XIV. ☆ Rescate de un fénix ☆
El día de la integración escolar había llegado y la mayoría iba a ir; no todos estaban realmente emocionados por elevar cometas, de hecho, esos eran minoría, pero hacer una actividad con los compañeros fuera de Midwest era algo extraordinario a ojos de todos.
En el autobús que salía desde Midwest hasta el parque de la actividad me senté con Beth; Marco iba en el fondo del bus con Gris. Me sorprendió gratamente que el gran revuelo de voces y risas de unos cuarenta adolescentes al tiempo me permitió ignorar en gran parte su presencia.
Saqué de mi mochila el malvavisco de estrella más reciente que había recibido de Marco unos minutos atrás. Lo partí en dos y le di la mitad a mi amiga.
—Está bueno —comentó Beth—. No soy muy dulcera, pero está rico.
—Me lo dio Marco —murmuré sin poder ocultar el tono soñador—. Me va a engordar con tantas meloserías.
Beth se recargó un poco contra mí que iba en el asiento junto a la ventana, nuestra conversación con ese movimiento pasó a ser confidencial; quise decirle que no era necesario que se acercara y susurrara tanto para que yo lograse oírla, pero no lo hice porque eso de jugar a las mejores amigas me gustaba, era una sensación bonita.
No sé si a ella le pasaba, pero yo me sentía gratamente sorprendida de lo íntimas que éramos con tan poco de tratarnos, era como si Beth fuera mi amiga de toda la vida, pero a la que solo recién había podido conocer en persona.
—Te está engordando es el corazón, Karma. Te veo flechadísima, dime de nuevo por qué no salen y ya.
—Porque ya salgo con alguien.
—Sí, bueno, pero si suspiras así por este atolondrado es porque nadie más te saca esos suspiros. Es que yo me enamoro también de él de verte a ti tan atontada.
—¿Se me nota mucho?
Quise que el tono me saliera sarcástico, pero a cambio surgió una mezcla de preocupación divertida.
—Nada más un poquito.
Di un suspiro tan prolongado que casi me ahogo con el aire.
—Ay, Beth, es complicado.
—¿Es un amor prohibido? —Empezó ella a divagar—. Esos me encantan, son muy emocionantes. Vamos, dime por qué es complicado.
—Te doy un corto resumen y otro día me explayo, ¿lo tomas o lo dejas?
—Lo tomo.
Le sonreí.
—Bien. En resumen, el que yo salga con este chico que te cuento es algo importante para nuestras familias así que no puedo solo enredarme con cualquier otro por fuera.
—Conflictos de interés, ¿eh? ¿El chico misterioso es un adinerado que sacará a tu familia de las deudas o algo así? Porque lo vi en Titanic y de todas maneras Rose se lanzó a Jack, el chico pobre que venía a dañar los genes adinerados y sofisticados de la alta alcurnia.
Solté una carcajada ante la ocurrencia, ponernos a Marco y a mí en paralelo con la trágica historia de Jack y Rose era una imagen muy graciosa.
—Algo así pero no por dinero. Y Jack se muere al final, no se vale.
—No estamos en un barco, qué más da.
Pero de que todo se puede hundir y destruir, es posible, añadí mentalmente.
—Eres terrible. No, Beth, no es tan sencillo.
El bus se detuvo paulatinamente una media hora después hasta que se estacionó y el conductor nos dio salida. Nosotras salimos pronto pues íbamos en la segunda fila de asientos, esperamos mientras todos iban bajando hasta que casi de últimos, Marco y Gris salieron.
Cuando Grishaild me miró intentó dibujar una sonrisa amistosa y le respondí asintiendo con la cabeza; el que Diego no hubiera querido ir a la salida de integración escolar fue bueno porque estando sin él podíamos mantener la banderita blanca ondeando entre nosotras. Amabilidad por Marco, algo así era el trato tácito.
