Capítulo 2: Misterios desatados

El sol asomaba por el horizonte, sus primeros rayos dorados teñían de luz las colinas que rodeaban el orfanato filtrándose a través de las persianas de la habitación y despertándome con su luz dorada y cálida. Me estiré perezosamente antes de sentarme en la cama y mirar alrededor. Los pájaros comenzaban a llenar el aire con su canción matutina, haciendo del comienzo del día un nuevo día emocionante.

Mi pequeña habitación estaba impregnada de recuerdos, con fotos de mis amigos y yo que decoraban las paredes. La cama deshecha era un rincón acogedor que me había servido como refugio durante los últimos ocho años. Miré hacia la ventana, donde el cielo azul prometía un día soleado y me dispuse a vestirme rápidamente para encontrarme con Val y Bruno en el pasillo listos para bajar a desayunar. Era el comienzo de un nuevo día en el orfanato, el bullicio y la agitación de los niños custodios y demás personas del orfanato eran tan familiares como el cantar matutino de los pájaros, aquello ya formaba parte de mi rutina.

En el comedor, compartíamos desayuno, y la comida sencilla nos llenaba de energía para lo que vendría. Nuestros custodios nos cuidaban con atención y cariño. Aunque muchos de nosotros no éramos hermanos de sangre, habíamos formado una especie de familia. Eso era lo que hacía especial el Hogar de la Esperanza en Jaén.

Después de desayunar, con la aprobación de los custodios, Val, Bruno y yo decidimos aprovechar el día soleado y dirigirnos al bosque cercano. Como siempre, el bosque ofrecía un escape tranquilo y una oportunidad para explorar. Aunque no era un lugar exótico, era nuestro refugio.

Los árboles proporcionaban sombra mientras caminábamos por el sendero con nuestras mochilas repletas de agua, bocadillos y demás para pasar el día. Además, el suave susurro del viento entre las hojas llenaba el aire. Hablábamos y reíamos, compartiendo historias y sueños mientras avanzábamos.

Después de horas de exploración y risas, encontramos un claro donde decidimos descansar. Sentados en el suelo, rodeados por la naturaleza, me sentía en paz. La vida en el orfanato podía ser sencilla, pero momentos como este no tenían precio.

Nuestro lugar especial era ese claro desde el cual se veían las montañas y el castillo de Jaén, donde la luz del sol se filtraba a través del dosel de hojas. Sentados en la hierba, disfrutábamos de la paz del bosque. Aun sin saberlo, esta tranquila mañana estaba a punto de convertirse en un momento que cambiaría nuestras vidas para siempre.

Después de comernos unos bocatas acompañados de unos refrescos rompo el silencio agradeciendo estar en un lugar ajeno a la rutina de todos los días, es decir, escapar de Paula y sus secuaces.

– Val, Bruno, estoy contenta de que por fin podamos disfrutar de un rato de tranquilidad – digo con una pizca de preocupación en mi voz. – Ya sabéis como es Paula y esa pandilla de seguidores fanáticos que siempre están buscando alguna forma de fastidiarnos.

Val asiente, compartiendo mi preocupación. – Tienes razón, Luna. No me fío de ellos. ¿Has visto al acechador? Siempre anda por ahí vigilando nuestros movimientos – dice mirando por si nos habían seguido.

Bruno a pesar de sus esfuerzos de mantenerse neutral se suma a la conversación. – Tenéis razón, chicas, no podemos bajar la guardia. Paula nunca olvida cualquier humillación pública que haya sufrido por culpa de sus actos y estoy seguro que debe estar tramando, es más tratándose de ella siempre trama algo con esa mente retorcida que tiene – comenta Bruno suspirando mientras se termina su zumo de naranja.

La conversación continúa mientras disfrutamos del claro. A pesar del momento no podemos evitar la sombra de preocupación que se cierne sobre nosotros.

Mientras Val, Bruno y yo seguimos conversando sobre nuestras preocupaciones acerca de Paula y su grupo de fanáticos, siento una tensión en el aire. La preocupación por ser descubiertos o acechados se cierne sobre nosotros como una nube oscura en un día soleado. Miro a mi alrededor, con los sentidos alerta, consciente de que el bosque, a pesar de su belleza, puede convertirse en un lugar peligroso cuando menos lo esperas.

