VIII. ☆ Cambio de planes ☆
Cerca de las ocho de la mañana las cortinas de mi habitación fueron abiertas y de inmediato desperté, sin embargo, no me moví de mi lugar y en algún rincón de mi ser detesté a Divine por ser una persona tan mañanera.
—Odio que tengas tanto ánimo a esta hora —mascullé, subiendo las cobijas hasta tapar mi nariz—. ¿Cómo haces?
—Café y magia —respondió sencillamente—. Vamos, Ray dijo que venía a eso de las nueve y ya casi son las ocho, deberías estar levantada.
—No me tardo ni veinte minutos duchándome y vistiéndome y mi maleta ya está lista. Solo estás interrumpiendo mi sueño.
El dichoso viernes para ir con Ray a la escapada de fin de semana, como mi papá muy románticamente lo llamó, había llegado. La perspectiva de ir a exposiciones y presentaciones sobre astronomía me emocionaba, además, ya que el tiempo me sobraba tuve mucho espacio para averiguar sobre el evento y lucía lo suficientemente prometedor para al menos no ir con los ánimos por los suelos. Es verdad que en general no quería hacer gran cosa, pero luego de ocho semanas estando encerrada en casa, tres días lejos de mi padre y de las paredes de mi habitación me parecían como las mejores vacaciones de la vida.
Rodé en mi cama hacia el lado opuesto a Divine, tapándome totalmente con mi cobija, pero en menos de nada sentí que me quitaban todo abrigo de encima, provocándome un escalofrío. Me senté en la cama y fulminé a mi hermana con la mirada.
—¡Vamos, Karma! Arriba. Siempre falta echar algo en la maleta, no lo dejes para último minuto.
—Ya eché tres pantalones, tres camisas y tres del resto de cosas. No necesito más.
—Deberías echar más. No sabes si tendrás que cambiarte más de una vez al día.
—Voy a un evento cerrado, no a una playa, Divine.
—Qué terquedad, está bien. —Divine blanqueó los ojos—. Pero para que veas que soy una buena hermana, te ayudaré a hacer la cama por hoy para que te duches con calma.
Suspiré con cansancio.
—De acuerdo.
Salí de la habitación con dirección al baño, no iba con la energía a tope como mi loca hermana, pero me alegró que el agua tibia me subiera un poco el optimismo; para cuando salí de la ducha ya estaba totalmente despierta.
Regresé a mi habitación; al menos de momento Divine ya no estaba y mi cama estaba perfectamente tendida. Sonreí a la nada antes de entrar a vestirme. Cuando estaba terminando de ponerme los zapatos escuché el latido de Ray y a los pocos segundos el timbre en la puerta. Si mi oído no fallaba, mi padre fue quien abrió y no me apuré en absoluto para terminar de arreglarme.
Mi madre tocó a mi puerta y le cedí el paso; me encontró frente al espejo peinándome y se ubicó tras de mí, sonriéndome a través del cristal.
—Admito que no me gusta mucho eso de que vayas un fin de semana sola con un chico.
Me reí, especialmente al ser consciente de que Ray a lo mejor estaba escuchando desde el otro lado de la casa.
—Deberías pensar que no es "un chico", es mi futuro esposo. Al menos así lo ve papá, de otro modo no podría ni cruzar esa puerta para salir con nadie.
Sí, él también debía estar escuchando.
—Solo... cuídate, ¿sí? —Vi por el espejo que metió la mano a su escote y sacó un sobrecito, me lo tendió y abrió mucho los ojos al inclinar su mentón para indicarme que leyera lo que decía sin que fuera en voz alta—. Por si acaso —añadió bajito.
Leí las dos líneas: Si algo pasa, toma un bus y regresa pronto. Abrí un poco el sobre y vi que había dinero. Una risa me afloró en la garganta. Yo podía ser bruja, pero seguía siendo una hija menor de edad de una madre preocupada... y algo desconfiada del chico que me sacaría de casa por tres días.
Me pareció un lindo gesto y me hizo considerar de inmediato que mi padre confiaba ciegamente en Ray, es decir, el sentido común de mi mamá la impulsaba a darme dinero para que no dependiera totalmente de él, pero mi papá ni siquiera lo consideraba. O bien creía con firmeza que yo estaría bien con Ray o le daba igual si yo tenía problemas con él.
—Gracias, ma. —Guardé el sobrecito en mi bolso de mano—. Solo son tres días, volveré antes de que me extrañes. Y si hay tiendita de recuerdos, te traeré algo bonito.
