I hope some day I'll make it out of here

Al salir de la casa, de inmediato se preguntó qué pasaba con sí mismo. En realidad, había sido algo muy extraño, había besado a Yuto porque quería convencerlo de que las cosas estaban bien con él. Pero no lo estaba, no del todo. Yuya sabía que los dragones no los iban a dejar, que no iba a poder jugar Duelo de monstruos nunca más porque se la iba a encontrar en todas partes. Ese dragón que estaba tan marcado en su mente, casi en su propia sangre. Consideraba seriamente el dejarlo para siempre por las buenas y que nunca volviera a tocar una sola de las cartas que alguna vez amó.

Caminó por los senderos imaginarios, no se preocupaba por perderse, solo quería estar solo y entender qué demonios pasaba consigo mismo. Sabía que Zarc había metido una pequeña cucharada en todo esto. Solo que no sabía exactamente en qué o como. Ya que solo había estado algo fuera de si cuando besó a Yuto de improvisto y ocultó que estaba aterrado por Odd-eyes. Sin embargo, no concluía nada. Maldecía no tener un pensamiento más lógico y ser un poco idiota para estas cosas. Las pesadillas y sueños solo eran otro gran misterio. Creyó que Zarc se intentaba comunicar por medio de ellas, pero en el último que tuvo, parecía hacer referencia a otra cosa. Pero era muy raro y confuso que lo atrapara y que lo halara a la oscuridad. Él no se sentía muy en la oscuridad, o al menos no hasta hace poco.

Maldición. Debía de haber algo mas fácil de pensar. No el maldito popurrí de cosas que estaba pensando y haciendo. Es que no entendía. No entendía nada y eso le frustraba porque no sabía eso en qué podría afectarle, no sabía si eso haría que los otros lo rechazaran en determinado punto. El rostro de Yuto ya le había parecido demasiado extrañado y al parecer sospechaba demasiado. Tragó saliva. ¿Sería acaso que él estaba conectado más fuertemente con Zarc? Le habló hace un par de meses, tuvo una larga y tendida charla respecto a él mismo. Se preguntó si los demás también la habrían tenido o si algo más habría pasado. Pero ninguno más había comentado nada de nada. Y no creía que hicieran como él, no creía que ellos se guardaran esas cosas. Él porque sentía que eran cosas sin importancia y que realmente no era nada relevante. Pero, muy a su pesar, parecía que si lo tenían. Tenía que decirles algo de todo esto. En algún momento cuando volviera. Y cuando el dolor en su pecho lo dejara en paz.

Algo activó su memoria en ese dolor, le recordó a la primera noche en la que conoció a Yuto y Yugo. Cuando se quedó algo asombrado por la cara que tenían y la feroz batalla que se dio entre ellos. Pero también se vio preocupado y atacado por un severo dolor en el corazón cuando los dragones de ambos estuvieron en el campo. El dolor que sentía en esos momentos era muy similar. Se preguntó entonces si eso había sido alguna manera en la cual Zarc se había manifestado tempranamente. A través de su corazón. Solo que ahora, la cosa era mucho más suave, pero había otra cosa que se incrementaba en ese momento. Sus ganas de hacer algo. Sus ganas de correr. Sus ganas de golpear algo con los puños o aplastar. Eran ganas de hacer cosas que normalmente no haría. Se miró las manos. Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo. Sus manos se sentían súbitamente calientes y sentía que sudaba.

Miró al árbol que había justo al lado suyo. Tomó aire, llenó sus pulmones a tope y apretó sus músculos. La sensación era insoportable. Las ganas le impulsaban poco a poco. Le maltrataban el cerebro llenándolo de ideas tontas. Calentaba sus músculos y le hacía sentir intranquilo. Soltó el aire y volvió a tomar un poco. Quizá si volvía y les pedía un abrazo a todos y les contaba lo que le ocurría. Nunca había sentido nada tan intenso. Era demasiado para él. Tomó algo de aire. Maldijo entre dientes y volvió a mirar al árbol. Yugo debía de estar preocupado, Yuto también. Yuri debía de venir pronto, quizá debía dejar de preocuparlo. Pero ¿Cómo dejar de hacerlo? Zarc era parte de él, no era como si de la noche a la mañana él dejara de serlo. Ellos dejaran de serlo. Y entonces, los instintos que quiso controlar se soltaron un poco. Puso una mano en la corteza del árbol.

