Prólogo

Ciclópeos. Gigantes aves de rapiña. Bestias. Monstruos. Demonios alados. Criaturas bárbaras y sedientas de sangre, de zarpas enormes, picos afilados y fuerza titánica. Devoradores de humanos. Forajidos que raptaban niños para alimentar a sus crías. Portadores de malos presagios... El predicamento que los precedía era promulgado entre los reinos que se localizaban vadeando el vasto mar del oriente. Las alegorías se disgregaban como el fuego sembrando terror, aversión y galimatías. Lo que surgió como el rudimento de una coalición inofensiva se transformó en una imperecedera asechanza. Rouwran, una tierra libre, pronta a caer en el despotismo de los humanos que codiciaban un poder sobrenatural.
Era una antigua usanza tergiversar los auténticos hechos para ganar enemigos en una guerra sin fundamento. No porque fuera desconocido, necesariamente tenía que ser malo; pero es exactamente por dicha razón, que, en todo relato, el inocente es el villano de la historia. Cuando la avaricia se torna en un mal que solo incrementa, corrompe y corroe todo lo que lo rodea. Sin culpa. Absueltos. Víctimas de la crueldad de un hombre. Entonces el mártir se transfigura en la amenaza ante los ojos de aquellos que no prevén el origen de la historia. —¡Debemos atacar!
Sus zancadas amplias mermaban el trecho que lo desunía de su progenitor.
—¡No, Vastier! No son un peligro para nosotros.
Sus alaridos zumbaban en el anchuroso corredor vacío. La luenga noche de tempestad apenas surgía contribuyendo a la tensión que persistía entre ambos. Las exaltaciones estaban a flor de piel. No existía una armonía entre ellos, mucho menos una avenencia entre sus puntos de vistas.
—¡Te equivocas! —aulló—. Tan solo míralos. Atemorizantes bestias como esas no pueden ser un buen augurio para nosotros. Rouwran les pertenece. Cada expansión de este territorio es suya. ¿Crees que nos lo entregarán? ¿Qué lo compartirán? —cuestionó sardónico, entre escasas risillas burlonas—. Nosotros solo somos forasteros. Invasores que se han apoderado de parte de sus dominios. No somos sus aliados. Ni siquiera somos un opositor digno de su categoría —las comisuras de sus labios se elevaron con un gesto impasible—, no hay paz.
4

Estamos en una constante amenaza. ¡No quedaremos impunes luego de la muerte injustificada de uno de los suyos!
Aquel incidente provocado por uno de sus generales solo había originado caos y desasosiego entre los humanos. La muerte de una de esas bestias conllevaría una cuantiosa retribución que aguardaban con pavor. Vastier estimaba que el beneficio del primer golpe les garantizaría una ventaja infalible, mientras que Mideias intentaba prevenir una acción más diplomática con unas criaturas que ni siquiera sabía si poseían raciocinio o la capacidad para tener una interacción inofensiva.
—Pones toda tu esperanza en una alianza con unas criaturas que, estoy seguro, no tienen ninguna capacidad intelectual. ¡Son solo animales! Solo considerarlo es absurdo. Nos vigilan aguardando el momento justo para devorarnos como las aves de rapiña que son.
Vastier era inconmovible. Mideias razonable. Ninguno cedería ante el otro. Su conversación era un callejón sin salida.
—Te mantienes arrogante y senil sin considerar que tus decisiones arriesgan a nuestro pueblo. Los demás reinos deben saber que los rocskans son una amenaza —resopló inflexible—. Con la ayuda de ellos podemos matarlos y apoderarnos de todas sus riquezas —sonrió jactancioso— y quizás descubrir la fuente de su poder, para así apoderarnos de ella. ¡Seríamos invencibles! ¿Acaso no estás cansado de ser un rey menesteroso e insignificante ante los ojos de los demás reinos?
Mideias se apartó de su lado con antipatía. Bufó escrutándolo lúcidamente. A su hijo no le interesaba si los rocs eran una amenaza, solo quería apoderarse de lo que ellos poseían: sus tierras, sus riquezas, su poder. Veía la ambición en sus ojos. La maldad era transpirada por sus poros. Era intolerante. No le interesaba su pueblo, solo quería ser conferido con los grandes y sabía exactamente cómo lograrlo.
—Como puedes ser tan cínico. Jamás creí que tu ambición fuera tan grande.
Al saber que sus verdaderas intenciones habían quedado expuestas solo se limitó a carcajear insolentemente.
—Tampoco esperé que fueras un rey tan cobarde y pródigo. ¿Desde cuándo nos ha concernido algo como eso? Arribamos en busca de nuevas tierras para ensanchar nuestros horizontes y adquirir riquezas, no para compartir con esos seres repugnantes.
5

