XV. ☆ Marco de ilusiones ☆
Cuando toqué en la puerta de la casa de Marco estuve a punto de dar media vuelta e irme, de repente la misión de rescatar al fénix me parecía ridícula y exagerada, además, eran cerca de las ocho de la noche —o eso creía— y no había avisado que pasaría por allí. ¿En qué estaba pensando?
Me dije que si en diez segundos no abrían la puerta, correría hacia la moto de Ray y le pediría que metiera toda la velocidad posible, pero al contar el segundo ocho, sonó la cerradura y al diez, Marco se asomó al abrir.
—Hola —dije, de repente muy incómoda.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y vaciló un poco.
—Qué sorpresa. ¿Qué haces acá?
La verdad, yo me lo pregunto.
—¿Vine a mala hora? —Retraje mi labio—. Mi celular murió, ¿qué hora es?
—Apenas son pasadas las ocho, no es tarde... —Marco balbuceó. Sé que es cruel, pero me alegró verlo tan nervioso como yo—. ¿Quieres pasar...?
—No, gracias. —Señalé tras de mí hacia Ray que seguía con su casco puesto y la moto en marcha—. Estoy un poco apurada, solo vengo a traerte algo.
Había dejado el fénix enrollado, apoyado contra la pared junto a la puerta y lo señalé para que Marco lo viera. Él lo tomó y en poco tiempo lo reconoció como su cometa.
—Mi fénix... ¿cómo lo encontraste? —Marco lo miró como quien recibe un tesoro y me sonrió ampliamente—. ¡Es mi cometa!
Me reí de verlo con ese gesto, pero el cielo sabe que no era por burlarme sino porque me encantaba. Señalé de nuevo a Ray, usando la excusa que ya había preparado.
—Ray conoce el parque al que fuimos y le conté por casualidad de la cometa prófuga y se ofreció a llevarme y ayudarme a buscarla. No fue difícil. Sé que es importante para ti, así que... ahí está. Eso era todo, te veo mañana...
Ondeé mi mano en su dirección para dar media vuelta y alejarme, mas, antes de que lo hiciera, sentí los dedos de Marco en los míos. Me tensé y me soltó de inmediato como si hubiera cometido la mayor de las faltas de respecto. Me pareció tierno.
—Espera... —En la otra mano tenía al fénix y se quedó estático cuando me miró los ojos. Lo vi tragar saliva—. Emmm... gracias.
—No fue nada. —Miré de nuevo a mis espaldas, usando a Ray como salida—. Ray me espera. Adiós, Marco.
Me alejé tan pronto como pude para subirme en la moto; al partir Marco seguía mirándome.
☆☆☆☆☆
La noche era fría y haber andado por tanto rato en la moto de ida y vuelta nos tenía las piernas entumecidas y el resto del cuerpo tembloroso así que propuse detenernos un momento a tomar algo caliente. Ray estacionó en una cafetería un poco lejana de mi casa y pedimos cada uno un café con leche, él pagó y tomamos una mesa.
—Realmente debe gustarte ese chico para haberme hecho ir hasta allá —dijo Ray en tono bromista—. Nunca había ido a un bosque en la noche a la caza de una cometa.
—No seas exagerado, no había tantos árboles como para ser un bosque.
En realidad, sí los había, pero quería evadir la parte de "te gusta ese chico" por ahora. Ray señaló con su índice mi cabeza.
—La ramita en tu cabello opina lo contrario.
Me palpé el cabello hasta que di con la dichosa ramita y la tiré al suelo en medio de una risa. Suspiré al darle un sorbo al café, y de forma ausente, retomé:
—Esa cometa era importante para él.
Ray me examinó en silencio unos instantes, y luego de beber de su vasito de cartón, preguntó sin rodeos:
—¿Tú sí eres consciente de la manera en que Marco te mira?
—Sí, una amiga me lo dijo. Sé que le gusto.
—Creo que es más que un gusto. —Con un tono más relajado, añadió—: A mí nadie me ha mirado nunca así.
—Es porque nunca le has rescatado la cometa a alguien, por supuesto. —Le di otro largo sorbo a mi café antes de suspirar de alivio por el calor que ingresaba a mi cuerpo—. ¿Crees que hago mal al tratarlo así?
—¿Así cómo? Yo te vi muy amable.
—Por eso. No quisiera que Marco se hiciera ilusiones que no son, es solo que... no sé, Ray, me nace tratarlo así. Cuando la tonta cometa se le fue puso un gesto tan triste que me nació la necesidad de devolvérsela. No lo puedo evitar.