Era la primera vez que iba a salir de casa por más de unas horas y solo en ese momento me percaté de lo importante que era el evento para mi mamá; significaba que ya no era su niña y aunque ella siempre tenía su semblante serio, yo sabía que le afectaba. Recordé la primera vez que Divine pasó la noche fuera con Samael y cómo ella estuvo en vela casi todo el tiempo esperando su regreso.
Como si quisiera darles la razón a mis pensamientos, mamá se acercó para abrazarme con tanto afecto como si me estuviera yendo ya al día de mi boda. No me abrazaba así hace mucho, no con esa intensidad, esa duración y esa nostalgia en el aire.
—Te amo, Estrellita.
—Yo a ti, ma.
Me soltó para luego acunar mis mejillas en sus dos manos, me observó con atención el rostro en varios ángulos, como para asegurarse de que sabía cómo me iba y poder revisarme por daños cuando volviera. Después me soltó y salió de la habitación; casi de inmediato Ray entró, dedicándole a mamá una sonrisa a modo de saludo.
—Hola.
Le sonreí.
—Hola. ¿Cómo amaneciste?
—Ansioso, es mi primer viaje sin mis padres.
—El mío también.
—¿Ya estás lista?
—Sí. Voy a comer algo rápido y podemos irnos.
—Grandioso. El primer evento empieza a la una y media, si salimos pronto podremos llegar a eso de mediodía y podremos asistir a ese si te parece bien.
—Claro.
—Voy poniendo tu maleta en el auto, ¿sí?
—Sí, gracias.
Le señalé mi pequeña maleta negra que ya había dejado lista y él la tomó sin problema para luego salir hacia el auto que su padre le había prestado. Cuando salí al comedor me crucé con mi padre que estaba desayunando.
—Buenos días —saludé sin mirarlo.
—Buenos días, hija. ¿Emocionada?
—Ya lo sabes. Has escuchado lo que he hablado con Divine, con mi madre y con Ray.
Una sonrisa afilada adornó sus labios.
—Es cortés preguntar.
—Qué considerado, gracias.
Tomé un vaso de jugo de naranja del mesón y una tostada, pero no me senté en ninguna silla junto a mi padre. Ya llevaba mi bolso de mano atravesado sobre el pecho y puse en él dos paquetes de galletas del estante superior para el camino.
—Diviértete —musitó casi a regañadientes—. Aprovecha el viaje, no te amargues.
—Igual si me amargo tengo el próximo año para regresar con Ray. O el siguiente, y el siguiente. ¿No es así?
A mi padre ya no le sorprendía mi tono o mis intenciones al hablarle y a mí dejó de preocuparme lo que pensara. Sin embargo, para el resto de la casa era incómodo escucharnos discutir. Divine entró al comedor consciente de la tensión, pero disipándola con una sonrisa dirigida a ambos.
—Te compré caramelos para el viaje —informó, tendiéndome una bolsita de caramelos de leche.
—Gracias, Divine. Ya iba saliendo. —Miré a mi padre de reojo—. Adiós, pa.
—Suerte, hija. Te veo el lunes.
Ni de chiste iba a dar o a recibir un abrazo de despedida de él así que apenas y lo miré. Divine me tomó del brazo para acompañarme a la salida; Ray estaba recostado en la puerta del auto rojo de su padre y sonrió al vernos.
—¿Ya?
—Sí.
Mi madre se asomó también y salió con una gran sonrisa para despedirme de nuevo. Cuando miró a Ray le sonrió.
—Cuídala o tendremos problemas.
—Siempre, señora Blair.
Nos subimos al auto luego de más exageradas despedidas, me puse el cinturón de seguridad y le sonreí a Ray.
—¿Vamos?
—Vamos —respondió justo al momento de arrancar.
☆☆☆☆☆
Tener a Ray en el asiento de al lado dentro del auto me hizo imposible no pensar en el único día en que me había dado una escapadita con Marco y me fue más imposible aún comparar la sensación y darme cuenta de que por más que me acostumbrase a Ray estando en mi vida, jamás sería ni cercano a lo que era con Marco. Y ni siquiera hablando en el ámbito romántico, sino todo en sí, desde la compañía hasta la comodidad y al aire que compartíamos; nada era parecido.
La mañana estaba lo suficientemente soleada para poder estar sin chaqueta dentro del auto y cada tanto me embelesaba mirando por la ventanilla y viendo la vegetación pasar. No hubo necesidad de hablar demasiado durante las horas de camino, no fue incómodo tampoco, fue más bien... casi aburrido, como supuse que sería todo de ahora en adelante: rutinario, seguro.