Marco bajó algo pálido y tomado del brazo de su amiga, incluso ella llevaba la mochila de él a sus espaldas con el enorme tubo de la cometa sobresaliendo.
—¿Estás bien? —preguntó Beth.
—El pobre se marea si pasa más de media hora en un bus lleno —explicó Gris con un tinte burlón—. Pobre y de cuerpo delicado. Más te vale volverte millonario y comprar un auto propio o morirás de mareos en una hora pico.
No pude evitar reírme igual que ellas dos, aunque para él no fue muy divertido.
—Espera que me recupere y te responderé algo ofensivo —musitó.
El parque era más bien un terreno grandísimo lleno de pasto y pequeñas casetas donde vendían golosinas y comida. Era un lugar usado para actividades de este tipo, para conciertos y para acampadas de colegios, aparte de la explanada, el parque estaba rodeado de bosque hasta más allá de donde se podía observar.
En esa ocasión la salida solo era para los cursos tercero y cuarto de preparatoria, pero aun así éramos más de ochenta personas que, al desocupar los buses, nos esparcimos por todo el enorme lugar.
De momento no había mucho viento, pero no me preocupó aquello, ya haría algo al respecto. Caminamos los cuatro hasta un punto no fijo a mitad del césped, había suficiente espacio para mantener grupos de dos a seis personas alejados unos de otros por varios metros.
Pese a nuestra tregua Gris prefería mantener un poco de distancia física conmigo así que íbamos en extremos opuestos mientras andábamos, con Beth a su lado y Marco al mío. Cuando nos detuvimos, le puse la mano en el hombro a Marco.
—¿Mejor? —Él negó con la cabeza, seguía tan blanco como un papel—. Ven, siéntate.
Obedeció sin rechistar y ambos nos acomodamos en el césped.
—Te compraré algo de tomar —manifestó Gris y luego miró a Beth—. ¿Tú quieres algo?
—Sí, pero voy contigo. —Beth me miró—. ¿Quieres algo?
—No, gracias.
Ambas se fueron hasta las casetas luego de dejar sus mochilas en el césped y observé a Marco con ganas de echar a reír.
—Debilidad uno de Marco: los balones a la cara. Debilidad dos de Marco: aprender cosas para los exámenes. Debilidad tres de Marco: los autobuses.
—Sí, ríete, pero pude morir.
—Qué exagerado. —Marco levantó su mirada para buscar mis ojos e intentó sonreírme. El sol estaba en lo alto y les daba a los ojos un brillo amielado precioso—. Qué ojos tan bonitos.
Lo solté sin querer, pero no me arrepentí de decirlo porque era una verdad absoluta. Marco sonrió negando con la cabeza, se recostó en el césped poniendo el antebrazo sobre sus ojos para protegerlos del sol y flexionó las rodillas. Sin destaparse, respondió:
—Debilidad cuatro de Marco: que Karma de Estrellas le eche un piropo.
Fue una fortuna que tuviera los ojos cubiertos y no viera mi gesto enamoradizo y sonriente de respuesta. Le miré con detenimiento el rostro, sin embargo, como su brazo le tapaba más de la mitad, el primer punto focal que tuve fueron sus labios que estaban entreabiertos dejando ver la tierna curvatura del superior, estaban pálidos, igual que el resto de su cara, pero eso no impidió que mi cabeza divagara solo unos segundos sobre cómo sería su textura al besarlos.
El corazón se me aceleró y tragué saliva al sentir ese deseo de acercarme y pegarme a su boca por un par de minutos subirme por la espalda. Me hacía mal tenerlo tan cerca y no solo era algo metafórico, realmente la pasaba mal al tener que tragarme ese deseo, al sentir ese cosquilleo en mi abdomen gracias a su latido y no poder apagarlo como quería.
Me sentí momentáneamente sofocada y me quité la chaqueta a pesar de que el sol no era el motivo. Desvié la mirada y evité volver a fijarme en él hasta que Beth y Gris volvieron.
