XXVII. ☆ Estallido de estrellas ☆
Observé a Marco inmóvil por tanto tiempo que empecé a pensar que estaba mirando una fotografía y no su cuerpo real. El único movimiento de su parte era el parpadeo de sus ojos, y lo único que yo escuchaba era el latido de su corazón que de a poco disminuyó velocidad hasta dejarme con la melodía tranquila que me calmaba.
Marco estaba sentado de forma muy conveniente en un espacio que recibía el sol por un hueco específico entre el ramaje de arriba, así que de cierto modo daba la ilusión de que la luz lo enfocaba a él adrede. Puede que fuera una broma de la vida para que no pudiera dejar de mirarlo; funcionó, por supuesto.
De un segundo a otro, Marco movió su cara y buscó mis ojos. No dijo una sola palabra pero el que cambiara tan abruptamente de posición fue como un grito para mí y me enderecé en mi lugar, destensando las piernas, devolviéndole la mirada.
—¿Estás bien? —pregunté.
Marco ya no tenía la expresión de miedo ni de shock, pero sí lucía serio, no tenía intención de darme una sonrisa. Se veía calmado... quizás confundido. Se levantó de su lugar pero no me atreví a ponerme de pie también, observé sus movimientos lentos en mi dirección hasta que al llegar, se sentó a mi lado en la misma tierra. Dejó las rodillas flexionadas y ladeó el rostro para mirarme.
—¿Puedes... puedes hacer eso de las hojas de nuevo?
Su tono salió muy bajo y dudoso, era como si él mismo se estuviera reprendiendo por decir esas palabras que hace unas horas de seguro le habrían parecido absurdas. Asentí y sin moverme, levanté mi mano derecha para volver a hacer que las hojas se levantaran, esta vez sin embargo, Marco no miró el espectáculo sino que examinó mi palma que daba el movimiento a todo.
Luego de unos segundos estiró su mano, empujando la mía hacia abajo; las hojas cayeron y él no retiró sus dedos de su lugar sino hasta varios latidos después, como si quisiera estar seguro de que había apagado la magia.
El silencio fue demasiado largo como para que yo lo soportara.
—Dime algo. Lo que sea, incluso si es un insulto o una ofensa. No soporto tu silencio.
Marco obedeció y tomó aire para hablar con tono solemne:
—En realidad no besé a Helena en nuestra cita.
Fue tan aleatorio el comentario que solté una risa que me sacó todo el aire contenido de los pulmones. Marco también rió, aunque no estaba precisamente con el humor sobre los cielos.
—Bueno, no es el alivio que esperaba, pero sí es uno muy grande, gracias.
Marco carraspeó y sin mirarme, preguntó:
—¿Esto... esto de la magia...? Creo que necesito más información.
—En definición soy una bruja —confesé, algo más tranquila—. Sin escobas ni nariz larga, pero una bruja. Toda mi familia lo es, obviamente. Ray también lo es... y su familia... —Me sentí estúpida de no saber qué decir. Nunca me había planteado qué responder ante la duda de quién era yo, y ahora no tenía idea de qué esperaba él que le dijera—. No sé muy bien qué decir. Puedes preguntar lo que quieras, creo que así es más fácil.
—De acuerdo... no vuelas en escoba —tanteó.
—No.
—Ni eres una vieja amargada, fea, con verrugas y una gran olla hirviendo en su casa.
—Fea y amargada los dejo a tu criterio, pero no soy vieja ni hago pócimas verdes y burbujeantes.
Marco soltó una risa sincera y lo vi destensar un poco los hombros.
—Creo que no debimos hablar de Crepúsculo antes porque aunque me siento estúpido de preguntar, debo hacerlo: ¿cuántos años tienes?
Solté una carcajada.
—Diecisiete cumplí en noviembre.
—Y este año cumplirás dieciocho, ¿verdad? No es que lleves cien años cumpliendo diecisiete.
—Estás traumado con los Cullen, ¿eh? —Marco se encogió de hombros, riendo—. No. Nací en el año 2001 y posiblemente moriré a los ochenta o noventa si llevo una vida sana. No soy inmortal.
—Me alivia saberlo.
—Tampoco tengo mega velocidad o super fuerza.
—Hubieras escogido mejor ser vampira —bromeó—. ¿Aparte de magia... tienes algo... emmm... no-humano?