Me incorporé en mi asiento cuando nos adentramos en una ciudad; el cambio total de carretera llena de árboles a edificios altos fue reconfortante pues significaba que ya estábamos llegando y era un alivio porque no quería estar más sentada dentro del auto. En mi lugar me estiré todo lo que pude y observé a Ray que me sonreía.
—¿Es acá?
—Sí.
—Genial. Ya quiero estirar las piernas. —Miré el pequeño reloj incrustado en el tablero del auto—. Y llegamos justo como pensaste, no es ni la una aún.
—Estuvo buena la carretera.
Ray conducía con la guía del GPS, ya que él tampoco conocía esa ciudad. Lo veía seguir las instrucciones de la voz mecánica hasta que nos condujo a una calle ancha y principal; era tan espaciosa que Ray se pudo estacionar en uno de los laterales. Miré alrededor; había tiendas y negocios de todo tipo y una cantidad considerable de gente, lo que me hizo pensar que era el centro del comercio en la ciudad.
Pretendí estirar la mano hacia la puerta para salir, pero vi que Ray estaba totalmente quieto en su lugar, lo que de repente me angustió.
—¿Todo bien?
—Sí.
—¿Por qué esa cara entonces?
Una seria mirada apareció en sus ojos.
—Karma, yo te quiero, ¿de acuerdo? Sé que no nos conocemos desde hace demasiado, pero te he aprendido a querer mucho porque tienes un corazón muy grande que merece mucha felicidad.
Tuve la impresión de que iba a hacerme algún reclamo porque no éramos nada aún y entré en pánico; me alegré internamente de tener el dinero de mamá en la bolsa, si las cosas con Ray se ponían incómodas podría regresar a casa por mi cuenta.
—Gracias, Ray. Eres un gran amigo. —Hice un énfasis demasiado puntual en la última palabra.
Lo vi sonreír.
—Esto no es correcto. Tú y yo, me refiero. Siempre he considerado nuestro compromiso una responsabilidad que llevo con gusto porque no estoy sacrificando nada, pero verte a ti sacrificando tu felicidad por mí y por tu padre no es justo. No creo que ser infeliz toda la vida pueda llamarse algo honorable. Tus padres y los míos han sido relativamente felices con sus matrimonios y aunque empezaron igual que nosotros, hallaron el punto de comodidad. Sin embargo, cuando estoy contigo sé que tú y yo jamás encontraremos ese punto porque tu corazón ya no está acá, está con Marco.
Mi sonrisa se había perdido así como mi positivismo. Algo dentro me decía que las cosas estaban mal; mi primera suposición fue que Ray estando cansado de la situación iba a abandonarme, y solo de pensar lo que eso podría significar en mi casa, me hacía encogerme en mi lugar.
—Ray, lo siento, yo...
—¡Oh, no te lo estoy reprochando! —exclamó apresurado, como si recién se diera cuenta de mi gesto temeroso—. Lo lamento, no pretendía que sonara mal. No, Karma, no te culpo ni considero una tragedia el que lo nuestro no funcione. Es solo que quiero que entiendas el porqué de todo.
—¿En por qué de qué?
—No vinimos al evento de astronomía —confesó. Callé, entre asustada y ansiosa—. Bueno, puede que yo vaya, pero no tú.
—No entiendo.
—Estamos arriesgando todo, Karma, para que tú dejes de sacrificar todo. —El corazón se me aceleró y no atiné a responder nada—. Te estamos dando ahora la oportunidad de ser libre... con Marco. Él está aquí... —En reflejo miré en todas direcciones con apuro; Ray me tocó la mano—, no, perdón, no acá, acá. Me refiero en esta ciudad. Y es tu decisión si quieres irte con él ahora.
Parpadeé muchas veces al sentir los ojos húmedos; el atisbo de desconfianza no se me escapaba del corazón, solo podía pensar ¿y si es una trampa de mi padre?, y la sola posibilidad me parecía demasiado cruel. Balbuceé varias veces hasta que hallé mi voz de nuevo.
—¿Qué? ¿Cómo...? ¿Dijiste estamos? ¿quiénes? —La primera lágrima descendió por mi mejilla—. Ray... si esto es obra de mi padre, no es gracioso, no me hagas esto. Te he pedido tiempo y lo necesito, no me hagas esto.
Ray buscó de nuevo mi mano y luego mis ojos. Del brillo en su mirada no podía desconfiar, no podía no creerle. Relucía en el azul de sus iris ese tono de confianza que le vi el día en que lo conocí, ese que me decía que mi vida entera estaría bien si de sus manos dependía.
