I. ☆ Compañeros de clase ☆


Suspiré antes de bajarme de la moto y entregarle el casco a Divine.

Dudo mucho que el hastío con que respiraba ese día fuera disimulable ante nadie, mucho menos ante ella que me conocía tan bien. Yo miraba el interior del estacionamiento, los buses llegando llenos de estudiantes, las mil caras que no conocía y la sola imagen me fastidiaba; ni qué decir de la contaminación auditiva que sentía: lograba escuchar un poco de cada voz a medio kilómetro a la redonda así que el barullo era inteligible e insoportable.

Era mi primer día en esa preparatoria —aunque a decir verdad ya era jueves, me salté los primeros tres días por mera voluntad y sin decirle a mis padres, pero no podía evadir más el asistir— y por eso era tan intenso el sonido general, porque era algo nuevo para mí, solo esperaba que pudiera acostumbrarme rápido y sin cometer estupideces en el camino.

Sentí la mano de Divine sobre la mía y la mantuvo ahí hasta que levanté mis ojos a los suyos; intentó sonreírme y destensé en entrecejo para luego suspirar.

—Estarás bien —me aseguró—. Sacarás las mejores notas, le demostrarás a papá que eres muy inteligente, el año pasará volando y te graduarás con honores.

Como si eso importara realmente, me dije internamente.

—No me interesa mucho demostrarle nada a mi padre —musité—. Y él no quiere que yo sea inteligente, quiere que yo tenga la lección aprendida.

Divine me miró con algo de pesadumbre.

—Solo es un año, Karma. Eres fuerte, te irá de maravilla. Puede que acá encuentres excelentes amigos y si tienes suerte, te encontrarás cómoda y feliz en unas semanas.

—Gracias por traerme.

—Y pasaré a recogerte si quieres.

—No es necesario, sé que saldrás con Samael. Me iré a pie para conocer el camino a ver si pronto me vengo en mi bicicleta.

Divine no se había bajado de su moto y era difícil ignorar la cantidad exagerada de miradas que recibimos de los estudiantes que iban llegando. Era un hecho conocido que para la gente en general vernos juntas resultaba un cuadro curioso por lo exótico de nuestras apariencias; a muchos metros de distancia se lograba ver el tono de ojos de Divine que oscila entre un verde esmeralda y uno aguamarina poco visto entre las personas normales, los míos son de un plateado brillante que con la luz del sol se tornaban casi blancos, transparentes, asimismo el cabello de ambas poseía un tono peculiar que era casi imposible de imitar, el de ella con un verdoso oscuro con reflejos claros y el mío gris plata en combinación con mi mirada. Estando una junto a la otra, sumando que éramos más altas que el promedio, parecíamos una imagen sacada de algún libro de fantasía o de una revista sobre estilos poco convencionales para jóvenes, estilos que resultaban atractivos y a la vez extraños a la mayoría de espectadores.

—Lo único que veo de malo al ser nuevo es que todos te miran —comentó Divine con una risita—. Solo debes esperar a que pasen las etapas de sorpresa, admiración, temor y desconfianza.

—La de sorpresa es la más fastidiosa.

—Concuerdo.

—Bueno, entraré. Deséame suerte.

—Toda la del mundo.

Me ofreció sus brazos y compartimos un apretón de tres segundos; al soltarla me encaminé a la entrada y escuché tras de mí el sonido de la moto alejándose. Cruzar la puerta metálica hasta el estacionamiento me hizo suspirar, pero en mi mente tenía toda la intención de hacer las cosas bien porque era eso o lamentarme todo un año y no quería hacerlo. Mantuve la frente en alto pese a las miradas poco disimuladas e intenté no pulir un gesto que luciera amenazante, sino uno amable que no espantara a la gente.

No era culpa de ellos el mirarme o mirar a Divine, era instinto.

