, nunca es mala inversión.

—Pero ahora deberás venir con frecuencia para ayudarme a comerlo —replicó, medio ofendido, aunque a mí esa perspectiva me gustaba—. Seguiré enojado, pero podrás venir por el helado. 

Marco tomó casi a regañadientes tres de las tarrinas para ponerlas en su congelador, dejó afuera solo la del número correspondiente en lista y sacó dos platos pequeños para servir en cada uno con una cuchara normal, por lo que no quedaron en bolitas. Guardó el restante en el congelador y empujó uno de los platos hacia mí, que estaba en el lado opuesto de la mesa.

—Me saltaré del 1 al 27.

—Luego rellenas los del medio.

—Fresa, maní, lulo y galleta —anuncié, recordando el nombre de ese sabor 27. Le di una probada al mismo tiempo que él—. Está delicioso.

—Y no derretido, eso me sorprende.

—Lo mantuve frío de camino... ya sabes, puedo hacerlo... —Enseñé mis palmas como para aclararle a qué me refería, Marco me observó de lado, claramente receloso.

—Sí, puedes hacer muchas cosas.

Y esa fue mi señal para empezar buscar perdón.

—Te juro que lo lamento. No creas que no me importa nada, que lo que hice por diversión o que no me sentí mal al respecto. Porque no es así. La he pasado mal también pensando en maneras de decírtelo y en formas de mermar el sentimiento de que soy una horrible persona. Sé que no me justifica nada, pero... de verdad estoy arrepentida... no sé qué más decirte. En serio lo siento.

Marco comió en silencio otro poco de helado, indiferente, como si no me hubiera escuchado, pero yo sabía que sí porque su corazón me respondió en un cambio de velocidad. Ese sábado Marco llevaba puesta una camiseta descolorida negra y una sudadera azul que se notaba que era vieja, era ropa que no tenía el propósito de salir de casa, pero me pareció muy atractivo con su cabello sutilmente desordenado y ese aire informal que tenía.

—¿Lo haces con todo el mundo? —preguntó en voz baja, esta vez no sonó ácido, más bien curioso.

—Tú eres el único al que le he intervenido el sueño. Ray me enseñó a hacerlo, pero fui yo quien decidió decir que sí. 

Marco asintió sin mirarme, lejano.

—Me dijiste que me habías... emmm... hipnotizado. —Lo noté tragar saliva, incómodo—. No entendí eso.

—Nosotros tenemos la habilidad de doblegar voluntades si podemos mirar a los ojos a una persona. Es opcional, claro, no es que cada vez que me mires te hipnotice. El caso es que si quiero, puedo ordenarle a tu mente que diga lo que yo pida. Cuando hipnotizo a alguien no hay forma alguna de que me mientan porque su mente es mía, su voluntad es mía también.

Antes de ir a casa de Marco me juré ser muy honesta con él, tan directa y específica como él preguntara; no quería ocultar ni un solo detalle de lo que hacía porque entre más sincera fuera, más sabría él con quién se metía... y decidiría si hacerlo o no.

—¿Por qué no recuerdo eso?

—Siempre los humanos lo olvidan. Lo que me diga alguien en ese estado no queda guardado en sus mentes porque en teoría sus mentes no están trabajando para ellos, sino para mí.

—¿Cómo es eso de que casi me desmayo?

—Mismo principio: si tu mente no trabaja para ti, el resto de tu cuerpo sabe que algo va mal así que empieza con su protocolo de alerta y protección, haciendo que tus funciones empiecen a apagarse. Dejas de poder usar los brazos, de moverte, respiras lento, tu corazón se va desacelerando... solo puedo hacerlo por unos minutos porque si pasa más, tu corazón finalmente dejaría de latir. El día en que casi te desmayas fue porque me pasé un poco con el tiempo, entonces tu cerebro estaba empezando a debilitarse. ¿Recuerdas que una vez te dio muchísima tos cuando estábamos en un pasillo?

—Sí. Eso no me pasa con frecuencia.

—Fue ese día. Cuando la hipnosis acaba, el cuerpo quiere tomar de sopetón el aire que siente que le falta, así que te ahogas en tos.

—¿Qué me preguntaste?

Mordí mi labio recordando, segura de que la respuesta no le gustaría mucho.

—Sobre Gris y Diego. Sobre si ellos eran malas personas con alguien o si solo era conmigo. Te pregunté qué pensabas de mí, me dijiste que mis ojos no te gustaban, pero que me considerabas bonita. Me dijiste que, si te pedía no contarle algo sobre mí a tu amiga, no lo harías porque eras leal con tus amigos y eso me incluía, también mencionaste mi dibujo de artes y lo mucho que te gustó.