—Estamos... tu madre, tu hermana, mis padres y yo. Todos nosotros consideramos una responsabilidad seguir con el linaje, pero todos te hemos visto y ninguno considera correcto que tu felicidad sea una ficha en un juego que tu padre debe ganar. Mis padres jamás me obligarían a casarme, no de la forma en que tu padre te obliga a ti, no pasando por encima de ti de esa forma.
Mis labios temblaban, mi corazón volaba.
—¿Dónde está Marco? —susurré.
—Cerca. Quería hablar contigo primero. Es tu decisión, Karma. No pienses en este momento en tu padre ni en las consecuencias. Hemos planeado esto y si decides irte por tu cuenta con él, te ayudaremos. Considera todos los pros y contras y decide por ti nada más.
Mi mano libre aterrizó sobre mi boca intentando acallar los sollozos. Apreté los párpados e intenté respirar hondo. Cuando abrí de nuevo los ojos Raymond me sonrió comprensivo.
—¿Es en serio, Ray? —jadeé. Asintió con determinación—. ¿Y qué hay de ti?
Se encogió de hombros.
—Buscaré otra bruja y si no la encuentro, solo buscaré el amor. No voy a atarte ni a ti ni a nadie a mí.
—¿Qué hay de mi padre?
—Estará furioso —admitió, con una sonrisa triunfante—. Pero para cuando lo sepa ya estarás lejos. Ese es el compromiso de tu parte, Karma. Si te vas, debes ocultarte con Marco al menos mientras todo esto está fresco porque sabemos que tu padre te buscará... de todas maneras su poder sigue teniendo limitaciones y si sabes cuidarte, serás solo una persona más en millones, serás como la aguja en el pajar. ¿Qué dices entonces?
Pensé en mi madre, en mi hermana, en sus despedidas y atenciones de esa mañana y de repente todo tuvo sentido. Y más sentido tuvo aún la certeza de mi mente de que aun cuando me dolía alejarme de ellas, nada sería mejor que hacerlo.
—¿Que qué digo? —pregunté, incrédula y ya sonriente.
—Lo supuse. —Ray encendió el auto—. Entonces esto es así: en el maletero está la maleta que me diste hoy, pero además hay otra con tus cosas. He estado sacando ropa de tu casa durante semanas con ayuda de Divine y de tu madre. Esta mañana tu hermana se encargó de sacar algunas cosas más. No tantas como para que tu papá desconfíe si va a tu habitación, pero sí suficientes para que sobrevivas. —Salió a la calle de nuevo y empezó a conducir sin dejar de hablar—. ¿Recuerdas al amigo de papá que dejó su compromiso por una humana?
—Sí, que la bruja a la que dejó es amiga de mi papá.
—Ese, se llama Frank . Bueno, él tiene una casa enorme con su familia a un par de horas de acá. Mi padre habló con él, le contó todo y pues imaginarás que sintió empatía por la situación —Sonrió de lado—; allá puedes llegar con Marco hoy, te daré la dirección. No podrán estar ahí más que una noche, lo suficiente para que planeen qué hacer y hacia dónde ir. Luego de eso depende de ustedes. En la maleta tu madre ha dejado dinero, eso me dijo, al menos para vivir mientras se acomodan los dos en algún lado. Y aparte, me hizo prometerle que te advirtiera que las cosas no serían sencillas, que salir adelante sin apoyo de nadie era muy difícil, pero que respetaba si así lo decidías.
—Lo entiendo.
—Además, tienes magia. —Ray me guiñó un ojo y de nuevo se orilló en una calle ancha; esta vez teníamos al costado una estación de tren—. ¿Escuchas?
Agucé el oído y todo por dentro me tembló cuando distinguí entre mil latidos el de Marco. Estaba cerca.
—Está acá. Es cierto.
El tono incrédulo fue imposible de disimular. Seguía esperando que de algún modo me dijera que era una broma pesada, pero escuchar a mi Marco tan cerca no podía ser algo falso.
—Está acá —confirmó. Ray estiró la mano hacia atrás y tomó una carpeta que me tendió—. Son documentos que necesitarás y un par de cartas de tu hermana y tu madre... y una mía también —añadió en un susurro.
Ray se bajó del auto y lo hice también, quedando sobre el andén. Él sacó del maletero dos maletas: la pequeña que yo alisté para el fin de semana y una más grande que lucía repleta. Me dio ambas y me observó sin intención de entrar conmigo a la estación.