Bruno, intentando aliviar nuestras preocupaciones, comparte algunas anécdotas sobre sucesos misteriosos que ha escuchado acerca de este lugar. Me sumerjo en sus palabras, pero una sensación incómoda no me abandona.

Mientras estamos inmersos en nuestra conversación, notamos que el aire comienza a cargarse con un olor a humo. Al principio, no le prestamos mucha atención, pensando que podría ser solo una fogata distante. Pero el olor se vuelve más fuerte y más espeso, y pronto, una delgada columna de humo se eleva en el horizonte.

Val frunce el ceño, mirando la columna de humo. – ¿Qué creéis que está pasando? – pregunta con inquietud en su voz.

Bruno se levanta y camina hacia un punto más alto para obtener una mejor vista. – Eso no es una fogata, chicas. – Su voz suena preocupada. – Es un incendio, y se está acercando hacia nosotros.

Mis ojos se abren de par en par y el pánico se apodera de nosotros cuando nos damos cuenta de que Paula y sus secuaces han provocado este incendio de manera deliberada para hacernos daño.

Rápidamente, intentamos reunir nuestras pertenencias y buscar una ruta segura para escapar del peligro que se avecina. Val se encarga de guiarnos entre el humo y las llamas de forma segura mientras que Bruno llama al 112 para alertar del incendio en el bosque. A pesar de nuestros esfuerzos por correr y alejarnos de las llamas al final acabamos rodeados por las llamas y el humo. En un intento desesperado de sobrevivir intento mover mis manos a modo de abanico para intentar frenar las llamas y para nuestra sorpresa parece funcionar bastante bien de lo que esperaba. Las llamas no solo dejaron de avanzar si no que se apartaban de mí. En ese instante aprovechamos para seguir huyendo a la carretera.

Corrimos, pero antes de llegar a la carretera Val me paró mirándome atónita.

– Luna, mira tu pelo y tus ojos te brillan – dice mostrándomelo con su móvil. En su móvil me veo a mí misma de una forma diferente.

– Tu cuerpo también brilla – añade Bruno al terminar la llamada mientras me fijo que me envuelve una especie de aura o brillo tenue, no muy brillante.

– ¿¡Qué hago para apagar el brillo que sale de mi cuerpo....!? – chillo asustada, tratando de apagar el brillo de mi pelo moviéndolo y para el brillo de los ojos parpadeando.

– Espera, tengo una manta y unas gafas, cúbrete con esto hasta que entremos a las habitaciones y podamos entender mejor lo que sucede – dice Val emocionada pero calmándome. Val siempre se emocionaba cuando algún peligro nos surgía en nuestra vida cotidiana, pero siempre podíamos contar con ella y su instinto para que no nos pasara nada. Me dio un abrazo y me sentí mejor al sentir el apoyo de mi mejor amiga.

– Luna, más tarde en tu habitación entenderemos que te pasa – me dice mientras Bruno se añade al abrazo colectivo ayudándonos mutuamente a calmarnos y sentirnos mejor.

Una vez en calma retomamos de nuevo el camino y antes de encontrarnos con los bomberos nos encontramos con Paula y sus secuaces. Como siempre, ella habla y sus secuaces asienten dándole la razón. Ella ríe con su característica risa siniestra y dice.

– Parece que os habéis metido en un buen problema, ¿verdad, chicos? – dice con una sonrisa maliciosa. – Ay por dios Luna, ¿y esas pintas? Seguro que como siempre solo quieres llamar la atención y ganarte la compasión de la gente. Eres ridícula y patética – dice mirándome mientras se ríe a la vez que mira a sus secuaces que asienten riendose con ella.

Bruno la mira e intenta decir algo, pero Val se lo impide llena de rabia y furia interna poniéndose delante de él.

– ¡Estás loca!, tu maldad no tiene límites, casi morimos por las llamas y el humo. ¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? – le encara con furia.

Ella simplemente se encoge de hombros, sin mostrar ningún remordimiento. – Solo quería que os sintierais tan acorralados como yo me sentí cuando llegó Luna y me arrebató mi estatus de reina – dice acomodándose el pelo.

