CONOCIMIENTO

Debo reconocer que fue extraño enterarme de tanto en tan poco tiempo. Las palabras del viejo Luccio venían como cuchillas a la carne, magullaban mi mente de una manera extraordinaria, pero todo cobraba sentido a la vez que escuchaba con atención y sin interrupciones el relato de mi compañía.

De un momento a otro estaba absorto en sus palabras, nada era lo que parecía.

—Lo que recuerdas de tu infancia; ¿imagino que sabrás algo de caza no? Sabrás algo de lucha y de muchas cosas que no entiendes como llegaste a conocer. Todo es parte de un proceso de... llamémoslo adaptación a los traumatismos.

—¿Cuántos años crees que tienes encima? —Interrumpió Metre de manera abrupta.

—Pues la verdad no tengo certeza, no me lo había preguntado, no pensé que fuera relevante. —Aseveré con un tono inflexible.

Pero ahora que la duda entraba en mi mente, necesitaba saberlo. El deseo se comía la hoja acerada de mi interrogante como el peor oxido.

—Tienes mucho más de la suma de todas las edades de las gentes que has visto hasta ahora muchacho. Es difícil de explicar, pero te aseguro que has vivido una vida muy larga. Ahora no lo recuerdas, no sabes el porqué de tus reflejos, no sabrás muchas cosas incluso después de nuestro deceso, pero llegará un momento en que tu sabiduría será tan natural como el viento que acaricia nuestras mejillas en esta fría noche.

Sentí como sus palabras me brindaban un vago y necesario consuelo. Las hojas de los árboles se agitaban intranquilas, como buscando la manera de hacerse presentes en el relato, de indicarme que me recostara.

—Partiré aclarando una pregunta no formulada: Tu nombre es Kaled, y se te conoce como el infinito. Tu edad es incierta incluso para nosotros ahora.

El viejo Luccio estaba sentado sobre una roca, sus pies a pesar del cansancio estaban contraídos. Me sentía un niño escuchando el relato de un cronista, el cantar de un bardo, el abrazo de una madre.

—Tus recuerdos borrosos y la falta de muchos de ellos no se debe a una perdida de memoria, muy por el contrario. No es la primera vez que te tienen cautivo, no es la primera vez que has sido víctima de encierros y torturas; más es la segunda vez que logras despertar, y con tu despertar cosas aciagas se avecinan.

>>En tiempos anteriores a mi nacimiento tus captores lograron detenerte, encerrarte y mantenerte a raya mientras tu conciencia se sumía en el silencio. Las torturas no son nuevas para tu carne, has soportado esto muchas veces —Continuaba el viejo Luccio.

>>Todos los recuerdos que tienes han sido, por así llamarlo, absorbidos de la vida de otras personas. Tienes facultades inefables, capacidades inconmensurables que han sido deseo de muchas generaciones y de los monarcas más poderosos. Hay envidia en el mundo, hay deseo de poder, y junto con ese deseo, muchos reyes han estado dispuestos a llegar a lo último con tal de conocer tus secretos, el secreto de tus capacidades. —Yo escuchaba con completa atención, pero no pude evitar desviar mi concentración a otros lugares, a otros recuerdos. La niebla comenzaba a disiparse dando paso a la comprensión.

>>Desde que la tierra se creó junto a los primeros hombres, y donde nace tu linaje, tu fuiste parte del proceso. Tus facultades fueron modeladas para mantener el equilibrio en la tierra, junto a cinco de tus hermanos. No obstante la cólera y el deseo descontrolado de tu prole provocaron catástrofes terribles, terminando en la muerte de su estirpe y en la proliferación de la raza que hoy conocemos como humanos. Queramos o no, somos imperfectos y sólo vástagos de algo que pudo ser mejor.

Mientras el viejo hablaba, yo notaba dolor en sus palabras, era una sensación indescriptible. Sentía después de todo lástima pero a la vez lo sentía gigante, pues él conocía secretos para mi ocultos.

>>Podrías indicar que estas son características meramente humanas, pero el creador no hace las cosas para que fallen. Nunca lo ha hecho, eso lo sabemos, pero tu estirpe, la primera y la última... Esto no debería haber ocurrido nunca. Debes entender que el mundo se creó para estar en equilibrio, y vuestros actos lo han hecho tambalear.

Metre acotó algo que despertó inquietud nuevamente en mi cabeza.

—Tu tribu fue testigo de estos hechos, y con la finalidad de evitar que las fuerzas de la naturaleza se vieran comprometidas, decidieron darte muerte. Tú no lo permitiste, y comenzó la cacería —Indicó nuestro versado cocinero.

