🎄 Especial na v i d e ñ o 🎄
¡Hola, amores!🎄
Notita rápida para agradecer el apoyo, ¡ya tenemos más de 60mil lecturas!
Este especial nación sin nada de preparación y no me quedó tan navideño como esperaba jaja, pero pues no quería desperdiciar el capítulo, así que acá lo tienen. Les adelanto que no aporta nada a la historia jasjasja, son solo mis dos amores Marco y Karma siendo lindos, tiernos, enamorados y calenturientos como siempre 💃
Igual ojalá lo disfruten, fue hecho con amorsh ❤️
Mi atención estaba externamente en lo que la chica amable decía, sin embargo no la escuchaba a ella, sino que mi mente se esforzaba por aislar un grupito de voces específico en el barullo de muchas personas.
No me era complicado, especialmente porque una de esas voces era la de Marco y mi cuerpo estaba tan conectado con el suyo que encontraría su voz en cualquier tipo de multitud.
—Creímos que mentías —le dijo uno de sus compañeros de trabajo. Marco rió—. Sin ofender.
—Yo pensaba que tus con ella fotos eran un montaje —añadió otro. Karma sonrió porque hablaban de ella—. Si no la veo hoy, sigo asumiendo que es tu novia imaginaria.
—Sin ofender —añadió un tercero.
—No, al contrario, suena como un halago —ironizó mi Marco.
Estábamos en la fiesta navideña del jefe de Marco, no en calidad de jefe/empleado sino de amigos. El hombre dueño de la pizzería donde Marco trabajaba tenía el corazón noble y el carácter dócil así que con sus empleados le era fácil convertirse en un amigo más y a todos los había invitado a la celebración en su apartamento que era espacioso y bonito.
Los veinticuatros de diciembre no eran para mí gran cosa; cuando empecé a ir a fiestas iba con Divine y no precisamente por espíritu navideño, y antes de eso ninguna celebraba nada, pero por este año en especial, al ser la primera navidad que compartía con Marco, mi emoción por la festividad era grande.
Era bonito sentirme tan normal y parte de algo. Parte de Marco, parte de la fiesta, parte de la vida de otras personas que no esperaban más de mí que amabilidad.
Decidí levantarme de mi lugar —de todas formas estábamos cinco personas escuchando a la que hablaba, así que una menos no haría diferencia— y caminé hacia Marco y sus compañeros; su jefe también estaba ahí. Era un hombre como de treinta y cinco años pero la jovialidad que tenía hacía competencia con los demás, que rondaban entre los dieciocho y los veintidós.
Marco me vio y su mirada se iluminó con ese gesto tan bello que me encantaba. Cuando llegué a él nuestros cuerpos prácticamente se atrajeron cual imán, su mano fue a mi cadera y la mía rodeó su cuello, quedando ambos de frente a los otros tres, pero tan juntos como podíamos.
—Estos de acá creían que eras imaginaria —comentó Marco, risueño. Los demás pulieron media sonrisa avergonzada pero el peso de varias copas en las cabezas de cada uno no les permitió pedir disculpas—. Al parecer eres demasiado bonita para mí.
El que estaba más afectado por el licor, cuyo nombre creo que era Michael, me miró intentando enfocarme. Su sonrisa era borracha pero su actitud amable.
—Vamos, dinos la verdad, ¿cómo es que te enamoraste de este de acá? —Señaló a Marco—. Sin ofender —repitió y supe que era el mismo que lo había dicho un rato atrás.
Me encogí de hombros y respondí:
—Quizás me hizo brujería.
Marco sonrió de lado, siendo consciente de nuestra pequeña broma personal.
—Y una muy buena, hizo su trabajo a la perfección —dijo Marco—. Las brujas lo hacen todo más fácil.
Todos los presentes se echaron a reír y de nuevo me invadió la calidez de saber que pertenecía a ese lugar y a ese brazo que me rodeaba la cintura.
—¿Y tienes hermanas? —preguntó otro de los amigos de Marco, ladeando su sonrisa.
—Si tuviera no te voltearían ni a mirar —replicó Marco.
—Lo harán si me das el contacto de tu bruja.
—Solo hace un hechizo por familia —dije yo—. Lo siento.