Marco desvió de nuevo la mirada, molesto. Sabía que escuchar eso lo frustraba, pero tomaba como ventaja que no me hubiera mandado a volar todavía. Parecía dispuesto o necesitado a tener primero todas las respuestas.

—¿Es decir que si me hipnotizas puedes sacarme hasta los más profundos secretos?, ¿así no más?

Su mirada se clavó en la mía con seriedad.

—En teoría, sí.

—¿Lo has hecho?

—No. Aquella vez cuando casi te desmayas me sentí muy culpable porque todo lo que me dijiste era noble, sincero, dulce. Es decir... yo siempre tengo mis reservas con todas las personas, pienso que todas tienen su lado malvado, pero tú no y entonces supe que yo era una hipócrita por recibir tu amabilidad para devolverte conductas engañosas. No creas que no me importó, Marco, porque me importas más que nada.

—¿Cómo llegaste a mi ventana? —Cambió de tema; di por sentado que el tema de la hipnosis ya estaba cerrado—. ¿Cómo haces eso?

—Ray me ayudó a subir. Luego yo destrabé el seguro y entré. Coloqué en la puerta un poco de magia, es un truco de silencio de modo que lo que dijéramos ahí, no fuera escuchado más allá de las cuatro paredes para no despertar a tu papá.

Marco se irguió de repente, incómodo, como si no tolerase escuchar una palabra más. Llevó su plato ya vacío al lavaplatos y quedó de espaldas a mí mientras lo lavaba.

—He intentado recapitular con detalle las veces en que fuiste nítida en mi sueño... es decir, cuando no era un sueño sino tú y no sé qué pensar al respecto. Me siento avergonzado contigo por muchas cosas que dije e hice... —Su corazón se aceleró de tal manera que adiviné que estaba muy sonrojado; más culpable me sentí—. Tú me dijiste en la última ocasión que yo era muy atrevido en mi sueño... y de verdad estoy apenado por eso, Karma. Es que no... ay Dios... no hay forma de explicarte la vergüenza que me da pensar que te dije todo eso o que me comporté de esa forma molestándote. Jamás haría algo así con quien no tengo la confianza suficiente. Lo lamento por...

—No me pidas disculpas —interrumpí—. Acá nada es tu culpa.

—No digo que sea mi culpa, digo que no debí ser tan lanzado.

—No me incomodó —musité en voz baja. Marco cerró la llave del agua, pero no se giró de inmediato—. Primero que todo, era tu sueño y aunque te engañé, tenías el derecho de actuar como quisieras. Segundo, me gustó... lamento si sueno cínica, pero esa es una verdad enorme, me gustó todo.

—No —riñó—. No puede ser porque recuerdo que en las tres ocasiones te fuiste enojada. La primera vez fue... —Marco se dio la vuelta para mirarme; en efecto estaba tan colorado como una remolacha— fue porque te quise besar, porque te besé, mejor dicho y sin que tú lo pidieras. La segunda porque te pedí besarme y no precisamente con dulzura. La tercera porque me estaba insinuando a ti. Yo tengo en la mente todo lo que dije, todo lo que hice y... y saber que no fue del todo decente es incómodo porque no quiero que pienses que te estaba faltando al respeto. Tú estabas enojada en las tres veces y me puse a pensar que en realidad no tenías intenciones raras al meterte así en mi habitación, me dijiste que solo querías hablar con sinceridad, pero yo lo volví raro y por eso te ibas alterada. Que no justifico que lo hicieras, sigo molesto porque me engañaste, sin embargo tú ibas a hablar y te creo eso y yo... pues... ya sabes.

Comprendí su punto y estuve a punto de soltar una risa. Solo sonreí, dispuesta a explicarle pero sin moverme de mi lugar para no espantarlo.

—No me iba enojada.

—La tercera vez incluso no me pediste que durmiera, solo te fuiste. Si eso no es enojo...

—Es tentación —completé, callándolo pero sintiendo ahora los nervios en los hombros—. Las tres veces me fui alterada, pero conmigo misma porque para mí era real lo que pasaba entre nosotros, pero para ti no porque creías que era un sueño. La primera noche estuve a punto de besarte en los labios y con a punto me refiero a que me fui justo antes de hacerlo porque no podía permitir que nuestro primer beso fuera irreal para ti. Cuando me besaste en el cuello me alborotaste todo por dentro y debía irme o iba a equivocarme mucho peor. La segunda vez me pediste que te besara y el sonido de tu corazón me llamaba a gritos, de nuevo quise dejarme llevar, pero solo era real para mí así que me fui corriendo antes de que me hicieras ceder. 

