IV. ☆ El deber y el honor ☆

Suspiré y traté de no perder ni la concentración ni la imagen mental que estaba plasmando. Mi cuerpo yacía horizontal sobre la cama, había quitado todas las almohadas para obtener una superficie plana y cómoda sobre la cual estar. Tenía ambas manos elevadas, con una intentaba darle posición a las canicas que iba sumando a la constelación flotante y con la otra procuraba no desacomodar las estrellas que ya tenían su lugar. Los blancos puntos que la magia mantenía ingrávidos pretendían representar a Escorpio, mi constelación favorita.

Toda mi energía mental y física estaba distribuida entre mis dos manos, el resto de mis sentidos estaban lejanamente más apagados porque apenas estaba aprendiendo a dividir poder en dos tareas distintas al tiempo —en este caso, acomodar y mantener las canicas blancas flotando—, puse en mi imagen mental la posición de la estrella de Antares, una de las pocas que me faltaban para terminar y entonces, tocaron a mi puerta, sobresaltándome y haciendo que todas las canicas me cayeran de sopetón sobre el cuerpo.

Subí las manos a mi cara en reflejo para evitar que alguna me lastimara los ojos, el sonido repetitivo de más de veinte canicas golpeando y rebotando contra las baldosas del suelo se prolongó por varios segundos; en ese lapso, mi madre se asomó por el marco de la puerta.

Al abrir mis ojos, vi en su rostro una mueca de disculpa ante el reguero de canicas. Suspiré y me incorporé, quedando sentada.

—Lo lamento, no sabía que estabas con esto.

—Debo poner un letrero en la puerta cuando necesite concentración. —Resoplé—. O bueno, en realidad lo que necesito es mejorar la multifunción de mi cabeza.

Ese tipo de ejercicios, aparte de que le gustaban, eran una ayuda para mejorar el potencial de mi mente. Mi padre me decía con frecuencia que de nada servía la magia si no podía concentrarme en dos acciones al tiempo, y tenía razón, no era para nada útil que los sentidos se me apagaran cuando me concentraba un poco más de la cuenta.

Tanto mi padre como mi madre podían ejecutar magia por horas y aun así mantener una conversación o escuchar todo lo que sucedía a su alrededor, así que yo me sentía a veces tonta por no poder hacerlo también.

—Aún eres joven, Estrellita, ya aprenderás. —Mi madre terminó de cruzar el umbral de la puerta y se agachó un poco, movió sus manos en círculos sobre el suelo y todas las canicas llegaron a ella como si fuera un gran imán recolectando pequeños pedazos de metal. Las hizo subir reunidas a mi cama y me sonrió—. Al menos no perdemos ninguna.

—Gracias, ma.

Mi madre se sentó a mi lado en un inusual pero usual silencio. Inusual porque ella sabía siempre qué decir y usual porque era la actitud que tomaba cuando debía hablarme de algo importante. Extendió esa pausa silenciosa por otro par de segundos y al hablar, suavizó aún más la voz que antes:

—¿Qué tal Midwest?

Lo primero que se me vino a la cabeza fue la metida de pata con el balón y la posterior manipulación mental colectiva que había tenido que hacer por obligación; consideré contárselo a mamá, pero a último minuto me retracté, había confiado al cien por ciento en ella desde que había nacido, pero de un tiempo determinado hacia delante, ya no era lo mismo y no quería una reprimenda suya ni un sermón diciéndome como a una niña chiquita que eso no se hacía.

De todas maneras, no había sido del todo mi culpa, la magia me exhibió sin que yo quisiera y solo lo arreglé; el fin justifica los medios, ¿no? El plan era mostrarme y actuar como una adolescente normal y lo que había hecho era un medio necesario para ese fin. 

—No está mal. Es más o menos igual a la anterior y a la anterior y a la anterior...

—¿Ya tienes amigos?

Pensé en mis antiguos amigos y me tensé.

—¿Mi papá te envió a preguntarme esto? —respondí un poco a la defensiva, pero de inmediato mearrepentí—. No importa. No, no tengo amigos realmente. Solo crucé palabras conun par de personas, perolo justo y necesario.

—Tu papá no me mandó a preguntar nada, Karma.

—Bueno, si lo hace dile que ya aprendí, que no me voy a encariñar con nadie, que no se preocupe.

