Capítulo Único

Kaira era una muchacha de cabellos negros como el ébano y ojos verdes como las hojas de los árboles en primavera, su rostro era tan hermoso como observar el nacimiento del sol; donde quiera que la veían admiraban su belleza, elocuencia, su amabilidad, su compasión, su entrega y dedicación. Kaira, además de ser una joven ejemplar en su pequeño pueblo, también era una bruja respetable e importante, cada día su inteligencia y habilidad con la magia creía, haciéndola cada vez más poderosa.

Al ser admirada por todos, la muchacha se empeñaba en hacer todo bien, tratando siempre de seguir el buen camino, ayudando a aquel que se lo pidiera y aprendiendo de los consejos más sabios.

Kaira vivía en la comodidad de un templo de sacerdotisas, rodeada de amigas y aprendices; cada una de ellas se empeñaba en ganar su aprobación a pesar de que la joven apenas había cumplido sus dieciocho otoños, no obstante, aunque contaba con la amistad de todos, Kaira se sentía sola, creía que la única razón por la que le hablaban era su magia, y no se equivocaba, lo cual le dolía más.

Un día, mientras el pueblo se estremecía en una fuerte tormenta, el cielo se iluminaba con poderosos rayos y el viento golpeaba sin descanso los árboles del bosque, un joven llegó al templo donde habitaba Kaira.

Sus labios se encontraban azules a causa del frío, su cabello castaño como el tronco de un roble estaba pegado a su frente, sus ojos negros reflejaban la tempestad del ambiente, su cuerpo se sacudía violentamente.

Rápidamente las sacerdotisas lo llevaron a la sala de adivinación, donde se encontraba Kaira sumida en un trance.

-Señorita. -la llamó con delicadeza una de ellas ligeramente asustada. Miró a las demás con preocupación.

Los ojos de Kaira, de un verde resplandeciente se encontraban en blanco, sus labios carmesí se movían a una velocidad aterrorizante murmurando palabras intangibles, su rostro oscilaba de lado a lado mientras su cabello se ondulaba sobre su cabeza; delante de ella el poso de adivinación aumentaba su caudal de manera constante. Las imágenes que pasaban por la cabeza de la bruja eran confusas, Kaira veía destrucción, sufrimiento, un camino lleno de restos humanos, el cielo teñido de negro con enormes nubes de tormenta, un trono hecho de ramas de árboles y huesos pintado de color rojo, con terror se dio cuenta que la pintura era sangre; aparecía una mujer encapuchada de espaldas sobre una montaña alta, la misma dónde se encontraba el templo en esos momentos, a sus pies se extendía un valle completamente destruido, una chillona risa retumbó en los tímpanos de Kaira, la mujer se reía; todo se volvió oscuro y lo siguiente que vio fue un paquete negro totalmente cerrado colocado en el suelo, la mujer lo tomaba.

Kaira volvió al presente con una exclamación, las cosas volvieron a la normalidad. Todos los que la rodeaban dieron varios pasos hacia atrás, asustadas.

Un rayo resonó en la noche.

-He... He tenido una visión. -dijo conmocionada la muchacha, llevó su mano al pecho intentando controlar su corazón descarrilado. Vió a su alrededor, dándose cuenta de que todas parecía aterradas decidió que no les contaría lo que acababa de ver. Su mirada recayó en el joven que las sacerdotisas habían envuelto en mantas cálidas pero que continuaba tiritando.

- Vino a nuestra puerta. - dijo una de las mujeres cuando se dio cuenta de que Kaira lo observaba. - Va a morir de hipotermia si no lo ayudamos.

Kaira se levantó y caminó hacia el muchacho, las demás se alejaron. La joven bruja tomó el rostro del hombre entre sus manos, examinándolo. Acarició su fría piel, un extraño sentimiento se creó en la boca de su estómago. Debía de ser precavida.

- Pueden irse, yo me encargo.

Las sacerdotisas inclinaron las cabezas respetuosamente y se alejaron, aunque en sus caras se mantenía un velo de preocupación.

La bruja posó sus manos sobre el pecho del muchacho, dijo:

- Simkuseryo pulrreyo amiker. - el hechizo provocó que una luz blancuzca emanara de las palmas de la muchacha, su mirada se nubló por un segundo mientras curaba al joven.

El muchacho abrió los ojos de golpe, a Kaira le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al verse reflejada en esos oscuros ojos.

-¿Cuál es tu nombre? - le preguntó la bruja.

