IX. ☆ Marco y la fábrica de locuras ☆
Mi papá pasó a mi habitación a verme antes de irse a trabajar, traía en sus manos una jarra transparente con agua, un par de pañitos blancos y un gesto que era más preocupado de lo que debería.
Con los párpados perezosos lo miré e intenté reírme de su aspecto general de padre con un bebé enfermo, pero creo que ni siquiera una buena mueca burlona hice.
—Debo irme ya.
—Está bien, no estoy muriendo.
Omitió mi comentario antes de seguir hablando.
—Estoy a una llamada de distancia. Si te sientes de nuevo débil no seas imprudente y llámame. Ahí te dejo el termómetro y si te sientes caliente lo usas, si estás más allá de lo normal toma otra ducha o llámame.
—Sí, papá, lo sé. Termómetro, mucho líquido, ducha y no morirme, lo tengo.
—No es gracioso.
—No es tan grave tampoco.
Mi padre negó con la cabeza, resignado, como si por fin me diera como caso perdido para que me tomara en serio una pequeña fiebre que a todo el mundo le sucede de vez en cuando.
—Bien. —Se acercó a mí y fingiendo que se iba a despedir de mí puso su palma en toda mi frente para palpar mi temperatura. No objeté porque al parecer nada lo alertó—. Te llamaré en un rato.
—Vale.
Me miró una vez más y salió de la habitación. Suspiré y me arrebujé más dentro de mis cobijas; odiaba estar enfermo, pero tenía la ventaja de que cuando enfermaba, sanaba pronto... además era un día entre semana sin ir a estudiar y eso nunca deja de ser divertido.
Desde la tarde anterior empezó a dolerme la cabeza a momentos intermitentes, sentí ligeros mareos y escalofríos ocasionales. Se lo dije a mi papá mientras mirábamos televisión en la sala y como buen padre se mantuvo alerta cada hora o cada hora y media luego de eso, y fue bueno, lo admito, porque a eso de las dos de la mañana cuando pasó a mi habitación me encontró sudando mucho y con fiebre.
El instinto de mi papá hacía que se preocupara demasiado, especialmente porque sin mamá ahí, era él quien tenía que encargarse... o al menos eso creía él. Desde que vivíamos solos no me había enfermado así que imagino que tomó mi ligera fiebre como un padre primerizo toma una gripa en un bebé.
Mientras amanecía dormí a ratos dispersos, pero en sí no había descansado mucho, al contrario, la pérdida de agua por el sudor y de por sí el malestar me mantenían algo cansado; me quedaba de consuelo que de ese momento a las siete de la noche tenía la soledad de mi casa para descansar y la esperanza de que no se me subiera de nuevo la temperatura.
Intenté dormir con la habitación en silencio porque me dio flojera levantarme a poner algo de música, pero mi descanso se interrumpió poco después con una llamada en mi teléfono. Resoplé al ser consciente de que solo había pasado una hora desde que papá se fue y que ya había empezado con su superpreocupación; si iba a ser así todo el día, no podría dormir más de media hora seguida.
Estiré la mano sacándola de las cobijas con pesadez y sin mirar la pantalla contesté somnoliento.
—Papá, no voy a poder descansar si me llamas cada hora. Estoy bien.
Del otro lado no respondió mi padre sino una voz femenina que me aceleró el corazón de inmediato.
—¿Estás enfermo?, ¿por qué no avisas?
Más que reproche, en la voz de Karma había preocupación.
—No es nada. Y hola, Karma, ¿cómo estás?
—Ahora preocupada.
—No te desgastes en eso, estoy bien. Anoche tuve un poco de fiebre, pero estoy mejor ahora, solo intentaba dormir porque pasé mala noche con alta temperatura y mi padre viniendo cada media hora. No te preocupes, estoy bien.
Sentí la lengua enredada con mi explicación y me pregunté si Karma me había entendido totalmente el punto de que estaba bien. Cerré los ojos con fuerza, pidiéndome concentración. Hubo un corto silencio en la línea.
—¿Necesitas algo?