Hubiera deseado prescindir de la mirada de lástima que me dedicó; yo sabía que ella se sentía mal por mí, por las acciones de mi padre, pero más que nada por su impotencia de no poder hacer nada. En sus ojos verdosos siempre estaba la devoción hacia mí y hacia mis hermanos y cuando ese instinto protector chocaba sin poder evitarlo con la actitud estricta y absoluta de mi papá, se sentía mal.

No podía decir lo que pensaba en voz alta, pero tanto Divine como yo lo sabíamos al examinar sus ojos: consideraba nuestra vida injusta, deseaba una adolescencia normal para sus hijos y al no poder darla, se sentía culpable. Sin embargo, al igual que nosotras, ella ya había aprendido a vivir con eso en una resignación permanente que intentábamos llenar con otros gustos materiales.

De todas maneras, hay situacionesen la vida que ni con magia se podían cambiar, y eso incluía la sangre quellevaba en mis venas, la familia que me había tocado y la misión que se measignaba a tientas por el solo hecho de existir.

—Sé que es complicado, Estrellita, pero debemos mantener el mentón arriba...

—Y el ánimo en los cielos, lo sé. Estoy bien, ma, de verdad. Me siento feliz de poder complacerlos a ustedes. —Suspiré—. No te niego que es difícil lo de hacer amigos para luego dejarlos, pero son cosas que pasan, ¿no? Divine ya pasó por eso, yo lo haré y en unos años mi hermano lo hará.

—Tu padre solo quiere lo mejor para ti.

—Lo mejor para él —corregí en reflejo—. Lo amo, pero él no sabe lo que es mejor para mí. O bueno, puede que sí, pero que sea lo mejor no significa que es lo que yo quiero.

Sabía que mi tono no había sido austero, solo había usado ese tinte de melancolía que sin querer salía al hablar de hipotéticos escenarios en los que pronunciar lo que de verdad pensaba era posible. Mi madre puso una mano sobre la mía, sonriéndome con dulzura.

Lo que sea que se le hubiera ocurrido decir, lo masticó y se lo tragó antes de que saliera, así que a cambio solo soltó:

—Hoy vendrá el joven de la casa Walls a conocerte.

Un hondo suspiro se hizo paso entre mis pulmones; no era una noticia inesperada totalmente pues sabía que desde el pasado tres de enero solo era cuestión de tiempo para que eso sucediera, sin embargo, una llamita de emoción —y no sé muy bien de cuál— sí se instaló en mi corazón.

Coloqué mi cabello tras mis orejas solo por buscar qué hacer con mis manos que de repente eran la prueba de mi real nerviosismo. Sentí que el flequillo que me cubría la frente me asfixiaba toda la cabeza, como si de pronto irradiara calor propio. Imprimí toda la calma que pude a mis siguientes palabras:

—De acuerdo. ¿A qué hora?

—Después del almuerzo. Su padre y tu padre ya hablaron.

—Estaré lista.

—Gracias, Estrellita. Esto puede ser bueno, ¿sabes? Es algo que se ha hecho desde siempre y...

—Y así conociste a mi papá —completé. Mamá asintió—. Lo sé. Espero que sea un buen hombre. Tengo altas expectativas.

—Lo es. Tu padre habla maravillas de él.

—Sí, pero no es papá quien se casará con él, así que espero que cumpla con mis expectativas. —Hice énfasis, sonriendo de lado.

—Eso espero. —Mamá me acarició por medio segundo las mejillas y compartimos una mirada de amor sincero—. Te amo, Estrellita.

—Yo a ti, ma.

Cuando ella salió definitivamente de mi habitación, expulsé el aire con fuerza a través de mi nariz. Un vacío se anidó en mi estómago al ser consciente de que mi realidad finalmente me había alcanzado, de que cualquier pensamiento que hubiera tenido respecto a esa parte de mi vida ya carecía de importancia porque ya no era algo que solo habitaba en mi cabeza, ahora era tangible, real.

No pude discernir si los crecientes nervios que se desenvolvían dentro de mí como enredaderas inevitables eran por miedo de saber quién sería mi esposo, o por el deseo de no conocerlo y alargar la espera un poco más.

Preferí llenarme la mente de mil preocupaciones superficiales, como qué iba a ponerme, cómo me iba a peinar, cómo debía presentarme o si debía usar o no zapatos altos; era mejor eso que comerme la cabeza con lo que podría salir mal.

El joven de la casa Walls, como mamá lo llamó, era el hijo del medio de uno de los mejores amigos de mi padre... o bueno, amigo no, quizás "aliado" era un mejor adjetivo para ese tipo de relaciones.

