VIII. ☆ Nuevas mariposas ☆
El jueves ocurrió una curiosa ironía: mientras yo me había decidido a guardar cierta distancia de Marco luego de verlo en mi mente sufriendo, él hizo lo contrario, queriendo acercarse más.
Llegué en el bus escolar porque mi bici estaba en casa de Marco, ese rato del recorrido pese a tener los audífonos a todo volumen, no pude dejar de pensar en él. Solo recordar su sonrisa mientras me hablaba me hacía sonreír, pero la imagen de él llorando irrumpía rápidamente y me atormentaba.
Haberlo visto dándome un beso real, sentimental y dulce, me hacía llegar a la conclusión obvia de que al seguir el curso normal de la vida —si yo fuera alguien normal—, él y yo tendríamos una relación ya fuera seria o pasajera, sin embargo, la imagen era clara de que, si eso pasaba, el final no sería para nada feliz.
En el pasado había pensado que de modo alguno iba a poder eludir a mi propia vida, que quizás apelando a la bondad de mi familia tenía la posibilidad de elegir otro camino y aprendí que no era así, que mi vida no era un lienzo en blanco esperando mis decisiones para formar la imagen, sino que ya estaba dibujado y yo debía seguir el camino que indicaba. Teniendo en cuenta eso, no quería lastimar a Marco que era tan noble, ni romperme a mí misma dos veces a voluntad.
Cuando me bajé del autobús no tuve que hacer un gran esfuerzo para encontrarlo; estaba sentado en la bahía de las bicicletas con la mía a su lado y hojeando un libro sobre su regazo. Un sabor agridulce me invadió el paladar al verlo y ser consciente de lo atractivo que me parecía.
Llegué a él y llamé su atención, cuando me miró tenía una sonrisa diferente a la del resto de días, una sonrisa más encantadora, casi coqueta y me cohibió que ese gesto fuera dedicado a mí. Odiaba sentirme así, odiaba poder manipular la mente de los demás, pero no poder hacer nada con la mía que se descarriaba con lo que no debería sentir.
—Hola —me dijo.
—Hola, ¿llegaste hace rato?
—No, hace unos diez minutos. Vine montado en la bici, espero no te importe.
—Si no te importó a ti ir en una bici plateada con flores, a mí no me molesta.
Marco rio y señaló la bicicleta.
—Te estaba esperando, no tengo la cadena.
Asentí y saqué la cadena de mi mochila, usando esa acción de asegurarla como distracción de seguirlo mirando. Cuando terminé y levanté el mentón, le busqué los ojos en reflejo; brillaban. De hecho, parecía que esos puntos marrones siempre brillaban, alegres, optimistas, positivos... y en esa ocasión, algo seductores.
—¿Qué lees? —pregunté, desviando cualquier pensamiento incorrecto.
—Una obra maestra —dijo con sarcasmo, elevando el libro para que yo lo viera. Era el libro de matemáticas—. Tengo examen en la primera hora.
—¿Y eres de los que viven al límite estudiando unos minutos antes de entrar?
—Lo triste es que no; anoche estudié, pero sé que al tener la hoja en mi pupitre me olvidaré de todo, así que intento re-estudiar todo justo antes a ver si no se me borra de la mente.
—Así que eres olvidadizo.
—Solo con el estudio —confesó—. Siempre recuerdo fechas importantes o cosas que hacer, pero los exámenes son mi talón de Aquiles.
—El mío son los malvaviscos —admití. Ya íbamos camino a la entrada—. Mi mamá dice que tengo una adicción. Son debilidades diferentes, pero ahí te cuento.
—¿Es en serio? —El tono de Marco sonaba más sorprendido del normal y eso me hizo arrugar la frente—. ¿Te gustan los malvaviscos?
—¿En esta ciudad son ilegales o qué? —Marco negó con la cabeza—. Solo son malvaviscos, no sé qué te sorprende tanto.
—Es que mira, te traje esto. —Marco metió su mano en el bolsillo del suéter negro que llevaba y sacó un paquete pequeñito—. Es un malvavisco en forma de estrella. Venir en bici tiene su lado positivo, como poder detenerme en la esquina de la calle principal donde sale una señora a vender dulces todos los días. Vi ese con forma de estrella y pensé en ti.
