Capítulo 10


Capitulo 10

Mansión de Kalen
Atardecer



Sentía mi cuerpo regenerarse a cada segundo, deshaciendo y curando el daño hecho con plata. Tomé un respiro y abrí los ojos, teniendo en mente los rostros de los humanos que me habían atacado. Se habían ganado una sentencia a muerte y la cacería no tardaría en comenzar. Al contrario de haberme asustado, habían cometido el estúpido error de provocarme, de aumentar las llamas de mi ira, y no descansaría hasta escuchar sus huesos romperse bajo mis manos. Pero antes...

Me senté en la cama y me pasé una mano por los ojos, recordando el peso de los demás sucesos que habían acontecido luego de mi ataque: Isabella, Hadrien, Brianna y mis humanos. Sobre todo mis humanos, mi humano Gabriel. Sentado allí, en la oscuridad de mi habitación, no podía descifrar lo que sentía. Sentía ira y decepción por la impulsividad de Brianna, de eso estaba seguro, ella estaba fuera de control y debía devolverla a su camino. Pero había algo más, cierta tristeza hacia Gabriel, quien me había servido durante años y había sido mi incondicional sirviente. Lo había quebrado y doblegado a mi gusto y placer, su lealtad me había hecho sentir poderoso y a consecuencia de Brianna había cesado de existir, ya no era nada más que un cuerpo en descomposición.

Quizás por el cansancio o el hecho de haber vuelto de una posible muerte me había ablandado, me encontré pensando: "Fue lo mejor para él". Y eso me daba aún más rabia, más vergüenza. Había perdido los estribos frente a una completa desconocida, una civil, quien incluso debió taclearme para contenerme. Solté una risa recordando tal descaro.

La puerta comenzó a abrirse de a poco, dejando ver una tenue luz de vela y una figura femenina. Era Arabella.

—Pasa, estoy despierto —llamé. Ella titubeó un segundo antes de obedecer y comenzar a prender los candelabros regados por mi habitación. Arabella no me miraba ni omitía sonido, ocultando su rostro con la cortina de su cabello—. Ven aquí. —Ella se detuvo en su labor y obedeció, quedándose parada frente a mi cama, con las manos a los costados y la cabeza baja. Su cuerpo desnudo comenzaba a hacer estragos con mi sed y mis deseos y pensé en tomarla al instante, pero levantó su rostro y me miró fijo... con ojos rojos y aguados.

Estaba triste por Gabriel, quien no había hecho más que dificultar su estadía en la casa. Podría sentirse aliviada, alegre incluso, de sacarse un peso de encima... pero no, estaba afligida por su pérdida. Y eso hacía que se me pusiera más dura.

Me di cuenta que se percató de mi torso vendado, pero decidió mantener el silencio y no preguntar.

Extendí mi mano y la invité a subirse, ella aceptó. Lentamente, se acercó hacia mí y se recostó a mi lado esperando que la tomara sin más, pero por el contrario la acuné con cuidado en mis brazos y la apreté contra mi cuerpo. No quería arruinar mis avances, asustarla, hacerla creer que la pérdida de Gabriel no significaba nada para mí, porque en verdad no era así, no del todo. Al cabo de unos segundos, comenzó a llorar y acaricié su cabello para infundirle fuerza y comodidad.

No estaba seguro, pero podía adivinar qué clase de pensamientos rondaban su mente luego de ver el cuerpo de un humano sin vida. Quizás se preguntaba por su propia vida, si tan insignificante era. Y si realmente estaba segura bajo mi techo.

—Gracias, Señor —susurró al calmarse, ocultando su rostro en mi pecho. Tomé su mentón y la obligué a mirarme.

—No tengas miedo, esto no volverá a ocurrir —dije serio, con seguridad—. Me haré cargo de Brianna. Estás a salvo aquí, conmigo. Ahora, ¿puedes contarme qué sucedió y dónde están Sonya y Camilla ahora? —pregunté, necesitaba confirmar el estado anímico de mis sirvientes. El hecho de que Arabella estuviera en mi habitación era inusual, siendo que se peleaban por despertarme.

—No estoy segura de qué sucedió, Señor. Yo... yo no estaba en la habitación de la señorita Brianna. Sonya gritó y no hicimos nada porque bueno, ya sabe. Pero luego, cuando la señorita se fue, Sonya bajó gritando por ayuda. Cuando fuimos a la habitación Gabriel estaba sin vida, no pudimos hacer nada, no pude hacer nada. Perdóneme.