—Nada urgente. Escucha: solo fue un poco de fiebre, no actúes como mi padre sobrepreocupándote. Para mañana estaré como nuevo.
—Voy para allá en un rato.
Eran apenas pasadas las once y las clases seguían hasta la tarde. Por más que estar con Karma siempre me pusiera de buen humor, lo veía innecesario; estaba cansado y no me parecía buen plan para ella que viniera solo a verme dormir.
—No estoy muriendo, te lo juro. No es necesario que te salgas a mitad de jornada por...
—No tardo.
Me colgó dejándome la palabra en la boca. Sostuve el teléfono en mis manos mirándolo estúpidamente por mucho tiempo, luego lo dejé caer junto a la almohada y mi cabeza aterrizó en el mismo sitio sintiéndose pesada. Me quedé dormido pronto, pero al igual que la primera vez desperté rápido, esta vez sin embargo fue por la intrusión de Karma en mi habitación. Supuse que había dormido mínimo veinte minutos —lo que tardaría en llegar— pero al estar en ese estado lo sentí como un parpadeo.
Karma dejó su mochila en la silla de mi escritorio, inspeccionó alrededor como si esperara hallar desastre solo porque tuve fiebre, pero pareció suspirar de alivio al verme sencillamente en mi cama acostado sin lucir agonizante.
—Lamento haberte despertado.
—Abrir los ojos y verte a ti primero nunca será algo que me vaya a molestar.
Karma sonrió agachando lamirada, luego se acercó a la cama para arrodillarse junto al borde. No sé siella era igual de exagerada como mi padre, pero me observó con la misma intranquilidad queél antes de irse, como si de hacer un ademán brusco me fuera a romper. Mepregunté si mi aspecto era lamentable, pero lo dudaba porque no lo sentía así.
—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien.
Karma acercó su mano a mi mejilla y luego a mi frente; arrugó las cejas al soltarme.
—Estás caliente.
—Debe ser porque llegaste.
Le saqué una sonrisa, pero igual buscó el termómetro en mi mesita para luego ponerlo en mi boca.
—Estás colorado como un tomate y estás sudando. Destápate un poco —pidió, aunque en realidad lo dijo para sí misma porque fueron sus manos las que me quitaron mis cobijas. Cuando el termómetro sonó, Karma lo quitó para leerlo—. Casi cuarenta.
—¿En serio? No siento fiebre.
—El aparato difiere. —Karma se mordió el labio mirando a ambos lados—. Te confieso algo: no sé qué se debe hacer. ¿Llamo a alguien?
Su cara de preocupación me pareció adorable y si hubiera estado completamente sano me habría lanzado a besarla solo por ser tan bella persona... o me habría burlado de ella por ser tan dramática.
—Si no fueras tan bonita serías una pésima enfermera.
—Que sea bonita no te ayuda en nada, así que sí soy pésima enfermera.
Me sorprendí del gran esfuerzo que tuve que hacer para sentarme derecho en el colchón; estaba más cansado de lo que pensé. Negué con la cabeza e intenté sonreír de la forma más tranquilizadora posible; me ladeé y saqué las piernas de la cama, Karma se puso de pie, atenta.
—No es grave. Iré a tomar una ducha y en un rato baja la temperatura.
—¿Y ya?, ¿esa es la gran solución?
—¿A ti nunca te ha dado fiebre? —Me miró con los labios apretados, casi culpables—. Oh, por Dios, ¿los brujos no se enferman? ¡Qué ventaja!
—No es "nunca", pero es muy ocasional. Yo al menos no recuerdo que haya enfermado alguna vez de fiebre.
Me puse de pie y mi mente quiso que el mundo diera vueltas por unos segundos. Karma estiró su mano con la intención de sostenerme, pero elevé la mía para negarme a eso; no estaba tan mal, solo que llevaba como doce horas en la cama y mis músculos se resentían. Caminé hasta mi armario para tomar otra camiseta e ir al baño.
