Capítulo 13

Atardecer
Casa abasndonada en las ruinas


Lo primero que sentí fue el cuerpo femenino de Scarlett sobre el mío, aferrándome para abrigarse del frío, luego sentí mi erección amenazando con romper la tela de mis pantalones. Necesitaba sangre y un cuerpo, tener a Scarlett encima no hacía más que avivar el fuego en mí. Se veía tan delicada sobre mi pecho, al contrario de su caracter estando despierta, que parecía un insulto a la belleza tener que despertarla. La empujé a un lado, sin controlar mi brusquedad, y me levanté rápido. Ella protestó y me miró con los ojos adormilados, el cabello revuelto y confundida.


—¿Qué ocurre? —preguntó aún dormida, refregándose los ojos y sentándose. No se percató de que lentamente se había colocado sobre mi pecho para dormir.

¿Dormiría así con Lorenzo?

—El sol se ocultó, necesito regresar ahora mismo. Vamos —contesté, mirando por la ventana del lugar. La oscuridad era total, perfecta. Si la cargaba llegaríamos incluso más rápido pero dudaba que ella quisiera.

—¡¿Ya?! —protestó molesta.

Me acerqué a ella y me detuve en frente, eclipsándola con mi altura. Sus ojos clavados en los míos fueron bajando hasta llegar a mi visible deseo.

—¿Quieres ofrecerte para darme sangre? —inquirí con una sonrisita, logrando que volviera a mirarme a los ojos y no a mi miembro. Ella sacudió la cabeza y se levantó.



** ** ** **


Criadero


No logré llegar a mi hogar, debí desviarme hacia el criadero para saciar mi hambre. Una de mis nuevas empleadas estuvo contenta de servirme, más no era suficiente del todo. La sangre de vampiro no nos alimentaba lo suficiente, no tenía los nutrientes que necesitábamos ni el sabor que más nos gustaba, necesitaba de Arabella, su dulce sangre y su cuerpo cálido. Ella podría quitar de mi cuerpo la pesadez de una noche ajetreada en las ruinas. Además, estaba curioso por verla y que me contara su experiencia recorriendo las calles del Imperio.

—Vístete y vuelve tu trabajo —dije a la vampiro, la empleada, que juntaba toda su ropa del piso. Yo solo subí el cierre de mis pantalones—. Y no quiero que comentes esto con nadie, ¿entendido?

—Por supuesto, Lord Kalen —respondió, solemne y con una sonrisa de satisfacción.

Lo último que necesitaba era una vampiro como Eva, mi antigua secretaria, que adoraba hablar sobre nuestros encuentros como si fuera importante en mi vida, como si una revolcada significara algo más. Por más que eran vampiros, las mujeres parecían conservar sus hormonas humanas intactas, haciéndolas aún más peligrosas o insoportables en ocasiones.

Briana abrió la puerta de mi oficina de repente, sin golpear y, al ver la escena, arrugó su frente, mirándonos con desagrado o asco. Estaba vestida con un vestido corto, mangas largas, negro y de encaje, ajustado a su silueta, y con tacones. El único color vivo en su atuendo era el celeste de sus ojos, los cuales resaltaban más que nunca. Verla me daba cierta nostalgia pero estaba decidido a no demostrarlo, por simple orgullo, luego de que ella rompiera nuestra relación.

Todavía no podía creerlo y no lo había asimilado del todo, Briana siempre había sido como un perro fiel, una compañera que aceptaba todas mis órdenes. Quizás verme con otra vampiro le recordaría nuestros tiempos juntos, las horas entrelazados, la sangre desparramada.

—Afuera —dijo seria, clavándole dagas a la empleada con su simple mirada. La vampiro juntó todo rápido y se marchó apenas vestida con su ropa interior.

Briana cerró la puerta y me senté en mi silla, preparándome para una escena de celos y caprichos. Estaba listo para decirle: "¿No habías dicho que mi vida, mis asuntos no te interesaban más?". Ella se acercó hacia el escritorio pero no se molestó en sentarse, se quedó parada con una mano sobre el respaldo de la silla y la otra en su cintura.

Pese a todo, no podía negar la sensualidad que emanaba de manera natural. De humana había sido un diamante en bruto, de vampiro era una joya invaluable.

—No me interesa dónde pasaste el día —comienzó despacio, en un tono tranquilo, desinteresado—, pero creo que a tí sí te interesaría saber dónde está Arabella.

—¿A qué estás jugando? —pregunté ofensivo, pensando que se trataba de una amenaza o que Briana había hecho algo contra mí humana—. ¿Qué has hecho?

Briana rodó sus ojos y resopló, como si le causara gracia mi preocupación por una humana y acusación en su contra.