—No estabas enojada conmigo —dijo, casi incrédulo.

—No. Estaba encantada de formas no del todo decentes. —El que usara las mismas palabras que él, lo hizo reír por primera vez en la tarde, lo que me envalentonó a decirle más—. El tú dulce me enamora, el tú atrevido me enciende.

Lo noté tragar saliva y sus ojos se dilataron un poco. Tuve que mirar hacia otro lado para centrarme en algo que no fuera su latido que me pedía a gritos que me lo comiera a besos en mil formas poco decentes.

—¿Planeabas realmente decirme en algún momento que te metías a mi sueño, que me hipnotizabas y todo eso? —preguntó, su voz sonó áspera y supe que hacía lo mismo que yo: distraer la mente.

—Sí. No sabía cuándo, lo admito, pero guardármelo no era una opción.

Sentía calor en cada fibra del cuerpo y tuve que quitarme la chaqueta para respirar un poco. Su corazón no planeaba volver a su ritmo normal, pero algo me decía que hacer algún comentario al respecto sería inapropiado.

—Sigo enojado —puntualizó.

—Lo sé. Solo dime si lograrás perdonarme. Me he jurado no volver a hacer nada de eso contigo y lo cumpliré.

—Puede que sí te perdone, pero hoy puede que no.

—Al menos dime que dejarás de ignorarme en los pasillos.

Marco rodeó uno de los dos laterales de la mesa que nos separaban, cauteloso y serio. Yo estaba sentada en la silla alta así que giré mi cuerpo un poco a medida que se acercaba para hablarle más de frente.

—Seguiré enojado por varios días. Bueno, no sé si enojado sea la palabra, solo sé que estoy contrariado y que debo procesar aún más todo lo que dije en esos sueños. Dime, ¿escuchas mi corazón ahora?

El cambio de tema me tomó desprevenida y me produjo un suspiro involuntario, peor ahora que había terminado de rodear la mesa y estaba cerca de mí, lo suficiente para ponerme mal. Asentí.

—Demasiado, de hecho. Si esta es tu manera de torturarme un poco en venganza, va saliendo de maravilla. Creo que me ahogaré.

—Estoy enojado —repitió, aunque esta vez sonó más como si quisiera convencerse a sí mismo—, así que no creas que esto es porque se me quitó el enojo.

Marco dio un rápido movimiento y me besó.

Jadeé como si fuera algo que esperaba con cada parte de mí, mis manos subieron en automático a su cuello, separé mis rodillas para que él se acercara más pues seguía sentada y ponerme de pie no parecía ser conveniente. Marco alojó sus manos en mis muslos, crispando los dedos con fuerza sobre la tela de mi jean. Había tal hambre en sus labios que mi mente dejó de funcionar a la vez que permitía que devorase los míos.

Marco cuando quería era agua, era calma, era paz, pero cuando se lo proponía podía ser fuego, lujuria y tentación.

Arrastró su boca por mi mentón, succionó el espacio tras mi oreja, sentí sus dientes suavemente en mi cuello mientras mis manos intentaban ganar tiempo en su cabello, ganar ventaja y distracción para no quitarle la camiseta en ese instante. Gemí una vez elevando la cabeza, embriagándome de todo Marco, de sus manos que me atraían a él empujándome por las caderas, de su lengua que se paseaba con ímpetu por mi piel, de su corazón que me arrebataba cada aliento.

Pese a tener la mente nublada y el cuerpo hecho gelatina, logré percibir un tercer latido en la atmósfera y supe que su padre estaba a punto de cruzar la puerta desde la calle. Bajé mis manos a sus hombros, empujando suavemente y a regañadientes terminando el beso. Marco me miró con unos ojos depredadores que me calentaron cada célula que faltaba, sus mejillas estaban coloradas, sus labios hinchados, era la imagen de la lujuria en todo su esplendor; era el reflejo de mi propio aspecto.

—Tu padre va a entrar —anuncié, usando una voz sorprendentemente gatuna.

—Quizás debimos haber hablado en mi ático —soltó, aún con restos de su lado atrevido. Pulí una sonrisa tal vez igual de pícara que la de él. Casi de inmediato la puerta principal a lo lejos se abrió. Marco se alejó dos pasos de mí, aclarando la garganta—. ¿Se me nota mucho que...?

—¿Qué estabas a punto de hacer cosas indecentes con alguien? —completé, burlona, mirándolo de arriba abajo y sonriendo al confirmar que sí se le notaba—. Sí, bastante.