Beth me tendió una manzana pese a que no le había pedido nada, se la recibí con una sonrisa y cuando me guiñó un ojo al tiempo que señalaba sutilmente con el mentón a Marco, supe que se había ido con Gris para dejarme sola con él. Reí por lo bajo y negué con la misma sutileza.
—Sé que te gustan —dijo con simpleza, refiriéndose a la manzana—. Uno no pensaría que en esa caseta venden frutas, pero ya ves.
La mordí, usando la acción de masticar para distraer la mente.
—Gracias.
De los cuatro, solamente Marco había llevado cometa: el famoso fénix que lo había enamorado desde hacía días, y una vez que el azúcar le volvió al cuerpo y el color a la cara, la sacó de su empaque para extenderla en el suelo.
—Es grandísima —apuntó Beth—. ¿De verdad crees que vas a volar eso?
El buen ánimo de Marco había vuelto junto a su amplia sonrisa.
—La verdad no, pero intentarlo será divertido.
—Sí, divertidísimo verte correr con eso intentando hacerla despegar —replicó Beth riendo. Gris también se rio—. Voy a ganarme el helado de la apuesta muy fácilmente.
—¿Cuál apuesta? —indagó Gris.
Yo contesté sin mirarla:
—Yo aposté un helado a que sí la volaba.
—Y yo a que no —añadió Beth—. Es ganado.
Gris se puso de pie de sopetón y miró a Beth con suficiencia.
—Estoy del lado de Karma. —Hasta ella misma se sorprendió de escucharse porque se sonrojó; procuré no hacer gestos que la hicieran sentir incómoda—. Es decir, yo sí tengo fe en Marco. Vamos, la haremos volar ahora.
—No se vale si tiene ayuda.
—¿Como que no? Eso no lo dijimos en la apuesta —objeté. Vi por el rabillo del ojo que Gris sonrió, quizás alegre de que también me pusiera de su lado—. ¿O temes perder?
—Ese fénix no volará por nada de mundo. Bien, ayúdale.
—Aún no hay viento —intervino Marco por primera vez—. Amo tu entusiasmo, Gris, pero...
—Pero nada, vamos, así llamamos al viento y la volamos.
Marco accedió con su amplia sonrisa y se alejaron hacia donde había menos gente para poder correr a gusto. Al menos no eran los únicos intentando volar una cometa y aunque la suya sí que era la más grande de todas, no llamaban mucho la atención.
—Parece que ya le agradas a Gris —comentó Beth.
—No creo, solo es una tregua por Marco. Si Diego estuviera acá, estarían al otro lado del lugar.
—Buen punto.
Vi divertida cómo Marco y Gris corrían con la cuerda de la cometa, él llevándola y ella sosteniendo el rodete para ir soltándolo. La arrastraban, pero el viento no favorecía por más de un par de segundos así que no se elevó demasiado. Grishaild se rindió primero a los pocos minutos porque ya jadeaba y volvió a nuestro lugar —más lejos de mí de lo necesario—, dejando a Marco solo pues él no perdía la esperanza aún.
—Me rindo.
—¡Lo sabía! —exclamó Beth—. Eso no va a volar. No hay viento y es enorme, si él hubiera...
Se distrajeron las dos hablando y aproveché eso para acercar la manzana a mi boca, pero sin tocarla mientras por un lado soplaba en su dirección. La magia de mis labios llamó al viento y la ventisca no tardó en rodear a Marco; él echó a correr con más emoción, soltando más cuerda a cada paso hasta que el dichoso fénix se elevó un par de metros, luego otro par y otro par y entonces estuvo tan alta que Marco se detuvo solo para empezar a halar y soltar de a poco mientras la cometa tomaba más altura.
No fue el único beneficiado con mi viento pues el parque era lo suficientemente abierto para que ese aire llegara muy lejos. Varias cometas —más pequeñas que la de Marco— se empezaron a elevar de lentamente.