—Karma, te diré esto con toda la sinceridad que puedo tener y con el respaldo de dos veces que he visto a Marco de lejos sin hablarle: cualquier ilusión que un humano promedio pueda hacerse con una chica, él ya la tiene contigo. No insinúo que dejes de tratarlo como lo haces, pero sí que sutilmente le quites esas ideas de la cabeza si no planeas tener algo con él.
Ray no lo sabía, pero yo ya había pensado todo eso y escucharlo de él solo lo hizo más real y cruel. Asentí, pero preferí dejar el tema ahí, no podía argumentar nada en contra porque la razón la llevaba Ray en cada palabra. Era consciente de que lo ilusionaba y si bien no lo hacía por ser cruel, saber que el resultado sería malo y aun así seguir, me convertía en automático en una mala persona... o bruja, lo que era peor.
☆☆☆☆☆
Marco me observaba con detenimiento, pero estaba ausente; me confirmó su falta de concentración cuando me quedé esperando una respuesta y él titubeó.
—Emmm... ¿dime?
—¿No me prestaste nada de atención? —reclamé, divertida.
Estábamos en un pasillo junto a mi casillero; las clases del viernes habían terminado ya y solo hacíamos tiempo hasta que la mayoría de estudiantes salieran para no perdernos entre la multitud que ansiaba salir primero.
—Lo siento.
—O estás distraído o mi conversación es superaburrida.
—O un poco de ambas —bromeó. Me reí y cerré la puertica de mi casillero—. No, perdón. Estoy distraído. ¿Qué decías?
—Que si es posible que hoy me des asilo y agua de llave como la vez pasada.
—¿De nuevo soy la última opción para cubrir a Raymond?
Su tono despreocupado fingiendo estar ofendido me arrancó una sonrisa.
—No, hoy eres la primera. La segunda es Beth y la última es irme al cine sola por un par de horas. Luego se lo cobraría a Ray así que no estaría mal tampoco.
—Me siento halagado —ironizó—. Y sí, sí tengo agua de llave hoy también. Vamos entonces.
Una vez tomamos mi bicicleta y empezamos a rodarla hacia su casa, pregunté:
—¿Cómo vas con tu lista de sueños? ¿O la olvidaste?
—Claro que no, ahí la llevo. No es muy larga por ahora, pero ya no está vacía.
—¿Me la mostrarías?
Una sonrisa retadora nació en la comisura de sus labios.
—Te la muestro si me cuentas cómo es todo el asunto de cubrirle citas a Raymond.
Torcí la boca, aceptando con la mirada el reto.
—Creí que ya lo habías dejado pasar.
—Soy paciente pero obstinado, no lo dejaré pasar hasta que me cuentes.
—¿Y si no te cuento nunca?
—Moriré viejo e intrigado.
Lo medité por un par de pasos y las palabras de Ray hicieron eco en mi mente "deberías dejarle las cosas claras"; supuse que esa forma de tocar el tema era una buena oportunidad para hacerlo, para decirle que Ray era mi novio o que le cubría "citas" que en realidad eran otra cosa o algo parecido que se me ocurriera para que él se bajara de sus ilusiones asumiendo que yo no estaba disponible.
—Bien. Tus sueños por mi chisme.
☆☆☆☆☆
Solo había estado en el sillón de la sala de Marco una vez, sin embargo, lo sentí muy familiar al sentarme a su lado ese viernes. Me ofreció soda, esta vez de naranja y encendió el televisor. Ya que el día era bonito y era más temprano que la última vez, no hizo falta encender la luz para claridad, al contrario, un rayo enorme y cálido de sol entraba por la ventana de la sala, dando un ambiente cómodo e iluminado.
—Y dime... ¿solo son tu padre y tú en esta casa?
Sabía que la respuesta era sí, en realidad solo quería sacarle conversación.
—Sí. Hace más de un año se divorció de mi madre y me quedé con él.
—Lo lamento.
—Yo no. Fue lo mejor. Creo que tomar caminos separados es más saludable que estar juntos y en guerra. Ellos ya no eran felices juntos, así debía ser. Ambos ahora tienen paz. Mi madre se fue a vivir con mi abuela y está trabajando en un modesto almacén, tranquila, feliz y mi padre sonríe más ahora que estamos solos. A veces el mayor acto de amor es dejar ir.
Enarqué una ceja mientras bebía de mi vaso.
—¿Crees que se aman?
—Veinticinco años juntos no dejan indiferente a nadie. Se quieren, pero de manera diferente. Se quieren porque ya no tienen que estar juntos, al menos así lo veo yo. Ambos niegan sentir, obviamente y puede que de cierta forma sea cierto, pero compartieron media vida y en el pasado se amaron y el pasado no lo cambia nadie. Hoy no hay nada, pero lo que hicieron ya no lo deshacen ni con magia; a ese amor me refiero, al fantasma.