Yuya lo sabía, sabía desde hacía un buen par de semanas que Zarc y él eran el mismo, que los otros también eran él, y él era los otros. Solo que estaban separados y que, de alguna manera, todos fueron uno. Y cuando lo fueron se sintieron tan completos como nunca pudieron. Yuya había sentido todo aquello, no solo a través de sueños, sino también cuando todo se unieron en uno solo. Esa sensación había sido demasiado reconfortante. Ser uno con los demás. Todo siendo un solo ser maravilloso e imparable. Sentía que tenía el poder en sus manos. Que solo hacer una petición y él mundo se rendiría a él, a ellos. Fueron los mejores cinco segundos en los que pudo haber estado. Pero entonces recordó. Recordó todo lo que los chicos habían pasado, como sus situaciones individuales eran algo que debía ser tratado. Pensó también en que eran cosas que faltaba por resolver en sus vidas. Cosas que tenían que vivir y resolver ellos, por su cuenta. O con ayuda.

Yuya no fue el primero en darse cuenta de que las cosas estaban mal en esa unión. Pero si fue el primero que, por una vez, quiso que todos lidiaran con ello ellos solos. Pues dentro de una bestia como la que eran, que solo tenía poder y dureza, no había espacio para nada de pensamientos o problemas individuales. Serían partes de ellos que jamás iban a sanar. Y eso le dolía más que dejar una zona de confort tan grande como lo era formar un solo ser. Eligió irse, eligió salir de allí y los demás lo siguieron. Eligió parar y dejar de hacer daño. Encontró que nada de eso tendría sentido alguno, que todo ese placer que tendría si destruía cosas no valdría nada si no podía lidiar con sus propios problemas. Que nada de eso era importante si él se perdía para siempre y nunca estaba en paz con sus sentimientos. Era un vacío. Un vació llenado con oscuridad.

Pero en ese momento, nada de la valentía que sintió en ese entonces le quedaba. Ya no había un Yuya que se sintiera seguro de destruir los dragones para darles un descanso. Ya no existía uno que se negara a esa enorme bola de seguridad que era Zarc. Solo había uno que se había dejado envenenar la cabeza con sueños y que había dejado que entrara en su mente.

Todo por meterle sentimientos por su madre, por recordarle cada noche a través de un fugaz recuerdo que ella estaba sola una vez más. Porque las cosas que los otros tres hacían o como le hablaban le recordaban a su anterior hogar. Su mente daba vueltas y vueltas sobre el asunto de que sabía que podía irse. Sabía donde estaba el dinero, sabía donde estaba el pueblo, la estación de buses, sabía como podía llegar a Standart y volver con su madre. Todo eso le atormentaba a veces en su cabeza. Esos pensamientos de deshacer aquello que el mismo creó. Y todo por un temor no pronunciado. Uno que estaba implícito en todos esos pensamientos. Uno que ni siquiera se atrevía a contemplar como algo real.

El simple miedo, a que él y su padre no fueran tan distintos después de todo.

Por ello arrancó una parte de la corteza de ese árbol. Y luego otra. Y otra más. Dañándose los dedos y los cueros de estos. Utilizó las uñas que casi no tenía, dañándoselas también. Y golpeó, una y otra vez el árbol. Como si este tuviera la culpa de algo. Como si ese árbol en medio del bosque fuera el peor pecador de todos y no se mereciera ni la atención del mismísimo diablo. Pues su simple presencia en ellos infiernos era una desgracia. Como si hubiera hecho el mismo el mal que lo condenó a los infiernos. Como si el mero hecho de existir fuera el origen de toda la maldad en el mundo. Casi como si matarle le hiciera un favor al mundo. Ese árbol, mientras fue presa del dolor contenido, fue el culpable de todo.

También gritó. Gritó para intentar saciar sus ganas. Pero eso solo lo hizo sentirse peor. Más agresivo, más ansioso. Más conectado con la Bestia. Con ese emperador tan poderoso que no comprendía que quería, pero si que sentía. Tenía odio, odio puro hacia su alrededor, hacia lo que esa realidad significaba. Su tiempo perdido no iba a ser recuperado jamás y solo quería golpear para sentir algo de progreso. Ese árbol no sería culpable de nada, pero si lograba destruirlo, derribarlo, estaría a un árbol más cerca de su objetivo. Sería una descarga perfecta, en un ser que no podía sentir nada. Fue entonces, cuando se su nudillo empezó a salir sangre, que utilizó el otro. Siguiendo con los golpes y haciéndose aún más daño a sí mismo. Se sacó sangre en ambas manos. Aquel líquido pasó rápidamente al suelo mientras los gritos se intensificaban.