Miré de reojo a Beth que con el mentón levantado miraba al fénix, tan sorprendida como si fuera un ovni.
—¡Te dije que sí podría! —le gritó Gris—. Hay que tenerle fe.
La cometa ya se elevaba los suficientes metros como para que solo fuera necesario sostenerla, se veía diminuta de lo alta que estaba y su forma mitológica era muy evidente, entendí por qué a Marco le parecía tan bonita, en tierra no tenía gran gracia, pero en el cielo sí era preciosa.
Marco nos miró con una sonrisa tan grande que me encandiló todo por dentro. Soplé nuevamente con suavidad y el viento aumentó; cada vez se veía más pequeño el fénix, pero ninguna de las tres dejaba de mirarlo haciendo un visor con las manos para poder alzar la cara hacia el sol.
De repente el gesto de Marco cambió: cerró su boca, perdiendo su sonrisa y abrió mucho los ojos; no tardé más de quince segundos en saber lo que pasaba: Marco había soltado toda la cuerda sin retener la punta y el fénix se había ido.
Marcó miró con la mayor de las tristezas el pedazo de tela que no dejaba de ascender solo, detuve mi viento, pero el fénix ya estaba lo suficientemente lejos como para volver de repente. Algunas de las otras cometas se sostuvieron con el viento natural, pero la mayoría que apenas iban tomando vuelo, cayeron casi al mismo tiempo.
Marco se quedó con su mirada al cielo y su cuerpo tieso con los brazos lánguidos a los lados por varios minutos, luego volvió a sentarse en nuestro lugar con cara de perrito regañado.
—Lo único que tenías que hacer era sostenerla —le increpó Beth—. Dios mío, Marco, solo sostenerla.
—¡Beth! —reprendió Gris—. Solo fue un accidente. —Le tocó la rodilla a Marco; se veía realmente triste como él—. No pasa nada, solo es una cometa.
—Mi fénix... —susurró él con tristeza y puliendo un puchero infantil que rompería el corazón de cualquier padre.
Por la forma en que Marco la había descrito antes —varias veces—, no era solo una cometa para él, de verdad la amaba. Miré al horizonte donde el fénix seguía suspendido pero bajando, en dirección a donde el viento la llevara. Analicé alrededor un par de veces para memorizar la ubicación de nosotros y del fénix; ya estaba empezando a planear como recuperarla, aunque debía esperar para eso.
—Compartiré contigo mi helado de la apuesta —le propuse, sacándole una sonrisa.
—¿Qué? Pero si la dejó ir, no ganaste –discutió Beth, enarcando sus cejas.
Me encogí de hombros.
—La apuesta era que volara más alto que todas, no que volviera, así que basta con que estuviera más arriba que el resto. No hay ni una sola que llegue así de arriba, solo mira. Sí ganamos.
—Concuerdo —apoyó Gris—. Karma ganó.
Beth me fulminó con la mirada, pero tanto Gris como yo le sonreímos triunfantes. Marco por otro lado, tenía de todo menos sonrisas para dar.
—Iré a comprar algo de comer —manifestó Marco, aún derrotado. Me levanté también y sin decir nada lo acompañé, dejándolas a ellas dos en el césped—. Creo que la mala suerte me persigue —murmuró cuando nos alejamos.
—Oye, al menos la vimos volar unos minutos. —Llegamos a la caseta y Marco pidió un paquete de frituras, yo solo una botella con agua—. ¿Quieres ver a Pelusa para alegrarte?
—¿La trajiste?
—No, pero le tengo un video en el celular.
Marco rio y nos movimos fuera de la caseta un poco cuando terminamos de comprar.
—Contigo me basta y me sobra. Me alegras.
—¿Me estás devolviendo el piropo que te di hace un rato?
—Sí, no me gusta tener deudas.
Esta vez la sonrisa le llegó a los ojos cuando me la dedicó.