Le recibí el dulce sin detenerme intentando no sonreírle tan ampliamente como quería. Al dármelo su tono fue despreocupado, como si no fuera la gran cosa, pero en para mí fue un detalle demasiado dulce, quizás más de la cuenta considerando mi más reciente decisión sobre él.
—¿Lo compraste en realidad para ti, pero viste la oportunidad de dármelo ahora por lo que dije? —aventuré, disimulando lo mucho que me enternecía.
—No me gustan losmalvaviscos. —Lo miré con una ceja enarcada, con ese gesto entre incrédulo ydivertido hasta que se riode verme—. No me mires así, te lo juro, nunca me han gustado. Este venía con tunombre en mi bolsillo nada más. Eres Karma de estrellas y ese es un malvaviscode estrella.
—Pues... gracias. Es muy dulce... literalmente.
—No hay de qué. —Llegamos a mi salón; Marco debía ir a uno un poco más lejos por lo que me despedí con la mano, pero antes de que entrara, él me habló—. Oye.
—Dime.
—Estás muy bonita hoy.
Pese a que yo recibía muchas miradas y atenciones —buenas o malas— a donde fuera que llegase, era poco frecuente que me hicieran un halago tan simple, sincero y directo, de hecho, casi nunca los recibía, no muchos tenían el valor de acercarse a mí para decir algo similar, por eso me entró un ligero pasmo al escucharlo. Me hizo sonreír, la verdad, me hizo suspirar y me enojé conmigo misma por saber que Marco con su actitud empezaba a dar vida a maripositas con su nombre dentro de mí.
—Gracias.
Agradecí mentalmente que el maestro viniera justo en ese momento porque sentía que, de quedarme otro segundo, la sangre me subiría hasta las mejillas dejándome en evidencia. Yo no podía controlar las acciones de Marco, pero sí debía evitar darle alas a cualquier cosa que su mente pensara respecto a mí.
Entré al aula y al buscarmi bolígrafo sentí en mi mano el malvavisco de estrella; no pude evitar sonreírampliamente, con cariño contenido, sin embargo, toda sonrisa se borró cuando la visión del díaanterior pasó de nuevo frente a mis ojos. De nuevo Marco besándome,acariciándome el cabello y posteriormente, llorando.
☆☆☆
Ray miraba las paredes con mucha atención, analizando cada cuadro, objeto o accesorio dispuesto en cada lugar. Había dado solo dos pasos hacia adentro y mientras él analizaba el lugar, yo lo miraba con una expresión divertida.
—A ver, suelta tu opinión.
—Es linda —dijo Ray, sincero—. Es tierna, de hecho. Uno te ve una vez y no usa la palabra "tierna" para describirte, pero lo eres. —Señaló la pared de la derecha con una sonrisa burlona—. Tienes un unicornio usando overol azul, qué tierno.
Sonreí, pero blanqueé los ojos a la vez que veía a Ray sentándose en la silla frente a mi escritorio; mi habitación era grande por lo que había suficiente espacio para el escritorio, un armario en toda una pared, una pequeña biblioteca en otra, un sillón inflable y un perchero para colgar chaquetas, además de mi cama que no era precisamente pequeña.
—Es precioso —defendí—. Su overol tiene un helado con ojos dibujado, admite que es divino.
—Si te gusta, genial —dijo, evadiendo admitir cualquier cosa—. ¿Tienes el silencio activado?
Ray me miró con intención, abriendo sus ojos más de la cuenta, casi gritándome que quería hablar conmigo sin que nadie más escuchara. Ser de una familia llena de magia y sentidos más desarrollados del promedio era ser consciente de que donde sea que estuviera dentro de la casa, estaba la posibilidad de que alguien en otro extremo oyera incluso mi respiración, así que en pro de buscar privacidad era necesario un pequeño truco.
Me levanté de la cama donde estaba sentada y me acerqué a la puerta, sin necesidad de cerrarla —porque mi madre fue clara con la indicación de no cerrarla mientras Ray estuviera conmigo— pasé mi palma por los cuatro lados del contorno del marco hasta que un suave susurro de viento sopló, indicando que ya desde afuera nadie oiría nuestras voces.
