III. ☆ Manipulación ☆



El viernes decidí tomar la bicicleta pues no iba a tener a mi hermana todo el año llevándome en su moto, era sumamente innecesario. El trayecto no fue corto, de hecho, me tomó más de media hora pese a ir a una velocidad mayor al promedio, pero apenas y llegué cansada. Busqué en el estacionamiento las bahías para bicicletas y ubiqué un lugar para encadenar la mía.

Traía los audífonos puestos todo el camino al menos para distraerme de la cantidad exagerada de ruido de la ciudad, y aun así, teniéndolos a todo volumen, no lograron imponerse sobre el sonido del corazón de Marco. Lo sentí cerca aún sin levantar la mirada, ni lo hice, porque para mí el ser obvia y predecible era una mala debilidad. 

Seguí encadenando mi bicicleta con la indiferencia que se espera a tal acción pese a que ese latido armónico iba aumentando su intensidad a medida que él se acercaba. Mi propio pulso intentaba tragarse los suyos, acelerando la marcha en el intento hasta que, por fin, llegó y me tocó el hombro para llamar mi atención.

—Hola, Marco —saludé, quitándome los audífonos.

—¿Cómo estás?

—Muy bien. Algo cansada. —Señalé mi bici—. Pero voy probando camino desde mi casa para poder llegar.

Marco lucía esa mañana, a mis sentidos, más atractivo que la anterior; quizás era una ilusión nacida del hecho de que ya había pasado varias conversaciones con él y lo poco que habíamos compartido me gustaba —con la clara excepción de conocer a su amiga rubia—, pero el caso era que esa sensación de magnetismo hacia Marco no había desaparecido de mi interior. Seguía sin verlo de modo romántico y esa cuestión de a qué se debía el imán que su carisma proyectaba, me emocionaba. Era como un misterio a resolver y mi naturaleza curiosa amaba eso.

—¿Sí sabes que hay rutas de bus que te traen si quieres?

—Alguien me dijo ayer que casi no aseaban esos buses y soy algo... asquienta —medio mentí.

Lo hice sonreír y de nuevo mostró solo el hoyuelo izquierdo adornando su mejilla. Terminé de acomodar mi bicicleta y sin proponerlo, empezamos a andar hacia la entrada.

—Oye, gracias por no dejar que el balón me golpeara ayer —musitó.

Por dentro me tensé un poco al escucharlo, supuse que como era natural, me preguntaría cómo hice lo que hice. Ignorar las cosas a veces no era suficiente. En mi rostro no se mostró indicio alguno de que su pregunta me contrariaba, a cambio solo me encogí de hombros.

—No fue nada.

—Soy un imán andante de balones —admitió y sonreí de verdad porque esa era la mejor explicación a que el día anterior el balón de voleibol le tocara la cara más que las manos.

—¿Es decir que siempre que camine contigo debo andar pendiente de balones voladores?

—Sí, más o menos. —Marco rio un poco mientras nos adentrábamos al primer pasillo, hizo una pausa y con un tono medio apresurado, preguntó—: ¿Cómo fue que encestaste el balón si estábamos tan lejos?

Esperaba evadir las consecuencias de mi —técnicamente— inconsciente acto, pero la verdad era que la sorpresa de los humanos ante algo de apariencia antinatural era difícil de evadir y aunque algunas respuestas podían resultar sencillas, era mejor no darlas a la susceptibilidad de su mente incrédula. Así que como pensé, tuve que arreglar mi error... cambiando sus recuerdos y negando todo. 

—¿De qué hablas?

Pulí mi mejor mirada de "estás algo confundido, no sé a qué te refieres" y vi en su semblante un cambio de la serena amabilidad a la indignación.

—¿Cómo viste el balón?

—Con los ojos —obvié, intentando sonar bromista.

—No estabas pendiente.

—¿Cómo que no?

—Estabas mostrándome tus pines —terció.

—Sí, ¿y? No quiere decir que no puedo mirar a otros lados. Levanté la cara un segundo y vi el balón cerca a nosotros, me levanté y puse la mano y ya. Se llama instinto de supervivencia, ya sabes, el que hace que levantes las manos al sentir que algo puede golpearte.

Me sentí brusca de hablarle así porque era consciente de la condescendencia de mi tono, le articulé las palabras como si le hablara a un niño y eso obviamente lo molestó porque estaba seguro —y con justa razón— de lo que decía.