- Mi nombre es Axel. - respondió el recién llegado, se sacudió las pocas gotas de agua que le quedaban pegadas al cuerpo y se puso de pie, Kaira también se levantó. Con horror la muchacha pensó que su magia no era tan potente como para curarlo tan deprisa.

- ¿Quién eres? - cuestionó tratando de no sonar alarmada, se cubrió con la capa de su vestido, alzó la barbilla mirando al muchacho, sus ojos color esmeralda brillaban con advertencia demostrando sutilmente el poder que emanaba.

El joven sonrió no dejándose intimidar, su ropaje mojado se secó en cuestión de segundos mientras cambiaba a un sobrio traje oscuro. Kaira entendió, demasiado tarde que había dejado entrar a su hogar a alguien mucho peor que el mismísimo demonio. Axel o mejor conocido como Rurik, era un vigoroso brujo de magia negra que se dedica a coleccionar poderes de otras brujas. Axel fijó sus crueles ojos negros en el rostro de Kaira.

- Fuera de aquí. No tienes nada que buscar en este lugar. - la voz de la muchacha se mantuvo potente, no parecía asustada, aunque ya podía sentir el sudor bajándole por la columna.

Axel recorrió la estancia despreocupadamente deteniéndose de vez en cuando a observar jarrones llenos de especies para inducir a las visiones, todo, mientras la fría mirada de la muchacha no abandonaba su recorrido. Se detuvo delante del pozo de adivinación, dándole la espalda a la joven bruja.

- Un hermoso lugar para una hermosa nigromante. - exclamó con una sonrisa. - Te daré dos opciones, ya que me has parecido tan preciosa. - se quitó una pelusa inexistente del traje para luego volver a mirar a la muchacha. - Dame la fuente de tu poder voluntariamente o tendré que tomarla a la fuerza.

Al no contestar el hechicero entendió que la respuesta era negativa; con otra sonrisa cruel se acercó a Kaira y le dijo al oído:

- Tu lo decidiste. Ahora mismo, todas tus amadas sacerdotisas están muriendo a causa de un veneno. - de repente, el templo se llenó de estridentes gritos de mujeres, cuando la muchacha quiso alejarse a ayudar a sus amigas, el joven sostuvo su brazo con presión. - Solo yo tengo la cura.

Con lágrimas en los ojos Kaira peleó con decisión, tenía la ligera esperanza de llegar a tiempo a ayudar a las sacerdotisas. Pero, no lo lograría. La muchacha luchó fervientemente, utilizando todos los trucos y hechizos que conocía para vencer a el mago, no obstante, su corta experiencia no superaba la magia negra del brujo.

Con un último suspiro, convocó la poca fuerza que le quedaba para esquivar un ataque mortal, ahora la lucha no era para rescatar a sus amigas, era para mantenerse con vida.

Axel rió con sorna ante el intento fallido de la muchacha por defenderse, sin darle tiempo siquiera ponerse de pie, inició un hechizo para acabar con ella.

- Kilrreyos musrikes alomre puserko. - Del cuerpo inconsciente de la muchacha salió una espesa nube negra que se fundió con Axel, con este nuevo poder, sería imparable.

Esa pobre batalla que había tenido con la bruja dejó a Axel con muy buen humor, ¡Hacía años que no se divertía así con una mujer!. Su potente risa se hizo presente en el silencio mortífero que invadía el templo. Sus oscuros ojos miraron la hermosa chica desmayada y decidió, la dejaría con vida.

-Nos volveremos a encontrar, preciosa Kaira. - con un chasquido de dedos, el nigromante abandonó la estancia, dejando a su paso una estela de fuego.

Cuando Kaira volvió a abrir los ojos, el templo se encontraba en incendiado. Los gritos ahogados de sus amigas ya no se escuchaban, ahora sustituidos por el sonido inquietante de las llamas destruyendo todo a su paso; Axel tampoco se encontraba en la sala, solo ella, rodeada de un fuego escarlata que no avanza pero que tampoco retrocedía, sin embargo lejos de sentirse consternada por lo que le había sucedido solo sentía un enorme vacío en su ser.

Se levantó del suelo, su vestido se había desgarrado fruto de la fuerte batalla que había tenido con el invasor, su negro cabello se pegaba a su cabeza por la sangre que de ella salía, su piel se encontraban empapada de sudor, sus ojos verdes, que antes mostraban sus ilusiones, ya no reflejaban nada. Y no lo harían durante mucho tiempo.

Kaira juró que encontraría a aquel que le arrebató todo lo que le había importado para asesinarlo.