—Qué raro funciona el amor —comenté medio en chiste.
—El amor es una rareza en sí.
—Qué profundo.
—Gracias, lo leí en la esquina de una revista.
Nos reímos al tiempo y ese sonido pareció llenar el lugar con una mágica calidez. El aire palpitaba para mí a nuestro alrededor y conversar me servía para desviar esa tensión que sentía al estar sola con él.
Cuando mis ojos cayeron en los suyos, una inusual descarga eléctrica me rebotó por dentro, percibí el espacio próximo a él distorsionado, el que nos rodeaba pequeño y el que estaba entre nosotros, gigante. Fue peor cuando —creo yo— él también lo percibió y su corazón empezó a acelerarse en un ascenso lento y acompasado, como si estuviera reprimiendo adrede que se desbocara para poder contenerse, quizás igual que yo lo hacía con él.
La mente se me enredó y empecé a divagar. ¿Qué tan arriesgado sería estirarme un poco y besarlo?
Analicé los pros y contras en el lapso de cuatro latidos.
Pros: primero: me apagaría el impulso que no me dejaba dormir, segundo: podría borrarle la memoria a Marco y hacer como que nada había pasado, tercero: tocar su cabello y hundir mis dedos en su suavidad, sin duda eso sería maravilloso.
Contras: primero: que me gustara tanto que terminara jodiéndome aún más, segundo: sentirme culpable de borrarle la memoria, tercero: alimentarle ilusiones a Marco si no podía borrarle la memoria por esa misma culpa.
Sí, los contras eran más pesados así que desvié la mirada y tomé una bocanada de aire que me supo caliente y sofocante a cambio de ayudarme.
—Me debes tus sueños —le dije con el mejor tono animado que pude conseguir—. Por eso vine.
Marco asintió sonriente y me pidió esperar mientras subía a su habitación a buscar su dichosa lista.
Tosí dos veces una vez estuve sola y me restregué los ojos con los dorsos de las manos, sentía el corazón acelerado como si hubiera llegado corriendo desde Midwest y me recogí el cabello en un moño mal hecho para eludir un poco el calor que sentía en el cuello y la cara.
¿Qué demonios me pasaba? Yo soy una bruja, me dije, una bruja comprometida y que sabe lo que pasaría si me enrollo con Marco. Yo tenía autocontrol, tenía las riendas de mis decisiones, tenía voluntad, tenía... tenía... tenía un deseo insano por Marco que debía guardarme en un cajón con llave. Deseé tener un truco mágico para embovedar mi corazón y no sentir nada de nada; eso me serviría mucho.
Marco bajó al cabo de un par de minutos y traía en sus manos una libreta con tapa verde. Se sentó a un cauteloso metro de mí y me miró con ojos brillantes de emoción.
—¿Los quieres escuchar o los quieres leer?
—Leer —dije de inmediato— y luego que me digas lo que quieras al respecto.
Marco me tendió la libreta abierta en una página específica. Sonreí ampliamente al notar que como yo le había dicho, había dividido la lista en tres partes.
—No hay muchos, pero están bien pensados.
—A ver... —Empecé a leer—. Sueños racionales: ir a la universidad. ¿A estudiar qué?
—Por ahora no lo sé, es un medio sueño, pero cuenta.
Me reí.
—Vale, sí cuenta. Segundo: montar en bote. ¿Nunca lo has hecho?
—No sé nadar y me da miedo, pero es un sueño. Uno chiquito y miserable, pero cuenta.
—Sí, cuenta. Y no es miserable —dije con convicción—. Veamos, tercero: vivir de algo que ame hacer.
—Aún no hay algo que me apasione muchísimo; dibujar o pintar es lo más cercano, pero no me veo viviendo de eso porque no es que sea buenísimo, así que espero hallar esa pasión que dirija mi vida. Sé que es aspirar a mucho, pero bueno, para eso son los sueños —concluyó sonriente. Asentí.
—Bien, eso es todo por ahí. Lista de metas: saltar de un helicóptero.
—Aclaro que con paracaídas, no es que sea mi deseo suicida.
Solté una carcajada que él acompañó.
—No habría pensado eso. —Negué con la cabeza, divertida y leí otro punto—: Tener perros cuando viva solo.
—Mi papá es alérgico, pero yo no —explicó.
—Entiendo... a ver, tercero: acabar con la lista de helados de... ¿qué dice acá?
Marco se acercó en el sillón para leer lo que decía y se quedó allí, cerquita de mí, sin volver a su lugar.
