01
El karma era una mierda, eso lo sabía y lo había confirmado Carolina Sosa innumerables veces en su vida.
La primera experiencia del karma que tuvo, fue a los cinco años, cuando a su hermano mayor Fabián se le cayó encima el televisor de la cocina después de haberle echado la culpa a Carolina de haber arruinado el jardín de flores de su mamá.
Capaz había sido mala suerte, o los tornillos que su papá había dejado flojos, pero Carolina se había sentido satisfecha durante toda una semana cada vez que veía el chichón en la frente de su hermano.
Los Sosa no eran una familia con dinero pero tampoco eran pobres, entraban en la categoría de clase media alta. Podían darse sus gustos de vez en cuando pero todo lo conseguían trabajando.
"Nosotros no criamos vagos."
Les habían dicho sus padres a sus cuatro hijos cuando cada uno de ellos cumplió la mayoría de edad, estaba la opción de seguir estudiando con ayuda de sus progenitores o empezar a trabajar y aportar a la familia. Tenían un sistema bastante organizado.
―¡Carolina, baja a comer!
De pedo escuchó a su hermana llamándola ya que tenía los auriculares puestos y estaba encerrada en su habitación, respondió que enseguida bajaba para hacerle saber que ya había escuchado. Ordenó un poco las cosas que estaba usando y se reunió con su familia.
―Qué olor a culo que hay, loco, seguro hicieron canelones la puta madre ―murmuró mientras bajaba las escaleras.
Efectivamente, lo primero que vio en la mesa fue la bandeja llena de aquella comida que tanto detestaba.
―¿Qué pasó, Caro?
Su papá le preguntó cuándo vio la cara de disgusto que tenía.
―Vos sabes que pasó ―dijo sentándose. ―esa comida no me gusta, pá. Todos los domingos te lo repito.
―Carolina agradece que tenés para comer ―dijo Gabriel, el tercer hijo de los cuatro que eran.
―Probalos, Caro, seguro te gustan. A ver, abrí la boquita, bebé ―ahora habló Agustina, la segunda hija en nacer.
La menor de la casa le dio un golpe en la mano a Agustina cuando empezó a hacer ruidos de avión mientras dirigía el tenedor a su boca.
―Córtala, idiota, no me gustan.
―Aguanta, idiota, ojito con las manos porque te doy un bife acá nomas.
―Uh, si te levantaste loca anda a dormir otra vez. Inútil.
Sí, para la familia no era secreto que las dos hermanas no se llevaban del todo bien. Siempre hubo algo que las hacía chocar, los problemas por los que habían peleado eran innumerables. Que esta vez sea la comida no era algo distinto.
―Vos sos re delicada, nadie te dice nada. Como si hubieras nacido en cuna de hora.
La cosa empezó a calentarse y todos en la mesa estaban en silencio escuchando, excepto Gabriel él estaba chocho comiendo sus canelones y mirando un partido de River.
―Bueno, listo Agustina y Carolina, córtenla ―su madre las detuvo, aunque con eso no iba a ser suficiente.
―¿Yo nací en cuna de oro? Entonces vos ni me imagino, porque estás todo el día rascándote los ovarios. Mamá hace todo acá, papá labura todo el día y yo estudio y trabajo, Gabriel es un inútil eso ya lo sabemos pero al menos ayuda en casa. ¿Vos qué haces? Decime.
A Agustina estaba a punto de explotarle la vena de la frente de la rabia que tenía.
―Vos, pendeja de...
―¡Basta! ¡Insoportables son las dos! ―su papá se puso de pie golpeando la mesa. ―una comida en paz pido, los domingos nada más puedo tener eso, y ustedes empiezan con las pavadas de todos los días. Si quieren mañana mátense, pero hoy me dejan comer tranquilo. La puta que las parió.
Carla miró mal a David por decir aquel último e innecesario insulto. ―Sin ofender, mi amor.
Un silencio incomodo se instaló en el comedor, lo único que se podía escuchar era el ruido de los utensilios chocando contra el plato.
―Anda, Caro, hay dos canelones de jamón y queso en el microondas ―Carla habló, tratando de romper el silencio incómodo.
―Gracias, mami ―Carolina dejó un beso en la frente de su mamá y fue a la cocina.
―Yo no te lo puedo creer, mamá ―Agustina murmuró cuando vio a su hermana irse, aunque igualmente la escuchó y sonrió victoriosa.
Carolina volvió a la mesa y continuaron comiendo en silencio, hasta que...
―¡Vamos! ¡Golazo de Álvarez! ¡La puta que los parió!
Gabriel salió gritando de la casa, ya que tenían la puerta a unos pocos metros, encontrándose con los vecinos que también estaban mirando el partido.
―¡Para vos, Matías, bostero culo roto!
―¿No podes meterlo adentro, mamá? Parece un tarado gritando así.
―Déjalo vos, rancia, no le haces aguante ni a Argentina. Que vas a entender del futbol champagne.