El titubeo me hizo pensar que quizás las primeras palabras que cruzaron por su mente fueron algo como "anormal", "extraño" o "antinatural" pero por respeto no las dijo.
—Mis sentidos son más desarrollados. Veo mucho más lejos y definido que un humano, escucho demasiado, mi olfato también es mejor que el de un humano, pero no extremadamente como los otros dos sentidos. Tengo reflejos extraordinarios y la tendencia a hacer excelente todo lo que quiera. Físicamente tengo más resistencia que tú, es decir, no puedo levantar un árbol pero si echamos a correr montaña arriba, me cansaré mucho después, resisto varios minutos bajo el agua, cosas así. A grandes rasgos soy como un humano mejorado y con magia, eso es todo.
—Eso es todo —repitió, medio irónico—, lo dices como si no fuera nada. ¿Ser tan alta es porque eres... eso...?
—Bruja. Dilo.
Marco rió.
—Es que he usado toda la vida el "bruja" como una ofensa, me siento mal de decirlo para definirte.
—No, no es porque sea bruja —respondí su pregunta—. Eso es solo genética, mis padres son altos. Los de Ray igual, él es más alto que yo.
—Solo lo he visto en la moto, pero sí, se nota que tiene piernas de medio kilómetro de largo.
—Aunque lo... perdón si suena pretencioso, lo bonita que soy sí es algo influenciado por magia; tendemos a ser muy atractivos.
—No lo dudo.
Una corta risa afloró pero se apagó pronto con los ruidos naturales del bosque; el mecer de las hojas, el canto de algunos pájaros, la quietud del aire y el corazón de Marco fue todo lo que se escuchó en mis oídos por un largo rato.
—Marco, ¿qué piensas?
—¿De qué?
Lo observé con una ceja enarcada, elevando mi palma como si quisiera enseñarle el lugar en donde estábamos.
—De todo esto, de mí.
—Estoy algo... sorprendido. Muy sorprendido, de hecho. Hace unas horas me gustaba mi compañera de clases y ahora me gusta una... compañera de clases mágica. Es algo... surreal.
Noté que volvió a omitir la palabra bruja pero esta vez lo dejé pasar.
—¿Aún te gusto? —pregunté, más impresionada de lo que quería.
—La verdad depende un poco... ¿has hecho algo... algo mágico conmigo? Decir "amarre" suena feo pero usaré esa palabra para que sepas a qué me refiero, no te ofendas.
—No me ofendo. Y no, no te he hecho un amarre. De hecho... creo que eres tú el que me ha hecho algo.
—¡No he hecho amarres, te lo juro! —Le di un codazo a Marco para que supiera que no me refería a eso; se sonrojó un poco—. No he hecho nada.
—No adrede. Pero me atraes... muchísimo. Y no es por sonar romántica, es algo muy literal, me... —Aclaré la garganta, algo incómoda— me idiotizas, me vuelves loca.
—¿Y por qué? No tengo problemas de autoestima, pero, vamos, pudiste elegir mejor, quizás a un atleta o a alguien más alto que tú.
Lo dijo en tono bromista que nos hizo reír pero yo tuve la necesidad de responderle con seriedad.
—Es tu corazón —confesé—. Lo escucho y no es como los demás corazones. ¿Recuerdas el día que nos vimos la primera vez?
Sonrió al evocar el recuerdo.
—Cuando me pediste una caja de mezcla de pastel de bien arriba aún siendo más alta que yo, sí, lo recuerdo. Esa noche le dije a Beth que eras una rarita. Me pareciste muy rarita, lo siento.
—Fue tu corazón —seguí—. Esa noche cuando entré al supermercado, lo escuché. Los latidos siempre son relativamente iguales, pero no el tuyo. Haz de cuenta que escuchas muchas voces en un aula pero de repente una grita, entonces le prestas más atención. Tu latido me gritó. Sigo sin saber por qué pero eso no ha cambiado. Cuando te vi en clases el primer día en que fui a Midwest, memoricé sin querer tu latido. Desde entonces no deja de gritarme, lo escucho a lo lejos, me desconcentra cuando estás cerca en un salón conmigo, me enloquece en algunas ocasiones porque me alborota por dentro.
El corazón de Marco me respondió y empezó a agitarse dentro de su pecho.
—¿Lo escuchas ahora?
Tragué saliva, comenzando a sentir esa intranquilidad ya conocida pero que por la tensión de la confesión había podido mantener a raya hasta ese momento.