Les sonreí y por unos segundos los tres —sin contar al jefe de Marco— se quedaron mirándome fijamente. Marco lo notó y soltó mi cintura para tomar ahora mi mano y halarme en otra dirección.
—Vamos a bailar —dijo, en tono alto para que ellos oyeran.
Escucharlo los regresó a la realidad y agacharon la mirada al tiempo, conscientes de que miraban con deslumbre a la novia de su amigo.
Cuando nos alejamos lo suficiente Marco me rodeó de nuevo la cintura pero esta vez para movernos al ritmo de una linda canción que sonaba de fondo. No era una lenta pero la bailamos como si lo fuera.
—¿Te diste cuenta de cómo te miran?
—Todos los humanos me miran así. En especial los hombres jóvenes. O las lesbianas jóvenes. No puedo hacer nada al respecto. —Le sonreí ampliamente—. ¿Estás celoso?
Marco rió.
—¿Es un chiste? Me siento poderoso. Ellos babean pero yo te tengo. Es como ser el hombre más envidiado del lugar.
Mi sonrisa se expandió y lo apretujé más contra mí.
—Me alegra que mi belleza expanda tu ego, amor mío.
Los ojos de Marco se clavaron en los míos y vi el brillo de media ebriedad en ellos. No era lo suficiente como para llamarlo borracho pero sí supe que ya tenía su mente algo nublada, solo un poco. Relamió su labio inferior y una devoción extrema relució en sus ojos marrones. Pensé que era un reflejo exacto de como yo lo miraba a él.
—Sí eres demasiado bonita para mí —musitó, no como un comentario auto compasivo, sino como un halago sincero—. Demasiado bonita para cualquier simple humano. Eres demasiado bruja perfecta para cualquier ser viviente.
—Si pudieras verte como yo te veo, como yo te siento, sabrías que de los dos no eres tú el más afortunado.
Marco suspiró.
—Te amo muchísimo. Siento que me enfermaré de lo mucho que te amo.
—El amor no enferma.
—Tú qué sabes —dijo riendo—. Los humanos somos débiles, enfermamos por todo.
Incliné mi cabeza hacia adelante y lo besé. El alcohol y el amor se mezclaban en su lengua y me embriagué y me enamoré un poquito más con ese beso. Habían pasado cinco meses desde que estábamos juntos de forma definitiva pero cada beso se sentía como el primero: bonito, nuevo, excitante, natural. Marco era mi secuencia infinita de primeros besos maravillosos y eso me hacía amarlo más y más.
—¡Esta es una fiesta decente! —escuché el grito de uno de los amigos de Marco, luego una guirnalda aterrizó entre nosotros. Nos separamos riendo y los miramos—. Respeten, es horario familiar.
Todos, incluidos nosotros, soltamos una carcajada de esas que salen solo entre amigos cercanos. Marco tomó la guirnalda y la tiró de vuelta a sus compañeros. Vimos que la esposa del jefe de Marco y él mismo estaban repartiendo copitas con lo que asumí era champaña, lo que indicaba que la media noche estaba a punto de llegar.
—¿La champaña no es para año nuevo? —murmuré a Marco una vez me dieron la mía.
—Yo creo que fiesta es fiesta y que a donde vayas, haz lo que veas. Si empiezan a repartir globos para que aspiremos helio, lo hacemos porque así celebran ellos y qué más da.
En total estábamos dieciocho personas en el apartamento, que en realidad no eran tantísimos porque había bastante espacio. La única regla para entrar a la fiesta era vestir algo alusivo a la navidad así que entre los asistentes había una buena combinación de bufandas rojas, suéteres con renos, maquillajes brillantes de verde y rojo, gorritos de Santa Claus y diademas con cuernos de reno, hombres de nieve o arbolitos.
Marco llevaba un suéter verde con bolitas de colores bordadas —que hallamos en una tienda de ropa de segunda mano, justa para la ocasión— y yo tenía uno igual pero en color rojo. Era bonito porque además de ser navideños y económicos, combinamos uno con el otro y eso me pareció muy dulce.