Desde que ambos nacimos, o incluso antes de eso, se acordó entre las dos casas nuestra unión para conservar la pureza en la magia que nos corría por las venas.

Mi padre, mi abuelo y todos los antecesores Blair habían sido dueños de uno de los linajes de brujos más fuertes de la historia, uno de los más irrompibles y de los contados que habían llegado limpios a la época actual; la única manera de conservar el prestigioso linaje y mantener el apellido Blair como uno digno de respeto era dejando la mejor descendencia y eso solo se lograba uniendo los genes con otra casa de sangre pura, en mi suerte, los Walls.

A mi hermana la habían presentado el año anterior con su prometido, Samael, el hijo mayor de la casa de los Waldorf, ella se casaría dentro de unos meses y era en apariencia y dicho, feliz; a mi hermanito pequeño lo tenían en planes con la niña de la casa Kers dentro de una década.

Las tradiciones —anticuadas a mi parecer— de los brujos establecían que los futuros esposos no se conocieran sino hasta el día de la presentación oficial, que era por obligación después de que alguno de los dos cumpliera los dieciocho, tal como mi prometido había cumplido el tres de enero.

Siendo franca nunca tuve gran interés en conocerlo antes de tiempo, no me inspiraba la más mínima curiosidad saber ni siquiera su nombre; una parte de mí, la romántica, quería pensar que guardaba la expectativa hasta el último día para sorprenderme gratamente, pero la otra parte, la realista, sabía que en realidad era mero miedo a que mi prometido no fuera lo que yo esperaba, era eso lo que me había detenido todos esos años de al menos preguntar cómo se llamaba.

Sin embargo en ese momento no tuve ni expectativa ni miedo porque me recordé a último minuto que nada importaba. Ni él, ni yo, ni si nos agradábamos, ni si éramos compatibles. No podía aspirar a una historia de amor, no podía pedir a la suerte que me diera un cuento de brujos enamorados perdidamente a primera vista porque eso era muy ilusorio, incluso para mí que practicaba magia a diario. Lo único que realmente importaba en esa situación eran sus genes, los míos y la promesa de que juntos darían como resultado otro brujo puro, es decir, una generación más de linaje intacto.

El día llegó, me dije, mirándome al espejo y perdiendo por completo las preocupaciones superficiales sobre cómo debía lucir.

No debía impresionarlo, no debía enamorarlo, solo debía estar presente y saludar al brujo con quien compartiría mi vida... si las estrellas que yo tanto amaba se alineaban a mi favor, podía llegar a amarlo y él amarme a mí, pero todo eso era cuestión de azar.

Lo que sí estaba planeado eran los pasos a seguir; el joven había cumplido años recientemente, yo lo haría en noviembre y después de eso tendríamos dos años, hasta los veinte, para conocernos, jugar al noviazgo ideal y planear una vida. Luego, si queríamos seguir el plan ideal, antes de los veintidós deberíamos estar trayendo al mundo al primer hijo brujo, al primer ser hecho con sangre Blair y sangre Walls, la combinación perfecta genéticamente hablando.

Mi padre había sido insistente y firme conmigo desde que era niña con respecto a mi destino, algo que él llamaba con descaro "el orden natural de nuestra existencia", una entrega al poder que más que un sacrificio —como yo lo veía—, debía tomarse como un honor pues honrábamos a las generaciones pasadas que lo mismo habían vivido para llevarnos a lo que éramos hoy.

Yo sabía que ese chico, fuera bueno o malo, había sido criado con la misma misión de vida, así que me quedaba de consuelo que ambos sabíamos perfectamente donde estábamos metidos; no habría desentendidos al respecto.

Éramos dos brujos en caminos perpendiculares que finalmente ese domingo íbamos a colisionar.

Un destino, como mi madre lo llamaba; un deber de honor, como mi padre aseguraba.

Cerré los ojos dos segundos, intentando meterme valor al corazón y guardé todas mis canicas en el contenedor metálico donde las coleccionaba; ya no me quedaba ni una pizca de concentración para seguir con mis constelaciones.

☆☆☆

Al final de la escalera, mi padre me esperaba y al verme, me sonrió orgulloso, feliz. Bajé los escalones con calma haciendo resonar mis tacones bajos con la madera de la superficie, al llegar a su altura, bajé el mentón en señal de respeto hasta que él, poniendo su mano sobre mi hombro, me dio el permiso de mirarlo a los ojos. Había tal adoración a mí en sus orbes grisáceos que me olvidé momentáneamente del sacrificio que empezaba ese día.