Marco corrió hacia el congelador y sacó la tarrina de helado que ya había destapado, luego volvió a mi lado, quedando convenientemente oculto tras la mesa de piedra. Por poco me echo a reír por la situación, pero su padre entró a la cocina y al verme, sonrió cortés.

—Hola, pa.

—Hola.

—Pa, ella es Karma, una compañera de la preparatoria.

En pro de ayudar un poquito a Marco dándole tiempo para que la sangre le subiera de nuevo a la cabeza y su padre no viera algo indebido, rodeé la mesa para saludar al señor. Noté que el señor, igual que Marco el día en que me conoció, dio medio pasito atrás al verme tan alta (más porque él era incluso más bajo que su hijo) pero tomó mi mano para estrecharla con educación.

—Mucho gusto, señor. Karma Blair.

—Alan —respondió—. No sabía que tendríamos visita.

—Mil disculpas, no avisé que vendría. Estaba con un amigo cerca, pero tuvo que irse así que compré helado y pasé un rato. Necesitaba de todas maneras unos apuntes de inglés, así que... acá estoy.

—Oh, bueno, no hay inconveniente. Seguro que eres mejor plan para Marco que yo y mis películas aburridas, como él las llama.

Ambos giramos a mirar a Marco. Me sonrojé de forma violenta cuando lo vi desde esa perspectiva porque ni toda la distracción del mundo lograría que el señor Alan no notase el estado del cabello de Marco o la hinchazón de sus labios. Hay vergüenzas en la vida y luego está esa en la que uno de tus padres te ve antes, durante o justo después de un acto indecente.

—¿Quieres helado, pa? —dijo Marco en voz baja.

—No ahora, pero quizás más tarde.

—Sí, igual traje la tarrina completa —comenté.

El momento se había convertido en una situación incómoda y para mí fue peor cuando me imaginé cuál sería mi aspecto si el de Marco estaba así. Me tenté mucho de borrarle la memoria al señor Alan para que evitara pensar cosas que sí eran ciertas, pero que eran bochornosas para nosotros; descarté la idea de inmediato.

Nos miramos en silencio unos segundos hasta que el señor Alan, con una sonrisa burlona, habló:

—Iré arriba a tomar una siesta. —Observó con intención a Marco—. Pero puedo bajar en cualquier momento.

—Papá... —reclamó Marco, abriéndole mucho los ojos.

El señor lo ignoró y dirigió su atención a mí.

—Fue un gusto, Karma. Espero verte alguna otra vez por acá.

—Gracias, señor Alan. Y el gusto es mío.

Nos asintió y se retiró. Escuché con atención cada uno de sus pasos subiendo la escalera y luego una puerta de una habitación cerrándose.

Apoyé entonces las manos en la mesa de piedra, en silencio, ojeando a Marco en el otro extremo. Cuando nuestros ojos coincidieron, nos echamos a reír.

—Tu padre es gentil —musité, riendo.

—Me reclamará más tarde, lo sé. Él no es idiota y estará pensando lo peor.

—No hay que ser muy listo para sacar conclusiones. Deberías mirarte en un espejo.

Se sonrojó y por instinto llevó sus manos a su cabello, aplacándolo impaciente a su estado normal. Seguía del otro lado de la mesa, sentado y con gesto entre arrepentido y avergonzado.

—He roto la regla 1 de nuevo, pero como tú hiciste cosas peores, lo dejaremos como que estamos a mano.

—¿Ya no estás molesto?

—Sigo molesto —dijo por décima vez, pero esta vez sonrió—, pero estamos a mano.

—¿Así que esto fue tu manera de cobrarme por meterme donde no debía?

—En parte era el plan. Pero la venganza acabó luego de los primeros dos segundos, después de eso me dejé llevar y no me siento feliz al respecto, por si preguntas.

—¿Ah, no? Yo te sentí muy feliz.

—No presiones, Karma.

Solté una risa antes de rodear la mesa de nuevo y llegar a su lado, esta vez fue él quien se giró en la silla para darme la cara. Puse mis manos en sus hombros sin intención de nada; creo que por esa tarde había tenido suficiente entre la culpa, el helado, el deseo desmedido y el pedir perdón. No necesitaba más emociones fuertes.

—Te prometo que jamás volveré a manipularte de modo alguno. Eres muy, muy especial para mí y no quiero que lo dudes.

Sus ojos brillaron, sonrieron.

—Bueno, pero si te lo pido, no me enojaría.

Solté una carcajada frente a él. Sus manos habían aterrizado en mis caderas e igual que yo hice un rato atrás, separó sus rodillas para que me acomodase en ese espacio.