El silencio era un truco sencillo, pero muy necesario para todos dentro de casa; mis padres lo usaban siempre, yo lo tenía activado la mayoría del tiempo para no desconcentrarme con lo que pasaba afuera y a la vez para no molestar a los de afuera cuando escuchaba mi música y cantaba.
—Esto sí es algo muy útil —dije distraída, volviendo a la cama—. Es decir, si fuéramos normales no sería ni necesario, pero me entiendes.
—Sí, entiendo. No siempre es beneficioso tener tan buen oído. Te escucho el corazón desde acá.
—No tengo silencio para sonidos dentro de mí, lo siento —ironicé, haciéndolo sonreír—. ¿Cómo te fue con tu cita ayer?
La noche anterior aparte de la corta charla sobre mi visión, no le había podido preguntar más al respecto pese a que la curiosidad me ganaba. Quería saber si la chica era bruja, humana, algo en medio y si esa relación iba en serio o que... recién lo conocía y no sabía cómo procederían nuestras relaciones individuales.
—Bien. Fuimos a los juegos de carros chocones en el centro comercial del sur. Es divertidísimo aunque yo casi no quepo en el asqueroso carrito.
Solté una carcajada.
—El mundo está hecho para personas de menos de metro ochenta, al resto nos toca adaptarnos. ¿Cuánto mides?
—Uno noventa y ocho. En todas partes deberían pensar en los altos, no es justo tener que encorvarme casi para todo.
—Dímelo a mí que toda mi ropa es mandada a hacer porque ninguna talla de fábrica me cubre lo suficiente. Aunque no me quejo, así yo misma puedo hacer la ropa a mi gusto, tiene sus ventajas.
Ray rio por unos segundos y luego se inclinó en su silla, colocando sus codos sobre las rodillas.
—Te haré una pregunta. ¿Tienes algún tipo de inconveniente en que yo salga con alguien? No te lo pregunté antes; sé que quedamos claros con la situación, pero si te llega a incomodar...
—Oh, no, no te preocupes. No soy celosa —dije con picardía y le guiñé un ojo. Me encantaba la facilidad con la que podía hablar con Ray y ser clara, ya le tenía un cariño amistoso especial, teníamos personalidades afines, almas frescas y despreocupadas—. Solo dime con tiempo cuando tengas una cita para buscar qué hacer. Y dame detalles de la cita para no quedar mal con nadie por si preguntan.
—Es un trato recíproco, ¿de acuerdo? —Lo miré enarcando una ceja—. Cuando tengas una cita también estoy para cubrirte.
—Yo no tendré citas.
—Por ahora...
—No, no tendré —atajé—. No quiero tener.
Dadas mis posibilidades, mi opción más cercana para salir era Marco, pero luego de la visión que tuve no quería saber nada al respecto. No quería que me gustara, no quería hacer real ese futuro que la magia me trajo a la mente antes de tiempo.
Soné algo afilada alresponder a Ray, perocon una mirada intenté pedirle disculpas; me sorprendió la facilidad con la queRay pudo seguir el hilo de mis pensamientos.
—¿Estás pensando en Marco? Y si es una pregunta que no quieres responder, lo entiendo.
—En parte pienso en él —contesté, honesta—. No me puedo sacar de la cabeza la imagen llena de dolor que tuve.
Mi corazón se aceleró ante la mención de Marco, pero más que nada de esa sensación de tristeza en que ahora se convertía el pensar en él. Ray debió escuchar la alteración de mi latido y prefirió cambiar un poco el tema.
—¿Cómo funciona eso de las visiones?
—Como se le da la gana —dije con desdén. Miré a Ray y le sonreí, el mal humor no era por su causa y no quería que él lo creyera así—. Solo pasan de vez en cuando y solo son cuando incluyen personas que conozco. A veces son divertidas, por ejemplo, cuando puedo ver mi regalo de cumpleaños antes de que el día llegue o cuando puedo ver qué le regalo yo a alguien antes de comprarlo, me ahorra mucho tiempo eligiendo porque ya vi lo que les daré. —Me reí, agachando la mirada—. Pero ocasionalmente son como esta con Marco, visiones que me presagian cosas malas.
—Bueno, pero eso de que la vida te advierta de algo malo no es tan feo, ¿no? Te prepara.
—Sería bueno si funcionara siempre, pero hay veces que lo malo me pasa sin advertencia alguna y duele más. En especial cuando del amor se trata...