—De acuerdo, lo viste, ¿cómo lo lanzaste hasta el aro? —increpó.

—No vi a dónde lo lancé, solo quería que no me golpeara. —Sabiendo ya que no lo iba a convencer con palabras simples de que lo que había visto estaba errado, me detuve porque necesitaba mirarlo a los ojos para manipularle el recuerdo directamente. Cuando frenó también, intenté lucir ofendida por el presunto reclamo—. No entiendo tu... ni siquiera sé qué es, ¿reclamo? ¿Estás enojado porque me protegí, y de paso a ti, del balón?

Al momento de encontrarme con sus ojos, no pude hipnotizarlo de inmediato, no me nació, en ese mísero segundo solo quise gozar de esa imagen de orbes achocolatados, dulces y espesos, con la capacidad de hacerme sentir que me ahogaría en ellos si no me cuidaba al acercarme demasiado.

Me descolocó sentirme así, y más cuando esa mirada se combinó con un tono de disculpa al hablarme:

—No. Lo siento. ¿Jugabas baloncesto en tu antiguo colegio?

—No en el equipo, pero todos hemos jugado alguna vez. —La inocencia y sincera consternación de los ojos de Marco se me antojó adorable, era como la mirada de un cachorro al que duele terriblemente engañar al decirle que saldrás solo por unos segundos aun cuando lo harás por diez horas. Pero no podía seguir con el interrogatorio, no, él debía olvidarse de eso. Saqué de mi mente la lástima y la vergüenza por lo que hacía para poder meterme a la suya. Cuando en sus pupilas traslució la ausencia del autodominio, supe que era el momento de meterle la idea en la cabeza... o de sacársela—. Yo no encesté nada, el balón cayó junto a uno de los jugadores.

Sus cejas se fruncieron un poco, como si su mente en algún rincón se rehusara a dejarse invadir por mi energía, sin embargo, se mostró dócil con prontitud; ni la más fuerte voluntad podía con la hipnosis.

—Pero yo lo vi...

—Sí, viste el balón caer al suelo —insistí. Su mentón debía elevarse un poco para estar a la altura de mis ojos y cuando le dije aquello, solo asintió en reflejo, como si le estuviera diciendo una verdad universal e incambiable—. No encestó, solo cayó.

Marco me dedicó una penetrante mirada propia de quienes estaban bajo dominio; para los humanos la hipnosis era de cierto modo imperceptible pues ni siquiera eran conscientes de que no pensaban por sí mismos y después no lo recordaban. Sin embargo, para su cuerpo sí era perceptible; al no ser dueños de su voluntad, el cerebro mandaba una señal de alerta al resto del cuerpo, un mensaje de "algo anda mal", "debemos protegernos", así que de a poco y desde adentro, todo empezaba a ralentizar su funcionamiento, la respiración se hacía más lenta, los latidos disminuían su frecuencia, las extremidades superiores empezaban a perder fuerza y su atención solo lograba enfocarse en el motivo de su hipnosis, en este caso, yo.

De repente fui solo yo el punto de atención de Marco y ese gesto devoto —pese a ser a causa de mis propios actos— me encandiló por dentro. Deseé con fuerza, por esos segundos, que me diera esa mirada adoradora estando en sus cinco sentidos.

—Solo cayó —murmuró Marco con docilidad—. El balón solo cayó.

Su recuerdo ya se estaba difuminando en su pozo mental, como la bola de algodón de azúcar que cae a un charco de agua. Ya estaba hecho, él pensaba ahora con toda firmeza que el balón solo había caído sin más.

La hipnosis por seguridad no podía durar más de un par de minutos pues de alargarlo más, el cuerpo daría por hecho que todo debía dejar de funcionar definitivamente... yo lo sabía y según mi cuenta, ya tenía a Marco en ese punto limítrofe de tiempo prudente, sin embargo me quedé un par de segundos más admirándolo hasta que lo vi parpadear con pesadez y el temor de que cerrara los ojos para no abrirlos más, me hizo desviar la mirada.

Lo vi toser un par de veces; un efecto secundario. Me sentí mal por hacerlo, pero peor de sentir que no entendía lo que su mirada me transmitía, era como si yo hablara en castellano pero sus ojos en un idioma desconocido por todo ser viviente.

—¿Me muestras el salón de biología? —pregunté, para salir del tema.

Marco estaba recuperando lo último de su aliento y asintió. Unos pasos después, comentó:

—Oye, gracias por no dejar que el balón me golpeara. Había olvidado agradecerte.

