☆ Epílogo ☆
El cumpleaños de Karma había llegado.
A sabiendas de que el oído de Karma era muy bueno, era claro que debía aprovechar el tiempo en que estuviera dormida, era el momento en que menos probabilidades tenía de ser escuchado.
Me levanté con cuidado de no mover demasiado el colchón y salí de la habitación; los pasos hasta la cocina eran seis y los di con cauteloso silencio. No podía saber si Karma ya había tenido visión alguna de mí dándole un pastel pequeño por su cumpleaños, pero, para mi tranquilidad, me convencía de que no y de que sería una buena sorpresa.
Abrí el pequeño refrigerador que venía con la renta del apartamento y saqué la cajita fucsia que el día anterior había metido antes de que ella llegara. Le puse una velita en forma de corazón que cargué en mi mochila durante toda la tarde y la enterré en el glaseado. Con cuidado de que el aire que le daba a la llama al caminar no la apagara, llegué de nuevo a la habitación.
Antes de despertarla me quedé mirándola unos segundos. Dormía apoyada en su costado, su cabello plateado se repartía entre su cara y la almohada, las sábanas grises hacían que su piel se viera mucho más pálida de lo que era. Sus párpados cerrados lucían demasiado calmados, su gesto demasiado quieto y ella era demasiado bonita, tanto que podría pasar por irreal o por una escultura inerte de no ser por el lento pero constante subir y bajar de su pecho.
Era una mañana fría así que las cobijas la tapaban casi hasta el cuello y bajo ellas se notaba su silueta. Era tan alta que parecía que la cama le quedaba pequeña, pero nunca daba quejas al respecto.
El reloj sobre el cabecero dio finalmente las siete de la mañana y me acerqué a la cama por el lado por el que ella dormía, me arrodillé en el suelo y le di un beso en la mejilla. No tardó en empezar a bizquear y al ver el punto brillante de la velita en mi mano, su sonrisa le invadió toda la cara e iluminó la habitación entera.
—Felices dieciocho, brujita. —Karma se sentó en el colchón y apretó los labios en una sonrisa, como si sintiera que iba a dejarse llevar por la emoción si decía algo—. Pide un deseo.
Karma cerró los párpados durante dos latidos y luego sopló la velita. Dejé el pastel a un lado y le tomé la mano.
—Gracias —murmuró. Su voz salió ronca y baja así que aclaró la garganta—. Mi único deseo es seguir teniéndote conmigo.
—Si me lo dices no se va a cumplir —respondí sonriente—, así funcionan los deseos.
—No es la primera vez que tiento a la suerte. —Se encogió de hombros—. Qué más da. Igual te voy a tener acá así sea por la fuerza.
Me reí.
—Por la fuerza tendrías que sacarme. —Acerqué su mano a mis labios, dejando un beso en sus nudillos y disfrutando de la suavidad de su piel—. Cada mañana me despierto y te miro y cada mañana me sorprendo de que en realidad estés acá.
—Podría decir lo mismo sobre ti.
Karma desplazó su otra mano hasta mi mejilla y la dejó ahí unos segundos, moviendo con cariño su pulgar sobre mi piel. Su sonrisa era siempre la prueba que buscaba mi mente de que Karma era realmente feliz conmigo, de que no se arrepentía de haber dejado su vida por mí, igual que yo no me arrepentía de dejar todo por ella.
—Haré café, ¿sí?
Karma asintió y ambos nos pusimos de pie al tiempo, yo con el pastel en la mano para llevarlo a la cocina y comerlo después, ella desperezándose con parsimonia.
Karma buscó en el reducido armario lo que iba a ponerse ese día, lo dejó sobre la cama y se dispuso a salir de la habitación para ir a tomarse una ducha; antes de que entrara, llamé su atención.
—¿Salimos en la noche? Es tu cumpleaños, podemos ir a tomar algo juntos.