—Sí. Se está acelerando. —Me mordí el labio inferior tan fuerte que me dolió; su latido seguía acelerándose, seguía enloqueciendo y a mí con él. Me secó la garganta y tuve que moverme un poco para dejar unos centímetros más de distancia con Marco—. Sé que no lo controlas, pero intenta calmarte ya.
—¿Qué sientes al oírlo? —preguntó, con genuina curiosidad, mirándome fijamente.
Él no era consciente del efecto que tenía en mí y por eso lo dijo con tanta frescura, no sé qué se pasó por su mente al decirle que lo escuchaba muy fuerte pero de seguro no lo relacionaba con mi deseo físico por él. Me debatí entre si ser honesta y ponerlo incómodo o inventar algo que no me hiciera quedar como una adolescente incontrolable.
No pude pensar realmente, así que mi respuesta fue muy instintiva.
—Me seca la garganta. Me dispara el pulso también. Me ciega el resto de sentidos y solo puedo concentrarme en tu latido. —Apreté los párpados con fuerza—. Me provoca un cosquilleo en el estómago y unas ganas tremendas de... —Nada violento, nada que lo espante, me dijo mi interior. Carraspeé, sintiendo que se me iba el aire—... de besarte. —Sus latidos se multiplicaron todavía más y un jadeo lastimero se me escapó—. Debo... debo... quédate ahí.
Me levanté de un tirón y dejé varios metros entre nosotros. Lo miré desde un árbol alejado, él se puso en pie también pero no se movió, de momento obedeciendo mi petición; el cambio por la distancia no fue mucho pero no tenerlo inmediatamente cerca sí era una ayuda. Cerré los ojos con mi teoría de "si no lo veo, no lo deseo" en la mente y aguardé varios segundos antes de abrirlos de nuevo.
—¿Por qué no lo has hecho? —dijo desde su lugar—. Besarme. ¿Por qué no lo has hecho? ¿es malo? ¿me robas el alma o algo así si lo haces?
Quise reírme pero simplemente no pude; estaba en modo solo pensar en Marco y todo ingenio desapareció dentro de mí. Me pasé las manos por el cabello, terminando de recobrar el aliento y negando con la cabeza.
—No, no te robaría el alma.
—¿Entonces?
¿Entonces?, me repitió mi interior.
Busqué respuesta, busqué varias y hallé algunas, de momento ninguna me parecía lógica pero tuve que decirlas en voz alta para que Marco sí les hallara lógica.
—Quiero que sepas todo sobre mí antes de que me beses. Siento que de otro modo te estaría engañando... queda mucho por saber y... no sé, no quiero que después te sientas traicionado.
Marco dio un paso dubitativo en mi dirección; al notar que no me oponía, dio otro y otro, lentos pero firmes.
—No me has prometido nada, no tendría por qué sentirme traicionado. —Se acercó más hasta que lo tuve a treinta centímetros de distancia; su latido volaba y no me dejaba escuchar su voz con claridad—. Un beso no mata a nadie.
Mis ojos lo observaban con detenimiento a medida que acortaba espacio, el movimiento de sus labios diciendo aquello me encandiló por dentro, había un retintín ronco en su voz y eso hacía que mi cuerpo se pusiera mal. Mi mente viajó rápidamente a la visión que ya tan bien conocía y el deseo de convertir ese beso en realidad se instaló en mi pecho.
Había tenido varias oportunidades de besarlo antes y aunque las había desperdiciado por diversos —y según yo, válidos— motivos, todos se desdibujaron ahí en ese bosque con él enfrente y la soledad que nos rodeaba.
Las manos de Marco se engancharon dudosas a las solapas de mi chaqueta, como si diera un paso muy pequeñito esperando que lo detuviera. Su latido me palpitaba en los oídos, bajo la piel, en el estómago y en cada poro, me dejó en blanco igual que aquella vez en la clase de inglés, me borró el resto del mundo, dejándome solo a Marco y su cercanía.
—Marco... no me dejas pensar.
—Solo un beso.
No sé si él dio el paso o lo hice yo, pero sé con el alma y las manos temblando, nuestros labios coincidieron.
El primer beso duró un suspiro y Marco retrocedió, quizás esperando que me alejara o que le diera permiso. Abrí los ojos ese segundo de quietud en que hasta el palpitar de Marco se desapareció de mis oídos, fue solo un instante en que el tiempo se detuvo para que le viera los ojos oscuros y entregados, y entonces todo cobró vida de nuevo cuando subí mis manos a su espalda para devolverle el beso con fuerza, con necesidad.