—¿Qué?, ¿y todo el rollo de sentirte mal porque...?

—No te pediré que me manipules o me hipnotices —aclaró—. Pero si digamos, quisieras colarte en mi habitación una noche de estas, no me enojo porque ya sé lo que haces.

Sus palabras camuflaban una invitación que me hizo hervir por dentro, pero lo disimulé blanqueando los ojos.

—Eres un atrevido.

—Solo porque me dijiste que te enciende.

El Marco atrevido era real ahora y puedo asegurar que él lo disfrutaba, también adiviné que, dado su desparpajo para ser así, hasta ese momento se estaba conteniendo conmigo por cortesía. Me había dicho en uno de sus sueños que si yo le diera luz verde no me comería solo con la mirada y creo que con lo que ahí había pasado, se la di sin darme cuenta... al menos él lo creía así y de momento solo podía sentir una especie de alivio de saber que sí sería atrevido conmigo de ser preciso.

Me incliné y lo besé, aunque esta vez con mucha delicadeza y solo duró un par de segundos.

—El trato sigue en pie. De hecho, no debería ni estar besándote.

—¿Es decir que hay más por saber? Creía que con esto se llenaba la lista.

—Claro que no. Aún me quedan un par de secretos.

—¿Y no me los puedes decir mientras te beso en mi ático por horas y ya?

Sus dientes atraparon su labio inferior a la vez que meneó sus cejas arriba y abajo con un aire seductor que podía conmigo. Vale, el Marco atrevido me estaba sorprendiendo más de lo que alguna vez admitiré. En mi naturaleza está el ser orgullosa y aunque por dentro me prendía de escucharlo, el otro lado de mí se ponía en alerta gritándome no dejes que te lleve la delantera. Jamás me proclamé santa y ahora que Marco y yo estábamos en ese punto de no solo coquetería, sino coquetería picante, no iba a mostrarme ni tímida ni mojigata.

Mi cabeza se inclinó hacia su oído y ahí le hablé en voz baja:

—Tú y yo sabemos que si me besas en el ático igual que como acabas de hacerlo acá, tu padre ya no estará para interrumpir y no habrá manera de hablarte de nada.

Marco ejerció presión con sus manos en mi cintura para acercarme más pese a que ya no había distancia que quemar. Me sonrió de lado, con ese gesto que me encantaba tanto, su sonrisa de conquista.

—Creo que podríamos controlarnos.

—Habla por ti mismo.

Me solté de él, dejándole un gesto atontado en la cara y los brazos vacíos, sintiéndome orgullosa de provocar eso en él. Tomé la tarrina de helado que ya parecía sopa y pretendí salir de la cocina.

—¿A dónde vas?

—A la sala, ven conmigo. Vamos a comer helado y a mirar cualquier cosa en el televisor.

—¿Vienes unas cuantas veces y ya te sientes como en tu casa? —ironizó, tomando un par de cucharas y siguiéndome—. Que confianzuda.

—Si me dices que me vaya, me iré. Y es en serio, sin rencores. Ya hice lo que vine a hacer y salí más que premiada, así que...

—No te vayas. Helado y tú sí son mejor plan que mi padre y sus películas de los ochenta.

Tomé eso como invitación a sentarme en el sofá de siempre así que lo hice, haciendo un ademán burlón a Marco para que se sentara lejos de mí.

—Quizás sea mejor que guardemos distancias.

Marco se sentó en el otro extremo, con una sonrisa ladina. Tomó el control remoto para encender el televisor y luego me dio una de las cucharas que llevó.

—Me siento en este lugar, pero solo porque sigo molesto.

Ese era el otro Marco, el dulce, el tierno. El Marco que me enamoraba.

Pensé en la fortuna que significaba el poder tener dos personas en una sola, la que prende el cuerpo y la que conmueve el corazón; en los años que había vivido y viendo a través de mis ojos no-humanos a las personas había descubierto que la gran mayoría solo conseguían la mitad. O les derretían el corazón con fuerza, o les encendían el cuerpo con pasión. Había un tercer grupo que sentía parte de ambas cosas pero nada realmente intenso, era como querer y desear a alguien, pero no amar con locura y querer devorar salvajemente.

Con Marco sentía que estaba en ese cuarto grupo pequeñito y afortunado en que se siente de todo con locura, con desenfreno, con cada parte interna y externa del ser.

Marco era un tesoro que por cosas de la vida había caído en mis manos y al cual quería aferrar con fuerza solo para probarme si todo ese cóctel de emociones era ilimitado.

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