Solo que había un cambio. Ya no era de rabia, era de dolor.

—¡PARA! —exigió Yuya cuando pudo hablar y dejar de gritar. Había golpeado recientemente al tronco así que tenía un puño tocándolo y el otro alzado. Ambos ensangrentados, casi con los huesos rotos. A duras penas puede dejarse caer de rodillas e intentar tensar nuevamente sus manos. Era demasiado. Simplemente, demasiado—Para. Sé que estás enojado —susurró—. Sé que ha sido demasiado tiempo enojado —tomó un poco de aire y trató de respirar normalmente—. Lo sé, lo siento. Pero no puedes hacerme esto —sintió las lágrimas en sus mejillas y se miró las manos. Temblaban en dolor—. Mi cuerpo me duele. Todo me duele —respiró agitadamente. Cerró los ojos un momento intentado contenerse de hacer cualquier otra cosa—. Nos vas a destruir. Tienes que parar. Esto tiene que parar —gruñó involuntariamente. Tembló más, esta vez todo su cuerpo. Yuya no encontró otra solución más que tratar de hacerse más pequeño. Juntarse más—. No sé que quieres decirme. No te entiendo. Lo siento.

Yuya intenta calmarse más. Pero no puede. Todo dentro de sí es un caos. Recordó que estaba en un bosque. Que los cantos de las aves y el sonido que producía el viento en sus oídos le calmarían. Así que intentó prestarle más atención afuera de sí. Lo que sí podría entender. Pero allí donde pretendía encontrar ayuda, solo le brindó más dolor y desconcierto.

Escuchó pasos cerca de él y alzó un poco la mirada.

—Vaya —dijo Roger recién llegado y con mucha confianza—, yo m esperaba muchas cosas de ti Yuya, solo que nunca me esperé que te gustara el dolor.

La acción de defensa fue inmediata. Yuya se levantó de su lugar con una rapidez anormal. Miró al adulto y gruñó. Había arrugado el gesto y afilado la mirada. Una expresión un poco difícil de leer. Pero de la que su dueño se arrepintió retirando la cabeza de la dirección de Roger.

—Contrólate —murmuró para sus adentros.

—Eso es nuevo —sonrió el otro—. Es increíble ver cuanto puede cambiar la gente en unos meses, ¿no crees?

—¡Yuya! —gritó alguien desde lejor. El aludido abrió los ojos al reconocer la voz.

—Yuri...

—Oh, magnífico —dijo con cierta gracia—, están todos aquí me imagino. Esto es perfecto —dijo bastante feliz—, así puedo empezar más rápido y no tengo que buscarlos en cada dimensión que existe —antes de que Yuri pueda decir cualquier cosa. Es golpeado por alguien en su cabeza por detrás. Cae al suelo de súbito. Apenas pudiendo seguir escuchando—. ¿Sabes? Tu color de ojos es muy raro. Pero la verdad, el amarillo te queda mucho mejor que ese rojo escarlata.

—R-Roger...

—Pero bueno, me muero de ganas de ver que color de ojos tendrán Yuri, Yugo o Yuto. Debe de ser diferente a los tuyos. Espero que sí. Porque sería otra cosa por la que todo esto valdría la pena. Si es que aún no lo vale lo suficiente.

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Yuya abrió los ojos. Se dio un momento para ubicarse y luego miró como Zarc salía también de su cuerpo. Como si fuera un exorcismo o una experiencia mística. Cuando el otro salía de su cuerpo, no sentía nada. Solo veía con algo de impresión como el otro se separaba de su como una entidad aparte. Había sido lo mismo con Yuto, pero al menos con él nunca lo veía salir. Siempre era detrás suyo o en otra parte, y al menos era mínimamente perceptible que había salido. Con Zarc no.

Con Zarc solo era que él saliera de repente.

Con Zarc era solo que apareciera de la nada. Un espectro que le hacía tener visiones del pasado, recordándolo lo que vivía. Cuantas veces había gritado en desesperación pidiendo por la ayuda de cualquier persona. También le recordaba una y otra vez cuando había llorado de dolor y había mirado al suelo, sin saber a quién más pedirle ayuda y había susurrado su nombre. Siempre le recordaba algo. Siempre allí, en su mente, causando estragos a su paso. Como si esa fuera su naturaleza.