Andrew apareció en mi mente y quise poder borrarlo de la memoria con la misma facilidad con que él me había olvidado a mí de la suya. Era injusto de tantas maneras y era tan ácido que no fuera culpa de ninguno de los dos que el corazón se me llenó de amargura frente a Ray.
—¿Te has enamorado antes?
Suspiré.
—Casi, pero no —confesé—. Otro día te cuento, no quiero amargarme hoy.
—Cuando quieras. —Me dedicó una sonrisa ladeada y se la respondí con otra llena de amabilidad—. Si alguna vez tienes una visión de mí haciendo por ahí el ridículo, me la contarás ¿verdad?
—¿Por qué harías el ridículo?
—Dato sobre tu futuro esposo: amo las fiestas y a veces me aloco un poco en ellas.
—¿Mi futuro esposo se embriaga como si no hubiera mañana?
Sonreí divertida ante la imagen mental que tuve de él ebrio.
—Tal vez, pero solo de vez en cuando, así que no te preocupes, no soy un alcohólico.
—Te confieso que yo no me he llegado a emborrachar nunca. Al menos no al punto de hacer el ridículo o de no acordarme de nada...
—No somos humanos, Karma, no tenemos lagunas nunca, nuestra memoria es igual de eficaz que el oído y la vista. —Ray usó un tono condescendiente porque era obvio que eso ya lo sabía, pero a la vez arrugó la frente un poco—. Aunque son necesarias a veces. Recuerdo siempre cada cosa que me pasa estando ebrio y eso a veces es vergonzoso.
—Consecuencias y más consecuencias. —Me incorporé un poco en mi cama y lo miré divertida—. Tengo que verte ebrio alguna vez... y grabarte en mi teléfono.
—Eliminaré cada video que me contenga y lo sabes, si no, ya sería viral en internet. Pero ese deseo te lo puedo cumplir; iré a una fiesta el próximo fin de semana, vamos. Será una cita y esta vez sin mentirle a nuestros padres.
—Trato hecho. Dato curioso sobre tu futura esposa: mi padre no me deja salir mucho, pero no dirá que no a ninguna salida que te incluya.
—Bien mirado somos afortunados de la situación, podemos salir cuando queramos con la excusa de que estamos juntos, no nos darán problema porque estamos enamorándonos y todos felices.
—Eso necesito, que me des los puntos positivos.
—Bueno, ese es uno. Otro es que no debes preocuparte por llegar solterona a los cuarenta. Otro es que sabes que nunca nos faltará nada. Otro es que tenemos magia para facilitarnos la vida. Otro es que nuestros hijos serán preciosos.
—Piensas lejos, Ray.
Bromear sobre un futuro matrimonio perdía un poco su tinte divertido cuando no era solo un hipotético sino una predicción real del futuro. Ray era, hasta donde lo parecía, un hombre de palabra y por nada del mundo renunciaría a nuestra boda así que eso era algo fijo en mi vida. Un silencio un tanto tenso nos envolvió, hasta que él con tu tono divertido, quiso hacerme sonreír.
—Solo míranos —obvió, señalándose y luego a mí—, nuestros genes juntos serán una maravilla. Me encanta el color de tus ojos y tu cabello, así que esos son genes imperdibles.
—Todos piensan que me tiño —repliqué, sonriente— y que uso lentillas. Casi nunca los contradigo, pero dentro de mí me alegro de que sean mis colores naturales.
—Si alguna de esas personas conoce a tu padre o a tu hermanito, sabrán que nada es artificial, ustedes se parecen bastante. Y volviendo al tema, si no sacan tus genes, tendrán los míos y no es por nada, pero los míos también están perfectos.
—Ojalá también saquen tu modestia.
—Y tu sentido del humor.
Cuando lo miré a los ojos al reírme, agradecí internamente poder ser su amiga; no sentía ni media mariposita volando por él, pero tener esa confianza amistosa era suficiente para poder fingir amor sincero ante nuestras familias y eso era lo que más necesitábamos.
☆☆☆
¡Muchas gracias por seguir aquí!
☆ Espero que este capítulo les haya gustado mucho, yo amo a Ray y a Karma y a todos, espero los amen a su manera también ☆
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