Kalayo
En un lugar algo polvoriento solo existían reglas sencillas y cortas, donde el individuo que las seguía al pie de la letra podía seguir vivo. Cuidar el revólver y no confiar en nadie era lo que mandaba en el día a día, las personas sabían que existían otras reglas, pero esas dos eran las más comunes. El mundo siempre había sido algo raro, y más de uno se preguntaba el porqué. Las personas sin guía en esas tierras eran violentas, los recursos eran casi imposibles de encontrar entre tanta arena, y la roja agua era lo que se regulaba a base del comandante Gulliver y su banda de bandidos armados.
El comandante mandaba en aquellos incautos, si algo no le gustaba, enviaba a sus secuaces y los destruía sin pestañear. Así se manejaba el orden de las cosas, hasta que un día apareció en la zona una carne blanca, rancia y loca para algunos, que decía portar poderes difíciles de comprender para un mortal. Este sujeto era proveniente de tierras lejanas donde existían pastos verdes y cielos azules derramados sobre las planicies, cuando este extraño llegó lo primero que encontró fueron restos de lo que alguna vez había sido un pequeño pueblo de buena gente que solo quería sobrevivir; el pueblo parecía escena de una horrenda pesadilla sacada del mismísimo infierno, con gente empalada y animales muertos por doquier.
El solitario pasó por allí, no encontró a nadie que le pudiese explicar dónde carajos estaba. El único que lo podía ayudar se encontraba en aquel pueblo y cuando lo halló estaba colgado en una capilla junto a muchos otros creyentes. El diluvio universal parecía haber arrasado por todo el lugar por donde andaba el topo negro, fuera de la casa del señor decía: "Él NOS AMPARE". Con letras grandes de sangre teñida de negro por los corderos blancos, de aquel asesino y embustero de viejos hábitos para que nadie lo juzgase.
El falso profeta, se dirigía galopando por el espeso paisaje árido del fin, hasta que un pequeño niño puro y cubierto de taparrabos hizo presencia delante de su caballo. El niño dijo ser emisario del buen ladrón, quien solo quería avisarle de los prejuiciosos momentos que sufriría si seguía por su camino de sabiduría. El llanero quedó boquiabierto al saber eso, ya que los beneficios siempre habían estado de su lado en todo momento de su travesía, aunque tampoco le asustaba el tener que llevar esos males; el tiempo había curado sus miedos corporales, provisionandole de pura invulnerabilidad ante todo tipo de golpes o lastimaduras físicas, tanto que tampoco podía permitir que la poca sangre que le quedaba sangrara.
El iluminado escuchó al milagro, pero tomó su aviso como una recomendación de dar la vuelta y dejar su misión atrás; el ángel solo lo observó por última vez y al parpadear con la velocidad de una milésima de segundo, el falso profeta se esfumó como por arte de magia delante suyo. Todo pareció decidido por el serio jinete, el final podía ser en ese camino para él, pero eso no iba a impedir su paso lento de paz, su caballo negro parecía un nuevo comienzo para esos sádicos cornudos consentidos. Las praderas y montañas arenosas eran como un océano celeste con un solo barco surcando sus playas abandonadas.
Mientras el joven cabalgaba hacia la boca del viejo, los verdugos lo vieron aproximándose; ellos lo marcaron con sus binoculares a la brevedad de la vista. Lo dejaron pasar para ver qué era la que buscaba, justamente era noche de libertinaje en el campamento, en el libertinaje sucedían todos los decesos del mundo en un solo lugar; violaciones, golpes, asesinatos, torturas y todo tipo de blasfemias apartir de la nada. El desviado al entrar solamente quería saber que era ese lugar, rápidamente fue respondido por los gritos de vírgenes arias, siendo desvirgadas entre cuatro hombres en medio del campamento.
Los aullidos resoplaban entre tanto placer, mientras los cuatro hombres se revolcaban en una orgía, llena de escozor para la mujer que parecía sufrir y disfrutarlo al mismo tiempo. Mientras eso sucedía ante los ojos del salado saber del visitante, el comandante Gulliver y sus anexos camaradas, lo invitaron a pasar a la torre de Isaías a cenar ya que al parecer, lo habían visto algo cansado y hambriento, eso lo cual era rotundamente falso.