—No me interesa, Kalen. Lo que haces, cómo te sientes, todo lo relacionado a tí, no me importa. Ya no —contestó en tono neutral, demostrándome que sus palabras eran verdad y dándome un puñetazo mental—. Pero a otras personas parece que sí: me dijeron que atacaron a la humana ayer en la madrugada.

Aquella información me llegó fuerte y claro, provocando que me levantara en un pestañeo. Sin decir más, sin preguntar cómo lo sabía ni quién se lo había informado, haciendo uso de mi velocidad sobrehumana, salí del Criadero hacia mi hogar. Nadie tocaba lo que me pertenecía.


** ** ** **


Noche

Mansión de Kalen


Todo estaba oscuro cuando llegué, ni un solo candelabro estaba encendido, confirmando que algo iba mal puesto que era la rutina de todas las noches prender las velas. Sentía mi corazón acelerado y no sabía por qué, resultaba molesto mientras trataba de tantear el territorio en la oscuridad absoluta. Por fortuna, tenía memorizado cada lugar y habitación, mas no los muebles. O los escombros en el piso.


—¿Arabella? —llamé, sin obtener una respuesta.

Abrí las cortinas de los ventanales y dejé que la luz de la luna iluminara el lugar. Las habitaciones eran un desastre, como si hubiera pasado un huracán. Tomé un candelabro caído al piso, unas cerillas y, finalmente, pude ver con más claridad la sala de estar: muebles desplazados, dados vuelta y rotos, ornamentos destrozados, paredes arañadas y quebradas.

Entonces lo oí, golpes continuos y lentos en una habitación del segundo piso. Rápido, subí las escaleras de a dos escalones, directo hacia el lugar que me llevaría hasta Arabella: mi habitación.

La habitación también era un caos y ella estaba allí, sin su capa, sentada en un rincón, golpeándose la cabeza y la espalda contra la pared. Por la magnitud del vaivén, se estaba golpeando demasiado fuerte. Apoyé el candelabro en el piso y me acerqué a ella, acuclillándome a su lado.

—Arabella —llamé despacio, apoyando una mano contra la pared para evitar el golpe. Ella no reaccionó de primeras, solo cuando coloqué mi otra mano en su mejilla—. ¿Qué ha...?

No pude seguir, sentí su piel mojada. Al retirar mi mano, sangre la cubría. Ella me miró con los ojos dilatados y perdida. Y lo entendí... Alguien la había mordido, la habían transformado.

—Quema —susurró, y una lágrima de sangre rodó por su mejilla.

La levanté y la llevé a mi cama, ladeando su cabeza para chequear su herida. Era una sola, profunda, hecha sin cuidado, perforando toda la zona. No estaba bien, si había ocurrido durante la madrugada entonces la herida ya debería de haber cerrado. La transformación era dolorosa pero inmediata, era un shock, no duraba horas sin cicatrización. Arabella se estaba desangrando.

—¿Qué ocurrió? —dije, obligándola a mirarme— Concéntrate, Ángel.

Ella cerró los ojos con fuerza y apretó las sábanas con sus puños. Estaba adolorida, agonizando.

—Una serpiente —alcanzó a decir y luego abrió los ojos de golpe, mirándome con desesperación—. Quema, Kalen. Quema. Quema.

Arabella soltó un grito desgarrador, arqueando su espalda y apretando las sábanas. Luego, vomitó sangre. La transformación no estaba surtiendo efecto, su cuerpo lo estaba rechazando.

Nunca había visto algo así, la mayoría de los humanos eran fáciles de convertir, no existían muchas excepciones. Pero evidentemente Arabella era una de ellas. Y verla así, alterada, sufriendo, revolvía algo en mi interior: culpa e impotencia. No debí haberla dejado sola.

No debí haberla comprado, en primer lugar, como si fuera un trozo de carne, era lo que Alana me hubiera gritado en el oído.

En un intento desesperado por salvar su vida, la sostuve fuerte contra la cama y, del otro lado de su cuello, la mordí. No estaba seguro de que funcionara, pero esperaba que no fuera demasiado tarde para succionar la sangre que estaba matándola y poder reemplazarla con la mía. Debía intentarlo, era la única manera, no había más tiempo que perder o de otro modo moriría.

Bebí toda su sangre hasta dejarla apenas con unas gotas, luego desgarré mi propia muñeca para verter mi sangre en su boca. Su respiración estaba pausada, su tez más que pálida. Los coágulos de mi sangre cayeron dentro de su boca rebalsando por la comisura de sus labios, pero Arabella no bebía, no tragaba.

Tomé su cuerpo y lo sostuve contra mi pecho, acunándolo. Entonces tosió y tragó la sangre en su boca. Su respiración se reanimó pero más agitada, haciendo un extraño ruido desde su pecho y temblando.