¿Arabella había tratado de salvar a Gabriel por mí? Me resultaba más que interesante su confesión.

—No es tu culpa.

—Supongo que él era importante para usted —dijo, con un tono inquisitivo y hasta de esperanza, quizás testeando mis emociones, si quedaba algo de humanidad en mí.

—Desde luego. ¿Puedes hacerme un favor? Quiero que te hagas cargo de mi hogar. Se que es demasiado para ti, pero confío en que podrás hacerlo —dije y la besé. Ella contestó, pasando su mano por mi pecho, tocando mi vendaje, dándome escalofríos.

—Señor, ¿qué...? —comenzó, su curiosidad ganando por fin. Puse un dedo sobre sus labios.

—Estoy bien, pero no debes decir una palabra sobre esto. Ni siquiera Sonya y Camilla deben saberlo —dije, pensando que sería mejor no estresarlas aún más, mis humanas eran muy susceptibles—. Y si te lo estás preguntando, sí, podemos morir.

—Nunca pensaría en... —empezó, apartándose un poco, mirándome horrorizada.

—Es un mundo caótico allá afuera, Arabella. No todos los humanos son buenos y nosotros tan malos, no querrás saber de lo que algunos son capaces de hacer contra su propia raza.

Era algo apresurado comenzar a meter ideas en su mente, pero intuía que pronto comenzaría una lucha por la predominancia entre vampiros y humanos. Y no dejaría que se llevaran lo que era mío.



* * *


Deshacerme de Gabriel no fue fácil, debí quemar su cuerpo en el patio trasero y soportar los llantos desgarrados de Camilla y Sonya. Gabriel había sido como un hermano para ellas, una parte de su familia, y no podia callarlas incluso si mi cabeza se rompía en mil.

Isabella había advertido que me sentiría algo débil hasta que mi cuerpo recuperara su ciclo normal por completo, eso era tan humillante. Y al demonio con sus indicaciones médicas, necesitaba un trago: un escocés. Toda la botella.

Sentado en el living, solo y repasando lo acontecido, comencé a preguntarme qué habría del otro lado de la muerte; no recordaba nada durante mis horas de inconsciencia, solo oscuridad y silencio. Y si era así, un vacío absoluto, ¿habría ocurrido lo mismo con Alana? ¿Dónde estaría ella ahora? ¿O estaría en lo absoluto?

Dos horas pasaron y Brianna no llegaba. Era evidente que no quería enfrentarme, que me estaba evitando, que tenía miedo de las represalias. Igualmente, no tenía salida y estaba harto de esperar.


* * * *

[b]Criadero
Noche[/b]



El Criadero estaba como siempre, era un edificio formidable, un fiel reflejo de mi convicción y fortaleza. El personal y los guardias me saludaban con un asentimiento, respetuosos y sabiendo su lugar, aunque quizás mi rostro serio y mi andar decidido les daba la pauta que algo no estaba bien y que era mejor mantener distancia. Incluso el jefe de la guardia se guardó cualquier comentario cuando pasé junto a él, que parecía ansioso de hablarme.

Subí a mi oficina y Brianna dio un salto al abrir la puerta sin golpear. Estaba sentada en mi silla, leyendo papeles. Por su rostro, ella sabía la razón de mi visita.

—¡Kalen! ¿Qué... haces aquí? —dijo asustada, y luego decidió cambiar de táctica— Deberías estar en casa, descansando, y no aquí. Tengo todo bajo control.

Cerré la puerta y caminé hacia ella de manera sigilosa, calmada, acorralándola. Estaba furioso, estaba decepcionado, y lo que estaba a punto de hacer nos dolería a ambos. Yo la había elegido, la había salvado de un destino sin sentido, vacío y peligroso como humana. En aquel momento Brianna había estado sola en el mundo y, habiendo perdido a su familia por la peste, había tenido que sobrevivir vendiéndose en burdeles. Yo era lo único que tenía y en su desesperación por tenerme para sí sola no lograba más que alejarme cada vez más.

—Nunca me he opuesto a tus caprichos, a tus fetiches, a tu sadismo —comencé—. He sido permisivo, demasiado, pero eso va a terminar. Me has costado, Brianna. —Llegué frente al escritorio y apoyé mis manos sobre la madera, inclinándome—. Debí disculparme, hacerme cargo, de tus malos modales en casas ajenas. Y te crees en poder de disponer de la vida de mis humanos. Míos. —Negué con la cabeza—. No me dejas elección.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó en un susurro, mirándome con ojos de cachorro perdido. Pero sus actuaciones ya no funcionaban, no había manera de que se escapara.