—¿Habrá alguna vez que me muestres algo bonito? —preguntó Yuya con suavidad. La idea de tener siestas en la tarde no era para que Zarc le atormentase así. Se puso su brazo en los ojos y tiró un poco su cabeza hacia atrás.

—No tengo recuerdos bonitos contigo —le respondió. Su voz no sonaba ronza, a diferencia de la de Yuya, nunca lo hacía. Nunca había cambio en nada de él—. Siempre estás enojado o totalmente fuera de control cuando puedo verte. Eso hacer que no pueda hacerte recordar nada más.

Yuya suspiró.

—Tiene que haber algo que no sea doloroso de ver —murmuró de nuevo. Zarc se puso a pensar un poco. Se puso una mano en su mentón y de verdad se puso a repasar en todos los recuerdos que sí podía mostrarle a Yuya.

—¿Quieres que la próxima vez que duermas te haga ver la vez en la que te transformaste? —Yuya suspiró. Zarc no lo entendía. Nunca lo hacía—¿O prefieres los recuedos borrosos en los que te mareas porque no entiendes nada?

—Creo que una partida del Smash no me vendría mal —dijo levantándose. Zarc suspiró también, tenía exactamente el mismo gesto de Yuya. Pero después se alegró, al menos, solo al menos, no le había pedido nada de su pasado.

Se habían dado cuenta de que esas cosas pasaban algún tiempo atrás. Un día que Yuya simplemente recordó de la nada su primera transformación. Fue con tanta claridad que parecía absurdo, cada uno de los detalles de allí, la cara de horro que tenía Isao, la concentración que tenía el mismo, su propio terror al darse cuenta de que la derrota era inminente y que el ser que se presentaba ante él era, simplemente, de otro nivel. Ese fue solo el primero de varios. Memorias que se repetían en su mente poco a poco.

Cada vez que dormía se encontraba con algo en lo que había pasado o algo tan lejano que no se podía ver bien. No sabía que estaba ocurriendo hasta que le comentó a Zarc al respecto. Este de repente se alarmó y le preguntó con algo de desespero que era lo que había visto. Afortunadamente Yuya solo había sido espectador solo de sosas que habían pasado con él y con otras referentes a sus novios de manera borrosa. El de ojos amarillos se había aliviado mucho al saberlo.

Todo eso, eran sus memorias.

Mientras la consola se prendía con cierta lentitud, Yuya buscaba sus gafas. Le habían dado unas para que se cuidara los ojos y no sufriera por jugar tantas horas seguidas. Era un gesto lindo, aunque a veces Yuya pensaba que era malintencionado. Pues era unas gafas de lente amarillo. Pero siempre le restó importancia a ese pensamiento pasajero y sacó sus juegos.

—¿No ibas a jugar Smash? —preguntó Zarc al ver que Yuya tenía entre sus manos un juego de Mario. Yuya sonrió con algo de pena, ni siquiera de arrepentimiento.

—Creo que es mejor si juego una de estás —le dijo con la sonrisita de pastel. Esa que solía hacer cuando sabía que estaba haciendo algo tonto y debía parar. Solo que no quería. Era algo caprichoso e indeciso. Y solo Zarc le juzgaba, ¿importaba el resto?

—Esa inseguridad te matará algún día —soltó el de ojos amarillos. Yuya simplemente se encogió de hombros.

—Tenemos tiempo para todo —abrió el contenedor del juego y sacó el CD—, no le veo el problema.

—Ajá —dice el otro y se acercó a la ventana. Miró hacia el infinito, hacia la interminable línea de arboles que había. Estaban todos justo después de la reja a 20 metros de distancia de ellos. Se veían lindos y le inspiraban cierto aire a naturaleza. Zarc bufó suavemente.

—Podría seguir con la Main Quest que dejé inclusa ayer. Ese castillo me va a sacar canas... —dice algo divertido mientras se acomodaba para jugar apropiadamente—. Pero ahora no voy a fallar.

La atención del otro fue nula.

Pensaba más en la cantidad de guardias que había en ese momento afuera del recinto, cuantos estarían armados con tranquilizantes para Yuya. Cuantos tendrían balas normales, de esas que le habían enterrado en el hombro y le habían hecho enfurecer. Cuántos de ellos estarían distraídos pensando en el juego de la tarde o cuantos estarían tan ansiosos por ir a casa que se olvidaban de los detalles. Se preguntó cuando sería el mejor momento el más adecuado para escapar. Para correr de nuevo entre los árboles y gritar cualquier cosa. Se preguntó también, cuantos de ellos de verdad los querían allí adentro, si eran todos o no era ninguno. Estaba demasiado ansioso e impulsivo. Quería saberlo todo y quería controlarlo todo. Pero el niño de los videojuegos era malditamente inepto para ponerle atención.