Era un secreto a voces que Vastier era impulsivo. No tenía límites. Nada sería lo suficientemente descabellado como para detener sus planes. Mideias avanzó nuevamente hacia él con toda la autoridad que le confería su privilegiado título.
—Yo soy el rey, y mientras yo viva, no voy a permitir que vayas sobre mí. —Vastier gruñó crujiendo sus dientes—. No iniciaré una guerra que no puedo ganar. No tenemos los hombres ni las armas para librar esta batalla. En comparación con ellos, somos unas hormigas insignificantes —exhaló endureciendo su semblante—. Quieres convertirte en rey y dirigir un ejército, pero ni siquiera respetas una regla básica antes de la guerra. Primero conoce a tu enemigo. —Apartó su rostro mirando altivamente—. No sabes cuántos son ni los límites de su poder. Crees que porque un hombre pudo matar a uno de ellos ya tenemos la guerra ganada, pero eso solo fue un golpe de suerte. Necesitaremos algo más que suerte.
Reanudó su trayecto desatendiendo a Vastier. Sería un rey necio si en medio de su condición ganaba un enemigo.
—¡Ese maldito vejestorio!
Chirrió sus dientes retirando su mirada hacia la vista que le regalaba el amplio ventanal. Los relámpagos iluminaban el oscuro cielo, cegando con su aturdidor esplendor. No obstante, en sí, la noche era densa, ni siquiera la luna se visualizaba en medio de la espesura de las nubes negras. A la distancia, se asentaba la ciudadela de Ricmerian. La luminosidad de ella menguaba la oscuridad que rodeaba al castillo. La lluvia torrencial era impresionante. Los cauces y cuerpos de agua podrían desbordarse a causa de la abrumadora cantidad de lluvia que descendía. No había un indicio de que pronto acabaría la tormenta.
—La noche es larga, príncipe Vastier.
Sus perlas se desviaron tras su espalda, divisando a Niurkan Remias, uno de los hombres más leales y devotos que conocía y que también era una gran amenaza en el campo de batalla. Un espadachín de renombre. El hombre que había traído consigo la incertidumbre de su pueblo, por la osadía de matar a un roc.
—En Argon nunca habíamos presenciado una tormenta como la de estas tierras hostiles; por no decir que el clima es insufriblemente caluroso y casi no hay llanuras, solo montañas y bosques hasta donde alcanza la vista.
6

Percibió su presencia junto a él. Ambos atentos al escabroso panorama que parecía sacado de una fábula de terror. El cielo crujía, los árboles se mecían con violencia y el viento tempestuoso rugía como una bestia hambrienta.
—Estamos muy lejos de Argon —nuevamente miró de reojo a Niurkan, él era la pieza fundamental para completar su plan—, pero haré de esta tierra hostil, nuestro territorio. Niurkan volteó a verlo con su ceño fruncido y ceja arqueada.
—¿Mi señor?
Vastier se volteó oblicuamente para confrontarlo. Su victoriosa expresión fue un anticipo a su maquiavélico plan. Ya todo estaba calculadamente resuelto en su mente.
—Te necesito de mi lado, Niurkan. Eres uno de los hombres más leales de mi padre y un gran guerrero; mereces más que solo las migajas que caen de la mesa de tu señor.
Niurkan ladeó su rostro escrutando minuciosamente cada engatusadora palabra que salía de los labios lisonjeros de Vastier. Su seducción era atrayente. Haría a cualquiera desear servirle con la capacidad intelectual y estratégica de sus palabras.
—¿Hacia dónde se dirige con todo esto?
—Simplemente quiero que te unas a mí y yo te prometo que toda tu descendencia no comerá más de las migajas que caen de la mesa real, sino que te sentarás junto a mí como un igual hasta el fin de tus días. Del mismo modo tus hijos y los hijos de tus hijos hasta el final del legado Remias.
Cada palabra era a los oídos de Niurkan como dulce miel. Visualizaba esa imagen en su mente. Nada lo conmovía más que saber las posibilidades que podría darle a sus hijos. Vastier era consciente de ello, por esa misma razón lo tentaba con dulces promesas.
—No soy más que un pobre soldado que, con suerte, ha logrado ser valeroso en el campo de batalla. ¿Cómo podré yo tener parte en la mesa de mi señor, el príncipe heredero?
Vastier acortó la distancia, dejando caer sus manos sobre los hombros de Niurkan.
—Oh Niurkan... No menosprecies tu valor. Tú mataste a una de esas criaturas. Fuiste el primero en descubrir su paradero en esta tierra. Nos informaste acerca de su bruñida sangre y de sus poderes sobrenaturales. —Presionó su frente contra la de Niurkan—. Si peleas a mi lado, como un pacto por tu lealtad hacia mí, permitiré que mi amada hija Daila, al cumplir su mayoría de edad, sea desposada por tu hijo Eskairo.
7