—Lo que debí hacer hace mucho tiempo: castigarte.

Ella tragó saliva y, comenzando a respirar agitada, se cruzó de brazos. Lista para uno de sus berrinches.

—¡Estaba preocupada y desesperada! ¡No sabía dónde estabas! —gritó, utilizando cada una de sus excusas. Me pregunté cuánto tiempo le habría tomado memorizarlas— Si hubieras confiado en mí desde el principio nada de esto hubiera pasado.

Si bien creía en su preocupación por mí, no creía que lo de Gabriel había sido producto de ello; sino más bien una antigua vendetta. Lo cual era inaceptable.

—¡Si hubieras hecho caso a mis órdenes esto no te estaría pasando!

Tomé el escritorio y lo lancé contra la pared, provocando que se partiera en pedazos y que no hubiera ningún obstáculo entre nosotros. Brianna se pegó contra la pared detrás de ella, mirando por alguna vía de escape.

—¿Vas a castigarme por causa de un humano? —dijo irónica, alegando que un humano me importaba más que mi propia raza.

—Su vida me pertenecía ¡Y al menos él sabía su lugar! Pero tú lo has olvidado, has ido muy lejos. —Rápidamente, la tomé del cabello y la arrastré conmigo fuera de la oficina. Ella intentó zafarse, pero era inútil.

Los empleados, los guardias e incluso algunos humanos que estaban siendo escoltados a sus celdas, vieron la humillación de Brianna: ser llevada por los pelos como una niñita indisciplinada. Y por más que ser golpeada a la vista de todos en el patio trasero le haría comprender su lugar y le enseñaría la lección, sabía que eso la destruiría por completo y que además disminuiría su imagen de poder en el Criadero.

La llevé al último subsuelo, allí donde habían quedado guardados elementos de tortura del psiquiátrico. Por supuesto, en la época moderna de los humanos no los habían utilizado; solo habían quedado como una especie de muestras de museo. El piso era lúgubre, el aire estaba viciado de humedad y había sido habitado por arañas y ratas, pero los elementos estaban intactos.

Tinas donde metían a los pacientes para baños calientes, dispositivos para ahogar y sofocar, mesas y aparatos donde golpearlos por disciplina o en un intento de calmar la histeria. E incluso algunos para tratar la ninfomanía, dejando al paciente incapacitado de volver a relacionarse.

—¡Kalen! ¡No! —gritaba Brianna, forcejeando a toda velocidad. Pero aunque aún estaba algo débil, mi fuerza superaba la suya, facilitando que la pudiera colgar de cabeza en uno de los dispositivos más viejos y resistentes, utilizado para ahogar a las personas.

—¡No te atrevas a soltarte! ¡Hazte responsable por una vez! —dije serio, siendo que Brianna podría zafarse de las esposas de hierro que tenía en manos y pies. Su respiración estaba agitada y podía escucharla jadear, tratando de soportar el castigo que merecía.

Busqué en la habitación algún objeto conciso, difícil de romper, pero lo único que encontré fue un hacha. No sería suficiente. Debí quitar un conexión antigua, tomando uno de los caños de hierro.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella, moviéndose para intentar verme. Su cuerpo colgaba de espaldas a mí.

Tomé otro de los instrumentos del psiquiátrico, una bola de hierro con una cuerda, y se lo coloqué en la boca para que dejara de hablar. No la lastimaría con plata, no podría hacerlo, pero sí la lastimaría.

—No muerdas la bola o te romperás los dientes —advertí, sosteniendo primero el caño.

Cerré los ojos por un segundo, levanté el caño con ambas manos y comencé a golpear su espalda y piernas. Al principio, Brianna se mantuvo en silencio, pero luego de varios minutos la humillación comenzó a tomar posesión de sus nervios. Lloró y balbuceó a gritos, pidiendo que me detuviera, pero estaba sumergido en un trance. Mi mente estaba en blanco. Mi instinto de violencia y sangre me conducía.

El caño se rompió y rápidamente tomé el hacha, arrasando con su piel. Brianna dejó de llorar y balbucear, su cuerpo colgaba exhausto, balanceándose con cada golpe. Fue entonces cuando desperté, cuando me di cuenta que había sido suficiente.

Tiré el hacha a un lado y me apresuré a desatar a Brianna. La sangre brotaba de sus heridas y caía a coágulos en el piso. Deposité su cuerpo en el piso y le quité la bola de su boca. Ella tosió sangre y comenzó a respirar con dificultad.