La música de fondo se detuvo y encendieron el televisor donde transmitían la fiesta navideña de la ciudad. El corazón de Marco se aceleró —al igual que el de varios presentes, pero a esos no les presté atención— con expectativa y el mío lo siguió pero por motivos diferentes. Cerré los ojos para centrarme solo en su latido; se me cerró la garganta y una agradable y conocida sensación se apoderó de mí. Eso tampoco había cambiado: mi reacción al corazón de Marco seguía siendo tan fuerte y cruda como la primera vez en aquel supermercado o en el bosque donde me dio nuestro primer beso real.
Tragué saliva y sonreí sin abrir los ojos. Apreté mi copa de champaña y entonces escuché la voz de Marco:
—Lo siento.
Se disculpaba por desbaratarme así, lo sabía. Yo no me cansaba de decirle que escuchar su latido así era la gloria para mí, pero él insistía en que a veces se avergonzaba de cuando lo hacía en público, como si fuera indecente hacer que a su novia se le calentara el corazón y el cuerpo inintencionadamente... me llegué a preguntar en una ocasión si mi gesto era delator o explícito cuando pasaba en público y aunque nunca lo pregunté en voz alta, intentaba como mejor podía controlar mi rostro porque el corazón me era imposible.
—Yo sí que me voy a enfermar de amarte tanto —musité y mi voz sonó ronca y baja. Abrí los ojos buscando los suyos; estaban dilatados y no del todo por el alcohol consumido—. Dime que estamos en público.
—Estamos en público —repitió de modo automático—. Estamos en público.
La gente alrededor empezó la cuenta regresiva desde diez para la medianoche.
—9...8...7... —Tomé la mano de Marco y nos alejé hacia una pared pues estábamos en mitad del lugar. Su corazón se aceleró más y mis labios empezaron a arder por falta de los suyos—. 6...5...4... —Marco se ubicó frente a mí y me sonrió con el alma. Mi mente se quedó en blanco y todo alrededor de él desapareció, incluso el nudo en mi estómago. Todo se fue para darle paso a lo que sentía por Marco en el estado más puro posible—. 3...2...1...
Sonó una corta explosión de algún tubo de confeti, hubo risas, hubo música, se oyó el feliz navidad a voz en grito y en coro de los presentes pero yo solo miré a Marco.
—Feliz navidad —susurró—. Te amo.
—Feliz navidad, Marco.
Lo besé de nuevo y todo se descongeló; el deseo regresó a mí, el revoltijo placentero en el estómago, el ansia de besarlo, de tocarlo, de tenerlo solo para mí. Marco me acarició la mejilla con una mano y luego la bajó para empuñarla en mi suéter rojo, teniendo sumo cuidado de no ser mi piel la que apretujaba porque sabía tan bien como yo que seguíamos en casa ajena y que no podíamos llevarlo a más... de momento. En suave gemido de su parte anidó en mis labios y junté toda mi fuerza de voluntad para cortar el beso.
Mi piel hervía bajo el suéter de lana que de repente me pareció asfixiante, la sangre me corría con fuerza en las venas y mi mente seguía atontada con el latido de Marco, no lograba escuchar nada más allá de él y entonces entendí a qué se refería Marco con su "lo siento". No lamentaba encenderme todo por dentro y por fuera, lamentaba no poder apagarme pronto y lo lamentaba porque él me deseaba de la misma manera.
Una de mis manos seguía en el hombro de Marco pero la otra sostenía mi copa y al reparar en ello la bebí de un sorbo. Una mano se posó en la espalda de Marco y él volteó a mirar; era una de las chicas invitadas, también compañera de trabajo. La distracción nos sirvió para salir del trance y Marco la abrazó para desearle feliz navidad; la chica lo soltó y ella también me abrazó a mí. Estaba un poco ebria pero bueno, todos lo estaban.
Luego de eso nos dedicamos a decirle feliz navidad a todos los presentes que entre abrazos y sonrisas nos recibieron. La música se reinició y esta vez había más baile, más risas y más alegría. Repartieron porciones de varias cosas para los invitados: postres, pavo, panes, dulces y aunque no era una cena en sí, todos se llenaban con lo que podían y querían.
Marco y yo seguimos bebiendo vodka al mismo ritmo pero a mí no me afectaba tanto como a él; una botella entera para él era una botella entera, para mí era como si fuera una sola copa.