A medida que crecía y era consciente de la manera en que el mundo nos veía empecé a entender que así era la naturaleza, que para los humanos estaba el acto reflejo de admirar e incluso repeler (en algunas ocasiones) a los brujos como yo y eso era algo que no podía cambiar. Era como el ave que le huye al gato sea o no una amenaza, solo un instinto invariable, así que ya no me molestaba ser el centro silencioso de atención.

Ya tenía memorizado mi horario y no me resultó complicado buscar el primer salón pues el director nos había dado un recorrido cuando fuimos con mamá a inscribirme, los dos primeros pasillos los recorrí ante los ojos de varios, algunas miradas eran tan poco sutiles que me hacían esbozar una sonrisa burlona cada tanto.

Estaba a solo unos metros de ese primer salón cuando el aire que me rodeaba cambió en su densidad y me aceleró el pulso, me detuve y miré en varias direcciones, pero no logré ver nada fuera de lo común, sin embargo, me bastó acercarme un poco más al aula para saber que el cambio de ambiente era en realidad una vibra hecha por una persona, específicamente, la energía del mismo chico del supermercado de varias semanas atrás. 

No había pensado en él desde ese día, pero reconocería su presencia con facilidad donde fuera.

Cuando entré y lo vi sentado en un pupitre junto a la ventana, sonreí ampliamente por dos segundos antes de que alguien lo notara y pude sentir el calor subiendo a mis mejillas. Él me vio, aunque en él relució más la sorpresa que la dicha; infortunadamente los pupitres a su alrededor inmediato estaban ocupados así que tuve que tomar uno en el fondo contra la pared sin dejar de ser consciente del latido del chico que de forma placentera me lograba opacar el resto de bullicio.

El maestro entró y su clase inició —me preguntó vagamente mi nombre pues no me recordaba, pero no hizo escándalo alguno por el hecho de haber faltado a la primera clase del martes—, sin embargo, ni siquiera logré escuchar con claridad el tono de su voz en toda la hora; anotaba lo que podía en mi cuaderno, pero sabía que eso era un acto reflejo, era como una fracción de mi cerebro destinada a copiar, pero el resto de mí solo se hipnotizaba con el latir de unos metros más adelante.

El maestro puso un ejercicio y se sentó en su escritorio a ojear un libro, en ese lapso varias voces de mis compañeros se escucharon, pero yo no le quitaba la atención a él. En un momento volteó la cabeza y me buscó con la mirada, al hallarme mirándolo también, me sonrió medio apenado y viró rápidamente al frente de nuevo.

Agaché la mirada ocultando mi propia sonrisa y negué sutilmente con la cabeza. El resto de la clase se me hizo eterno y procuré prestar más atención al cuaderno aunque pillé que el chico me dio dos miradas más de soslayo desde adelante.

Cuando el timbre sonó y el aula se fue desocupando vi con agrado que él se acercaba con una sonrisa amable.

—Las casualidades de la vida son impresionantes —dijo.

—Sí te acuerdas de mí.

—Te dije que eras de ese tipo de personas que no se olvidan. —Me invitó con un ademán a salir del aula y caminó a mi lado al cruzar la puerta—. ¿Cómo es que no te había visto estos días?

—Hoy vengo por primera vez. Me salté los primeros días.

—¿Así no más?, ¿te saltaste tres días de clase porque sí?

—Sí. Soy una rebelde sin causa.

—Ya decía yo que tenías cara de rebelde sin causa. —Reacomodó entre sus brazos el libro y el cuaderno de matemáticas—. ¿Cómo te llamas?

—Karma. Y no, no traigo mala suerte. —El chico sonrió ante el pseudo chiste y pude apreciar lo cautivador de su sonrisa—. Es lo primero que todos dicen al escucharlo. A veces me pregunto cómo reaccionarían si me llamara Esperanza o Destiny.

—No iba a decir eso.

—Pero lo pensaste —aventuré.

Torció la boca hacia un lado sin dejar de sonreír y contestó:

—Sí, pero no iba a decirlo.

—¿Y tu nombre?