—Bueno, brujita, lección 101 sobre humanos: la fiebre dura unas horas, tomas líquido, te duchas para bajar la temperatura y tomas acetaminofén. Esperas a ver que pasa en veinticuatro horas: o mejoras, o empeoras, o te mueres. El noventa por ciento de los casos mejoran, si empeoras vas al hospital y allá te dan algo más fuerte. Si eres muy desafortunado en la vida te mueres pero no me siento tan desafortunado, soy joven, fuerte y no sufro de nada. Quiero ser optimista.
Karma no encontró peculiarmente divertida mi manera de explicárselo, pero al menos hubo algo de alivio en su mirada. Me planté frente a la puerta de mi baño pero antes de entrar la miré a ella detenidamente unos segundos.
Usaba un vestido beige que daba la ilusión de que toda ella era más pálida, llevaba unos tenis con plataforma blancos, lo que la hacía muy alta para mí que iba incluso descalzo, un chaleco marrón le daba el único punto oscuro a su aspecto. Su cabello ya había crecido como ella quería para quitarse el flequillo que le tapaba toda la frente, así que ahora llevaba su melena peinada hacia un lado, ese día lo adornaba con una sencilla diadema del color del chaleco. Sus labios iban rojos y brillantes, sus uñas con esmalte blanco. Lucía como una muñeca y un ángel mezclados. Me pregunté si mi fiebre engrandecía su belleza o si ella era así y ya.
—Tu fiebre no va a bajar si te quedas ahí mirándome toda la mañana.
Te amo, le dijo mi cerebro, pero mi garganta no quiso reproducirlo. Se me secó la garganta y desvié la mirada, deseando solo por un instante que Karma leyera mentes.
—Sí, es verdad.
Cerré la puerta al entrar al baño y no escuché movimiento alguno al otro lado, fue tan silencioso todo que llegué a pensar que Karma solo había sido producto de mi imaginación, pero que en realidad no estaba ahí. Todo sobre ella a veces se sentía como una ilusión y solo la creía real cuando la estaba tocando; eso no era producto de una fiebre permanente sino de la sombra constante sobre nosotros que me decía cada día que todo era temporal y efímero.
Apretando los párpados me desvestí y abrí la llave para que el agua se llevara la fiebre y de paso la incertidumbre.
☆☆☆☆☆
En un limbo entre el sueño y la lucidez veía a Karma. Apenas una rendija estaba abierta en mi visión, pero era suficiente para enamorarme de su cabello, de su perfil, de sus manos y sus piernas estiradas sobre la cama de almohadas en el ático.
Luego de ducharme la temperatura bajó lo suficiente como para darme ánimos de subir las escaleras hasta el ático pues en la habitación no tenía televisor y no quería que Karma se quedara solo velándome el sueño. Pusimos una película y ella la observaba con atención, yo no porque la había visto tantas veces que me la sabía de memoria.
—¿En serio es tu película favorita? —musitó, ladeando su cara pero no mirándome. Observé de reojo la pantalla donde Willy Wonka buscaba una llave en un llavero de más de cien llaves—. Es muy rara.
—¿En serio nunca habías visto Charlie y la fábrica de chocolates? Es como un clásico de películas infantiles.
—¿Infantil? Creo que eso asustaría a un niño.
Me incorporé un poquito para verla con más atención. Fruncí la frente.
—Es una fábrica de chocolate, ¿a qué niño no le gusta eso?
Karma no despegaba los ojos de la pantalla, con el asombro propio de quien mira por primera vez una buena película... o eso creí, pero su gesto fruncido dejaba mucho que pensar de su percepción.
—Willy Wonka está loco. ¿No ves esa sonrisa tétrica que pone a cada momento? ¿a nadie le parece extraño que viva aislado en su fábrica, que no sepa relacionarse con las personas, que su fábrica le haga cosas terribles a los niños y que haya esclavizado a una comunidad extranjera con drogas?
Levanté las manos como pidiéndole ir más despacio.
—Wow, wow, ¿qué? Vive aislado porque cuando confió en la gente lo traicionaron y se robaron sus recetas.