En cuestión de una hora ya estaba ebrio con todas las letras y era la primera vez que lo veía taaaaan afectado. La única vez que había estado con él en una fiesta fue cuando mi reunión de compromiso con Ray tuvo lugar pero incluso en esa ocasión estaba apenas prendido; ahora estaba borracho, borracho.
Y descubrí que era un borracho dulce y cariñoso. No cariñoso del tipo "quiero llevarte ya a la cama" —lo que no me hubiera parecido mal— sino del tipo "déjame decirte cuánto te amo".
Lo obligué a que dejara la copa de lado y comiera un poco para poder irnos pues con él tambaléandose no llegaríamos fácil a casa. Tomamos asiento en las sillas del comedor —donde estaba toda la comida pero no había nadie sentado comiendo— y tomé un trozo de pan navideño para darle. Marco miraba mis movimientos con detenimiento.
—El único momento en que yo soy consciente de algo y tú no, es cuando estás dormida —dijo, luego comer un poco de lo que le daba. Su voz sonaba enredada y pausada pero no dejaba de sonreír al hablar—. Y amo cuando me despierto primero que tú y te veo dormida. Te ves tan tranquila, tan perfecta.
—Me tienes en un pedestal demasiado alto —comenté, riendo.
Le di otro trozo de pan y lo recibió con diligencia.
—¿Crees que para todos es así? —preguntó entonces.
—¿El qué?
—Estar enamorado. ¿Crees que todos los enamorados observan a su amor durmiendo y se sienten afortunados? ¿o que todos los enamorados sonrían de solo ver a su amor? ¿Crees que todos encuentran lo que tú y yo tenemos?
Pensé en mi hermana, en Ray, en mis padres, en los suyos, en Beth y su novio, en Gris y en Diego. Pensé en varias personas en un segundo y me dije que nadie podía tener en su pecho lo que yo sentía por Marco. Podía ser una noción ciega y egocentrista, pero así la sentía.
—La verdad no lo sé.
—Yo creo que no.
—¿Por qué?
—Porque no lo veo. Yo soy feliz, genuinamente feliz y no veo esa felicidad en otras personas. Creo que si todos lograsen hallar a su Karma, el mundo sería más feliz.
Subí mi mano a su cabello y la enredé entre sus mechones, detallando cada parte de su rostro. Ya conocía cada poro y cada peca pero no dejaba de gustarme el observarlo.
Marco comió otro poco y nos quedamos en la fiesta lo justo para que su borrachera bajara lo suficiente como para que pudiera andar por sí mismo sin caerse de camino. Seguía mareadísimo y bizqueaba para enfocarme, pero estaba consciente.
—Creo que es hora de irnos —dije..
Marco parecía un niño en la docilidad y me miraba como si yo fuera un brillante juguete nuevo.
—Okay —respondió—. Lo que tú quieras.
Busqué al dueño de la fiesta y aunque también estaba borracho con su esposa, cumplí con agradecer la invitación y despedirme de ellos. Salimos a la fresca noche, lo que le agravó un poco la borrachera a Marco. Yo lo tenía aferrado por la cintura —más por costumbre que por necesidad— y él se dejaba conducir sin problemas.
Era difícil hallar un taxi dada la hora y el día así que tuvimos que caminar. Por fortuna la distancia hacia nuestro apartamento no era enorme y yo estaba casi en mis cinco sentidos así que no me fue difícil buscar y seguir el camino. Para Marco fue una pequeña odisea pero cada vez que oía un quejido de su parte, notaba que me miraba de reojo y parecía que su disgusto se disipaba. Balbuceó varias cosas de camino pero poco se le entendía.
Finalmente llegamos y tomamos el elevador. En esos segundos de paz no me quitó la mirada de encima y sonreía sin interrupción, era tan fija su mirada que se podría incluso pensar que dormía con los ojos abiertos.
Lo conduje hacia nuestra puerta y una vez cerré, respiré profundo, agradecida de que hubiéramos llegado bien y sin problemas. Encendí la luz de la sala para que Marco viera el camino a la habitación; lo había soltado y se estrelló un poquito contra el marco de la puerta; profirió un quejido bajo y una risa y entró. Yo busqué un vaso con agua para tener a la mano en la mesita de noche, luego dejé mi bolso sobre nuestro único sofá y también fui a la habitación.
