IV. ☆ El odio a la sangre ☆

Mientras miraba televisión en la sala de mi casa, escuché el latido de Beth . El sonido estuvo en mis oídos por varios minutos antes de que lo identificara como el de mi amiga y me resultó tan extraño que llegué a pensar que lo estaba imaginando o soñando, después de todo, sentía la mente tan apagada últimamente que a veces ni siquiera distinguía lo que veía en la realidad de lo que veía ocasionalmente en mis vistazos al futuro próximo o lo que veía en mi inconsciencia.

Mi padre estaba en su estudio, a unos metros de mí y me pregunté si él reconocería ese latido. El mío propio se aceleró mientras terminaba de definir si era real el escuchar a Beth y entonces el timbre de la casa resonó en el espacio.

Me puse de pie, pero antes de dar dos pasos, vi a mi padre acercándose a la puerta con cautela. Fui tras él y quedé a un par de metros cuando abrió. De inmediato supe que sí era ella.

—Buenas tardes, mi nombre es Bethany y él es Diego, hemos venido a visitar a Karma. Nos dijeron que vivía acá.

Me acerqué más hasta que los ojos de Beth me encontraron y entonces mi padre se movió un poco para dejarme verlos. Hice el mayor esfuerzo por no alterar mi latido ni lanzarme a abrazarla, evitando que mi padre les cerrara la puerta en la cara.

—No sabía que recibirías visita —me dijo mi padre en un tono de advertencia que solo yo pude entender.

Diego respondió:

—No le avisamos, señor. Esta mañana aún no teníamos planes de venir. —Intentó sonreír y me sorprendí de lo bien que le salía; era la primera sonrisa que le veía y me resultó extraño. De por sí era raro que estuviera allí, pero de la emoción de ver a Beth, no le presté mucha atención a los motivos—. Espero que no seamos inoportunos.

—Supusimos que a esta hora ya habrías llegado de estudiar —añadió Beth—, no sabemos bien tu horario en tu nueva preparatoria, pero a esta hora ya todas han cerrado.

Supe que ese cruce de palabras apresurado entre ambos tenía como objetivo que mi padre los encontrase inofensivos y los dejara pasar. Por desgracia no podía decirles yo misma que siguieran, así que literalmente dependía de mi padre el dejarme con ellos unos minutos o no.

Hubo un tenso silencio luego de que Beth callara pues mi padre no dijo de inmediato que podían entrar ni me dijo a mí que saliera unos minutos al jardín para recibirlos. Me pregunté si sería capaz de hacer una escena y pedirles que se fueran.

Mi padre se dirigió a Beth, buscándole la mirada.

—¿Y tienen algún motivo en especial para su visita?

Oí su tono y vi su postura. Buscaba manipular a Beth y quizás hacer que dijera algo que daría motivo para sacarlos de la casa; disimulé una sonrisa al recordar que con ella no me funcionaba el truco mental. Deduje que por eso era Diego quien la acompañaba y no otra persona: porque con Diego tampoco funcionaba. Beth ni se inmutó ante el intento de mi padre, pero yo sé que ella sabía lo que él quería.

—No, señor, solo pasamos un rato. Tenemos que ir a recoger un paquete en casa de Diego, así que no tenemos mucho tiempo, solo vinimos a saludar.

Si a mi padre lo inquietó el no ser capaz de entrar en la mente de Beth, no lo demostró, y tal como supuse, fue a por Diego después. Lo miró a los ojos y Diego le sostuvo la mirada azulada, y haciendo alarde de su orgullo, irguió más su postura.

—¿Un paquete en tu casa?

—Sí, señor. Es un regalo que le compré a mamá. No vivo con ella, pero hoy se lo llevaré.

Esta vez sí alcancé a notar un pequeño gruñido de frustración de parte de mi padre, de seguro lo inquietaba no poder controlar a ninguno de los dos. Sin embargo, sonrió antes de responder.