El viejo Luccio nuevamente retomó la palabra, apacible.

—Se cuenta que diez crudos inviernos pasaron antes de que pudieran saber de tu paradero, y cuando esto sucedió, la tierra tembló. No a causa natural, si no por tu ira descontrolada.

>>Cuando los primeros hombres lograron localizarte, te sometieron de manera que no pudieras liberarte del cautiverio, construyendo una celda de los materiales que tenían a su alcance.

>>Lianas, árboles, tripas y cueros fueron los catalizadores de tu encierro. Luego de esto comenzó tu calvario.

>>La primera noche de guardia te mantuvieron inmovilizado; más tu fuerza comenzó a mermar los esfuerzos por mantenerte tranquilo. El miedo fue tal que comenzaron a propinarte golpes de todo tipo hasta que caíste en la  inconsciencia.

>>Las historias dicen que pasaste años en estado de letargo. No existían músculos en tu cuerpo que reaccionaran al más mínimo estímulo. Pero había vida ahí. La resiliencia comenzaba a manifestarse en esa bolsa de carne, huesos y músculos.

La cara de Metre estaba dibujada por un semblante plano, pero oía atentamente todo lo que su viejo tío contaba.

—Cuando volvieron a verte los primeros hombres, aún estabas fuera de tu cuerpo. Tu mente se encontraba detenida, tu cuerpo en una pausa perenne. Pero ahí estabas, no podía ser de otra forma.

El viejo continuaba enumerando los hechos con un dolor que se hacía cada vez más evidente por el tono de su voz, que parecía se quebraría en cualquier momento.

>>Cuentan que la primera vez que tu cuerpo sintió la cercanía de un ser vivo, absorbiste su soplo de vida, y junto con el sus conocimientos. Sus deseos, sus miedos y sus experiencias. El primer hombre en caer fue Awal. La existencia dejó su organismo en cuanto se acercó lo suficiente al tuyo.

>>Su cuerpo cayó inerte a la tierra y tu comenzabas a recobrar algo de vitalidad. Tus ojos bregaban por sentir el baño de luz en las pupilas. Y lo lograste. ¿Serendipia para Awal, o fortunio para ti?

>>Para cuando la tribu logró dar con el paradero de Awal, su cuerpo ya era parte de la tierra. Gusanos y larvas estaban de fiesta bailando en la superficie reseca de su carne, sus cuencas habían sido reclamadas por los pájaros de los sotos cercanos y sus pies se encontraban roídos en las uñas donde ya no quedaban sino rastros de sangre y costras coloradas de una batalla sin contrincantes.

El viejo se tomó una pausa para tragar saliva, su historia me tenía con los pensamientos por las nubes, tenía un millón de preguntas y todo era un alboroto para mis recuerdos. Pero él prosiguió.

—Vagaste interminablemente hasta que tres décadas después volviste a caer presa de nuevos captores. Esta vez se había corrido la voz de lo imperante de mantenerte fuera de tu cuerpo. Las palizas que te brindaban nunca resultarían en muerte, pues sólo buscaban mantenerte a raya. De esta manera se sucedió la primera centuria.

>>El trabajo de tus captores era sencillo. Jamás debías despertar de aquel sueño, debía ser sempiterno. El mundo no podía permitírselo.

>>Muchas generaciones pasaron frente tuyo con la tarea constante de dejarte en un letargo forzado que durara para siempre. Muy pocos conocían ya el motivo de su cometido, y menos se lo preguntaban, pero siempre existe la duda, y siempre hay alguien dispuesto a saciar su apetito de conocimiento.

El viejo posó sus manos hasta ese momento entrelazadas, emitió un suave quejido y luego las posicionó en sus rodillas cansadas. Aproveché el momento para notar sus nudillos una vez más. Ahora los veía bien, estaban resecos y la forma en que estaban curvados denotaban una artrosis evidente.

—No puedo ahondar en más detalles chico, me faltarían años para repasar cada uno de ellos, y aunque no lo creas, hubo escribanos y cronistas que siguieron tu paradero a la sombra de tus enemigos por miedo a correr un destino similar, pero muy fieles a su oficio. Hubo también otras cosas de las que poco sabemos nosotros.

Cuando Luccio terminó el relato con las vagas acotaciones de Metre, el sol nuevamente nos comenzaba a saludar y yo, a pesar de estar completamente agradecido de toda la información que aún no lograba procesar, deseaba haber dormido al menos una hora antes de partir.

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