Marco estaba acostado pero no dormido y lucía más lúcido de lo que yo esperaba. Se había quitado los zapatos, el suéter verde y la camiseta. Lucía muy atractivo para mí, demasiado, diría yo. Mordí mi labio antes de llegar a la cama y quitarme los zapatos también.
El corazón de Marco empezó a acelerarse cuando me quité el suéter. Tenía una blusa sin mangas debajo pero evité quitármela cuando quedé de nuevo atrapada en el latido de Marco.
—Acuéstate —pidió con la voz ronca y enredada—. Ven.
Me recosté en modo automático pero no abrí los ojos para mirarlo.
—Marco, me vas a enloquecer.
—Cuando digo que lo siento, en realidad no lo siento —confesó, siendo quizás impulsado por la falta de inhibición. Me reí, destensando un poco el aire. Solo un poco—. En realidad me encanta.
—¿Te encanta volverme loca?
Sentí que el peso en el colchón cambió; se estaba moviendo pero no me atreví a mirarlo a los ojos. Sentí su mano helada en mi ombligo, bajo mi blusa y enarqué un poco la espalda por la impresión.
—Sí, es fascinante. —Marco puso su otra mano sobre el colchón, a mi lado, mientras la primera mano ascendía por mi cintura—. Y te voy a besar ahora si me dejas.
—¿Si te dejo? ¿parece que me estoy resistiendo?
Abrí los ojos. Marco estaba inclinado sobre mí, sonriendo de lado con esa expresión infantil y pícara que me encantaba.
—No. Pero soy consciente de que estoy medio borracho y de que tú no lo estás. Te admiro por beber lo mismo que yo y estar lúcida totalmente, a propósito.
—Cosas de brujas —respondí, subiendo mi mano a su cabello—. Y en todo caso, en esta situación debería preguntar yo si te puedo besar. Eres tú el que no está en sus cinco sentidos.
—Podría estar en uno solamente y ese único te desearía de todas formas.
Cerré los ojos y ahogué un jadeo. Marco me enloquecía de la forma más cruel, física y sensual del mundo.
—Marco...
—Yo no escucho tu corazón —retomó, con la voz menos enredada y más ronca—, pero veo, siento, cómo me deseas.
—¿Entonces por qué me pides permiso para besarme?
Yo ya no sabía si Marco divagaba, si hablaba en serio, si seguía igual de ebrio que cuando salimos o si ya había recuperado la lucidez. No sabía nada y solo era consciente de que el deseo que sentía por él en ese momento me quemaba la piel en todo el cuerpo. Aferré con fuerza su cabello y lo hice jadear.
—No quiero que creas que te deseo por estar borracho. Es decir, sí estoy borracho y sí te deseo, pero no son cosas que van juntas. Es decir... —Su voz se enredó y me hizo sonreír—. ¿Entiendes?
—No, ni una palabra. Pero bésame, es navidad.
Marco me besó, pero no en los labios. Primero alzó mi mano y besó mis nudillos, luego mi muñeca. Su aliento cálido dejó rastros en mi antebrazo, en mi hombro, en el inicio de mi cuello. Sus besos eran tan calmados, tan simples y pausados que me sentí algo culpable de desear que se volvieran salvajes. Él era dulce, tierno, él era un amante complaciente y me avergonzaba pensar que mis ideas eran menos dulces.
Marco me quitó la blusa con una lentitud admirable y luego me observó con detalle; deseé saber qué pensaba aunque sus ojos me decían bastante. Tragué saliva una vez más, luchando para dejar las manos quietas porque de moverlas atacaría a Marco sin suavidad y no quería dañar el momento.
Estaba tensa por mil motivos diferentes y fue casi literal el "me enfermaré por amarlo tanto". La mezcla de devoción, amor y lujuria que sentía en ese momento por Marco me embriagaron más que el vodka y mi abdomen se tensó aún más. Mordí mi labio cuando los de Marco aterrizaron en mi ombligo. Y me sentí feliz de ese placer casi orgásmico que un simple beso suyo me daba. Me sentí feliz de que fuera veinticinco de diciembre y estuviéramos juntos en un techo que relativamente nos pertenecía. Me sentí feliz de poder experimentar y explorar tantos sentimientos humanos y primitivos con Marco. Me sentí feliz de complacerme con su latido tan cerca y de tenerlo a medio palmo de distancia cada que yo quisiera.