Después de la respuesta de Paula, me siento frustrada y furiosa por su actitud. – Paula, nunca te arrebaté nada, y tampoco te pedí que hicieras nada de esto. Pero está claro que no puedes entenderlo. No sé qué te hizo ser así de malvada, pero esto ha ido demasiado lejos. – digo frustrada.

Val y Bruno asienten en apoyo a mis palabras, y nos alejamos de Paula y su pandilla. Mientras lo hacemos escuchamos el sonido distante de los motores de los bomberos acercándose. Con el ruido de los motores cada vez más cerca, nos dirigimos en la dirección del sonido. Finalmente, los tres nos sentimos aliviados al alejarnos de la amenaza que representa Paula y su grupo.

La llegada de los bomberos cambia el ambiente cargado de tensión a un ambiente más seguro, y nos preparamos para explicar lo que ha sucedido. Nos aseguramos de que comprendan que el incendio no fue accidental, que alguien intentó hacernos daño.

Sin embargo cuando echamos la vista atrás comprendimos que no quedaba mucho de ese gran incendio que contó Bruno en la llamada, así que lo dejamos estar explicando que estábamos asustados porque no sabíamos cómo reaccionar, nos tranquilizaron y nos fuimos.

Era imposible de explicar que yo, una chica de 12 años normal y corriente hubiera podido sofocar el incendio sin ninguna herramienta, además de como iba vestida, seguro que me habían tomado a burla los bomberos.

– Bueno, lo importante es que estáis bien, iros a casa – dice un bombero mientras nos vamos.

Poco después llegamos al orfanato Bruno y Val me cubren para que nadie me vea y rápidamente llegamos a mi habitación donde al quitarme la manta, las gafas y mirarme al espejo comprobamos que había dejado de brillar.

– Que extraño es todo esto – comenté buscando entre mis cosas. Los custodios me dijeron que vinieron conmigo el día que llegué al orfanato dentro de las cuales encontré una cajita que decía que la abriera a mis 12 años, que era un regalo.

Finalmente sucumbí a la tentación del suspense y lo abrí, seguramente entendería lo que estaba sucediendo si rebuscaba entre mis cosas. Val, que era una apasionada de las emociones fuertes, el misterio, etc, tenía muchas ganas de llegar al fondo de la situación. Al abrirla encontré un brazalete y un collar con un abalorio en forma de rombo, brillante y amarillo.

– Luna, tal vez tus padres eran como tú y te mandaron aquí para protegerte – sugiere Val, emocionada por la posibilidad de un misterio por resolver.

– Oye, ¿seguro que no es nada peligroso...? Si tus padres eran como tú entonces ese colgante y brazalete tal vez lo sean – advierte Bruno, alejándose con algo de miedo y desconfianza.

– Ahora lo veremos – digo finalmente poniéndome el collar. En ese momento súbitamente la vista se me nubla. No puedo ver nada ni a nadie, pero puedo escuchar claramente las voces de dos personas, una mujer y un hombre.

– Apolo, es necesario. No hay otra forma de mantenerla a salvo. No podemos permitir que ella esté atada a vivir una infancia llena de estrés por todos lados, en la escuela, en las redes y en el mundo de afuera. Debemos protegerla y darle el regalo de tener una infancia normal – dice una mujer llena de preocupación. En ese momento siento como si alguien me diera un cálido abrazo.

– No quiero que la alejen de nosotros. Podríamos enviarla al Olimpo, que se crie con los demás dioses o dejarla con nosotros para criarla y protegerla. No sé si podré soportarlo, y tampoco estoy seguro de si ella lo entenderá, Minerva – responde el hombre angustiado.

– Es nuestra niña, ya hablamos que tal vez en el Olimpo la tratarán mal, al ser hija de un dios y una mortal y que a pesar de ello se haya convertido en diosa – dice la mujer muy preocupada.

– Conozco mortales que me deben favores, tal vez si la enviamos a algún orfanato remoto y hacemos que piense que sea huérfana pasará su infancia feliz, lejos de nuestro mundo y hará muchos amigos. Así, cuando llegue el momento tendrá a alguien de nuestro mundo que le pueda ayudar a entender la situación – dice el hombre cogiendo algo en brazos que por sus ruidos me da a entender que era un bebé.

– Está bien Apolo hagámoslo por nuestra pequeña Luna – acepta la mujer preocupada...

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