David las miró a las dos, después de hacer suficiente ruido con sus cubiertos para tener su atención, con una sola mirada fue suficiente para que se callaran y volvieran a sus platos.
Un minuto después Gabriel entró y volvió a sentarse para volver a comer, todos hicieron como si nada hubiera pasado.
Todos en la familia eran bastante apasionados por el futbol, y ahora que estaba por empezar el mundial estaban todos más que cebados. Su papá había tratado de conseguir ir a Qatar, sin embargo, no volvió a hablar del tema y nadie dijo más nada. No querían hacerlo enojar.
Carolina era fanática, obviamente, hinchaba solamente para la selección Argentina aunque había comenzado a inclinarse un poco por River también.
Su poca atracción al fútbol había sido notoria en los últimos partidos cada vez que cierto jugador se metía a la cancha, claro que nadie sabía nada. Solía excusarse con que estaba cansada o le dolía la cabeza.
―Provecho.
Agustina interrumpió la charla de Carolina y David cuando se levantó de la mesa junto a su plato.
―Gracias.
Dijeron casi en coro los cuatro al mismo tiempo.
―Caro, ¿te puedo pedir algo?
―Decime, pá.
Dejó de comer para poder prestarle toda su atención, era muy evidente el amor que se tenían entre padre e hija. Carolina era la más allegada a su papá, se parecían bastante físicamente y ni hablar del carácter lo cual podía jugarle en contra a los dos.
Era la nena de papi, según sus tres hermanos mayores. Y estaban en lo correcto, David amaba a todos sus hijos por igual, pero Carolina era tan igual a él que era con quien más pasaba tiempo en el rato que tenía libre.
―A la noche viene Fabián con Ro y los nenes, les voy a pedir por favor a vos y tu hermana que se porten bien. Cosa que ni debería pedirles porque ya están bastante bigotudas las dos.
Gabriel río mientras tomaba de su vaso, Carla le pegó un manotazo.
―Pero si vos sabes que yo soy un angelito, es Agustina, encima de que duerme todo el día tiene el tupé de levantarse con el culo dado vuelta que no se aguanta ni ella.
David la miró seriamente.
―Bueno, dale, me voy a portar bien ―dijo Carolina tratando de no rodar los ojos y con un tono de voz condescendiente. ―pero me provoca y le meto la cabeza adentro de la olla de fideos.
―Vamos a comer asado.
―¡Buena viejo! ―otra vez interrumpió Gabriel.
Carolina sonrió contenta, le gustaba el asado como cualquier argentino o argentina, pero más le gustaba cuando estaban en familia disfrutando. Hace un par de semanas no iba su hermano más grande a comer a casa.
―Pero para ―dijo cuándo se dio cuenta. ―¿Hay alguna noticia? Ya que viene Fabián con Romina, que eso es muy raro porque esa tipa...
―Cuidado lo que decís ―la cortó Carla.
―Má, es la verdad, siempre viene acá con cara de culo y está callada. Dale flaca, tenés dos pibes con mi hermano. En fin, ¿se celebra algo?
David y Carla se miraron con una sonrisa cómplice y la mujer tomó la mano de su marido por sobre la mesa.
Fue necesario solo un segundo para que Carolina y Gabriel se miraran a los ojos aterrorizados.
―¿Van a tener una bendición?
―¡No, pedazo de idiotas! ―gritó Carla espantada. ―ya estoy grande para esos bailes. Suficientes culos tuve que limpiar con ustedes cuatro, me corto la preciosa antes de tener otro pibe.
―¿Romina y Fabián van a tener otro bebé? ―gritaron otra vez los hermanos.
―Dios, no, nenes, al menos que nosotros sepamos.
―¿Entonces que mierda es viejo? Dale habla que me pongo nervioso.
―Qué nervioso ni que nervioso, pedazo de gil ―David le dio un manotazo en la cabeza, Carla lo miró mal. ―perdón amor, me hacen calentar estos boludos.
―Es una sorpresa, de nosotros y su hermano, aunque ustedes también van a tener que aportar en algo. Por ahora se queda así hasta la noche ―Carla continuó lo que su marido dejó a la mitad.
―Dale viejita, no me dejes así. Te lavo los platos, los seco y los guardo ―Gabriel salió atrás de su mamá llevando los platos sucios al fregadero.
―Mhmm, puedo llegar a pensarlo.
―¡Que ni se te ocurra, Carla!
El grito de David se escuchó en toda la cuadra por poco, Carolina río al escuchar a su hermano insistirle a su mamá en susurros.
―¿A mí me decís que es, pá?
―¿Vos sos tonta o te caíste de la cama? Es sorpresa para la familia, Caro, espera un toque, hermana.
Sin más que decir, su papá se levantó de la mesa para guardar algunas cosas en la heladera y Carolina también ayudó.
Ninguno se esperaba la sorpresa de esa noche, se iban a caer todos de culo, literalmente.
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