Nunca había sido brutal con ella, era mi protegida y, aún sabiendo que había sido lo correcto para poner un freno a su conducta, no podía evitar sentir un ápice de remordimiento.

—Regresarás a tus obligaciones en el Criadero, pero no volverás a poner un pie en mi casa —dije, como si verla con el cuerpo destrozado no levantara ni uno de mis vellos—. No vuelvas a presionar tu suerte.

Su cuerpo sanaría y eventualmente saldría sola, con fortuna, con una perspectiva diferente.

Me disponía a volver a mi oficina, cuando Hadrien me interceptó saliendo de los subsuelos y poniendo un pie en la planta baja. Sus facciones eran serias, algo casi imposible en él, lo cual significaba que algo iba mal. Pero al verme cubierto de sangre su mirada pasó a preocupación.


—No es mi sangre, luego te explico —lo frené, antes de que comenzara su discurso—. ¿Qué pasó? No creo que ese rostro sea por mí.

—No deberías estar aquí y créeme que aún tengo cosas para decirte sobre la noche anterior, y desde luego quiero saber por qué estás empapado de sangre, pero tienes razón, no estoy aquí por eso. Es Isabella. Los guardias del rey se la llevaron.

—El rey no sabe de ella —contesté, caminando con él hacia mi oficina, haciendo las conexiones en mi mente. Uno de los requisitos para que la mujer nos ayudara había sido dejarla fuera del radar del rey.

—Lo sé. Es extraño, pero tienes que ayudarme. ¿Qué tal si alguien está operando en nombre del rey?

No entendía el por qué de su romance con mi amigo, eran polos opuestos, era la vampiro más irritante e impertinente que había conocido. Isabella era un misterio, guardaba más de lo que dejaba entrever, eso se lo concedía, pero no dejaba de ser una descarada. Pero por su ayuda y, más que nada por Hadrien, me vi en la obligación de cargar con su peso.

—Déjame que me cambie y hablaremos con Lorenzo.



* * *


[b]Mansión del rey
Madrugada[/b]



—¿Qué tan serio es esto, Hadrien? —pregunté, un tanto por curiosidad y otro tanto para asegurarme una vez más de que estaba accionando por alguien que valía la pena, y no una simple diversión del momento.

—No estoy seguro —respondió con un suspiro—, pero es importante. No estaría pidiéndote esto si no lo fuera, lo sabes.

La noche estaba en su auge, la época de lluvias fuertes había cesado por el momento y solo algunas nubes rondaban por el cielo. Pronto llegaría el otoño y el aire frío comenzaba a soplar, marcando su presencia por la temporada. Junto con el invierno, eran nuestras estaciones más favorables: menos horas de luz. Lo cual significaba que a veces podríamos salir durante el día.

La mansión del rey estaba iluminada en cada rincón por antorchas y custodiada por cientos de guardias. Toda la situación con Isabella me parecía extraña, ¿qué razón tendría el rey para arrestarla? Y si Hadrien estaba en lo cierto, en que alguien más estaba detrás de este hecho, ¿por qué a Isabella?

Podía aceptar que alguien mantuviera su privacidad y sus secretos, pero no si aquello nos involucraba. Había decidido no incursionar en cómo sabía la cura contra las heridas con plata, en cómo poseía piezas de literatura clásica, o cómo había llegado a conocer a mi mejor amigo (siendo que él no se mezclaba entre los civiles), esos eran asuntos suyos, privados, pero ya no. Debería dar explicaciones por esto... si era que lográbamos sacarla con vida.

Dentro de la mansión, esperamos en la sala de estar. Cuando Lorenzo por fin nos recibió, estaba acompañado de Scarlett. Sus ojos me escanearon con un dejo de preocupación, como si estuviera asegurándose que no tuviera secuelas. Encantador, parecía que mi cercano encuentro con la muerte la había afectado en algún punto.

—Lorenzo —dije, haciendo una leve reverencia. Hadrien lo saludó de igual manera y luego saludó a Scarlett con una simple sonrisa.

El rey sonrió, con ese aire jovial y despreocupado que sabía llevar, y nos invitó a sentarnos.

—Lamento la tardanza, estaba terminando algunos asuntos —contestó y observé a Scarlett sonrojarse, mientras desviaba la mirada hacia otro extremo de la habitación.

Hadrien comenzó a mover su pierna rítmicamente y parecía ansioso por soltar sus palabras.