—La mayoría de las personas no encuentran la felicidad de verdad, ¿sabes? Y tú la hallaste... así que ve por ella y no la sueltes nunca.
Dejé las maletas en el suelo y me abalancé para abrazarlo por el cuello. Me devolvió el abrazo, apretando con fuerza, como quien despide a un ser muy querido que va a un largo viaje.
—No podré agradecerte lo suficiente.
—Solo sé feliz, así nos lo agradeces a todos. —Se alejó un poco para mirarme a los ojos—. Consigue un teléfono cuando puedas y si quieres escríbeme a mí, no a tu familia. Nunca me digas dónde estás por mensajes, pero puedes comunicarte para saber que estás bien o si quieres que le dé un mensaje a alguien. Mucha suerte, Karma.
—Gracias, Ray. Por todo.
Ray encajó su mandíbula en mi hombro y asintió.
—Te quiero mucho, ¿vale? Siempre recuerda eso.
El nudo de mi garganta no me permitió responder más que con un asentimiento.
Finalmente lo solté y me agaché para tomar mis maletas. De repente la realidad de lo que estaba sucediendo me dio de lleno en la cara y quise correr, gritar y llorar al mismo tiempo. A la vez que sentía que si daba un paso todo se desvanecería, también quería buscar a Marco y pegar una carrera para alcanzarlo. Tenía tantas preguntas para Ray, tantas dudas sobre el presente que al final no pude soltar ninguna dentro del nudo de mi sorpresa y mis nervios. Tendría que resolver mis dudas después, por ahora solo quería tomar la promesa de una vida con Marco y sostenerla con todo mi ser.
Raymond me dedicó una sonrisa llena de cariño y no sé si fue mi impresión, pero vi sus ojos humedecerse. Rodeó el auto para irse y cuando arrancó, me giré para ver totalmente la estación de tren.
El latido de Marco sonaba lejano, pero como siempre, traspasaba el muro de personas y sonidos que me rodeaban. Caminé siguiendo mi oído y buscando dónde latía más fuerte. Atravesé la gran entrada y miré en varias direcciones, notando docenas de cabezas de aquí a allá con maletas, maletines y bolsos. Apuré el paso sintiendo cómo en cada paso mi corazón aumentaba su ritmo al punto de que me pregunté si Marco lo escucharía y me encontraría antes que yo a él.
Giré en una taquilla y di varios pasos más. Entonces lo vi.
Estaba sentado en una de las áreas de espera, sus codos tocaban sus rodillas y sus manos se entrelazaban al frente. Tenía la mirada perdida en algún lugar del suelo y una de sus piernas se movía arriba y abajo con ansiedad. En el piso a su lado había una maleta negra grande y en la silla de al lado estaba su chaqueta café.
Me congelé en mi lugar observándolo.
Mis ojos dejaron de verlo claro por el velo de lágrimas que me nacía y temí que de parpadear me diera cuenta de que solo era un espejismo.
Su corazón estaba tranquilo, a un ritmo normal y calmado, pero seguía siendo para mí como un imán que me llevaba irrevocablemente a él. Di medio paso y me detuve.
Marco debió sentir que lo veía y elevó el mentón para buscar al dueño de la mirada... tardó tres segundos en hallarme y menos de tres tardó su corazón en acelerarse. Se puso de pie de un brinco, pero tampoco se movió; lucía sorprendido, demasiado, como si ya esperase que nadie llegara. Articuló con sus labios mi nombre y eso pareció ser suficiente para que ambos lográramos despegar los pies del suelo.
Acortamos distancia a paso rápido y a mitad de camino encontré sus brazos.
Rompí a llorar de nuevo, algo que parecía que ya hacía por costumbre.
—Dios mío, sí estás acá —susurró Marco, pasando sus manos por mi cabello y luego por mi espalda—. Karma...
Lo besé y se sintió como si me hubieran devuelto la parte del alma que me habían quitado. Subí mis manos a sus mejillas y mis dedos se humedecieron, toqué con manos temblorosas su cabello y sus orejas y sus hombros, todo para asegurarme de que no era otro de mis sueños, que era real y que estaba ahí en carne y hueso. Besé sus mejillas, su mentón y su frente, me embriagué por unos minutos con su latido y al final lo abracé de nuevo, apretando su cuello con tanta fuerza que se me entumecieron los brazos.
Cuando esos minutos de shock, felicidad e incredulidad pasaron, lo miré a los ojos y sonreí tan ampliamente como mi rostro permitió. Me devolvió la sonrisa y una calidez se apoderó de mi interior, la calidez de la alegría y de la certeza de que con él todo estaría bien.
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