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Una fría noche de otoño, un grupo de hombres y mujeres caminaban apresuradamente por el bosque, hacía horas que no encontraban su camino al pueblo, por lo que la noche los había alcanzado en medio del follaje, no habían sido conscientes de cuándo su trayectoria se había visto alterada en medio de los árboles o quizás simplemente no eran conscientes de lo extraño de aquella situación. Sabían que caminar por un lugar como aquel no era buena idea, antes está escena ni hubiese presentado ningún escándalo, antes, pero estos eran tiempos diferentes.

El pueblo de en ese sitio había sido sometido a una autoritaria soberanía impuesta por una reina bruja. Gobernados a base de terror y supersticiones, nadie se atrevía a desafiar a la desalmada gobernante. Se decía, que el mismo cielo negro que jamás abandonaba a ese lúgubre valle era el encargado de relatarle a la soberana sobre sus enemigos o los peligros inminentes. Ella, sentada en un trono hecho de ramas de sauce y huesos de sus víctimas, observaba con impasibilidad la miseria que rodeaba la aldea, excepto cuando abandonaba los confines de su castillo para atraer a su morada a indefensos viajeros que posteriormente se convertirían en sus esclavos hasta lanzar su último aliento. Esa noche, por desgracia, era uno de esos días.

Mientras el reducido grupo se trasladaba por la linde del bosque, un par de ojos verdes los vigilaban, algunos, los más temerosos, sentían la presión en la base de la nuca, como el que sabe cuando corre peligroso; pero de nada sirvió que le advirtieran a sus compañeros del mal presentimiento, eso era algo que no podrían evitar.

En el grupo, había una pareja de esposos, que habían emprendido tan peligroso viaje buscando mejores condiciones de vida para su futuro hijo, un anciano que planeaba visitar a su nieto, dos mujeres de algunos cuarenta años, que se pasaron todo el camino rezandole a los dioses para evitar encontrarse con algún monstruo y un joven, que al igual que la pareja de esposos, buscaba un mejor lugar para vivir después de haber perdido su trabajo como zapatero en la ciudad.

De todos ellos, los más temerosos eran las dos mujeres y el anciano, como era de esperarse. El joven era quien encabezaba la marcha cuando sintió algo maligno en el ambiente y, a pesar de que no le tenía miedo a las leyendas, su tripa se removió con expectación. Detuvo la andadura y miró lo mejor que pudo a su alrededor, tarea casi imposible si tomamos en cuenta la espesura del follaje. Cuando creyó que el peligro había pasado, algo emergió de las sombras.

Una mujer, como un rostro tan angelical que era difícil de ignorar aún en medio de la oscuridad, de labios cuál fresa madura y ojos como esmeraldas resplandecientes. Su cabello oscuro y ondulado se confundía naturalmente con las tinieblas de la noche como quien habita en un sitio tanto tiempo que llega a ser parte de él, su piel, blancuzca como las nubes en verano era un contraste sorprendente en aquella bella dama. Tenía un vestido rojo como la sangre con un escote corazón pronunciado que terminaba antes de cubrir por completo su abdomen, la falda dejaba al descubierto gran parte de su pierna mientras que la tela estaba decorada con hermosos detalles de oro; las mangas del vestido mantenían ocultos los brazos de la mujer que sostenía un farol de luz. A pesar de tratarse de una mujer completamente hilarante había algo anormal en su presencia, aunque sus labios sonreían no mostraba ninguna clase de humor y aunque sus ojos no mostraban malicia, tampoco mostraban calidez. Este hecho asustó aún más a los cobardes del grupo.

- ¿Quién eres? - quiso saber el muchacho.

La dama sonrió, otra sonrisa sin emoción.

- Soy la reina de todo este lugar. - al decir aquello, las mujeres rezadoras del grupo elevaron sus súplicas a los dioses de manera exagerada, esto pareció enfadar a la recién llegada sin embargo su rostro no mostró expresión. - ¡Callense! - las señoras silenciaron repentinamente sus retahílas.

- Reina Kaira, perdonenos la vida a mí y a mi esposa, somos unos humildes campesinos que intentan llegar a una mejor aldea para comenzar nuestra familia. - suplicó el hombre, entretanto bajaba la cabeza respetuosamente, su mujer también hizo lo mismo, mientras que por su cara se deslizaban lágrimas calientes sostenía con empeño su vientre abultado.

Una súplica similar se escuchó del anciano quien se mantenía escondido detrás del joven; las dos mujeres oradoras hubiesen seguido el mismo ejemplo de no ser por su incapacidad de expresar palabra alguna.