—¿Me estás pidiendo una cita?
Su tono era bromista porque desde que vivíamos juntos simplemente salíamos, nunca lo preguntábamos y admito que, al preguntarlo, soné incluso dubitativo, como si nunca hubiera salido con ella o como si temiera que me dijera que no.
—Sí, si no tienes planes con un mejor pretendiente.
—Tengo muchos en lista, pero creo que puedo hacerte un espacio en mi agenda.
Karma soltó una risa cálida antes de entrar al baño y cerrar la puerta.
—¡Te amo! —le grité desde la cocina.
—¡Yo a ti! —escuché de vuelta.
Me dediqué el tiempo que ella estuvo en la ducha a hacer café, un par de sándwiches y de cortar un trozo de pastel para cada uno.
Desde hacía un mes y medio Karma trabajaba tres días a la semana en un centro de medicina alternativo; la doctora dueña del lugar solo le había dado algunas horas dado que seguía siendo menor de edad y no podía darle contrato, sin embargo, ahora que ya cumplía la mayoría de edad, le darían uno de tiempo completo que empezaría en cuanto tuviera su documento de identidad en la mano. Ese día tenía turno de la mañana y debía irse a las ocho y media pues el consultorio atendía desde las nueve y media y ella era la encargada de abrir las puertas. Yo trabajaba en una pizzería desde hacía más de dos meses, pero mi turno empezaba casi a la una de la tarde, así que tenía toda la mañana disponible.
Una vez serví el café en ambas tazas lo llevé todo a la sala, que era básicamente también el comedor. El lugar que rentamos era un apartamento en el piso quince de un edificio de veintidós, era pequeño en comparación a los lugares donde ella y yo vivimos toda la vida, pero se sentía más espacioso y lleno que nunca cuando estábamos juntos. Lo rentamos amueblado y como era pequeño, sus enseres eran pocos, pero de momento eran suficientes.
La sala tenía un estante en una esquina que servía de librero en uno de los pisos y de hogar de varias plantas en los otros dos; había un sofá negro de dos puestos y una mesita en el otro extremo, era baja pero la usábamos de comedor. Lo mejor de ese lugar era la gran ventana que ocupaba media pared; el edificio era uno de los más altos del sector, así que la vista era bonita y la luz era abundante.
Mientras hacía el café vi a Karma cruzar del baño a la habitación envuelta en una toalla y en poco tiempo salió ya vestida y con el cabello húmedo. Se dirigió a la salita para desayunar conmigo. Llevaba un pantalón azul semi holgado y una blusa blanca de tirantes que le sentaba de maravilla; me sonrió antes de sentarse y tomar su taza de café.
—Esto es tan silencioso —comentó.
No teníamos televisor aún y dado que el piso era tan alto, el ruido de la ciudad quedaba lejos. Karma lo mencionó no a modo de queja sino como algo que la complacía y en eso estábamos de acuerdo; el silencio era tranquilizador, daba una sensación de soledad que amábamos, era como si fuéramos los únicos en el mundo.
—Es perfecto.
Tomé de la mesita el plato con las rebanadas de pastel, tomé un poco con la cuchara y lo dirigí a su boca, ella lo recibió con gusto y suspiró ante el sabor. Tomé un poco para mí también.
—Está delicioso —murmuró, satisfecha.
—¿Ya habías visto que te iba a dar un pastel? Dime la verdad.
Karma no respondió, pero apretó los labios en una sonrisa al mirarme fijamente, como una niña a la que pillan haciendo una travesura. Se encogió de hombros e hizo lo mismo de tomar una cucharada de pastel y llevarlo a mi boca.
—Tal vez.
—Es tan injusto —dije—. Nada será nunca sorpresa. Ni tus cumpleaños ni tus regalos de Navidad ni si algún día te quiero pedir matrimonio.