—Iré a ver como están hoy los guardas —anunció mientras traspasaba la pared. Yuya no lo miró realmente. Solo fingió hacerlo.

—Suerte —le dijo con suavidad.

—Están igual que siempre —dijo desde atrás de la puerta.

—¿Ah?

Zarc volvió a traspasar la puerta y miró a Yuya algo cansado.

—No hay ningún cambio —dijo volviéndose afuera. Yuya negó con la cabeza. Volvió a concentrarse en pasar ese catillo que no lo dejaba avanzar.

—Lo mismo los del fondo del pasillo —dijo Zarc al volver. Yuya no le prestó atención esta vez. Había avanzado demasiado como para ver como el otro usaba esos "poderes" que tenía para espiar, saber exactamente donde estaban y como estaban posicionados los guardias que los protegían. Todo eso, sin que nadie le prestara atención. Otra razón más para que Zarc creyera que Yuya era tonto.

—Eso no es tan importante Zarc —dijo en un momento. No apartó su mirada del televisor. De la nada, apretó el mando y golpeó el suelo—, ¡maldición! —exclamó al perder —¡Oh, estaba cerca! —se puso una mano en la frente y después recuperó compostura. Volvió a iniciar.

—Lo tuyo no es mucho más importante, ¿sabes? —le reprochó. Yuya puso su juego en pausa un segundo para mirar al otro.

—Agradezco el esfuerzo por querer sacarme de aquí —le dijo mirándole a los ojos—, lo aprecio. Pero no deberías gastar las energías en eso —volvió a concentrarse en jugar—. No sucederá.

—Eso dices ahora.

Ocurrió un silencio. Yuya seguía jugando, ignorando a Zarc porque no quería tener otros pensamientos en su mente que no fuera el juego. Después, Yuya fue el que habló, en un tono un poco más bajo y casi para sí mismo.

—Debe de ser cansado solo poder hablar con alguien que solo te da negaticas —soltó. Zarc se alzó de hombros—, pero, yo te he visto pasar paredes y eso. ¿No puedes simplemente... irte? Digo, yo no me moveré de aquí y no te escucharé —puso una pausa a su juego y miró al otro—, ¿no sería una mejor opción irse y olvidarme?

—Prefiero tener negativas todo el tiempo, gracias —dijo algo cortante. Yuya volvió su mirada al monitor y tomó algo de aire. Suponía que algo quería decirle con eso, solo que no lo captaba—. Además, es lo más cercano que he tenido a una amistad sana.

Yuya no lo escuchó. Zarc hablaba demasiado bajo cuando no quería que lo escucharan. Solía ocurrir. Decía demasiadas cosas que no podía escuchar Yuya solo para sacarlas de sí. No era nada especial, simplemente, las cosas se acumulaban dentro de su mente. Temía que hubiera un punto en que fueran tantas que empezaran también a entrar en la mente del otro. Decía todo lo que podía, aligeraba pensamientos, se alejaba para gritar. El de ojos rojos no tenía que saber lo que había en su mente o tener acceso a ella. Nunca.

—Oh —solo que Yuya se percató del tenue murmullo—, perdona, ¿dijiste algo?

—Dije que voy a salir —le dijo seco. Zarc se dirigió a la cama del otro y subió ante la mirada roja del chico tangible—, no me tardo.

—Suerte...

Zarc saltó y de agarró de algo que estaba más arriba del techo. Alguna estructura que habría por allí y se subió gracias a esta de manera gimnastica. Traspasar objetos hacía que el de ojos amarillos tocara las cosas y las dejara de sentir a voluntad. Nunca había cambio en las cosas que agarraba, pero si había la misma firmeza en cada uno de ellos. Así que usaba algunos elementos del recinto para salir y pasearse libremente. Yuya se había sorprendido la primera vez que Zarc se tardó largo rato en irse y casi se desesperó por ello. Pero la realidad era que estaba experimentando que tanto podría ver. Desde entonces, cuando no está en la mente de Yuya mientras duerme, se va por las instalaciones, mirando todo lo que hay hacia eso casi cada día. Si no lo hacía no quedaba feliz o quedaba diciendo que le faltaba algo.