En momentos como esos yo sentía que había un brillo en los ojos de ambos solo por hablarnos un poco, era una de esas chispas que harían que un tercero nos llamara irresponsables por no estar juntos. Yo sabía que algo sí latía entre nosotros y no hablando solo de su corazón, era más ese tipo de palpitar humano que crea estática entre dos personas que se atraen con tanta obviedad que hasta la luna se da cuenta.
Me cosquillearon los dedos con las ganas de levantar una mano y tocar la suya, pero a cambio me quedé en mi lugar, a medio metro de él, absorbiendo su gesto enamoradizo y puedo jurar que cuando mordió muy levemente su labio inferior, él estaba absorbiendo el mío.
Volvimos al césped junto a Beth y Gris. La charla inició sobre temas generales pues sin cometa teníamos un par de horas para no hacer nada; en un punto la conversación me excluyó porque fue sobre personas que ellos conocían de siempre y obviamente yo no. No me molestó en absoluto, al contrario, saqué mi teléfono y le escribí a Ray:
Karma: Di en tu casa que tenemos una cita
Ray: Vale, a dónde irás?
Karma: Iremos. Bueno, depende de ti. Me harías un favor enooooorme?
Ray: Te doy un riñón si es necesario
Sonreí frente al teléfono.
Karma: Conserva por ahora tus dos riñones, es algo más sencillo.
Ray: Dime y le entro
Karma: Vamos a rescatar un fénix.
☆☆☆☆☆
Con linternas y pisando con cuidado Ray y yo caminábamos por el área boscosa del parque, conmigo como guía intentando adivinar a donde había caído el fénix. Pasaban de las cinco y media de la tarde, la claridad que quedaba del día era poca pero no era una desventaja tan terrible cuando podíamos ver mucho mejor que una persona promedio.
Ray pisó una ramita que crujió bajo su peso y decidió hablar:
—Entonces... una cometa.
Reí entre dientes.
—Sí. Se nos escapó y es importante.
—¿No es más fácil comprar otra y ya?
—Supongo que sí, pero yo quiero esa cometa, no una nueva.
Ray profirió un ligero gruñido cuando casi tropieza con una raíz enorme que sobresalía del suelo de un árbol que la contenía. Reí de nuevo. Definitivamente Ray no era una persona de naturaleza.
—¿Y por qué quieres esa?, ¿qué tiene de especial?
Respondí sin pensarlo antes:
—Es de Marco.
Vi por el rabillo del ojo que Ray pulía una sonrisa y asentía. Desde el domingo en que habíamos hablado del tema, no se había vuelto a mencionar a Marco y creo que él lo hacía para no hacerme sentir incómoda luego de verme llorando por no poder quererlo. En retrospectiva me vi bien absurda en ese momento pero ya qué. Ya era jueves y los tres primeros días de clases habían sido igual con Marco cerca así que agradecía que Ray no insistiera con el tema cuando me visitaba en las tardes.
—¿Segura de que por acá cayó? Yo no veo nada y hay un millar de hectáreas acá, no podemos caminar toda la noche.
—Solo llevamos quince minutos andando.
—Sí, pero no quiero que pasen a veinte.
El parque a esa hora en mitad de semana ya estaba cerrado así que la oscuridad y el silencio eran totales. La parte abierta —donde siempre estaban las actividades— estaba lejos de la zona boscosa así que no teníamos luz de farolas por ningún lado.
—Según mis cálculos debió ser por acá.
—Pues a ver si se deja ver...
Ray dio un paso más al frente y empezó a soplar hacia arriba, las ramas de los árboles empezaron a moverse rápidamente, con fuerza, como si de un vendaval se tratara. Ray tomó aire e hizo lo mismo girando sobre su propio eje para abarcar los trescientos sesenta grados; yo agucé la vista, sabiendo lo que hacía: la cometa era llamativa y larga, de seguro removiendo ramas se dejaría ver si estaba atorada en alguna o en el mejor de los casos, caería sobre nosotros. Pasaron siete largos minutos de soplar, abarcando muchos metros a la redonda hasta que vi una cola de tela dorada que desentonaba entre el verdor de las ramas.