La bruja contempló impávida la situación por algunos minutos y barajó la posible solución viable. El anciano no le serviría de nada, una mujer en cinta mucho menos, dos señoras oradoras la enloquecerían muy rápido, y si bien era cruel, no acostumbraba a separar familias, por lo que el hombre tampoco le sería útil, solo quedaba el muchacho. Un joven fuerte y valiente, era eso lo que necesitaba en un esclavo.

- Uno de ustedes se quedará conmigo a cambio de la libertad de los demás. - decidió luego de una larga meditación. Los cobardes agradecieron a la reina por tan considerada solución pues ya sabían que no eran ellos quienes se sacrificarían por el grupo.

El muchacho entendió, entonces, que sus sueños se habían visto interrumpidos por la aparición de una hermosa mujer que decía ser reina de todo el lugar y la odió por ello, y odió a aquellos que tan cobardemente se marcharon del sitio sin siquiera girarse a darle un último adiós.

Durante varios cambios de luna, Cedric, el nuevo esclavo de la soberana, hirvió consumido en su propia furia, cumplía todos los mandatos pero al caer el alba buscaba la manera de escapar de aquel deprimente lugar. Sin embargo, una de esas noches, un mozo de cuadras lo descubrió, lo llevó a su habitación y en vez de acusarlo con su ama, lo sentó en el suelo y le contó la historia de aquella que jamás volvería a sentir la más mínima emoción.

Luego de aquel encuentro, el muchacho comprendió que debía de hacer para liberarse de aquel tétrico presente y de paso a todo persona que tuviera la desgracia de cruzar por esa aldea.

Debía recuperar la esencia de esa bruja de corazón roto.

Pasó más tiempo antes de que Cedric por fin logrará escapar del castillo de la Reina Kaira, quien al enterarse envió una horda de cuervos por el cadáver del muchacho.

Nadie, absolutamente nadie, tenía derecho a abandonar su sitio, mucho menos su esclavo personal.

En toda la aldea se rumoreaba sobre el joven que pudo liberarse de las garras de la bruja, dándoles esperanzas para salir de esa situación.

Cedric era un joven decidido, nunca se rendía ante un reto, aún menos si dicho reto había sido impuesto por el mismo, sin embargo, mientras más se adentraba en la travesía de encontrar a Axel y recuperar los poderes de Kaira, más se percataba de lo difícil que sería completar aquella idea, era un simple mortal, sin ninguna clase de experiencia con magia, ¿Cómo lograría su objetivo?.

¡Ah! Pero Cedric tenía algo más valioso que cualquier hechizo. Inteligencia.

Aunque el camino fue estresante y sufrió muchas penurias el muchacho consiguió llegar al castillo de Axel, allí se enfrentó con el temible hombre.

El día que llegó, se enteró de que el brujo celebraba una fiesta esa misma noche, así que valiéndose de su inteligencia, se ofreció como siervo para servir el vino, con una sonrisa fácil convenció a la servidumbre de que él era la mejor opción. Durante toda la fiesta, llenó la copa de Axel cada vez que lo pedía y en cada trago añadía veneno paralizante, para el final de la noche, el brujo se encontraba ebrio y paralítico.

Cedric llevó al hombre hasta sus aposentos. De aquel enfrentamiento, el mortal salió victorioso, pues su astucia venció la magia del brujo. El muchacho abrió el cuerpo de Axel para sacar los poderes de este; como espectros fantasmagóricos los rostros de las brujas víctimas de aquel malvado, abandonaron sus jaulas. Cedric observó a Kaira justo como se veía el día en el que su poder fue tomado. Colocó lo mejor que pudo su existencia en una caja oscura que antes poseía frascos de pociones y salió del lugar.

No detuvo su marcha ni un día hasta llegar al valle desolado donde la reina bruja había establecido su dominio, necesitaba llevar aquel paquete a la mujer lo más rápido posible, sin embargo, debido a la fatiga a la que su cuerpo había sido sometida, el joven no pudo llegar a su destino, más sin embargo, encargó enviar la caja a la Reina mientras su cuerpo se recuperaba de tan intenso viaje.

Y así fue.

Esa misma noche, a las afueras del dormitorio de Kaira, un paquete oscuro y completamente cerrado fue colocado en el suelo, nadie supo quién lo llevó más si quien lo envió.

Cuando la joven bruja salió de su aposento a la mañana siguiente y encontró la caja, la tomó entre sus manos temblorosas. Sintió como lo que creía haber perdido para siempre, regresaba, sus sentimientos.

Y a partir de ese día, volvería a sonreír.

FIN

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