—Mister Kahoole.
—¿Qué rayos es eso y por qué es una meta?
—Mister Kahoole es una heladería que hay un centro comercial acá en la ciudad. No es muy conocida, pero su mayor atractivo es que presumen de tener doscientos quince sabores diferentes de helado.
—¿Existen tantos?
—Muchos dicen que no, pero los dueños aseguran que sí y mi meta es probarlos todos para saber si es cierto.
—¿Y cómo vas con eso?
—He probado veinticinco —presumió orgulloso—. Y hasta el momento admito que no ha habido uno repetido. Están enumerados y los pruebo en orden, el próximo para mí es el veintiséis. Hay mezclas de sabores y son geniales porque son cosas que uno escucha y dice "iiuugg" como el sabor de guanábana con limón y toronja. —Arrugué la frente y Marco rio—. Exacto, uno hace esa cara, pero lo pruebas y es grandioso.
—Qué interesante. Y no es sarcasmo, de verdad es curioso pensar en doscientos quince sabores de helado.
—¡Lo sé! Y por eso es mi meta. Nadie se comprometería a comer tantos sabores, yo sí. Llevo como un año con eso y solo llevo veinticinco porque... bueno, el helado no es gratis y además es un poco lejos el centro comercial. Pero espero que antes de mi vejez lo logre.
—Esa es una meta muy racional. —Bajé la mirada a la libreta de nuevo—. Última meta: conseguir un deporte en el cual ser bueno.
—Con ese te admito que no estoy muy optimista, no porque no quiera sino porque he probado muchos y nada. —Marco rio, pero yo blanqueé los ojos—. Quizás algún día descubra algún deporte místico de un pueblito lejano y en ese sea bueno, pero puede que no.
Marco se había ladeado totalmente en el mueble, subiendo una de sus piernas para sentarse mejor y hablarme de frente. Había colocado su brazo extendido sobre el respaldar del mueble, detrás de mí, no con intención de abrazarme, solo por comodidad, pero en un segundo fui consciente de que estaba muy cerca de mí e intenté ignorarlo al seguir leyendo:
—Bien. Sueños irracionales: tener un superpoder.
—No me juzgues, pero yo quiero ser invisible.
—Sí te juzgo y es gracioso.
Me reí e hice que un par de mechones de mi flequillo se movieran. Marco me vio poniéndolos de nuevo en su lugar y de forma inconsciente se mordió el labio inferior, luego sacudió la cabeza y miró hacia otro lado.
—Sería genial, acéptalo. O tener magia, solo imagínalo.
La diversión que esa ironía me causaba me hizo sonreír y enarcar una ceja.
—¿Qué harías tú con magia? —curioseé.
—Lavaría la losa con magia, odio lavar losa.
—Qué desperdicio de magia.
—También apagaría la luz con magia, no me tendría que levantar.
—Qué decepción —murmuré, solemne—. Te darán magia y tú solamente la usarás de interruptor y de esponja con jabón.
—¿Qué harías tú con magia acaso?
Me mordí la mejilla y controlé el suspiro que quería salir solo por la comodidad de poder hablar con él; era tan fresco y espontáneo que me hacía sentir... como yo misma, él no esperaba nada de mí y me relajaba saberlo, sentía que aun cuando en mi vida mis padres me controlaban todo, mi amistad con él era decisión mía y esa sensación me encantaba.
—Me cambiaría el color de las uñas con frecuencia. Jugaría a hacer levitar canicas para hacer figuras con ellas. Haría emerger flores en segundos. Controlaría el viento y el agua.
—Y me dices que yo desperdicio la magia —musitó, falsamente ofendido.
Quise decirle que en serio hacía todo eso, pero en cambio la realidad de no poder confesarlo me hizo desviar la mirada y bajarle un poco a mi entusiasmo.
—Suficiente entonces. A ver, otro sueño irracional: enamorarse.
Ni yo reí, ni él me explicó nada.
Me costó un poco levantar la mirada de la libreta para buscarle los ojos marrones, su seriedad tierna me produjo un suspiro que me tragué antes de que saliera de mis labios.
—Sí —confirmó él.
—¿No debería estar en tu lista de metas?
—No creo. Las metas son algo que yo puedo hacer y que tengo intención de hacer, enamorarse es algo que pasa sin querer, solo porque sí, no está en mi control.
Tragué saliva. Mis manos estaban sobre la libreta y las aferré a ella para no moverlas. Marco estaba tan cerca que bastaría reacomodarme un par de centímetros para besarlo y algo dentro de mí me decía que él también era consciente de ese detalle y que no se alejaba a propósito.