Me sentí feliz de ser yo y de ser yo misma con él, y toda esa felicidad subió a mis ojos hasta que decidió salir en forma de lágrimas.
Marco lo notó y trepó hasta llegar a mi rostro. Besó mis mejillas con la misma calma profunda con que me besaba el cuerpo.
—¿Por qué lloras? —susurró.
—Solo estoy feliz de tenerte conmigo. Nunca he sido más feliz y amo la sensación.
Me besó en los labios y perdí el control que me quedaba. Lo atraje más hacia mí y eso pareció servirle para perder su propio control. No se aceleró, pero dejó de dar rodeos y me besó con más contundencia. Marco me asfixiaba con su presencia, me dejaba sin aire y sin voluntad y yo estaba más que satisfecha con eso. Me desnudó despacio, sin el apuro de quien descubre algo nuevo, sino más bien con la calma con la que se destapa un tesoro conocido que desea apreciar con detalle.
Se ubicó sobre mí y besó mi cuello y la piel sensible tras mi oreja. Acercó sus labios aún más y susurró:
—Voy a besarte cada centímetro de la piel, Karma de Estrellas.
—Hazlo.
—Y voy a hacerte el amor hasta que amanezca.
Definitivamente perdí el aire de los pulmones y la cordura de la cabeza.
—Te amo tanto.
Marco no tardó en empezar a cumplir su promesa de unos segundos atrás y fácilmente me transportó al paraíso. Enterré mis uñas en su espalda; Marco me habló de nuevo al oído:
—Y cuando nos levantemos en unas horas te haré el desayuno y me amarás aún más.
Jadeé antes de hallar mi voz, que salió ronca y enredada, nublada por el placer.
—Se supone que soy yo la que ve el futuro.
Marco rió y esa risa acompañada de sus caricias me llenó el alma de calor.
—Entonces dime tú qué pasará después del desayuno.
De un tirón lo dejé a él sobre el colchón y me acomodé arriba. Marco sonrió y me miró de una forma tan sexual y deseosa que me encendió lo que no faltaba. Me acerqué igual a su oído.
—Haremos el amor de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo. Y correrás el riesgo de que no te deje en paz ni un segundo.
Marco inclinó hacia atrás la cabeza, extasiado. Sus manos se apretaban contra mi cadera y puedo jurar que toda pizca de ebriedad había sido reemplazada en su cuerpo por lujuria hacia mí. Un sonido entre un gemido y un gruñido escapó de sus labios.
—¿Es una predicción o una promesa?
Le mordí el labio inferior con fuerza y luego pasé mi lengua por ahí para mitigar el posible dolor. Bebí otro jadeo de su parte y respondí:
—Es una promesa.
Paseé mis labios por su cuello, por su pecho, por su boca. Cada parte de su piel parecía requerir mis besos y no me molestaba en absoluto dárselos uno a uno.
Marco me amó esa noche de navidad con todo lo que él era, me hizo el amor hasta el amanecer tal como prometió pero no fue todo sexo; con nosotros nunca era solo sexo. Era reírnos mientras me besaba todo el cuerpo, era llorar de felicidad estando desnuda bajo sus manos, era él diciéndome lo mucho que me amaba y luego recordando algún momento que hubiéramos compartido, era yo admitiendo con el alma en la mano que él era lo mejor que me había pasado. Hacíamos el amor porque éramos amor y porque lo conocíamos mejor que nadie. Era mi forma de amarlo y la suya de amarme, éramos besos, caricias, alegrías, orgasmos, palabras dulces y primeras veces eternas.
Él era mi Marco y yo era su Karma y lo seríamos por siempre.
Para mí la navidad nunca había significado nada, pero descubrí que junto al amor de mi vida se volvía especial; cada fecha era una celebración digna de alegría, de besos y de gemidos y cada navidad sería, de ahora en adelante, un recordatorio de que tenerlo conmigo era el mejor regalo que pudiera pedir.
🎄 🎄 🎄 🎄 🎄
¡Muchas gracias por leerlo!
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