—Todo irá bien —dije, volviendo a recostarla y besando su frente fría.

Me mantuve cerca por largo tiempo, vigilando su respiración y su temperatura corporal. Aún no estaba recuperada, pero al menos no sentía su cuerpo calcinarse por dentro, mi sangre debió haber calmado aquella sensación de alguna manera. No lo sabía bien, mi fuerte nunca habían sido las ciencias naturales, la medicina. Los números eran mi especialidad, pero de nada me servían en aquel momento.

—Kalen —llamó, débil.

Me acerqué a ella, sentándome a su lado y sosteniendo su mano. Su herida había dejado de sangrar pero estaba muy lejos de cicatrizar, su carne estaba al rojo vivo. Si no sanaba pronto, se le haría una infección. No sabía qué hacer, no podía moverla, no podía dejarla sola y ¡maldita sea! no teníamos teléfonos.

—No hables ahora, tienes que conservar toda tu fuerza, Arabella, tienes que sanar —dije, acariciando su frente. Su torso subiendo y bajando de manera acelerads me volvía loco, eso no estaba bien, los humanos no respiraban así, nunca.

—Puedo sentirlo —interrumpió, tragando saliva con dificultad—. No voy a lograrlo.

—No, no —aseguré, acercándome a su rostro. La vitalidad que una vez había visto en ella se había disipado y solo permanecía el cascarón, destruido y sin un rastro de vida.

—Gracias, señor —dijo, mirándome directo a los ojos. Una mirada que supe me atormentaría por toda la eternidad—. Gracias por elegirme.

Todo lo que había planeado desde su llegada se había cumplido, tal como mis demás humanos, Arabella por fin había comenzado a estar domesticada; y eso me llenaba de ira. No quería que sus últimas palabras fueran de agradecimiento hacia mí, hacia el Criadero. Me di cuenta que no tenía nada más en su vida, que le había arrebatado su humanidad, su oportunidad de tener recuerdos agradables en su lecho, muy lejos de la fachada estéril y hostil del Criadero.

Alana cruzó por mi mente, mirándome con ojos llorosos, decepcionada, diciéndome: "¿En qué te has convertido?".

—No lo sé —respondí en voz alta, pero Arabella no se dio cuenta, había cerrado los ojos—. ¿Arabella? —llamé, tocando su mejilla. Su cabeza giró inerte hacia un lado. Toqué su cuello, buscando pulso en su carótida, pero no sentía nada—. No, no, no —dije, subiéndome a la cama, apoyando mis manos en su pecho para tratar de reanimarla.

Presión. Presión. Presión. Respiración boca a boca.

Luego del décimo intento, me rendí. La había perdido. Arabella estaba muerta.



** ** ** **

Madrugada

Ciudad del Imperio


No tenía dudas, Arabella lo había dicho claro en sus últimas palabras: una serpiente. El símbolo de la serpiente pertenecía a un Duque allegado al Rey, un vampiro que gustaba de todas las atrocidades que nos gustaban a todos, pero que no conocía los límites, por eso nunca era invitado a eventos dentro del Criadero. La primera y única vez que lo hizo, al comienzo de nuestro Imperio, mató y abusó de todo humano que encontró. Por ser un noble, su única reprimenda fue no volver a entrar. Tendría que haberlo matado.


No sabía por qué lo habría hecho, por qué habría intentado convertir o matar a Arabella, pero no importaba, era redundante. Pero sabía bien lo que haría al respecto.

La ciudad, los ciudadanos, cuando me vieron pasar me miraron con miedo y se alejaron de mi camino, ellos sabían lo que venía, lo que ocurría cuando se desafiaban las reglas de pertenencia, algo que ni siquiera yo mismo me atrevería a hacer con Scarlett. Habían hecho bien en huir, los que pudieron.

La familia del Duque Aldrich, sus vampiros convertidos y tomados como familia, estaban en su mansión, en una orgía de sangre, drogas y humanos muertos. Por su tranquilidad, pensó que Arabella no viviría para decirme quién era el culpable. O estaba buscando su muerte sin suicidarse y quedar como un cobarde.

Cubierto por una capa oscura, esperé el amanecer a que todos los vampiros volvieran a sus casas. Y, resguardado por la luz brillante del sol, comencé a esparcir gasolina por la mansión de Duque y todas las casas a su alrededor, aguantando las quemaduras, soportando el dolor.

Metí un trozo de tela en una botella y la prendí fuego. Luego, en la sombra de un tejado y quitándome la capa para ver mejor mi obra, lancé la botella.

Pronto el Imperio estuvo en llamas.




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