El milagro entró en la torre fría del kalayo manejado por Gulliver entre sus brazos, mientras un hombre blanco era sodomizado por un caballo negro en la entrada a la torre, y dentro de la torre se encontraban exclavos negros que eran usados como mesa de trabajo para los poderoso, era algo gracioso ya que si el pueblo se levantaba, se terminaba el juego de mesa. No solo habían negros como mesas, también habían blancos desnudos que eran usados como sirvientes para los demás; los sirvientes justo antes de que la cena estuviera lista, levantaron sus pálidos traseros haciendo algo así como una reverencia para la comida que se iba a servir.
Para el hijo del señor todo eso era algo impredecible, aunque era predecible a la vez, en un lugar alejado de la mano del señor. Gulliver era la viva imagen del señor de las tinieblas acompañado de sus discípulos diabólicos y malignos, el día no podía creer estar sentado delante de un enviado deceso del kalayo subterráneo. El militar se regocijaba con sus males, mientras el poderoso nombre, se ponía de manifiesto demostrar su poder ante todos los impuros humanos que estaban haciendo mucho ruido.
La cena se había puesto en la mesa negra y el puro ejemplo de duplicación, se preparaba en secreto para comenzar uno de sus hechizos milagrosos mientras tanto, los demás sentados en la mesa hablaban con él y le preguntaba cosas de como había llegado allí, de dónde venía, y cual era su misión en ese lugar. El comandante Gulliver se puso como una tabla totalmente quieta cuando escuchó hablar al enviado, su cara era de un hombre algo asustado y enojado a la vez; el comandante Gulliver no había escuchado algo así jamás en su existencia, aunque podía ser que hubiera escuchado leyendas de un barbudo, que era rígido entre cánticos armónicos y suaves para cualquier oído.
Durante un par de minutos la cena estuvo algo callada, nadie en la mesa sabía algo de lo que decía el cuervo blanco; los hombres de Gulliver no le creyeron en un principio, pero el imponente tomó una copa de vino tinto y solo con batirla suavemente con su dedo, lo transformó en sangre pura de el salvador; el comandante Gulliver vio eso y quedó algo pensativo sobre el poder que tenía ese hombre para ellos. Para el comandante ese hombre no significa nada, aunque fue cuando tomó una rebanada de pan y la triplicó que empezó a tener algo más de importación.
El creador escuchó los comentarios de piedad de los abominables, aunque no escucho la del comandante Gulliver; el comandante no le temía a ese tal ser todo poderoso, así que en un arranque de ira disparó al becerro en el hombro izquierdo. El disparo lo marcó y lo estremeció, pero no lo hizo sacar sangre, fue algo sorprendente que nadie en su vida podría ver ya que, de su hombro salió agua y vinagre que salpicó a uno de los discípulos del comandante Gulliver lo cual, termino dejándolo ciego y adolorido permanentemente por dudar sobre el milagro delante suyo.
Gulliver y sus demás compañeros se levantaron del susto y sacaron sus armas rápidamente, sabiendo aún así que no le iban a hacer ningún rasguño; el celestial los comprendía sabiendo que alguna vez también fue dócil, por los deseos del mundo animal, pero el camino del bien lo había dirigido hacia esas tierras para arreglar el mal que dominaba y que había superado, cada prueba que le habían puesto en su camino. El profeta se levantó de la mesa y miró al resto de hombres preparados para desenfundar, aunque solo con un segundo y unos seis disparos en la mano a cada uno, les hizo vagar las armas.
La creación de un nuevo comienzo estaba empezando, luego de circuncidar al dominó rojo delante de todos sus secuaces demostrándoles, que nadie es más poderoso que el todo poderoso. El comandante Gulliver antes de perder su dignidad, sabía lo que en verdad se sentía estar desnudo delante de mucha gente, pero nunca había sentido algo tal como ese dolor y sufrimiento de no tener los mayores placeres prohibidos. No pudo vivir con eso de no tener prepucio, así que tomó su escopeta recortada y se pegó un balazo en la bota delante de todo el campamento, desangrándose mientras todos miraban fijamente lo que sucedía.
Allí fue cuando vieron que era verdad, que no era ningún ser poderoso, y que solo era alguien que se autoproclamó líder de todos; los demás secuaces demostrándole respeto al pretegido le rogaron ir con él para aprender de su sabiduría, y él siendo piadoso los aceptó como discípulos. A lo largo de su camino por recorrer en todo el fin del mundo. Mientras que el predicador se retiraba con los demás de sus seguidores, los demás que se quedaron en el campamento para seguir disfrutando de sus deseos, fueron testigos de la ráfaga de fuego y arena en donde fueron sepultados por no seguir las órdenes del cordero blanco.
Fin
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