—¿Y en la lista de sueños racionales? Ahí hubiera quedado bien.
—¿Quién, en su sano juicio, sueña con enamorarse? —respondió juguetón.
—¿En tan mal concepto tienes al amor?
—Tan malo como puedo tenerlo al no haberme enamorado nunca.
—¿Por qué lo ves malo?
—No es malo en sí. Mis ejemplos más cercanos al amor son mis padres y mi mejor amiga y su novio. Son ambas caras del amor, o puede que la misma porque antaño mis padres fueron como Gris y Diego. Solo pienso que es inquietante no saber qué rumbo tomará.
—O sea que no es malo, sino que te asusta.
—Y a la vez me atrae. Por eso es un sueño irracional: porque asusta pero atrae. La idea del amor es maravillosa en sí, ¿no crees?
La habitación para mí empezó a convertirse en un horno sofocante y peligroso, la voz de Marco había bajado mucho al volverse tan cercana la conversación, el sonido de su corazón me distraía en demasía y me congelaba en mi lugar.
—Creo que cada persona tiene una idea diferente del amor.
—¿Cuál es la tuya?
Titubeé y me vi incapaz de juntar dos neuronas para decir una mentira o un sarcasmo y salir airosa como siempre. No me quedaba sino responder por instinto y procurar desviar mis pensamientos de lo que no debía.
—Entrega. Sinceridad. Amistad. El amor es derretirse por alguien en el más frío de los inviernos.
—Qué profundo —repitió lo que yo dije un rato atrás.
Me reí entre dientes.
—Gracias, lo leí en la esquina de una revista.
Y no mentía.
—No me robes mis excusas.
El corazón de Marco se enloqueció de la nada y la tensión se tornó insoportable para mí; por un segundo lo odié por hacerme sentir así, era como si supiera qué velocidad cardiaca usar para desestabilizarme. Sabía que era imposible, pero necesitaba a quién culpar y solo estaba él.
Maldita sea, deseaba besarlo con cada fibra de mi ser. No era racional sentirme así, me dolía físicamente, era como yo imaginaba el dolor de la abstinencia en el cuerpo de un adicto al que le ponen sustancias en frente dejándolo atado de manos.
No pude mirarlo más, preferí observar la libreta en mis manos y notar cómo mis uñas se clavaban en su lomo; quise levantarme y dejar espacio, respirar, irme, no volver jamás, pero a la vez no quería moverme de allí nunca; sentía que pese a ser doloroso, yo debía estar ahí.
Como si fuera poco, de repente el corazón de Marco se aceleró al triple y mi intuición siempre acertada me advirtió que iba a acercarse lo poco que faltaba y me iba a besar. En un impulso imprudente ladeé la cara para buscar sus ojos, pero solo di con la vista de sus labios muy cerquita de mí. Marco ya ni siquiera quería ocultar o disimular el trayecto que su acercamiento llevaba, a cambio me sonrió como si me anunciara que me besaría y logré ver en sus pupilas la misma hambre que yo sentía en las mías.
Los cuatro segundos que duró el momento me parecieron horas inconclusas y tortuosas; Marco bajó su mirada a mis labios también y relamió el suyo propio. Sentí el corazón en la garganta y estuve dispuesta a dejar que pasara, prefería la culpa por borrarle la memoria después a quedarme con el deseo haciendo mella dentro de mí por más tiempo.
Cerré los ojos para recibirlo, pero antes de que el beso llegara, la visión ya conocida del futuro si tomaba esa decisión me llegó de lleno al pensamiento: Marco llorando y mi alma sufriendo un quiebre por el dolor ajeno. Eso bastó para recuperar mi autocontrol y frenar todo a tiempo.
Cerré los ojos para recibirlo pero antes de que el beso llegara, la visión ya conocida del futuro si tomaba esa decisión me llegó de lleno al pensamiento: Marco llorando y mi alma sufriendo un quiebre por el dolor ajeno. Eso bastó para recuperar mi autocontrol y frenar todo a tiempo.
Marco estaba a solo un suspiro de distancia y yo ladeé la cara cortándole la meta a sus labios. Abochornado, él se alejó un poco para arrepentirse por su atrevimiento, con los ojos muy abiertos y los puños cerrados.
No sé cuál de los dos se sonrojó más y tomamos aire en la peor de las incomodidades. Fui yo quien habló primero tras ese estrepitoso rechazo:
—Cumpliste, te contaré ahora sobre Ray...
—Sí, claro, Ray... —La vozde Marco salió baja y ronca—. Te escucho.
☆☆☆☆☆
¿Sienten la tensión? Porque yo sí 7u7
¿Qué les ha parecido el capítulo? <3
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