—¡Allá está!
Ray se detuvo y las ramas lentamente dejaron de moverse. El fénix estaba en una de las ramas a mitad de un árbol altísimo pero flacucho. Al quedarse las ramas quietas se volvió a esconder, así que intenté soplar un poco para moverlas a la vez que atraía la cometa hacia mí, pero claramente no pude con ambas tareas al tiempo. Maldije por lo bajo; si movía la cometa, el viento cesaba y si el viento soplaba, la cometa se quedaba quieta.
Ray llegó a mi lado.
—¿Necesitas ayuda?
Estaba detrás de mí y me sonrojé antes de darme la vuelta. Odiaba no ser capaz aún de darle dos órdenes distintas a mi magia al tiempo; con mis canicas en casa lo lograba a medias, pero era evidente que para cosas importantes no había manera.
Miré a Ray entornando los ojos, avergonzada pero digna.
—No te vas a burlar, ¿de acuerdo? No puedo hacer dos acciones a la vez. Mi padre ya me lo recrimina lo suficiente, pero ¡no puedo! O soplo o llamo a la cometa, pero no ambos.
Ray no dijo nada, mas su acción siguiente me tomó desprevenida. Se acercó más y buscó mi mano, entrelazó nuestros dedos con un gesto casi indiferente, luego me pidió en voz baja:
—Inténtalo de nuevo.
Dudaba mucho de la utilidad de eso, si es que la había, pero obedecí; con los labios soplé hacia arriba y con la mano libre atraje a la cometa; esta vez funcionó y con la ayuda del viento maniobré para bajar la cometa entre las ramas hasta que cayó al suelo frente a mí. Ray me soltó y yo lo miré sorprendida, estupefacta.
—¿Cómo...?
—Aprender a manejar la magia nunca se hace solo, Karma. —Su tono era serio, demasiado, como si fuera un tema delicado—. Desde que tengo memoria mis padres me han ayudado, con el contacto físico entre dos entes de magia la concentración se fortalece, o puede ser que hay más poder junto y es más sencillo, no lo sé. El punto es que siempre, siempre, debe haber ese apoyo con alguien más experimentado, luego, con el tiempo y la práctica empiezas a lograrlo sola. Que intentes dominarlo sin ayuda es como poner a un bebé a que aprenda a caminar sin paredes o superficies a las cuales sostenerse al comienzo.
Arrugué la frente; mis padres jamás habían dicho algo similar ni a mí ni a mis hermanos, ellos solos nos decían qué hacer, pero no ayudaban a hacerlo. Ray recogió la cometa porque yo estaba algo ausente reconsiderando un par de cosas. Cuando Ray volvió a mí, traía un gesto más accesible, más sonriente.
—Nunca supe eso —confesé.
Su gesto serio tomó sentido cuando dijo las siguientes palabras:
—Quisiera decirte que me sorprende, pero la verdad es que no. Empiezo a hacerme a una idea del tipo de brujo que es tu padre.
Le hubiera preguntado más si no hubiera sentido ese tono compasivo en su voz. Además, no hacían falta muchas preguntas, yo entendía. Si él dijo que sus padres toda la vida le habían enseñado cómo controlar la multitarea, obviamente le parecía extraño e incluso malvado que mi padre no hubiera hecho lo mismo conmigo. Como él mismo puso el ejemplo: era como un bebé al que le piden caminar sin apoyo.
Mi padre no nos apoyaba y aunque eso ya lo sabía, empezaba a notar que esa realidad era más profunda de lo que pensaba.
☆☆☆☆☆
¡Hola, lectores!
Ese papá de Karma es bien qlero xD
¿Qué les ha parecido el capítulo? <3
Mil gracias por seguir acá <3
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