CAPITULO 1. Ese día, a las 11:07 minutos de la noche, el mundo perdió a Andrea

—Te digo que tienes que hablar con él, acercarte de alguna forma. No puedes pasar todo lo que nos queda del instituto solamente fantaseando con él.

—Si puedo, mírame— proferí un exagerado y sonoro suspiro que hizo a Andrea bufar y a Susan reír.

—Pero Andrea, déjala que vaya a su ritmo, así como tú vas al tuyo con Derek— Susan adoraba hacer enojar a Andrea—. Siempre hablas de lo que Karim tiene que hacer o decir para conquistar a Peyton, pero ninguna de las dos vemos que tú ya seas novia de Derek.

— Porque no es lo mismo— se defendió Andrea mientras recogía su larga melena rizada y dorada—, avanzo muy poco con él porque apenas si lo veo dos veces a la semana en las clases de karate y es muy difícil enamorarlo mientras evito que me muelan a golpes.

—Si no te gusta el Karate ¿Por qué sigues yendo?—pregunté nuevamente, no es que no supiese la respuesta, pero esperaba que Andrea, mi mejor amiga que era tan fuerte y decidida, pudiera por fin decirle a sus padres que odiaba el karate desde el día uno.

Susan nos mandó a callar la boca cuando Peyton apareció en nuestro campo de visión. Era mi momento de espiarlo fuera del instituto, ver como actuaba cuando no estaba rodeado de chicas y chicos adolescentes en una competencia silenciosa de ser más popular que el otro. Los pequeños minutos que duró el fugaz encuentro fueron más que suficientes para perpetuar mi amor por Peyton una semana más.

—Pues yo si haré algo con Derek antes de que se acaben las clases y salgamos de vacaciones—anunció finalmente Andrea—. Le enviaré una rosa de regalo y le pediré una cita. Daré el primer paso, está decidido.

Si eso lo hubiese dicho cualquier otra persona me hubiese reído, pero esto lo decía Andrea, la chica más audaz que había conocido.

Susan, Andrea y yo estudiábamos juntas desde hace 5 años y fue amistad a primera vista. Las tres ingresamos nuevas al colegio al mismo tiempo, hacernos inseparables fue cuestión de segundos.

Susan era una morena de cabello negro rebelde, de ese tipo que no es liso, pero tampoco ondulado, uno con vida propia como decía ella, con una piel que era la mezcla perfecta entre su madre morena y su padre caucásico. Era divertida y creativa, una mala combinación como solían decir sus papás. De las tres era la que siempre tenía algún plan loco para divertirnos y la que siempre se encargaba de que lo ejecutáramos.

A menos que Andrea dijese que no, porque cuando ella tomaba una decisión, ya no había vuelta atrás.

Andrea era rubia, como el sol si es que eso era posible, con unos grandes ojos marrones y tan blanca como el papá de Susan. Tenía los dientes frontales un poco separados y los de abajo un poco desordenados, razón por la cual aprendió a no reírse tan seguido, porque le acomplejaban. Sin embargo, después de un año y medio de ortodoncia, le dio la confianza que le faltaba. Era decidida, ecuánime y directa, cualidades que había aprendido de sus padres, dos abogados implacables en Tribunales y bastante claros y estrictos en casa, que tenían para su hija una vida ya planificada, y el Karate formaba parte de la sección de defensa personal que querían que ella aprendiera.

Y luego estaba yo. Me consideraba un punto medio entre ellas en todos los sentidos. Podía divertirme y dejarme llevar por las locuras de Susan, pero aprendí a fortalecer mi carácter siguiendo el ejemplo de Andrea. Tenía un cabello castaño aceptablemente ondulado, al que podía controlar con el correcto sistema de lavado, peinado y los debidos productos, era más alta que Susan, pero menos que Andrea.

Mis amigas eran las divertidas y ocurrentes, yo era la que era arrastrada a todos sus planes sin posibilidad de negarme.

Por todas esas razones cuando Andrea dijo que se le declararía a Derek y que le enviaría una rosa, supe que pasaría porque ella había tomado una decisión y cuando eso pasaba, no cambiaba de idea; y que lo llevaría a cabo porque Susan y yo comenzamos a buscar floristerías cercanas.

—¿Cuándo lo quieres hacer?— pregunté. Andrea pensó un momento su respuesta y finalmente respondió

—Hagámoslo la próxima semana. Nos dará tiempo para planificar mejor todo, lo que le diré, lo que me responderá, pero sobre todo a donde iríamos en mi primera cita.