—¡Otro fallo! Un espía le robó sus recetas y ¿él cierra la fábrica dejando sin empleo a cientos de personas? Eso es cruel y exagerado. Y ese protagonista, Charlie, es un niño que vive en la miseria total, ¡total! y le sigue totalmente la idea a Willy pese a que parece que se da cuenta de muchas cosas.
Parpadeé muchas veces, sintiendo que Karma decía mucho en muy pocos minutos. Me reacomodé porque mi instinto fue no permitir que desacreditara así a mi película favorita.
—Charlie tiene un gran corazón y por eso ve que el señor Wonka es noble en el interior. Vale, admito que estuvo feo lo de despedir a todas esas personas, pero su padre ya lo había rechazado cuando era niño y confiaba ahora solo en sus empleados, así que cuando lo traicionaron perdió fe en la humanidad, lo que explica también que no se sepa relacionar con las personas.
—¡No explica nada! Solo nos dice que un niño caprichoso quiso hacer lo que quiso a sus doce años y como su padre no lo permitió, se enojó, huyó de casa y se volvió un asocial completo. Luego llevó a todos esos niños a la fábrica sabiendo que cosas malas pasarían.
—Se lo merecían —argumenté—. El gordito era un glotón y casi se ahoga en chocolate, Violeta es vanidosa y se come un chicle malo porque cree que eso la hace genial, Verucca es caprichosa y por su avaricia termina en la basura, y Mike es egocéntrico y malcriado, por eso termina dentro de un televisor. ¡Y Willy Wonka les advierte a todos antes de que eso pase! Pero ninguno hace caso; es culpa de los padres por criar tan mal.
—Y cada vez que algún niño sufre él pone su cara tétrica y sus empleados drogados salen a cantar algo que curiosamente va acorde al accidente del niño. ¡Él lleva a cada niño a donde sabe que va a perderse!
—Los niños son todos muy malcriados así que yo veo eso como una crítica a la paternidad irresponsable. Charlie no se metió en ningún aprieto porque lo han educado para ser obediente y humilde, ¿y qué es eso de empleados drogados?
Noté que mi tono había pasado a uno alto y que ya estábamos en una discusión cuando Karma despegó los ojos de la pantalla y me observó, dispuesta a seguir dando argumentos.
—Una comunidad entera de Loompalandia fueron secuestrados a cambio de cacao y trabajan sin descanso para Willy Wonka y solo reciben eso a cambio porque los mantiene controlados.
—No entiendo la parte de "drogados".
—El cacao —dijo simplemente, como si con eso se explicara. Al ver que yo esperaba más, continuó—: Una de las propiedades del cacao puro es ser alucinógeno si se inhala. Cuando muestran a los Oompa loompas alabando una semilla de cacao está rodeado de humo, puede ser que lo queman o pulverizan para inhalarlo. Por eso los oompa loompas siempre andan felices y cantando, por eso se dejan esclavizar así. Bien mirado, Willy Wonka tomó a un montón de adictos y a cambio de drogas les pide que trabajen para él. ¡Mira, mira eso!
Karma señaló la pantalla en el momento en el que Willy Wonka se sube a un elevador extraño con Charlie y su abuelo y oprime el botón de "subir y salir". El elevador va peligrosamente dirigido al techo, a toda velocidad, Charlie y el abuelo están aterrados pero Willy Wonka pule una sonrisa muy amplia de mirada perdida, sumamente misteriosa, y fuera de contexto es psicópata y malvada. Eso sumado a la música de suspenso del fondo no apoyaban mis argumentos.
—Eso...
—¡Es un demente!
Me quedé sin fuerza y sin ánimo de seguir discutiendo así que me dejé caer en las almohadas de nuevo, despreciando mínimamente a Karma.
—Acabas de arruinar mi película favorita.
—No digo que sea mala —defendió; blanqueé los ojos—. Solo que no es una película "infantil" del todo. Es una mezcla rara de terror suave con suspenso e infantil, es dirigida por Burton, no esperaba menos pero solo creo que no debería ser recomendado para todos los niños.
—Pues yo seguiré soñando con ir a esa fábrica imaginaria algún día.
—Hacen algodón de azúcar con lana de ovejas rosadas —apuntó.