Claro. Todo lo había olvidado... por mi causa.

—No fue nada.

Sabía que me quedaba aún sacar el recuerdo de cualquier persona que por curiosidad viniese a preguntarme por mi gran hazaña del día anterior, pero tuve la certeza de que con ninguno sentiría lo que con Marco. Aunque una parte de mí se negaba a inquietarse por el efecto que él tenía sobre mí, no estaba lo que se dice tranquila y temí que un ciclo estúpido de errores míos se estuviera repitiendo.

☆☆☆

En la noche, Divine y yo salimos con la excusa de ir al supermercado cerca de casa... sí debíamos ir al supermercado, pero el ir juntas —cuando con una era suficiente— era para charlar un rato sin el oído de nuestros padres escuchando todo.

—¿Qué tal tus primeros dos días? —me preguntó—. ¿Ya se superó la etapa de sorpresa?

—No del todo, pero con los que he compartido clases ya no me miran raro... —Se me vino a la cabeza la amiga de Marco y no dudé en contárselo a Divine—. Excepto una parejita que me observó como si me odiaran.

—¿Odio? —Se extrañó—. ¿Los conoces de antes?

—No, estoy segura de que no. Pero al verme ambos actuaron como si yo fuera lo más terrible que habían conocido durante su vida.

—¿Serán brujos?

—No creo, lucían muy normales, casi ordinarios. Solo sé que me odiaron. Debo averiguar el motivo.

—Admito que es raro —concedió Divine—, pero si son realmente inofensivos, no le prestes atención. No busques problemas, Karma. El plan es un año escolar tranquilo.

—Pero es incómodo —objeté—, detesto que la gente me trate así sin conocerme...

—Sí, lo sé, pero ¿realmente importa? Vamos, no es relevante que un par de humanos no te quieran. Eres una bruja, eres mejor que ellos, no les des importancia.

Dentro de mí sabía que Divine tenía razón, en realidad mi vida no iba a mejorar ni a empeorar por tener el desagrado de dos humanos cualquiera... pero de verdad me molestaba porque ella era la mejor amiga de Marco y por algún motivo sentía injusto que precisamente ella fuera la que me odiara.

Estuve pensando tanto en las posibilidades sobre la verdad que concluí que mi interés real en Grishaild era porque yo creía —de momento sin fundamentos— que iba a pasar mucho tiempo con Marco de ahí en adelante y siendo ella su mejor amiga, sentía que iba a estorbarme; no podía quedarme tranquila con esa idea. Así que pensé con firmeza que iba a averiguar el motivo de su odio, no para buscar problemas pero sí para no quedarme con la duda.

—¿Y cómo está Samael? —pregunté, para desviar el tema.

Divine no pudo evitar sonreír.

—Súper. Mañana me llevará a un lugar especial, o eso me dijo, aunque no sé a dónde vamos exactamente.

Pasamos con nuestro carrito por la parte de la nevera del supermercado, ella puso en él un par de tarrinas de helado mientras yo la miraba fijamente, con curiosidad. Cuando volvió a mi lado, no pude evitar preguntar:

—¿Eres feliz, Divine?

Cuando me miró, ella supo la naturaleza de mi pregunta, supo que la respuesta que esperaba era una tranquilizadora porque pronto yo debía conocer a mi propio Samael y eso, en el fondo era atemorizante.

—Sí, Karma. Y tú también lo serás, te juro que uno piensa que este tipo de arreglos dan miedo, pero cuando llega el momento de llevarlo a cabo, no es tan malo. Mi Samael y tu futuro esposo han sido escogidos para nosotras teniendo en cuenta nuestro valor, así que no te preocupes, no será una mala persona.

Asentí y le sonreí como si le creyera cada palabra porque no quería dejar salir mis temores profundos en voz alta, para mí, si los ignoraba lo suficiente, se irían, algo simple.

—De acuerdo. —Miré nuestro carrito—. ¿Llevamos nuggets congelados?

—Claro, esa puede ser la cena de hoy.

No mencioné más el tema, ni el de Grishaild ni el del inminente encuentro con el chico escogido  por la familia para mí. Solo hablé con Divine de cosas triviales, de música, de planes para ir al cine pronto, de posibles fiestas a las cuales ir, de cualquier cosa que nos diera la impresión de ser dos hermanas sencillas y normales cuya única preocupación sería a qué hora levantarse el día siguiente.  

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