—Estás preciosa, Karma —me halagó.

—Gracias, pa.

—¿Nerviosa?

—No. —Negué con la cabeza, aunque por dentro sentía todos los músculos en tensión ante la emoción mezcla de temor que me invadía—. Estaba impaciente por este día.

Papá ahuecó su brazo para que yo pasara el mío por ahí y se dispuso a caminar a la sala. Los Walls habían llegado hacía un buen rato y estaban charlando en la sala, una buena excusa para que se pusieran cómodos antes de llevarme hacia mi prometido.

—¿Lista?

—Sí, pa.

Cuando empezamos a caminar mi mente tuvo presente la ironía de que la postura y celeridad de mi padre al dirigirme hacia el chico era como si me estuviera llevando hacia el altar, pero en realidad apenas iba a conocer a mi prometido. Ese pensamiento me sacó una sonrisa sincera y me disipó parte de los nudos internos.

Al cruzar el arco que separaba la sala de las escaleras, pasé mi mano por mi flequillo para asegurarme por última vez de que no tenía cabellos rebeldes y levantados. Al llegar al centro de la sala, los presentes nos miraron, en ese primer instante no logré ver a nadie de mi edad, pero sí vi a los señores Walls que, al tenerme cerca, acortaron ellos mismos el espacio que faltaba para darme un fugaz pero cálido abrazo a modo de saludo.

Me solté del brazo de mi padre para recibir el gesto de afecto; a ellos los conocía desde niña, no los veía con frecuencia pero sí con la suficiente para recordarlos y tener presente su gran amabilidad para conmigo y mis hermanos; la última vez que yo los había visto, fue a mis doce años y sé que el cambio que vieron en mí les agradó. Se les notó en la mirada satisfecha.

—Estás muy grande, Karma —musitó él.

—Estás preciosa —añadió ella.

—Gracias, señores Walls.

Ambos estaban frente a mí, tapándome la visión de cualquier cosa detrás de ellos y al terminar su saludo, cada uno dio un paso en sentido opuesto, revelando en medio a quien ahora sería mi compañero de vida.

Me gustó lo que vi al primer instante.

Su cabello, al igual que el del resto de su familia, era de un negro azulado, brillante y abundante que le combinaba con el zafiro profundo de sus ojos; su mandíbula era cuadrada y lampiña, y poseía un contraste entre su aire aniñado, y la altura y complexión ancha de su cuerpo que bien lo podían hacer pasar como hermano del señor Walls y no su hijo. Yo sabía su edad, pero de no saberlo, le habría puesto varios años más.

Bien, pensé, punto uno: que sea atractivo, aprobado.

Ante la expectativa de ambas familias, los dos nos quedamos allí, solo mirándonos, cada uno detallando físicamente al otro, sin malicia, sin dobles intenciones, solo intentando hacernos a la idea de que teníamos al frente al destino de nuestras vidas.

Ese examen visual duró solo unos segundos y entonces él extendió formalmente su mano.

—Es un placer —dijo—. Mi nombre es Raymond Walls. Dime Ray.

—Karma Blair... dime Karma.

Solté una risita de nervios, aunque no me sonrojé, y menos cuando todos los presentes rieron cordialmente conmigo sin decir nada.

—¿Quieres ir a charlar un poco...? —preguntó Ray. Pareció notar de repente que éramos el centro de atención de toda la reunión y los observó fugazmente con el mayor de los respetos—. A solas, si no es molestia.

Miré a mi padre y él asintió, dando su aprobación.

—Vamos al jardín —propuse.

Ray extendió su mano, dándome paso para guiar.

—Después de ti.

Punto dos, pensé, que sea cortés y educado, aprobado.

Bien podía ser que me cedía el paso porque no conocía la casa, pero no importaba, realmente Ray tenía buenas maneras con los demás.

Caminé adelante ya sin una pizca de nervios en el cuello, no me había resultado terrible como a veces mi lado pesimista me hacía creer. No había sentido nada por Ray realmente, pero sería demasiado pedir a la vida que aparte de agradarme, fuera amor a primera vista. Por ahora me conformaba con que me hubiera caído bien.