—Es un detallito...
—Le dan latigazos a las vacas para que la leche salga como crema batida.
—Nunca entendí esa parte. Willy dice "hay que batir la vaca para obtener crema batida" pero en realidad la están latigando, no batiendo. ¿"Latigando" es una palabra?
—Yo creo que sí.
—¿Y por qué latigan a la vaca?
Karma miró la pantalla y se encogió de hombros.
—Debe ser por la traducción. La película es originalmente en inglés y "whip" significa látigo y también batir. Así que latigar a la vaca daría crema batida. En español no funciona.
Miré a Karma como si me hubiera solucionado un misterio gigante del universo y casi me siento tonto por no haberlo sabido antes, sin embargo no dije nada, fingiendo que era obvio. Karma siguió mirando la pantalla, no quedaban más de quince minutos de película y aunque arrugaba la frente cada tanto, parecía muy interesada en saber el final por malo que fuera para ella. Intentó acomodarse en las almohadas y entonces hablé:
—Ya no siento fiebre.
Estiró su mano de forma mecánica para cerciorarse y asintió para sí misma sin ocultar lo bueno que eso le parecía. Ya habían pasado casi dos horas desde mi ducha y aparte de tener sueño me sentía de maravilla.
—Esperemos que eso siga así. Las enfermedades me dan repelús.
—A todos nos da repelús. Especialmente a los que de hecho nos enfermamos.
—No es lindo tampoco ver enfermo a alguien que am...
Karma se calló abruptamente, apretando los labios. Desvió la mirada, empezando a sonrojarse.
—¿A alguien que qué? —No pude ocultar mi sonrisa dichosa, pero sabía que Karma no lo iba a decir.
—Que amaneció con fiebre.
Ni ella se lo creyó, pero al parecer le aliviaba internamente no tener que decir abiertamente que me amaba. Me repetí que si ella no lo hacía era por su conflicto interno respecto a nosotros así que yo tampoco podía presionar y hacer que se enojara.
Le busqué la mano, la hallé sobre las almohadas y la halé para besarla. Desde que había llegado creo que me había visto como un cristal quebrado así que no me había dado ni un beso temiendo que me enfermara más, supongo, pero por la forma en que me besó de vuelta noté que lo deseaba tanto como yo.
Puso su cuerpo boca abajo apenas apoyando su pecho en el mío, una de sus manos le daba apoyo para no aplastarme y la otra estaba en mi mejilla con delicadeza.
—No lo digas, pero sé que lo sientes —musité sobre sus labios.
Negó con la cabeza, pasando sus labios suavemente sobre los míos con ese movimiento. Ella sabía de qué le hablaba y aunque pensé que lo iba a negar o a tapar con una broma, no lo hizo, no evadió el tema.
—No quiero que lo oigas.
—¿Por qué?
—No sabes lo mucho que dos palabras pueden hacer daño.
—Tú no sabes lo mucho que dos palabras pueden dar felicidad —dije.
—No cuando vives en una historia de amor condenada.
—¿Así nos ves?, ¿como una historia de amor condenada?
No lo habíamos mencionado desde aquella tarde en el techo de Midwest cuando me confesó su unión con Ray, de eso ya habían pasado diez días y aunque yo seguía dándole vueltas al asunto, no lo decía nunca en voz alta.
—Me veo a mí como un corazón condenado y a ti como el idiota que se condenó adrede. —Karma sonrió—. No estamos en un romance de final feliz y lo sabes.
Sentí su corazón acelerarse con el tema y aunque procuraba pulir una sonrisa cálida, yo sabía que no le gustaba hablar al respecto, no como si no quisiera decirlo en voz alta para no incomodarme sino como si hacerlo la rompiera a ella por dentro.
—Decir "romance" y "final feliz" es contraproducente. Los finales nunca son felices. Y técnicamente no tenemos un "romance". Para eso se necesita más que escondernos en mi ático en las tardes. —No lo pretendía pero mi tono se tiñó de resignación y algo parecido a la tristeza—. Ni siquiera hemos tenido una cita real.