—Marco. Y no, no es Marcos ni Marcus. Solo Marco, como el de una puerta o el de una foto. —Solté una carcajada—. Es lo primero que todos dicen al escucharlo —repitió mis palabras.

—Eso es mentira, nadie diría eso.

—Pero lo pensarían.

—Nunca lo sabrás a menos que leas mentes.

Me parecía muy curiosa la manera en que Marco me gustaba, era una atracción que no llegaba a ser física del todo ni romántica, o bien era una mezcla de ambas o un limbo que no contenía ninguna, solo sabía que escucharlo hablar era un deleite raro que no había descubierto con alguien más antes. Se veía demasiado humano para ser algo mágico, pero me hacía sentir tan animada que no podía ser menos que eso.

—Pues como sea, bienvenida a Midwest. La comida de la cafetería es un asco, los casilleros no son del todo seguros, no tenemos porristas, casi no lavan los buses de las rutas y solo hay como tres maestros amables, pero aparte de eso, la pasarás de maravilla acá.

—Lo haces ver como un paraíso.

—Puede serlo, solo ponle buena actitud.

Fruncí la frente con dramatismo.

—Oh, no, ¿eres de los que ve el vaso medio lleno y luces de alegría en todas partes?

—Yo solo sé que el vaso está, lleno o vacío es lo que nos dieron así que hay que buscar verlo con los mejores ojos o te amargarás sin causa.

—Conversador motivacional, ¿eh?

—Lo intento, sí. —Soltó una risa burlona—. También puedo ser guía turístico de pasillos por si necesitas hallar un salón, acompañante de almuerzo por si no quieres estar sola en la cafetería mientras consigues amigos o compañero de trabajos en grupo de cualquier materia menos historia, es esa doy asco y te sería perjudicial.

—Tomaré cada uno de los ofrecimientos. —Me detuve frente al salón de mi siguiente clase—. Por ahora sé que este es mi salón, pero te veo en la cafetería.

Cuando quedé frente a él me sonrió de lado y le devolví el gesto en un intermedio entre deslumbrada y curiosa respecto a él. Llevaba solo tres horas en Midwest y la presencia de Marco había sido tan repentina que no me dejó pensar más, sino en saber de él y hacerme su amiga. No pensé en problemas o consecuencias con nada, solo tenía en mente que Marco era un acertijo que quería resolver.

—Sí, allí te veo entonces.

Se alejó y lo vi entrar tres salones más allá antes de ingresar al mío. Ya sin él tan cerca rebobiné mentalmente la conversación y a la vez que me decía "¿por qué le das tanta importancia?", me complacía reproducir el sonido de su voz en mi cabeza.

☆☆☆

El oído me palpitaba con fastidio por el ruido que hacía mi compañero de atrás mascando chicle con la boca abierta desde hacía casi una hora.

Estaba como mínimo a un metro de distancia de mí, pero ese eco del chasquido era nítido y sonoro en mi cabeza, era invasivo y dañino; en momentos así detestaba la agudeza superior de mis sentidos y tener que lidiar con eso era un suplicio.

Apreté los dientes intentando canalizar la atención en otra cosa, pero en medio del caos personal de mi cabeza solo hallé el ruido del golpe del viento contra la ventana, el zarandeo de la suela del zapato de una chica a mi lado contra el suelo al bajar y subir con insistencia su pie, el ronquido proveniente del fondo del aula de parte de alguien con problemas de rinitis o gripe y el chirrido de la punta del marcador negro contra el pizarrón mientras la maestra escribía.

Todo estaba mal.

Odiaba siempre los primeros días en cualquier lugar; mientras mi cuerpo se acostumbraba al ambiente todo era un acabose y siempre me surgía un creciente rencor por dentro por tener que soportar todo eso sola. Yo sabía que los humanos no tenían ni la culpa ni la consciencia de lo que hacían, pero a mí me hurgaba tanto en la paciencia tener que saber sobre lo que hacían todos, aunque no quisiera, que me olvidaba de la simpatía; estoy segura de que mi gesto era pétreo y casi furioso.