Karma detuvo su mano que llevaba la taza de café a sus labios y me miró con una ceja enarcada. La mitad de su boca se curvó hacia arriba cuando preguntó:
—¿Has pensado en eso?, ¿matrimonio?
—¿Tú no? —repliqué. Se encogió de hombros—. Bueno, he pensado que quiero pasar mi vida contigo, con o sin matrimonio. Además, no sé cómo funcionan las bodas para ti.
—Nuestras bodas son más bien pactos —reflexionó—, solo asistí a una cuando tenía como doce años. La preside algún brujo puro y es una sarta de promesas de parte de ambos brujos, pero son promesas que debes cumplir sí o sí, o sea, mágicamente las debes cumplir. Creo que el que preside hace un hechizo y si la pareja incumple sus promesas les caerá desgracia o algo así. No son promesas de amor, son más bien promesas de honrar el linaje, dar descendencia, proteger la familia y seguir con la línea, prometiendo desde ya que los hijos también harán lo mismo.
—Suena triste.
—Lo es. No son bodas significativas como otras.
—¿En ese caso tu padre tendrá problemas porque tú decidiste irte?
—No. Él no ha incumplido nada, he sido yo. La falta sería que él jamás me hubiera inculcado la idea del matrimonio arreglado y todos sabemos que eso lo hizo muy bien.
Karma calló y desvió la mirada. No hablábamos con frecuencia de su padre, casi nunca de hecho y era más que nada porque, aunque lo negara, le dolía un poco tener que ser una prófuga de su propia familia. No lamentaba estar donde estábamos, pero sí lamentaba que su papá no quisiera formar parte de eso.
Un corto silencio se instaló y entonces yo hablé de nuevo.
—Las bodas humanas tienen beneficios legales —dije con intención, meneando mis cejas. Karma sonrió y me prestó atención—. Ya sabes, beneficios de seguro médico, o seguros de vida, a veces hay promociones para matrimonios en los spas. Creo que son buenas.
—¿Tratas de convencerme de algo?
—No... no del todo. Solo digo que hay beneficios...
—Igual sí —interrumpió—. Cuando podamos y cuando quieras casarte, si me lo pides te diré que sí. A lo que sea. Una boda en iglesia, o en un juzgado, o en una playa, o en medio de la nada como algo simbólico. Sí a todo lo que te incluya.
Le pasé el brazo sobre el hombro y la atraje para besarla. Su piel estaba fría por la reciente ducha, pero su beso le dio calidez a mi cuerpo. Sabía a café y a crema de vainilla del pastel, sabía a alegría y a la seguridad de que ahora su presencia en mi vida era permanente.
—Te voy a tomar la palabra. Y cuando sea el momento, debes fingir sorpresa.
—Por supuesto. Incluso me pondré a llorar por lo inesperado.
—Lágrimas grandes para que sea realista, por fa, no me vayas a hacer sentir mal.
Nos echamos a reír en medio de un par de besos juguetones de unos segundos. Entonces Karma se enserió de repente por unos instantes y lució un gesto de sorpresa absoluta.
—¡Esto es!
—¿Qué?, ¿estás practicando tu cara de sorpresa? Porque está muy bien, casi me la creo...
—No, este es el momento.
—¿Qué momento?
—La primera vez que estuve en tu casa luego de clases tuve una visión. Estábamos en un sofá desconocido, riendo y yo sentía la felicidad en el pecho. Este es el momento. Esta es mi visión.
Su sonrisa se expandió como si fuera la locura más grande que le había pasado y me contagió el buen humor. Karma dejó su taza sobre la mesita y de un segundo a otro se movió para quedar sentada sobre mí, rodeándome por el cuello con sus brazos y sonriendo a dos milímetros de mi cara.
—Me encanta que te pongas de buen humor —susurré, rozando mis labios sobre los suyos.