—Claro que sí, fuimos a comer helado hace un tiempo.
—No es eso lo que tenía en mente al decir "cita".
Karma seguía medio apoyada en mí y luego de que dije eso recostó totalmente la cabeza en mi pecho, con su oído a la altura de mi corazón y evitando mirarme. Mi mano quedó en su nuca, su cabello me cosquilleaba. No quería que el ambiente se pusiera tenso por mis palabras porque sabía que no era realmente culpa de ella, y hacerla sentir mal no era parte del plan... pero sí era triste no poder tener una relación normal cuando la amaba tanto.
Creí que se había molestado por mi reclamo a algo que se salía de sus manos y por eso no dije nada más, ella seguía aferrada a mí y prefería que no me soltara nunca a que se levantara y se fuera fastidiada. Sin embargo cuando habló de nuevo no había rencor en su voz:
—¿Y cuál es tu idea de una cita?
—Cualquier cosa fuera de mi ático —dije, risueño.
—Sé específico. ¿Cómo es Marco en una cita?
—Un tonto, como siempre, pero al aire libre. —Karma suspiró cuando me reí y me pregunté qué sentía en ese momento escuchando tan de cerca mi latido—. Me gustaría tomarte de la mano sin el miedo de que la gente lo viera. Sacar el teléfono y tomarnos una foto con una fuente atrás. Besarte a mitad de caminata solo porque me apetece. Bailar contigo en el día. Hacerte cumplidos cada cinco minutos porque no tengo temas buenos de conversación. Derramar sin querer mi jugo de mora sobre ti y decirle a una mesera "disculpe, señorita, me presta un trapo para limpiar porque soy torpe y ensucié a mi novia", haciendo énfasis en el "novia".
Karma soltó una carcajada y levantó su cabeza.
—¿Tu idea de cita incluye echarme el jugo de mora encima?
Le sonreí.
—Sería una buena anécdota.
Karma me tocó la frente con ambas manos, creo que para cerciorarse de que no fuera la fiebre hablando tonterías y al darse cuenta de que estaba bien, se estiró para besarme y acelerarme el corazón como a ella le gustaba. La moví para que fuera ella quien quedara recostada, me acomodé sobre ella y la seguí besando casi logrando borrar de mi mente la idea de que todo entre nosotros era pasajero.
La película en el televisor ya estaba dando los créditos y me dije que debía contarle a Karma el final para que no se quedara con la duda, aunque eso de momento no importaba. Solo importaba la forma en que Karma me consumía y a la vez se dejaba consumir; cuando estábamos juntos yo lograba calmar mis incertidumbres y creo que ella aplacaba su miedo del futuro, esa energía que se desprendía de nuestra piel al rozarse era siempre suficiente para aislarnos del mundo de afuera por unas horas.
Karma me daba una felicidad que no es posible poner en palabras o en canciones o en poemas o en libros. Era esa felicidad que dan los actos, las caricias, el tono de una voz o la imagen de una sonrisa. Karma no me daba felicidad, ella era la felicidad en sí. Me daba la ilusión de que nada me podía faltar si la tenía a mi lado, de que la vida tenía un sentido más recto gracias a su presencia. Todo me lo daba su amor, su forma de ser y de verme, como si nadie más pudiera nunca mirarme así.
Mientras besaba la piel de su cuello, de su mandíbula y de sus labios me llenó la convicción de que no podría vivir sin Karma, era una noción que yo mismo unos meses atrás habría encontrado exagerada e ingenuamente romántica y ridícula, pero ahí con ella en mis brazos tenía sentido. Jamás dos seres iban a poder amarse como ella y yo lo hacíamos. Esa certeza me quemaba en la garganta y fue tan pesada que tuve la necesidad excesiva de asegurarme de que no se fuera nunca. Era el impulso del momento, pero no lo callé:
—No te vayas —susurré sobre la base de su cuello. Karma jadeó, enterrando sus uñas suavemente en mi espalda—. No te vayas, Karma.
Cuando respondió, el aire entraba a trancas a su cuerpo.