Mi imaginación muchas veces recreó cómo sería el besarlo, si quizás sentiría un destello sensorial o si vería luces brillantes tras mis ojos cerrados o, si por el contrario, me iba a decepcionar porque no era tan maravilloso como lo había idealizado.
Fue mejor que todas mis imaginaciones sumadas. Fue más que inesperado y placentero; hubo una explosión dentro de mí, un resplandor fiero que me desordenó todo por dentro. Era como si mi cielo siempre hubiera estado negro y al besarlo las estrellas tras mis ojos salieran a sonreírnos.
Mis manos viajaron a su espalda para ceñirse a su camiseta a la vez que nuestros labios chocaban, poseían y marcaban territorio. Marco me acarició el cuello con las yemas, enterró los dedos en mi cabello, movió sus labios sobre los míos tan lleno de pasión que un jadeo se me escapó. Retrocedí sin darme cuenta hasta el árbol más cercano y reposé allí la espalda por temor a que mis piernas me fallaran. Marco soltó mis labios para darme aire y para recorrer mi cuello con prisas, con pasión, como si temiera que tuviéramos el tiempo contado. Cuando incliné mi cabeza hacia atrás suspiré audiblemente, en el paraíso, mi paraíso; Marco era lo que nadie busca pero que todos esperan encontrar. Marco era todo.
Le enterré las uñas en la nuca cuando lo atraje de nuevo hacia mi boca; Marco mordió mi labio, lamió el deseo, acarició mi lengua y sostuvo mis miedos por los minutos que duró nuestro arrebato.
En ese momento yo no pensaba y hubiera continuado buscando saciarme de él hasta el cansancio de no ser porque él le dio un alto, dejando un último beso de cierre sobre mis labios. Sus manos estaban en mi mejilla y habló uniendo su frente a la mía.
Fue su voz entrecortada la que me trajo a la realidad:
—No te alejes, Karma.
No sé si fue la elección de palabras en sí o el trasfondo que tuvieron al llegar a mis oídos pero me tuve que separar de él en ese instante, jadeando, con el cuerpo alborotado y la urgencia de irme.
—Debemos irnos ahora —murmuré.
Vi en sus ojos desilusión automática porque mis palabras sonaron cortantes, enojadas, decepcionadas, como si el besarlo hubiera sido el peor de los errores. Me había pedido quedarme a su lado y con mi respuesta le decía que debíamos irnos, quizás no solo del bosque, sino de ese lugar que ahora habíamos creado donde nuestros labios juntos hacían magia.
No me hizo ningún reclamo, solo tomó su chaqueta del suelo y asintió, comprensivo, resignado, tal vez avergonzado, aunque logré ver un atisbo de humedad en su mirada. Puede que de frustración, puede que de tristeza, no lo supe.
Quise aclararle que no era él, que era yo. Que me había llevado al cielo en un largo y candente beso pero que al recordar mi posición supe que mi lugar era en la tierra, no allá arriba en el paraíso soñando con él. Quise decirle que las constelaciones que vi tras mis ojos al poseer su boca se habían apagado al ser consciente de que no seríamos nada a largo plazo. Quise confesarle que lo que sentía por él era muy complejo para yo decirlo y muy difícil para él aceptarlo. Quise, con una mirada, explicarle que moría de ganas de quedarme en ese bosque besándolo todo el día, dejándome llevar por el placer que me daba... Quise jurarle que no me alejaría aunque fuera mentira.
Quise decir mucho pero no pude verbalizar nada y él solo vio en mis ojos las ganas de alejarme, de huir.
No pude ni siquiera insinuarle que no me alejaba porque quisiera irme sino porque se me había encarnado ahora el deseo de quedarme con él, no ese día, sino toda la vida y que la imposibilidad de cumplir ese deseo me quemaba por dentro.
Así que en realidad no era él, ni era yo, eran sus estrellas y las mías que por más que deseara no estaban destinadas a formar parte de la misma constelación.
☆☆☆☆☆
Amo escribir los primeros besos y este par ya se debían el suyo 7u7... aunque Karma haya dañado el momento coff
¿Qué les ha parecido el capítulo?
Mil gracias por seguir acá <3
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