Daila apenas había nacido y Eskairo solo era un niño, pero estaba seguro de que sería una unión ventajosa. Niurkan no solo era un gran general sino también la cabeza de una familia destacada en la batalla y un guerrero al cual los hombres de su padre respetaban. Ser rey tenía sus privilegios, pero tener la lealtad de los guerreros era aún más valioso, y eso era algo que Niurkan tenía, y él no.
—¿Mi hijo?
—Sí, y su descendencia nacerá con los privilegios que le pertenecen como estirpe directa del próximo rey. Solo tienes que destruir la ciudadela, quemarlo todo, matar a los niños y las mujeres.
Se espantó ante esa petición, pero los ojos de Vastier no mentían, solo había una gran codicia que parecía gobernarlo.
—Pero... Mi señor, son nuestras mujeres, nuestros niños. Mis hombres no estarán de acuerdo...
—Oh... Lo estarán. Tú los convencerás de acabar con todo, para que al final esas bestias sean inculpadas por tal atrocidad.
Estaba espantado, pero fluctuaba dos pensamientos. El deseo de un futuro prometedor para su linaje y el espanto de traicionar a su propio pueblo.
—¿Cuál es el motivo de tan atroz acto?
Vastier carcajeó, apartándose.
—Mi padre no lo sabrá, ante sus ojos y de los reyes de Argon, haremos responsables a los rocs. Solo entonces podremos desatar la guerra y conseguir el amparo de los reinos que cruzan el mar.
Esas criaturas no eran una real amenaza, al menos no por el momento, pero a Vastier no le importaba, él solo quería fabricar una guerra. Una guerra que le diera la excusa perfecta para apoderarse de lo que tanto deseaba.
—Seremos la mayor potencia, ningún reino igualará nuestras riquezas o nuestro poder. Esas bestias nos llevarán a la cima. ¿Quieres formar parte de eso o no?
Niurkan apartó los ojos hacia la ciudadela. Su corazón se compungía ante lo que estaba dispuesto a hacer por la codicia de darle algo mejor a sus hijos. Imaginaba la escena y sentía un sabor amargo en su boca, aun así, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.
8

—Conozco algunos gremios de mercenarios. Sus líderes me deben un gran favor —volteó el cuerpo hacia Vastier— ellos estarán dispuestos a ayudarme. —Endureció su semblante—. Ver a sus hijos y mujeres arder les dará un incentivo a mis hombres para combatir con más vigor contra esas águilas gigantes.
Vastier carcajeó. Su pecho se infló arrogante. Daría a su pueblo la ciudad que les pertenecía. —No te angusties, Niurkan —siseó condescendiente— sus muertes no serán en vano. De entre la sangre, el fuego y las cenizas levantaremos a un Ricmerian más poderoso. Un reino invencible. —Sonrió de medio lado, contemplando aquel lugar que pronto sucumbiría—. Rouwran será nuestro legado a las generaciones que están por venir.
"Son malas decisiones por un bien común". Esa era la convicción de Vastier. Aquella devastadora noche fue la más oscura que los habitantes de Ricmerian nunca habían experimentado. Los gritos, la sangre, el fuego... Niños, mujeres, inocentes... Desde su habitación vio todo arder, escuchó sus alaridos, pero no fue conmovido. Bestias sangrientas. Criaturas insufribles. Monstruos desalmados. De esa forma, inició una guerra larga e injustificada hacia quienes no tenían la culpa de nada.

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