—Nosotros lamentamos la interrupción —interrumpí antes que él y lo miré tratando de frenarlo, tratando de calmar su ansiedad; estaba perdiendo la compostura con cada segundo que pasaba—. Verá, Señor, estamos aquí por un aparente mal entendido. Antes del amanecer, al parecer enviaron una orden de arresto...

Lorenzo se acomodó en su sillón, estirando un brazo en el respaldo, justo por detrás de Scarlett.

—Imposible, no he enviado ninguna orden. —Hadrien maldijo en voz alta y se levantó del sillón en un pestañeo, derribando mis intentos de mantener su imagen y sorprendiendo a Scarlett por el movimiento brusco—. ¿Pueden explicarme?

—Han secuestrado a una amiga y lo han hecho en su nombre —contestó Hadrien, apretando los dientes y sus puños—. Por asesinato. Tú asesinato —dijo, mirándome a mí. Esa era información nueva—. Los humanos de Isabella me lo dijeron, fueron tres hombres, tres guardias.

El rey se levantó lentamente del sillón, serio, y posó una mano sobre el hombro de Hadrien.

—Ten calma. Si lo que dicen es verdad, entonces tu amiga debe estar aquí. Iremos a buscarla y nos ocuparemos de los guardias —dijo a Hadrien y luego se volvió hacia Scarlett—. Acompáñalos hacia los calabozos, me encargaré de la seguridad.

Tal vez no lo parecía, pero el rey no estaba contento en absoluto. Era una ofensa y una traición usar su nombre, y vería que los guardias pagaran por ello. Con calma, cuidando sus pasos y sin perder de vista el objetivo, era un depredador al acecho. Hadrien, por el contrario, escupía fuego como dragón enjaulado.


* * *

Los calabozos que tenía la mansión me remontaba a tiempos pasados, la edificación era exactamente igual a la de la edad antigua: pasillos laberínticos, paredes de piedra, celdas de acero forjado, ambiente frío y húmedo. Hadrien no le daba importancia al lugar miraba en cada celda, desesperado, llamando a Isabella. Scarlett, al contrario, se veía incómoda en el lugar. Me pregunté si Lorenzo le habría demostrado ya lo que era capaz de hacer, que su apariencia joven y alegre no igualaba su mente calculadora y fría.

—Esto no me gusta —comentó Hadrien, al no recibir una respuesta a sus llamados.

Le pasé la antorcha encendida a Scarlett y palmeé su espalda, intentando calmarlo.

—Abramos cada una de las celdas —propuse y Scarlett levantó un par de llaves—. Haremos más rápido si lo hacemos a mano. Tú ve por allí con Scarlett y yo iré por este lado.

—No quiero ofenderla, señorita Scarlett, pero prefiero buscar solo. En este momento no estoy en control de mi fuerza, no quisiera golpearla por accidente.

¿Hadrien admitiendo estar fuera de control por una mujer? No pude más que quedar perplejo en silencio.

—Vamos —dije a Scarlett, dejando a Hadrien buscar por su lado. En los años que lo conocía, nunca lo había visto así. Por supuesto, sabía que había tenido una historia con una mujer, pero eso había sucedido antes de nuestra amistad.

—No entiendo por qué alguien se llevaría a Isabella —comentó Scarlett—. Si esto es obra de alguno de aquellos humanos rebeldes igualmente no tiene sentido.

—Hay algo en Isabella que no me agrada —respondí, tomando las barras de acero de una de las celdas—. Quítate del medio.

—¿Además de su relación con Lord Hadrien? —inquirió, justo al momento en que destrocé la puerta de la celda y la tiré a un costado.

Entré a la celda, tomando la antorcha de las manos de Scarlett, y alumbré el lugar. No había signos de nada.

—Además de eso —admití, y Scarlett rió. Era la primera vez que la escuchaba hacer eso e incluso ella misma se sorprendió, puesto que luego volvió a su usual carácter altanero, como si el hecho de reírse y que yo hubiera sido la causa la humillara.

—Sigamos buscando —sentenció.

Seguí abriendo celdas, con Scarlett siguiéndome en silencio, hasta que escuchamos a Hadrien soltar un rugido. Tomé a Scarlett en brazos y, a velocidad rápida, me dirigí hacia el sonido. Debí sortear los obstáculos, las puertas de acero tiradas en el piso, que Hadrien había dejado en su camino.