—Y lo que le diremos a tus papás porque dudo mucho que el Sr y la Sra. Espinoza, te dejen ir— sentenció Susan.

—Eso es sencillo—aporté—. ¡Cine!. Tu primera cita será en el cine. Nuestros papás nos dejarán a las tres en el centro comercial y no tienen por qué sabe que luego tú irás a una cita y que Susan y yo seremos tus chaperonas.

—No necesito chaperonas—se ofendió—, pero es una buena idea, solo que ustedes pueden entrar a otra película

—¿Y quedarnos solamente con la descripción de un beso en vez de verlo en acción?— Susan estaba ofendida—, serás la primera de nosotras en besar a un chico y no cualquiera, sino a tu futuro esposo. Tenemos que estar allí.

Andrea iba a comenzar a darle todos sus alegatos a Susan, cuando se calló abruptamente.

—Volvió—dijo mi amiga, girándome por los hombros para que viese una vez más a Peyton pasando frente a nosotras. Iba con su cabeza gacha, por lo que su cabello cubría una parte de su rostro. Hubiese dado lo que fuese por saber lo que estaba pensando en ese momento, por caminar a su lado y quitarle ese pequeño ceño fruncido que lo hacía lucir preocupado e incluso entristecido.

Suspiré mientras lo miraba y mis amigas, burlonas, me imitaron.

—Veamos cómo funciona tu plan de la rosa y luego hacemos lo mismo con Peyton—concedí con mi corazón retumbando con fuerzas, como siempre me pasaba cuando lo veía.

—Muy bien—Susan entrelazó sus brazos con los nuestros y nos animó a seguir caminando.

El centro comercial estaba repleto, como siempre un día sábado. Caminamos sorteando a las personas mientras decidíamos que comer.

—Hemos probado todos los sitios de acá—se quejó Susan y coincidimos—, pero a dos calles de acá hay un sitio nuevo que dice que vende las mejores hamburguesas. ¿Y si vamos?.

Los papás de Andrea eran muy estrictos, por lo que salirnos del centro comercial no era una mejor opción, sin embargo, mi muy rubia amiga accedió encantada y con rapidez. Emprendimos nuestra marcha fuera del centro comercial y caminamos por mucho más que dos calles, porque así era Susan, muy mala para las direcciones. 7 calles después, llegamos al sitio y comprobamos que en verdad eran las mejores hamburguesas de la ciudad, tanto que se nos hizo demasiado fácil olvidarnos del tiempo. Salimos apresuradas, casi corriendo de regreso al centro comercial por donde pasarían a buscarnos.

Cruzamos la tercera calle cuando el auto de mi papá se estacionó a unos metros de nosotros. Lo vi salir del auto, sin ni siquiera notar nuestras presencias y caminar hasta encontrarse con una mujer frente a un negocio de costura.

—Uy... ¿lo pillamos en una cita? —preguntó Susan. Pero negué, mi papá solía decirme cuando estaría de cita, pero hoy no era el caso.

Lo miré curiosa y entonces la mujer se giró y el aire abandonó mis pulmones.

—¿Es....?—tartamudeó Andrea.

—Yo... yo...— mis palabras me habían abandonado.

—Kiki, se parece mucho a... ti—fue Susan ahora la que murmuró las palabras.

Su parecido era impresionante e innegable.

Yo era adoptada, nunca había sido un secreto. Me habían dejado abandonada en la estación de bomberos donde mi papá trabajaba, y mi papá después de cuidarme por tres días antes de que llegara el departamento de servicios sociales del menor, para llevarme, se enamoró de mí y me adoptó.

Nunca había conocido a mi mamá, ni tampoco había tenido curiosidad de hacerlo, así que no sabía cómo lucía. Sin embargo, esa mujer con la que mi papá hablaba era idéntica a mi.

—Vamos, Kiki, camina—Andrea me apresuró a seguirla y Susan me empujó para que pudiera ponerme en movimientos.

—Sabemos lo que estás pensando—afirmó Susan—, es idéntica a ti, pero no sabes si es tu mamá, quizás algún familiar que ahora quiere ponerse en contacto. Pero eso no lo vas a descubrir ahora.

Mis lágrimas quemaban en mis ojos.

—Tu papá tiene el beneficio de la duda—habló Andrea—, pregúntale cuando estés calmada y sé que él te dará respuestas sinceras. Pero cuando estés calmada, cuando puedas entender y asimilar lo que te diga.

—Y estaremos allí para ti—concedió Susan—, lo resolveremos juntas.