—Que amable de tu parte. Sigan, por favor. Karma tiene mucho que hacer, pero de seguro tiene unos minutos para ustedes que se tomaron la molestia de venir.

—Muchas gracias —dijo Beth, con más entusiasmo del normal.

Una vez Beth cruzó el umbral, me abrió los brazos y la recibí como si no la hubiera visto en una década. Cuando la solté, supuse que debía también saludar bien a Diego, más teniendo en cuenta que mi padre no se había movido de su lugar. Le di también un abrazo que él correspondió como si de verdad fuéramos buenos amigos.

Los guie hasta la sala y les pedí que se sentaran conmigo, uno a cada lado. Escuché la puerta a mis espaldas cerrarse y aunque no me sorprendió, sí me molestó que mi padre llegase a los pocos segundos y se sentara en un sillón —el más lejano de nosotros, pero sin dejarnos solos— con su computador, fingiendo que hacía algo que no fuera espiarme. 

—La señora Brown te extraña —dijo Beth con burla, consciente de la mirada de mi padre.

Me reí.

—No es cierto, me odiaba.

—Bueno, sí, pero eras la única que sabía sus respuestas. Yo digo que te extraña.

—Tu casa es muy bonita —intervino Diego—, es amplia.

—Gracias. La decoró mi mamá.

Mi papá era inteligente; era consciente que si estaba dentro de mi campo de visión yo no sería capaz de preguntar lo único que él sabía que yo quería: sobre Marco. Estaba segura de que la visita de mi amiga y de Diego tenía que ver algo con él, de otro modo Diego no se atrevería a entrar a mi casa. La inquietud me atacaba preguntándome si las noticias eran malas, pero lo dudaba por la sonrisa constante de Beth. Ella me conocía, sabía más que nadie sobre mi padre y haber ido con Diego solo era prueba de que iba prevenida y cautelosa.

—¿Cómo está Ray? —preguntó ella.

—Bien, no tarda en llegar, siempre viene a esta hora un rato.

—Dale mis saludos por si no lo veo —dijo Diego, y solo a mis oídos eso fue sarcástico. Él lo odiaba—. A propósito, te trajimos algo.

Marco, me dije, pensando que era un mensaje o algo suyo, sin embargo, ver por el rabillo del ojo a mi papá prestando más atención, me obligó a disimular la mía. Beth había llevado un bolso ovalado y espacioso que puso sobre su regazo para mirar dentro de él.

—Es una bobadita —comentó Beth, antes de sacarlo—. Gris hará pronto una venta de garaje y le estábamos ayudando a organizar su habitación. Vi esto y pensé en ti así que le pedí que me lo vendiera, sé que estará en buenas manos contigo.

La mención de Gris me hizo reconocer que eso era una mentira para advertirme de seguir la corriente y lo confirmé cuando Beth sacó de su bolso un objeto que conocía: el proyector de estrellas que Marco compró y que estrenó conmigo. Tuve que desviar la mirada un poco para no demostrar lo mucho que deseaba tocarlo. Beth me miró a los ojos mientras me lo daba.

—Es un proyector —explicó Diego, siguiendo con la mentira—. Beth dijo que eres la loca de las estrellas o algo así y le pareció apropiado.

—Es muy lindo —dije, tomándolo y sintiendo cómo mis palmas temblaban—. Gracias, Beth.

—Es de electricidad, pero puedes ponerle baterías si lo quieres llevar a algún lado. No trae baterías, por cierto, debes ponerlas tú.

Sonreí.

—Vale.

—¿Y cómo has estado? —Diego inclinó un poco su cuerpo hacia mi lado, casi dándole la espalda a mi padre—. ¿Qué tal tus nuevos compañeros?

Claro, todos deben suponer que me transferí y ya, pensé, y si bien Diego y Beth sabían la verdad, era de vital importancia que dijeran la otra versión.