Gracias a estas "salidas" es que Zarc se conoce todo el reciento de pe a pa. Sabe cuándo son los cambios de guardia, donde hay atajos e incluso el alcantarillado. Solía ir de noche, sobre todo los primeros días en los que llegaron allí. Puesto que se negaba a estar en alguna otra parte. Así que se la pasaba por fuera, hablar con Yuya era frustrante, sobre todo porque no sabía cómo influenciarle como decirle que quedarse encerrado no era lo correcto. Yuya sin embargo jamás había parado un solo dedo para hacerle caso alguno. Así que desistió parcialmente y se dedicó a recorrer más los lugares por los que podría escapar. Así, si algún día Yuya le escuchaba, tendría una ruta de escape. Una perfecta y memorizada.

Leo Akaba había hecho todo lo posible para hacer las cárceles. Usó todo el dinero que tenía de lo recolectado en Academia y lo invirtió todo, absolutamente todo, en esas 4 cárceles que estaban puestas en las cuatro dimensiones. Zarc solía decir que nunca nadie le había puesto tanto cuidado, y era verdad. Cada una de ellas tenía su propio sistema para vigilancia y seguridad. Para Leo y buena parte de Academia (generalmente padres que financiaban las cárceles y algunos otros gastos), esos edificios eran todo un logro. Sin embargo, el de ojos amarillos se negaba a aceptar que tal estructura fuera la última Coca Cola del desierto. Le veía demasiados fallos de una construcción improvisada. Y esperaba que las otras fueran exactamente lo mismo, un edificio hecho sin cuidado que poco a poco reformaban para hacer parecer que estaba bien hecho.

Para Yuya sería tan malditamente fácil. Un solo intento de la manera en la que Zarc lo quería y estarían fuera. Tantas veces que se había escapado de lugares vigilados le había dado cierta experiencia. Y peor ahora que estaba de ese estado, que lo podía ver todo y escucharlo. Era perfecto.

Miró hacia el pasillo del exterior del lugar, lúgubre y desolado. Se preguntó donde estarían esos guardias que tanto cuidaban cada centímetro y que juraban no dejar al chico escapar. Se preguntó también que tan orgullosas estarían sus familias porque ellos estuvieran allí, vigilando a un niño que no necesitaba ser vigilado en realidad. Se preguntó si cuando llegaban a casa sus esposas y sus hijos los recibirían con todo el cariño después de hacer nada. Después de quedarse horas en la sala de descanso jugando a las cartas para pasar el rato. Sonrió y atravesó la pared.

Iba a revisar afuera olvidándose del asunto de los guardias. Miraba cada día hasta cierto unto y luego se devolvía. Escasamente revisaba el perímetro viendo que patrón de luces usaban o si todos lo guardias de las dos únicas torretas estaban allí vigilando. Había dos de seis. De seguro era cambio de guardia o al menos pausa de comer. Sea lo que sea, al menos dejaban a alguien en cada torreta. Miró a la reja, unos 100 o 110 metros lejos de la pared de la prisión. Zarc se tronó el cuello. Dio una última mirada periférica antes de darse cuenta.

Algo brillaba junto a los árboles.

Zarc arrugó las cejas. Que el supiera no había vigilancias fuera del recinto. ¿Sería eso nuevo? Sea como sea, tenía que ver de que se trataba. Corrió hacia allá. No se iba a cansar, así que no había necesidad de preocuparse. Al llegar localizó con dificultad el objetivo. Solo pudo hacerlo, mediante el sonido de su voz en la oscuridad.

—En posición —Zarc la miró todo lo que pudo antes de darse cuenta de sus intenciones. Tenía uniforme de academia, era azul, casi un obelisco. Tenía una carta en la mano y un disco de duelo. Zarc maldijo a todos los malditos demonios que existían y echó a correr de nuevo hacía la celda de Yuya. Cuando estaba casi a mitad de camino escuchó a la chica gritar sin remordimientos—¡Yo te invoco Ancient Gear Golem!

Y el rugido del animal mecánico se escuchó ensordecedoramente por todo el lugar. Ese y otros 5 más fueron los que intentaron matarlos esa noche.


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¡Lo siento! A decir verdad, este último mes ha sido una locura qwq, la verdad es que no he tenido descanso. Perdonadme, por suerte este cap estaba bastante adelantado. Así que al menos estaba cerca. Avancé muy poco en estos días. Pero lo terminé. 

No prometo nada de cuando volveré a publicar, solo que los amo mucho y que en definitiva mi cabeza no me da para mucho 

-electroyusei

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