Me detuve en la última celda abierta y bajé a Scarlett, que se apartó rápido de mí y se apoyó en una de las paredes para calmar sus nauseas. Entré a la celda y alumbré el sitio, percatándome de que Isabella estaba allí... colgando de una cruz, completamente desnuda. Su cuerpo había sido mutilado repetidas veces y la sangre no paraba de brotar de sus heridas; por la palidez de su cuerpo y su estado de inconsciencia, habían sido heridas infligidas con plata. Y además, había un mensaje en la pared escrito en sangre. Algo que no tenía sentido para mí, pero que había puesto a Hadrien histérico.

Hadrien salió de su estado de shock y se apresuró a bajar a Isabella de la cruz, abrazando su cuerpo con fuerza y llorando.

Me acerqué a él y traté de lograr que la soltara, pero lo único que conseguí fue un gruñido. La situación me hartó por completo y le propiné un golpe en la cabeza, con toda la fuerza que pude.

—¡Deja de lloriquear y déjame comprobar su pulso! —grité. El golpe y mi voz lograron despertarlo de su ira y su instinto posesivo, y depositó a Isabella a un lado. Toqué su cuello, buscando el pulso en su carótida. Era débil, pero estaba ahí, Isabella estaba viva.

—Voy a matarlo —susurró Hadrien. Vi a Scarlett entrar y comenzar a acercarse.

—No te acerques —advertí—. Ve por Trestian, dile que necesitamos de su ayuda aquí. Necesitamos una cura contra la plata para Isabella. —Trestian era la única persona que quizás sabría algo de la cura, en sus años de aislamiento entre libros tendría que haber aprendido algo bueno.

Me pateé mentalmente por no haber preguntado a la vampiro cómo me había curado a mí, quizás podría haberla ayudado más rápido. Quizás podría haber asegurado a Hadrien que ella saldría con vida, porque no estaba tan seguro de que lo haría.


* * *


Trasladamos con sumo cuidado a Isabella a uno de los cuartos de huéspedes y esperamos por Trestian. Hadrien no se apartaba de Isabella, aferrándose a su mano inerte, observando cada minúsculo movimiento de su tórax para saber que aún respiraba, quizás sintiendo que su propia vida dependía de ello.

Me mantuve apartado en la habitación, acompañando a mi amigo con mi presencia pero sin decir nada, puesto que no había nada que pudiera decir para aliviar su pesar. Lo sabía muy bien, ninguna condolencia o palabra de aliento era suficiente. Por su bien, deseaba que Isabella pudiera curarse. Las últimas horas habían sido exhaustivas para Hadrien.

Alguien llamó a la puerta y me dispuse a abrir, para mi sorpresa se trataba de la princesa Katherine. Hice un asentimiento y la observé con curiosidad.

—Lamento la intromisión, Lord Kalen —dijo, con su voz dulce y cantarina—. ¿Está todo bien? Mi padre ha puesto a la guardia por doquier y hay manchas de sangre hasta aquí.

Detrás de Katherine había un hombre de aspecto extraño y el cabello tan rojo como el de Isabella. En realidad, se parecía mucho a ella. Abrí la puerta un poco más y los dejé pasar.

—Alguien se hizo pasar por el rey —expliqué a Katherine— para torturar a una amiga de Lord Hadrien.

Esperé ver la reacción del guardia de la princesa, para comprobar si se trataba de su familiar, pero el hombre miraba sin emoción alguna la escena frente a él. Incluso, me pareció escucharlo dar un resoplido. Pero por el contrario, Katherine se mostró perturbada por el estado de Isabela e insistió en quedarse a acompañar a Hadrien en la espera de una cura.

Me dirigí al guardia y lo escruté con la mirada. Estaba seguro que ellos dos tenían algo que ver, pero dejaría el asunto por el momento.

—Señor —saludó, con un leve asentimiento.

—Debo hablar con el rey, estaré en su oficina. Cuídalos bien.

—Soy guardia personal de Lady Katherine, señor, esa pulga puedo cuidarse sola —dijo con su rostro inmutado, mirando a Hadrien.

—¿Disculpa?

—Claro, señor —respondió, cambiando su actitud—. Estarán bien.

No tenía idea de dónde había salido aquel desdén hacia Hadrien y de seguro no pasaría desapercibido, debería hablar con Katherine de ello, pero no quería adherir más cuestiones a la lista.


* * *

Alcancé a Lorenzo subiendo las escaleras, dirigiéndose también a su oficina. Le comenté el estado de Isabela y luego pregunté por los responsables.