—Es que... ¿no lo ves? Desde el día en que te conocí mi camino ya estaba ligado al tuyo. Lo supe desde entonces. Y ahora es real. Es... —Me besó con fuerza en los labios una sola vez— maravilloso. Te amo. Te amo. Gracias por estar acá conmigo.
No me dejó responder al dejarme sin aliento, su efusividad se extendía a sus manos que me acariciaban el cuello y a su lengua que acariciaba la mía. No tardé nada en perderme de todo menos de la realidad de su contacto, de su cuerpo contra el mío... sin embargo ella se alejó un poco, dándome espacio para volver a la realidad.
Sus ojos estaban alegres, brillantes, maravillados. No sé exactamente qué emoción pasaba por su interior justo ahí, no entendía qué tan estremecedor podría ser recordar una visión de hace meses, pero sí sé que era algo potente que le recorrió todo el cuerpo con la mejor de las sensaciones y que me lo contagió rápidamente.
—Odio tener que irme —murmuró con pesar—, si no me voy ahora llegaré tarde.
—Si por mí fuera cerraba la puerta con llave y no te dejaba salir.
Karma agarró mis mejillas entre sus manos ya cálidas y me estampó otro beso antes de ponerse de pie. Dio un mordisco a su sándwich y enrolló el resto en la servilleta para comerlo de camino, corrió de un lado a otro buscando sus zapatos, su bolso, sus pendientes y una liga para recoger su cabello una vez estuviera seco.
Una vez lista la acompañé a la puerta —es decir, ocho pasos más allá de la mesa— y la abrí para dejarla salir. Me rodeó el cuello una vez más antes de irse, pero antes de besarme, su gesto quedó ausente por unos segundos. Estaba viendo algo del futuro. Cuando regresó en sí, me sonrió mordiendo su labio inferior.
—¿Qué viste?
—A ti y a mí. No vamos a salir esta noche —afirmó con una sonrisa grande—. Vamos a celebrar adentro.
—¿Qué?, ¿por qué?
Me besó ahora sí durante un segundo antes de soltarme.
—La vamos a pasar mucho mejor acá —contestó, guiñándome un ojo—. Te veo en la noche, amor mío.
Me atonté mirándola alejarse y no respondí; ya cuando la perdí de vista cerré la puerta y fui consciente de la enorme sonrisa que mi rostro lucía. Estuve junto a la puerta por un rato hasta que desperté de mi ensoñación y me puse en movimiento para tender la cama, dejar la cocina limpia y ducharme.
En una pared junto a la puerta de la habitación Karma había colocado una foto nuestra. Era pequeña y con un marco sencillo de color negro, pero ambos sonreíamos en ella y Karma la puso porque dijo que era lo que se necesitaba para que el apartamento supiera que ese era nuestro hogar.
Miré la foto antes de entrar a la habitación, luego miré alrededor a las paredes blancas y los pequeños toques de color que Karma había puesto: las plantas, la foto, unas campanas de viento junto a la ventana, la cortina verde, las estrellas fluorescentes pegadas en el techo que brillaban en la oscuridad. Eran cositas pequeñas que solas puede que no significaran nada, pero en las paredes del apartamento y habiendo pasado por las manos del amor de mi vida, eran elementos que daban alma a todo.
Sonreí antes de seguir con mi día; sonreí porque tenía todo lo que quería, porque el corazón de Karma me llenaba por dentro y el mío la llenaba a ella. Pero especialmente porque el lugar en el que estaba parado no era solo un sitio donde dormir, sino que era mi hogar, nuestro hogar, un hogar que meses atrás me habría parecido demasiado loco imaginar.
Y ahora era real, era palpable y no podía pedir más.
Karma me amaba y yo la amaba a ella, eso era lo que nos mantenía avanzando con una sonrisa en la cara. El amor cambia vidas y el nuestro nos dio una juntos, una perfecta.
Suspiré y sonreí de felicidad una vez más porque sabía que Karma y yo lo teníamos todo.
☆☆☆☆☆
FIN
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top