Caminamos por un corto pasillo más allá de las escaleras y llegamos a un estudio que tenía la puerta para el jardín trasero, el lugar más alejado y privado con respecto a donde nuestras familias estaban; deslicé la puerta de cristal y salimos, cerrando a sus espaldas por si acaso alguien quería escuchar. El día estaba soleado y plagado de nubes blancas, el viento soplaba con delicadeza y apenas despeinaba algunos de mis cabellos; nos sentamos en un tronco grueso y caído que venía con la casa cuando mis padres la compraron y sincronizamos un suspiro cómodo.

—Entonces, ¿por qué te llamaron Karma? —Fue la primera pregunta de Ray.

Reí entre dientes y respondí con sinceridad:

—Mi padre nunca tuvo una relación muy sana con mi abuela y me cuentan que cuando nací, me parecía mucho a ella. Mi papá al verme dijo algo como "ella es mi karma" y a mi mamá le sonó bonito pese a que era una queja.

—¿Y tu mamá quiso ponerte un nombre que le recuerde algo malo a tu padre?

—Más o menos. Estuve un par de días sin nombre, pero se decidió, según dice mi mamá, cuando vio a mi papá cantándome una canción de cuna en mi segundo día. Él había dicho que quería tener un varón desde antes de mi hermana y cuando se enteraron de que venía la segunda niña, se desanimó un poco, pero cuando me vio, ella dice que él se enamoró profundamente y al verlo acunándome le dijo que yo era definitivamente su karma en el mal sentido por mi abuela y en el buen sentido porque me amaba.

Sin darme cuenta, mi tono se había tornado cariñoso y plácido porque esa historia la contaba cada que podia y me agradaba pensar en ese Julien Blair que cargaba a su pequeño karma en brazos para cantarle con dulzura. A veces veía a mi padre intentando buscar a ese ser, pero no lo hallaba; con los años se había desaparecido.

—A mí solo me pusieron Raymond porque lo vieron en un libro de nombres, tu historia es más divertida —bromeó.

—Me pregunté muchísimas veces cuál sería tu nombre, aunque Raymond no estaba en mi lista. Es un nombre lindo, no me malentiendas, solo que nunca se me cruzó.

—¿Cuáles sí se te cruzaron?

—Siendo sincera nombres más comunes como Steve o John. Mi imaginación no llegaba tan lejos al respecto.

Ray se acercó un poco más; hasta el momento parecía que la charla y en sí las energías de ambos fluían bien, teníamos esa chispa que al menos permitía que fuéramos capaces de hablar con comodidad, y, sin embargo, cuando de hecho nos miramos a los ojos, fui muy consciente de que no estaba conociendo a un chico genial que podía ser un excelente amigo sino a mi futuro esposo y ese pensamiento me causó un escalofrío extraño, no era algo malo, era más algo resignado.

—Yo nunca pregunté a mi padre por tu nombre, aunque algunas veces me ofreció decirlo.

—El mío no lo ofreció, pero no me lo hubiera negado.

—De todas maneras, no estuvo tan mal; si me decían que tu nombre era Karma, lo habría tomado como mal presagio —bromeó. Reí, pero él cambió el tono al continuar—: Preferí guardarme el misterio para fingir que iba a conocerte un día como si fuéramos personas normales y no porque estamos arreglados a esto.

La voz de Ray era algomelancólica, la misma que yo usaba de vez en cuando me lamentaba de ser quien era, la misma queusaba en mi mente para pensar en él. 

—Bueno, no somos personas normales de todas maneras —repliqué con suavidad.

Ray me sonrió con complicidad y estando aún sentado en el tronco, se agachó un poco para que su mano abierta tocara el césped. Su palma quedó toda contra la tierra y luego de unos segundos, la subió lentamente; en ese espacio que había sido tocado empezó a emerger un tulipán a la misma velocidad que Ray se erguía. Cuando la flor fue lo suficientemente alta, la arrancó por su talló y me la ofreció.

—No, no lo somos.

—Yo solo puedo hacer eso con dientes de león —confesé con una sonrisa—. Es una flor más liviana y requiere menos poder.

—Mi mamá me enseñó esa primero. Ya luego vino una rosa, un girasol y mi favorito: el tulipán. Admito que mi mamá es la loca de las flores, así que me ha enseñado muchas más.

Ray rio y yo lo imité mientras contemplaba el tulipán; había sido un gesto de lo más tierno, pero ambos éramos conscientes de que en sí no significaba nada para ninguno, era un truco pseudo romántico, pero un detalle de compromiso y deber al fin y al cabo. 

—Esta tierra y en esta época no da tulipanes —comenté.