—Atrapamos a los guardias y están siendo contenidos en los calabozos. O lo que queda de ello —comentó, mirándome de reojo.

—Lo lamento, señor, veré que todo quede reparado —me disculpé y él palmeó mi espalda.

—Ni te preocupes, Kalen —dijo sonriendo, divertido—. Luego iré a ver a tu amiga, ahora ven conmigo un momento.

A decir verdad, echaba de menos la comodidad de poder escuchar música en algún dispositivo. Tiempo atrás, la oficina del rey siempre había estado ambientada con música de toda clase, siempre había dicho que le fascinaba la creatividad humana. Incluso recordaba haber entrado a su oficina una vez y verlo cantar en voz alta una canción de rock, como si fuera un adolescente. Pero por más que su físico y algunas actitudes fueran similares a un joven, Lorenzo guardaba una sabiduría y una comprensión de la vida que jamás nadie podría igualar. Era nuestro eslabón perdido en las etapas del desarrollo vampiro, solo que no estaba perdido... lo teníamos viviendo con nosotros.

—¿Cómo estás? —preguntó, sentándose a mi lado en un sillón, con una sonrisita en los labios. Por el tono informal supuse que estaba en libertad de hablar con completa confianza.

—Sinceramente, agotado. Espero no sea una decepción —contesté, y él soltó una risa.

—Hasta nosotros tenemos derecho a agotarnos, luego de cientos de años en pie, es imposible no sentirse así. —Él más que nadie sabía las crisis a las que estábamos condenados: agotamiento y aburrimiento encabezando la lista—. Kalen, quiero agradecerte por proteger a Scarlett en esta misión, sé que algo ocurrió la noche anterior. Intuyo que ha tenido que ver con algún enfrentamiento y que has sabido resolverlo, basándome en lo que ha dicho Hadrien podrías estar muerto ahora.

Por alguna razón él no sabía lo ocurrido, Scarlett no se lo había contado, pero necesitaba que lo supiera para poder ayudarme con otra cuestión. Así que le conté todo el enfrentamiento. Y si bien había protegido a Scarlett y a Lion, mi reacción había sido más una táctica. Si hubiera matado a aquellos humanos junto con Katlin, hubiera tirado por la borda el pequeño avance que habíamos logrado con los rebeldes. Era pura suerte el hecho de haber encontrado una vampiro, Diana, que estuviera dispuesta al diálogo para mediar nuestra alianza con los rebeldes de las ruinas.

—Te di mi palabra en esta misión y no hay nada que pueda cambiarlo. —Mi lealtad hacia él era incuestionable. Él simplemente sonrió con afecto—. Lorenzo, quiero preguntarte algo.

—Debe ser algo inquietante por la forma en que lo dices —comentó, alzando las cejas con curiosidad.

—Estuve al borde de morir y no he visto nada —solté sin más, como si fuera un niño buscando respuestas en un padre.

—Inquietante de verdad.

—No recuerdo nada, todo está vacío, oscuro, en silencio; como cuando mi creador me transformó. Por un instante, antes de perder el conocimiento, la imagen de Alana cruzó por mi mente y pensé que...

—¿Que la verías en el otro mundo? —terminó por mí, con un tono más serio, respetando el tema. Después de todo, Alana había sido una de sus primeras creaciones. Ambos la habíamos amado.

—Es, debo confesar, estúpido —contesté, apoyando mis antebrazos sobre las rodillas. La verdad estaba asombrado conmigo mismo: hacía mucho tiempo que aquel tipo de cuestiones habían pasado por mi mente, que había tenido dudas. El incidente, la muerte de Gabriel, el castigo de Brianna y el temor de Hadrien por perder a Isabella me habían sacudido las neuronas.

—No lo es —dijo Lorenzo, palmeando uno de mis hombros—, la amaste demasiado.

Suspiré, permitiéndome, por una vez en mucho tiempo, bajar la guardia.

—Es una cuestión demasiado humana —respondí, tratando de justificar en voz alta el conflicto en mi mente—, un existencialismo por el cual nosotros ya hemos pasado y lo hemos... olvidado. Somos prácticamente eternos. No existe otro mundo para nosotros, no existe otro mundo donde esté ella.

Cuando Alana había muerto, Lorenzo me había tomado como su aprendiz. En el torbellino de mis emociones me había enfocado solamente en la ira, en la destrucción de los humanos, nunca se me ocurrió pensar en qué habría sido de ella, de su alma. Nunca se me ocurrió preguntar a Lorenzo.