Me repetía que debía tener paciencia, que solo era cuestión de unas horas o unos días para que el ambiente se me hiciera familiar y pudiera ignorar a gusto los ruidos de alrededor para sentirme como una persona normal.

La profesora ya había dado noventa minutos de clase exponiendo con detalle los sistemas de gobierno basados en socialismo y sus antecedentes, pero yo no había podido poner mucha atención a nada porque esa voz en mi mente estaba lejana y para nada priorizada. De todas maneras, yo ya sabía todo eso así que no importaba si me perdía esa o dos clases más. Anotaba en mi cuaderno todo lo que ponía el pizarrón, aunque mi acto, una vez más, era más mecánico y de copia, no de recepción de información y concentración. 

El corazón me bombeaba más fuerte con el paso de los segundos, lo que me convertía una simple clase de historia en una eternidad tortuosa, y más aún cuando la masticadera del chico de atrás estaba a punto de sacarme de quicio; se volvió tan intenso que todos los demás sonidos enmudecieron dejándome con una creciente rabia, ¿es que no podía masticar como un humano normal?, ¿tenía que hacerlo como una asquerosa vaca chasqueando pasto?

Dejé mi bolígrafo sobre el cuaderno y entrelacé las manos bajo el pupitre, retorciéndolas bruscamente; respiré hondo al sentir un violento temblor interno en mi cuerpo que amenazaba con explotar gracias al masticador animal; sentía cómo mi pecho se hinchaba de desesperación al tomar aire y retenerlo lo más que podía pues sabía que al soltarlo, alguna palabrota podía salir de mis labios.

Cuando no pude contener más, exhalé y un gruñido me retumbó en la garganta, pero nadie lo escuchó gracias al sonido del timbre por los altavoces; dar por finalizada la clase sirvió para mí como un soplo que apagó la llama de mi incomodidad, de pronto todos los sonidos volvieron a arremolinarse en mi cabeza y el alivio de poder ignorar al masticador se mezcló con el apremio de salir corriendo del aula.

Guardé mi cuaderno y lo demás con apuro y sin orden dentro de la mochila para luego brincar hacia la puerta; cuando la crucé llevaba un gesto de angustia indisimulable, ni siquiera sabía para dónde iba, por lo pronto solo quería alejarme de ese salón.

No alcance a dar ni cinco pasos cuando Marco apareció delante de mí; su gesto se tornó a uno de extrañeza al verme.

—¿Todo bien? —dijo a modo de saludo.

Imaginé que mi rostro delataba lo contrario: que todo estaba mal, así que alisé rápidamente la frente y dibujé una sonrisa que pretendía ser convincente; funcionó porque Marco me dedicó una igual.

—Sí. Mucho calor ahí adentro. Vengo de un lugar un poco más frío por lo que me sentí sofocada.

Marco movió su cabeza y se quedó mirando una ventana desde la cual era evidente que no estaba haciendo ni pizca de sol. Volvió su vista a mí pero sin intención de ahondar en el tema.

—Finalmente te acostumbras.

—Eso espero.

—Quedamos de vernos en la cafetería, pero ya estamos acá, así que vamos. —Comenzamos a andar por el pasillo, lo que me gustaba de Marco por ahora era que no se permitía silencios prolongados o incómodos, al contrario, parecía que siempre sabía qué decir para seguir conversación—. Te presentaré a mi mejor amiga, se llama Grishaild y es muy gentil. Puede que ya te la hayas cruzado pero ni se vieron.

Me pareció tierna la manera en que de forma amistosa me estaba incluyendo en su círculo de amigos. Mientras atravesábamos la cafetería me puse a divagar sobre cuáles serían los defectos importantes de Marco porque de momento solo le veía cualidades.

Solo me bastó acercarme un poco a su mejor amiga para descubrir que ella era uno de esos defectos y que nuestra relación no sería para nada amistosa.

☆☆☆


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