Mis amigas me arrastraron de regreso al centro comercial. Caminamos en silencio, y a pesar de todo lo que pasaba por mi mente, no había sido un silencio incómodo. Caminé con ellas de la mano, apretándolas con fuerzas. Asustada.

¿Y si era mi mamá?

¿O si era un familiar?

¿Y si querían que ahora fuese con ellos? ¿Eso se podría? No quería apartarme de mi papá.

¿Por qué no me había dicho nada? ¿Era reciente?

Nos sentamos en la entrada del centro comercial, donde solíamos esperar a nuestros padres cuando un bocinazo nos hizo saltar. El papá de Andrea había venido a buscarla. Ella se apresuró hasta la ventanilla del auto y vi cuando su sonrisa desapareció por un momento. Habló con él por unos minutos y luego caminó de regreso a donde estábamos.

—No quiso que me quedara contigo— me avisó encogiéndose de hombros y en un hilo de voz un tanto temblorosa, llena de dudas. En algún momento de nuestra caminata, habían acordado que ellas se quedarían en mi casa, acompañándome. La decepción se filtró en la voz de Andrea, también la tristeza y quizás un poco de vergüenza de que no le dieran el permiso. ¿Pero por qué la notaba además asustada?

—Nos vemos mañana, chicas, y seguiremos charlando. Las quiero— nos abrazó y besó con rapidez, porque su papá comenzó a sonar la bocina, apurado, como siempre. Ese atisbo de miedo que le había notado, desapareció—. Estarás bien, Kiki, lo resolveremos.

Asentí a sus palabras, con un nudo en la garganta porque no quería que se fuese, hoy más que nunca necesitaba a mis amigas.

Y Andrea se subió al auto, bajó la ventanilla y nos sonrió, pero su mirada no brilló como siempre. Agitó su mano por la ventana cuando su papá se comenzó a alejar, con su rubio cabello alborotándose por el aire.

.

De haber sabido que ese sería el último día que vería a Andrea, no la hubiese dejado ir. La hubiese abrazado en vez de solo alzar mi mano. Le hubiese gritado que yo también la quería y muchísimo.

Intenté no llorar, pero era imposible. Recordaba su mirada triste cuando se marchó. En mis sueños su mirada triste era porque sabía lo que le pasaría. En realidad, no sabía por qué había sido esa mirada.

Luego de que Andrea se fuese nos quedamos esperando hasta que vinieron por nosotras. Los papás de ella habían sido más permisivos, por lo que Susan pasó la noche en mi casa. Terminábamos de ver una película cuando las luces rojas y azules se filtraron por mi ventana, iluminando la habitación. Nos asomamos por la ventana y vimos una patrulla de policía estacionada frente a la casa, pero no me sorprendí, en algunas ocasiones cuando el trabajo dejaba a mi papá agotado como para manejar, alguna patrulla de policía lo llevaba a la casa.

Estábamos acostumbradas, porque mi papá solía enviar a algún patrullero incluso a buscarme al colegio o a donde estuviese. Las primeras veces que llegué en patrulla a casa de Susan o de Andrea, sus padres se asustaron, pero también se hizo rutina para ellos. Después de todo, cuando las tres formalizamos nuestra amistad, nuestros padres hicieron lo mismo, así que cuando se trataba de organizarse en quien nos buscaba, nos llevaba, nos cuidaba, lo hacían entre los tres. Mi papá, quien tenía el trabajo más impredecible, se esforzaba el doble en cumplir con su esquema.

Por eso mandaba una patrulla a buscarme, antes de fallar en sus responsabilidades.

Sin embargo, esta vez mi papá no bajó del auto, solo lo hizo el oficial. Mi corazón se saltó varios latidos. Temía que viniese a darme una mala noticia sobre mi papá. Me apresuré a la entrada de la casa, junto con Susan y abrí la puerta.

—Hola Karim—me saludó el oficial Doggie—, sus papás están bien— se apresuró a decir y le creímos, no había duda en su voz, pero esa sensación de miedo no se aplacó, mucho menos cuando nos pidió subir a la patrulla porque mi papá así lo había pedido.

Subimos con miedo, sin estar entendiendo lo que ocurría, pero con nuestro temor aumentando en la medida en que veíamos que nos dirigíamos al hospital. En la entrada, nuestros padres nos esperaban, con sus caras enrojecidas, preocupadas, con arrugas marcadas donde no sabía que tenían.