—Amables. También hay una señora Brown, pero es más gentil. He estado bien, adaptándome.

El timbre sonó de nuevo y yo ya había sentido a Ray cerca. Mi padre también y por fortuna fue él quien se levantó para abrir. El camino de la sala a la puerta no era de más de diez pasos, pero fue suficiente para que en ese lapso Diego sacara de su bolsillo un papel doblado muchas veces hasta hacerlo pequeño y me lo pusiera en la mano para luego cerrarla. Me miró a los ojos antes de soltarme y metí el papelito en la cintura de mi pantalón, haciendo contacto con mi piel.

Ray entró y observó a Beth, le sonrió, pero cuando sus ojos llegaron a Diego, algo similar al recelo apareció. Beth salvó el momento, poniéndose de pie y acercándose para abrazar a Ray a modo de saludo.

Intercambiaron formales "tiempo sin verte" y "que sorpresa verte por acá" y entonces Diego se puso de pie, mirando su reloj con atención.

—Bueno, creo que es hora de irnos.

—¿Tan pronto? —dije sin poder evitarlo.

Beth me miró con pesar.

—Sí. Vamos justos de tiempo, Karma. Pero podemos venir otro día, si quieres. Hablando de eso, ¿perdiste tu celular? Te he intentado llamar, pero...

—Sí. Fui con mamá a un centro comercial y lo perdí. —Creo que nunca odié tanto a mi padre como en ese momento cuando reflexioné en que hasta mi teléfono me había quitado—. Pero cuando quieras le puedes escribir a Ray y él me dice, a lo mejor podemos salir un día los cuatro, con tu novio.

—Me encantaría. —Se acercó para abrazarme y aunque sabía que mi padre escuchaba, dijo con cariño—: Te quiero mucho, Karma.

—Yo a ti. —No pude evitar que mi garganta se cerrara y mis ojos se humedecieran, así que la solté pronto y me despedí de Diego con la misma familiaridad que lo saludé—. Gracias por venir.

Diego asintió y se alejó con Beth hasta la salida. Suspiré cuando escuché la puerta cerrarse. Fue menos de media hora su visita y ya quería que regresaran.

—No me agradan —soltó mi padre sin perder ni un segundo—. ¿Quiénes son?

—Compañeros de Midwest —repliqué—, puedes verificarlo si no me crees.

—No es posible hipnotizarlos —escupió, con más ira de la que yo esperaba—. ¿Por qué?

—¿Cómo voy a saberlo? No podemos hipnotizar al cien por ciento del mundo, ¿por qué es relevante?

Mi padre me malmiró como si pensara que me burlaba de él. Quizás así era, pero él no tenía pruebas y yo lo hice de la forma más sutil posible. Le sostuve la mirada sin inmutarme.

—No los quiero volver a ver en mi casa —manifestó y aireado, se fue a su estudio de nuevo.

Ray me miró con algo similar a la compasión.

—No quiero hablar al respecto —me adelanté.

—De acuerdo, entonces te tengo una propuesta.

Tomé el proyector que lo había dejado sobre el sofá y lo aferré contra mi abdomen. De momento solo quería irme a mi habitación, apagar las luces y encenderlo, quedarme por horas mirando las estrellas del techo y no salir nunca más.

—¿Qué es?

—Hay un evento de astronomía dentro de tres semanas y quiero que vayas conmigo, no es acá en la ciudad, pero papá me prestará su auto. Dura todo el fin de semana y hay un amigo de mi mamá que nos puede dar posada por dos noches, así no nos perdemos nada. Sé que te gustará, es un evento que viaja por el país y esto es lo más cerca que estará de nosotros.

Mi mente estaba dispersa por el objeto en mis manos así que ni siquiera escuché completamente su plan. Entendí "fin de semana" y "astronomía" pero no capté detalles. Asentí en modo automático.

—Si papá me deja ir, sí, está bien.