—Es porque este tulipán no es de la tierra, es de la magia —explicó Ray, aunque eso yo ya lo sabía, solo fue un pensamiento que se me salió para sacar charla.

—Lo sé.

Como si deseara hacer énfasis en que eso era cierto, Ray pasó su palma sobre la flor en mi mano y esta se desvaneció, dejando solo el vacío. Levanté la mirada y él me observó con una expresión divertida, incluso coqueta.

—Eres muy bonita, Karma.

—Gracias. Debo admitir que tú también eres atractivo.

Sonrió a medias.

—Aprovechando que estamos solos, quiero decirte algo... sobre nosotros.

Bajó su tono de voz, como si supiera que había oídos en todas partes, incluso en el aire que nos rodeaba. En ese mismo tono casi inaudible, le respondí:

—Está bien.

Ray se acercó un poco más y se puso totalmente de lado para mirarme los ojos con firmeza. En la mirada sí se le traslucían los dieciocho años, ni uno más ni uno menos, ahí era donde estaba el brillo de la adolescencia y la picardía que solo tienen quienes están terminando de salir de la infancia.

—Primero prométeme que esto se queda entre nosotros —pidió con seriedad.

Mi mente se puso un poco en alerta, pero intenté no demostrarlo.

—Prometido.

Ray suspiró una sola vez y lo soltó en tono bajo y confidente:

—Yo no estoy completamente de acuerdo con este arreglo entre nosotros... o entre cualquier clan en general. Considero que no es justo con ningún ser que su vida sea orquestada por otras personas, en este caso, nuestros padres. No me malinterpretes, cuando llegue el momento cumpliré con mi deber porque así son las cosas me guste o no, pero quiero que sepas que no creo que pueda enamorarme de ti gracias a un acuerdo de nuestras familias, no quiero que puedan surgir ilusiones en ti porque me imagino que tu madre te ha dicho mil cosas sobre ella y tu padre, al igual que los míos, que alaban con frecuencia estas uniones pues según ellos, el amor llega por arte de magia luego del matrimonio.

Guardé silencio unos instantes pensando en la cantidad innumerable de veces en que mi padre y mi madre me habían dicho todo eso, convenciéndome de que todo era perfecto a su manera; incluso ambos habían dicho que con o sin acuerdos entre sus familias, se habrían enamorado eventualmente... aunque yo lo dudaba mucho.

Pensando en mis padres, otra inquietud empezó a atenazarme por dentro

—Lamento mi desconfianza, lo juro, pero ¿mi padre te ha pedido que me digas esto para saber mi opinión al respecto? —Mis cejas bajaron a los lados aunque no se notaba mucho por el flequillo que me las tapaba. Mordí mi labio, un poco contrariada—. Te acabo de conocer, pero no me mientas por favor. Es muy importante para mí que me respondas esto con sinceridad.

Ray levantó una de sus manos a modo de juramento.

—No, claro que no. Él no me ha pedido nada.

—Entonces es cierto que no estás de acuerdo.

—Lo siento. Sé que es posible que tuvieras otras expectativas, pero quiero ser claro contigo. Te repito, cumpliré con mi palabra; nos casaremos cuando el momento indicado llegue pero no sobre una mentira contigo. Puedo mentirles a ellos, pero no quiero mentirte a ti porque no es justo y porque bueno, si estarás toda la vida conmigo, no quiero empezar con engaños.

Me dejé llevar y suspiré con un alivio evidente ante su sinceridad; eso sirvió para que él se destensara también un poco, seguramente dejando de lado la preocupación de tener inconvenientes conmigo, su nueva y reluciente prometida.

—Cada una de mis expectativas las estás llenado, Ray —murmuré.

No se necesitó decir más para que Ray me entendiera. Mis ojos plateados y los zafiros de él brillaron con la luz de la confianza y sin decir nada en voz alta, nos juramos una lealtad sin engaños, nos prometimos comprensión y también compromiso con la causa.

Sabíamos dónde y cómo nos encontrábamos; no estábamos de acuerdo con el deber, pero también era seguro que allí nos quedaríamos y lo cumpliríamos de buen agrado.

Ray puso una de sus manos sobre la mía y yo pusé la otra encima en un gesto de apoyo completo y a su manera, me gusta pensar que tanto él como yo sentimos en ese contacto la fortaleza necesaria para lo que ya estábamos afrontando juntos.

Punto tres y último, pensé, que entienda que esta situación no es romántica sino de conveniencia mutua, aprobado.

☆☆☆

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