—¿Qué te hace pensar...? —Suspiró—. ¿Que me iré justo ahora?
Sus ojos entrecerrados y su lengua pasando lentamente por su labio superior le daban un aire de lujuria del que creo no era consciente ella misma. Me encantaba verla, admirarla, encenderme con su imagen.
—Nunca —corregí—. No te vayas nunca.
Se tensó, como si decir eso la hubiera sacado de su área placentera.
—Marco...
Negué con la cabeza, casi desesperado, pensando en las palabras de Beth y su tataratatarabuelo. No sabía si Karma conocía esa historia y no se la iba a contar yo, pero de repente el relato de Beth me pareció tener sentido para nosotros.
—Es en serio. Quédate por siempre conmigo. Podemos irnos lejos, los dos, nadie te encontraría y seríamos felices.
Karma soltó una risita nerviosa, incluso histérica, como si no pudiera creer lo que le decía, quizás pensó que había perdido la cordura. Mi corazón estaba desbocado por la magnitud de mis palabras, pero, aun así, no las sentí incorrectas. Lo que le pedía involucraba mucho más de lo que a primera vista parecía, pero estaba convencido de que era en serio.
—No sabes lo que dices.
—Sí sé. Eres lo mejor que me ha pasado y no quiero una vida en la que no estés.
—No, no sabes —contradijo. Me tomó de las mejillas rojas y sonrió casi con burla—. He escuchado que las personas con fiebre, con borrachera o estando excitadas quieren prometer y pedir la luna. Tú estás enfermo y excitado, no te fíes de tus pensamientos ahora.
—No estoy enfermo.
—Bueno, una de tres.
No me creía en absoluto; si le hubiera dicho que me iba a salir un tercer brazo me habría creído más... pero yo no mentía ni un poco.
—No te lo digo por estar excitado, te lo digo en serio.
—Ajá, ¿entonces mañana cuando estemos en clase en total calma vas a considerar bueno el plan de huir juntos? —Titubeé y eso en la mente de Karma significaba que le daba la razón—. ¿Ves? No es tan fácil, Marco, no estamos en una película. En la vida real la gente no huye de la nada y vive feliz por siempre.
Quise sacar como as la historia de Beth, pero Karma me atrajo a sus labios y no me dio tiempo. Esta vez en su beso había algo adicional: duda, puede que de mis palabras, puede que de la imposibilidad que veía en ellas, no lo sé, pero le recibí las caricias sin discutirlo.
—Pregúntamelo cuando estemos en calma y te juro que mi propuesta seguirá en pie.
Me miró a los ojos, los plateados suyos estaban vidriosos... o eso me pareció. Intenté que mi mirada le transmitiera tanta seriedad como quería, lo que le había dicho no era precisamente un plan, pero, incluso si resultaba ser solo un sueño imposible, era una posibilidad más optimista que la de dejar que se fuera un día para siempre.
—No hagas eso, Marco. No te hagas ese tipo de ilusiones, por favor. —Intenté protestar, pero Karma puso su dedo índice sobre mis labios a la vez que negaba con la cabeza—. Yo no puedo ser tu felices por siempre.
—Me haces feliz ahora.
—Entonces disfrútalo ahora y mientras dure.
Opté por obedecerle y no argumentar nada más por el momento porque con cada palabra parecía que cavaba más profundo el hueco a donde irían nuestros sentimientos cuando el tiempo se acabara. En parte Karma tenía razón: solo nos quedaba disfrutarnos mientras se pudiera, pero algo dentro de mí se negaba a también resignarse a una despedida.
Quise convencerme de que había una salida en algún lado de ese laberinto en que nos habíamos metido al dejarnos llevar, pero con cada pensamiento sentía que chocaba con una calle cerrada y de momento nada me prometía que en el siguiente giro hubiera algo diferente.
☆☆☆☆☆
Pregunta a los lectores, ¿han visto Charlie y la fábrica de chocolates?
Y como dato curioso, el diálogo de este cap nació del hecho de que esa película es de mis favoritas pero a mi hijo lo asustó jaja
♥ ¡Muchas gracias por leer! ♥
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