Mi papá siempre iba impecable con su uniforme, pero hoy estaba sucio, lleno de barro en muchos sitios. Estaba despeinado, con sus manos colocadas en jarras en sus caderas. Lo conocía muy bien para saber que estaba preocupado, porque con su cabeza cabizbaja miraba el piso y controlaba su respiración.

Los papás de Susan en cambio miraban la patrulla. Suri, la mamá de Susan, llevaba un suéter por encima de sus hombros, un chal que sabía que usaba solo en su casa, Santiago, su papá, la abrazaba con su frente apoyada en su cabeza, con los ojos cerrados. La imagen de los tres era desesperanzadora, nefasta.

Agarré la mano de mi amiga en cuánto bajamos de la patrulla, estaba asustada, no deseaba dar un paso más porque no quería escuchar lo que sea que tuviesen que decirnos.

Pero Susan era curiosa, así que me llevó con ella, casi a rastras. No nos dijeron ni una palabra más allá de un corto saludo, donde a Suri se le entrecortaba la voz, caminamos detrás de ellos hasta una pequeña sala de estar. Mi corazón martillaba con fuerzas y agradecí que Susan no hubiese soltado mi mano en ningún momento.

Las luces de la sala eran tenues, no brillaban como en el resto del hospital. Sus paredes verdes olivo, siempre las había odiado, sin embargo, hoy su paleta de colores me reconfortaba.

—Se trata de Andrea...—comenzó a decir mi papá.

Esa tarde, cuando Andrea se marchó con su papá, habían tenido un accidente de tránsito. Uno lo suficientemente catastrófico para que llamasen a emergencias y el cuartel entero se hubiese tenido que desplegar.

Imaginé los dos camiones de bomberos, inmensos, rojos, escandalosos, saliendo a toda máquina de la estación, con mi papá sentado de copiloto dictando las directrices para atender el caso.

Mi papá, capitán de la estación de bomberos de la ciudad, el primero en llegar a la escena, reconoció el auto de su amigo, destruido en medio de la carretera. A un lado, vio a su amigo desconsolado, llorando.

No hubo un culpable, no hubo un conductor ebrio o imprudente, solo un asfalto resbaloso que hizo que el señor Espinoza diese un giro brusco sobre la carretera y que el auto terminara impactando en un poste, justo del lado donde mi amiga había estado sentada.

Saltó del camión antes de que se detuviese y corrió hasta donde estaba su amigo, pero cuando él le señaló el auto, mi papá comenzó a hacerse una idea más clara de lo ocurrido.

En el auto se encontraba Andrea, con signos vitales tan débiles que a mi papá le costó conseguirlos. La estabilizaron lo mejor que pudieron y la trasladaron al hospital. En el camino mi papá llamó a la mamá de Andrea y luego a los papás de Susan, sus amigos.

El golpe había sido trágico, nefasto para nuestra amiga, porque Andrea a pesar de que estaba respirando con ayuda de una máquina, no se salvaría. Era cuestión de horas para que sus padres la dejasen ir, para que descansara de la agonía que estaba sintiendo o la que sintió antes de ser anestesiada.

Tenía muchas dudas en mi cabeza cuando mi papá nos contó todo lo ocurrido, pero no había tiempo de hacerlas, mucho menos de responderlas. Tiempo era lo que Andrea no tenía y por lo tanto, tiempo era lo que nosotras no teníamos con ella

Nos llevaron hasta la habitación donde la tenían conectada a muchos tubos, que solo alargaban su sufrimiento, aunque los doctores nos aseguraron de que no sentía nada. Pero si ellos supiesen lo mucho que a ella le gustaba hablar, caminar, bailar, sabrían que estar allí postrada, era un sufrimiento para ella.

Su cabello rubio estaba esparcido sobre la almohada, el poco que se escapaba de las gasas que envolvían su cabeza. Tenía moretones por su cuerpo, por su rostro, moretones que no veríamos desaparecer. Tenía varias cortadas superficiales en el rostro, cuello y brazos, y algunas heridas de apariencia más complicadas porque iban cubiertas con gasas. Su cabeza y su cara estaban inflamadas, más hacia el costado derecho, el lado donde recibió el golpe.

No parecía ella misma.

Parecía más una muñeca antigua, rota, maltratada.

Los señores Espinoza estaban sentados a un lado de la cama de su hija. Su papá, Roberto, tenía varias lesiones en el rostro, un pequeño vendaje en la frente y su brazo con entablillado; su mamá, Matilde, no dejaba de sollozar, sosteniendo en sus manos la de su hija. Sollozaba y rezaba, rezaba y sollozaba.

Nos acercamos hasta nuestra amiga y tomamos su mano. Estaba tibia, aún.