—Genial. Le preguntaré yo mismo, ¿ahora...?

Me miró con sus cejas en arco. Asentí.

—Sí, ve ya. Yo estaré en mi habitación.

Troté hasta allí y busqué con apremio una toma de corriente para encenderlo. Cerré mi puerta, mis persianas y puse una manta sobre ellas para tapar del todo la luz del sol. Me senté en el suelo junto al proyector y lo encendí. Sonreí de oreja a oreja al pasear mis ojos sobre la sección del techo que el proyector cubría, las estrellas eran puntos que se movían, el cielo era negro, una galaxia brillaba en azules claros y rosados y, aun así, yo veía el rostro de Marco en espacios donde no estaba.

Por un segundo pude imaginar que estaba ahí a mi lado, sonriendo.

Me recosté en la alfombra y puse el proyector sobre mi ombligo para seguir mirándolo, sin soltarlo sentí cómo una lágrima resbalaba y se perdía en mi cabello. Entonces Ray entró. La luz de fuera me quitó por un momento la nitidez del techo, pero Ray lo notó y cerró tras entrar.

—Que bonito —exclamó, con los ojos recorriendo el espacio—. ¿Te lo trajo Beth?

Mi voz se ahogó antes de responder en un susurro.

—Sí. Ella es buena con los obsequios.

De repente rocé con mi dedo meñique la nota doblada que tenía en la cintura y me senté bruscamente. Con un movimiento de mis dedos encendí la luz y puse la nota en mis manos. Presentí que Ray iba a preguntar así que lo miré con los ojos muy abiertos y puse un índice sobre mis labios, pidiéndole silencio. Asintió, comprensivo. Él no era idiota y el mero hecho de ver a Diego en mi sala le debió decir que me traía algún mensaje de mi Marco.

Las manos me temblaban cuando desdoblé el papel y más cuando en una esquinita reconocí la letra de Marco. No me importó que mi corazón se acelerase ni que mi papá lo escuchara.

—Qué amable ha sido —dijo Ray, para llenar el silencio.

Leí la nota corta y arrugada:

Consideré que era lógico que el universo del proyector estuviera en tus manos, Karma de Estrellas. Cada uno de esos puntos, cada una de esas estrellas corresponde a un día en que me acerco más a dejar de amarte. Cuéntalas y calcula cuántos días aún tienes de hospedaje en mi corazón.

-M.

Me tapé la boca con una mano para ahogar un sollozo, pero aun así fue audible. Ray me observó y no sé qué imagen le daba mi gesto, pero consideró apropiado, solo por esa vez, desafiar un poco las órdenes de mi padre y poner el silencio en mi puerta cerrada.

Sentada en la alfombra acerqué mis piernas a mi pecho y las abracé, sosteniendo con fuerza la nota. Sollocé con demasiado volumen y sentí cómo mis dientes se apretaban por la rabia. Sentí la cercanía de Ray cuando se sentó a mi lado y apoyó su mano en mi espalda.

—Lo odio —musité, envalentonada por el silencio—. Lo odio con todo mi corazón, Ray. Odio a mi padre, odio mi magia, odio mi sangre. Odio mi vida.

Ray aclaró la garganta, claramente afectado y un poco incómodo. Él me apoyaba de forma incondicional, pero como la mayoría, no sabía qué responder en casos de frustración ajena sin solución. 

—Lo sé. Lo siento, Karma.

Me solté de su toque y me levanté para sentarme sobre mi cama, enfurruñando. Apagué la luz otra vez y acomodé el proyector cerca de mí, sintiendo que esa media esfera oscura era lo único que me quedaba para sentir real la presencia del amor verdadero en mi vida. Miré hacia arriba para contar las estrellas pensando en Marco.

Había millones y mis ojos llorosos las hicieron más incontables aún. 

☆ ☆ ☆ ☆ ☆

 ☆ Gracias por leer ☆

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