—No como crees. Es verdad que no existe otro mundo, pero estaría mintiendo si te dijera que no volverás a unirte con Alana, o con cualquiera. Humanos o vampiros.

No pude más que soltar una risita.

—No me estás ayudando a entender.

—No dije que mi respuesta sería fácil de comprender, pero cuando llegue el momento lo harás. No te preocupes por eso ahora, aún tienes mucha vida por delante.

—¿Vive el momento? —agregué a su discurso con un tono de burla. Lorenzo rió.

—Me agrada verte así, Kalen, sin tu máscara. Ha pasado mucho tiempo desde que nos hemos sentado y que hemos hablado de cosas no referente a negocios, justo como cuando vivías conmigo, como uno de mis hijos.

—No te acostumbres —dije, levantándome, dando por terminado mi momento de catarsis. Él levantó su copa de vino y sangre hacia mí.

—Por los viejos tiempos. Por Alana —brindó.

Asentí, haciendo una leve reverencia, volviendo a nuestros respectivos estatutos, y me marché. Cuando abrí la puerta, sentí el perfume característico de Scarlett en el aire. No podía equivocarme, había estado espiando, había estado escuchándonos. Caminé por el pasillo, bajé las escaleras y seguí sintiendo su perfume, el cual me llevó hacia el living. Ella estaba sentada, pretendiendo leer.

—Asumo que Trestian está aquí —dije, apoyándome en el umbral de la entrada.

—Está arriba, tratando a Isabella —contestó, aún fingiendo interés en el libro. Solté una risita irónica.

—Estuviste escuchando detrás de la puerta —dije, sin necesitar confirmación, lo sabía—. No te sorprendas, Scarlett, una vez tuve sentimientos y amé, más de lo que puedas imaginar. Alana es mi recuerdo más preciado y espero que te guardes lo que sea que hayas escuchado —dije, en tono sereno pero firme.

Ella dejó el libro a un lado y volteó a verme.

—Creo que aún los tienes; sentimientos, me refiero —contestó ella, con rostro serio, verdaderamente creyendo sus palabras—. Lorenzo mismo lo dijo, vives detrás de una máscara.

Solté una risa irónica. No vivía detrás de una máscara, la máscara se había fundido en mi piel, era parte de mí. Detestaba recordarlo, mi momento más bajo luego de la muerte de Alana, pero si no hubiera sido por la fortaleza que había logrado construir (la "máscara", como ella lo llamaba), hubiera logrado mi cometido: el suicidio.

—No me idealices, Scarlett. Lo que ves es lo que soy. Nunca olvides que fui yo quien te encerró, te privó de tu libertad, de vivir con los de tu raza. Te hice más daño de lo que crees, a ti y a muchos otros.

Y lo seguiría haciendo.

—Yo no lo veo de esa manera: si no hubiera sido por tus guardias hubiera muerto.

Scarlett era una pieza maestra, era un ejemplo de sumisión inconsciente y eso había moldeado su carácter, provocando que adquiriera una personalidad calculadora como la nuestra. Pero aún así seguía siendo humana, débil, muy ligada a sus emociones; lo demostraba con cada palabra.

Me pregunté qué hubiera sido de ella si hubiera nacido años atrás, antes del levantamiento del Imperio. Qué hubiera sido de Gabriel, o Arabella.

—Son detestables —murmuré para mí mismo, tratando de borrar mis pensamientos, comenzaba a tener pena de ellos.

—¿Por qué? —preguntó, fijándose en mis ojos, ansiosa de una respuesta.

—Acabaron con mi última esperanza para la humanidad, torturando y quemando a mi creador y a la mujer que amaba. Ninguno de los humanos a los que ayudaron dio la cara para apoyarlos, para detener aquella barbarie —expliqué de manera calmada, teniendo toda su atención—. Para ustedes los recuerdos se vuelven más borrosos con el pasar del tiempo, pero nuestra memoria es vasta y te aseguro que aún puedo escuchar sus gritos de agonía como si hubiera sido ayer.

—Lo lamento. —No sabía si lo decía por Alana o por su raza, pero no importaba. Sus disculpas no significaban nada.

—Debo irme.

—¿No te quedarás —preguntó precipitada, retrasándome por alguna razón— con... Lord Hadrien?

—Tengo asuntos pendientes en el Criadero y debo alimentarme. —Ella se quedó expectante, como si esperara algún remate, algún comentario inapropiado y sugerente—. Ten un buen día, Scarlett. Avísame si hay noticias.

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