Nos explicaron que por las lesiones que tenía, las probabilidades de sobrevivir sin la máquina que respiraba por ella eran nulas.

—No pueden...— murmuré y mi papá apretó mis hombros.

—No queremos que sufra— respondió Roberto Espinoza, con su voz rasposa, adolorida.

—Hija, no hay ninguna posibilidad de que ella pueda despertar. Su cerebro está muy inflamado y para eso no hay solución, medicamento ni cura.

—La mantendremos conectada hasta que su hermana, Sofia, llegue. Tomó el primer vuelo desde Miami en cuanto le avisamos—me explicó Roberto, sin apartar la mirada de Andrea.

Sofía era apenas 3 años mayor que Andrea, pero sabía que se llevaban muy bien. Vivía en Miami porque había sido admitida en la universidad de allá, donde estudiaba para convertirse en Química. La inteligencia rondaba a todos en la familia Espinoza.

—Tienen que despedirse— Suri abrazó con fuerza a Susan, quien lloró en los brazos de su mamá, escondiendo el rostro y amortiguando su llanto. Ni así, me soltó la mano.

Miré a mi papá, un hombre fornido a pesar del sobrepeso que tenía, alto con su 1,93 de estatura, mi superhéroe, mi protector, rogándole en silencio que hiciera algo. Si no la podía curar, por lo menos que me despertara de esta pesadilla.

Me abrazó y se unió a los sollozos de Susan y los míos. Mis lágrimas empapaban su camisa, las de él caían de seguro al piso.

.

.

.

Sofía llegó una hora después y eso acortó nuestro tiempo con Andrea. Corrió dentro de la habitación y escuchamos su grito cuando entendió la magnitud del accidente, no se lo habían dicho porque abordó el avión antes de poder decirle algo más.

Fueron los minutos más largos de mi vida, pero a la vez los más cortos. No quería tener que entrar a despedirme de Andrea, quería entrar y escucharla reírse, fantasear con Derek, molestarme con Peyton.

Pero entonces llegó nuestro turno de despedirnos de ella, y tomadas de la mano, Susan y yo entramos a la habitación. Su mamá no se había querido despegar de su hija, ¿Quién lo hubiese hecho?. Tomamos su mano con toda la delicadeza que pudimos, a pesar de que la enfermera nos aseguró que ella no tenía ningún dolor.

Me acerqué hasta su oído, quería asegurarme que me escuchase.

—Te quiero Andrea, eres mi mejor amiga, te voy a extrañar todos los días de mi vida. Jamás te olvidaré, lo juro. Gracias por ser mi amiga, por estar para mí, por confiar en mí. Prometo que haré que te sientas orgullosa. Te amo y esto es una mierda porque no deberías estar allí, tú no deberías morir, pero no quiero que sufras. Los doctores dicen que te van a anestesiar para que no tengas ningún dolor y que cuando apaguen la máquina será como que te acuestes a dormir. Ojalá sueñes con Derek, con nosotras, con tu familia; ojalá pueda seguir viéndote en mis sueños. Haré todas las cosas que prometimos que haríamos las tres. Siempre serás mi mejor amiga, toda mi vida, hasta que nos volvamos a encontrar.

Me separé de Andrea para que Susan tuviese su momento. Matilde me sonrió cuando la miré, me había escuchado. No había querido privacidad cuando me acerqué a susurrarle, ya eso no importaba, lo único que lamenté fue la posibilidad de haberle interrumpido su rezo, porque quizás ella lograba un milagro.

Susan se despidió de nuestra amiga, sollozando a tal punto que le costaba hablar bien.

Ninguna de las palabras que le dijimos sería nunca suficiente para demostrarle nuestro amor a alguien que ya no podía vernos o escucharnos.

Ese día, a las 11:07 minutos de la noche, el mundo perdió a Andrea. Sus padres perdieron a una hija, su hermana perdió a su hermanita, el colegió perdió a su mejor promedio, Derek perdió a su futura esposa, y nosotras perdimos a nuestra mejor amiga y la hermana que ni Susan ni yo teníamos.


>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>

Nota de Autora:

Bienvenidos sean todos a un nuevo libro, una nueva historia, una nueva aventura.

Espero contar con el apoyo de ustedes como siempre. 

Sé que esta historia les robará lágrimas, pero también muchas sonrisas, suspiros y calenturas (hay que decirlo). 

Como siempre: Denle a la estrella, déjenme sus comentarios, compartan y por supuesto quiero leer todas sus opiniones

Nath.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top